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La revolución en el lenguaje político

LA REVOLUClON EN E'L LENGUAJE POIJTICO
POR
JUAN ANTONIO Wmow
Catedrático de Filosofía del Derecho
de la Universidad Católica de Valparaíso
En nuestros tiempos ocurre algo que no oonocieron bajo ningún
aspect<> los

antiguos:
el intento de detenninar el sentido concreto de
la
vida humana de acuerdo a

ideología•.
Un sistema ideológioo no debe su
interna coherencia a las con­
diciones reales

de la
socied,id a la cual se impone: es producto de
factotes ,jenos y anteriores a ellas. Es la rociedad la que, mediante
procesos revolucionarios, debe encamar en sí esas formas .que de,.
finen_
su naturaleza y su destino. Así, no es extraño que 1ós aconte~
cimientos políticos -de nuestro ~empo puedan ser aplicados, 6tsi
todos, como diversos momentos de la acción de sometimiento de una
sociedad a 1os moldes ideológicos,· o del proceso oont:ratio, de re­
chazo má.s o menos violento de esos moldes ,por una comunidad hu­
mana que llega, con
respect<> a
ello¡,
• un
nivel
de saturación. La
permanencia o garantía de continuidad, principal requisito de legi­
timidad en los regímenes antiguos,
hoy no existe (sailvo en el régi­
men soviético), siendo su inestabilidad una de las características más
notorias de las instituciones políticas contemporáneas.
Las causas de la estabilidad de un régimen, como aquellas de
las que dependía su justicia, eran objeto de consideración revereri­
cial, a través de sus signos sensrbles, para gobernantes y gobernados.
Estaban dii:ectamente unidas

al
orden de

lo
sagrarlo -como lo ha
expuesto admirablemente Fuste! de Coulang~, orden de aquello
que

no está sometido a la elección de los hombres. Hoy
la ingenie­
ría .ocia!
lo abarca .todo, las instituciones y la vida común son es­
tructuradas a -¡,,iori y la sociedad concreta es .objeto de una plani,
ficadón

que
nunca deja
de renovarse. A
pesar. de que los criterios
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prácticos de este régimen moderno corresponden a los del conoci­
miento poiético, no se ,encuentra en ellos el elemento reconocido _por
Aristóteles como esenci~l a este tipo de hábito intelectual: la inten­
ción
de fa obra terminada, del ergon tea! que es su objeto. Es la uto­
pía lo que
aparece como meta. No
la
Utopía de Tomás Moro,
la
imagen de una sociedad irreal como medio para criticar, por la ana·
logia y el contraste, los defectos de la sociedad real; es el término
imaginario de una· línea infinita, es la forma esencialmente futura
de un presenre sometido a1 cambio siempre renovado.
No es posible, por consiguiente, encontrar univocidad en los
términos con que se quieren significar las formas políticas contem­
poráneas y las antiguas (se trata de una antigüedad que, bajo mudhos
aspectos, llega prácticamente
h~ta 1789).
Ni siquiera se va a
hallar
una

cierta
pro,porcionruidad constant,e que

permita una relación ana­
lógica. Son dos mundos cuya
expresión respectiva

sólo
conserva el
vínculo fantasmal

de un lenguaje que
ha cambiado,
en
el paso de
uno
"1 otro, su significado y su modo de significar. No es ónica­
mente, en efecto, la expresión de la teoría política: lo que está afec­
tado por este equívoco, sino también el lenguaje como signo del
conocimiento político práctico, como· medio de comunicación de la
norma que debe determinar concretamente la vida colectiva. De
este doble equívoco, que distorsiona tan profundamente el conoci­
miento de
fa hlstoria del pensamiento político y el juicio sobre la
realidad social contemporánea, me ocuparé brevemente aquí.
Tomaré, como hilo conductor, un término que ha tenido amplio
uso en todas las épocas, y cuyo sentido moderno -piedra angular
en el lenguaje político de nuestros días-----ha querido ser remitido,
reireradam~te, a las fuentes clásicas: la p.ala!bra democracia. Es ver­
dad que en ningón momento de su historia ha gozado de un sentido
perfectamente unívoco, pero entre fo que 'hoy se entiende por ella
y lo que entendían los clásicos ha desaparecido rcxla relación sig­
nificativa
esencial.
En. lA Rep'11blica, Platón divide los regímenes en cinco: el · pri­
mero, que· puede tener forma monárquica o a'!istocráti-ca, es el régi­
men
bueno, y ios ,restantes son fas sucesivas formas de degradación
de aquél, que son, .en este orden, la timocracia, [a oligarquía, la de-
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LA REVOLUCION EN EL LENGUAJE POUTICO
mocracia y la tiranía. A cada uno corresponde un tipo de hombre:
así
como a la timocracia corresponde el guerrero, a la democracia se
asimila
el libertino, el que se conduce guiado por las pasiones li­
beradas de la nonna de la
razón. En el proceso de descomposici6n
del orden
polítiro, la

democracia es
el régimen que lleva directa­
mente a 1a tiranía, pues cuando "Jos gobernantes parecen goberna­
dos, y los gobernados parecen gobernantes'', el pueblo busca, como
reacción, un protector, el cual, al acumular todo el poder, necesita
acrecenrarlo cada vez más pata· defenderse y guardarse de sus posi­
bles enemigos (1).
En El,políticr>, Platón simplifica esta clasificación:
los regímenes son tres -monarquía, aristocracia y democracia-,
correspondiendo a cada wio dos especies, según si se da en ellos o no
la ciencia del gobierno de los hombres. A la monarquía se opone
la tiranía, a la aristocracia la oligarquía, y las dos especies-contra­
rias de la democracia conservan este mismo nombre (2).
Semejante a esta clasificación es la de Aristóteles, qui,en en prin ..
cipio

