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Número 419-420

Serie XLII

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José Manuel Cuenca Toribio: Estudios sobre el catolicismo español contemporáneo

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
José Manuel Cuenca Toríbia: ESTUDIOS SOBRE
EL CATOLICISMO ESPAÑOL CONTEMPORÁNEO,.,
Un libro más, ya perdemos la cuenta de su extensísima pro­
ducción, del profesor Cuenca.
Y, como casi todos los suyos, dedi­
cado a la historia eclesiástica contemporánea
de la que es sin
duda nuestro primer cultivador. En esta ocasión no responde a
un intento unitario sino que recoge diversos trabajos anteriores.
Nos parece
empeño utilísimo pues facilita consultas que en otro
caso habría que hacer
en publicaciones dispersas y en ocasiones
. de difícil acceso. Además, la variedad de los temas tratados hace
más a1nena su lectura -abriendo un abanico _ de cuestiones que
enriquecen el patrimonio cultural del lector más que si de una
monografia se tratara.
El primero de los estudios: "Algunas consideraciones apresu­
radas sobre Archivos eclesiásticos e historia contemporánea espa­
ñola
en Los Archivos para la Historia del siglo XX'' (págs. 7-12), es
un trabajo menor en el que constata situaciones, no siempre
entusiasmantes, señala logros y campos de investigación y 1nen­
ciona a bastantes de sus colegas que últimamente se han aden­
trado
en esos archivos. Coincidimos absolutamente con el profe­
sor en la importancia de los mismos.
"Materiales para el estudio de la Iglesia jerárquica española
contemporánea. Episcopologios, biografías,_ obras
de carácter
general" (págs. 13-25)
es una excelente panorámica sobre lo que
existía al respecto en los días de su redacción. Sólo persona de
(") Universidad de Córdoba, Córdoba, 1990, 241 págs.
Verbo, núm. 419-420 (2003), 869-883. 869
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tantas lecturas como el profesor Cuenca podía darnos una
visión tan completa de la bibliografia eclesiástica. Coincido
totalmente
con él en el yermo historiográfico e incluso en apre­
ciaciones secundarias
pero que entiendo acertadísimas como la
del desahogo de muchos eclesiásticos historiadores de
apode­
rarse de lo ajeno sin citar autorías. También en lo del carácter
hagiográfico y
poco cñtico, incluso exageramos en lo de poco
pues generalmente es nada, de muchas biografías episcopales.
Ciertamente todos
parecen rozar inmarcesibles cumbres de
santidad, inteligencia,
buen gobierno, amor de sus fieles y a
sus fieles ...
Que algún trabajo a mi me parezca mejor que a él,·
o viceversa, ·no e1npaña nada el interés del estudio. Pero, seña­
lemos alguna discrepancia. Se me antoja demasiado benévolo
con una calamidad para la historia eclesiástica española como
lo
es José María Javierre. Cierto que la biografía del cardenal
Spinola es de lo mejor
que tiene. Pero, quien escribió libros y
libros sobre personalidades religiosas españolas, sin citar casi
nunca fuentes, con mil digresiones inútiles, con páginas y pági­
nas de historia barata aducidas para llenar espacios que el tra­
bajo investigador
rehuía, creo que se introduce entre los histo­
riadores
por la puerta falsa de los fervorines y de los trabajos
de encargo para propiciar el conocimiento público de alguien
que, seguramente
con toda justificación, se quería elevar a los
altares. Y lo
peor es que esos libros fáciles, de fácil pluma y
fácil lectura, y seguramente de notable éxito económico, hicie­
ron escuela a la que se apuntaron varios amigos del éxito
cómodo. No
se me entienda que estoy diciendo que Cuenca
hace
un cerrado elogio del sacerdote oscense afincado en
Sevilla. No lo hace. Simplemente apunta una benevolencia que
por otra parte es congénita a su carácter. No suele ser persona
de rupturas o exabruptos.
