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Número 130

Serie XIII

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Unidad, ¿a qué precio?

UNIDAD, ¿A QUE, PRECIO?
POR
GusTAVB THIBON.
Extractos de su comunicación al IX Congreso de Lausanne.
Unidad y pluralidad.
LA UNIDAD ES LA CARACTERISTICA DE LO QUE ES
UNO, es decir, de
lo que forma un todo orgánico que cambiaría de
naruraleza si se le suprimiera alguna de sus partes. El ejemplo típico
es el cuerpo. Observaréis que si hablarnos de unidad y de pluralis­
mo, la palabra "unidad" implica automáticamente el pluralismo.
Es
precisamente la diversidad de los órganos lo que asegura la unidad,
la integridad del cuerpo, porque precisamente esta diversidad con­
verge hacia un_
fin común: la conservación, la armonía, la -expansión
y realización del cuerpo. En último término, se puede decir lo mis­
mo del conjuuto del universo, que está formado por elementos que
se completan y que se conjugan con vistas a una armonía superior:
la gravitación de los astros, la solidaridad entre los diversos reinos
de la naturaleza, mineral, vegetal y humano. Conocéis el significado
de la palabra "universo": quiere .decir a la vez, "uno" y "diverso".
En último extremo, en el extremo divino, está el misterio de la
Trinidad: Dios, Uno y Trino, en relación -subsistente.
Quisiera distinguir en primer lugar entre la diversidad, la plura­
lidad numérica
y la pluralidad cualitativa. Son muy diferentes. Res­
pecto de los granos de arena, por ejemplo, en una playa, no se pue­
de hablar
más que

de pluralidad numérica, porque su calidad es la
misma. Mientras que en Ios órganos del cuerpo hay una diversidad
cualitativa. Pues bien, esta última diversidad, esta pluralidad, es
la que nos
interesa aquí. Todo está ielativamente claro en lo que concierne a
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la naturaleza. El Cosmos, usando la palabra griega, está constituido
por un orden.
En él, la diferencia sirve a la unidad; en él, la uni­
dad engloba lo diferente. Y esto es así a
pesar de
elementos de caos,
de resistencia de la materia a la forma, como diría Aristóteles, que
subsiste en la Creación.
Pero aquí nn estarnos tratando de la naturaleza, sino del hombre
y de la sociedad. Todo se complica: de una
parte por
el dualismo de
nuestra naturaleza: somos vida y espíritu, lo cual no es muy nítido;
y, de otro lado, por la herida,
diría incluso

que por la herida infec­
tada, que ha dejado en nosotros el pecado original. Casi diría yo
que, en cierto sentido, es más grave no creer en el pecado original
que no creer en Dios; porque cuando no se cree en el pecado ori­
ginal hay muchas probabilidades que el Dios en quien se cree no
sea el verdadero Dios. Se plantean dos problemas:
-¿Cómo realizar la unidad inferior? Es decir, ¿cómo conciliar
sin abolirlos los diversos elementos constitutivos de la naturaleu hu­
mana:
carne y espíritu, imaginación y
razón~ pasión
y voluntad, y
así sucesivamente?
-Por otra parte, como la sociedad es un cuerpo, el cuerpo so­
cial -considerando esta palabra en el sentido más amplio y no en
su significado biológico--, su unidad descansa sobre la interdepen­
dencia de los elementos con vistas a un bien común; siendo así,
¿cómo respetar las diferencias sin comprometer la unidad?, ¿cómo
realizar la unidad sin sacrificar· ni renegar de las diferencias?
, No hay una solución perfecta, y la humanidad siempre ha osci­
lado
y oscila entre dos tentaciones.
La primera es la de eliminar, o al menos reducir, un buen núme­
ro de diferencias en beneficio de la unidad. Se podrían invocar: en
moral, el purismo, el rigidismo, una cierta forma· de ascetismo des­
encarnado, la estrechez, la intolerancia, todas las formas de fanatismo
y de sectarismo; en materia social }' política, los regímenes autorita­
rios e· incluso más que autoritarios, totalitarios, el dominio del Es­
tado, con el mismo molde ideológico y práctico pata todos. La China
de Mao es el ejemplo más pa:lpable de ello: un solo.evangelio pata
todo el mundo.
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UNIDAD, ¿A QUE PRECIO?
La otra tentación es la de aceptar el pluralismo reconociéndolo
como un fenómeno irreductible, sin preocupación alguna por la
uni­
dad; su ejemplo límite es: conceder una libertad. total a tildas las
opiniqnes, a todas las creencias, a todas las costumbres, estimando
que las diferencias sin convergencia hacia la unidad so11 un qien en
sí mismas. Gide decía que había que "cultivat" esas diferencias.
Esta palabra es de
largo alcance; pues al final, en semejante caso,
tenemos el caos.
Ambos fenómenos son conexos -y provocan el uno al otro. en una
escena sin fin.
Empecemos por la falsa unidad. Es lo cierro que borrar las dife­
rencias no facilita la unidad. Muy al
contrario, a

