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Número 178
Serie XVIII
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Autores
1979
Armonía y dialéctica en el orden político
ARMONIA Y DIALECTICA EiN EL ORDEN POLITICO
POR
ENRIQUE ZuLBTA PUCEIR.O
A la memoria de
Francisco, Elía.r de Tejada
I
En un discurso que acaba de recorrer el mundo, ¡pronunciado
ante
la Asamblea de Graduados de la Univ~idad de Harvard,
A.
Solzhenii.in ha formulado algunos interrogantes profundamente
sugestivos
para el tema que nos ocupa. Refiriéndose a los rasgos
generales de un mundo
escindido, al carácter destructivo e
irrespon
sable que.
parece cobrar
la idea de
libertad, al dd,ilitamiento de los
caracteres humanos, a la pérdida de la voluntad, la miopía de las
clases dirigentes y la crisis del humanismo, el gran escritor sovié
tico se pregunta:
«Cómo se
ha formado
la desventajosa situación
actual?
Desde una marcha triunfal, ¿de qué modo ha caldo el mundo
occidental en
tal impotencia?
¿Hubo en su
desarrollo fatídicos vi
rajes,
pérdidas del
.rumbo adoptado? Pues parece que no. Occidente
no ha hecho más que progres;ar y progresar en la dirección social
declarada, mano a mano con el brillante progreso técnico. Y de
pronto se ha encontrado
en este 0;1tado de debilidad. Y entonces
-agrega Solzhenii.in-]o, único que qweda es buscar el error en
la
misma rafa, en la base del pensamiento de la modernidad. Me
refiero
a la
cosmovisión dominante
en Occidente, que nació en el
Renacimiento, que se
fundió en
moldes pollticos a partir de la
Ilustración, que
ha constituido
la. base de todas las ciencias poli-.
ticas
y sociales, y que puede ser designada como hwnanismo racio-
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ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
nalista, o bien como autonomismo humanista, por proclamar y pro
= la autonomía del hombre de cualquier fuerza superior a él.
O
bien, si
no,
antropocentrismo: la idea del hombre como centro
de todo lo
existente» (1).
Con
toda claridad,
Sol:menitsin trae
al centro mismo de su
diag
nóstico, acerca de la crisis contemporánea, una evidencia advertida
desde las más diversas ópticas ideol6gicas. Nos referimos al vasto
proceso de
secularizacMn de la cultura y las sociedades modernas ;
al
eclipse de la trascendencia que, con manifestaciones en todos los
·6rdenes
de la vida bUllJ>l época un signo único en la historia.
En efecto,
la historia de la cultura nos demuestra hoy que la
sociedad moderna es
la única, entre todas las que cabe registrar con
un minimo de
certidumbre, que tiende a una eliminación sistemá
tica de todo componente
sacra! en
su sistema
de valores (2). Si bien
'es cierto que la
irreligiosidad conoci6 momentos
y ciclos de auge
en otras erapas
hist6ricas, fo cierto es que el fen6meno qued6 limi
tado,
por lo general, a ciertas capas de la sociedad, sin alcanzar a
la totalidad de
la sociedad. Esta conserv6 siempre un núcleo central
de
verdades
y principios exentos de toda posible duda, que g-aran
tizaha.n no s61o la continuidad de nna tradici6n, sino los vlnculos
de
unidad e integraci6n socia:! mlnimos e indispensables para ga
. rantizar la existencia coi:nunitaria. Las normas, las instituciones, las
tostnmbres, los c6digos de comportamiento, reconocieron asl, siem
pre, un fundomento trascendente a las rnnvenciones hnmanas, que
permiti6 la continuidad de las civilizaciones.
Lo propio e intransferible de fa mentalidad moderna consiste,
precisamente, en el desconocimiento de todo límite a la crítica se
cularizadora. La continuidad, la unidad, la tradición y hasta la mis
ma sacrosanta evolución son cuestionadas en su raíz más íntima.
(1) So!zhenitsio, A.: «Discurso en la Asamblea de Graduados de la
Universidad de Harvard», trad. V. La:msdorff, en Verbo, Madrid~ núm. 168,
1978, pág. 1013.
(2) Un punto de vista sociológico sobre el problema puede verse en
Germani, G.: Democracia y autorittln.rmo en ]1,1 sociedad moderna, Cambridge,
Mass. 1978, págs. 8 y sigs.
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La noaon racioruilista de la subjetividad, forjada a partir del no
minalismo, ha desembocado así en un proceso de disolución siste
mática de toda
instancia supraindividual. Lo que se cuestiona no
es sólo la idea de un Dios trascendente
y providente, arquitecto del
orden
del universo y creador del hombre, sino todo significado;
todo
valor o norma general; todo criterio situado
más allá de la vo
luntad
individual.
La idea mimia de hrm,/we queda reducida a una
mera noción
«operativa», destinada a
la explicación de
procesos par
ticulares
en el orden de la naturaleza.
iLa idea de la «muerte de
Dios» no es otra rosa que
una
traducción en
términos
más amplios
de la idea del fin del hombre. «Me parece -escribe Foucault- que
la noción de naturaleza humana ha jugado el papel de indicador
epistemológico con la teología, la biología o la historia, o bien en
oposición a éstas. Me
resultaría
difícil ver en ello un concepto cien
tífao» (3).
«Indicador
epistemológico>> destinado a desaparecer
irre
mediablemente con la desaparición de aquellos tipos o disposiciones
de
saber que Je dieron origen. <
ran
tal como aparecieron
-ronduye Foucault al
cerrar su obra
más
importante-si, por cualquier acontecin,.iento cuya posibilidad po
demos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no
conocemos por ahora, oscilaran romo lo
hizo
a fines
del
siglo XVIII
el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el
hombre se borraría,
como en
los llmites
del mar uo
rostro de
arena» ( 4).
El hombre moderoo mata a sus dioses a través de una suerte de
autoinmolación. La sociedad moderna es víctima de una tensión ex·
plosiva e insostenible, entre un proceso de secularización que disuel
ve
todo principio de unidad y cohesión social ·y, por otro lado, la
necesidad connatural a todo agregado
hwnano de
contar
coo un
punto
fijo de
continuidad ---esto es,
de supervivencia- ante el
deveuir. Esta
es,
precisamente, la esencia de toda gran crisis 'his
tórica:
la puesta en tela de juicio, el cuestionamiento de aquellas
(3) Fou.cault, M.: La TJalflraleza humana ¿i111ticia o poder? Conversación con N. Chomsky, trad. A. Sánclrez, Valencia, 1976, j)ág. 17.
(4) Foucautt, M.: Las ptNabras y las cosá.I1 trad. E. C. Frost, México,
1974, pág. 375.
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verdades y principios intangibles destinadas a dar a las sociedades
razón de
su propia
existencia.
Las tensiones a:lcaru:an así un carácter
verdaderamente estructural que las
torna dificilmente reversibles
desde los términos mismos ell que se plant€11'1. Históricamente, estos
momentos -típicos, por otra parte, en las etapas de decadencia de
las
civili2aciones--'-, sólo parecen superables desde
un replantea
miento en
profundidad de
los principios que
están en juego.
Y es
aquí donde la decadencia moderna cobra nuevamente· una
gravedad inédita,
en estricta correlación con los -procesos que le dan
origen, La secularización se
plantea en niveles
y gradoo cualitativa
mente superiores a los de cualquier ~iencia histórica anterior,
y al vaciar de contenido a ese núcleo intimo · de toda civilización,
funda una religión divinizadora
· del
cambio por el cambio mismo.
'.El proceso de masificación de nuestras sociedades
contemporáneas re
conoce su
causa profunda
en
la secularización, y de ello dan cuenta
aquellas
lll"'1ifestaciones más características, denunciadas
en su tiem
po
por Spengler, Ortega, Manrras, o &heler. Atomización social,
individualismo, pérdida del
sentido de la
responsabilidad, destruc
ción
de los
cuerpos intemiedios, quiebra del principio de autoridad,
totalitarismo estatal,
la
secu:Iarización y sus
consecuencias naturales cobra
rasgos de tal evidencia que obliga a
su reconocimiento aun por parte de aquellos· que -apatecen como sus
profetas. A ello; y no a otra cosa., se refieren Marx, cuando habla
de «autoconservación o conservación de sí»; Nietzsche, cuando pre
gona la «muerte de Dios»; Comte, cuando sienta las bases del «pro
greso
del espíritu-positivo»; o
Weber, cuando analiza el
«desen
cantamiento del mundo».
La divinización del devenir opera así como un esquema mor
boso y enfermo, en el que la ilusión utópica de un futuro ideal que
sirve de justificación
universal a
las aberraciones más brutales e in
humanas, pasa
a reemplazar al sentido
de la
realidad. Si el utopismo
clásico
consistía en
una
hipertrofia de la razón, el utopismo de nues
ttos días aparece, por el contrario, como, una atrofia de la misma.
El delirio
construetivista de
la raz6n ilustrada,
cede su lugar al
pro
grama paranoico de una razón amputada ,¡ne, .cortados sus lazoo con
el
orden de
las cosas, se precipita en
el nihilismo
y fa desesperación.