reserva,
no obstante, el

-nombre
democracia a la forma corrom­
pida dell gobiemo de la multitud, dando a su forma recta el nombre
que en general
designa el orden político, poütéia -traducido casi
siempre como repúblicd-(3 ). Tomás de Aquino sigue en esto a
Aristóteles, reéonocido el sentido originalmente peyorativo de la
palabra: "Si el régimen inicuo -dice en De Regimine P,mci,pum-­
es ejercido por muchos, se le llama democracia, que es el gobierno
del
pueblo, el cual se da cuando el pueblo de los plebeyos, por la
fuerza de la
mukitud, oprime
a los
ricos; y de este modo el pueblo
todo será como un tirano" (4). Esta división tripartita de los regí­
menes, con la subdivisión de cada ·uno en sus especies buena y mala,
es conservada, con variantes menores-, por muchos otros autores. Es
constante también, después de Tomás, el uso inclistinto de la pala­
bra
demooruck para significar las dos especies del régimen de la
multitud, por lo cual se perdi6 de hecho su sencido original.
(1) Repúblira, VIII, 555b-564a,
(2) El Polítiw, 29ld-293d.
(

3)
Politica, III, 7.
(4) De Regimine Princifr!Jm, ·I, 2 (747).
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JUAN ANTONIO WIDOW
A estos dos significados - de
la multitud o, simplemente, como gobierno del pueblo, sin es­
pecificación- se
agrega, en
un
te,cto muchas veces citadc¡ y no
tantas bien interpretado de Tomás de Aquino (5 ), un
rercero. De­
mocracia sigrufica allí no el gobierho, bueno o malo, de la multitud,
sino participación del pueblo en la ordenación politica. En el lla,
mado régimen mixto, su especie es monárquica} pero hay además
elementos propios de la aristocracia, pues el rey gobierna con la
colaboración de príncipes o magistrados, y de la democracia, pues
estos
príncipes o
magistrados son ekgidos por

el pueblo
y pueden ser
elegidos entre el pueblo.
A pesar de este incipiente equívoco que se encuentra desde lo~
comienzos de su historia, el uso del nombre demacrada entre los
clásicos
supone una

serie de conceptos que
no se

ven afectados
por
esta polivalencia significativa. La pad.abra se mantiene dentro de
un marco que impide la ambigüedad, pues la democracia clásica
es siempre,
y solamente, un modo particular que puede adoptar el
régimen político;

es una
forma de gobierno, o
de partid pación,
que, como cualquiera otra, debe ser juzgada en . defiinitiva según
sus resultados prácticos. Presupone la naturale.za de lo que debe
ser gobernado, presupone por
fo mismo la finalidad del gobierno,
y sólo introduce variación en el modo de alcanzar 1esa finalidad, es
decir, en el modo de realizar en la práctica un orden cuya naturaleza
no está definida por ella
y que constituirá, así, la pauta para juzgarla.
Aun cuando
en el significado moderno de democr,.cia persista
la referencia a la multitud o al pueblo como sujeto de la potestad
polícica, los supuestos de esta significación son completamente di­
versos, pues comprenden una determinada concepción de la sociedad
humana, lo cual, a su vez, ~mplica una determinada concepción antro­
pológica. A la democracia, en su versión moderna, se la suele pre­
sentar, por esto, como el único régimen político verdaderamente
humano: lo que para los antiguos designaba un modo posible, y no
el mejor, de
gobernarse la polis, ahora significa la esencia misma de
la
vida
polícica. Si

no
hay democracia, no hay ciudadanos; antes,
(5) Summa Theologiae, 1-11, q. 105, a 1 in. c.
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LA REVOLUCION EN EL LENGUAJE POUTICO
fuera de la civitas estaba la · baxbarie; hoy, fuera de la democracia
es el
llanto y el crugir de dientes. "'Todo gobierno legitimo, dice
Rousseau, es republicano" (6); "con la democracia, agreg)I Maritain,
ha iniciado la humanidad el

único
OlmÍno auténtico, o sea el de la
racionalización moral de la
wda poHtica" (7). Esta perspectiva com­
pletamente
nueva
· encuentra también una

expresión
elata en
uno
de los
escritos tempranos

de
Marx: "En

un sentido
- de­
mocracia es a

todas
las otras formas del Estado lo que el criscianis­
mo es a todas las otras religiones. El cristianismo es la religión
por excelencia, la esencia de la religión, el hombre deificado como
una religión particular. Así, la democracia es la esencia de toda cons­
titución de Estado, el hombre socializado como conscitución del
Estado particular; es a todas las constituciones h que el género
es
a la especie" (8).
La inscripción en el orden de lo sagrado de las causas más altas
e inmutl,l:,Jes del

orden
político era, como hemos visto, algo arac­
terístico de las

actitudes
y concepciones de los antiguos, referentes
·a
la realidad sooiaJ. Los hombres, prura vivir según un derecho co­
mún,
debían necesariameote
profesar l misma religión.