menudo los seres
que más se par~en, los más nivelados, los más reducidos a un_ común
denominador, son los que más se desconocen o aborrecen; porque
han perdido esa complementariedad que crea la armonía. La plura­
lidad puramente numérica crea las oposiciones más irreductibles. Por
ejemplo, una cierta forma de igualación entre el hombre y la mujer
-y al decir esro no proclamo la superioridad de los hombres--, una
igualdad en rodos los ámbiros que
denda a

reducir al mínimo las
diferencias entre los sexos, conduce al conflicto más agudo entre los
sexos, al que hoy se asiste, porque uno y otro se colocan, desgracia­
damente, sobre el mismo terreno. Otro ejemplo: los conflictos polí­
ticos entre regímenes dictaroriales: Hitler y Stalin, y hoy Rusia y
China; y, en la misma entraña de estos regímenes, todas _las purgas
revolucionarias y rodos los desacuerdos que existen en mayor grado
que en los otros países. Esto es tanto más cierro por cuanro esta
pseudo-unidad no se construye sobre la síntesis de las diferencias, sino sobre la reducción de la pluralidad a un sólo elemenro de esa
pluralidad. Esro es el rotalitarismo.
Pluralidad y unidad en el proceso revolucionario.
En
el fondo el proceso revolucionario es el siguiente: en un
primer tiempo, se reclama la libertad pata abolir
las constricciones; ·.
en un segundo, tiempo, se reclamaQ c9nstricciones y se_ toleran., para
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llenar el vacío cavado por su carencia; y entonces el engorro de las
leyes fabrica a su vez unas leyes más duras que las precedentes. Así
es como nacen todos los fascismos en el sentido· peyorativo de lapa­
labra, bien sean negros, pardos o rojos. En estas últimos hay una pe­
queña diferencia respecto de los otros, pues estrangulan la libertad y
la igualdad precisamente en nombre de la
libertad y

la igualdad. "No
hay libertad para los enemigos de la libertad".
En cuanto a la igual­
dad, los más ardientes defensores de ésta pueden decir siempre a sus
más ardientes seguidores:
"Yo sirvo mejor a la igualdad que tú,
luego ya no soy tu igual". A partir de ese momento, todas las· tira­
nías son posibles. Lo observamos a diario.
¿Qué pensar de un cuerpo que rechazase
la pluralidad de órga­
nos o de una pluralidad de órganos que rechazara la pertenecencia
a un ruerpo? En ambos casos se impone una prótesis.
¿Cómo concebir el verdadero pluralismo bajo esta luz? ¿Cómo
alcanzar el pluralismo que eoriquece y alimenta
la unidad? Creo que
hay que referirse a los criterios inmutables de lo verdadero, de lo
bello y del bien. La diversidad es buena y deseable en la medida en
que contribuye a
la expansión del espirim y del alma, en cuanto
ofrece a cada uno una gama de recursos en los que pueda encontrar
alimento para su genio personal y para la plena realización de su
destino. Diversidad de hábitos, de cosmmbres, de lenguas y tradi­
ciones, de las escuelas literarias y artísticas. En el seno de la religión,
diversidad de las escuelas de espirimalidad. En resumen, es buena toda diversidad que integra o, dicho de
otra manera, que da lugar a unas relaciones fecundas, a unos inter­
cambios positivos;
y, por lo mismo, es mala toda diversidad que
descompone. Es bueno el pluralismo de la salud. Entre los hombres
sanos hay temperamentos diferentes, regímenes diferentes.
Es malo,
en cambio, el pluralismo de la enfermedad.
Hoy en día, por una curiosa paradoja, se exalta el pluralismo,
,siendo ésta una época en que se asiste a la agonía de las verdaderas
diferencias entre los hombres, a la agonía de los particularismos más
sanos referentes a lenguas, costumbres,-tradiciones, hábitos, oficios.
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UNIDAD, ¿A QUE PRECIO?
En una época en que los hombres cada vez se hallan más sometidos
a una educación standard, a los poderes de la información, a las mo­
das tiránicas
y niveladoras que les hacei:i - perder cada vez: más su
identidad, en un proceso de masificación universal. Hay que reco­
nocer que es un hecho que los hombres
así maniobrados,