De acuerdo con él,
en cambio, en la cñtica al Diccionario de
Historia Eclesiástica de España de Aldea, Marín y Vives. También
yo lo considero decepcionante. Y me temo, aunque por la fecha
de la publicación naturalmente Cuenca
no la incluye, que toda­
vía va a ser más decepcionante la
Historia de las Diócesis espa­
ñolas que ha empezado a publicar la BAC.
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"El episcopado español ante la Revolución Francesa" (págs.
27-39) es trabajo mucho más conceptual y es
uno de los escasos
trabajos del profesor Cuenca
con los que no me identifico.
Incluso sorprende
en él la alineación con la-tesis, en su día ver­
daderamente atosigante
pues nos la presentaban a todas horas
como el
gran descubrimiento historiogrillco, de Javier Herrero,
hoy no recordado ya por nadie. También me estomaga
Aranguren
por lo que no comparto su elogio. Y hasta el libro,
ciertamente de juventud
pero espléndido aun hoy, del profesor
Cuenca, sobre el arzobispo Inguanzo, le parece "un libro
en
exceso juvenil y apresurado" (pág. 28). Tampoco me parece que
López Gonzalo fuera un gran obispo. Es como si hubiera tenido
una bajada de tensión y se le hubieran nublado las ideas, sus
ideas habituales.
La tesis de una Iglesia que no supo adaptarse a
los nuevos tiempos perdiendo asi el tren
de la historia la he cri­
ticado varias veces en varios autores por voluntarista, utópica e
imposible .. Y
no son las tesis habituales de Cuenca que han
hecho de él uno de los primeros historiadores de la Iglesia, . hoy
seguramente el primero, desde el campo del catolicismo. Si una
golondrina no hace verano un pequeño trabajo discordante con
toda una trayectoria no resta nada a la entidad de ésta. Pero yo
estoy comentando
un libro y no oculto mis impresiones.
Al margen de lo dicho, hay informaciones atinadas e impor­
tantes
en el texto. Me parece muy interesante su constatación de
la ausencia de la nobleza entre las fuerzas
que la Iglesia recluta­
ba para oponerse a la Revolución. Entre las que reclutaba. teóri­
camente
en sus pastorales y predicaciones. El trabajo es un estu­
dio 1nenor y no contiene el aparato critico exigible en una 1nono­
grafía pero nos parece que abre un campo que deberla ser rotu­
rado y
que seguramente ofrecerá importante cosecha. También
muy interesante el corporativis1no eclesial que no denuncia a
aquellos de sus miembros que se pasaron al enemigo. La Iglesia
era
un bloque homogéneo antirrevolucionario. Sus tránsfugas se
ocultaban .. No se me ocurren, a vuela pluma, datos en contrario.
Sí hubo persecución, o depuración, de clérigos, y hasta de obis­
pos,
por ejemplo Posada y González Vallejo, pero seguramente
ello
no se reflejara en la literatura eclesial al uso. Y si hay alguien
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que ha leido todo, y si todo es imposible, casi todo, al respecto,
ese es Cuenca Toribio que da la impresión
de que, al contrario
de los demás mortales, sus días
son por Jo menos de cuarenta y
ocho horas.
También sostiene, y
eso ya me parece bastante más discuti­
ble,
un bloque homogéneo del episcopado desde Menéndez de
Luarca hasta Pla y Deniel. No me referiré a aquellos obispos
insolidarios
con sus hermanos desterrados y con la Iglesia per­
seguida como Torres
Amat, Fraile, González Vallejo, Sánchez
Rangel,
... Pero Costa y Borrás tenía poco que ver con el prima­
do Alameda, Spinola con Sancha, Guisasola y Salvador y Barrera
con Aguirre o López Peláez y Vidal y Barraquer con Segura o
Gomá. Claro
que en el dogma coincidían, ¡faltaría más! Pero
incluso
en temas de costumbres, como el dichoso baile agarra­
do,
no pensaban igual Segura, Pildáin o Blanco Nájera que otros
de sus hermanos.
