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Número 178
Serie XVIII
- Textos Pontificios
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- In memoriam
- Estudios
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- Información bibliográfica
- Crónicas

Autores
1979
Sobre la Redemptor hominis de Juan Pablo II
SOBRE LA REDEMPTOR HOMINIS
DE JUAN PABLO 11
POR
BERNARDO MONSEGÚ, C. P.
SUMARIO: Cristo, la dave.-Esquema de la. encíclica.-Testimonio cris
tiano.-El misterio redentor.-Una desv:ia.ción.-Caridad y justicia.-La
Iglesia. como sacramento de Cristo.-Moral y progreso.-Libertad y dig
nidad humana.~Derechos humanos y bien romún.-1.a Iglesia y el orden
moral.-Orden moral y soberanía popular.-Apunte sobre la vida íntima
de la Iglesia.-Resumen.
Cristo, la clave
Los que ponen mano a la obra de analizar o oomentar la· larga y
densísima encíclica de Juan Pablo II, primera de su pontificado, no
necesi
en averiguar
cuál sea
la
linea maestra
de
la misma, cuál
el quicio, cuál el objetivo y cuál el estambre funda
mental sobre el que toda ella va urdida. lo ha dechtrado expresa
mente
el mismo
Papa y nadie mejor
que
él para decírnoslo, por
ser
el autor de la misma. El quicio y la clave de todo cuanto en ella· se
dice es Cristo.
En el
Angelus dei domingo 11 de marzo de 1979 decía el Papa
a los fieles
allí reunidos para verle y oírle: "Hacia Cristo Señor, que
es
«el Redentor del hombre>, RedemptM h~, es a lo que deseo
que se vuelva 'la mirada de la Iglesia y del mundo en mi primera
encíclica".
Lo que ha sido meditación mía desde el momento en
que me vi puesto
al frente de la Iglesia, el 16 de octubre de 1978,
y que ya había llenado mi mente y mi cora26n desde los primeros
días
de
mi sacerdocio y, más tarde, desde mi consagración episcopal,
eso
es
lo que he querido oomuuicar al mundo.
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Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
Pienso qne si Cristo me Jhunó y Cristo me comunicó tales pen
samientos y sentimientos, yo tenía que dar resonancia a todo eso en
mi
primera encíclica..
En
consecuencia, lo
que hago
en ella es ex
presar "romo vro y siento la relación entre el Misterio de la Reden
ción en
Cristo Jesús y la dignidad del hombre; y, como veo eso, así
quería qne
la misión de la Iglesia estuviese unida al servicio del
hombre, en
la realización de este su impenetrable misterio. Veo en
esto
el cometido central de mi nuevo servicio eclesial".
Y, acto seguido, lo recakó aún más, al señalar el rerurso o auxi
lio de que pensaba valerse para cumplir con ese cometido. "Mientras
os
coniío esto, ·os pido también -dijo- vnesrra oración a la Madre
de la Iglesia y Asiento de la Sabiduría, la Vj,rgen Santísima, para
cumplir con mi cometido, trabajando por el biro de la Iglesia y del
bomhre en nuestros
tiempos.
Ambos a dos deben mirar a Cristo, en
esta
,hora particula:rmente grave para el mundo, levantando hacia Él
la mirada de nuestra fe y de nuestra esperanza".
er;sro
base, Cristo vértice, Cristo eje r Cristo luz eso es lo ca
pital
del
pensamiento y de la esperanza de Juan Pablo II, tanto en
su encíclica wmo en toda misión pastoral a1 servicio de la Iglesia
y del mundo, ya que es Crisro, como decía también el Papa esa
misma
mañana en una de las parroquias de Roma, el fundamento
de nuestra sa!lvación, y nadie puede pooer otro. N; la dignidad del
hombre
ni su auténtica liberaci6n tienen mejor clave de inteligen
cia y reafuación que el misterio mi!lmO de un .Dios hecho 'hombre
para sublimar y div.inizar al hombre.
E•quema de la Encíclica
Prescindiendo de. Jo que podríamos definir como prólogo a la
encíclica, que comprende sus seis primeros números bajo el epí
grafe general de "Herencia", cargadQS de humanidad, la encíclica
es, en su primera parte, una afümación rotunda y solemne de ta
capitalidad
de
Cristo en la doctrina y en la vida cristiana, capita
lidad cifrada en
un misterio d,e salvación, que es ante todo y sobre
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Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA «RBDEMPTOR HOMlNIS»
todo reconciliación del hombre con Dios por la liberación del pecado
y la comunicación de la gracia.
En su segunda pa
el
Papa contempla
y analiza fa situación concreta del .oombre de hoy,
con sus luces y sus sombras, el progreso técnico y el retroceso ético,
afrontando esta
problemática con
el ,iropio de datos que le ofrece la
experiencia y la historia, y hasta eolrando mano de reflexiones alta
mente
filosóficas, pero sin perder de vista el punto de partida, Cristo,
que es a
su
vez término de llega.da y viático y luz para recorrer los
caminos
de
salvación que la
'Iglesia _ tiene como misión
llevar a
cabo,
continuando fa abra de Cristo al servicio de todos los hombres.
Por
eso, en
su
tercera parte, procede el Ponti\fice de un modo
pastoral a sefurlar las
una
acción eclesial conforme al
designio de
Cristo para
convertir su doctrina
en
vida y su misión
en salvación
para todos.
Y sobre esta base, verdaderamente cristiana, esto es, a parcir de
la vida y de las ensefiaru:as de Cristo, que sin dejar de ser Dios se
hace hombre
para enseñarnos el camino de
la
eterna salvación, per·
petuando
su misión en el
sacramento uni.,ersal de
su Iglesia, sienta
la encíclica los pilares de la restauración moral del hombre. Este
asume el orden
moral natural,
la ley
natural ("no
vine a suprimir
la ley sino a llevarla a su_ perfección"', leemos en el Evangelio) la
sublima y sobrenatumliza, posibilitando con la gracia el mejor cum
plimiento del orden natural, mientras aporta algo propio
y específi
camente cristiano en punto ia motivaciones, aiterios, ordenaciones y
objetivos que no permiten mblar de una moral propiamente cristiana.
"Cristo, el nuevo Adán,
matúfiesta plen,,mente al propio hombre y
'le descubre -son palabras de la encíclica-la sublimidad de su vo
cación al
revela
Padre" (núm. 8).
Como hombre
perfecto, de<'Uelve' a la humanidad caída la semejanza divina defor
mada por el
pecado primero. Y en la naturaleza humam, por :81 asu
mida, no absorbida, se ve elevada nuestra misma naturaleza a una
dignidad sin igual, la de nuestra_ filiación con Dios, comunicándo
nos la participación de su mismo espíritu en el que culmina la
obra redentora de Cristo.
Y
"el cometido
fundamental de la Iglesia en todas
las épocas,
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
sobre .todo en la nuestra, es · el de dirigir la mirada del hombre,
orientar la
conciencia
y la experiencia de .roda la humanidad hacia
el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tenet familiaridad
con .la profundidad
de
la Redención, que se realiza en Cristo Jesús.
Contemporáneamente se roca también la más profunda obra del
hombre,
la esf~ '--
las
conciencias
humanas y de las vicisitudes humanas" (núm. 10).
Responsabilizar a la Iglesia con esta su misión cristianizadora de la
humanidad, preocupándose por un auténtico humanismo cristiano,
fue, recuerda el Papa, empeño y propósito declarado del Vaticano
II. Y
para ello
se cuidó
de descubtit toda chispa de verdad y de bien,
latente en
la naturaleza humana y en todas las diversas formas de
búsqueda o
de
acercamiento a
Dios,
no excluyendo el ateísmo
-te
rrible mal de nuestro tiempo-· y dándonos la visión del que po
d,íamos decit "mapa" de las varias religiones. "lln Cristo y por
Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha aeet
cado definitivamente
a ella y al mismo tiempo, en Cristo y por
Cristo,
el \hombre
ha conseguido plena conciencia de su
dignidad,
de
su elevación,
del valor, ttanseendental de la propia humanidad, del
sentido
de su
existencia" (núm.
11).
Testimonio cri·stiano
De esta: dependencia y solidaridad de toda la humanidad con
Cristo
hemos de set ios propios cristianos y católicos quienes d
el primer testimonio,. manteniendo viva nuestra comunión eclesial,
sacram.entali~da por Cristo mismo, y, consiguientemente, nuestra
unidad, que va de lo dogmático a lo disciplinar, pa,ra anunciar el
mismo Cristo a la luz de la doc:ttina y de la vida de Cristo.
Para ello
•hemos de avivar nuestra fe y nuestra caridad, peco hemos
de
.luchar al
mismo tiempo
con denuedo contra todas las fuerzas de
disgregación que hay en nosotros y la hostilidlld que encontraremos
fuera. Si ,vale la palabra, hemos de ser como aquellos "violentos de
Dios" de
que está
,llena la historia de la Iglesia, que se volcaron y a
su ejemplo debemos
volcamos nosotros
en "revelar a
Cristo al mundo,
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SOBM LA «REDEMPTOR HOMINIS»
ayudando a todo hombre para que se. eocuentre a sí mismo eo El",
promoviendo así, del modo más eficaz, el
bieoestar y la dignifi
cación del hombre.
Con vistas a ello, los cristianos, antes de descubrir lo que les
separa, deben fijarse en 1o que les une, para así consegnit más suave
y. eficazmente la anhelada unión de todos, teniendo eo cuenta las
diversas culturas
y las diversas ideologías. "La misión no es nunca
una
destrucción, sino una
purificación
y una nueva construcción".
La Iglesia cumple esta misión respetando la libertad del hombre,
"condición
y base de la verdadera dignidad de la persona humana"
(núm. 12). Pero sin dejar por eso de anunciar
la verdad,
que es
la
que verdaderamente nos hará libres (Jn. 8, 32). De donde "una exi
gencia fundamental y al mismo tiempo una adV
cia de una ·relación honesta con :res:peao a la ve.rdad, como a>ndición
de una auténtica libertad". Porque CJ,isto es la verdad, por eso es
Cristo quieo verdaderamente libera.
El misterio redentor
Juan Pablo U considera. fa Redención como una creación reno
vada, ,ya que Cristo, el Dios Hombre, ba venido a confirmar, per~
fecionar y elevar el orden moral oatural, comenzando por el mismo
amor natural que, sobrenatura:lizado, llamamos caridad.
"¡ Redeotor del mundo!
-exclama el
Papa,
comeuzando el
nú
mero 8 de su encíclica-.
En El se 'ha revelado . de un modo nuevo
y más admirable la verdad fundamental sobre la creación". Lo que
por el pecado del primer Adán quedó roto y oscurecido, por el nuevo
ru, sido compuesto y esclarecido. Ha sido renovado, y en una pro
fundidad tal que hace casi
bendecir la
!primitiva culpa. Ahora, en
Jesús y por Jesús, compredemos mejor en su plenitud la grandeza y
dignidad .del hombre, y sabemos que ha sido levantado a una dignidad
superior
a la que le
correspondia por su propia naturaleza. ¡O,n
qué
propiedad
le decimos "Redentor del hombre!". Porque es la
Redención del mundo un misterio_ de amor cin tremendo, que ·Ja
misma creación queda renovada en su misma raíz" (núm. 9).
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BERNARDO MONSEGU, C. P •
. En lo que se apunta a la caridad, al amor divino; quintaesenciado
en
la
d01lllción que
el Padre
nos hace de
su mismo Hijo
para elevar·
nos a una categoría. de ser superior a la que teníamos por creación,
como virtud :fundante de todo el orden de la moral cristiana, como lo
es toda. Ja vida cristiana. Del amor venimos, en el amor caminamos
y hacia el Amor vamos. "El Dios de la creación se revela como Dios
ele la redención, como Dios que es fiel así mismo, fiel a su amor al
hombre y a:l mundo, ya revelado el dla de . la creación. El suyo es
amor que no retrocede ante nada de lo que en el mismo exige
la
justicia". Si Dios es amor
y se nos comunica por amor, la a,ridad ha de ser
la raíz y la norma suprema ele un comportamiento cristiano. En
este compol'tamiento nuestro, feliz ordenamiento con respeto al Pri
mer
Amor, condiciona el buen
ordenamiento respecto
de los demás
amores.
Pero es que, además, no podemos presumir de amar a Dios si no
amamos también
lo que Dios
1UDa y como Dios 1o ama. No que
amor
a Dios
y
amor al prójimo
se identifiquen
-eso no es verdad,
como algunos hoy parecen
creer, haciendo del
hombre único
objeto
de su atención y sus afanes- s,ino que, si nu'estro a.mor a Dios es ver
dadero, debe · participar de las condiciones del amor ele Dios, y lo
que El
amó eso debemos amar nosotros y como El ¡probó ese amor
al hombre, así
debemos probarlo nosotros.
