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Número 130

Serie XIII

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VIII centenario de la canonización de Bernardo de Fontaines (1174-1974). (San Bernardo, abad de Claraval)

VIII CENTENARIO· DE LA CANONfZACTON
DE

BERNARDO DE FONTAINiES
(1174-1974)
(San Bernardo, abad de Claraval)
POR
FBLIO A. VILARRUBI.hS.
Secretario de la Hermandad de Poblet.
«Con las letras apostólicas
Contigit
0/im, fechada en la XV calendas februa­

(18 de enero de 1174), «Alejandro III
canonizaba a un hombre que con su vida,
palabra y pluma supo, sin dejar de ser
monje, llenar un siglo de nuestra histo­
ria». Sch. Cart. l.»
I
El abad Bernardo de Olaraval y la Orden del Cister.
Los siglos XI al XIII representan para el conocimientb de · la his~
toria de la Iglesia, del pensamiento y de las ciencias humanas, una
tan varia y extraordinaria riqueza de matices humanos y presencia
sobrenatural, que escapa de nuestra mente el poder concentrar en un
ensayo toda la grandeza de su contenido.
Para esbozar en una síntesis esta empresa intelectual, debemos
unir a la imagen de aquel tiempo la figura de Sán Bernardo y de
la Orden del Císter, símbolos e índice bastantes para pulsar la ten­
sión vitalista de la sociedad medieval.
En ellos contemplaremos cómo
las obras de Dios se realizan en · silencio, preparando 'acontecimien'­
tos para nosotros misteriosos. En esta fuerza sobrenátriral está lo
admirable de Sus designios que, escapando a nuestra inteligencia
¡, 1137
Fundaci\363n Speiro

FELIO A. VILAR.J.WBIAS
y nuestra mirada, van plasmando siglo a siglo su obra redentora sobre
la humanidad.
Sobre estas obras de Dios se han vertido el odio y el furor de
algunas gentes, hijas de una ciencia pragmática y posibilista que, en
verdad, no
alcanza a

conocer
1a esencia, ya que no la e:X:isténcia, de
lo que tanto odio )es inspira. La re4exión de. este acontecer ha de
acercarnos a la realidad filosófica subsistente, desde la Reforma pro­
testante en el norte
y centro de Europa; y la posterior inflación de
la "Enciclopedia" por todo el Universo que
ha entronizado el libre
examen luterano y el jacobinismo sobre la historia de la cultura,
como fórmulas "exo~eradoras" 4e las "tinieblas religiosas y clerica­
les", que impedían la "libertad
y las !Uces" del progreso y de la ci­
vilización, lew motiv para los "clubs de pensée'' del siglo XVIII y
las logias

del
XIX.
No hubiera sido posible este drama histórico si las fuerzas orto­
doxas hubiesen contrarrestado a esta doctrina de la revolución con
la difusión apasionada y martirial de la historia del monaquismo y
de las órdenes monásticas sin el temor a ser calificados por la hete­
rodoxia de escritores reaccionarios. Temor o c0mplejo de las plumas
intelectuales, que ha ocultado la grandeza humanística
y riqueza cul­
tural dada a Francia y a Europa por el legado milenario de las Or­
denes monásticas
y que hiw posible que la revolución francesa de
1792 y la europea de 1848 hallase inagotables patrimonios sobre los
cuales erigir templos a las deidades Razón, Ciencia
y Progreso como
única trinidad rectora del pensamiento humano, sobre una preten­
dida aniquilación de la Iglesia y de Roma, entre los escombros de
los templos incendiados y saqueados por la intelectualidad librepen­
sadora.
La revolución nihilista aniquiló, con la farsa de la soberanía
po­
pular -manes de Montesquieu y de Rousseau-, la unión teológica
de la
Caridad y

de la Justicia evangélica a cuya protección los hom­
bres hallaban perdón, consuelo
y esperanza.
La nueva trinidad, por sufragio universal triunfante, fue fría,
despótica, deshumanizad.a
y sarcástica; pero, no importaba, ¡ por fin
la humanidad se
había "liberado"

del
infierno, y el\o,cya era bas­
stante!
1138
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SAN BERNARDO, ABAD .DE CLARAV AL
¡ Las urnas electorales eran la nueva Sibila, el nuevo oráculo in­
falible de la humanidad encadenada en el idealismo hegeliano y por
un creciente nominalismo perturbador de su mente! Hoy el hombre,
tras los

experimentos más recientes;
marxismo, super-hombre,
racis­
mo, ateísmo, inicia el retomo de estos graves errores, escarmentado vivamente en su
carne, pues

así le avisan millónes de
Seres desgra­
ciados

que desde la revolución francesa, como
ahtes por las guerras
religiosas protestantes, hasta nuestros días, no conocen
el reposo y
con su alma hecha trizas por las malas artes de los presentes "con­
testatarios": libertinaje, sufragio universal, laicismo, dictadura de
Wall-Street, paraíso soviético, culto de la
raza, "teología
de la vio­
lencia", doctrina del "progresismo", evolucionismo, divorcio, dro­
gas y sexo, control de natalidad, anarquismo, contestación, guerrillas
y "la muerte de Dios'-'.
Nuestros días viven su soledad entre dos actitudes ciertamente
contradictorias sobre ecos bíblicos: "no he venido a traer
la paz,
sino la espada" (1). Dos actitudes frente a frente que se anteponen:
l.º) el retorno a Dios sublimizado por el claustro monástico -la
contemplación de Dios-,
y 2.º) el darse a un angustiado existen­
cialismo, considerando que entregarse a
Dios ha fracasado, porque
"Dios
ha muerto", ellos han pospuesto al Templo del Espíritu Santo
por las cuevas de Malparnasse. De estas dos
actimdes sólo