Más aún,
el culto a los dioses
y la sujeción a la ley 2iv;I no eran dimensiones
diversas de
la

vida humana,
pues l1a obediencia a la ley tenía ca­
rácter
religioro, y los dioses lo eran de la dudad (9). Aquellos que
úu,rodudan un

nuevo concepto
de la divinidad eran perseguidos,
pero

no
por motivos estrictament!e religiosos, sino por ser reos del
delito
político de impiedad, por
el cual atentaban dfoectamente contra
la causa más honda -la que penetra en la conciencia die los du­
da~ de la unidad socia1 Estta convicción fundamental sobre
las

orden
po:Jítioo no varió en Grecia y en Roma
(6) Du Contrat Social, Uniion Générale d'Editions, París, 1963, pág. 83.
(7) El hombre y el Estado, versión española n. n., Ed. del Pacifico, San.
tiago, 1974, pág. 91.
(8) «Kritik des Hegelschen Staanirecbt», en Die Priihschriften, KrOner,
Stuttgart, 1968, pág. 47 (subrayado en el origiruú),
(9) Vid. Numa Dionisia Fuste! de Coulanges: La ciudad _antigua, ver·
sión española de

Carlos A.
Martín, Ed.

Iberia, Barcelona,
1965, libro III, ca­
pítulo 11.
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JUAN ANTONIO WIDOW
ail cambiar los regímenes;. por esto, los magistrados, en las constitu­
ciones republicanas, conservaron 1as funciones .y prerrogativas sacer­
dotoles que antes habían pertenecido a los reyes.
1a· cdsis de las antiguas. religiones coincidió con la aparición. y
el desarrollo del -cristianismo. Sin embargo, .fas _persecuciones que
éste
sufrió se debieron

a
fa vieja convicción de que 1a estabiHdad de
las formas políticas -que eran las de fa vida civilizada-se hallaban
indisolublemente
unidas al culto a los
dioses, y la victoria definitiva
de la nueva religión revelad!a fue ratificada por su reconocimiento
como [a t,eligión oficial del Imperio. Se .mantenía, pues, invariable
'1a antigua actirud frente al orden político, aunque cambiaba radi­
calmente su
rontenido religioso. Desaparecen los
dioses
particulares,
cuya misión no era fa -de proteger a todos los hombres, sino sólo a
aquellos que emn miembros de la romunidad particular que los in­
vocaíba, a "ios que vivían en el piago sometido a su prote el cristianismo se revela el Dios: único, cuya Providencia se extiende
a todos los hombres. La salvación que ofrece es universal; pero no
referida corno 11al a las ciudades y a los pueblos, sino a las personas,
que !a reciben si creen en Cristo,. y se oondenan si no cre~n en El.
Duronre la F.ds ción, esencial en ~l, entre el

poder
,eorlar y el religioso, entre el
reino tempdra1, que· ordena a los hombres de acuerdo a sus vincula­
ciones soáales concretas, y la Iglesia, que, tra.seendiendo las diversas
fronteras sociales, dirige a esos mismos hombres hacia la . salvación.
Cuando
'1a fe cristiana empezó, a partir del siglo XIV, a perder
fuerza romo principio activo de la concordia pollítica, no perdió vi­
gencia, sin embargo, la necesidad del fundamento religioso de esa
concordia. Empieza a desaparecer el darácrer -rrescendente de ese
fundamento, pero se mantienen sus rasgos de inmutabilidad e infali­
bilidad, qlle el hombre siempre ha reconocido romo propios de lo
divino. Y se mantiene t!ambién la universalidad con que el cristia­
nismo reemplazó definitiv-amente la partirul!aridad de los dioses pa­
ganos: "Desde hace muchos siglos -escribe Fustle! de Coulanges­
el gén~ro humano se niega á admitir un~, doctrina religiosa, a menos
que reúna dos condiciones: una, que le anuncie wi dios único; otra,
,:¡ue se dirija a todos los hombres y a todos sea asequible, sin recha-
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LA REVOWCION EN EL LENGUAJE POUTICO
,m sisnemátioamente ninguna clase o raza" (10). Esta tendencia cris0
taliza en las doottinas políticas que aparecen en el siglo XVIII, y
que tienen como postug,,do romún e1 de la sobetanfa del pueblo. ·
En 1a concepción polftica de Rousooau ;.p.recen dos ideas cuya
vincuhwión oon la visión cristiana medieval del otden poHtioo son
clara!,: la vdluntad genern:l, con su carácter absoluto e imlalible en
relación • los miembros de la; sociedad, evoca la· ley divina a la cual
debla subordinarse la oondueta pública y privada de todos los súl>­
diros
de

un reino; y
lia nocesidad de una fe, de una ahdesión interior,
que

vincule
all hombre a loo fines de la comunidad, es la versión
secu1ar o estrictamente civil de la vi tiene, pues, la subordinación de ese orden .a un imperaitivo absollito,
infalible y universal, y la necesidad de un asentimiento interior, de
conciencia,
como
impulso principal de la unión de las partes al todo.
Pero al desaparecer la trascendencia de la norma primera y objetó
de
fe, la v<,rdad en que se funda el orden se transforma en ideología,
y

se
confunden en una sola entidad d Estado, el poder secular y el
religioso. La nueva religión
s~ar, la
de
la divinidad inmanente, es
la democracia: '"fil soberano -- es, es siempre lo .que debe ser"; por lo que, "cuaJquieira. que rehúse
obedecer a la voluntad general, será obligadoc a ello por todo el cuer­
po; lo cua!l no significa otra rosa Sino que {;e Je forzará a ser li­
bre" (11). "Hay, pues -;añade en otro lugar del ConMzto Social-,
una profesión de fe puramente civil ouyos artículos =responde fijar
al soberano, no precisamente en cuanto dogmas de religión, sino
oomo sentimientos de sociabilidad sin 'los cudes es imposible ser
buen ciudadano ni súbditn fiel" (12). Estns dogmas fueron después
formulados romo Declaración