& foútil y anticristiano querer hablar de justicia humana al margen
de
la caridad cristiana. Procurarse bienes, y no ser '/ tratar de hacerse
buenos. Bien
lo dijo
el Concilio tocando este tema "Iu,utüe duce,
Charitate comite" (GS, núm. 69),
Una desviación
"El
naturalismo
arnena2a con
disolver la
concepción original
del
cristianismo",
escribió Pablo VI
en
la Bccleii«m ,_,, (núm. 43),
Y
sucede
que la teología, de t.eO<éntrica pasa a ser antropocéntrica,
con · lo
que
más que una antropología teológica
tenemos una
teolo·
gía
antropológica, dando
más a
lo que es
menos; que k, ascesis
cristiana, en vez de renuncia
y alejamiento del mundo se traduce por
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SOBRJJ LA «RJ!DEMPTOR HOMJNIS»
inmersión o encarnación en el mundo, -comprometiéndose uno más
con el hombre que a,n Dios. 1'odo aparece puesto bajo el signo de
ese naturalismo
disolvente, que
es
la negación del auténtico huma
nismo
cristiano, ya
que
sin lo divino no tiene wnsisrencia ni sentido
lo humano, y sin
Cristo no lo tienen ni el !hombre ni el cosmos, se
gún expresión del JJlÍSIIlo Juan P,,blo ll.
La historia
del hombre ha alcaru:ado su plenitud en Cristo
_,,ñade
Juan Pablo JI-y a través de la Encarnación a>nocemos
cuá1
es la exacta dimensión que Dios ha querido dar a Ia vida hu
mana, la que quiso que tuviera desde un principio, por encima del
pecado, y la que hizo, al fin, triunfar por encima del pecado y pese
a la resistencia del corazón humano.
La JJlisma miseria y desconcierto que experimenta la humanidad,
empobrecida ética
o
espirim,lmente, JJlientras progresa UUlto técni
catilente, por mor de la pérdida del sentido de lo divino y lo cristia
no en su
wnciencia, nos
está diciendo
que en
el
"corazón" del
hom
bre, en
su misterio, está (y es el Vaticano II el que nos lo ha recor
dado) Cristo, Redentor
del mundo.
"En realidad el JJlisterio del
hombre
sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado... El
que
es imagen de Dios invisible
(Col 1, 15) es también el. hombre
perfecto,
que
ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza
divina, deformada por el primer pecado. En él la naturale,,a huma'
na
asumida, no
absorbid~, ha
sido
elevada también
en
nosotros a
dignidad
sin
igual. El Hijo de Dios, wn su encarnación, se ha unido
en cierto modo a,n todo hombre (GatltÜt,m e# spe
Redentor
del hombre!
Encarnándose,
Cristo no ha hecho sino volver al hombre a su
primitivo cauce. Entró El mismo en la historia paria hacerse con el
gobernalle de la h,istoria. Más aún, para llevar " buen puerto la
nave de la humanidad, se hizo a un tiempo timón, faro y avitualla
JJliento de la misma.
La encíclica habla mucho del hombre, cierto. Pero del hombre
que, en su situación histórica conaet:a, no es sino él hombre redi
mido por Cristo y wnstitutivamente necesitado de Dios y de Cristo.
En el pensamiento del Papa no hay ningún género de giro antropo
lógico impuesto a la teología. Todo lo contrario.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
En caridad y justicia
No se puede, por consiguiente, hablar en cristiano de justicia si
no se
procede en caridad y
desde
la caridad. Porque Dios nos amó,
nos creó; y porque nos amó
mudo se
entregó a la muerte por
nosotros, es deci< se encunó para cumplit en nosotros con toda obra
de justicia. Siemp
hecha vínculo de toda perfección, como dice el Apóstol (Col 3, 14).
Quien de verdad ama cumple toda la justicia como cumple todos
los
mandami.-ntos. & el amor de Dios el que fuerm a amar al pró
júno, es la caridad la que debe movernos a la promoción y práctica
de toda justicia. Sin amot de Dios no hay auténtia, amot al hombre.
Desde luego es sólo
la divina verdad de Cristo la que de verdad
mueve a una auténtica caridad, quiero decir, que sólo reconociendo
a Cristo como Dios, podemos esperar en la auténtica libetación · del
hombre, que comienm con
la liberación del
hombre del
pecado
y
su reconciliación -con Dios.
No se excluye lo demás, pero esto viene por añadidura, debe ser,
sí,
integrado en
una
hbetación integral
del hombre, pero en plan de
subordinación, y nunca convertido en objeto principal ni, siquiera
el propio y pearliar, de una misión religiosa como fue la de Jesús y
es 1a
El
Cristo meto hombre
no es
el Cristo
del Evangelio ... El cris
tiano
que quiere set
verdaderamente tal de
un modo digno en
Cristo y por Cristo, tiene que ser virtuosamente S-odal,, sin ser "so
cialista"; debe set secuaz y promotor de la 11e,rdadera libertad, sin
ser "liberal"; debe vivir en comunión afectiva y
en prúner lug¡,.r con los más débiles y pobres, como Cristo, sin ser
marxista, laicista, oporttlmsta, engañad01', ni prácticamente también
materialista" (E. Lm, La giustküi mo.-a/.e in Gio11anni PdlJlo II, OR.
25°N-79).
Cuanto más que Cristo es interior al hombre.· No está sólo como
un modelo y un :ideal~ sino también co:mo una fuerza interior que
nos acucia y ayuda. Vivo -'-
yo qnien vive, es Oisto ·quien vive en mí. La fe por el bautismo
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SOBRJl LA «RJJDEMPTO.R HOMJNIS»
se hace vida en nosotros, una vida que se ,resume en caridad para
con Dios y para con el prójimo, en vertic:il y en horimntal, pero de
forma
que es
siempre Jo de Dios lo que rondiciona y somete a sí lo
del
hombre,
quia res drmominantur 4 potiori.
Y romo . Cristo, naciendo de Dios y en obediencia al Padre, puso
toda
su vida
al servicio del
hombre,. así el cristiano, por su condición
de
tal,
a partir de
Dios,
por la fe y fa gracia de Cristo, a impulso de
la
mridad debe
ponerse también al
servido de loo demás. La fe y la
doctrina cristiana está toda
ella en
función de vida
La Iglesia como sacramento de Cristo
La Iglesia, a la que la encíclica Redemptor horni,ms ronsagra una
gran
parte, viene presentada, con el Vaticano II, como el sacramen
to
en y a través del cual Cristo
(sacramento fundante)
nos
va comu
nicando
la salvación que El mismo nos
trajo. Si
Cristo es el
sacra
mento
fundante,
primordial (Urs,.,,,amrmt), la Iglesia es el sacra
mento ,mwersal, medio e instrumento de la comunicación de la vida
divina que emana de Cristo.
Por eso el Vaticano II la dice como un
1acramento de Cristo.
Los otros sacramentos son los sacramentos
pml>ictdares, bien determinados, que la misma Iglesia utiliza para
dar
a
los
hombres ~go de
Jo común
y universal que ella tiene reci
bido
de Cristo,
y que administra en nombre de Cristo. Sin Cristo
no es concebible el
ser sacramental .ni ins1litudona1 de
la Iglesia.
Si Cristo se abre camino en
su Iglesia, también podemos decir
que
la Iglesia es como el camino abierto por Cristo
para que los
hombres lleguen a
El. Y la encíclica lo que busca en fin de cuentas
e;; hacernos ver que ese camino que viene de Cristo está para llevar
a Cristo,
y que sólo entrando por ese camino será un hecho nuestra
salvación auténtica, nuestra redención y nuestra 'liberación. Por algo
la encíclica comienza por la palabra "Redentor". Redentor que trae
una Redención que nos libra de la muerte y del
pecado, dándonos
la vida por la participación de la gracia que nos reconcilia con Dios
borrando
nuestro
pecado.
La misión salvadora de la Iglesia prolonga la. misma acción sal-
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BE1lNARDO MONSEGU, C. P.
vadora de Cristo; para Jo que Cristo vino, para eso nos dejó su Iglesia.
Si
Cristo vino
del Padre, para mostramos al Padre y llevarnos al
Padre
dárulonos la capacidad (que no teníamos por
creación) de
ha
cernos hijos de Dios; también la lglesfa ha quedado como el seno
materno donde Cristo nos
regenera a
una nueva vida y donde nos
wmos gestando
a lo
largo de
toda esta vida
para nacer y madurar
a la
verdadera y perfecta vida, que está más allá del tiempo, aunque
se prtlJ:l"m en el tiempo. Por eso se dice que la
gracia es semilla de
la gloria,
y nuestra gloria estará en proporción al grado de gracia
con que
saliéremos de
este mundo.
Constituyendo a Cristo en principio
y eje de roda su encíclica, Juan
Pablo 11 (aunque no
lo parezca a voces) ~e una labor esencial y
profundamente teológica, porque Jesucristo no sólo funda toda la
doctrina cristiana
sino
también roda
la vida
distiana. Y cuanto puede
y debe bacer la Iglesia todo le viene dado de Cristo y se ordena a
prolongar la misión salvadora de Cristo poniéndose ella al servicio
de. los hombres 'por Cristo y para Cristo.
Si la
Iglesia se
preocupa
tanto del
bombre es
porque sabe
que
Cristo,
Dios-Ho*e, hizo
de su
misterio un misterio de
salvación
humana para la m"l'Ot · gloria de Dios y de su Cristo. De donde se
deduce que es a impulsos de las motivaciones de la fe en Cristo y
de la caridad misma que animó a Cristo a sacrlficarse por el hombre,
para volverle a Dios, como la Iglesia se pone también al servicio
integral del
hombre.
La salvación o la perdición del hombre están
en
estrecha e indisoluble dependencia de Gtisto.
Por eso, aunque aparentemente todo el quehacer de la
Iglesia se
centre
sobre
el hombre, siendo "este hombre el camino que la Igle
sia
debe recorrer en
el cumplimiento de su misión", en realidad de
verdad
es Cristo quien mueve a la
Iglesfa a recorrer ese camino,
dotándole al mismo
tiempo de todos los medios
para recorrerlo según
las
trazas que El mismo siguió en
su Encarnación y Redención.
Y a,propiiindose palabras del Vaticano 11 ((ram/ium et S,pes, 10;
AAS 58 [1966} 1032), añade el Papa: "Cristo, muerto y resucitado
por todos,
da siempre al hombre «--
hombres--<> ...
su luz
y su fuerza para que pueda responder a su
m.!xima vocación"
(núm. 14).
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SOBRB M «RJ!DHMPTOR HOMINIS»
Moral y pro¡¡reso·
He ahí por qué el progreso de la té<;nk:a y el desarrollo de la
civilización, algo que marca tau profundamente a nuestro mundo de
hoy,
"exigen un desarrollo proporcionado de la moral y de la ética".
¿Nos
'hace esa técnica .más hombres?° ~es si tautas cosas buenas no
sirven para hacerl106 .más buenos, es que . nuestro progreso no se
ajusra a los planes de Dios en
su Cristo .. Fallamos en
lo moral. El
hombre debe
afirmar su
realeza sobre las
rosas sabiendo ser sefior
de sí mismo, y io será en la medida que sea consciente de que e~
su realeza, como insinúa el mismo Vaticano II, participa del minis
terio
regio
--m,m,,s regtde--de Jesucristr> mismo.
La exploración, pues, del mundo, tia productividad y el· consu
mismo
deben,
por consiguiente, hacerse con conciencia y sentido de
solidaridad
y
respetr> a la dignidad humana, elevada al máximo en
Crisoo. Y un comportamientr> a>llSlllilÍstlico no· controlado por la mo
ral
no es
humano, no
es digno del
hombre, porque no se ajusra a
la verdad y por ende, tampoco respeta debidamente la libértad.
De
nada tiene más necesidad el hombre de
hoy que de úná grao
responsabilidad moral
Una
responsabilidad moral que le
·oompro
mete con
el
buen uso de su
libertad y le obliga a vivir el tiempo
en
función
de· eternidad. Esto los cristial106 lo sentimos con· mayor
fuerza rerordando el
sentido
escatológico del
Mensaje.
Libertad
y dignidad· humanas
El
Papa en el número 12 de
su encíclica, toca la misión de la
Iglesia con respectr> a la salvaguardia de 'la libertad del hombre, en
especial de su
libertad religiosa, haciendo referencia e0
Decla;ración del Vaticano II. Dice que la Iglesia cumple su misión
divina
haciéndose
custodia de la libertad del rhombre. Si se arropella
ésra
no hay respeoo a la diguidad de la persona humana.
Pero,
al hacerlo, no pone precisamente como premisa de esa Ji
berrad la misma dignidad humana, sino más bien "el carácter ern-
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BERNARDO MONSBGU, C. P.
pefiativo de la verdad que Dios nos ha revelado'', verdad de la que
"la Iglesia, pot fastirución de Cristo, es custodia y maestra. Está
precisamente dotada
de una singular asistencia del Espíritu Santo
para que pueda custodiada fielmente y enseiíarla en su más exacta
integridad".