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IJ
Con. lo dicho, queda de manifiesto el hecho de que la dialéctica
constituye
el núcleo central de la idea moderna de la realidad. En
su esencia, el pensamiento moderno es dia:léctico: dialécticas nega
tivas o positivas, ascendentes o descendentes, pesimistas o
consola
doras; en todas sns
manifestaciones, la historia compleja
y tortuosa
del espíritu
moderno es
la historia de la
afirmación de
una visión
dialéctica de la
rea:lidad. Dialéctico es el
modo
de aproximación a
la
realidad y dialéctico es el proceso, mismo de la realidad en todas
sus
manifestaciones. Ya
sea como método o
como proceso
objetivo,
la
dia:léctica es la forma mental
básica y
coustitutiva del espíritu mo
derno. El
proceso de la
idea y el
proceso
de lo real se funden ín
timamente
en un único proceso
presidido
por la identificación de
lo
real con lo
racional. La esencia de lo
real -esto es, del Abso
luto--es
el
devenir, como unidad dialéctica del ser y no-ser; como
resorte
impulsor y principio explicativo de la pluralidad de cosas a
través
de las
cuales se manifiesta
el Absoluto.
La
realidad social
es,
de acuerdo con esto, conflicto, lucha, opo
sición de contrarios en la que la ley de la negación preside el pro:
ceso
del devenir perpetuo. El pensamiento moderno
recoge de esia
lógica polemológica de la sociedad su carácter revolucionario. La
evolución social es,
ante todo,
ruptura ; quiebras violentas que se
suceden en un mecan,ismo de acdón y reacción ; tesis, antítesis y·
síntesis. En este pathos de la negación no hay otro paradigma que
el
de la negación rad.ical de todo paradigma.
En una ttadua:ión de las leyes de · fa guerra a las leyes de la
política, el
pensamiento dialéctico
se presenta
cdmo una especie
de
«panmilitarismo en
mard,ll)> ( 5), como wia técnica
de la discordia
concebida a la vez como arte
de la
desintegración
verticai y
horizon
tal· de la sociedad.
En la concepción dialéctica de la sociedad, ésta se quiebra en
oposiciones y
antagonismos radicales:
sujeto-objeto; sistema-totali-
(5) Pellicani, L.: 1 revo!uzionari di profeuione. Teoria e prassi ·dello
gnostieismo moderno, Florencia, 197,, pág. 228.
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dad; forma--contenido; todo-parte; continuo-discontinuo; particular
general; identidad-diferencia; lógica-dialéctica; infinito-finito, rela
tivo-absoluto;
f así hasta la descomposición total de L. realidad en
partículas
manipulables por
la
razón. Comentando estas
oposiciones,
Henrl Lefebvre,
sentencia:
«Adoptar, emplear estos términos implica
pronunciarse a la vez contra el empirismo y contra el misticismo;
aceptar las categorías filosóficas del Logos (occidental) ; admitir la
apropración de lo real por el pensdmiento «conpept11a/r/, ( 6). En
otras palabras: Pensar es, en esta línea de ideas, pensar diaMcticá
mente,
como única vía posible de acceso a la realidad. «Multidimen
sional -agrega Lefebvre-,
multiforme,
la dialéctica
ataca el orden
establecido, a sus instituciones y constituciones, a sus centros, a sus
equilibrios, a sus fuerzas, a su es.P"Óo, Ella opone contra-poder a
poder; contra-cultura a cultura, pero no se detiene en tal o cual
momento. Ella transgrede, ella ultrapasa, se eleva bajando, =:ede
despreciando
... » (7).
Frente a Hegel, el materialismo marxista reivindica el fennento
radica:lmente
revolucionario de· esta concepción: «La gran idea car
\Jn conjnnto de objetos terminados, sino como nn conjunto de pro
cesos, en el que las cosas que parecen estables, al igual que sus
r!'flejos mentales en nuestras cabezas -los conceptos----, pasan por
una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de génesis y
caducidad, a través de los cuales, _pese a todo su carácter fortuito y
todos los retrocesos momentáneos, se acaba imponiendo siro:tpre una
trayectoria
progresiva» (8). -En sn afirmación definitiva en el siste
ma marxista, la dillléctica cobni, a nn mismo tiempo, caracteres re
volucionarios e iltlfltinistas, rasgos esencialmente comnnes del pen
samiento moderno.
Así se comprende la inversión
total del concepto tradicional de
la
verdad operada por la dialéctica. Acorde con esta visión dia:léc-
(6) Lefebvre, T.: De l'Etat, Pa,ís, 1978, vol. IV, pág. 11.
(7)
Lefchvre; H.: op. cit., pág. 69.
(8) Engels; F.: «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica ale
mana», en
Marx-Engels: Obrar escogida,, Madrid, ed. 1975, 11, pág. 409.
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tica de la realidad, la verdad se identifica con la praxis revolucio
naria. En un texto . fun
si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva
no es
un problema teórico, si no un problema práctico. Es eo la
práctica donde
el hombre
tiene que
demostrar la verdad, es decir,
la rea:Iidad
y el poderlo, la terrenalidad de su posamiento. El litigio
sobre
la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la prác
tica, es un problema puramente escolá.rtico» (9).
Es a través de la praxis traosfonnadora de la realidad como
el hombre
se recupera a si mismo, liberáodose de toda mediatiza
ción
alienante.
Praxis que, en el terreno social, pasa a través de la
lucha de
los
oprimidos por la conquista del nuevo orden; de la
sociedad ideal a
que predestioan las leyes de la historia. «La coin
cidencia de
la .modificación de las circunstancias y de la actividad
humana
sólo puede
concebirse y entenderse racionalmente
como
prác
tica revol11ctonarid>> --1Úirmará Marx en su lila. Tesis-. La dia
léctica
es el arma, el espíritu de la revolución. <
muere, la dialéctica
desaparece» (10), pierde su razón de ser.
Sin
embargo, se engañarla quien concibiera a la dialéctica como
reducida al
marco
exclusivo del
idealismo hegeliano
y el marxismo.
La misma se presenta como un eleroento natural a todo el pensa
'miento
moderno.
Todas las ideologías modernas comulgan en la
'idea de un nuevo modelo de
existencia social basado en la negación
y en
el conflicto. Toda revolución -
contemporáneo- se nutre del abismo existente entre el universo
de las ideas y el uoiverso real. Precisamente, la presencia parasitaria
de los profesionales de la revolución
se canaliza
fundamentalmente
hacia la
generación de
una
mala roncieocia y un complejo de culpa
generalizados a todo el cuerpo social (11 ). Nadie es inocente; todos
somos culpables, porqm, el pecado no nace de la responsabilidad in
dividual, sino de la radical injusticia de las estructuras
mismas. En
(9) «II Tesis sobre Feuerbach», en op. cit., II, pág. 426.
(10) Lefebvre, H.: Op. cit., N. pág. 69.
(11)
Gianfranceschi, F.: 11 sistema della menzogna e la degradazione
del piacere, Milán, 1977, pág. 94.
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ese abismo insalvable entre ideas y realidades que abre la utopía,
-cooio versión sa:ularizada de la Esperanzar--, se abre el ámbito
de
la
dialéctica, entendida
así
como la
metodología de la irrealidad.
Un
instrumento tan
brillante
y sutil como fraudulento, apto para la
instauración de- un sistema, carente, por principio, de todo autén
tico sentido de la realidad.
Y surge aquí otra característica inequívocamente propia del
pen
samiento moderno: este abismo entre la realidad y las ideas parece
evidente sólo a los ojos del sentido común, y no a los de los ideó
logos,
con lo
que las ideologías
-cuya única razón de existencia
radica precisamente en
dicho abismo y en su vacío de irrealidad-,
se convierten en enemigas del
sentido común. La dialéctica cumplirá
así
la función de
a1tica «impenitente
e
intransigent~> (Gurvitch)
de
las idea., y sentimientos recibidos. Las revoluciones fueron siem
pre procesos
ascendenres, desde las capas postergadas u oprimidas
de la sociedad contra las
élires incapaces
de controlar dicho flujo
ascendente. La revolución contemporánea, en cambio, cobra un sen
tido diferente, puesto que procede en un sentido descendente, desde
·e1 dogmatismo de las ideologías hacia abajo,
contra la persistencia
de
las
costumbres, las creencias, y el buen sentido.
Como puede observarse, este trasfondo filosófico del· proceso de
secularización nos explica la gravedad cualitativa del mismo en el
momento
actual. La secularización no apa=e ya como manifestación
de la
particolar irreligiosidad de una época determinada, sino como
la
consecuencia lógica
de una metafísica fundada en el devenir. Fiel
a su vocación, la
dialéctica despedaza toda idea
de orden
y continui
dad, a la
vez que
intenta
esconder -
nueva escatología de
la historia que le es inmanente. La religión del
cambio y la ruptura no sólo dejan al hombre sin dioses y sin mundo:
lo condenan
a la muerte ritual, en el curso de una especie de gran
ordalía purificadora, de una catarsis destinada a alumbrar el naci
miento de esa humanidad definitivamente renovada, prometida por
las ideologías al final de la historia.
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III
Si
volvemos nuestta atención al panorama político de nuestro
tiempo,
los síntomas de esta
enfennedad profunda aparecen agra
vados
y aumentados. Las sociedades modernas parecen oscilar entre
el autoritarismo y la anarquía, en una repetición cíclica de la que
el pensamiento político contemporáneo ·parece incapaz de dar razón
cabal.
