Volver
  • Índice

El futuro de la libertad

EL FUTURO DE LA LIBERTAD
POR
EsTANISLAO CANTERO
Ha<:e algunos siglos, en la época en que Europa, a pesar de su
diversidad de pueblos, formaba una unidad que era la Cristiandad
medieval, existía la libertad. Ininteligible, casi con toda seguridad, para quien tenga
de la li­
bertad el concepto que forjó el liberalismo. No se pensaba, entonces,
ni se concebía siquiera, que no hubiera límites aJ ejercicio de la
libertad (para lo que habrá que llegar al siglo xvn y especialmente
al
XVIII), puesto que como algo concreto, tangible, con un objeto
determinado, tenía sus propios límites, determinados, precisamente,
por la naturaleza del objeto de la libertad. Pero, gracias a ello, había,
realmente, libertad. El ejercicio real
y efectivo de la libertad y la garantia de ésta
era doble: Por una parte, el principe,
el rey, estaba sujeto a las leyes y
costumbres del reino, y cuando dejaba de cumplirlas se convertía en
tirano. Ya en su tiempo, San Isidoro, recogiendo este· principio,
escribía: <<.R.ex eris si recte facias, si non facias non eris», principioo
que tarobién recogen los cuerpos legales y que Santo Tomás expre­
só así: «Regnum non eJt pro,pter regi!m, sed re'X propter regnum>>.
Esta sujeción a las leyes y costumbres del reino, por las cuales
las
libertades concretas estaban garantizadas
frente al abuso o a la
arbitrariedad .del monarca, se basaba, además, en el reconocimiento y
acatamiento de la Ley de Dios y de su voluntad. La expresión «por
la
gracia de
Dios» no

era un mero formulismo; era una realidad
que garantizaba que no se convertiría en tirano y que su actuación
quedaría ,limitada en el ejercicio del poder por ese reconocimiento
debido

a Dios,
en cuanto que

por El
y en nombre de El se éjercía
799
Fundaci\363n Speiro

EST ANISLAO CANTERO
el poder. :Umitación al ejercicio del poder, que e,clstió y fue reali­
zada por las leyes y costumbres del reino y por ser rey ,«¡por la
gracia de Dios».
Por

otra parte, juuto a esa limitación de la
actuación del
poder, que
además de garantizar la

libertad
garantizaba el
recto uso del poder,
existía
toda una organización social, que desde la misma sociedad,
era la máxima garantía de la libertad, más importante aún que la
anterior limitación.
Las libertades ron.cJJetas de pueblos y ciudades eran una verdadera
barrera para impedir que, de modo arbitrario o abusivo, el poder del
gobernante se

injiriese en aquellos otros poderes
y facultades perte­
necientes al cuerpo social
y fruto del recto uso de la libertad del
mismo. El rey se comprometía a no traspasar esa libertad adquirida,
fruto de la organización
y vida natoral de los hombres agrupados en
comunidades naturales, que
nacían de
su
quehacer diario
y de su
vida comunitaria, lo ·que
permitía la aparición de nuevas liber­
tades, el progreso
y el desarrollo del hombre a través de las co­
munidades en las que participaba, en armonía y cooperación.
Además, existía el convencimiento, y por eso se acataba, de
que el poder venía de Dios e iba al gobernante que lo ejercía
«por la
gracia de Dios». Existía la convicción en el hombre y en
la sociedad de que era así y se acataba naturalmente. La garantía de
la libertad, de las libertades concretas (y no de
una libertad
abstracta para

cuyo triunfo hay que esperar a
la Revo­
lución francesa) era
conseguida, por

arriba, por
la existencia y re­
conocimiento de

ello, de unas leyes que ni el mismo rey podía dejar
de cumplir;
por aba jo, por la organización social.
Sin embargo, tal estado de cosas fue roto. El
resquebrajamiento
se inicia
con