Una brevísima nota (págs. 41-45), y así la califica el autor, es
el siguiente de los trabajos
. recogidos: "Liberalismo y Antiguo
Régimen
en la·diócesis urgelense (1824)". En ella da cuenta de la
pastoral que el obispo de Urgel, Bernardo Francés y Caballero
dirigió a sus fieles con motivo de su traslado a Zaragoza. Fue
un
excelente prelado, coincido con Cuenca, y el historiador analiza
concienzudamente el texto aportándonos además extensos párra­
fos del mismo. De acuerdo ·también con él en que Fernando VII
en el sexenio absolutista, nombró excelentes prelados. Pero no
coincidimos en los mismos salvo en el urgelense y el gaditano
Qenfuegos Jovellanos. Fueron ciertamente excelentes Vélez,
Ca11edo Vigil, Simón López, Esteban Gómez, Ros.. De Martinez
Riaguas,
por quien Cuenca tuvo siempre debilidad, creemos que
su prematura muerte -fue obispo de Astorga apenas la dificilisi­
ma coyuntura del Trienio
Liberal-no permitió que dejara testi­
monio
de su valía. Y González Vallejo nos parece una auténtica
desgracia eclesial. Desaparecidos Tavira, ídolo de
un penoso
obispo de Canarias y Córdoba como lo fue Infantes Florido, y
Félix Amat, fue
con el sobrino de este último, Torres Amat, el
peor de los obispos de Espa11a, en las fronteras mismas de la
eclesialidad si no las cruzó, que nos tememos que si.
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"Los inicios del pontificado burgalés de Fr. Cirilo de la Ala­
meda (1849-1857)" es otra nota, más breve todavía (págs. 47-50),
en la que analiza la pastoral de salutación de este pintoresco per­
sonaje, de vida
agitadfsima, que acabaría sus días como cardenal
primado, cuando, con sorpresa general
por su pasado de carlista
militante, fue nombrado arzobispo de Burgos. Trabajo intere­
sante, en su brevedad, que nos permite conocer mejor a tan
curioso obispo.
"La visita ad Jimina de 1861 del obispo cordobés]. Alfonso de
Alburquerque" (págs.
51--63) es el trabajo siguiente. Alburquerque
fue sin duda el
gran obispo cordobés del siglo XIX - ducción, muy breve, de Cuenca (págs. 51-53), se deduce
que pien­
sa lo mismo que
yo de aquel gran obispo-, y todo lo relaciona­
do con él tiene interés para conocer mejor su figura. Siempre
pensé que las infonnaciones diocesanas que los obispos tenían
que enviar periódicamente a Roma, por mandato imperativo1 te­
nían escasísin10 valor pues eran documentos protocolarios que
ocultaban lo que podía servir de censura desde R01na y ensalza­
ban todo lo que pudiera redundar en loa del obispo. Cuenca tiene
el mismo criterio y así lo manifiesta aunque haciendo
una salve­
dad con esta relación que transcribe literalmente (págs. 53-63).
La semblanza del fundador de las Hennanitas de los Ancianos
Desamparados, Saturnino López Novoa (págs. 65°133)
es el tra­
bajo
de mayor fuste de todo el libro y constituye una excelente
biografía
de un sacerdote ejemplar que ha dejado a la Iglesia his­
pana, y

a la universal, pues sus monjas hace mucho
que han tras­
pasado nuestra fronteras en una obra de caridad admirable, una
congregación religiosa que está muy por encima de cuanto en su
elogio podamos decir. La labor del profesor Cuenca fue espe­
cialn1ente ingrata, pues del canónigo oscense, co1no de tantas
otras figuras señeras de nuestra Iglesia contemporánea, apenas se
había escrito nada.