Es al anuncio
evangélico, que
anuncia
'"la verdad que no pro
viene de los
hombres sino de Dios", a lo que la Iglesia mira para
proclamar la libertad religiosa y tutelar la misma dignidad humana,
pues es en
ese anuncio donde está contenida, o, como dice el Papa,
esa dignidad se hace contenidO de ese anuncio. Es la dignidad de
los hijos de Dios.
Este modo de enfocar la cuestión del respeto a la libertad y la
dignidad humanas resulta sumamente interesante y muy actual, por
que no es la libertad por la libertad lo que la Iglesia proclama, sino
en la verdad, "dado que no en todo aquello que los diversos siste
mas, y también los hombres en particular, ven y propagan como
libertad está la verdadern libertad del hombre". Y es de esta liber
tad bien entendida de la que la Iglesia, "en virtud de su misión di
vina,
se hace custodia", como . "condición y base de la verdadera
dignidad
de la persona humana".
Repito que, en el pensamiento del Pontífice, no es a la libertad,
ni siquiern la dignidad de la persona a lo que se confiere el primado
para llegar a una proclamación de la libertad religiosa, sino a la
verdad, pues también para nuestro mundo moderno valen las pala
bras de Cristo romo vale Cristo mismo: "Conoceréis la verdad y
la verdad os hará libres" (Jn. 8, 32).
Palabras -
damental y
al
mismo tiempo una advertencia: la e,clgencia de una
relación honesta
con respecro a la verdad, como condición de una
auténtica
libertad; y la advértencia, además, de que se evite cual
quier
· libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral,
cualquier
libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el
hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil afios,
Cristo se oos · aparece como: Aquel 'que libera al hombre de Jo que
le limita, trayendo al hombre la libertad basada en la verdad" (nú
mero 12).
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SOBRJ! LA «RBDBMPTOR HOMINIS»
Con ocasión de su viaje a Puebla de los Angeles (Méjico), Juan
Pablo II
hoo hincapié
de un modo
particular eo
el presupuesto de
la
verdad integral sobre
el hombre, sobre su
naturaleza y su destino,
como
condición
indispensable para una
liberación integral, acorde
con la
misma dignidad humana.
Verdad integral que no se consigue a
be:se de
ideologías ni
principios filosóficos, sino sobre el quicio de Cristo, a la luz de su
revelación. Una revelación en cuya presentación
y conocimieoto
juega la Iglesia
papel decisivo, pues ella es, a través del Magisterio,
la
norma inmediata,
tanto de Já evangelización como de la teología.
Lo que equivale a decii: que no es en clave sociológica ni antro-
pológica como
se
obtiene la verdad integral sobre el hombre,
sino
en clave eclesiológica y, por ende, cristo!ógica, ya que la Iglesia
está como sacramento de Cristo y, al margen de la interpretación
que de
Cristo y la Escrirura hace la Iglesia, no hay posibilidad de un
discurso válido y eottectamente teológico. "La eclesiologfa es la po
sibilitación
teológico-transceodental de toda declaración teológica, por
que de la Iglesia
recibimos la Escrirura, que nos da testimonio de
Cristo" (M. ScHMAus, El «'edo de la Iglesia cat6lico, II, pág. 13).
Venimos pues siempre a lo mismo: Cristo el quicio
y Cristo la
clave para entender al hombre
y leer oorrectamente lo que Juan
Pablo II dice
sobi'e el mismo
eo su
encíclka. Oaro que,
a su
vez, la
Iglesia tamporo puede ser eotendida más que desde Cristo y desde
la
Escritura. Lo que no supone un clrculo vicioso, sino un cítculo
vital. BI teólogo necesita de
la Iglesia para
'.hablar te0lógkamenite de
Cristo. Pero;
por
blando de
Cristo, ya que en
· el centro y
en la
base toda
la eclesio
logía está la
cristología.
No es
la Iglesia la
que sostiene a Cristo,
sino a la inversa.
Lo que una te0logía no puede en ningún caso
hacer es separar a
Cristo
y a su Iglesia.
Porque
Juan Pablo II
ha dedicado toda su vida una atención
especial a
los temas sobre el
hombre y sabe del signo antropocén
trico de toda la cultura moderna por eso en su encíclica los aborda
de lleno;
pero no en perspectiva sociológica ni antropocéntrica, sino
eclesiol6gica
y
cri,tológica, La · inviolable dignidad del homb!'e tiene
en la antr0pologfa cristiana su mejor justificación,
pues por Jesu-
991
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
cristo parece el hombre como imagen de .Dios y dignificada •al má
ximo en El la naturaleza humaaa, como hombre Dios, y por la
Iglesia; sa~to de Cristo, esa anuopología · que da al máximo
gar,,ntizada,
al ser tratada teológica. y cristocéntricamente.
Derechos
humanos
y bien
común
No se. puede hablar de auténtico respeto y salvaguardia de los
deredhos humanos si de un modo titánia:, o despótico se intenta, uti
lizando sobre todo los recntSOS del poder, impedir el ejercicio de
deredhos inalienables
de la persona, o se
reduce a
ciudadanos de se
gunda c,tegor!a a quienes no comulgan con las directrices o impo
siciones de esos poderes que proclaman la soberanía del pueblo pero
privando de libertad a determinados. grupos de ese pueblo.
Es el bien común el que debe ptevaleoor por encima de todo en
el gobierno de
la sociedad por el Estado. Bien común imposible si
no se respetan
los . deredhos fundaméntales de la· persona, en especial
el de la libertad religiosa. "La limitacióo de la libertad rcligiosa de
las personas o de las comunidades no es sólo una experiencia doloro
sa, sino que ofende sobre todo. a la dignidad ntlSma del hombre ...
contrasta con
la dignidad del hombre y con sus deroohos objetivos".
La conciencia que trae el hombre de su dependencia de Dios, por el
mero hedbo de
ser criatura
·suya, es anterior a
su
condición de ciu
dadano
y súbdito de un poder temporal o estatal. No puede pues el
poder
póblko coaccionar o hacer violencia a la conciencia de nadie,
y menos privándole del derecho de rendir culto a Dios u obligándole
a
"aceptar
una postura según• la cual s6lo el ateísmo tiene deredio
de ciudadanía en la vida póblica y social" (17).
Lá iglesia y et orden "moral
La Iglesia que "se presenta ante nosotros como sujeto social de
la
iesponsabllidad dt, la verdad divina" (núm. 19), que es respon
sable
de
la verdad ·revelada, a la que debe ,manténerse fiel (y para
Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA,«lUJDBMPTOR HOMJNIS»
conseguir lo cual }"8ucristo la prometió. eternamente su. asistencia),
mientras.
proclama. esta libettad
ci"'!trO del respeto
a
1a. vetdad, al
orden
objetivo
y a la dignidad de la persona .humana, .se esfuena
porque
a la
lll2 de
su fe
se viv~ en
plenitud la vida
humana,. ajus
tándola
a los
dictados de
un
conciencia recta,
formada con arreglo a
la
interpretación que
de
las vetdades de la fe hace el mismo Magis
terio
de la Iglesia.
El pluralismo
teológico
-dice el Papa-no
pue
de llevar
al alejamiento de la unidad fundamental en la eoseñarua de
la Fe y la Moral.
"Es por tanto indispensable una estreeha colabo
ración de !la teología con el magisterio". "Nadie puede hacer de la
teología una
especie de
colección de los propios conceptos perso
nales", sino que debe atenerse a la verdad de que es responsable la
Iglesia
(19).
A este propósito escribió Hetmenegildo Lio. en una serie de
artículos
dedicados en L'OsseriN#ore Romano a la. "justa .moral" de
que
hablara Juan Pablo II
en su primet audiencia de 25 de octubre
de 1978.
"Es menestet no dejarse atrapar por esa que hoy dicen
"nueva
moral», la
que
el supremo magistetio de la Iglesia ni ha
aprobado ni puede
aprobar, justamente porque , no obedece a
las
exigencias de la "'moral justa", esto es, de esa moral que se .. funda y
se expresa conforme las exigencias del orden moral quetido por Dios,
revelado
definitivamente. por
Cristo, e interpretado
por la autoridad
de su única Iglesia, en poimer lugar
por ],a Cabeza visible de la Igle
sia, en cuanto que sólo
"cum Petro et sub Pel,,o" permanece uno
dentro de esa que el Papa
denomina "justa moral" (Or. 15-III-79).
Hay j,ues que estar al orden moral en su plenitud. Lo que no
quiete decir otra
cosa que ha de set mtegralmenle cristiano, por tanto
--añade Lio-asumiendo la ley mo-ral natural. Y subrayamos lo de
moral para salir al paso de esos teólogos que no aceptan la ley natt1ral
tantas veces invocada ¡ior el magistetio supremo de la Iglesia ( cf.
Humanae 11itt>e, n6m. 4), porque sería un concepto fisichta de la na
turaleza hoy transnochado, tema acerca del cual, por tratarse de algo
físico,
el magisterio de la Iglesia no tiene la última palabra.
Nadie pretende,
ni· a nadie se le ocurre, que cuando la Iglesia
apela a un orden o
ley natural se quede ni se fije propiamente
en lo
ffsiro de
la
naturaleza, sino
que
nililt o contempla el aspecto "moral"
993
Fundaci\363n Speiro
BBRNARDO MONSBGU, C, P.
que en ese orden o ley natural se implica, como ya lo entendían hasta
los antiguos juristas y filósofos paganos. Tratándose de un ser moral
como es el ihombre, lo
natural humano
no puede
entenderse a
ese
modo fisidsru que pretextan los negadores de la ley natural. Cuando
se lbabla de
un orden
mora1 natural, de una ley natural, lo que se
quiere decir es
que para el
hombre, sujeto libre y por tanto moral,
la
aplicación de las
leyes físicas
es
neoesariamente una
aplicación
conforme a
la
naturaieza del
hombre,
pot tanto
consciente
y libre
y, en consecuencia, subordinada a una ley moral que condiciona Jo
justo o injusto de una
moral.
No
es el hombre un
ser que se constituya a sí mismo en medida
de la
verdad y del bien, sino que es medido por el orden establecido
por Dios
al crear
las cosas y que ha dejado impreso o hedio inma
nente a los seres mismos como ordenamiento de c.ada cosa a su fin
o el modo connatural de cada cosa de comportarse en orden a ese
fin. Ordenamiento que cada ser realiza según su naturaleza. Y siendo
el hombre un
ser dOtado de inteligencia y de libertad, lo ha .de rea
lizar
consciente y libremente, respetando el orden establecido (o no
respetándolo), pero en
cualquier caso realizándolo, vellis no/is, moral
mente. De
alhí el dicho de que la ley natural, así entendida, es
una participación
de la ley eterna, y que pot orden a esa ley divina
las acciones son
moralmente jusras o injustas.
Aun
sin la
luz de
la
fe sobrenatural, tiene el hombre conciencia
de
deberes y de derechos dima nante, de la condición humana de
su
set que, mientras por
un lado, se siente consciente
y libre para
respetarlos y cumplirlos, por otro, al no ser él mismo quien · se ha
dado cl ser oi la norma de su debida ordenación al petfecciona
miento de su
ser, sino depender de ottO, de Dios en una palabra que
lo creó, se siente al mismo tiempo condicionado moralmente en su
obrar, conpottándose. como lbombre, ruonablemente, respetando su
propia
dignidad humana,
y subordinando su conducta al orden es
tablecido
por Dios.
Y
es
ral esta subordinación del hombre al orden nwral natural,
esto
es 1a obligación que tiene de comportarse conforme a ,Jas exi
gencias de su set y de la ordenación que él trae de Dios a su debido
fin, ordenándose a él consciente y libremente, que no hay poder ni
Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA «REDEMPTOR HOMINIS»
ley humana que pueda dispensar al hombre de comportarse humana
ll!etlte, estando al orden esn.blecido por Dios, respetando su propia
dignidad humana, cumpliendo con sns obligaciones
naturales m(J1'(¡J
mente, y respetando también los derechos naturales de los demás.
En
esto
está la
esencia de esa
"moral natural jnsta"
.que, aun sin
ojos
cristianos, llegaron
a
alcanzada los filósofos pagan¡>s, como recuer
da
el apologista
I..actancio (cf. Inst. I, VI, c. 7: PL 6, 660 sigs.). "Hay
una
ley verdadera, coniforme a naturaleza, que está en todos los
hombres,
es
\CO!lStante y es eterna... A nadie le es lícito abrogar esa
!ey,
ni derogarla en algunos casos,
ni abrogarla totalmente. Ni si
quiera pueden ser dispensados
de ella por intervención del Senado
o del pueblo:
"Nec vero ata per Senatum, ata per populum so/vi hac
lege poss11m11s"". Porque se trata de una ley inscrita en el propio ser
o conciencia
humana, que es universal e
inmutable, que obliga lo
mismo
al griego
que al romano ••.