trataremos de
la primera, porque nos­
otros anhelamos vivir en la trilogía teologal de la fe, esperanza y caridad; lo otro, lo de la angustia lo dejaremos para aquellos autores
que prefieren matar a su angustia
con, el placer de lo sensual y el
desorden intelecnial, enfermedad mental -alcohol, sexo y drogas-,
que les hace proclamar como ideas fundamentales toda clase de lo­ curas, a las que como náufragos se
agarran, sitiados

en el océano de
su propio fracaso humano, ahogados en la costa freudiana
y mar­
cusiana. Nosotros nos quedamos· con
el sentir vital de nuestros siglos
medievales
y con aquel espíritu que diera contenido San Francisco de
Asís, maestro insigne para sanar esta angustia a lo
lar,gü del
si­
glo
XIII.
(1) San Mateo, 10-34.
1139
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FELIO A. VILAlUWBIAS
I
EL CísTER.
l.º) Citeaux; 2.º) Los tres santos fundadores; 3.º) San Bernar­
do, Abad de Claraval.
"Abandonando
las costumbres particulares de ciertos mo­
nasterios salieron de Molesmes con su Abad -San Roberto-­
para abrazar-vida más estrecha y retirada, tal como ordena la
regla de San Benito que se habían propuesto observar. Y
conformaron todo su tenor de vida, tanto relativo al culto
. como en las demás observancias a los mandatos de la Igle­
sia, cuyas huellas exactamente siguieron."
Exordimn cis.terciensis cenobii.
l.º Citeaux.
Domingo de Ramos de 1098, en los bosques de Citeaux, en la
ubérrima Borgoña, nació la riueva orden monástica junto a la quie­
tud de pobladas arboledas y entre la paz de umbrosas soledades.
¡ Cuán trágico error el que la histor-ia no fuese cronometrada
por el péndulo del espíritu, que sólo sean torres que se derrumban
o: fortalezas que se erigen, los hitos de esta interminable ruta de los
siglos por la que se desliza nuestra vida y se forma la historia de
los pueblos!
. .
·En
la

jornada del 21 de marzo de 1098 nacía, en la Francia del
siglo
XI, el Císter; surgían a la vida del claustro los monjes de las
cogullas blancas, los cistercienses.
Aquel
siglo contempló cómo Francia fue sacudida por una pro­
funda inquietud espi~itual, una de cuyas vertientes se cifraba en el
fervor de las vocaciones monásticas; todos sus valles y montañas. cO­
nocieron la ·óbra imp~ecedera de las abadías y monastedos y junto
a la yunta de bueyes rorúrando las entrañas de inhóspitas tierras,
fructificadas coii la sin:Üe.rite d~ ·1a oraci6n y del áyuno; los monjes en­
señaban a los pueblos a amar la tierra, asentarse en
ellas para su
cultivo, a vivir vida de familia y abandonar· los . hábitos nómadas y
tt40
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SAN BERNARDO, ABAD DE CLARAV AL
bélicos del feudalismo que les empujaba ora al norte o al sur, en
inacabables contiendas fratricidas.
Estas comunidades monacales vivían austeramente según la regla
del Patriarca de occidente, San Benito de Nursia;. a ellos se debe a su vez
el rescate, de entre las malez8.S---del terrorífíoo milenio, -del le­
gado
cultural de la antigüedad, que obtiene a través de códice< y per­
gaminos, la inmortalidad, y años más tarde la gracia
d,er bautismo
escolástico.

Ellos
fueron los
gigantescos pilotos
.de la ep~péylca em­
presa de salvar para la historia la herencia del pensamientó clásico
-helénico y latino-.
Con la ejemplaridad de su vida comunitaria aseguraron
el pan
de los pueblos ante las contiendas feudales que arrastraban a
siervos
y a señores de sus lares y tierras, asolándolas y transformándólas en
yermos calcinados por el odio bélico. El fundador de este estilo de vida fue un joven romano, nacido
en una pequeña localidad de la Umbría, llamada Nursia, hacia el
año 480. Impulsado por aroor a Dios, Benito abandonó Roma, en
donde estudiaba leyes y se
retiró al desierto de