Ockam. Al negar la existencia de un orden natural
cognoscible, el voluntarismo provocó el que con la aparición de
los
monarcas

absolutos ( aunque
menos absolutos
que los Estados ac­
tnales), al
convertir su

voluntad en ley, con independencia
de su
concordancia

con aquellas leyes y costumbres del pals, que no po­
día alterar de modo uuilateral. Lo que acarreó, como señaló Toc­
queville, la

paulatina muerte de lo que hoy denominamos
cuerpos
intermedios

que eran fruto de la
organización social
natural,
y que
800
Fundaci\363n Speiro

EL FUTURO DE LA UBERT AD
ejercían, en frase de Donoso Cortés, «una resistencia material en
una jerarquía organizada»

a las extralimitaciones del poder; hasta
llegar, con la Revolución francesa, al imperio absoluto de la «ley»
positiva,
sujeta,

eso sí,
a los

bandazos de
la «voluntad general» so­
bre
la cual no existe ninguna otra a la que renga que someterse y
cuyo artífice no es otro que el Estado.
Pero la garantía de la libertad y la limitación a la actuación del
poder
y al ejercicio mismo de la libertad, que hasta entonces se ha­
llaban circunscritos a su recto uso, fallaron en el mismo cuerpo so­
cial. La garantía de la libertad se pierde, no sólo, porque el ejercicio
de

la libertad, plasmado en las libertades concretas, queda herido
de muerte
por Ja falta de esas barreras a1 ejerdicio del poder (ba­
rreras que estaban formadas por los cuerpos sociales que constituían
la
comunidad), sino también porque al pretender, en una apra:iación
individualista y subjetivo de la libertad, que el uso de ésta no ten­
ga límites, acaba desapareciendo la misma libertad. Esta pretensión •bstracta
y utópica de la existencia de los dere­
chos subjetivos de forma ilimitada, sin hacerse realidad en logros
comunitarios, como son las libertades concretas, unido al a.crecetl­
tamiento del poder político, encarnado en la voluntad del Estado,
ha ido a
parar, por
el hecho mismo de este aumento de poder
y
por la reglamentación de esos derechos subjetivos por el Estado,
en la ausencia de toda garantía de la libertad
del hombre.
Y

observemos nuevamente que es la ruptura iniciada con Oc­
kam, la

que ha dado lugar, en sucesivas etapas
y desarrollos, hasta
llegar a nuestros días, tanto a que el poder político no admita ni
la
barrera del orden social natural -los cuerpos intermedios- ni la
barrera de unas leyes superiores, sagradas e in:violables, creación
de la inteligencia de Dios ; como a que el hombre, despojado de sus
raíces sociales
en las
que hundía
sus pies y se alzaba desde el suelo
de la realidad terrena hacia Dios, como bellamente ha señalado
Mar­
ce!

de Corte, no admita, tampoco, ni las barreras de unas libertades
delimitadas
po,r su

propio objeto,
ni las barreras del cumplimiento
de los mandatos de
Dios.
Así, al no haber ya barreras, que no ha.cían más. que servir de
cauce a la actuación de los hombres para que éstos no se perdieran
801
Fundaci\363n Speiro

EST ANISLAO CANTERO
por caminos errados, o tratasen de uazar otros que habrían de extra­
viarles al perder el norte, el sentido, la razón de la existencia, ine­
vitablemente tenía que producirse el desastre: la ruptura del orden
social, que por
creer que
de
ese modo se ha.cía el

hombre
más li­
bre, al faltarle esos
muros de contención, ha procvocado la

paulatina
desaparición de la libertad, a medida que
el hombre se ha ido «li­
berando» de todas sus raíces. En efecto, esa ruptura del orden social en su doble aspecto, es
decir, tanto en
lo que se refiera al poder político (Estado todo­
poderoso) como a la
organización social
(la disgregación social y
la masificación), ha ido a
parar en

dos exprexioues modernas, que
si
parecen radicalmente

opuestas, coinciden en el fundamento ani­
quilador de la libertad : El totalitarismo marxista
y la democracia
moderna, o totalitarismo democrático.
El totalitarismo marxista, el marxismo, no deja más libertad
que aquella que en cada momento indica obligatoria y coactiva­
mente el tirano. La dependencia del hombre respecto a él es abso­
luta: económica,
palítica, civil,
intelectnal ... Toda libertad queda eli­
minada puesto que
a! consistir ésta 'en que cada hombre puede ejer­
cer
su voluntad siguiendo al imperio de la razón, en el marxismo
es la voluntad del Estado la que marca absolutamente la pauta.
Las fugas de estos países,
los telones

de acero, las deportaciones
y
depuraciones, la persecución a los disidentes, los procesos a los in­telectuales, son,
entre otros,
algunos ejemplos de ello.
Frente a él se
nos presenta

la democracia moderna. ¿Es ésta
garantía
de la libertad?
Teóricamente

la democracia moderna está doblemente limitada
en
fo que se refiere al ejercicio del poder político. Por una parte,
el Estado
se sujeta
a unas leyes
superio participa en la politica.
Sin erobargo, ¿no
será una ficción esta doble limitación?
Ocupémonos, eo primer lugar, de la participación política de los
ciudadanos. La participación política en una
democracia moderna,

como se­
ñala V allet de
Goytisofo, consiste

en «el ejercicio del derecho a
votar en sufragio universal
y, mediaote el mismo a elegir los gober-
802
Fundaci\363n Speiro