De alhí una consecuencia lógica, que se hace bien necesario ex
plicitada
en nuestros tiempos. No hay autoridad positiva
alguna
que pueda legislar en contra de la ley natural así entendida, ni no
SOttos podemos obedecer a · una ley o una autoridad humana que
vaya contra la
ley natural, que
es
divina en ú:ltima instancia. "Por
tanto, tod~ Jey humana qne
contradiga,
por ejemplo, la ley divina del
respeto
a la vida humana
inocenre, no sólo no obliga en ronciencia,
sino
que en conciencia venimos obligados a hacerla frente,
objetán
dola
y resistiéndola con todos
los medios legítimos a nuestro al
cance, pues lo de Dios debe prevaiecer sobre lo de los hombres, má
xime cuando las leyes de éstos son injustas y romo tales imnorales •••
En
este número entran las que legitiman la contraconcepción, la in
rerrupción del embarazo etc. "(H. l;io, lug. cit).
Orden Moral y soberanía popular
Por encima· de cualquier ordenamiento jurfdico, estabk:cido por
la convención humana o por esa que dicen soberanía popular están
"los derechos
ob¡etivos inviolables del hombre'" (núm.
17), derechos
que dimanan de la misma
naturaieza del
hombre, que
vienen por
99S
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
Jo tanto del autor mismo de la natunúeza, Dios, y cuyo rudenamien
to y ,expresión política tiene como pivote el bien mismo de la per
.sona humana viviendo en romunidad, sirvkndo el bien común de
"criterio esencial de todos los programas, sistemas, regímenes". Si
esto
DO se tiene en cuenta --añade el Papa-la vida humana está
condenada
a1 fracaso y a los sufrimientos, romo Jo . prueban hechos
<;le l:iistoria
bien
recientes
y bien .lamentables.
"La Iglesia ha enseñado siempre el deber de acmar por el bien
común ... ha enseñado además siempre que el deber fundamental del
poder es
ia solicitud pru el bien común de la sociedad; de ahí de
rivan sus
derechos fundamentales. Precisamente pru eso, en nombre
de. esas premisas concernientes al orden ético objetivo, los derechos
del
poder no pueden
ser entendidos de otro modo más que en base
al respeto de los derechos objetivos inviolables del hombre". (oú,
mero
17).
Y si my algún derecho . al que el poder político no puede en
modo alguno
contradecir o
hacer
ofensa, mientras su ejercicio cae
dentro de ese orden
objeti'l"O de valores, ese "orden objetivo ético",
consonante con
la dignidad y la libertad humana y nunca en contra
dicción con el
bien
común, es, el derecho a la 'libertad religiosa, que
es
anterior. a la existencia del Jlstado mismo, porque las telaciones
del hombre ron Dios.
le
.afectan en su condición de aiatuta misma
antes de llegar a ser . criatura social. . Y por eso resulta. del todo
absurdo
e intolerable que el poder
político pueda reconocer al ateis
mo unos
derechos que niega
a. la creencia
religiosa, pues
como
fe
nómeno
humano,
la incredulidad y el ateísmo "se comprenden sola
mente en relación
con el
fenómeno de la
religión y de la fe". Es pues
una postuta
antihumana la
que
sólo· reconoce derechos al
ateísmo,
deja sólo
Hbertad a
los
incrédulos y DO se los reconoce y DO se la
concede a quienes se profesan religiosos. Esta
doctrina del Papa sobre la libertad religiosa, pala formular
la cual se apela a lo dicho pru el Vaticano n, deja en pie lo que
observábamos antes acerca de la cónexión entre verdad y libertad.
Quiero decir, que
no sería difícil, a partir de
Jo que· Juan Pabk> II
sienta
sobre
la procl:umción de la libertad en la verdad y de la subor:
dinación
al bien
comim de todo ordenamiento políticoi llegar
a la
con-
Fundaci\363n Speiro
SOBRB L,f «RBDBMPTOR JIOMJNIS»
clusión de que, sin perjuicio de la libertad religiosa civil, igual p,¡
ra
rodos, a la religión objetivamenre verdad~ es a la única .que co
rresponden
dereohos objetivos auténticos.
Sin embargo,
en lo que el Pap,¡ insisre es en proclamiar la liber
tad religiosa para la religiosidad y l¡a creencia, privada y pública, en
todo ordenamiento político, considerando abusiva .la legislación ten
dente a conceder más al ateísmo o al laicismo. que no a la religio
sidad y el teísmo, pues es por lo positivo y no por lo negativo por
donde
hay que comenzar para hablar de valores objetivos. Es a
partir del ser no del no
ser como podemos filósQfar. La afirmación es
antes que la negación.
Y
afrontando de
lleno la
responsabilidiad de
la Iglesia
en el
cumplimiento
de la misión que Cristo
la lla confiado, contempla
luego
el
Papa a
esta
Iglesia comprometida con
la verdad del
hombre
tal y como fue entrevisto . en los planes de Dios en su Cristo y la
misma ~ia lo presentla a la luz de la Revelación. La verdad revé
lada es propiedad de Dios; lo es en Cristo mismo, suprema revela
ción del Pa
mento del Hijo.
La fidelidad del Hijo al Padre es la misma que pre,
side
la :acruación de
la Iglesia
para con los hombres, en fidelidad a
Cristo,
como "sujeto
social de la
responsabilidad de
la verdad
divina''..
Y
fue Cristo mismo quien,
para· ga:tantizar la fidelidad a la verdad
divina,
prometió
a su Iglesia una
asistencia especial, dotándola del
don
de
la i!l!fa.llbilidad.
Y
el
Papa toma
ocasión aquí
para recordar a los teólogos su
misión, que dice "servidores
de la verdad divina", servidores también,
por tanto, de
fa Iglesia, depositaria y guardiana de esa verdad. De
forma
que el
"intellectus fidel" sólo fuociona en ellos
correctla:men
tc
cuaodo
tratan de
servir
al Magisterio, poniéndose al servicio de
los rompromisos apostóliros de todo el pueblo de Dios.
Para ello
deben
profundizar en
el conocimiento del depósito revelado,
utili
zando el progreso de las ciencias todas. Pero su trabajo "no puede
o:Iejarse de
la unidad
fundamental en la enseñanz.a de la Fe y de la
Moral, como
fin que le es propio.
Es, por tanto, indispensable una
estredia colaboración de la téOlogía con el Magisterio •.• Nlidie pue
de
hacer de
la teología una especie de rolección de los propios con-
997
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C, P.
ceptos personales; sino que cada uno debe. ser consciente de per
manecer en estrecha unión con esta misión de enseñar la verdad,
de
la que es responsable la Iglesia'" (núm. 19).
Y si es~ · es la responsabilidad del teólogo, nada digamos cuál
deberá ser· la de los Pastores de ,Ja Iglesia. Su misión propia es la de
anunciar· y ttlansmitir la doctrina tradicional de la Iglesia, responsa
bilizando en ·ellos 11 sacerdotes, religiosos y laicos, a toda la Iglesia.
Apunte sobre vida íntima de la Iglesia
A parcir del
número 20,
la. encíclica se centra de un modo par
ticular
en lo que podríamos decir vida interior, espiritual, cultual y
sacramental de la misma. Y, !itbida cuenta del carácter de esta re
vista y lo limitado del espacio de que disponemos para unla. meditas
ción sobre la
misma, no hacemos más que sobrevOlar lo que en ella
se dice.
Coruhgra el Papa una atención especial a la Eucaristía y a
la Penitencia. Dice de
la primera que es di. Sacramento donde la ac
ción salvadora
de
Cristo se conaetla, dentra de la saaamentalidad
de
la Iglesia
miso», del
modo
más alto y eficaz. La Iglesia vive de
la Eucacistía y se edifica sobre la Eucaristía. Es sacramento y es sa
a-ificlo. Ha.y pues que respetar la plena dimensión del misterio y
no por celebrar en él la "fraternidad" humana, de,ar en la penumbn
o ,educir a un segundo
plano este
sacrrunento ddl. Cuerpo y la San
gre del Señor, renovación perenne del sacrificio redentor. Por el ca
rácter que la Eucaristía tiene de sacrificio público en la Iglesia, pide
el Papa que haya "una
rigurosa observb.ncia de las normas
litúrgicas".
Y por
su ,eficacia pata promover ]a vida cristiana, que los pastores
todos
cuiden de promover la recepción frecuente
y santa de este
Sacramento.
Para ello ha de
servir el
sacramento de
la Penitencia, que el Papa
presenta como sacramento d-e recondliad6n con Dios, antes que con
los herm«nos o la comunidad. Esta, dice, no puede reemplazar al in
dividuo. Nadie puede aquí
ser sustituido
por los otros. Cuando
la
Iglesia insiste en la necesidad de la confesión individual, no hace
998
Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA «REDEMPTOR. HOMlNlS•
más que reconocer una tradición y, además, defender los derechos
individuales
del
alma.
Pide el Papa, luegi,, que cada cristiaoo se sieota cada vez más cons
ciente
de su perteoencia al cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, tra
ducieodo eo comunidad psicológica 'Y de vida la comunidad "onto
lógica" que la
Iglesia es
en sí misma, santa por su
identifi0ación con
Cristo,
aunqne los cristianos no sean siempre santos.
Pero, en
fueuJa de su pertenencia a una Iglesia santa, la vocación
de todos a
la santidad es ley de profesión cristiana. Cada uno debe
ptocntar santifidarse
según su estado.
La libertad --
núm
21-no es fin en sí misma. No se es libre cuando uno usa de
ella como quiere, sino como debe. Y Cristo nos enseña a ser 1,ibres en
la verdad y la caridad, pues se hizo esclavo para liberamos a todos.
Nadie, en
fin, concluye
el
Papa, romo María para ayudarnos a
vivir en plenitud; eo nuestra vida,
el mistetio de salvación que Cristo
nos trajo
y la Iglesia prolonga. Acudamos pues a ella, como a Madte
nuestra
y Madte de
la Iglesia.
Resumen
El corazón de la encíclica lo resume esta frase de Juan P"blo 11:
"Jesucristo,
Redentor.del mundo, está en
el centro
del cosmos
y de
la historia". Y como lo está en los planes de Dios, tanto de creación
como de redención,
así lo está en la eronomía de salvación, que es
una
economía
sacramental; primero pot ,el sacrarneoto unido (ms
trumentum coiunctum) de la humanidad de Cristo; luegi, pot el sa
cramento de
su Iglesia, sacramento social de Cristo;
y luegi, .por los
otros
sacramentos, que son como
dedos largi,s de
Cristo,
actuando
en el suelo o cuerpo sacramental de su Iglesfu_
No
es
el hombre, precisameote, lo que constituye el quicio o clave
de
la lectuta de la Redempto, hominis, sino Cristo, porque sólo
en
Cristo y por Cristo
se romprende la sublime dignidad del hombre
y puede el hombre dar plenitud de sentido a su vida. ''La ooica orieo
tación
del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la vo
luntad y del corazón es para nosotros esto: lhay que ir hacia Cristo
999
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
Redentar del .hombre. Y a ·m queremQs mirax, potque sólo. en el
Hijo de
Dios está la
salvación"'.
No .estamOS pues ante una en.cíclica antropocéntrica, sino rigu#
rosa y formalmente reocéntrica y aisrocéntrica. La rea:Jidad teándri·
ca
de
Crista se prolonga en su Iglesia. Ni en Crista lo humano
se sobrepone a lo divino, sino
a1 revés, ni ,en la Iglesia lo del hombre
ha de sobreponerse a lo de
Dios. Para
eso es
sao:aruento de
Cristo.
La
vida del cristiano, en consecuencia, como nacida en depeodencia de
Cristo
y de su Iglesia, ha de ser,· pues, .ante todo, una vida de fe, una
vida
de caridad,
una vida teologal. en una palabra.
Por eso . el Pontlfi~, mientras reconrn;e y canta las =a villas
del progreso humano, se ve obligado a
recordar al
hombre que,
si
pierde el sentido de lo divino, de dónde viene y a dónde va (sentido
que Jesucristo, Redentor del hombre,
nos ha dado en
plenitud) pue
de
hacer que sea su
progreso la
pira
gigantesq, de
su
aurodestrucción.
Y OS1lO es el sino de 1lllll civiliZáción técnioa que carece de ética. La
puta autonomía técnica, la dinámica interna de satisfucer, como sea,
el ansia de bienestar materia1, el hedonismo erigido en sistema a
cuyo servicio se
pone roda el
progreso, no puede llevarnos más que
al borde
de ese abismo denunciado también
por Sob:henitsyn
en
su
discutso
del
mes de junio de 1978 en Harvard.