Universal de
,Jos Dere
Hombre.
Y bajo la misma convicción
sobre la necesidad de esta fe seculrar
romo
principio

interior
y personal de la vid11 democrática, .Maritain
dice
que "una
sociedad de

hombres libres ...
debe contener
un credo
humiano común, ol credo de la Jibertlld" (13); y por esto, añade
(10) Ibíd., 1, 4, pág. 37.
(11) Op. dt., pág. 64.
(12) [bid., pág. 185.
(13) Op. rit., pág. 149.
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/UAN ANTONIO WIDOW
más adelante en El hombre y el Estado, "quienes enseñen la carta
democrática

han de
O!'ee< en ella de todo corazón, y depositar en ella
sus convicciOO.es persorutl-es, 91.JS CQnciencias y su vida moral. Deben,
por tantO,
eioplka:r y justificar sus ,u,tiCUtlos ):,ajo el resplandor de su
fe filosófica o rcl.igiosa en que profesan ellos po,ra que se vivifique
su
aeencia en la carra común"

(14).
Haber ronrado la palabra d,emocrada como hi!lo conductor en
est!aS consideraciones sobre IJa historia del len.!!ll"jti po!írico no ha
sido efecto, .según se habrá ya notado, de una ellección má!S o menos
aza Su sentido moderno es, precisamente, lo qu,e expllica la rup­
rura de la trradición polltica que desde griegos y romanos se proyectó
por

siglos
en el mundo occidental. La unión de lo político y lo reli­
gioso,
sin la

cual no se
concebía la

vida
ciudadana, se t:l:\IOOforma en
confusión:
ya no son los dioses los que protegen a la polis, ni son
los mandamiento< cristianos l!a noroia primera de la ley civil; la di­
vinidad
se haoe inmanente, es el pueblo, o es la voluntad general,
idea
de mil caras a 1a cual hay que refetir, como a su ley eterna,
toda
ley positivo:. Marx descubre en· Feu~bach la expresión exacta
de este vuelco: «La crítica de la religión concluye en esta enseñanza,
que
el hombre es el ser supremo pru:a el hombre"" (15) .. No desapa­
rece la .entidad suprema ·que exige 1a fe y culto: sólo se hace in­
manente. El que la conoce e; el depositario de su revelación, la ideo­
logía,
y es también di que tiene

la misión
de suscitar y di adhesión y la obedi1encia a ella. Fs el legislador de;crito por Rousseau
en el libro

segundo
del Contf'ato Social, el cual "debe sentirse en
situación de cambiar, por -así decir, la naturaleza humana., de trans­
formar a cada individno, que por sí mismo es un todo petfecto y
solitario, en parte de un todo más grande, del cual este individuo re­
cibe

en
~rro modo su vida y su . ser; de alter,.r la ronscitilción d<íl
hombre
para MotZa~la; · de poner unía existenlcia parcial · y moral en
vez de la exiistencia física e independie!llte que hemos recibido de la
naturaleza. Fs necesario,·. en una palabra, que él borre en el hombre
sus fuerzas propias pata darle las que le sean exrna.ñas, y de .las
(14) [bid., pág. 161.
(15) «Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel», -en Textes1 F.d. So­
ciales, París, 1966, pág. 83.
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LA REVOLUCION EN EL LENGUA/E POUTICO
cwrles no· pueda ha muertas y aniquiliadas sean esas fuerzas naturale,;, más grandes y
dura:bles serán las adquú:idas, y más sólida y petifeora será la insti­
tución" (16). la neca o del grupo de !hombres capares de guiar al pueblo hacia su felici­
dad, es debida a la ceguera o a los impedimeotos moralles de ese mis­
mo
pueblo:
"Los particu!lares -esaribía Rous.,e¡,u en 1a inrroduc­
ción

a
su doctrina sobre el legishdoc-ven el bien que ellos rechazan;
el
público

quiere
el bien que no ve" (17).
Para
A,,istóooles era obvio que el bien de la sociedad no es di­
verso
o ajeno al

bien de
[os individuos:

es el mismo,
y por esto Jo
que
hace a la ciudad feliz es lo que hace mmbién felices a sus miem­
bros (18). Por esto, aun cuando también allí los gobernantes deben
recoooair que gran parte del pueblo no sabe en qué consiste esa
felicidad,
y que, si lo sabe, sus miembr06 no tienen, aislados, los
medios
proporcionados
para
alcanza:rla, por lo que deben ser ense­
ñados y guiados, lo que esos gOberoantes enseñan y aquello a Jo
cual guían es, sin embargo, el bien propio de los mismos ciudadanos
en cuanto
hombres individuales,
bien propio,
aunque despojado
de
su privacidad, por lo
cuail,, en un régimen recto, hay dominio y obe­
diencia, pero no hay viot-encia contra lo que esos hombres son, na­
tur~lmen Con Roui.sseau, como se' ha visto, cambia radi~tte la situa­
ción: el legislador debe guiar all pueblo hacia ll1l bien que no es el
mismo hacu:L el cual tienden naturailment-e sus miembros; es contra­
rio a éste, por lo cual siempre el triunfo de la voluntad general sobre
las voluntades particulares tendrá que ser violellltO. El resultado del
sufragio universal -la sum? de las voluntatles pattiouaare-S,--puede
(16) Ed. cit., pág. 85,
(17)
Ibid., pág. 84.
(18) PoUtica, VII, 15, 1334a, 10·15, versión española de Julián Marías
y María Arauja, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1951, pág. 140:
«Puesto que
es evidente