Occidente vuelve a plantearse en su
filosofía, en
su literatura
y en su arte el tema del apocalípsis. Fascinada por la intuición casi
estética de un estallido final de la
sociedad, la
dialéctica une sus
aguas al
poderooo torrente
del
nihilismo. La crítica a· Jas instituciones
y a las normas tradicionales se ve así rebasada por una crítica aún
más radical, centrada en llt idea misma de dominad6n. Lo que se
critica no es tal o cual manifestación histórica o institucionalizada
de dominio
social, sno la idea misma de «poder».
«¿Qué es el Gulag? -,re pregunta B. H. Lévy, gran gurú de
La nueva sofístlica-. La Ilustración sin su tolernncia. ¿Qué es el
plan quinquenal?
El economismo
burgués, más el terror y la po
licía>> (12). El socialismo en el poder no es solamente una moda
lidad del capital:
es su modalidad más bárbara y brutal.
No podía ser de
otro modo .. Una vez que la dialéctica llega a
la culminación de su devastadora operación de
descomposición social,
no
queda sino un único
y gran protagooista: la síntesis final, el
principio· de
totalidad en
su manifestación
más acabada y excelsa:
el Estado moderno. Para Hegel, cumbre de la
dialéctica, el
Estado
es la «realidad de la idea
moral»; la <
ción de
la libertad»; el «infinito real», el «espíritu en su raciona
lidad absoluta»; el «poder ah$oluto en
este mundo».
La adoración
al
Estado es
parte de un culto
a la presencia terrena de la divinidad
suprema. «Los principios de los espíritus de los pueblos, en una
serie necesaria de fases
---escribe Hegel-,
son los .momentos del
(12) Lévy, B. H.: La barbarie con rostro h11ma110, Caracas, 1978, pá·
gina 122.
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espíritu uniwrsal único que, mediante ellos, se eleva en la historia
(y así se integra) a una Malidad que se comprende así misma» (13).
Concebida
dinámicamente, esto
es, como objetivo
social, la idea
moderna de totalidad deviene
totalittll"Ísmo. Desde las
formas auto
ritarias o desde
las formas democráticas, tiene lugar uu único e idén
tico
proceso de uniformización y conformismo social, operado desde
arribo, mediante
los instrumentos del poder estatal.
La moral y la
política totalitarias, nacen de una ontología totalitaria, que tiene
precisamente en la dialéctica su punto de partida especulativo más
íritimo.
Este proceso fue visto ya por la crítica contrarrevolucioruu:ia del
siglo
pasado -),aste por
ahora
recordar la
perenne actualidad de
los ensayos de De
Maistre Tocqueville o de Donoso Cortés--y está
presente
en todas las grandes construcciones de la filosofía social
y la sociología de nuestro tiempo, sea cual sea -repito- su sigoo
·ideológico e intención.
La gran tradición de los fundadores de la
sociología, desde Comte hasta Durkheim, Pareto o Weber, parte pre
cisamente de un
propósito de
fondo:
¿Cómo encontrar
un nuevo
fundamento que restituya a las sociedades modernas,
azotadas por
el
vendaval de la Revolución, la posibilidad de nuevos
mecanismos
de
cohesión e integración
social. Un
sociólogo contemporáneo, D.
Bell, no duda en afirmar:
«El problema real de
la
. modernidad es
el de la Ct"eencia. Para usar una expresión anticuada, es una crisis
espiritual, puesto que los nuevos asideros han demostrado ser ilu-.
sorios y
los viejos
han quedado sumergidos. Es una situación que
nos
lleva de vuelta al nihilismo; a falta de un
pasado o
de un fu
turo, sólo hay uo vacío. El n.ihilismo fue antaño una filosofía te
meraria... Pero
hoy, ¿qué queda por destruir del pasado, y quién
tiene
esperanza en
un futuro?» (14).
Las sociedades modernas han
sustituido a
la religión por la utopía, conoebida ésta como ideal
(13) Lecciones sobre la filosofia de la Historia Universal, Ed. Gaos,
Madrid, 1974, pág. 76.
(14) Bell, D.: LtM rontradicdone.r culturales del capitalismo, trad. N.
A. Míguez, Madrid, 1977, pág. 39. Uno de los enfoques más amplios y su
gestivos
sobre el
tema
puede verse -en Nisbet, R.: La formación del pensa
miento sociológico. Trad. E. Molina de Vediz, Buenos Aires, 1969, vol. II.
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intrahistórico de la racionalidad en su progreso indefinido. Con todo,
las ciencias positivas, la técnologfa O la ingeniería social, son inca
paces ya de Plhrir el vado abierto por la dialéctica y la seculariza
ción.
V
aáo que
rompe con la continnidad
y unidad de las genera
ciones y las culturas; más aún, que quiebra toda idea de un orden
objetivo sobre el que sea
posible la
existencia
misma de
vínculos
Comunitarios.
Con esto, retornamos el motivo fundamental de esta conferencia.
La principal consecuencia política del proceso de secularización im
puesto en Occidente por la dialéctica es la disolución de las bases
que hacían posible el
consenso social.
«La principal consecuencia
de
esta
crisis ---
ya citado Bell-
es la pérdida de civitas, la
espontánea
disposición a obedecer las leyes, a respetar
los
deroohos
de
los
demás, a renunciar a las tentaciones del enriquecimiento pri
vado a
expensas del bienestar público,
en
resumen, a honrar
la
"ciudad" de
la que uno es
miembro» (15).
Acontece lo que las
teorías funcionalistas denominan anO'mia, la ausencia de normas,
la indiferencia social y, bien pronto, el conflicto como principio de
vida social,
el enfrentamiento, la lucha de facciones, la violencia
terrorista y, finalmente,
la anarquía. Todo intento de pacificación
social
pasa, necesariamente, por la negociación y el pacto; por acuer
dos
cada
vez más efímeros e inconsistentes, ensalzados por el ci
nismo
hipócrita . de los más poderosos y contestado por el resenti
miento de los
más débiles.
El
fenómeno es
particularmente evidente
en las democracias
par·
lamentarías, CUJª debilidad estructural se ve agravada día a día, sobre
todo por la presencia a escala mundial de un enemigo decidido
y
feroz, que acepta al totalitarismo como principio de organización
social.
Pero
aún así la dialéctica, librada a la lógica demencial de
sus supuestos,
rebasa los intenros de quienes intentan utilizarla pa~a
sus
fines. Los propios regímenes totalitarios experimentan un pro
ceso
idéntico de
disolución interior, cuyas consecuencias sólo
quedan
momentáneamente postergadas
por . un férreo meoinismo de repre
sión política. Para cualquier observador profundo, es evidente que
(15) Bell, D., Op. cit., pág. 231.
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a corto plazo los grandes gigantes totalitarios de nuestro tiempo,
China y Rusia, se verán sarudidos por un proceso de crisis institu
cional y política de consecuencias imprevisibles. En el caso de Rusia,
los
problemas
más graves se pla.ntearán, sin duda, en tomo a temas
como las nacionalidades
y las libertades políticas.
El totalitarismo a.parece asi como contracara de la seculari2::ación,
y sus rasgos típicos en el mundo político contemporáneo son una
clara demostración de Jo dicho. Realidades como el universo con
centracionario, la idea de
«enemigo objetivo»
-todo opositor a la
empresa revolucionaria es
«objetivamente» fascista-
la
instauración
del
terror
y la inseguridad como principio, la punibilidad del «de
lito
posibl~> y, en suma, la institucionalización del desorden revo
lucionario, no
soo en
manera alguna disposiciones permanentes de
las sociedades humanas.
Son manifestaciones. especificas del universo
político moderno
y, partirularmente, del vacío espiritual abierto por
la secularización.
«Desde el
momento en que la inteligencia invierte
su movimiento natural hacia
.Ja realidad para someter a ía realidad
a sus representaciones mentales, hay que atenerse · a la contradicción
en todos los terreno6 y a un '' mundo al revés" -observa Marce! de
Corte-» ( 16).
El universo totalitario de nuestros días es, efectivamente, un
mundo al
revés.; una
trágica inversión de la realidad; una pesadilla
trágica que no
tarda en
envolver a los propios adoradores del
rulto
a
la dialéctica. El reinado de la Totalidad no es
posible, sin embargo,
sin
a.ntes desarrollar una
idea de la sociedad
concebida como
agre
gado
m,cánico de átomos sociales
que
interactúan dialécticamente
entre si. Agregado
cuyo
equ.ilibril> precario
e inestable dependerá,
en definitiva
y cada vez más, de la voluntad de poder, ilimitada y
autónoma. De esta manera, las sociedades modernas oscilarán con
violencia creciente, alterna.ndo ciclos pluralistas influidos por una
tendencia centrífuga del cuerpo social,
con ciclos
autoritarios, influi
dos por
una tendencia centrípeta, cada vez más débil en sus funda
mentos, por brutal que pueda ser la
mecánica de
su funcionamiento.
(16) De Corte, M.: L'lntelligence en péril de mort, Parí:., 1969,. pá·
gina 80.