Pero cuando
el discurso viene de una cátedra tan alta como la
de Juan Pablo n, inscrita en uná . serie de consideradoñes religiosas,
enronces no hay más que reconocer que el discurso es ver&dero y
legítimo y, hoy, absolutwnente necesario.
1000
Fundaci\363n Speiro
DE JUAN PABLO 11
POR
BERNARDO MONSEGÚ, C. P.
SUMARIO: Cristo, la dave.-Esquema de la. encíclica.-Testimonio cris
tiano.-El misterio redentor.-Una desv:ia.ción.-Caridad y justicia.-La
Iglesia. como sacramento de Cristo.-Moral y progreso.-Libertad y dig
nidad humana.~Derechos humanos y bien romún.-1.a Iglesia y el orden
moral.-Orden moral y soberanía popular.-Apunte sobre la vida íntima
de la Iglesia.-Resumen.
Cristo, la clave
Los que ponen mano a la obra de analizar o oomentar la· larga y
densísima encíclica de Juan Pablo II, primera de su pontificado, no
necesi
en averiguar
cuál sea
la
linea maestra
de
la misma, cuál
el quicio, cuál el objetivo y cuál el estambre funda
mental sobre el que toda ella va urdida. lo ha dechtrado expresa
mente
el mismo
Papa y nadie mejor
que
él para decírnoslo, por
ser
el autor de la misma. El quicio y la clave de todo cuanto en ella· se
dice es Cristo.
En el
Angelus dei domingo 11 de marzo de 1979 decía el Papa
a los fieles
allí reunidos para verle y oírle: "Hacia Cristo Señor, que
es
«el Redentor del hombre>, RedemptM h~, es a lo que deseo
que se vuelva 'la mirada de la Iglesia y del mundo en mi primera
encíclica".
Lo que ha sido meditación mía desde el momento en
que me vi puesto
al frente de la Iglesia, el 16 de octubre de 1978,
y que ya había llenado mi mente y mi cora26n desde los primeros
días
de
mi sacerdocio y, más tarde, desde mi consagración episcopal,
eso
es
lo que he querido oomuuicar al mundo.
979
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
Pienso qne si Cristo me Jhunó y Cristo me comunicó tales pen
samientos y sentimientos, yo tenía que dar resonancia a todo eso en
mi
primera encíclica..
En
consecuencia, lo
que hago
en ella es ex
presar "romo vro y siento la relación entre el Misterio de la Reden
ción en
Cristo Jesús y la dignidad del hombre; y, como veo eso, así
quería qne
la misión de la Iglesia estuviese unida al servicio del
hombre, en
la realización de este su impenetrable misterio. Veo en
esto
el cometido central de mi nuevo servicio eclesial".
Y, acto seguido, lo recakó aún más, al señalar el rerurso o auxi
lio de que pensaba valerse para cumplir con ese cometido. "Mientras
os
coniío esto, ·os pido también -dijo- vnesrra oración a la Madre
de la Iglesia y Asiento de la Sabiduría, la Vj,rgen Santísima, para
cumplir con mi cometido, trabajando por el biro de la Iglesia y del
bomhre en nuestros
tiempos.
Ambos a dos deben mirar a Cristo, en
esta
,hora particula:rmente grave para el mundo, levantando hacia Él
la mirada de nuestra fe y de nuestra esperanza".
er;sro
base, Cristo vértice, Cristo eje r Cristo luz eso es lo ca
pital
del
pensamiento y de la esperanza de Juan Pablo II, tanto en
su encíclica wmo en toda misión pastoral a1 servicio de la Iglesia
y del mundo, ya que es Crisro, como decía también el Papa esa
misma
mañana en una de las parroquias de Roma, el fundamento
de nuestra sa!lvación, y nadie puede pooer otro. N; la dignidad del
hombre
ni su auténtica liberaci6n tienen mejor clave de inteligen
cia y reafuación que el misterio mi!lmO de un .Dios hecho 'hombre
para sublimar y div.inizar al hombre.
E•quema de la Encíclica
Prescindiendo de. Jo que podríamos definir como prólogo a la
encíclica, que comprende sus seis primeros números bajo el epí
grafe general de "Herencia", cargadQS de humanidad, la encíclica
es, en su primera parte, una afümación rotunda y solemne de ta
capitalidad
de
Cristo en la doctrina y en la vida cristiana, capita
lidad cifrada en
un misterio d,e salvación, que es ante todo y sobre
980
Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA «RBDEMPTOR HOMlNIS»
todo reconciliación del hombre con Dios por la liberación del pecado
y la comunicación de la gracia.
En su segunda pa
Papa contempla
y analiza fa situación concreta del .oombre de hoy,
con sus luces y sus sombras, el progreso técnico y el retroceso ético,
afrontando esta
problemática con
el ,iropio de datos que le ofrece la
experiencia y la historia, y hasta eolrando mano de reflexiones alta
mente
filosóficas, pero sin perder de vista el punto de partida, Cristo,
que es a
su
vez término de llega.da y viático y luz para recorrer los
caminos
de
salvación que la
'Iglesia _ tiene como misión
llevar a
cabo,
continuando fa abra de Cristo al servicio de todos los hombres.
Por
eso, en
su
tercera parte, procede el Ponti\fice de un modo
pastoral a sefurlar las
una
acción eclesial conforme al
designio de
Cristo para
convertir su doctrina
en
vida y su misión
en salvación
para todos.
Y sobre esta base, verdaderamente cristiana, esto es, a parcir de
la vida y de las ensefiaru:as de Cristo, que sin dejar de ser Dios se
hace hombre
para enseñarnos el camino de
la
eterna salvación, per·
petuando
su misión en el
sacramento uni.,ersal de
su Iglesia, sienta
la encíclica los pilares de la restauración moral del hombre. Este
asume el orden
moral natural,
la ley
natural ("no
vine a suprimir
la ley sino a llevarla a su_ perfección"', leemos en el Evangelio) la
sublima y sobrenatumliza, posibilitando con la gracia el mejor cum
plimiento del orden natural, mientras aporta algo propio
y específi
camente cristiano en punto ia motivaciones, aiterios, ordenaciones y
objetivos que no permiten mblar de una moral propiamente cristiana.
"Cristo, el nuevo Adán,
matúfiesta plen,,mente al propio hombre y
'le descubre -son palabras de la encíclica-la sublimidad de su vo
cación al
revela
Padre" (núm. 8).
Como hombre
perfecto, de<'Uelve' a la humanidad caída la semejanza divina defor
mada por el
pecado primero. Y en la naturaleza humam, por :81 asu
mida, no absorbida, se ve elevada nuestra misma naturaleza a una
dignidad sin igual, la de nuestra_ filiación con Dios, comunicándo
nos la participación de su mismo espíritu en el que culmina la
obra redentora de Cristo.
Y
"el cometido
fundamental de la Iglesia en todas
las épocas,
981
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
sobre .todo en la nuestra, es · el de dirigir la mirada del hombre,
orientar la
conciencia
y la experiencia de .roda la humanidad hacia
el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tenet familiaridad
con .la profundidad
de
la Redención, que se realiza en Cristo Jesús.
Contemporáneamente se roca también la más profunda obra del
hombre,
la esf~ '--
conciencias
humanas y de las vicisitudes humanas" (núm. 10).
Responsabilizar a la Iglesia con esta su misión cristianizadora de la
humanidad, preocupándose por un auténtico humanismo cristiano,
fue, recuerda el Papa, empeño y propósito declarado del Vaticano
II. Y
para ello
se cuidó
de descubtit toda chispa de verdad y de bien,
latente en
la naturaleza humana y en todas las diversas formas de
búsqueda o
de
acercamiento a
Dios,
no excluyendo el ateísmo
-te
rrible mal de nuestro tiempo-· y dándonos la visión del que po
d,íamos decit "mapa" de las varias religiones. "lln Cristo y por
Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha aeet
cado definitivamente
a ella y al mismo tiempo, en Cristo y por
Cristo,
el \hombre
ha conseguido plena conciencia de su
dignidad,
de
su elevación,
del valor, ttanseendental de la propia humanidad, del
sentido
de su
existencia" (núm.
11).
Testimonio cri·stiano
De esta: dependencia y solidaridad de toda la humanidad con
Cristo
hemos de set ios propios cristianos y católicos quienes d
sacram.entali~da por Cristo mismo, y, consiguientemente, nuestra
unidad, que va de lo dogmático a lo disciplinar, pa,ra anunciar el
mismo Cristo a la luz de la doc:ttina y de la vida de Cristo.
Para ello
•hemos de avivar nuestra fe y nuestra caridad, peco hemos
de
.luchar al
mismo tiempo
con denuedo contra todas las fuerzas de
disgregación que hay en nosotros y la hostilidlld que encontraremos
fuera. Si ,vale la palabra, hemos de ser como aquellos "violentos de
Dios" de
que está
,llena la historia de la Iglesia, que se volcaron y a
su ejemplo debemos
volcamos nosotros
en "revelar a
Cristo al mundo,
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Fundaci\363n Speiro
SOBM LA «REDEMPTOR HOMINIS»
ayudando a todo hombre para que se. eocuentre a sí mismo eo El",
promoviendo así, del modo más eficaz, el
bieoestar y la dignifi
cación del hombre.
Con vistas a ello, los cristianos, antes de descubrir lo que les
separa, deben fijarse en 1o que les une, para así consegnit más suave
y. eficazmente la anhelada unión de todos, teniendo eo cuenta las
diversas culturas
y las diversas ideologías. "La misión no es nunca
una
destrucción, sino una
purificación
y una nueva construcción".
La Iglesia cumple esta misión respetando la libertad del hombre,
"condición
y base de la verdadera dignidad de la persona humana"
(núm. 12). Pero sin dejar por eso de anunciar
la verdad,
que es
la
que verdaderamente nos hará libres (Jn. 8, 32). De donde "una exi
gencia fundamental y al mismo tiempo una adV
de una auténtica libertad". Porque CJ,isto es la verdad, por eso es
Cristo quieo verdaderamente libera.
El misterio redentor
Juan Pablo U considera. fa Redención como una creación reno
vada, ,ya que Cristo, el Dios Hombre, ba venido a confirmar, per~
fecionar y elevar el orden moral oatural, comenzando por el mismo
amor natural que, sobrenatura:lizado, llamamos caridad.
"¡ Redeotor del mundo!
-exclama el
Papa,
comeuzando el
nú
mero 8 de su encíclica-.
En El se 'ha revelado . de un modo nuevo
y más admirable la verdad fundamental sobre la creación". Lo que
por el pecado del primer Adán quedó roto y oscurecido, por el nuevo
ru, sido compuesto y esclarecido. Ha sido renovado, y en una pro
fundidad tal que hace casi
bendecir la
!primitiva culpa. Ahora, en
Jesús y por Jesús, compredemos mejor en su plenitud la grandeza y
dignidad .del hombre, y sabemos que ha sido levantado a una dignidad
superior
a la que le
correspondia por su propia naturaleza. ¡O,n
qué
propiedad
le decimos "Redentor del hombre!". Porque es la
Redención del mundo un misterio_ de amor cin tremendo, que ·Ja
misma creación queda renovada en su misma raíz" (núm. 9).
983
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P •
. En lo que se apunta a la caridad, al amor divino; quintaesenciado
en
la
d01lllción que
el Padre
nos hace de
su mismo Hijo
para elevar·
nos a una categoría. de ser superior a la que teníamos por creación,
como virtud :fundante de todo el orden de la moral cristiana, como lo
es toda. Ja vida cristiana. Del amor venimos, en el amor caminamos
y hacia el Amor vamos. "El Dios de la creación se revela como Dios
ele la redención, como Dios que es fiel así mismo, fiel a su amor al
hombre y a:l mundo, ya revelado el dla de . la creación. El suyo es
amor que no retrocede ante nada de lo que en el mismo exige
la
justicia". Si Dios es amor
y se nos comunica por amor, la a,ridad ha de ser
la raíz y la norma suprema ele un comportamiento cristiano. En
este compol'tamiento nuestro, feliz ordenamiento con respeto al Pri
mer
Amor, condiciona el buen
ordenamiento respecto
de los demás
amores.
Pero es que, además, no podemos presumir de amar a Dios si no
amamos también
lo que Dios
1UDa y como Dios 1o ama. No que
amor
a Dios
y
amor al prójimo
se identifiquen
-eso no es verdad,
como algunos hoy parecen
creer, haciendo del
hombre único
objeto
de su atención y sus afanes- s,ino que, si nu'estro a.mor a Dios es ver
dadero, debe · participar de las condiciones del amor ele Dios, y lo
que El
amó eso debemos amar nosotros y como El ¡probó ese amor
al hombre, así
debemos probarlo nosotros.