Subíaco en
el que
permaneció recogido
y meditando treinta años, obrando grandes mi­
lagros que atrajeron a la santa cueva del Patriarca multiru.d de pe­
regrinos, entre los que
Se cuentan Príncipes, reyes, prel~dos y la ju­
ventud de su tiempo.
Fundó allí doce mon_asterios, transformando aquel escabroso pa­
raje en un lugar que la historia denomina "el valle santo"; en esta
soled.ad tuvo por
discípulos· a

los
santos Mauro y Plácido. En el año
529, reinando Justiniano y ocupa,ndo la silla de Pedro el Papa Fé­
lix IV, fundó la abadía de Montecasino y en ella escribió, hacia el
año 540, la Regla de su nombre pata
el gobierno de los monaste­
rios, entregando su alma al Creador en la Capilla de San Juan Bau­
tista
-teniendo las

manos elevadas hacia lo alto-- el Jueves Santo
del año 547, cuarenta días después de su hermana, la dulce Esco­
lástica,
· unidos ambos por tiernos co~oquios de alabanzas y consuelos
divinos.
La magnitud de la vida de Benito, que el Papa San Gregorio el
Magno escribiera años· después de su mue!te, da tal fuerza a la tra­
yectoria benedictina que, en seguimiento
de _

su
rastto luminoso,
las
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FELIO A. VILARKUBIAS .
tenebrosas edades de la historia se doran-comó vides otoñales al
contacto del alba:
"Le· génie de San Benoit' législateur, éclate surtout en ce
qu'il a su définitivement fondre toutes
les regles antérieures
dans sa Regle, de telle sorte qu' elle s' adapte a son temps et a
rous les temps, a sa race et a toutes les races. E~hlissant sa
famille spirituelle sur la base meme de la famille naturelle,
dont le
pere est

le chef, il a realisé du
meme coup
le type de
la société idéale. C' est en raison de ce caractCre si profondement
humain de la RCgle, que des chefs d'Etat ont pu sén inspirer
pour gouverner les peuples'' (2).
Esta admirable página .. es un bello monwnento erigido a la me­
moria de la obra de San Benito que G. de Kerlorian levanta sobre
la mística
y la extensa iconografía de todos los siglos al Santo Padre
de los monjes de Occidente. De la profundidad de sus propósitos, en orden a la vida de los
monjes, dice
el propio Santo en su Regla: "Vamos, pues, a estable­
cer una
Esruela del servicio divino en la cual no pensamos ordenar
cosa alguna dura ni penosa ... de suerte que, no apartándonos jamás
de sus enseñanzas y perseverand~ en el Monasterio fieles a sus doc­
trinas hasta la muerte, participemos de los sufrimientos de Cristo
por la paciencia
y merezcamos acompañarle en su, reino" (3).
Este espíritu
y suave yugo de la regla ha perdurado a través de
los tiempos
y ha desafiado el amargo peso de las invasiones y con­
mociones político-sociales, filosóficas
y religiosas. De todas ellas ha
. vencido;

aquí están, a los mil quinientos años de su muerte, los mon­
jes de Benito
desparramándose desde

los doce monasterios del Su­
biaco, como tribus de Israel en
pqs de la patria prometida, acampan­
do en las altas cumbres mártires del odio
y de la guerra de Monte­
casino
y Terradna, en la hermá.na Hesperie; en las altas sierras de
Montserrat, columnata
. pétrea
que formaron los ángeles para trono
de Santa María en las tierras orientales de España; cuya tierra his-
(2) Kerloriart, G. de: L'drt et les saints: Saint Benoit, pág. 42, París,
1927.
( 3) Regla de San Benitoi ·prólogo.
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SAN BERNARDO, ABAD DE CLARAV AL
pana alimenta a las grarides abadías de Silos, Samos, Santa Cruz del
Valle; en las celebérrimas abadías fraricesas
de· Saint-Germain des
Prés y

Cluny, que fueron gloria de
la patria de San Luis o en el monasterio de Christcburcb de Cantorbery, en el solar de los caba­
lleros cruzados de Ricardo Corazón de León. Quince siglos de historia,
¡ cuántos imperios se han derrumbado,
cuantas ideas
y herejías han sucumbido y cuantos falsos profetas
se han
súmergido en

el destierro del
oIVido y de 'la indiferencia!
En
esta historia incorporamos también
la" ·amargura de

las di­
visiones
y las crisis de observancia, en añoS de excesiva opulencia:
Ert el

año 909, la abadía de Cluny, en Francia,
ue en la indiscipli­
na y sus consecuencias graves hacén necesarias: una ieforma que· res­
taure la autenticidad cenobítica, no Sólo en ella, sino en las restan­
tes abadías benedictinas.
la Providencia no olvidó· a la familia benedictina; en el silen­
cio claustral preparó
místicos caminos-
para encauzar
el fervor mo­nástico de los nuevos siglos enmarcados eri el .D.lagno ambiente de las Cruzadas, que los reinos cristianos de Eitropa emprenden en de­
fensa del Sepulcro de Cristo.
2.º Los tres Santos fundadores.
Figura
cimera en
la apasionante· empresa de rescatar la pureza
.de la Regla de Benito
y colmar las ansias de la vida de soledad en
común, fue la del monje San Roberto, que empujado por este ideal de reforma
y de reto!no a la observancia de los primeros monaste­
rios, abandona los bosques de Collán en Tonnerre, donde a la sazón
residía, con siete· eremitas dispuestos a
cpiuemplar aquella