manipuía­
dos
y manoseados, tienden a agruparse cada vez más y a comple­
tarse cada vez menos. Ejemplo: la esterilidad de las conversaciones,
en las que cada uno repite lo que millones de sus semejantes acaban
de aprender por los
"mass-media". Mientras, en

realidad, la palabra
chispeante viene del hombre con chispa, que no es
standard, que no
se
fabrfra de

una vez para todas.
Finalmente, como se suele decir, los hombres a fuerza de agrupar­
se, acaban por no conocerse más. Y precisamente en esta é~ca que
tiende a eliminar el pluralismo en lo
. que
es conforme oon la vida
y
la naturaleza, es cuando se aprueban y se animan en nombre también
del pluralismo, las aberraciones en contradicción con las leyes natura­ les
y los principios de la vida en sociedad. Esto es al mismo tiempo
divertido
y siniestro. Pronto tendremos el derecho al aborto, pero
cada vez tenemos menos derecho a educar a nuestros hijos a nuestro
gusto;
la familia está pasada de moda. Lo mismo sucede con la ini­
ciativa privada, con las comunidades naturales,
COn todo

lo que crea
la riqueza
y la diversidad fecundante de una nación. Esto desaparece.
Esto pierde su derecho. Y al mismo tiempo se proclama
el derecho
para todo cuanto deshace la armonía del individuo
y de la ciudad.
Podtía citaros
otros ej'ernplos: la

libertad sexual, la luz verde conce­
dida a la homosexualidad, a la pornografía
y a todas las formas de
subversión
y de desorden. Se llegará a proscribir al hombre que no
piensa como un rebaño
y a tener una piedad sin lÍmites por el de~
generado y el criminal. No es que yo se la tenga guardada a estos úl­
timos; bien sé que forman parte del Cuerpo Místico de Cristo. Bien
sé que hay que inclinarse hacia ellos. Pero en fin, no se sabe po_r qué
aberración, que no es más que una interpretación naturalista del
Evangelio, se puede llegar
casi ontológicamente