& foútil y anticristiano querer hablar de justicia humana al margen
de
la caridad cristiana. Procurarse bienes, y no ser '/ tratar de hacerse
buenos. Bien
lo dijo
el Concilio tocando este tema "Iu,utüe duce,
Charitate comite" (GS, núm. 69),
Una desviación
"El
naturalismo
arnena2a con
disolver la
concepción original
del
cristianismo",
escribió Pablo VI
en
la Bccleii«m ,_,, (núm. 43),
Y
sucede
que la teología, de t.eO<éntrica pasa a ser antropocéntrica,
con · lo
que
más que una antropología teológica
tenemos una
teolo·
gía
antropológica, dando
más a
lo que es
menos; que k, ascesis
cristiana, en vez de renuncia
y alejamiento del mundo se traduce por
984
Fundaci\363n Speiro
SOBRJJ LA «RJ!DEMPTOR HOMJNIS»
inmersión o encarnación en el mundo, -comprometiéndose uno más
con el hombre que a,n Dios. 1'odo aparece puesto bajo el signo de
ese naturalismo
disolvente, que
es
la negación del auténtico huma
nismo
cristiano, ya
que
sin lo divino no tiene wnsisrencia ni sentido
lo humano, y sin
Cristo no lo tienen ni el !hombre ni el cosmos, se
gún expresión del JJlÍSIIlo Juan P,,blo ll.
La historia
del hombre ha alcaru:ado su plenitud en Cristo
_,,ñade
Juan Pablo JI-y a través de la Encarnación a>nocemos
cuá1
es la exacta dimensión que Dios ha querido dar a Ia vida hu
mana, la que quiso que tuviera desde un principio, por encima del
pecado, y la que hizo, al fin, triunfar por encima del pecado y pese
a la resistencia del corazón humano.
La JJlisma miseria y desconcierto que experimenta la humanidad,
empobrecida ética
o
espirim,lmente, JJlientras progresa UUlto técni
catilente, por mor de la pérdida del sentido de lo divino y lo cristia
no en su
wnciencia, nos
está diciendo
que en
el
"corazón" del
hom
bre, en
su misterio, está (y es el Vaticano II el que nos lo ha recor
dado) Cristo, Redentor
del mundo.
"En realidad el JJlisterio del
hombre
sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado... El
que
es imagen de Dios invisible
(Col 1, 15) es también el. hombre
perfecto,
que
ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza
divina, deformada por el primer pecado. En él la naturale,,a huma'
na
asumida, no
absorbid~, ha
sido
elevada también
en
nosotros a
dignidad
sin
igual. El Hijo de Dios, wn su encarnación, se ha unido
en cierto modo a,n todo hombre (GatltÜt,m e# spe
del hombre!
Encarnándose,
Cristo no ha hecho sino volver al hombre a su
primitivo cauce. Entró El mismo en la historia paria hacerse con el
gobernalle de la h,istoria. Más aún, para llevar " buen puerto la
nave de la humanidad, se hizo a un tiempo timón, faro y avitualla
JJliento de la misma.
La encíclica habla mucho del hombre, cierto. Pero del hombre
que, en su situación histórica conaet:a, no es sino él hombre redi
mido por Cristo y wnstitutivamente necesitado de Dios y de Cristo.
En el pensamiento del Papa no hay ningún género de giro antropo
lógico impuesto a la teología. Todo lo contrario.
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
En caridad y justicia
No se puede, por consiguiente, hablar en cristiano de justicia si
no se
procede en caridad y
desde
la caridad. Porque Dios nos amó,
nos creó; y porque nos amó
mudo se
entregó a la muerte por
nosotros, es deci< se encunó para cumplit en nosotros con toda obra
de justicia. Siemp
Quien de verdad ama cumple toda la justicia como cumple todos
los
mandami.-ntos. & el amor de Dios el que fuerm a amar al pró
júno, es la caridad la que debe movernos a la promoción y práctica
de toda justicia. Sin amot de Dios no hay auténtia, amot al hombre.
Desde luego es sólo
la divina verdad de Cristo la que de verdad
mueve a una auténtica caridad, quiero decir, que sólo reconociendo
a Cristo como Dios, podemos esperar en la auténtica libetación · del
hombre, que comienm con
la liberación del
hombre del
pecado
y
su reconciliación -con Dios.
No se excluye lo demás, pero esto viene por añadidura, debe ser,
sí,
integrado en
una
hbetación integral
del hombre, pero en plan de
subordinación, y nunca convertido en objeto principal ni, siquiera
el propio y pearliar, de una misión religiosa como fue la de Jesús y
es 1a
Cristo meto hombre
no es
el Cristo
del Evangelio ... El cris
tiano
que quiere set
verdaderamente tal de
un modo digno en
Cristo y por Cristo, tiene que ser virtuosamente S-odal,, sin ser "so
cialista"; debe set secuaz y promotor de la 11e,rdadera libertad, sin
ser "liberal"; debe vivir en comunión afectiva y
marxista, laicista, oporttlmsta, engañad01', ni prácticamente también
materialista" (E. Lm, La giustküi mo.-a/.e in Gio11anni PdlJlo II, OR.
25°N-79).
Cuanto más que Cristo es interior al hombre.· No está sólo como
un modelo y un :ideal~ sino también co:mo una fuerza interior que
nos acucia y ayuda. Vivo -'-
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Fundaci\363n Speiro
SOBRJl LA «RJJDEMPTO.R HOMJNIS»
se hace vida en nosotros, una vida que se ,resume en caridad para
con Dios y para con el prójimo, en vertic:il y en horimntal, pero de
forma
que es
siempre Jo de Dios lo que rondiciona y somete a sí lo
del
hombre,
quia res drmominantur 4 potiori.
Y romo . Cristo, naciendo de Dios y en obediencia al Padre, puso
toda
su vida
al servicio del
hombre,. así el cristiano, por su condición
de
tal,
a partir de
Dios,
por la fe y fa gracia de Cristo, a impulso de
la
mridad debe
ponerse también al
servido de loo demás. La fe y la
doctrina cristiana está toda
ella en
función de vida
La Iglesia como sacramento de Cristo
La Iglesia, a la que la encíclica Redemptor horni,ms ronsagra una
gran
parte, viene presentada, con el Vaticano II, como el sacramen
to
en y a través del cual Cristo
(sacramento fundante)
nos
va comu
nicando
la salvación que El mismo nos
trajo. Si
Cristo es el
sacra
mento
fundante,
primordial (Urs,.,,,amrmt), la Iglesia es el sacra
mento ,mwersal, medio e instrumento de la comunicación de la vida
divina que emana de Cristo.
Por eso el Vaticano II la dice como un
1acramento de Cristo.
Los otros sacramentos son los sacramentos
pml>ictdares, bien determinados, que la misma Iglesia utiliza para
dar
a
los
hombres ~go de
Jo común
y universal que ella tiene reci
bido
de Cristo,
y que administra en nombre de Cristo. Sin Cristo
no es concebible el
ser sacramental .ni ins1litudona1 de
la Iglesia.
Si Cristo se abre camino en
su Iglesia, también podemos decir
que
la Iglesia es como el camino abierto por Cristo
para que los
hombres lleguen a
El. Y la encíclica lo que busca en fin de cuentas
e;; hacernos ver que ese camino que viene de Cristo está para llevar
a Cristo,
y que sólo entrando por ese camino será un hecho nuestra
salvación auténtica, nuestra redención y nuestra 'liberación. Por algo
la encíclica comienza por la palabra "Redentor". Redentor que trae
una Redención que nos libra de la muerte y del
pecado, dándonos
la vida por la participación de la gracia que nos reconcilia con Dios
borrando
nuestro
pecado.
La misión salvadora de la Iglesia prolonga la. misma acción sal-
987
Fundaci\363n Speiro
BE1lNARDO MONSEGU, C. P.
vadora de Cristo; para Jo que Cristo vino, para eso nos dejó su Iglesia.
Si
Cristo vino
del Padre, para mostramos al Padre y llevarnos al
Padre
dárulonos la capacidad (que no teníamos por
creación) de
ha
cernos hijos de Dios; también la lglesfa ha quedado como el seno
materno donde Cristo nos
regenera a
una nueva vida y donde nos
wmos gestando
a lo
largo de
toda esta vida
para nacer y madurar
a la
verdadera y perfecta vida, que está más allá del tiempo, aunque
se prtlJ:l"m en el tiempo. Por eso se dice que la
gracia es semilla de
la gloria,
y nuestra gloria estará en proporción al grado de gracia
con que
saliéremos de
este mundo.
Constituyendo a Cristo en principio
y eje de roda su encíclica, Juan
Pablo 11 (aunque no
lo parezca a voces) ~e una labor esencial y
profundamente teológica, porque Jesucristo no sólo funda toda la
doctrina cristiana
sino
también roda
la vida
distiana. Y cuanto puede
y debe bacer la Iglesia todo le viene dado de Cristo y se ordena a
prolongar la misión salvadora de Cristo poniéndose ella al servicio
de. los hombres 'por Cristo y para Cristo.
Si la
Iglesia se
preocupa
tanto del
bombre es
porque sabe
que
Cristo,
Dios-Ho*e, hizo
de su
misterio un misterio de
salvación
humana para la m"l'Ot · gloria de Dios y de su Cristo. De donde se
deduce que es a impulsos de las motivaciones de la fe en Cristo y
de la caridad misma que animó a Cristo a sacrlficarse por el hombre,
para volverle a Dios, como la Iglesia se pone también al servicio
integral del
hombre.
La salvación o la perdición del hombre están
en
estrecha e indisoluble dependencia de Gtisto.
Por eso, aunque aparentemente todo el quehacer de la
Iglesia se
centre
sobre
el hombre, siendo "este hombre el camino que la Igle
sia
debe recorrer en
el cumplimiento de su misión", en realidad de
verdad
es Cristo quien mueve a la
Iglesfa a recorrer ese camino,
dotándole al mismo
tiempo de todos los medios
para recorrerlo según
las
trazas que El mismo siguió en
su Encarnación y Redención.
Y a,propiiindose palabras del Vaticano 11 ((ram/ium et S,pes, 10;
AAS 58 [1966} 1032), añade el Papa: "Cristo, muerto y resucitado
por todos,
da siempre al hombre «--
su luz
y su fuerza para que pueda responder a su
m.!xima vocación"
(núm. 14).
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Fundaci\363n Speiro
SOBRB M «RJ!DHMPTOR HOMINIS»
Moral y pro¡¡reso·
He ahí por qué el progreso de la té<;nk:a y el desarrollo de la
civilización, algo que marca tau profundamente a nuestro mundo de
hoy,
"exigen un desarrollo proporcionado de la moral y de la ética".
¿Nos
'hace esa técnica .más hombres?° ~es si tautas cosas buenas no
sirven para hacerl106 .más buenos, es que . nuestro progreso no se
ajusra a los planes de Dios en
su Cristo .. Fallamos en
lo moral. El
hombre debe
afirmar su
realeza sobre las
rosas sabiendo ser sefior
de sí mismo, y io será en la medida que sea consciente de que e~
su realeza, como insinúa el mismo Vaticano II, participa del minis
terio
regio
--m,m,,s regtde--de Jesucristr> mismo.
La exploración, pues, del mundo, tia productividad y el· consu
mismo
deben,
por consiguiente, hacerse con conciencia y sentido de
solidaridad
y
respetr> a la dignidad humana, elevada al máximo en
Crisoo. Y un comportamientr> a>llSlllilÍstlico no· controlado por la mo
ral
no es
humano, no
es digno del
hombre, porque no se ajusra a
la verdad y por ende, tampoco respeta debidamente la libértad.
De
nada tiene más necesidad el hombre de
hoy que de úná grao
responsabilidad moral
Una
responsabilidad moral que le
·oompro
mete con
el
buen uso de su
libertad y le obliga a vivir el tiempo
en
función
de· eternidad. Esto los cristial106 lo sentimos con· mayor
fuerza rerordando el
sentido
escatológico del
Mensaje.
Libertad
y dignidad· humanas
El
Papa en el número 12 de
su encíclica, toca la misión de la
Iglesia con respectr> a la salvaguardia de 'la libertad del hombre, en
especial de su
libertad religiosa, haciendo referencia e0
divina
haciéndose
custodia de la libertad del rhombre. Si se arropella
ésra
no hay respeoo a la diguidad de la persona humana.
Pero,
al hacerlo, no pone precisamente como premisa de esa Ji
berrad la misma dignidad humana, sino más bien "el carácter ern-
989
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSBGU, C. P.
pefiativo de la verdad que Dios nos ha revelado'', verdad de la que
"la Iglesia, pot fastirución de Cristo, es custodia y maestra. Está
precisamente dotada
de una singular asistencia del Espíritu Santo
para que pueda custodiada fielmente y enseiíarla en su más exacta
integridad".