Vida
que nunca se ha de acabar. En la víspera de
la Navidad

de 1075
fundó
la abadía de Molesmes en el valle de Loogues. El nuevo ce­
nobio atrajo
la devoción del creciente movimiento de perfección
monástica y en pocos años se vio· colmado de vocaciones _ y enrique­
cido por el penitente apoyo de príncipes
y nobles que veían en la naciente Comunidad un retorno a los tiempos -~e San Benito.
;No fue_

aquella riqueza, en verdad,_,, cilicio de
mortificaé-i6n sino
camino

por el cual el monasterio fue presa de los señores
feudal~
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FEUO A. VILARRUBIAS
y de sus negocios temporales,. transformando el espíritu de pobreza
que el abad Roberto anhelaba imprimir a su cenobio (4). Ante esta
nueva situación ·que repugnaba al recio temple ascético y místico
de su Fuodador -forjado con raíces y escarcha-, San Roberto en
el año 1098 y autorizado por el legado del Papa en Francia, aban­
dona Molesmes con cerca de veinte monjes para fundar un nuevo
Monasterio en el desierto de Citeaux, en donde vivir la jornada mo­
nástica en la rigidez del ideal benedictino que es "escuela de po­
breza, obediencia
y hnmildad". Así nació Citeaux, por obra del abad
San Roberto
y de sus hijos y en gracia del Espíritu Santo.
La perseverancia y la fe transformaron las asperezas del valle,
y de las hendiduras de las rocas hicieron brotar agua clara de cuyo
celestial don dice uo monje de Oaraval: "Don del Señor es esta
agua que no pide otra recompensa que correr otra vez libre y es­
pnmante, más suave que antes, después de efectuar la labor ... " (5 ).
Y con sus arados transfori;naron en jardines aquellas malezas y es­
pinas,

viendo
el abad San Roberro crecer a sus ·monjes en saber y
temor ante Dios y los hombres.
Tres valerosos ascetas forjaron el "Nuevo Monasterio", que así
se llamó Citeaux; tres místicos capitanes del amor a
María: San
Roberto, primer abad de Molesmes y de Citeaux, San Alberico v
San .Esteban Harding, tres santos reformadores, "tres monjes rebel­
des" ( 6) de· cuya
inl.presionante savia
el Císter se nutriría.
A su
aliento
y sacrificio la gran ·reforma monástica que San Bernardo co­
ronaría,

ya estaba en marcha.
De la incipiente e ingente obra no estuvieron ausentes las difi­
cultades; Roberto, por obediencia a la orden del Papa Urbano I
retorna a ocupar
la silla abacial del monasterio de Molesmes y allí
-entre sus antiguos monjes- cierra sus ojos para dormitar el últi­
mo sueño. Era en el año del Señor de 1110.
Al partir San Roberto hacia Molesmes
ocupó su
puesto el mon­
je Alberico, continuador infatigable de su obra,
alma· arrobada

y
(4) Vid, P. L. (M. L.), tomo 166, col. 501.
(S) Crónica Medieval.
(6) Raymond Dom, M. O. C. S. O.: Tres mon;es rebeldes, Buenos
Aires, 1949.
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SAN BERNARDO, ABAD DE CLAMV AL
seráfica llena de santa paz, a quien, según. la tradición .cisternieQSe,
la Virgen inspiró que el hábito de sus monjes fuese blanco, como
distintivo de la Orden naciente.
A
la muerte de San Alberico ocupó la silla abacial Esteban Har­
ding, admirable monje inglés que ha sido llamado "cabeza creado­
ra del Cister", figura venerable que en su corazón apuró
amargas
y ásperas jornadas para la naciente Orden. Horas de incertidumbre,
de carencia de vocacion~ y de recursos, en las que el abad vio la
Comunidad diezmada por la peste; el Señor premió a su celo y a
su paciente fe dándole a contemplar, en memorable jornada, como
por entre las soledades del valle de Cister, avanzaba una aguerrida
hueste de treinta caballeros, primicias escogidas de
la nobleza de
Borgoña.
Al frente de ellos el hidalgo borgoñón Bernardo de Fontaines,
sin otra guía ni derrotero que la estela· luminosa que María trazara
en su alma. Ella le empuja a descansar en los atrios de su templo
para transformarle en trovador del Reino de Dios.
Ello ocurría en el año 1112.
El espíritu renovador de Citeaux con la nueva savia joven y as­
ceta de la sangre borgoñona se desborda y nacen a su amparo: La
Ferré, en 18 de mayo de 1113; Pontigny, en 25 de junio de 1114 y
Oairvaux
y Morimond en junio de 1115.
El anhelo institucional de los tres fundadores se cumplió al ser
aprobada, en 1119,
la "Carta de Caridad" por el Capítulo General
de
la Orden, formado éste por los abades de todos los cenobios -re­
toños de la Casa Madre de Citeaux-. Con dicho
documento quedaba
or~zada definitivamente la vida regular de la naciente Orden.
La soledad, austeridad y unión íntima con Dios, anhelos del mon­
je

cisterciense, quedaron defendidos en las
"Consuetudines Cister­
cienses", colección de tradiciones cistercienses compiladas en el si­
glo
XII, compuestas de cinco partes: l.ª El Exordium Cisterciense
Cenobiis; 2.' La Carta de Caridad; 3.' La Bula del Pontifice Calix­
to
II, de fecha 23 de diciembre de 1119, en que se aprueba la Carta
de