1066
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
Este es el proceso que sufren, sobre todo, las democracias P'IJ'·
lamentarías. La bicentenaria constitución norteamericana pudo man
tener hasta hoy un
equilibrio pragmático entre el igualitarismo de
mocrático
y el conservadurismo liberal gracias a la mediación del
puritanismo religioso. La legitimación tradicional instaurada en· el
sistema de Estados Unidos, se
basaba, claramente, en un sistema
moral de
recompensas, enraizado en
la idea protestante de
la santi
ficación del trabajo. El primado del hedonismo
y de la racionalidad
instrumental, propios
de la
sociedad industrial
avanzada
¿acaso no
ponen
en serio peligro este edificio político, consagrado en
una
etapa que, por su profunda impronta religiosa, podemos calificar
en
rigor de
pre
Todos y cada uno de los ídolos de la mitología política moderna
son susceptibles de similar
enjuiciamiento. La idea del Estado, la
participación política, la distinción entre lo público y lo privado, los
derer.hos y deberes cívicoo, las funciones del Estado.
El
tema de
los
«derechos hun:ranos» es
especialmente ilustrativo
en este sentido. Como creaciones del
Iluminismo en
su
etapa revo
lucionaria, las declaraciones modernas de derechos universales tie
nen en su favor dos circunst.ancias: por una parte, en un mundo
dominado por el positivismo estatalista, abren la posibilidad de una
línea defensiva,
de un último reducto fonnal para la defensa de la
personalidad del individuo frente
al Estado;
por
otra parre, abten
una ventana hacia el reino de lo. ideal y de los valores en el dere.
cho
(17). Como contrapartida,
•P'IJ'ecen como una caricatura
del de
recho natural, elaborada sobre la
base de una exacerbación del. cons
tructivismo
idealista que los convierte en declaraciones utópicas al
servicio de minorías políticas
y en contra aquéllos a qu¡ieoes de
claran
servir. La fuente de conocimiento de estos derechos no está
en el orden de la
naturale-za, oomo en
el
derecho natural de la tra
dición
greco-romana-cristiana, sino en la
voluntad
de los ideó,logos.
Se
trata.
-esta ve-z sí vale la apreciación de Foucault-de nociones
(17) En este sentido, dr. Villey, M.: «Problematique des droits de
l'ho.mme», en VV AA: Las Casas et la politique des draits de l' homme,
Aix-en-Provence, 1976, págs. 368-373.
1067
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCElRO
«operatiVllS», simples «indicadores epistemológicos» utilizables en
función de la
praxis politica, única ipstancia posible
de
verdad. De
hecho,
operan sólo en función dialéctica, desgajados, por !Bnto, del
orden
objetivo de
la
realidad y al servicio de quienes detenten el
poder y los medios de imponerlos, en
cada. coyuntura y según la
relación de
los intereses en juego. Trágico destino de las ideas fun
damentales de
la
modernidad, destinadas
a
operar en un sentido exac
tamente
contrario al que pregonan: una igualdád basada en la en
vidia
social; una
liber/ád basada en el resentimiento y el espíritu
reivindicativo, y una
fraternidad incapaz ya de enmascarar el rostro
verdadero del
odio como principio de la
existencia social.
IV
Los ténm.inos del problema aparecen ya en toda su evidencia.
Cerrado en
si
mismo, el universo politico de la modernidad se pre
cipita
en la
irrealidad. En tal sentido, instaura un sistema totalitario,
basado en
la mentira
y en la estupidez. En la ,nent,i,ra, porque se
elabora a partir de una
opción decidida y voluntaria por la irrea
lidad; en la estupidez, en el sentido que Sciacca otorgaba a la ex
presión,
es
decir, la falta de noción y conciencia de los limites
na
turales
de la inteligencia (18). Con la
pérdida de
sus limites, la
in
teligencia
pierde su sentido; perdido su sentido pierde su signifi
cado;
ya nada es sigmfkt1111e. En el orden· polltico, el sistema de la
estupidez niega, ante todo, los límites indeclinables e intrínsecos a la
condición humana, además de los propios de cada hombre (19).
Lo insignifict111/e es, precisamente, el hombre.
¿Eclipse de
Occidente? ¿Muerte del hombre y de
las sociedades?
¿Decadencia· de la cultura? ¿Advenimiento de
la barbarie definitiva?
Los profetas del catastrofismo parecen ensordecernos con su lamento
agorero y pesimista. Un nuevo mal del siglo parece enfermar de
(18) Sciacca, .M. F.: El osct1rerimie,z,to de la inteligencia, trad. J. J.
Rufa Cuevas, Madrid, 1973, págs, '6 y sigs.
(19) Sdaca,, M. F.: Op, cit., pág. 59.
1068
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
un modo iru:ural>Je todo reflejo vital. La praxis de la dialéctica tien
de
a enterrar toda posibilidad de una praxis de la annonía corno
la
que caracterizó a Occidente
en sus grandes momentoo de creación.
Aún así, desde una perspectiva realista serla dificil
compartir
en un todo esta enfermedad del pesimismo, Y no por una actitud
de
optimismo fácil y alegre -que por ignorante de la realidad pe
caría posiblemente de una estupidez de signo cootrario-. Los mo
tivos
para el
optimismo
brotan, claramente, de la propia naturaleza
del
proceso político de
la modernidad.
La dialéctica ha cerrado ya su ciclo vital.. Su edificio, otrora
impoteute, es
hoy un verdadero mausoleo, carcomido por el esce¡,.
ticismo y el nihilismo. Si cumple alguna función es la de retórica
vacía que acompaña a la voluntad de poder y el totalitarismo. Las
construcciones ideológicas de la modernidad cobran así una perso
nalidad que
algunos han llamado <
muertos en
vida, se
a!imentan en la oocuridad de la sangre fresca
de quienes, en el mundo real, sí
estamos vivos.
Estamos vivos porque lo que en realidad muere es el universo
ideológico de la modernidad. Asistimos al
agotamiento de
la
mit0e
logia
pol!tica
de los últimos
doscientos años. Vivimos ya -y es para
esto para lo que hay que prepararse-- el mundo del post-comunismo.
«La muerte del socialismo -explica Bell-, es el hecho incompren
dido de este
siglo» (20). Desde hace por lo menos treinta años
---0 sea, desde que el socialismo inició sus experiencias políticas
concretas
en Europo,-la ciencia, la literatura, el pensamiento y la
experiencia no han hecho otra cosa que afirmar que Marx ha muerto.
El
grito de
la industria editorial
no nos dice
nada nuevo; suena. a
triste anacronismo; 1a baratija de ki moderna .«Pub-filosofía».
El sistema de la dia!léctica no sólo está condenado a muerte por
su sentido irreal, sino, sobre todo,
por sus propias premisas de fondo.
Porque como pretendida «teoría
científi®> no
ha podido menos que
caducar con la muerte de la visión del hombre, de la sociedad y de
la
naturaleza propia del Iluminismo dieciochesco. Sólo
el violento
phatos romántico que agita aún a nuestra cultura ha podido servir
(20) Bell, D.: Op, rit., pág. 231.
1069
Fundaci\363n Speiro
BNRJQUE ZULETA PUCEIRO
con su poderosa inercia para una, hasta el momento, trágica super
vivenci'a..
El socialismo ha tettninado con todas y cada uru, de las ilusiones
que llevaron a los hombres a abrazar su mitología polltica.
Prometió
la liberación definitiva de toda opresión, la
igualdad, la
desaparición
de los antagonismos y alienaciones, el
advenimiento de
una
socie
dad
más justa y acorde con el hombre total; y en los hechos, ha
desembocado en el sistema del terror, vaciado de todo contenido y
sentido,
y mantenido por la élite de la burocracia revolucionaria, a
través
de
las armas y el campo de concentración.
V
amos, pues,
hacia un
momenro ascendente. L> quiebra del «rup
tu.ralismo» dialéctico
preanuncia una época de
revalorización de
la
realidad. A
toda
gran crisis escéptica -
época
de
entusiasmo por fa especulación metafísica, por la búsqueda
de
los principiosy icriterios que
rrascienden
"1 devenir histórico; en el
,¡,fano político, por los fundamentos pem,anentes de fa convivencia.
Y
aquí está el desafio.
Vistas las coordenadas
de la
crisis de
la modernidad, no
pa.rere abrirse otro camino que el de la política
concebida como
prt1Xil de la crmtr,a-secularizadór,. En palabras pro
nunciadas por el entonces arzobiopo de Cracovia Karol W ojtlla, como
«praxis concebida mnultánetimente como ethos» (21),
. Contraserularizaci6n que sólo puede ser entendida en el único
sentido
~ible para fa experiencia occidenta:l : en el de un reen
cuentro con el sentido profundo
de su religiosidad. . Amold Toyn
bee -en palabras que hace suyas el sociólogo judío Raymond Aron
señaló que Occidente no escaparía a la decadencia, salvo reconcilián
dose
con fa Iglesia Católica, con la fe que le había dado su alma.
Si esto es así, no. nos está permitido el escepticismo ni · la comodidad;
no
nos está
permitido ni
1á desesperación ni el pesimismo. Hoy, como
siempre, cobra un sentido especial
1á famosa ""Presión de Maurras,
y el pesimismo sería, ni más ni menos, por su falta de sentido de
la
realidad, una absoluta estupidez.
(21) TeorÍ•Pr~"i: un tema h11;,,ano y ·,ristiano, trad. V. Rodríguez,
ponencia. al Congreso Internacional d.e" Filosofía, celébtado en Génova-Bar
celona.
(8-15 de septiembre de
1976), en
Verbo, núm. 169-170¡ noviembre
diciembre 1978, pág. 1202.