Es al anuncio
evangélico, que
anuncia
'"la verdad que no pro
viene de los
hombres sino de Dios", a lo que la Iglesia mira para
proclamar la libertad religiosa y tutelar la misma dignidad humana,
pues es en
ese anuncio donde está contenida, o, como dice el Papa,
esa dignidad se hace contenidO de ese anuncio. Es la dignidad de
los hijos de Dios.
Este modo de enfocar la cuestión del respeto a la libertad y la
dignidad humanas resulta sumamente interesante y muy actual, por
que no es la libertad por la libertad lo que la Iglesia proclama, sino
en la verdad, "dado que no en todo aquello que los diversos siste
mas, y también los hombres en particular, ven y propagan como
libertad está la verdadern libertad del hombre". Y es de esta liber
tad bien entendida de la que la Iglesia, "en virtud de su misión di
vina,
se hace custodia", como . "condición y base de la verdadera
dignidad
de la persona humana".
Repito que, en el pensamiento del Pontífice, no es a la libertad,
ni siquiern la dignidad de la persona a lo que se confiere el primado
para llegar a una proclamación de la libertad religiosa, sino a la
verdad, pues también para nuestro mundo moderno valen las pala
bras de Cristo romo vale Cristo mismo: "Conoceréis la verdad y
la verdad os hará libres" (Jn. 8, 32).
Palabras -
al
mismo tiempo una advertencia: la e,clgencia de una
relación honesta
con respecro a la verdad, como condición de una
auténtica
libertad; y la advértencia, además, de que se evite cual
quier
· libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral,
cualquier
libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el
hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil afios,
Cristo se oos · aparece como: Aquel 'que libera al hombre de Jo que
le limita, trayendo al hombre la libertad basada en la verdad" (nú
mero 12).
990
Fundaci\363n Speiro
SOBRJ! LA «RBDBMPTOR HOMINIS»
Con ocasión de su viaje a Puebla de los Angeles (Méjico), Juan
Pablo II
hoo hincapié
de un modo
particular eo
el presupuesto de
la
verdad integral sobre
el hombre, sobre su
naturaleza y su destino,
como
condición
indispensable para una
liberación integral, acorde
con la
misma dignidad humana.
Verdad integral que no se consigue a
be:se de
ideologías ni
principios filosóficos, sino sobre el quicio de Cristo, a la luz de su
revelación. Una revelación en cuya presentación
y conocimieoto
juega la Iglesia
papel decisivo, pues ella es, a través del Magisterio,
la
norma inmediata,
tanto de Já evangelización como de la teología.
Lo que equivale a decii: que no es en clave sociológica ni antro-
pológica como
se
obtiene la verdad integral sobre el hombre,
sino
en clave eclesiológica y, por ende, cristo!ógica, ya que la Iglesia
está como sacramento de Cristo y, al margen de la interpretación
que de
Cristo y la Escrirura hace la Iglesia, no hay posibilidad de un
discurso válido y eottectamente teológico. "La eclesiologfa es la po
sibilitación
teológico-transceodental de toda declaración teológica, por
que de la Iglesia
recibimos la Escrirura, que nos da testimonio de
Cristo" (M. ScHMAus, El «'edo de la Iglesia cat6lico, II, pág. 13).
Venimos pues siempre a lo mismo: Cristo el quicio
y Cristo la
clave para entender al hombre
y leer oorrectamente lo que Juan
Pablo II dice
sobi'e el mismo
eo su
encíclka. Oaro que,
a su
vez, la
Iglesia tamporo puede ser eotendida más que desde Cristo y desde
la
Escritura. Lo que no supone un clrculo vicioso, sino un cítculo
vital. BI teólogo necesita de
la Iglesia para
'.hablar te0lógkamenite de
Cristo. Pero;
por
Cristo, ya que en
· el centro y
en la
base toda
la eclesio
logía está la
cristología.
No es
la Iglesia la
que sostiene a Cristo,
sino a la inversa.
Lo que una te0logía no puede en ningún caso
hacer es separar a
Cristo
y a su Iglesia.
Porque
Juan Pablo II
ha dedicado toda su vida una atención
especial a
los temas sobre el
hombre y sabe del signo antropocén
trico de toda la cultura moderna por eso en su encíclica los aborda
de lleno;
pero no en perspectiva sociológica ni antropocéntrica, sino
eclesiol6gica
y
cri,tológica, La · inviolable dignidad del homb!'e tiene
en la antr0pologfa cristiana su mejor justificación,
pues por Jesu-
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Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
cristo parece el hombre como imagen de .Dios y dignificada •al má
ximo en El la naturaleza humaaa, como hombre Dios, y por la
Iglesia; sa~to de Cristo, esa anuopología · que da al máximo
gar,,ntizada,
al ser tratada teológica. y cristocéntricamente.
Derechos
humanos
y bien
común
No se. puede hablar de auténtico respeto y salvaguardia de los
deredhos humanos si de un modo titánia:, o despótico se intenta, uti
lizando sobre todo los recntSOS del poder, impedir el ejercicio de
deredhos inalienables
de la persona, o se
reduce a
ciudadanos de se
gunda c,tegor!a a quienes no comulgan con las directrices o impo
siciones de esos poderes que proclaman la soberanía del pueblo pero
privando de libertad a determinados. grupos de ese pueblo.
Es el bien común el que debe ptevaleoor por encima de todo en
el gobierno de
la sociedad por el Estado. Bien común imposible si
no se respetan
los . deredhos fundaméntales de la· persona, en especial
el de la libertad religiosa. "La limitacióo de la libertad rcligiosa de
las personas o de las comunidades no es sólo una experiencia doloro
sa, sino que ofende sobre todo. a la dignidad ntlSma del hombre ...
contrasta con
la dignidad del hombre y con sus deroohos objetivos".
La conciencia que trae el hombre de su dependencia de Dios, por el
mero hedbo de
ser criatura
·suya, es anterior a
su
condición de ciu
dadano
y súbdito de un poder temporal o estatal. No puede pues el
poder
póblko coaccionar o hacer violencia a la conciencia de nadie,
y menos privándole del derecho de rendir culto a Dios u obligándole
a
"aceptar
una postura según• la cual s6lo el ateísmo tiene deredio
de ciudadanía en la vida póblica y social" (17).
Lá iglesia y et orden "moral
La Iglesia que "se presenta ante nosotros como sujeto social de
la
iesponsabllidad dt, la verdad divina" (núm. 19), que es respon
sable
de
la verdad ·revelada, a la que debe ,manténerse fiel (y para
Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA,«lUJDBMPTOR HOMJNIS»
conseguir lo cual }"8ucristo la prometió. eternamente su. asistencia),
mientras.
proclama. esta libettad
ci"'!trO del respeto
a
1a. vetdad, al
orden
objetivo
y a la dignidad de la persona .humana, .se esfuena
porque
a la
lll2 de
su fe
se viv~ en
plenitud la vida
humana,. ajus
tándola
a los
dictados de
un
conciencia recta,
formada con arreglo a
la
interpretación que
de
las vetdades de la fe hace el mismo Magis
terio
de la Iglesia.
El pluralismo
teológico
-dice el Papa-no
pue
de llevar
al alejamiento de la unidad fundamental en la eoseñarua de
la Fe y la Moral.
"Es por tanto indispensable una estreeha colabo
ración de !la teología con el magisterio". "Nadie puede hacer de la
teología una
especie de
colección de los propios conceptos perso
nales", sino que debe atenerse a la verdad de que es responsable la
Iglesia
(19).
A este propósito escribió Hetmenegildo Lio. en una serie de
artículos
dedicados en L'OsseriN#ore Romano a la. "justa .moral" de
que
hablara Juan Pablo II
en su primet audiencia de 25 de octubre
de 1978.
"Es menestet no dejarse atrapar por esa que hoy dicen
"nueva
moral», la
que
el supremo magistetio de la Iglesia ni ha
aprobado ni puede
aprobar, justamente porque , no obedece a
las
exigencias de la "'moral justa", esto es, de esa moral que se .. funda y
se expresa conforme las exigencias del orden moral quetido por Dios,
revelado
definitivamente. por
Cristo, e interpretado
por la autoridad
de su única Iglesia, en poimer lugar
por ],a Cabeza visible de la Igle
sia, en cuanto que sólo
"cum Petro et sub Pel,,o" permanece uno
dentro de esa que el Papa
denomina "justa moral" (Or. 15-III-79).
Hay j,ues que estar al orden moral en su plenitud. Lo que no
quiete decir otra
cosa que ha de set mtegralmenle cristiano, por tanto
--añade Lio-asumiendo la ley mo-ral natural. Y subrayamos lo de
moral para salir al paso de esos teólogos que no aceptan la ley natt1ral
tantas veces invocada ¡ior el magistetio supremo de la Iglesia ( cf.
Humanae 11itt>e, n6m. 4), porque sería un concepto fisichta de la na
turaleza hoy transnochado, tema acerca del cual, por tratarse de algo
físico,
el magisterio de la Iglesia no tiene la última palabra.
Nadie pretende,
ni· a nadie se le ocurre, que cuando la Iglesia
apela a un orden o
ley natural se quede ni se fije propiamente
en lo
ffsiro de
la
naturaleza, sino
que
nililt o contempla el aspecto "moral"
993
Fundaci\363n Speiro
BBRNARDO MONSBGU, C, P.
que en ese orden o ley natural se implica, como ya lo entendían hasta
los antiguos juristas y filósofos paganos. Tratándose de un ser moral
como es el ihombre, lo
natural humano
no puede
entenderse a
ese
modo fisidsru que pretextan los negadores de la ley natural. Cuando
se lbabla de
un orden
mora1 natural, de una ley natural, lo que se
quiere decir es
que para el
hombre, sujeto libre y por tanto moral,
la
aplicación de las
leyes físicas
es
neoesariamente una
aplicación
conforme a
la
naturaieza del
hombre,
pot tanto
consciente
y libre
y, en consecuencia, subordinada a una ley moral que condiciona Jo
justo o injusto de una
moral.
No
es el hombre un
ser que se constituya a sí mismo en medida
de la
verdad y del bien, sino que es medido por el orden establecido
por Dios
al crear
las cosas y que ha dejado impreso o hedio inma
nente a los seres mismos como ordenamiento de c.ada cosa a su fin
o el modo connatural de cada cosa de comportarse en orden a ese
fin. Ordenamiento que cada ser realiza según su naturaleza. Y siendo
el hombre un
ser dOtado de inteligencia y de libertad, lo ha .de rea
lizar
consciente y libremente, respetando el orden establecido (o no
respetándolo), pero en
cualquier caso realizándolo, vellis no/is, moral
mente. De
alhí el dicho de que la ley natural, así entendida, es
una participación
de la ley eterna, y que pot orden a esa ley divina
las acciones son
moralmente jusras o injustas.
Aun
sin la
luz de
la
fe sobrenatural, tiene el hombre conciencia
de
deberes y de derechos dima nante, de la condición humana de
su
set que, mientras por
un lado, se siente consciente
y libre para
respetarlos y cumplirlos, por otro, al no ser él mismo quien · se ha
dado cl ser oi la norma de su debida ordenación al petfecciona
miento de su
ser, sino depender de ottO, de Dios en una palabra que
lo creó, se siente al mismo tiempo condicionado moralmente en su
obrar, conpottándose. como lbombre, ruonablemente, respetando su
propia
dignidad humana,
y subordinando su conducta al orden es
tablecido
por Dios.
Y
es
ral esta subordinación del hombre al orden nwral natural,
esto
es 1a obligación que tiene de comportarse conforme a ,Jas exi
gencias de su set y de la ordenación que él trae de Dios a su debido
fin, ordenándose a él consciente y libremente, que no hay poder ni
Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA «REDEMPTOR HOMINIS»
ley humana que pueda dispensar al hombre de comportarse humana
ll!etlte, estando al orden esn.blecido por Dios, respetando su propia
dignidad humana, cumpliendo con sns obligaciones
naturales m(J1'(¡J
mente, y respetando también los derechos naturales de los demás.
En
esto
está la
esencia de esa
"moral natural jnsta"
.que, aun sin
ojos
cristianos, llegaron
a
alcanzada los filósofos pagan¡>s, como recuer
da
el apologista
I..actancio (cf. Inst. I, VI, c. 7: PL 6, 660 sigs.). "Hay
una
ley verdadera, coniforme a naturaleza, que está en todos los
hombres,
es
\CO!lStante y es eterna... A nadie le es lícito abrogar esa
!ey,
ni derogarla en algunos casos,
ni abrogarla totalmente. Ni si
quiera pueden ser dispensados
de ella por intervención del Senado
o del pueblo:
"Nec vero ata per Senatum, ata per populum so/vi hac
lege poss11m11s"". Porque se trata de una ley inscrita en el propio ser
o conciencia
humana, que es universal e
inmutable, que obliga lo
mismo
al griego
que al romano ••.