Caridad;
4.' Las
normas por que debe regirse
el Cfl/Jltulo Gene­
ral
del Císter y la 5.' Oficios Litúrgicos. Años más tarde se redacta­
ron los Statuta·. cistercienses en los memoriales de las definiciones.
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FELJO A. VILARRUBIAS
El. primer memorial de definiciones es .del año 1256, el segundo de 13.16,
referente a las definiciones antiguas y el tercefo, año 1350,
de las nuevas." He mencionado-a Francia
y en este solar admirable hemos con·
templado

un hecho casi milenario, la fundación de la borgoñona
Orden del Cístet y la construcción del "Nuevo monasterio" de Ci­ teaux para cenobio de la gran reforma que el santo abad de Moles·
mes, Roberto, había iniciado con .el anhelo de "abrazar vida más
estrecha y retirada, tal como ordena la regla de San Benito que se
habían propuesto observar". Y "conformaron todo su tenor de vida,
tanto en lo relativo al culto como en las demás observancias, a los
mandatos de la regla cuyas huellas exactamente siguieron" (7).
Este hecho unido a
fa figura
del monje San
&,rnardo, primer
abad de

Claraval, quedaría incompleto si no penetrásetnos en la vida
y en la obra del último
'.'padre de

la Iglesia", y lo que es más
im­
portante, de su espíritu vivificador que sanaba los males que azo.
taban

a la Iglesia de su tiempo,
tal como lo demostró con filial
amor, en el ·tratado "De consideratione" escrito para el Papa Euge­
nio III entre los años 1147 y 1153. Y hay que contemplar el pro­
fundo sentido de austeridad
y misticismo que infunde en los mo­
nasterios de su tiempo, como lo atestiguan sus
carta;s dirigidas
a los
monjes de Cluny; la apología de Guillermo, abad de San Teodorico;
la famosa carta a su primo Roberto, etc., a la vez que nos legaba la
herencia de su trascendencia mística en sus
Comentarios del Cantar
de los Cantares y en sus Sermones dedicados a María.
San Bernardo fue para aquella ruda sociedad medieval, aunque
de grande fe, la voz augusra disipadora de tinieblas. Bien podía en­ señar a sus monjes que,
"ni el espíritu y la carne, el fervor y la ti­
bieza suele provocar a
vóní.ito el

mismo Señor". Esta concepción
mística para unos monjes entregados a
la obra de Dios, abrazados
a
. .la vida

ruda
y llena de asperezas de los nuevos Monasterios, como
los valles que ellos trocaban en fertilidades, era la voz que rememo­
raba las heroicas jornadas de San Benito .en el desierto de Subiaco. Difícil empresa resultaba el seguimiento del grito bernardino,
(7) Exordio Parvo.
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SAN BERNARDO, ABAD DE CLARAV AL
porque chocaba contra el propio yo de tan difícil negación, superior
a
fa lucha contra las herejías que en su tiempo flagelaban el cuerpo
místico de Cristo, que es
la Iglesia.
3.º San, Bernardo, abad de Ciar-aval.
"¡ Oh!, cualquiera que seas, el que la impetuosa corriente
de este siglo te miras, más antes flucru.ar entre borrascas y
tempestades que andar por la tierra, no apartes los ojos del
resplandor de esta Estrella si. quieres no ser oprimido de las
borrascas.
Si se levantaren los vientos de las tentaciones, si
tropezares en los escollos de las tribulaciones, mira a la Es­
trella, llama a María.
San Bernardo:
Homilías sobre las ex­
celencias de la Vú-gen Madre. Ho­
milía segunda.
En el año 1090 nacía, en
el borgoñón castillo de Fonraines, Ber­
nardo, hijo de Tescelín, oficial del duque de Borgoña
y de Aleta,
descendiente de aquella casa ducal. Educado en la
piedad cristiana
por

su santa madre, a los veintidós
a.ñas parte,

con un grupo de ca­
balleros, hacia
el monasterio de Citeaux, cuya silla abacial ocupaba
San Esteban Harding.
A los veinticuatro años, en 1114, vistió el blanco hábito del Cís­
ter. Ejemplo de vida ascética
y monástica fue llamado a fundar la
abadía de Claraval, en medio de las tierras inhóspitas que divide el
río Aube

en el "Valle del Ajenjo··. Su perfil llenó todo el claustro
claravallense y atrajo a él tan elevado número de vocaciones, que
basta señalar que al morir el Santo contaba Claraval con. 160 aba­
días
filiale~. Fueron

de ellas, las tres primeras: Trois Fontaines, Fon­
tenay y Joigny.
Mezcló a su profundidad ascética una noble vocación a la uni­
versal Cruzada contra toda

clase de errores
y herejías y una lealtad
entrañable
y responsable a la Silla de Pedro.
Todas estas empresas las acometió
-Bernardo sacrificando
"el amor
a la soledad
y al

