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Angustia moderna y esperanza cristiana

ANGUSTIA MODERNA Y ESPERANZA CRISTIANA
por
GABRIEL DE ARMAS.
Resumen por el propio autor de la conferencia que pronunció en la
clausura de la V Reunión de amigos españoles de
la Ciudad Católica.
Vivimos en un mundo que. quiere estar sumergido en su pro­pia desesperación y en su propia angustia. Fue Charles Péguy, el gran pensador y poeta francés, muerto en la guerra de 1914,
quien hizo
una invocación a la virtud de la esperanza tan aban­
donada hoy de los hombres.
Es cursioso observar cómo se su­
cede
el maravilloso avanzar de la ciencia y de la técnica. Pero tenemos que preguntarnos: ¿ este dominio de la tierra y del cielo,
del
mar y de los espacios, ha hecho al hombre de hoy más feliz o más humano? Foerster, el famoso pedagogo alemán, nos con­
testa a esta interrogante diciendo
que todos los adelantos técnicos
nos han servido
para alejarnos cada vez más del recogimiento
íntimo,
en el que únicamente cabe_ esperar la paz entre los hom-
bres.
' ·
Indudablemente, en el hombre actual hay una conciencia de
frustración, de fracaso
... El hombre se siente encerrado en la cár­
cel de su propia finitud. Y ha justificado su postura psicológica
creando las filosofías
de la angustia. En la era de lo social, el hombre vive como un gran solitario angustiado, que espera el
momento fatal de la
muerte para convertirse en Ja ·nada. Expone seguidamente un texto de Heidegger, en el que el
filósofo alemán se refiere
"al puro existir en la conmoción de
ese estar suspenso en que no hay nada donde agarrarse". A partir de esta convicción, al hombre le qu~dan dos caminos: o
encerrarse
en el caracol de su angustia, aunque finja cierta sere­
nidad estoica al estilo de
André Gide, o entregarse a sus torpes pasiones Ilegando a las últimas consecuencias con toda valentía,
haciendo_ suya, al estilo sartriano,
1a famosa blasfemia poética de Enrique Reine: "Dejemos el cielo para los ángeles y los gorrio­nes; nosotros querernos champán, rosas y la danza de ninfas
sonrientes".
Si no existen normas objetivas trascendentes base
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del Derecho natural, todo podrá justificarse: desde_ la existen­
cia del gamberrismo actual, hasta los asesinatos masivos de Hit­
ler y de Kruschev.
La angustia es la meta natural de la cultura del orgullo. Esta
cultura echa hondas raíces en la Fiancia del siglo xvn . con
Bayle y Fontenelle y se consolida en el siglo xv111 con_ Diderot,
puente entre Voltaire y Rouseau
y creador de la Enciclopedia.
Con ellos se llega a la más tremenda absolutización del yo. El
hombre se hace o se constituye en dios de sí mismo. Pero, como
dice Ernesto Psichari, nieto del famoso Renán, el orgullo no es
más que la púrpura que encubre la más espantosa miseria. Y este
dios
orgulloso y caído comienza por definirse ahora como un
"animal absurdo" (Nietzche), como "una pasión inútil (Sartre),
como
"un ser para la muerte" (Heidegger), o simpleinente "como
lo que come" (Feuerbach}.
Una vez
más ha teuido cumplimiento en la historia la palabra
divina:
"el que se ensalza será humillado" (L. 18). El hombre,
que orgullosamente se creyera Dios, se ha visto reducido a la
condición de un simple animal sin horizontes. Para mejor· pene­
trar en el estado psicológico del hombre de hoy, angustiado y as­
queado, nada mejor que
. analizarle a la luz de la Parábola del
Hijo Pródigo. Recordémosla en cuatro tiempos: 1.0 Orgullo
e independencia.
El hijo pide al padre e11anto le pertenece para
ausentarse de la casa paterna y vúvir su vida;. 2.0 Relajación
disoluta: goce sin control, donde la intemperancia
de los senti­
dos concuerda con la intemperancia del· espíritu. 3-.º Dilapida­
ción del patrimonio y náuseas de vivir: ya sólo puede alimentarse
de bellotas e inmundicias. 4.0 Humildad y esperanza: "me le­
vantaré, iré al padre y le diré: he pecado ... ".
El hombre moderno, con su filosofía
de la angustia, vive
actualmente la tercera fase de la famosa Parábola: ahíto de
alimentarse de las bellotas de
la impiedad y de las inmundicias
del positivismo materialista, siente profundas náuseas de vivir,
con una tremenda sensación
de desamparo... Ahora bien; no
olvidemos, con Danielou, que "ese convencimiento de hallarse en
una situación sin salida, en una cautividad rremediable, en una
impotencia radical, constituye también el punto de ,partida del
cristianismo ... ''.