De alhí una consecuencia lógica, que se hace bien necesario ex
plicitada
en nuestros tiempos. No hay autoridad positiva
alguna
que pueda legislar en contra de la ley natural así entendida, ni no
SOttos podemos obedecer a · una ley o una autoridad humana que
vaya contra la
ley natural, que
es
divina en ú:ltima instancia. "Por
tanto, tod~ Jey humana qne
contradiga,
por ejemplo, la ley divina del
respeto
a la vida humana
inocenre, no sólo no obliga en ronciencia,
sino
que en conciencia venimos obligados a hacerla frente,
objetán
dola
y resistiéndola con todos
los medios legítimos a nuestro al
cance, pues lo de Dios debe prevaiecer sobre lo de los hombres, má
xime cuando las leyes de éstos son injustas y romo tales imnorales •••
En
este número entran las que legitiman la contraconcepción, la in
rerrupción del embarazo etc. "(H. l;io, lug. cit).
Orden Moral y soberanía popular
Por encima· de cualquier ordenamiento jurfdico, estabk:cido por
la convención humana o por esa que dicen soberanía popular están
"los derechos
ob¡etivos inviolables del hombre'" (núm.
17), derechos
que dimanan de la misma
naturaieza del
hombre, que
vienen por
99S
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
Jo tanto del autor mismo de la natunúeza, Dios, y cuyo rudenamien
to y ,expresión política tiene como pivote el bien mismo de la per
.sona humana viviendo en romunidad, sirvkndo el bien común de
"criterio esencial de todos los programas, sistemas, regímenes". Si
esto
DO se tiene en cuenta --añade el Papa-la vida humana está
condenada
a1 fracaso y a los sufrimientos, romo Jo . prueban hechos
<;le l:iistoria
bien
recientes
y bien .lamentables.
"La Iglesia ha enseñado siempre el deber de acmar por el bien
común ... ha enseñado además siempre que el deber fundamental del
poder es
ia solicitud pru el bien común de la sociedad; de ahí de
rivan sus
derechos fundamentales. Precisamente pru eso, en nombre
de. esas premisas concernientes al orden ético objetivo, los derechos
del
poder no pueden
ser entendidos de otro modo más que en base
al respeto de los derechos objetivos inviolables del hombre". (oú,
mero
17).
Y si my algún derecho . al que el poder político no puede en
modo alguno
contradecir o
hacer
ofensa, mientras su ejercicio cae
dentro de ese orden
objeti'l"O de valores, ese "orden objetivo ético",
consonante con
la dignidad y la libertad humana y nunca en contra
dicción con el
bien
común, es, el derecho a la 'libertad religiosa, que
es
anterior. a la existencia del Jlstado mismo, porque las telaciones
del hombre ron Dios.
le
.afectan en su condición de aiatuta misma
antes de llegar a ser . criatura social. . Y por eso resulta. del todo
absurdo
e intolerable que el poder
político pueda reconocer al ateis
mo unos
derechos que niega
a. la creencia
religiosa, pues
como
fe
nómeno
humano,
la incredulidad y el ateísmo "se comprenden sola
mente en relación
con el
fenómeno de la
religión y de la fe". Es pues
una postuta
antihumana la
que
sólo· reconoce derechos al
ateísmo,
deja sólo
Hbertad a
los
incrédulos y DO se los reconoce y DO se la
concede a quienes se profesan religiosos. Esta
doctrina del Papa sobre la libertad religiosa, pala formular
la cual se apela a lo dicho pru el Vaticano n, deja en pie lo que
observábamos antes acerca de la cónexión entre verdad y libertad.
Quiero decir, que
no sería difícil, a partir de
Jo que· Juan Pabk> II
sienta
sobre
la procl:umción de la libertad en la verdad y de la subor:
dinación
al bien
comim de todo ordenamiento políticoi llegar
a la
con-
Fundaci\363n Speiro
SOBRB L,f «RBDBMPTOR JIOMJNIS»
clusión de que, sin perjuicio de la libertad religiosa civil, igual p,¡
ra
rodos, a la religión objetivamenre verdad~ es a la única .que co
rresponden
dereohos objetivos auténticos.
Sin embargo,
en lo que el Pap,¡ insisre es en proclamiar la liber
tad religiosa para la religiosidad y l¡a creencia, privada y pública, en
todo ordenamiento político, considerando abusiva .la legislación ten
dente a conceder más al ateísmo o al laicismo. que no a la religio
sidad y el teísmo, pues es por lo positivo y no por lo negativo por
donde
hay que comenzar para hablar de valores objetivos. Es a
partir del ser no del no
ser como podemos filósQfar. La afirmación es
antes que la negación.
Y
afrontando de
lleno la
responsabilidiad de
la Iglesia
en el
cumplimiento
de la misión que Cristo
la lla confiado, contempla
luego
el
Papa a
esta
Iglesia comprometida con
la verdad del
hombre
tal y como fue entrevisto . en los planes de Dios en su Cristo y la
misma ~ia lo presentla a la luz de la Revelación. La verdad revé
lada es propiedad de Dios; lo es en Cristo mismo, suprema revela
ción del Pa
La fidelidad del Hijo al Padre es la misma que pre,
side
la :acruación de
la Iglesia
para con los hombres, en fidelidad a
Cristo,
como "sujeto
social de la
responsabilidad de
la verdad
divina''..
Y
fue Cristo mismo quien,
para· ga:tantizar la fidelidad a la verdad
divina,
prometió
a su Iglesia una
asistencia especial, dotándola del
don
de
la i!l!fa.llbilidad.
Y
el
Papa toma
ocasión aquí
para recordar a los teólogos su
misión, que dice "servidores
de la verdad divina", servidores también,
por tanto, de
fa Iglesia, depositaria y guardiana de esa verdad. De
forma
que el
"intellectus fidel" sólo fuociona en ellos
correctla:men
tc
cuaodo
tratan de
servir
al Magisterio, poniéndose al servicio de
los rompromisos apostóliros de todo el pueblo de Dios.
Para ello
deben
profundizar en
el conocimiento del depósito revelado,
utili
zando el progreso de las ciencias todas. Pero su trabajo "no puede
o:Iejarse de
la unidad
fundamental en la enseñanz.a de la Fe y de la
Moral, como
fin que le es propio.
Es, por tanto, indispensable una
estredia colaboración de la téOlogía con el Magisterio •.• Nlidie pue
de
hacer de
la teología una especie de rolección de los propios con-
997
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C, P.
ceptos personales; sino que cada uno debe. ser consciente de per
manecer en estrecha unión con esta misión de enseñar la verdad,
de
la que es responsable la Iglesia'" (núm. 19).
Y si es~ · es la responsabilidad del teólogo, nada digamos cuál
deberá ser· la de los Pastores de ,Ja Iglesia. Su misión propia es la de
anunciar· y ttlansmitir la doctrina tradicional de la Iglesia, responsa
bilizando en ·ellos 11 sacerdotes, religiosos y laicos, a toda la Iglesia.
Apunte sobre vida íntima de la Iglesia
A parcir del
número 20,
la. encíclica se centra de un modo par
ticular
en lo que podríamos decir vida interior, espiritual, cultual y
sacramental de la misma. Y, !itbida cuenta del carácter de esta re
vista y lo limitado del espacio de que disponemos para unla. meditas
ción sobre la
misma, no hacemos más que sobrevOlar lo que en ella
se dice.
Coruhgra el Papa una atención especial a la Eucaristía y a
la Penitencia. Dice de
la primera que es di. Sacramento donde la ac
ción salvadora
de
Cristo se conaetla, dentra de la saaamentalidad
de
la Iglesia
miso», del
modo
más alto y eficaz. La Iglesia vive de
la Eucacistía y se edifica sobre la Eucaristía. Es sacramento y es sa
a-ificlo. Ha.y pues que respetar la plena dimensión del misterio y
no por celebrar en él la "fraternidad" humana, de,ar en la penumbn
o ,educir a un segundo
plano este
sacrrunento ddl. Cuerpo y la San
gre del Señor, renovación perenne del sacrificio redentor. Por el ca
rácter que la Eucaristía tiene de sacrificio público en la Iglesia, pide
el Papa que haya "una
rigurosa observb.ncia de las normas
litúrgicas".
Y por
su ,eficacia pata promover ]a vida cristiana, que los pastores
todos
cuiden de promover la recepción frecuente
y santa de este
Sacramento.
Para ello ha de
servir el
sacramento de
la Penitencia, que el Papa
presenta como sacramento d-e recondliad6n con Dios, antes que con
los herm«nos o la comunidad. Esta, dice, no puede reemplazar al in
dividuo. Nadie puede aquí
ser sustituido
por los otros. Cuando
la
Iglesia insiste en la necesidad de la confesión individual, no hace
998
Fundaci\363n Speiro
SOBRE LA «REDEMPTOR. HOMlNlS•
más que reconocer una tradición y, además, defender los derechos
individuales
del
alma.
Pide el Papa, luegi,, que cada cristiaoo se sieota cada vez más cons
ciente
de su perteoencia al cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, tra
ducieodo eo comunidad psicológica 'Y de vida la comunidad "onto
lógica" que la
Iglesia es
en sí misma, santa por su
identifi0ación con
Cristo,
aunqne los cristianos no sean siempre santos.
Pero, en
fueuJa de su pertenencia a una Iglesia santa, la vocación
de todos a
la santidad es ley de profesión cristiana. Cada uno debe
ptocntar santifidarse
según su estado.
La libertad --
21-no es fin en sí misma. No se es libre cuando uno usa de
ella como quiere, sino como debe. Y Cristo nos enseña a ser 1,ibres en
la verdad y la caridad, pues se hizo esclavo para liberamos a todos.
Nadie, en
fin, concluye
el
Papa, romo María para ayudarnos a
vivir en plenitud; eo nuestra vida,
el mistetio de salvación que Cristo
nos trajo
y la Iglesia prolonga. Acudamos pues a ella, como a Madte
nuestra
y Madte de
la Iglesia.
Resumen
El corazón de la encíclica lo resume esta frase de Juan P"blo 11:
"Jesucristo,
Redentor.del mundo, está en
el centro
del cosmos
y de
la historia". Y como lo está en los planes de Dios, tanto de creación
como de redención,
así lo está en la eronomía de salvación, que es
una
economía
sacramental; primero pot ,el sacrarneoto unido (ms
trumentum coiunctum) de la humanidad de Cristo; luegi, pot el sa
cramento de
su Iglesia, sacramento social de Cristo;
y luegi, .por los
otros
sacramentos, que son como
dedos largi,s de
Cristo,
actuando
en el suelo o cuerpo sacramental de su Iglesfu_
No
es
el hombre, precisameote, lo que constituye el quicio o clave
de
la lectuta de la Redempto, hominis, sino Cristo, porque sólo
en
Cristo y por Cristo
se romprende la sublime dignidad del hombre
y puede el hombre dar plenitud de sentido a su vida. ''La ooica orieo
tación
del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la vo
luntad y del corazón es para nosotros esto: lhay que ir hacia Cristo
999
Fundaci\363n Speiro
BERNARDO MONSEGU, C. P.
Redentar del .hombre. Y a ·m queremQs mirax, potque sólo. en el
Hijo de
Dios está la
salvación"'.
No .estamOS pues ante una en.cíclica antropocéntrica, sino rigu#
rosa y formalmente reocéntrica y aisrocéntrica. La rea:Jidad teándri·
ca
de
Crista se prolonga en su Iglesia. Ni en Crista lo humano
se sobrepone a lo divino, sino
a1 revés, ni ,en la Iglesia lo del hombre
ha de sobreponerse a lo de
Dios. Para
eso es
sao:aruento de
Cristo.
La
vida del cristiano, en consecuencia, como nacida en depeodencia de
Cristo
y de su Iglesia, ha de ser,· pues, .ante todo, una vida de fe, una
vida
de caridad,
una vida teologal. en una palabra.
Por eso . el Pontlfi~, mientras reconrn;e y canta las =a villas
del progreso humano, se ve obligado a
recordar al
hombre que,
si
pierde el sentido de lo divino, de dónde viene y a dónde va (sentido
que Jesucristo, Redentor del hombre,
nos ha dado en
plenitud) pue
de
hacer que sea su
progreso la
pira
gigantesq, de
su
aurodestrucción.
Y OS1lO es el sino de 1lllll civiliZáción técnioa que carece de ética. La
puta autonomía técnica, la dinámica interna de satisfucer, como sea,
el ansia de bienestar materia1, el hedonismo erigido en sistema a
cuyo servicio se
pone roda el
progreso, no puede llevarnos más que
al borde
de ese abismo denunciado también
por Sob:henitsyn
en
su
discutso
del
mes de junio de 1978 en Harvard.
Pero cuando
el discurso viene de una cátedra tan alta como la
de Juan Pablo n, inscrita en uná . serie de consideradoñes religiosas,
enronces no hay más que reconocer que el discurso es ver&dero y
legítimo y, hoy, absolutwnente necesario.
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