que el fin de la comunidad
y el del individuo es el
mismo, y que necesariamente ha de ser también el mismo el fin del hombre
mejor y

el del mejor
régimen, es manifieyto que éste debe poseer las virtudes
que

tienden
al __ ocio».
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/U'AN ANTONIO WIDOW
alguna vez coincidk con la expresión de la voluntad general, pero
no-necesariamente, pues la gente suele dejarse llevar por sus intereses
privados y el público fácilmente se obnubila ante dererminadas cir­
cunstancias coooretas. El úniro que

puede
seña:lar con certeza y se­
guridad plenos ruál debe aer la intención. del sufugio, o in el verdadero sentido de una elección, cuando en ella se han me-zclado
consideraciones extrañas
a

lo que decide la
voluntad general, es el
[egisladdr, el CUBIi ",es, desde todo punro de vista, un hombre ext!ra­
ordinario

en
el Estado. Si debe serlo por su genio, no lo es menos
por su función; que no es magistratura ni soberanía. Esta. función,
que consritufe a la república, no entra en su constirulción; es una
función
pa'.rtiorliar y superior que no tiene nada de común con el
imperio huimano" (19).
Esta necesidad dcl thombre clarividente y genial, capaz de guiar
a los
individuos a la folicidad que

no
quieren, está pilan reticencia, y como algo fundamental en la vida política, par todos
los teóricos de
la democracia nueva. Para Lenin es imprescindible,
en fa rorrstrudción de 1a democracia socia!list-a, 'la existencia de una
organización perfectamente !!rabada y disciplinada de revoluciona­
rios
profosioruiles, vanguardia y representante del pro1e se
llamó, al ser creada en 1903, pa,nido boldhevique, y que después
de la revolución rusa cambió su nombre a parttido comunista. Pa:ra
Marit'ain es necesario que exi'Stan en la sociedad "minorías proféti­
os", que "constituyan el fermento dinámico o energía que esitimula
el movimiento pdlítico,
y que no puede in'SCTibirse en ninguna cons­
citoción ni eocarnar en ninguna institución" (20),
Si se
re,tliza en perfecta coooecuencia con los ¡,os seau, la democracia
--en palabras de Georges Burdeau-, .. de régi­
men político,

destinado a garantizar
a los,

individuos
el goce de las
libertades que

poseen,
se ronvierte en una organización del . poder
gubernamental,
dirigido

a
asegurarles el ejercicio, de los libertades
que •ún no

poseen. La democracia era la folrma de
gestión de

un
universo -libre. Se

convierte
· en

el instrumento de creación de un
· (19) Rousseau:· ·op, cit., pig; 85:
(20) op. cit., pág. 182.
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LA REVOLUCION EN EL LENGUAJE POUTICO
mundo que verá la liberación deil hombre" (21). Es decir, que se
define por

la
utopía. Desde la pers,pectiva de esta perfecta conse­
cuencia, se puede percibir
con claridad que la forma consumada de
la
democracia moderna es la scwiética, y· que fas otras son sólo apli­
caciones retioentes
o

tímidas
de los mismos posru[ados-
De la naturalezá de 1a función propia del legiSihldor, tal como
está
exq>licada en

el
ConktNO Socical, y de lo que debe ser su obra
--conseguir que 1os individuos quieran lo que no quieren-, se
pu,ede inferir que el método más adecuado para constituir este ré­
gimen democrátiro es el terrot. Se trata, en efecro, de lograr que
los
hombrm se hagan parte .de un todo que por sí mismos no pueden
querer:

hay que cambiar, por ello, su naturaleza. No hay
para los
hombies otro bien que el de ser inreg entidad moral en vías de creación, Y romo la fuente

de toda
,nonna
es

el
bien, no

hay
tampoco otra norma superior a[ soberano, a la
voluntad

general, cuyo
único intérprete

fiel es el legislador, que pueda
obligar a respetar la integridad individual, física o espiritual de las
personas. Pensar de otra
manera, habiendo

aceptado aquellos supuestos,
sólo reve1airía una mentalidad escrupulosa e in'Ca.paz de a.plicar con
eficacia los pri1:1cipios que

sostiene.
lo vio dla.ramente así ~-Il, y
por eso estruoturó el ~par¡,to del Botado romando en cuenta como
parre esencial suya al organismo encargado de administrar el terrot,
organi'SllllO que, con diversos nombres, se ha idientitficado con fa suerte
inre'rna d Hay

quien ha
estudiado el terror reilacionándolo con la dimen­
sión
rdligiosa del nuevo régimen. Dice Thierry-Maulnier que es
"cietrarnente imposible dar cuenta, de

modo
más o menos satisfac­
torio, del fenómeno del terror sin descender

en las profundidades,
aún
mal exploradas,

de la religiosidad social, sin
exanúnar la Revo­
lución como fenómeno religiooo; religioso, es decir, adrmirtiendo · el
saailfi.oio humano como un elemento de su ritua1, como el signo de
su funK:ión sacra!"' (22). Nunca, por lo demás, desde 1793, ha dejado
(21) La Democracia, versión española de Angel Latorre, Ariel, Barcelona,
1970,
pág. 28.
(22) La face de Meduse du c 78}
Fundaci\363n Speiro

JUAN ANTONIO WIDOW
de en~ en la aoción del •terror revolucionario esa actitud reli­
giosa,
ritual, con que el hombre, desde sus ocigenes a=sttales, ha
entregado su oblación al Ser ,;uperio!r, deoconocido, a quien debe
todos sus
bienes.

