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Número 419-420

Serie XLII

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Francisco Martí Gilabert: Amadeo de Saboya y la política religiosa

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
palabras que pueden hacer, sin duda, reflexionar sobre la actua­
ción pública de algunos prelados
en otros tiempos y otros pará­
metros geográficos.
JOSÉ D!Az NIEVA
Francisco Martí Gllabert: AMADEO DE SABOYA
Y LA POLÍTICA RELIGIOSA,.,
Martí Gilabert integra con Cuenca Toribio, Andrés-Gallego y
Cárcel Ortí el cuarteto de los grandes especialistas
en la Historia
eclesiástica contemporánea de España. Hay otros,
no voy a hacer
aquí
la nómina, que han tratado meritoriamente algún o algunos
puntos de esa historia,
pero estos cuatro dedican especialísima
atención a estas cuestiones y algunos de ellos casi
en exclusiva.
Es una excepción el profesor Cuenca, autor también de trabajos
imprescindibles
en el campo de la historia política.
Martí Gilabert se ha propuesto dejarnos,
en una serie de
obras,
el relato de lo que fue la política religiosa en los dos últi­
mos siglos
y, salvo error, ha publicado ya lo correspondiente a
los reinados de Fernando
VII (1994), Isabel U (1996), la Restau­
ración
(1991), la Segunda República (1998) y, por último, a la efí­
mera monarquia de Amadeo de Saboya. Ignoro
si que1Tá com­
pletarlos
con la Revolución régimen del general Franco y la llamada transición democrática,
o, si se prefiere, el reinado de Juan Carlos l.
En el libro que ahora comentamos, poco más de un opúsculo,
deja constancia de lo
que supuso para la Iglesia el advenimiento
al trono de España de un monarca imposible. Al que rechazaban
los católicos
por hijo del usurpador de los Estados Pontificios, los
carlistas porque suponía la postergación de su rey, los isabelinos
y alfonsinos porque querian la restauración de
la monarquía
derrocada y los republicanos porque les sobraba cualquier rey.
(') EUNSA, Pamplona, 1999, 154 págs.
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Yo creo, ante ese inmenso cuadro adverso, que ru siquiera el
espadón que lo impuso, el general Prim, hubiera podido conso­
lidarle
en. el trono de España. Pero, ante su desaparición, la del
nuevo rey estaba cantada. Sus apenas dos años y unos dias de
ocupar el trono son el relato de una inmensa soledad. Y asi, tras
feos ostensibles
que le hacian todas las fuerzas de la nación: la
Iglesia, los militares, la aristocracia, el pueblo ... fueron pasando
sus dias y agotándose su corona.
Asesinado Prim,
quedó en poder de la peor España de enton­
ces. Serrano, eterno ambicioso, enseguida tomó sus distancias
ante una causa que no era la suya y un rey que él no trajo. Y
Serrano, quiérase o no, era
el ejército. A su alrededor quedaron
los· revolucionarios radicales que ahora aparentaban una cierta
moderación: Ruiz Zorrilla, Sagasta, Martas, Rivera... Sagasta, el
más
moderado de todos ellos, terminó también distanciándose.
Y
gobernar con aquel personaje inflexible y poco inteligente
que era Ruiz Zorrilla suponía una marcha apresurada hacia el
suicidio.
Todos eran además enemigos de la Iglesia y asi se mostraron
en su gobierno que, si no causó más quiebras fue por la breve­
dad del mismo. El Papa no podia mirar con gusto al hijo de su
verdugo como rey católico de España y no se mostró nada con­
ciliador. Sabia además, perfectamente,
que las invocaciones del
nuevo rey a la concordia eran puramente retóricas pues sus
gobiernos
no estaban dispuestos a echar marcha atrás en ningu­
no de los logros de la revolución: libertad de cultos, matrimonio
civil, reducción de conventos ... La Iglesia española se alineó uná­
nime tras el Pontífice e incluso fue más papista que el Papa
negándose en su inmensa mayoría al juramento aunque ello le
supusiese en no pocos casos el hambre.
El presupuesto de obligaciones eclesiásticas, que no se paga­
ba, se redujo más; los sermones eran interrumpidos con frecuen­
cia por fanáticos antieclesiales; el gobierno seguia reclamando
su derecho a
la presentación de obispos pese a que ninguna
protección a la Iglesia lo justificaba con el nuevo régimen que
habla hecho irrisión del Concordato; la celebración del jubileo de
Pío IX fue una abierta manifestación católica contra el régimen
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que reaccionó con la partida de la porra destrozando colgaduras,
derribando faroles
y amenazando a los católicos; las nuevas dis­
posiciones sobre los deanes de las catedrales a los que se quería
funcionarios distinguidos al servicio del gobierno levantó la pro­
testa unánime del episcopado
as! como el pretender resucitar el
placet regio y la oficina de preces que controlaría todas las comu­
nicaciones de los obispos
y de los fieles con Roma; la palabra
Dios se suprimió
de los documentos oficiales; se declararon hijos
naturales a los nacidos de sólo matrimonio canónico; se nom­
braron, en clérigos impresentables y sin el consentimiento de
Roma, obispos
en Cebú y en Santiago de Cuba, encarcelándose
a quienes se oponían a ello, en una situación verdaderamente
cismática; se pretendió secularizar los cementerios ...
Todo ello está contado con agil pluma y permite conocer per­
fectamente el periodo.
Me parece, pues, una labor de síntesis
suficiente y convincente. Y sin estúpidos síndromes de Estocolmo.
FRANCISCO JOSÉ Fl!RNÁNDEZ DE LA CIGOl'IA
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