a preferirles a las
gentes
honradas. Con

todo lo que se oye hablar del cromosoma suple­
mentario, que yo no
sé en qué grado es cierto, se llega a compadecer
mucho más a un criminal que a cien -mil niños asesinados en masa
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antes de su nacimiento. Hay casos en que en esto .se ha llegado a
algo demasiado lejos.
Se rechazan, a la vez, la verdadera unidad y el sano pluralismo.
Se oscila entre la uniformidad y el .caos, de cuya confusión nace su
síntesis, en la medida en que se puede hablar de síntesis en el caos,
pues no hay nada que se parezca menos a un auténtico pluralismo
que la aberración.
.........................................................
¿ Cuál debe ser la actitud del cristiano ante este estado de
cos-as?
En primer lugar, creo deseable que se favorezca el pluralismo en
lo que tiene de sano
y, ante todo, que lo favorezca cada cual en uno
mismo: asumiendo y disciplinando y siguiendo una severa jerarquía de
valores, -las diversas facultades, las diversas tendencias que están en
nosotros. Como la unidad perfecta no es posible aquí abajo, ello im­
plica sacrificios, a veces sacrificios de ciertas partes inferiores nuestras .
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
El ideal es poner al servicio de la unidad rodas las facultades que
están en nosotros; pero si bien esa unidad implica sacrificio, en cam­
bio no implica mutilación. Cada uno debe conocer cuál es su propia
capacidad (pues esro no se puede saber desde fuera), cuál es el plu­
ralismo compatible con su unidad. Porque, al fin y al cabo, no se
puede abarcarlo todo. Hay que escoger. Y todo depende, naturalmen­te, de las capacidades de cada personalidad .
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Por lo tanto,· hay que discernir bien en cada uno de nosotros qué
pluralidad podemos asumir sin peligro de dispersión y de estallido.
Porque para trabajar eficazmente en la unidad de la Ciudad
es pre­
ciso tener unidad interior. Simone Weil decía genialmente: "Si nues­
tra época ha destruido las jerarquías interiores, ¿cómo dejará sub­
sistir las jerarquías sociales, que no son más que una imagen grosera
de las primeras? Tenemos que luchar a favor de la verdadera diver­
sidad, particularmente a favor de un
clima en el que puedan subsis-
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UNIDAD, ¿A QUE PRECIO?
tir las comunidades básicas, los grupos elementales, las libertades
asociadas a las responsabilidades.
Libertad
y responsabilidad son dos nociones absolutamente co­
rrelativas. El mal pluralismo quiere ser libre sin ser responsable.
Cuántas veces se
reclama una
libertad mientras se olvida la corres­
pondiente responsabilidad. Podría citaros mil ejemplos: el caso del
parrón
perfectamente liberal

en
las horas de prosperidad e inclinado
al
dirigismo, para

buscar la ayuda del Estado, en las horas de crisis;
el
ca.so del

obrero que quiere hacer huelgas infinitas y al mismo
tiem­
·po estar
mejor

pagado; el caso de la chica que reivindica la libertad
sexual y al mismo tiempo repudia todas las consecuencias de esa Ii.
berrad. Pero, las dos nociones de libertad y de responsabilidad son correlativas.
La responsabilidad es una función del bien común y es
el contrapeso de la libertad. He ahí el pluralismo que debemos
de­
fender.
Pero

ante el otro pluralismo, el del desorden y el del
mal, el pro­
blema

se hace infinitamente
más complicado. En primer lugar se
puede decir que, en realidad.,_ en cada error, en cada mal, hay un bien
mutilado y mal comprendido. Ciertamente, hay que luchar contra
el
mal. Tampoco es malo, sobre todo en el orden del apostolado, se­
parar el núclfu de bien que hay en el mal y servirse de él, sin con·
cesiones ni compromisos para irluminar a las · víctimas del mal. En
otras palabras, si como dice Chesterton: "Todas las locuras del mun­
do moderno son verdades cristianas que se han vuelto locas": se trata
de volver a poner en su órbita esas verdades que se han vuelto locas.
A los materialistas se les podría mostrar la importancia de la causa­
lidad material, que es muy grande en Aristóteles y en la filosofía to­
mista, y :mostrarles igualmente sus límites. A .las víctimas del erotismo
se les puede concedei que el sexo es una realidad extraordinariamen­
te importante, pero al mismo tiempo debe advertírseles de que re­
sulta perfectamente insignificante ruando uno se entrega al mismo.
Al ateo estaría bien hablarle de la teología negativa y mostrarle que,
precisamente, en el nivel en que él niega a Dios, es donde Dios
no está.
Me complace decir que
me siento

decididamente contrario
al co-
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munismo y en favor dé la comunidad; contra el socialismo y a favor
de lo social; contra el liberalismo y a favor de la libertad; contra el
capitalismo o contra un cierto capitalismo y en-favor de la propie­
dad;
contra el erotismo y a favor del amor. Dicho en otras palabras,
delante de cada ídolo debemos intentar desgajar
y salvar la realidad
que el ídolo parece
aplastar con

un peso absolutamente falso .
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
CULTURA Y REVOLUCION:
( Actas del Congreso de Lausanne 19(1),)
LOS ITINERARIOS CULTURALES DE LA REVOLUCION,
por Louis Daujarques.
LAS TRES REVOLUCIONES, por Mercel Clément.
LOS VALORES PERMANENTES DE LA CULTURA, por
Gust_ave Thibon.
NUESTRO COMBATE CULTURAL, por fean Otmet.
80 páginas. 67 pesetas.
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