Un
esrudio psicológioo de hombres oomo Robes­
pierre, Dzenhinskiy,
Iágoda, Himm!ler, y otros menos conno admlnisttadorres
del tecroc ocganizado, seguramente ha de ptesentar
aspectos en "paciencia insólitos que

cotroboran la tesis de
Thierry­
Maulnier.
Si bien la aplicación sistemática del terror como método normal
de dominio se ha dado sólo ,en los reglmenes que han sido fieles a
la
letra y al espíriru completos de la dCICttina rousseauniana, siem­
pre permanece, para cualquier régimen que haya hedb.o suyo el
axioma de la soberanía del pueblo, el problema de adecuar a las
voluntades
particulares ron el

bien que no
qu;eren en
su estado de
natunllleza. Si esta adecuación se inte111ta, va a exigir tanta mayor
violencia
cuanto más
definido sea el grado de decisión con que las
cabezas de ese régimen, legisladores o profellaS, se dediquen a poner
en obra el cambio revolucionario,

reemplazando aquel
estado de
na­
turaleza por el nuevo
estado moral de quienes se

hacen
partes del
todo social creado. El medio más universalmente empleado es la pro­
paganda, cuyas posibilidades
técuicas ho!cen hoy

difícil que
alguien
pueda esca,¡,at
del

todo a
sus efectos. Pero no existe el limite que
impida,
en la
búsqueda del asentimiento no

querido,
ir siempre_ algo
más
allá e inrentar de algún otro modo más directo el roncroi ó la
neutralización de las _personas. En cualquier caso, esrta vidlencia está
en la lógica misma del Estado democrático moderno, y su mayor o
menor ~plk·adón no es problema relativo a los principios de este
Esta.lo, sino al grado de decisión con que se los lleve a la práctica.
Esto
e,cplica por

qué
el régimen soviético ejerce actualmenite esa
secreta,
ronstante y fortísima seducción sobre los disdpu!O\S menos
ayenrtajados o

menos
resue1tos de Roussaa.u: sie.t;npre están enrontran­
do el indicio de un cambio, de una liberalización, de sinceridad, de
comprensión; no ]"5 abandona el deseo die hallar e,cplicaciones con­
fdrtadoras para las peoces violencias; no admi sea
intrínseca ail régimen; :nunca encuootran _ argumentos definitivos
784
Fundaci\363n Speiro

LA REVOLUCION EN EL LENGUAJE POUTICO
que oponerle, porque para ello tendrían que fundarse en premisas
contrarias a las que ya sostienen.
Lo que hasra aquí se ha visro sobre la democracia en su versión
moderna, permite concluir que

Jo que la
defüne es
la
reducción de
los prinK:ipales dogmas cristianos al orden exclusivamente temporal
de la vidia humana: es, en su esencia, una relligión que tiene al hom­
bre genérico como Jo absolutamente primero y superior. E histó­
ricamente, es el resuloodo final de un proceso de secularización del
cristianismo, en el que se conservan, de éste, sus propiedades de
uni-sahdad, de dependencia de un principio infulib!e, de una
salvación of!.r-ecida personalmente a cada hombre, que se allcanza
mediante un acro interior e inoondidonal de fe, y de una consuma­
ción final de la redención en la parusía. Lo único que le falta del
cristianismo revelado

es la trascendencia
infinita del Dios

que se
hace hombre, y la salvación
última como elevación del

hombre a

pattioipación perfecta de la vida de ese mismo Dio& Lo cual es
ceem1plazado, re,spectivamenre, por 'la inmanencia de la divinidad
identificada con

el hombre genérico, y por la
participación utópica
en · ¡a sociedad terren,l perfecta. Es derir, le falta Alfa y Omega.
Esta visión de la democracia romo nanttalización del cristianism.O
no es, por otira parte, nueva. La tienen ya sus preounsores. Saint-Simon,
en su Nou,veau Christi,m,sme, escribe: "Dios ha dicho: los hombres
deben comportarse como hermanos entre sí; este principio sublime
edcierra todo lo que hay de divino en la religión alstiana ... Según
este
principio que

Dios ha
dado a

los
hombres como regla de
su
conducta, ellos deben organizar la sociedad del modo que sea más
ventajoso al mayor número ... Yo digo que en esto, y sólo en esto,
está la parte divina de 1a religión cristiana... La nu~ organización
cdstiana dedtucirá, tanto l:as instiru.ciones temporales como las espi­
rituales, del principio de que todos los hombres deben comportarse
el

uno hacia
el otro como hermanos. Ella dirigirá todas las institu­
ciones, de cualquier naturaleza qué sean, hacia el creciínienro dd
bienestar de la clase más pobre ... El pueblo de Dios... siempre ha
sentido
que la doctrina oristiana, fundada

por los padres de
la. Iglesia,
era incompleta; siempre ha proclamado que surgirá .. una gran época,
a la que ha ciado el nombre de mesiánica, en la que lá dqcttina re-
785
Fundaci\363n Speiro