1070
Fundaci\363n Speiro
POR
ENRIQUE ZuLBTA PUCEIR.O
A la memoria de
Francisco, Elía.r de Tejada
I
En un discurso que acaba de recorrer el mundo, ¡pronunciado
ante
la Asamblea de Graduados de la Univ~idad de Harvard,
A.
Solzhenii.in ha formulado algunos interrogantes profundamente
sugestivos
para el tema que nos ocupa. Refiriéndose a los rasgos
generales de un mundo
escindido, al carácter destructivo e
irrespon
sable que.
parece cobrar
la idea de
libertad, al dd,ilitamiento de los
caracteres humanos, a la pérdida de la voluntad, la miopía de las
clases dirigentes y la crisis del humanismo, el gran escritor sovié
tico se pregunta:
«Cómo se
ha formado
la desventajosa situación
actual?
Desde una marcha triunfal, ¿de qué modo ha caldo el mundo
occidental en
tal impotencia?
¿Hubo en su
desarrollo fatídicos vi
rajes,
pérdidas del
.rumbo adoptado? Pues parece que no. Occidente
no ha hecho más que progres;ar y progresar en la dirección social
declarada, mano a mano con el brillante progreso técnico. Y de
pronto se ha encontrado
en este 0;1tado de debilidad. Y entonces
-agrega Solzhenii.in-]o, único que qweda es buscar el error en
la
misma rafa, en la base del pensamiento de la modernidad. Me
refiero
a la
cosmovisión dominante
en Occidente, que nació en el
Renacimiento, que se
fundió en
moldes pollticos a partir de la
Ilustración, que
ha constituido
la. base de todas las ciencias poli-.
ticas
y sociales, y que puede ser designada como hwnanismo racio-
1055
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
nalista, o bien como autonomismo humanista, por proclamar y pro
= la autonomía del hombre de cualquier fuerza superior a él.
O
bien, si
no,
antropocentrismo: la idea del hombre como centro
de todo lo
existente» (1).
Con
toda claridad,
Sol:menitsin trae
al centro mismo de su
diag
nóstico, acerca de la crisis contemporánea, una evidencia advertida
desde las más diversas ópticas ideol6gicas. Nos referimos al vasto
proceso de
secularizacMn de la cultura y las sociedades modernas ;
al
eclipse de la trascendencia que, con manifestaciones en todos los
·6rdenes
de la vida bUllJ>l época un signo único en la historia.
En efecto,
la historia de la cultura nos demuestra hoy que la
sociedad moderna es
la única, entre todas las que cabe registrar con
un minimo de
certidumbre, que tiende a una eliminación sistemá
tica de todo componente
sacra! en
su sistema
de valores (2). Si bien
'es cierto que la
irreligiosidad conoci6 momentos
y ciclos de auge
en otras erapas
hist6ricas, fo cierto es que el fen6meno qued6 limi
tado,
por lo general, a ciertas capas de la sociedad, sin alcanzar a
la totalidad de
la sociedad. Esta conserv6 siempre un núcleo central
de
verdades
y principios exentos de toda posible duda, que g-aran
tizaha.n no s61o la continuidad de nna tradici6n, sino los vlnculos
de
unidad e integraci6n socia:! mlnimos e indispensables para ga
. rantizar la existencia coi:nunitaria. Las normas, las instituciones, las
tostnmbres, los c6digos de comportamiento, reconocieron asl, siem
pre, un fundomento trascendente a las rnnvenciones hnmanas, que
permiti6 la continuidad de las civilizaciones.
Lo propio e intransferible de fa mentalidad moderna consiste,
precisamente, en el desconocimiento de todo límite a la crítica se
cularizadora. La continuidad, la unidad, la tradición y hasta la mis
ma sacrosanta evolución son cuestionadas en su raíz más íntima.
(1) So!zhenitsio, A.: «Discurso en la Asamblea de Graduados de la
Universidad de Harvard», trad. V. La:msdorff, en Verbo, Madrid~ núm. 168,
1978, pág. 1013.
(2) Un punto de vista sociológico sobre el problema puede verse en
Germani, G.: Democracia y autorittln.rmo en ]1,1 sociedad moderna, Cambridge,
Mass. 1978, págs. 8 y sigs.
1056
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
La noaon racioruilista de la subjetividad, forjada a partir del no
minalismo, ha desembocado así en un proceso de disolución siste
mática de toda
instancia supraindividual. Lo que se cuestiona no
es sólo la idea de un Dios trascendente
y providente, arquitecto del
orden
del universo y creador del hombre, sino todo significado;
todo
valor o norma general; todo criterio situado
más allá de la vo
luntad
individual.
La idea mimia de hrm,/we queda reducida a una
mera noción
«operativa», destinada a
la explicación de
procesos par
ticulares
en el orden de la naturaleza.
iLa idea de la «muerte de
Dios» no es otra rosa que
una
traducción en
términos
más amplios
de la idea del fin del hombre. «Me parece -escribe Foucault- que
la noción de naturaleza humana ha jugado el papel de indicador
epistemológico con la teología, la biología o la historia, o bien en
oposición a éstas. Me
resultaría
difícil ver en ello un concepto cien
tífao» (3).
«Indicador
epistemológico>> destinado a desaparecer
irre
mediablemente con la desaparición de aquellos tipos o disposiciones
de
saber que Je dieron origen. <
tal como aparecieron
-ronduye Foucault al
cerrar su obra
más
importante-si, por cualquier acontecin,.iento cuya posibilidad po
demos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no
conocemos por ahora, oscilaran romo lo
hizo
a fines
del
siglo XVIII
el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el
hombre se borraría,
como en
los llmites
del mar uo
rostro de
arena» ( 4).
El hombre moderoo mata a sus dioses a través de una suerte de
autoinmolación. La sociedad moderna es víctima de una tensión ex·
plosiva e insostenible, entre un proceso de secularización que disuel
ve
todo principio de unidad y cohesión social ·y, por otro lado, la
necesidad connatural a todo agregado
hwnano de
contar
coo un
punto
fijo de
continuidad ---esto es,
de supervivencia- ante el
deveuir. Esta
es,
precisamente, la esencia de toda gran crisis 'his
tórica:
la puesta en tela de juicio, el cuestionamiento de aquellas
(3) Fou.cault, M.: La TJalflraleza humana ¿i111ticia o poder? Conversación con N. Chomsky, trad. A. Sánclrez, Valencia, 1976, j)ág. 17.
(4) Foucautt, M.: Las ptNabras y las cosá.I1 trad. E. C. Frost, México,
1974, pág. 375.
1057
Fundaci\363n Speiro
BNRJQUE ZULET A PUCEIRO
verdades y principios intangibles destinadas a dar a las sociedades
razón de
su propia
existencia.
Las tensiones a:lcaru:an así un carácter
verdaderamente estructural que las
torna dificilmente reversibles
desde los términos mismos ell que se plant€11'1. Históricamente, estos
momentos -típicos, por otra parte, en las etapas de decadencia de
las
civili2aciones--'-, sólo parecen superables desde
un replantea
miento en
profundidad de
los principios que
están en juego.
Y es
aquí donde la decadencia moderna cobra nuevamente· una
gravedad inédita,
en estricta correlación con los -procesos que le dan
origen, La secularización se
plantea en niveles
y gradoo cualitativa
mente superiores a los de cualquier ~iencia histórica anterior,
y al vaciar de contenido a ese núcleo intimo · de toda civilización,
funda una religión divinizadora
· del
cambio por el cambio mismo.
'.El proceso de masificación de nuestras sociedades
contemporáneas re
conoce su
causa profunda
en
la secularización, y de ello dan cuenta
aquellas
lll"'1ifestaciones más características, denunciadas
en su tiem
po
por Spengler, Ortega, Manrras, o &heler. Atomización social,
individualismo, pérdida del
sentido de la
responsabilidad, destruc
ción
de los
cuerpos intemiedios, quiebra del principio de autoridad,
totalitarismo estatal,
secu:Iarización y sus
consecuencias naturales cobra
rasgos de tal evidencia que obliga a
su reconocimiento aun por parte de aquellos· que -apatecen como sus
profetas. A ello; y no a otra cosa., se refieren Marx, cuando habla
de «autoconservación o conservación de sí»; Nietzsche, cuando pre
gona la «muerte de Dios»; Comte, cuando sienta las bases del «pro
greso
del espíritu-positivo»; o
Weber, cuando analiza el
«desen
cantamiento del mundo».
La divinización del devenir opera así como un esquema mor
boso y enfermo, en el que la ilusión utópica de un futuro ideal que
sirve de justificación
universal a
las aberraciones más brutales e in
humanas, pasa
a reemplazar al sentido
de la
realidad. Si el utopismo
clásico
consistía en
una
hipertrofia de la razón, el utopismo de nues
ttos días aparece, por el contrario, como, una atrofia de la misma.
El delirio
construetivista de
la raz6n ilustrada,
cede su lugar al
pro
grama paranoico de una razón amputada ,¡ne, .cortados sus lazoo con
el
orden de
las cosas, se precipita en
el nihilismo
y fa desesperación.