silencio, tan caros al
abad de Ciáraval, su
espíritu
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PELIO A. VILARRUBIAS
de oración y conremplación" (8) y animado con aquel pensamiento
que él mismo diera a sus monjes: "cese la volunrad propia
y desapa­
recerá el infierno" (9). El abad de C!araval vivió trascendenrales reformas de cosrum­
bres y aun de las propias Ordenes monásticas, preparando en signos
no conoscibles para los própios actores, el estallido intelectual del
gran siglo XIII.
Contemporáneos suyos -y conocedores mutuos de sus refor­
mas----. fueron San Bruno, fundador de los Carrujos y San Norberto,
de los Premostratenses. De-la exuberante misión que la Providencia
le deparó son ejemplos su intervención en el cisma de Anacleto II
atrayendo, con su encendido verbo, a Europa a: la causa del Papa
Inocencia II, uniéndola a favor de la Silla apostólica, ante la rebel­
día de Roger de Skilia.
Y en el grave conflicto de guelfos y gibelinos sobre las tierras
de Italia, germen de fratricidas contiendas entre el papado
y la casa
imperial suava de los Hohensraufen, el monje borgoñón aparece
como árbitro de excepción, contribuyendo activamente a que Fran­
cia, bajo el reinado de Luis VI el Gordo y Luis VII el Joven, estre­
chase vínculos filiales con la Santa Sede y diese asilo en sus tierras
al legítimo Pontífice.
San Bernardo, "martillo de los herejes y errores de su tiempo",
combatió en innumerables tratados los errores de Abelardo, logrando que el Concilio de Sens, en 1140, condenase sus obras y, finalmente,
su figura adquiere caracteres épicos en la predicaci6n de la Segunda
Cruzada, de la que Bernardo
de. Claraval
fue corazón
y cerebro; su
voz clamó cual Jeremías desde la Dieta de Frandort a las cortes cris­
tianas de Europa; a su conjuro las cotas de sus príncipes se cubrie­
ron con las cogullas de Cruzados y desde Alemania, con Conrado III
y Francia, con Luis VII, hasta las tierras del rey Alfonso, a quien el
Papa Eugenio III .llamaba "rey de las Españas", se puso el ejército
de Cristo en marcha.
(8) Pons, Jaime, S. J.: Vida de Sq,n Bernardo, tomo I, pág. XL, editor
R. Casulleras, Barcelona, 1942. (9) Bernardo de daraval:
O. C. T., IV, pág. 393 (edic. anterior).
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SAN BERNARJJO, ABAD DE CLARAV AL
Verdaderamente la vida del santo abad es la estampa ideal del
monje, es el ideal del
am,~r a Cristo crucificado,
cuyo amor lo
vivió
el

Santo
ron la
dulzura de la Esposa de "El Cantar de los Canrares",
unido al amor a la Virgen María de cuya_pur_eza "era la noble
Es­
trella nacida de Jarob", "cuyo esplendor brilla en las alturas y pe­
netra los

abismos".
Finalmente Dios acogió sus súplicas: "el amor a Jesús me urge
a que emprenda la marcha hacia El cuanto antes" (10) y con su
salud
rompletamente agotada,

el día
20 de agosto del año 1153,
Jesús y María le llamaron para sí.
En su sepulcro los monjes escribieron, transcribiéndolo del Libro
Santo que Bernardo tanto había amado: "manojito de mirra es para
mí el Amado mío, entre mis pechos reposará".
Admirable fue

la
_ figura
del primer abad de Claraval, a la que el
gran pensador de Ausona, Jaime Balmes, califica con el profundo
sentido crítico que adorna su pensamiento de "hombre extraordina­
rio que se halla en todos los lugares, se le
"oye por

todas partes; exento
de ambición,
tiene sin embargo la principal influencia en los gran­
des negocios de Europa; amante de la soledad y del retiro se ve forzado a cada
instante a

salir de la obscuridad del claustro para asis­
tir a los consejos de los príncipes
y de los Papas" (ll).
Esta es la gran figura del Patriarca de los monjes blancos, con­
sagrado íntegramente a Jesús a cuyo
Servicio y culto unió con ter­
nura

el nombre de María, Madre,
y el del Patriarca de Occidente,
San Benito, cuyo amor tanto recomendara a sus monjes:
"Su dul­
císimo

nombre debe se.r oído
y honrado de vosotros con todo júbilo,
pues él es
nuestro Capitán,

nuestro.
Maesrro, nuestro
Legislador. Yo
también me deleito en su memoria: aunque no sin rubor me atrevo
a pronunciar el nombre de este Padre"
(12).
(10) Vid .. P. L. (M. L.): Sih"Bernardi. Vita Prima, libro V, col. 358 y siguientes.
(11) Balmes Jairrie: EJ Protestantismo, cap. LXXII.
(12) Bernardo de Claraval, O_ C, t. JI, págs_ 28 y 55_
1149
Fundaci\363n Speiro

FELIO A. VILAR.R.UBIAS
II
EXPANSIÓN DE LA ORDEN DEL CfsTER,
La obra de San Bernardo no acabó con su muerte; después de
ella, continuó siendo
guía excepcional para las promociones cister­
cienses que le sucedieron en Oaraval.
La penetración del Císter en todos los estados de Europa fue
arrolladora; a través de Castilla mandó San Bernardo a su hermano
menor San
Nivardo para

hacer
la primera fundación hispana en el
lugar conocido hoy por Santa María de Moreruela; y esta expansión
siguió esplendente y se engrandeció en número y en santidad; entre
todas ellas hermanadas en la observancia monástica, descuella en el
reino de la Corona de Aragón el cenobio de Santa María de Poblet,
abadía grande en fama, extendiendo su. bienhechora influencia en los cuatro reinos de la Confederación
y contando entre sus monjes a su
propio monarca, Don Jaime I el Conquistador.
El Císter, como toda institución, tiene sus propios fines fundaM
cionales
y la Providencia se sirve de ellos en las épocas que los
reM
quieren:

orden perfecto de disposición en orden
al Creador; cumM
plimiento,

en entrega confiada de voluntades por parte del hombre
a esta Trina disposición. En esta armonía está
el Providencialismo
de San Agustín.
Por esta razón el Císter tiene sus días de gloria asentados sobre
nombres rudos, en contraste con su vida interior llena de paz
y d~
ascetismo,

cuales
son': la segunda Cruzada, los Caballeros TemplaM
rios y las Ordenes militares; mas este espíriru. cisterciense no fue
bélico para lo bélico, sino para que la espada fuese revestida de
senM
ti_do es,piriru.al en

el centro de aquella ruda sociedad medieval, más
imperfecta que lo deseado, pero más perfecta que lo difamado; por­
que entre sus castillos
y sus guerrerosi la peste y sus brujerías, había
una fe, una extraordinaria fe que sólo
ella puede

explicar las grandes
-
empresas

de las Cruzadas contra albigenses
y normandos, magiares y
árabes y el gran milagro de los milagros, que son las catedrales y las
11'.50
Fundaci\363n Speiro

SAN BERNARDO, ABAD DE C:LARAV AL
abadías y su aportación a la cultura y a la liberación del espíriru, en
su ansia de Dios.
Así, pues,. este hábito que cubrió tanta armadura feudal, no fue
atuendo belicoso, sino bálsamo de caridad para unos siglos que, mo­
vidos por la oración y el ayuno calladamente ofrecidos en los claus­
tros, supieron dar una realidad inconmensurable:
la unidad de los
reinos de
Europa en

torno a una misma
fe y a una Cátedra, la de
Pedro,
y sabían doblar estos reinos su pensamiento ante la, figura
augusta del Papa, Padre común de la Cristiandad y aceptar humil­
demente la "tregua de Dios" y
el asilo en lugar sagrado, desde el
toque de ánimas a maitines ...
· El conocimiento de esta espiritualidad cisterciense que inflamó a
los primeros cenobitas del bosque de Citeaux, nos acercará
al ardor
que impulsó en el siglo
XIII a otro gran fundador universal, al hijo
de un mercader de
Asís, esto es, a buscar estos anhelos de perfec­
ción con la renuncia de sí mismo, para por sí mismo perfeccionarse
como el Divino Maestro nos· enseñó: "Sed perfectos como lo es mi
Padre" (13).
·
Es la empresa de la renuncia y de la negación del propio cuer­
po. Cuenta Tomás de Celano en el libro II de la vida de San Fran­
cisco, párrafo
82, que estando San Francisco en oración, el maligno
le llamó tres veces por su propio
nOmbre. Respondió
el Santo: "¿qué
quieres?''.,
y el demonio le tentó una y otra vez con gtavísima ten­
taci6n de lujuria.
Mas el bienavenrurado Padre apenas se apercibe
de ello, desnúdase del vestido
y empieza a disciplinarse sin piedad,
repitiendo:
"Ea, hermano asno, de esta suerte te conviene ser trata­
do
y permanecer subordinado a los azotes. El J:iábito es propio de
la religión y no es lícito tomar lo que no nos pertenece; si quieres
marcharte, márchate"' (14).
De este pasaje de la vida de Francisco hay que penetrar bien
en la respuesta del Santo: "no es lícito tomar lo que no nos perte­
nece; si quieres marcharte, márchate". O sea, en la primicia de la
total entrega al anhelo de perfección entre el alma y Dios, hay que
(13) Mt., 5, 48.
(14) Cela.no, Tomás de: Vida de Sán Francisco, libró II, párrafo 82.
11'51
Fundaci\363n Speiro

FEUO A. VILARRUBIAS
evadirse del cuerpo. y considerar a éste como sólo una áncora pesa­
da que nos sujeta al mundo, y ya libres de toda humana esclavitud,
el
alma podrá volar y ascender hacia el Amado del Cantat, el Es­
poso de los místicos.
Por este mismo camino el hijo del noble Tescelin de Fontaines, el
abad Bernardo de Oaraval, también
halló la