/UAN ANTONIO WIDOW
ligiosa se maiiirestará en toda la vasredad de que es susceptible; que
ella
regulará igualmente la

acción
del pooet taniporal y la del poder
espiritual, y que enrooces rodn el género humano tendrá WJa sola
religión,
una sola organización" (23). Tenemos aqui el Liber Sen­
tentÜJmm de las teologías de la liberación.
La reval.ución politica y social de!l siglo xvm es también una
revolución del lenguaje. El vuelco completo wfrido por la ooru:ep­
ción del hombre y de la sociellad lleva consigo un cambio igual­
mente radical de!l significado

de los
términoo. Peto
no
es sólo ,esto:
también cambia -y es aquí donde se halla el aspecto funda.mental
de
la revolución lingüística-la función significativa de las palabras.
Pata los
griegos y la tradición que de ellos nace, la palabra es
signo de lo que es, en cuanto presente en ia inteligencia. La medida
de
fas palabros es la inteligencia humana, y l:a medkla de ésta es lo
real!. Así, el lenguaje de los filósofos y de los legisladores, al expre­
sar

lo que
es la sociedatl, o lQ que deeennina la mayor o menor con­
veniencia de sus diversas formas posif?les de organización, o lo que
debe ser la nooma común de conduaa pata alcanzar el bien de la
ciudad,
es siempre el término final de un logos que tiene su prin­
cipio en lo existente.
En el lenguaje polítk.o moderno, el orden se invierte. No es la
inteligencia la

que
descubre las · necesi\lades y conveniencias de la
so,ciedad. real, sino que es una voluntad la qu:e, por su solo acto, de­
.fine lo que es bueno y lo que es rnalo pa,ra los hombres. El bien
supremo del
hombre consiste en ser asuniido totaOmente, como hom­
bre
pan,ioufor, por ese arto puro de voluntad. "La voluntad ID!cional
--escribe Sieyes--
no riene necesidad más que de su realidad para
ser siempre legal, ella es el
oúgen de
toda legalidad"
(24). "El so­
berano -decía Rousseau en un texto ya ciwfo-, por eso sólo que
él
es, es siempre .lo que debe ser" (25). La realidad política es, pues,
(23) Citado por Michele Federico Sciacca: «Desde! el sansimonismo a la
tecnocracia de hoy», en V erho, Madrid, núm. 103, mano de 1972, págs. 283,
285-6.
(24) «Qu'est-ce que le Tiers Etat?», en La penJée révolutionnait:e en
Frt»Jc~ et

en
Europe, 1780-1799, Textes. choisis et presentés par Jacques Go-
dechot, A. C.Olin, París, 1964, pág. 84. ·
·(25) Nota 11.
786
Fundaci\363n Speiro

LA REVOLUCION EN EL LENGUA/E POUTICO
efeor.o de la volluntad; o, mejor, es tal -realidad pollcica-en la me­
dida
en que se identifica con ese aoto de voluntad. A su vez, el
len!Jll"je tiene sentido en la medida en que ex,presa lo que la volun­
tad quiere, pero no en cuanto que esto sea un obj,eto ante el cual la
voluntad se determine, porque no hay nada anterior a ella; tampoco
en cuanto que la función primera de la palabra consista en dar cuenta
de
la existencia de ese querer al modo como un signo manifiesta algo
cuya entidad es, ron respecto a c1J, independiente. No es pooterior
al

acto
de !" valuntad., es parte de él, y su función esencia:! es la de
conformar, por sí misma, el objeto de la voluntad, a imitación del
cual deviene lo real. La sociedad existe, es real, sólo como imagen y
semejanza de

la
palabra que

la ha
dc!finido. Si apllicáramos aquí
la
serlreocia común de que nadie puede querer lo que no conoce, de
que
no puede haber voluntad sin objeto, tendríamos que observar
que

si
aquello que
debe ser conocido para
queterlo no puede tener
esencia
independientemente
del acto por el cual es querido, basta en­
tooces expresado
pata que tome forma propia en la voiluntad: sn, ex·
presión,
sn verbo, es su forma. Por
corusiguiente, y en sentido es­
tricto, no es la idea -la ideología-lo que guía la attión de los
constructores de
la sociedad., sino eil verbo · puro, an11eCior a todo
oontenido: la glorología,
En correspondencia con esto, ta,mpoco la función práctica de este
lenguaje consiste en expresar la norma objetiva de lo que debe ser
hedho -la' ratio agibiliuni--, sino en suscitar o inducir o imponer
en

la
volluntad partirular los objetos de la voluntad genera!l Debe
ronseguir que

el
pensamiento y el querer de los hombres esren com­
pletamente

determinados
por el

verbo
original, por el sistema lin­
güístiro
de la ideología

o, pata doci<'lo de
nuevo, por la glotología.
No
se tnla de que los hombres sólo repitan este lenguaje, sino que
piensen de a
él
y que quieran úoicamn presenta
y tal como él los presenta. Su función práctica tampoco es,
en consocuencia, prOlp es la de producir, por sí mismo, estados de át!imo dlet:ermi,nantes de
la conducta. Las reacciones de adhesión, repulsa, confiarua, rompa·
sión, en:., debidas ail puro escím'W.o Jingüístiro, son las que mcildean
lo que se suele denominar opinión pública o conciencia universa!,
787
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JUAN ANTONIO WIDOW
catalizadores pa,ra la C0111Versió11 de las volunrades particulares a la
voluntad generall.
Se ha visto antes que la realización mfrs aca:bada de la democracia
nueva és J:a del régimen rovié,,ico, wrque éste es la a¡plicacióu más
füel y ronsecuenre del principio de la voluntad general. Por esto
mismo, se pueden observar en este régimen, con más niridez que
en otros, las ca Solzher>i
la
esencia del
régimen
roviénico es
la
mentira., la mentira hecha sistema (26). Alain Bes""-"n, en su Breve
Tratado
de Sovietowgía (27), va más allá: dice que ahí no hay,
exacramenrte hablando,