1058
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
IJ
Con. lo dicho, queda de manifiesto el hecho de que la dialéctica
constituye
el núcleo central de la idea moderna de la realidad. En
su esencia, el pensamiento moderno es dia:léctico: dialécticas nega
tivas o positivas, ascendentes o descendentes, pesimistas o
consola
doras; en todas sns
manifestaciones, la historia compleja
y tortuosa
del espíritu
moderno es
la historia de la
afirmación de
una visión
dialéctica de la
rea:lidad. Dialéctico es el
modo
de aproximación a
la
realidad y dialéctico es el proceso, mismo de la realidad en todas
sus
manifestaciones. Ya
sea como método o
como proceso
objetivo,
la
dia:léctica es la forma mental
básica y
coustitutiva del espíritu mo
derno. El
proceso de la
idea y el
proceso
de lo real se funden ín
timamente
en un único proceso
presidido
por la identificación de
lo
real con lo
racional. La esencia de lo
real -esto es, del Abso
luto--es
el
devenir, como unidad dialéctica del ser y no-ser; como
resorte
impulsor y principio explicativo de la pluralidad de cosas a
través
de las
cuales se manifiesta
el Absoluto.
La
realidad social
es,
de acuerdo con esto, conflicto, lucha, opo
sición de contrarios en la que la ley de la negación preside el pro:
ceso
del devenir perpetuo. El pensamiento moderno
recoge de esia
lógica polemológica de la sociedad su carácter revolucionario. La
evolución social es,
ante todo,
ruptura ; quiebras violentas que se
suceden en un mecan,ismo de acdón y reacción ; tesis, antítesis y·
síntesis. En este pathos de la negación no hay otro paradigma que
el
de la negación rad.ical de todo paradigma.
En una ttadua:ión de las leyes de · fa guerra a las leyes de la
política, el
pensamiento dialéctico
se presenta
cdmo una especie
de
«panmilitarismo en
mard,ll)> ( 5), como wia técnica
de la discordia
concebida a la vez como arte
de la
desintegración
verticai y
horizon
tal· de la sociedad.
En la concepción dialéctica de la sociedad, ésta se quiebra en
oposiciones y
antagonismos radicales:
sujeto-objeto; sistema-totali-
(5) Pellicani, L.: 1 revo!uzionari di profeuione. Teoria e prassi ·dello
gnostieismo moderno, Florencia, 197,, pág. 228.
1059
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZUIJl.'TA PUCElRO
dad; forma--contenido; todo-parte; continuo-discontinuo; particular
general; identidad-diferencia; lógica-dialéctica; infinito-finito, rela
tivo-absoluto;
f así hasta la descomposición total de L. realidad en
partículas
manipulables por
la
razón. Comentando estas
oposiciones,
Henrl Lefebvre,
sentencia:
«Adoptar, emplear estos términos implica
pronunciarse a la vez contra el empirismo y contra el misticismo;
aceptar las categorías filosóficas del Logos (occidental) ; admitir la
apropración de lo real por el pensdmiento «conpept11a/r/, ( 6). En
otras palabras: Pensar es, en esta línea de ideas, pensar diaMcticá
mente,
como única vía posible de acceso a la realidad. «Multidimen
sional -agrega Lefebvre-,
multiforme,
la dialéctica
ataca el orden
establecido, a sus instituciones y constituciones, a sus centros, a sus
equilibrios, a sus fuerzas, a su es.P"Óo, Ella opone contra-poder a
poder; contra-cultura a cultura, pero no se detiene en tal o cual
momento. Ella transgrede, ella ultrapasa, se eleva bajando, =:ede
despreciando
... » (7).
Frente a Hegel, el materialismo marxista reivindica el fennento
radica:lmente
revolucionario de· esta concepción: «La gran idea car
cesos, en el que las cosas que parecen estables, al igual que sus
r!'flejos mentales en nuestras cabezas -los conceptos----, pasan por
una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de génesis y
caducidad, a través de los cuales, _pese a todo su carácter fortuito y
todos los retrocesos momentáneos, se acaba imponiendo siro:tpre una
trayectoria
progresiva» (8). -En sn afirmación definitiva en el siste
ma marxista, la dillléctica cobni, a nn mismo tiempo, caracteres re
volucionarios e iltlfltinistas, rasgos esencialmente comnnes del pen
samiento moderno.
Así se comprende la inversión
total del concepto tradicional de
la
verdad operada por la dialéctica. Acorde con esta visión dia:léc-
(6) Lefebvre, T.: De l'Etat, Pa,ís, 1978, vol. IV, pág. 11.
(7)
Lefchvre; H.: op. cit., pág. 69.
(8) Engels; F.: «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica ale
mana», en
Marx-Engels: Obrar escogida,, Madrid, ed. 1975, 11, pág. 409.
1060
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
tica de la realidad, la verdad se identifica con la praxis revolucio
naria. En un texto . fun
no es
un problema teórico, si no un problema práctico. Es eo la
práctica donde
el hombre
tiene que
demostrar la verdad, es decir,
la rea:Iidad
y el poderlo, la terrenalidad de su posamiento. El litigio
sobre
la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la prác
tica, es un problema puramente escolá.rtico» (9).
Es a través de la praxis traosfonnadora de la realidad como
el hombre
se recupera a si mismo, liberáodose de toda mediatiza
ción
alienante.
Praxis que, en el terreno social, pasa a través de la
lucha de
los
oprimidos por la conquista del nuevo orden; de la
sociedad ideal a
que predestioan las leyes de la historia. «La coin
cidencia de
la .modificación de las circunstancias y de la actividad
humana
sólo puede
concebirse y entenderse racionalmente
como
prác
tica revol11ctonarid>> --1Úirmará Marx en su lila. Tesis-. La dia
léctica
es el arma, el espíritu de la revolución. <
desaparece» (10), pierde su razón de ser.
Sin
embargo, se engañarla quien concibiera a la dialéctica como
reducida al
marco
exclusivo del
idealismo hegeliano
y el marxismo.
La misma se presenta como un eleroento natural a todo el pensa
'miento
moderno.
Todas las ideologías modernas comulgan en la
'idea de un nuevo modelo de
existencia social basado en la negación
y en
el conflicto. Toda revolución -
de las ideas y el uoiverso real. Precisamente, la presencia parasitaria
de los profesionales de la revolución
se canaliza
fundamentalmente
hacia la
generación de
una
mala roncieocia y un complejo de culpa
generalizados a todo el cuerpo social (11 ). Nadie es inocente; todos
somos culpables, porqm, el pecado no nace de la responsabilidad in
dividual, sino de la radical injusticia de las estructuras
mismas. En
(9) «II Tesis sobre Feuerbach», en op. cit., II, pág. 426.
(10) Lefebvre, H.: Op. cit., N. pág. 69.
(11)
Gianfranceschi, F.: 11 sistema della menzogna e la degradazione
del piacere, Milán, 1977, pág. 94.
1061
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
ese abismo insalvable entre ideas y realidades que abre la utopía,
-cooio versión sa:ularizada de la Esperanzar--, se abre el ámbito
de
la
dialéctica, entendida
así
como la
metodología de la irrealidad.
Un
instrumento tan
brillante
y sutil como fraudulento, apto para la
instauración de- un sistema, carente, por principio, de todo autén
tico sentido de la realidad.
Y surge aquí otra característica inequívocamente propia del
pen
samiento moderno: este abismo entre la realidad y las ideas parece
evidente sólo a los ojos del sentido común, y no a los de los ideó
logos,
con lo
que las ideologías
-cuya única razón de existencia
radica precisamente en
dicho abismo y en su vacío de irrealidad-,
se convierten en enemigas del
sentido común. La dialéctica cumplirá
así
la función de
a1tica «impenitente
e
intransigent~> (Gurvitch)
de
las idea., y sentimientos recibidos. Las revoluciones fueron siem
pre procesos
ascendenres, desde las capas postergadas u oprimidas
de la sociedad contra las
élires incapaces
de controlar dicho flujo
ascendente. La revolución contemporánea, en cambio, cobra un sen
tido diferente, puesto que procede en un sentido descendente, desde
·e1 dogmatismo de las ideologías hacia abajo,
contra la persistencia
de
las
costumbres, las creencias, y el buen sentido.
Como puede observarse, este trasfondo filosófico del· proceso de
secularización nos explica la gravedad cualitativa del mismo en el
momento
actual. La secularización no apa=e ya como manifestación
de la
particolar irreligiosidad de una época determinada, sino como
la
consecuencia lógica
de una metafísica fundada en el devenir. Fiel
a su vocación, la
dialéctica despedaza toda idea
de orden
y continui
dad, a la
vez que
intenta
esconder -
la historia que le es inmanente. La religión del
cambio y la ruptura no sólo dejan al hombre sin dioses y sin mundo:
lo condenan
a la muerte ritual, en el curso de una especie de gran
ordalía purificadora, de una catarsis destinada a alumbrar el naci
miento de esa humanidad definitivamente renovada, prometida por
las ideologías al final de la historia.
1062
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
III
Si
volvemos nuestta atención al panorama político de nuestro
tiempo,
los síntomas de esta
enfennedad profunda aparecen agra
vados
y aumentados. Las sociedades modernas parecen oscilar entre
el autoritarismo y la anarquía, en una repetición cíclica de la que
el pensamiento político contemporáneo ·parece incapaz de dar razón
cabal.