pesadez de este "her­
mano asno" que es el cuerpo.
En el

sermón IV de la Ascensión
del Señor, escribe: "¿qué harás, repito,- con las · irracionales concus­
picencias que están en tus miembros?". Te es'timula, cuandO has ter­
minado de ayunar, el deleite de la gula; y cuándo has determinado
velar te carga la somnolencia ¿qué harem.Os a este asno?, porque
esto es de asnos y cosa común con ellos, pues el hombre se ha igua­
lado con los jumentos irracionales y se ha hecho como uno de ellos.
Subid, Señor, sobre este asno, conculcad estos movimientos bestiales
porque deben ser dominados para que
no consigan
dominar. Si no
fueren pisados nos conculcarán: si no fueren deprimidos nos opri­
mirán. Por tanto, sigue alma mía en esta ascensión a Cristo Señor
Nuestro para que tu apetito esté debajo de ti y tu le domines a él;
para que ascienclas al Cielo es necesario primero levantarte sobre ti,
pisando los deSeos asnales que en tl mismo militan contra ti mis­
mo" (15).
Dos acritudes medievales que alumbran un cuadro maravilloso de
espiritualidad
y de auténtica libertad: ¡ qué lejos cte la prosa mar­
xista de los pseudo-teólogos de la guerrilla "contestada" de las dé­ cadas de 1960
y 1970!
De toda la compleja, admirable siempre, obra de San Bernardo,
he hallado un corto sermón que el Santo tituló "de los tres panes"
-es propio del tiempo de las rogaciones-; en su brevedad está con­
densada admirablemente la intimidad del monje cisterciense vivida
en la soledad de su cenobio, contetnplando a Dios. En él glosa las
palabras que transcribe en el Evangelio el Divino Maestro: "¿quién
de vosotros a media noche, le llama el
amigo solicitando tres panes
y abriendo la ventana al nocturno visitante no le complace en su
demanda?" (16).
(1'.5) Bernardo de Claraval, O. C., tomo I.
(16) Bernardo de Claraval, O. C., tomo 1, 'manUScrito 408-409.
1152
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SAN BERNARDO, ABAD DE CLARAVAL
El cisterciense vive en una continua medianoche; el amigo no
cesa de llamar a nuestras puertas, "pero ¿porqué nos pides tres pa­
nes?, ¿no Je basta uno .solo?, no, porque lleva compañía" (17)..
"Vino lleno de hambre, consumido en "la necesidad, extenuado
del ayuno, vino necesitado de hallar un amigo, pero
¡ ay de mi!,
que escogió un huésped pobre y entró en una casa .vac:a" (18).
Bernardo aquí nos dibuja claramente el alma que acude al claus­
tro; "vino de la región distantísima en donde acostumbraba a apa­
centarse con los animales inmundos y anhelaba insaciablemente los
despreciables residuos de su comida y el alma que se acerca a
casa del amigo a pedir tres panes no son para sí solo,, sino para nu­
trir sus potencias que arrancadas de· entre los animales inmundos
tienen hambre" (19) y así los tres panes por que suspira son al
decir del Santo abad de Oaraval:
-La Verdad, la Caridad y la Fortaleza.
Este pan, dirá en otro hermoso sermón, está amasado con lá­
grimas y de· él comen los cistercienses para alimentar la vida de su
espíritu: "secóse mi corazón
y aun el cuerpo también· porque me
olvidé de comer mi pan" (20).
¡ Qué hermoso pensamiento, el alma suplicando del Amigo, la
Verdad,
la Caridad y la Fortaleza! y ¿qué son estos tesoros sino el
caudal arrollador del río que sacia
la sed de los monjes, la Verdad
que llena el entendimiento, la Caridad que inflama nuestra memoria
y la Fortaleza que imprime al Cuerpo la voluntad de las obras de
Virtud?
Esta trascendencia que inspira la obra bernardina cerrará este en­
sayo, aconsejando que nuestra alma pida
al Amigü Cristo tres panes:
"para que entienda,
para que

ame
y -para que haga vuestra Volun­
tad" (21).
Este es el clamor que, día a día, los cistercienses, abandonando
el lecho a medianoche, salmodian con el Rey-Profeta David, en horas
(17) Bernardo de Claraval, O. C., tomo 1, manuscrito 408-409.
(18)
Bernarcfo de Qaraval, O. C., tomo 1, manuscrito 408-409,
(19)
Bernardo de Qaraval, o. C.,1tomo 1, manuscrito 408-409.
(20)
Bernardo de Oaraval, o. C., tomo 1, manuscrito 408-409.
(21) Bernardo de Oaraval, O. C., tomo I, manuscrito 408-409.
"
1153
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FELIO A. VILARRUBIAS
llenas de estrellas y de paz, durante las cuales las Comunidades acu­
den
al templo en busca de Dios, por entre los claustros y cipreses,
para alabarle en sus ángeles y en sus santos.
Acompañados por los tañidos de maitines y laudes los monjes
claman en sus templos: "¡Señor, bueno es estar aquí!" (22) porque
para ellos
el Señor se ha transfigurado de nuevo, en gracia de aque­
lla sentencia del monje Bernardo cuando decía en el sermón de
la
Ascensión: "Y podrán los cuerpos espirituales lo que justamente
no pueden ahora los espíritus",
y es con los _ojos de este cuerpo es­
piritual con los que los cistercienses ven transfigurado al Señor y
son sus labios, los de este cuerpo transfigurado, los que claman:
-"¡Señor, bueno es estar aquí!"- (22).
Que esta meditación de la vida monástica, vivida en los claus­
tros cistercienses, sea un aldabonazo a
la· conciencia de nuestro tiem­
po para que la conmemoración del VIII Centenario de la Canoni­ zación de San Bernardo que _este año celebra
la Iglesia, sea fuente
de santa reacción contra el "progresismo" que aflige el rostro de
nuestra Madre
la Iglesia y dé fortaleza evangelizadora ante el mundo
atomizado por el humo de Satán, celo misionero
al que nos· exhorta
el Papa, Vicario de Cristo en la tierra, para rescatar
y liberar por
los méritos de Cristo al hombre de la espantosa esclavitud del pe­ cado
y de la confusión.
(22) Mt., 17.4.
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