mentira,
pues la expresión de fa ideología y
el lenguaje de los dirigenres del régimen no pretenden deformar u
ocuJ.rtar una determinada rea1idad, ya que no hay en su intención
referencia a realidad alguna. Esta, la rt!lidad concreta sometida al ré­
gimen, es s61o su materia, su base dre sustentación, pero no su objen;>.
Por .ello, la única adocuadón que debe exi'Stir, según aquella inten­
cióu, es la de la reaúdad al lenguaje, mediante un asentimiento ex­
plícito, constante y sin reniceocias. "No se ttata. -escribe Besan­
c;on-de conseguir de la población, por la fuer>:a o con amenazas,
su colaboración en el -esfuer29 de ir hacia el .sociaJ.ismo, ni su asen­
timienro en cuanro a las excelencias del ideal sociaAista en curso de
realización. Es necesario lograr que la genre acepte que el socialismo
ya está instaurado, que muesnre su en1lusiasmo, no por un programa
de futuro, sinO por una realización presente, por un -resuitadÓ que
se supone ya conseguido" (28). Que se supone ya conseguido, con
absoluta
certeza, simplemente porque así ha sido dicho: en esto
consiste el carácter científico de la verdad marxista-leninista. Por
esto, "el

engaño
soviético -agrega Besan~n-es mudio más cap­
cioso

que
la menti,ra rusa tradicional, porque en real,itlad -no es tal
memira. Es una mentira falsificada, una mentira mentirosa, una
· (26) Carla a los dirigenter ro11iéticos, 5 de septiembre de 1973.
(27) Versión española
d_e Jaime Jere2, ·ruaip;, Madrid,

1977. Debo el
conoc~ento de

este
excelente libro a

mi amigo Alberto Falcionelli, otro de
los pocos sovietólogos que cultivan su disciplina de aruerdo al sentido común
y a k 'inteligencia, y no a la glotología en boga.
(28) Ibiá., pág. 48.
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LA REVOLUCION EN EL LENGUAJE POUTICO
seudo-mentira" (29). :& un lenguaje referido sólo a sí mismo, pero que exige de los hombres el asentimiento, el reconocimiento ex,preso
de

que lo
dicho es lo único verdaderamente real.
En un régimen de esta naturaleza, es un obstárulo el que haya entt"e sus dirigentes quienes piensen que la realidad es efaitivarnoote
como la ideología dice que es. &to es lo que B~ llama in­genuidad, que pone un pie forzado a la ideologia, constituyendo por
esto un grave peligro para la estabilidad del sistema. &ta estabilidad
es mayor cuando nadie oree en ,la idedlogía, cuando éata se reduce a
ser un molde, una mera
estruOtUra verbal por la cual todo es regido. Lo oual explita, también, por qué el estado que se podría llamar narural de la ideología es aquel en que dispone del poder total: es
decir, que

su interna
justit/iicaci6n no

radica en
ella en cuanto sistema
de ideas, sino

en
Cllaílto técnica eficaz d!e dominio, y si deja algún
resquicio a la primacía de la realidad sobre el

lenguaje ideológico,
si algo se concede en este sentido, esto i,mplica necesariamente la quiebra del sistema. Se trata, pues, del régimen en que la primada
corresponde, al,oolutamente, al lenguaje, y no a la naturaleza de las
cosas.
lls lo que en propiedad puede ser llamado régimen totalitario.
La verdad política está allí, en la naturaleza humana y en las multiformes circunstancias concretas que configuran la vida en so­
ciedad. No es el conjunto trabado, lógico, perfecto, de proposiciones
que

sólo falta
aplicar para que los problemas sociaJ.es desa,¡,arezcan.
No

es
el régimen infalible. No es la fórmula que define estrueturas,
im>pera
cambios
y
separa de
una vez
para siempre lo que es bueno
de lo que es malo.
:&, simplemente, una realidad que puede ser
conocida, es la
dirección que

debe o que puede
tomar la vida colec­
tiva de
acuerdo al

bien real de
los hombres que constituyen la so­ciedad.
La filosofía debe recuperar su fuero en el juicio sobre lo político.
No es
legítimo que

su obra se vea confundida
ron la
proclama ideo­
lógica o con la expresión de un
credo social, o que quede reducida
a
la reflexión desilusionada de un espectador escéptico. Hay que
volver a reconocer como su fuente a la exrperiencia. A:ristóte[es es
(29) Ib/d., pág. 197.
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JUAN ANTONIO WIJJOW
el maesttO. Hay una accirud fundamental --¡ no tanto . una doctri­
na- que
reivindicar, y que fue la suya: ,partiendo de la ex,perienw.,
llevada por la admiración, la in,religencia puede conocer Jo ~ son
las rosas, puede saber cuál es el ordeo narural de la vida humana
--orden
del cual el hoo),bre nunca, a ,pesar de toda la violencia su­
frida,

ha
podido ser am¡ncado-, puede juzgar sobre Jo que es bumo
o mrulo, conve¡jieote o inconvenieote, ,puede dirigir dbjetivamenre
a la
vdluoitad a elegir bien.
Puede, en suma,
justificar un
lenguaje
cuya princi¡,al vwrud no

sea su
esquema estructural, sino su ,precisión
signifi<:a11iva
y su verdad.
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