Diez años después, quien fue obispo secre­
tario de la Conferencia Episcopal Española, Asenjo, encontró el
terreno roturado para

su biografía de López Novoa gracias al tra­
bajo del catedrático cordobés. Cierta1nente reconoce st1 aporta­
ción pues Jo cita expresamente en quince páginas. Pero se nos
antoja
que su deuda es mayor.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Los tres textos siguientes se refieren a las visitas ad limina
del obispo de Pamplona, Uriz y Labayru (págs. 135-154), del
arzobispo de Sevilla, cardenal Lastra (págs. 155-177) y del tam­
bién arzobispo hispalense Lluch (págs. 179-191). En ellos la apor­
tación del autor del libro
que venimos comentando es mínima
pues se limita a un brevísimo comentario introductorio.
Transcribe después el profesor Cuenca un interesantísimo
documento
de un jesuita, el P. Pereda, que según el catedrático
cordobés abandonarla algo
más tarde la Compañía de Jesús (págs.
193-219). Cuenca, recogiendo lo que dice el propio texto, lo llama
diario del exjesuita Pereda, aunque creemos que más
que un dia­
rio son unas consideraciones personales sobre hechos que le tocó
vivir, bien directamente en la Compañía -Andalucía, Palencia,
Bilbao-y, lo que resulta de mayor interés, sus opiniones sobre
la situación política española y la actitud ante
la misma de Roma
y del episcopado hispano.
Se refiere a los años 1882-1885 y, de
su leetura, prácticamente todas las páginas mencionadas pues
la
interesante introducción del profesor Cuenca apenas llena tres,
uno lamenta que no fuera más amplio el período analizado.
Comienza con los incidentes sevillanos del Centenario de
Murillo que verdaderamente comnovieron a la ciudad. Eran los
últimos días del pontificado de Iluch, ya
en senilidad manifiesta,
y los desórdenes, los malos entendimientos, la intransigencia car­
lista, el desentendimiento
de la autoridad, el papel del obispo
auxiliar
hoy beato Splnola ... están reflejados con todo lujo de
detalles. El relato confirma el que en su día escribiera Mateos­
Gago, tamizado después
por Javierre en su biograffa de Splnola,
aunque añade nuevas precisiones. De Lluch resalta su anticarlis­
mo militante, el papelón que hizo alineándose con los enemigos
de la Iglesia y su triste
papel como arzobispo de Sevilla.
Lo que narra sobre la vida en los colegios jeswticos es lo
menos interesante del escrito. Y de más trascendencia las consi­
deraciones generales sobre la enseñanza, el profesorado, los exá­
menes, la ortodoxia ... que los particularismos sobre los colegios
jesuitas andaluces.
Y llegamos a la parte medular del texto: la división
de los
católicos que esos años conoció su momento álgido aunque se
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prolongaña dos décadas más. Nos parece un texto capital para
entender lo que entonces ocurrió aunque naturalmente
visto
desde una de las perspectivas. Y comprendemos perfectamente el
interés del profesor Cuenca
en dar a conocer tal escrito. El naci­
miento de
la Unión Católica de Pida!, la frustrada segunda pere­
giinación de los Nocedal, la fidelidad al Syllabus por un lado y el
acomodamiento
al liberalismo de otro, la decidida opción vatica­
na, secundada
por el nuncio y la inmensa mayoria del episcopa­
do español,
por esta última alternativa que para el jesuita era una
traición y una desgracia, Alfonso XII y sus devaneos amorosos,
Don Carlos y su "conducta inconveniente", Nocedal y Pida!, el fra­
caso de las
peregrin~ciones sustitutivas de la de Don Cándido, la
animadversión episcopal a
El Siglo Futuro... Nos parece un texto
capital para entender mejor aquella olla de grillos
que fue el cato­
licismo español de la década de los ochenta del siglo
XIX.