Occidente vuelve a plantearse en su
filosofía, en
su literatura
y en su arte el tema del apocalípsis. Fascinada por la intuición casi
estética de un estallido final de la
sociedad, la
dialéctica une sus
aguas al
poderooo torrente
del
nihilismo. La crítica a· Jas instituciones
y a las normas tradicionales se ve así rebasada por una crítica aún
más radical, centrada en llt idea misma de dominad6n. Lo que se
critica no es tal o cual manifestación histórica o institucionalizada
de dominio
social, sno la idea misma de «poder».
«¿Qué es el Gulag? -,re pregunta B. H. Lévy, gran gurú de
La nueva sofístlica-. La Ilustración sin su tolernncia. ¿Qué es el
plan quinquenal?
El economismo
burgués, más el terror y la po
licía>> (12). El socialismo en el poder no es solamente una moda
lidad del capital:
es su modalidad más bárbara y brutal.
No podía ser de
otro modo .. Una vez que la dialéctica llega a
la culminación de su devastadora operación de
descomposición social,
no
queda sino un único
y gran protagooista: la síntesis final, el
principio· de
totalidad en
su manifestación
más acabada y excelsa:
el Estado moderno. Para Hegel, cumbre de la
dialéctica, el
Estado
es la «realidad de la idea
moral»; la <
la libertad»; el «infinito real», el «espíritu en su raciona
lidad absoluta»; el «poder ah$oluto en
este mundo».
La adoración
al
Estado es
parte de un culto
a la presencia terrena de la divinidad
suprema. «Los principios de los espíritus de los pueblos, en una
serie necesaria de fases
---escribe Hegel-,
son los .momentos del
(12) Lévy, B. H.: La barbarie con rostro h11ma110, Caracas, 1978, pá·
gina 122.
1063
Fundaci\363n Speiro
BNRJQUB ZULBT A PUCEIRO
espíritu uniwrsal único que, mediante ellos, se eleva en la historia
(y así se integra) a una Malidad que se comprende así misma» (13).
Concebida
dinámicamente, esto
es, como objetivo
social, la idea
moderna de totalidad deviene
totalittll"Ísmo. Desde las
formas auto
ritarias o desde
las formas democráticas, tiene lugar uu único e idén
tico
proceso de uniformización y conformismo social, operado desde
arribo, mediante
los instrumentos del poder estatal.
La moral y la
política totalitarias, nacen de una ontología totalitaria, que tiene
precisamente en la dialéctica su punto de partida especulativo más
íritimo.
Este proceso fue visto ya por la crítica contrarrevolucioruu:ia del
siglo
pasado -),aste por
ahora
recordar la
perenne actualidad de
los ensayos de De
Maistre Tocqueville o de Donoso Cortés--y está
presente
en todas las grandes construcciones de la filosofía social
y la sociología de nuestro tiempo, sea cual sea -repito- su sigoo
·ideológico e intención.
La gran tradición de los fundadores de la
sociología, desde Comte hasta Durkheim, Pareto o Weber, parte pre
cisamente de un
propósito de
fondo:
¿Cómo encontrar
un nuevo
fundamento que restituya a las sociedades modernas,
azotadas por
el
vendaval de la Revolución, la posibilidad de nuevos
mecanismos
de
cohesión e integración
social. Un
sociólogo contemporáneo, D.
Bell, no duda en afirmar:
«El problema real de
la
. modernidad es
el de la Ct"eencia. Para usar una expresión anticuada, es una crisis
espiritual, puesto que los nuevos asideros han demostrado ser ilu-.
sorios y
los viejos
han quedado sumergidos. Es una situación que
nos
lleva de vuelta al nihilismo; a falta de un
pasado o
de un fu
turo, sólo hay uo vacío. El n.ihilismo fue antaño una filosofía te
meraria... Pero
hoy, ¿qué queda por destruir del pasado, y quién
tiene
esperanza en
un futuro?» (14).
Las sociedades modernas han
sustituido a
la religión por la utopía, conoebida ésta como ideal
(13) Lecciones sobre la filosofia de la Historia Universal, Ed. Gaos,
Madrid, 1974, pág. 76.
(14) Bell, D.: LtM rontradicdone.r culturales del capitalismo, trad. N.
A. Míguez, Madrid, 1977, pág. 39. Uno de los enfoques más amplios y su
gestivos
sobre el
tema
puede verse -en Nisbet, R.: La formación del pensa
miento sociológico. Trad. E. Molina de Vediz, Buenos Aires, 1969, vol. II.
1064
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
intrahistórico de la racionalidad en su progreso indefinido. Con todo,
las ciencias positivas, la técnologfa O la ingeniería social, son inca
paces ya de Plhrir el vado abierto por la dialéctica y la seculariza
ción.
V
aáo que
rompe con la continnidad
y unidad de las genera
ciones y las culturas; más aún, que quiebra toda idea de un orden
objetivo sobre el que sea
posible la
existencia
misma de
vínculos
Comunitarios.
Con esto, retornamos el motivo fundamental de esta conferencia.
La principal consecuencia política del proceso de secularización im
puesto en Occidente por la dialéctica es la disolución de las bases
que hacían posible el
consenso social.
«La principal consecuencia
de
esta
crisis ---
ya citado Bell-
es la pérdida de civitas, la
espontánea
disposición a obedecer las leyes, a respetar
los
deroohos
de
los
demás, a renunciar a las tentaciones del enriquecimiento pri
vado a
expensas del bienestar público,
en
resumen, a honrar
la
"ciudad" de
la que uno es
miembro» (15).
Acontece lo que las
teorías funcionalistas denominan anO'mia, la ausencia de normas,
la indiferencia social y, bien pronto, el conflicto como principio de
vida social,
el enfrentamiento, la lucha de facciones, la violencia
terrorista y, finalmente,
la anarquía. Todo intento de pacificación
social
pasa, necesariamente, por la negociación y el pacto; por acuer
dos
cada
vez más efímeros e inconsistentes, ensalzados por el ci
nismo
hipócrita . de los más poderosos y contestado por el resenti
miento de los
más débiles.
El
fenómeno es
particularmente evidente
en las democracias
par·
lamentarías, CUJª debilidad estructural se ve agravada día a día, sobre
todo por la presencia a escala mundial de un enemigo decidido
y
feroz, que acepta al totalitarismo como principio de organización
social.
Pero
aún así la dialéctica, librada a la lógica demencial de
sus supuestos,
rebasa los intenros de quienes intentan utilizarla pa~a
sus
fines. Los propios regímenes totalitarios experimentan un pro
ceso
idéntico de
disolución interior, cuyas consecuencias sólo
quedan
momentáneamente postergadas
por . un férreo meoinismo de repre
sión política. Para cualquier observador profundo, es evidente que
(15) Bell, D., Op. cit., pág. 231.
1065
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
a corto plazo los grandes gigantes totalitarios de nuestro tiempo,
China y Rusia, se verán sarudidos por un proceso de crisis institu
cional y política de consecuencias imprevisibles. En el caso de Rusia,
los
problemas
más graves se pla.ntearán, sin duda, en tomo a temas
como las nacionalidades
y las libertades políticas.
El totalitarismo a.parece asi como contracara de la seculari2::ación,
y sus rasgos típicos en el mundo político contemporáneo son una
clara demostración de Jo dicho. Realidades como el universo con
centracionario, la idea de
«enemigo objetivo»
-todo opositor a la
empresa revolucionaria es
«objetivamente» fascista-
la
instauración
del
terror
y la inseguridad como principio, la punibilidad del «de
lito
posibl~> y, en suma, la institucionalización del desorden revo
lucionario, no
soo en
manera alguna disposiciones permanentes de
las sociedades humanas.
Son manifestaciones. especificas del universo
político moderno
y, partirularmente, del vacío espiritual abierto por
la secularización.
«Desde el
momento en que la inteligencia invierte
su movimiento natural hacia
.Ja realidad para someter a ía realidad
a sus representaciones mentales, hay que atenerse · a la contradicción
en todos los terreno6 y a un '' mundo al revés" -observa Marce! de
Corte-» ( 16).
El universo totalitario de nuestros días es, efectivamente, un
mundo al
revés.; una
trágica inversión de la realidad; una pesadilla
trágica que no
tarda en
envolver a los propios adoradores del
rulto
a
la dialéctica. El reinado de la Totalidad no es
posible, sin embargo,
sin
a.ntes desarrollar una
idea de la sociedad
concebida como
agre
gado
m,cánico de átomos sociales
que
interactúan dialécticamente
entre si. Agregado
cuyo
equ.ilibril> precario
e inestable dependerá,
en definitiva
y cada vez más, de la voluntad de poder, ilimitada y
autónoma. De esta manera, las sociedades modernas oscilarán con
violencia creciente, alterna.ndo ciclos pluralistas influidos por una
tendencia centrífuga del cuerpo social,
con ciclos
autoritarios, influi
dos por
una tendencia centrípeta, cada vez más débil en sus funda
mentos, por brutal que pueda ser la
mecánica de
su funcionamiento.
(16) De Corte, M.: L'lntelligence en péril de mort, Parí:., 1969,. pá·
gina 80.