EL FUTURO DE LA UBERT AD
nates o a decidir por referendum», y en «el derecho a formar parte de partidos o asociaciones políticas», siendo esos «los modos
insoo­
layables

e insustituibles de participar
políticamenre». Pero
se pre­
gunta «¿Se participa de ese modo
realmeote? ¿No

existen
otras ma­
neras
de participar

políticamente más verdaderas, más reales y más
eficaces?».
Su

respuesta es concluyente. Tal participación no existe, pues­
to que la opinión
publica es

formada externamente a la voluntad
del supuesto participante. Por otra parte, su participación
es momentánea

y pasajera. No
existen vínculos de unión en los partidos políticos, pues están so­
metidos a la antoridad de sus jefes, que «prometeo» un programa,
quedaodo la participación del pueblo reducida
a afiliarse
o no a
tal o cual partido,
sin posibilidad de

que el partido le garantice,
no ya lo que él quisiera ( en el supuesto de que su voluotad no fuera formada desde el exterior), pero ni siquiera
puede garantizarle

el
mismo programa prometido,
respe,::to al

cual, por otra parte, su
generalidad no permite que antes de subir al poder se sepa cuál
será su actuación.
La única verdadera participación política es la que se efectúa
a través de los cuerpos
intermedioo, donde, como nos
dice Vallet de
Goytisolo,
«sus decisiones están

fundadas en el conocimiento de la
realidad, donde es verdaderamente responsable, y donde pueden ser
protegidas sus libertades ... de quienes dominan las palancas de mao­ do del Estado, desde dentro
o desde

fuera de él».
Este conocimieoto de la realidad no existe eo
una democracia
moderna,

donde la masificación lo impide, y doode, además, el
mismo sistema. de la democracia moderna, lo rechaza.
La democracia moderna, con su supuesta participación política,
no le pide al hombre que se manifieste sobre lo concreto
y cono­
cido, sino
sobre abstracciones

y generalidades, y rechaza la opinión
acerca de la realidad que sea verdaderamente cualificada,
subsu­
miéndola y equiparándola al descooocimiento de la opinión ma­
yoritaria.
Desprecia la
calidad ante la cantidad, como señalaba hace
más de
medio siglo,

el verbo
encendido y fecundo de Vázquez de
Mella.
803
Fundaci\363n Speiro

EST ÁNISLAO C,iNTERO
¿Qué conocimiento de la realidad hay en este hombre masifi­
cado

de
la democracia

moderna?
El hombre
de hoy carece de puntos de referencia para valorar
y enjuiciar a persona1s que aspiran a goberoax, a las cuaies no co­
noce más que por la imagen que le presentan las propagaudas. Co­
mo ha de manifestarse sobre lo general y abstraeto, no sobre pro­
blemas
concretos .respecto

a los
cuales es competente, pues tal es
el sistema democrático, como ha de saber de todo, su desconoci­
miento es
suplido por la información
que le suministran los medios
!llilSÍvos de comunicación. Información parcial e interesada, cuando
no falsa y tendenciosa, que no forma, sino que es, en expresión de
Marce! de Corte, una información deformante.
La responsahilida crático, en lo que se refiere a la participación política, se reduce
al ejercicio de su voto y a la afiliación a un partido. Respecto a lo
primero, es una responsabilidad tan diluida que resulta inexistente.
Además, si falta ,el conocimiento real, no puede haber responsabi­
lidad. En cualquier caso,, -sus efectos se reducen a que salga o no
elegido tal o cual candidato, o a que se apruebe o no determinad-a
consulta, lo que respocro a cada uno de quienes emiten su voto no
cabe una responsabilidad menor.
Respecto a la afiliación a un partido, en lo que afecta a la línea
de conducta que

sigue
tal partido, su

responsabilidad es
ínfima,
despreciable. Desconoce la org¡,.nización
interna

y las
directrices del
partido

a
alto nivel, que actuará con independecia de su afiliado.
El hombre, con el sistema de los partidos, no participa en
la
política más que como un número más que se limita a "apuntarse".
Lo que queda puesto de relieve por los vaivenes de los votos según
la presión de los
"mass-media"', por la mala política del partido en
el poder, por
la cantidad de electores que no se adscriben a ningún
partido,
y por la atracción que encuentran los programas más de­
magógicos, consecuencia
de