El comentario sobre la visita ad limina de Catalá y Albosa
apenas excede
una página (págs. 221-222) y no transcribe el
texto de la misma
Cierra la obra la transcripción de otras memorias jesuíticas,
éstas sí verdaderas memorias, las del
P. Francisco Segura (págs.
223-237) a las que dedica Cuenca una breve introducción de dos
páginas.
El relato del jesuita, que abarca un plazo mucho más
amplio
que el del P. Pereda, tiene menos fluidez de pluma, abuns
da
en nombres de compañeros de Orden que hacen la lectura
difícil, pero es también
un documento notable. La Gloriosa le sor­
prende
en el noviciado del Puerto de Santa María a donde llegó
desde Loyola. Pronto abandonaría la ciudad andaluza
y, . tras
una breve estancia en Loyola, España. Curiosa suerte la de los
jesuitas que, cada vez
que se producía un hecho revolucionario
eran expulsados de sus casas. En 1820, en 1834, en 1854, en
1868, en 1931.
De los días franceses apenas hay nada que reseñar de inte­
rés.
El reconocimiento de la gran talla del obispo de Poitiers, el
"famosísimo Pie"
que se volcó con los jesuitas refugiados en su
diócesis. Yi con ellos, muchos carlistas, a los que la familia Segura
estaba tan vinculada. Pero no sólo la familia del joven novicio,
carlista era de todo corazón
el noviciado en el exilio de Poyanne.
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Ya teólogo oCUITe la Unión Católica. "La inmensa mayoría en
Oña éramos partidarios de El Siglo Futurd'. Y en 1889 militaba ya
en el integrismo escindido de O. Carlos hasta el extremo de fun­
dar un Circulo de esa facción en Azpeitia. Pero no era ello una
excentricidad del jesuita. En el curso 1886-1887 en Deusto, "todos
los padres y hermanos, según creo, éramos partidarios
de lo que
representaba El Siglo Futurd' Hasta que estalló la tormenta en el
mrso siguiente. El P. José Eugenio Uriarte, intimo amigo de
Ramón Nocedal y colaborador, con firma y sin ella de su periódi­
co, rompe con el jefe integrista y llegan a Deusto dos carlistas
declarados, el
P. Felipe Echevarría, profesor de Derecho Político y
el
P. Pagasaurtundúa. Pero Nocedal seguia entrando en Deusto
como
en su casa, se reunía con sus partidarios en los salones de
la casa e incluso en el marta de algún jesuita. Los carlistas hacían
también lo mismo, llegando a coincidir incluso algún día,
si bien
en salones distintos, don Ramón y los suyos, entre los que estaba
el
P. Segura, y don Tirso Olazábal y los suyos, entre los que figu­
raba el
P. Echeverría. Incluso Nocedal fue presentado en Deusto
a los estudiantes que le
seguían. Al mismo tiempo se predicaba
contra el liberalismo
en la novena del Sagrado Corazón por los PP.
Manzanedo y Segura. Pero el P. Martin, entonces provincial y más
tarde general de la Compañía había decidido
ya romper con el
pasado y desvincular a la Compañía del tradicionalismo, bien en
su faceta integrista, bien en la carlista. Y el P. Segura fue traslada­
do,
en un santiamén a Salamanca. Allí siguió haciendo campaña
integrista, comprometido
por los excesos verbales y los gastos
incontrolados del director
de La Región, Sánchez Asensio. Perió­
dico que,
al fin, sería prohibido por el obispo Cámara. Más disen­
siones
en Salamanca. La polémica del mal menor ... Lástima que
palabras ininteligibles, transcripciones erróneas y una sintaxis
agarbanzada hagan fatigosa la lectura y a veces incomprensible.
Porque, como documento, es muy interesante.
Un libro más del profesor Cuenca que ilustra notablemente
sobre nuestra historia eclesiástica contemporánea. Por todo lo
dicho, de muy recomendable lectura.
FRANCISCO ]OSÉ I'ERNÁNDEZ DE LA CIGO&A
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