1066
Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
Este es el proceso que sufren, sobre todo, las democracias P'IJ'·
lamentarías. La bicentenaria constitución norteamericana pudo man
tener hasta hoy un
equilibrio pragmático entre el igualitarismo de
mocrático
y el conservadurismo liberal gracias a la mediación del
puritanismo religioso. La legitimación tradicional instaurada en· el
sistema de Estados Unidos, se
basaba, claramente, en un sistema
moral de
recompensas, enraizado en
la idea protestante de
la santi
ficación del trabajo. El primado del hedonismo
y de la racionalidad
instrumental, propios
de la
sociedad industrial
avanzada
¿acaso no
ponen
en serio peligro este edificio político, consagrado en
una
etapa que, por su profunda impronta religiosa, podemos calificar
en
rigor de
pre
son susceptibles de similar
enjuiciamiento. La idea del Estado, la
participación política, la distinción entre lo público y lo privado, los
derer.hos y deberes cívicoo, las funciones del Estado.
El
tema de
los
«derechos hun:ranos» es
especialmente ilustrativo
en este sentido. Como creaciones del
Iluminismo en
su
etapa revo
lucionaria, las declaraciones modernas de derechos universales tie
nen en su favor dos circunst.ancias: por una parte, en un mundo
dominado por el positivismo estatalista, abren la posibilidad de una
línea defensiva,
de un último reducto fonnal para la defensa de la
personalidad del individuo frente
al Estado;
por
otra parre, abten
una ventana hacia el reino de lo. ideal y de los valores en el dere.
cho
(17). Como contrapartida,
•P'IJ'ecen como una caricatura
del de
recho natural, elaborada sobre la
base de una exacerbación del. cons
tructivismo
idealista que los convierte en declaraciones utópicas al
servicio de minorías políticas
y en contra aquéllos a qu¡ieoes de
claran
servir. La fuente de conocimiento de estos derechos no está
en el orden de la
naturale-za, oomo en
el
derecho natural de la tra
dición
greco-romana-cristiana, sino en la
voluntad
de los ideó,logos.
Se
trata.
-esta ve-z sí vale la apreciación de Foucault-de nociones
(17) En este sentido, dr. Villey, M.: «Problematique des droits de
l'ho.mme», en VV AA: Las Casas et la politique des draits de l' homme,
Aix-en-Provence, 1976, págs. 368-373.
1067
Fundaci\363n Speiro
ENRIQUE ZULETA PUCElRO
«operatiVllS», simples «indicadores epistemológicos» utilizables en
función de la
praxis politica, única ipstancia posible
de
verdad. De
hecho,
operan sólo en función dialéctica, desgajados, por !Bnto, del
orden
objetivo de
la
realidad y al servicio de quienes detenten el
poder y los medios de imponerlos, en
cada. coyuntura y según la
relación de
los intereses en juego. Trágico destino de las ideas fun
damentales de
la
modernidad, destinadas
a
operar en un sentido exac
tamente
contrario al que pregonan: una igualdád basada en la en
vidia
social; una
liber/ád basada en el resentimiento y el espíritu
reivindicativo, y una
fraternidad incapaz ya de enmascarar el rostro
verdadero del
odio como principio de la
existencia social.
IV
Los ténm.inos del problema aparecen ya en toda su evidencia.
Cerrado en
si
mismo, el universo politico de la modernidad se pre
cipita
en la
irrealidad. En tal sentido, instaura un sistema totalitario,
basado en
la mentira
y en la estupidez. En la ,nent,i,ra, porque se
elabora a partir de una
opción decidida y voluntaria por la irrea
lidad; en la estupidez, en el sentido que Sciacca otorgaba a la ex
presión,
es
decir, la falta de noción y conciencia de los limites
na
turales
de la inteligencia (18). Con la
pérdida de
sus limites, la
in
teligencia
pierde su sentido; perdido su sentido pierde su signifi
cado;
ya nada es sigmfkt1111e. En el orden· polltico, el sistema de la
estupidez niega, ante todo, los límites indeclinables e intrínsecos a la
condición humana, además de los propios de cada hombre (19).
Lo insignifict111/e es, precisamente, el hombre.
¿Eclipse de
Occidente? ¿Muerte del hombre y de
las sociedades?
¿Decadencia· de la cultura? ¿Advenimiento de
la barbarie definitiva?
Los profetas del catastrofismo parecen ensordecernos con su lamento
agorero y pesimista. Un nuevo mal del siglo parece enfermar de
(18) Sciacca, .M. F.: El osct1rerimie,z,to de la inteligencia, trad. J. J.
Rufa Cuevas, Madrid, 1973, págs, '6 y sigs.
(19) Sdaca,, M. F.: Op, cit., pág. 59.
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Fundaci\363n Speiro
ARMONIA Y DIALECTICA EN EL ORDEN POUTICO
un modo iru:ural>Je todo reflejo vital. La praxis de la dialéctica tien
de
a enterrar toda posibilidad de una praxis de la annonía corno
la
que caracterizó a Occidente
en sus grandes momentoo de creación.
Aún así, desde una perspectiva realista serla dificil
compartir
en un todo esta enfermedad del pesimismo, Y no por una actitud
de
optimismo fácil y alegre -que por ignorante de la realidad pe
caría posiblemente de una estupidez de signo cootrario-. Los mo
tivos
para el
optimismo
brotan, claramente, de la propia naturaleza
del
proceso político de
la modernidad.
La dialéctica ha cerrado ya su ciclo vital.. Su edificio, otrora
impoteute, es
hoy un verdadero mausoleo, carcomido por el esce¡,.
ticismo y el nihilismo. Si cumple alguna función es la de retórica
vacía que acompaña a la voluntad de poder y el totalitarismo. Las
construcciones ideológicas de la modernidad cobran así una perso
nalidad que
algunos han llamado <
vida, se
a!imentan en la oocuridad de la sangre fresca
de quienes, en el mundo real, sí
estamos vivos.
Estamos vivos porque lo que en realidad muere es el universo
ideológico de la modernidad. Asistimos al
agotamiento de
la
mit0e
logia
pol!tica
de los últimos
doscientos años. Vivimos ya -y es para
esto para lo que hay que prepararse-- el mundo del post-comunismo.
«La muerte del socialismo -explica Bell-, es el hecho incompren
dido de este
siglo» (20). Desde hace por lo menos treinta años
---0 sea, desde que el socialismo inició sus experiencias políticas
concretas
en Europo,-la ciencia, la literatura, el pensamiento y la
experiencia no han hecho otra cosa que afirmar que Marx ha muerto.
El
grito de
la industria editorial
no nos dice
nada nuevo; suena. a
triste anacronismo; 1a baratija de ki moderna .«Pub-filosofía».
El sistema de la dia!léctica no sólo está condenado a muerte por
su sentido irreal, sino, sobre todo,
por sus propias premisas de fondo.
Porque como pretendida «teoría
científi®> no
ha podido menos que
caducar con la muerte de la visión del hombre, de la sociedad y de
la
naturaleza propia del Iluminismo dieciochesco. Sólo
el violento
phatos romántico que agita aún a nuestra cultura ha podido servir
(20) Bell, D.: Op, rit., pág. 231.
1069
Fundaci\363n Speiro
BNRJQUE ZULETA PUCEIRO
con su poderosa inercia para una, hasta el momento, trágica super
vivenci'a..
El socialismo ha tettninado con todas y cada uru, de las ilusiones
que llevaron a los hombres a abrazar su mitología polltica.
Prometió
la liberación definitiva de toda opresión, la
igualdad, la
desaparición
de los antagonismos y alienaciones, el
advenimiento de
una
socie
dad
más justa y acorde con el hombre total; y en los hechos, ha
desembocado en el sistema del terror, vaciado de todo contenido y
sentido,
y mantenido por la élite de la burocracia revolucionaria, a
través
de
las armas y el campo de concentración.
V
amos, pues,
hacia un
momenro ascendente. L> quiebra del «rup
tu.ralismo» dialéctico
preanuncia una época de
revalorización de
la
realidad. A
toda
gran crisis escéptica -
de
entusiasmo por fa especulación metafísica, por la búsqueda
de
los principiosy icriterios que
rrascienden
"1 devenir histórico; en el
,¡,fano político, por los fundamentos pem,anentes de fa convivencia.
Y
aquí está el desafio.
Vistas las coordenadas
de la
crisis de
la modernidad, no
pa.rere abrirse otro camino que el de la política
concebida como
prt1Xil de la crmtr,a-secularizadór,. En palabras pro
nunciadas por el entonces arzobiopo de Cracovia Karol W ojtlla, como
«praxis concebida mnultánetimente como ethos» (21),
. Contraserularizaci6n que sólo puede ser entendida en el único
sentido
~ible para fa experiencia occidenta:l : en el de un reen
cuentro con el sentido profundo
de su religiosidad. . Amold Toyn
bee -en palabras que hace suyas el sociólogo judío Raymond Aron
señaló que Occidente no escaparía a la decadencia, salvo reconcilián
dose
con fa Iglesia Católica, con la fe que le había dado su alma.
Si esto es así, no. nos está permitido el escepticismo ni · la comodidad;
no
nos está
permitido ni
1á desesperación ni el pesimismo. Hoy, como
siempre, cobra un sentido especial
1á famosa ""Presión de Maurras,
y el pesimismo sería, ni más ni menos, por su falta de sentido de
la
realidad, una absoluta estupidez.
(21) TeorÍ•Pr~"i: un tema h11;,,ano y ·,ristiano, trad. V. Rodríguez,
ponencia. al Congreso Internacional d.e" Filosofía, celébtado en Génova-Bar
celona.
(8-15 de septiembre de
1976), en
Verbo, núm. 169-170¡ noviembre
diciembre 1978, pág. 1202.
1070
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