Benditas náuseas, pues, angustia feliz, si ellas han de ser­
vir al hombre moderno para ir al Padre, como nuevo Hijo Pró­
digo, portando en su as_oluta desnudez las virtudes de la humil­
dad· y de la esperanza. Porque para reconquistar la esperanza,
no existe otro camino que
el de la humildad.
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¿ Y qué es la humildad? Gabriel Marce! distingue entre mo­
destia -sentimiento puramente natural y profano-y humildad
propiamente dicha, la cual presupone cierta afirmación de lo
sagrado; y la define ''no como el gusto-de hllmillarse, ni siquiera
consiste en el acto de humillarse, sino en el reconocimiento de
la propia nada". El filósofo existencialista coincide con nuestra
Santa Teresa de Jesús cuando dice que la "humildad
es andar
en verdad". ¿ Por qué? Porqne lo cierto es que somos nada.
No olvidemos la afirmación categórica de Cristo: "Sin Mi nada
podéis hacer."
Hay que pasar, pues, de la angustia, fruto del orgullo, a la
humildad, puerta de la esperanza. San
Pedro pide insistentemen­
te nuestro testimonio de esperanza: "Glorificad en vuestros
corazones a Cristo Sefíor y estad siempre prontos para dar ra­
zón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiese (I, 3, 15).
La esperanza, según Danielou, puede ser considerada como
una dinámica en tres tiempos : A) tiempo pasado ( existencia clara
y terminante d.e las promesas divinas); B) tiempo futuro (esas
promesas han de tener algún día exacto cumplimiento) ;
C) tiem­
po presente (
el cristiano ha de ser fiel a tales promesas en medio
de las dificultades diarias de
la vida).
Para Bover, la virtud de la esperanza tiene en la Epístol~
de San Pablo a los Hebreos características matizaciones. Se
realzan
en ella, primero, el objeto de la esperanza, que es lo que
realmente se
espera, sobre todo y especialmente la gracia y la
vida eterna; segundo, el actO de esperanza, o sea una confianza
ilimitada en las promesas
divinas; tercero, el motivo de la es­
peranza,
que no es otro que la fidelidad de Dios a su promesa.
Por eso dice el Apóstol: "mantengamos inconmovible la con­
fesión
y la esperanza, pues fiel es quien hizo la promesa" (10,
23,). Paladín de la esperanza y arquetipo del cristiano que es­
pera es
el santo Job, cuando entre tantos males que Je afligían.
afirmaba una y otra vez: "Aunque me quitare la vida, en El es­
peraré" (13, 15).
La vida del militante, del viador, es fundamentalmente una
vida
abierta a la esperanza. El Antiguo Testamento es un can­
to de cara a la esperanza. El Nuevo es la biografía de Cristo,
nuestra esperanza. Las Epístolas esgrimen la virtud de la es­
peranza.
Según San Pedro, el bautismo nos regenera a _una vida
de esperanza. Según San Pablo, la esperanza es un yelmo, por­
que debe-ser combativa y tenaz; es un ancla, porque da firme­
za y contextura viril al cristiano. Este goza ya, aquí en la .tierra,
de las primicias del Espíritu. Sólo, pues, le falta poseerlo en
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plenitud. Una vez en plena posesmn del mismo, cesará toda in­
quietud. De ahí la famosa frase de San Agustín: "Señor, nos
hiciste
para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descan­
se en Ti".
Monseñor D'Hulst, conferenciante en Nuestra Señora, de
París en 1892, afirmó : "... el pesimismo no es sino una gran
esperanza burlada, es la fórmula filosófica de la desesperación".
Las filosofías racionalistas quisieron hacer del hombre un Dios
y de la tierra un paraíso. Al contemplar hoy su tremendo fracaso,
oprimidas y angustiadas psic.ológicamente, han querido escribir
sobre
el dintel de nuestro mundo aquellas tremendas palabras
que
el Dante Aligbieri pusiera en el infierno ( canto III de su
Divina· Comedia): "Lasciati ogni speranza, voi ch'entrate"
-vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza".
Pero afortunadamente el mundo no es un infierno: es la
antesala de la gloria.
En su frontispicio brillarán siempre, como
un sol rutilante, las palabras de Cristo: ''Pedid y se os dará;
buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá" (L. 11, 9). Y en
la conmoción de este estar suspenso, un áncora de amor nos
invita, insistentemente! a
agarrarnos a ella: la esperanza cris­
tiana ...
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