la falta de conocimiento del hombre
masificado.
Respecto a
la protección de -sus libertades, no existe ninguna
garantía. Su intervención concluye Con la emisión de su voto. Si
votó otra cosa, o
creyó votar

otra cosa, sólo
podrá volver a interve-
804
Fundaci\363n Speiro

EL FUTURO DE LA LIBERTAD
nir en la siguiente votación, siendo, de nuevo, una parte insignifi­
cante entre millones de partes también insignificantes individual­
mente consideradas, que es como considera a las personas la demo­
cracia m Los partidos, por otra parte, garantizarán, como mucho, las li­
bertades de sus afiliados, pero no las de los otros, soboe todo cuando
existen programas
de partidos totalmente opuestos; y eso en el me­
jor de
los casos, pues el partido lo que bnsca es alcanzar el poder,
mantenerse en el mismo e im¡x>n:er, desde él, sus convicciones. La
noción de bien común desaparece, no tiene cabida en el sistema de
la democracia moderna.
Los medios masivos de comunicación son, sin duda, los que
forman la llamada opinión pública. Decir que quienes los mane­
jan obedecen a los intereses del resto de la población, que es el
objeto sobre el que actúan, al que han de cambiar, es insostenible.
Obedecen a

la ideología de sus
propietarios o de quienes han ad­
quirido en ellos una posición de fuerza.
La participación política, por consiguiente, en la democracia
moderna, es pura ficción. Al no existir, no puede garantizar las li­
berrades de

los hombres.
¿
Las garan"izará el Estado con su autolimitación?
Pero la
auto!imitación depende de la

propia
voiluntad del Es­
~.
lo que es

obvio, no
constituye garantía
de
ninguna clase.
Esta autolimitación, por otra parte, viene dada por unas leyes
que no reconocen l.i existencia de unas leyes inmutables, por en­
cima de las Constituciones, que no es posible transgredir. Por con.si­
gmente,
tampoco constituye ninguna garantía de la libertad, puesto
que la voluntad humana -son los propios partidarios de la democra­
cia moderna quienes lo dicen- puede modificar todas las leyes.
Además, el

poder del Estado
aumenm sin cesar, ampliando el
ámbito

de su actuación. ¿Será para
garantizar las
libertades
con­
cre~
de los hombres y de los cuerpos intermedios? Rara garantía,
que para salvaguardarlas, empieza por suprimidas, haciéndolas re­
troceder y desaparecer paulatinamente ante el creciente poder es­
mml.
805
Fundaci\363n Speiro

EST ANISLAO CANTERO
Por lo que se ve, el futuro de la libertad, es. triste decirlo, pero
es comprobar un hecho, está abocado a su d,es,.parición.
El

hombre
moderno, carente
de reflexión y
conocimiento, eli­
minada su responsabilidad, esclavizada 'su voluntad al ser formada
desde fuera, renunciando a
la facultad intelectiva, que adormece
con los cantos de sirma que le suministran por medio de los "mass­
media", especialmente la televisión, incrementándose el poder del
Estado sin cesar, dejando que este se meta en su casa a través de la
pantalla
del televisor, para decirle lo que tiene que hacer en cada
situación,
con la unión

del poder político
y del poder culrural, con
la
unión de

aquél con
el poder económico, al ser adsorbidos los úl­
timos por el primero, el hombre dejará de ser libre.
La única solucióu está en la vuelta atrás, como dijo Chesterton.
Perdido el camino no hay que perderse en tantea< nuevos caminos,
ni en creer que. no hay camino, y que éste se ha.ce al andar, sino en
vol-a la encrucijada donde se erró la ruta, al cruce de caminos
que se originó con Ockam, como ha observado Michel Villey y Va­
llet de Goytisolo
recuerda sin

cesar.
La
garantía de la libertad, de su ejetdcio recto y del control del
poder del Estado,
,está en esa doble limitación antaño existente pese
a todas sus imperfecciones. En la organizadn social natural, en los
cuerpos auténticos, no mediatizados por el Estado,
y en el reconoci­
miento
por el poder político y por la sociedad, de unas leyes y unas
normas que no se pueden traspasar, porque son leyes narurales,
creadas por Dios. Y para ello, nada mejor para podei,lo conseguir
que una conversión de nuestros. corazones, por la que adoremos a Dios
Nuestro Señor
y cumplamos sus mandamientos.
806
Fundaci\363n Speiro