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Número 419-420

Serie XLII

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Roberto J. Sánchez Dávalos: El conflicto religioso y sus arreglos

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Roberto]. Sánchez Dávalos: EL CONFLICTO
RELIGIOSO Y SUS ARREGLOS'''
Es curioso ver como la historia de los diversos países his­
panoamericanos
puede llegar a entremezclarse. Tal es el caso de
Chile y Méjico; al menos
en lo referente a la solución tomada por
el gobierno mejicano y la jerarquía eclesiástica de aquel país
para
poner fin al conflicto cristero. El presente libro no solamen­
te trata de describir aquellos hechos, sino también de resaltar
la
participación de algunos destacados chilenos, principahnente de
Miguel Cruchaga Tocomal y Alberto Sánchez Orrego. Ambos, y
por diferentes avatares de la vida, llegaron a tener una destacada
participación
en aquellas negociaciones que llevaron a la firma
de tales (y ·nefastos) "Arreglos".
El autor comienza el presente volutnen con una sucinra bio-­
grafia de Miguel Cruchaga Tocornal; jurista de renombre y pre­
dominante líder del Partido Conservador de su país. Como exper­
to
en Derecho Internacional que era, fue nombrado miembro del
Tribunal Mejicano de Arbitraje, encargado de solucionar los con­
flictos suscitados entre los extranjeros
por los daños sufridos en
sus intereses durante la Revolución Mejicana. Por lo que se refie­
re a Alberto Sánchez Orrego (padre del autor)
puede decirse que
llegó a Méjico en 1926; después de residir algunos años en París,
en donde formó parte del bufete del abogado Henry Robert, que
fue el batonier que sustituyó a Fernand Laborié en la defensa del
célebre proceso de Dreyfus. En Méjico, donde se casaría y fijaría
su residencia definitiva, Sánchez Orrego actuó como Asesor
Jurídico
en la Comisión Mixta de Arbitraje; participando como
Secretario en los Tribunales Internacionales encargados de esa
cuestión. Es aquí donde entraría en contacto con su celebre com­
patriota. Junto a ambos, también cabe destacar la participación de
Sergio Montt, Secretario de la Embajada chilena, así como la del
propio Embajador (sobre esta participación el autor rescata di­
versos documentos sobre los arreglos del conflicto religioso
en
Méjico, véanse las páginas 137 a 181).
C") Edición privada, Méjico, 2001, 248 págs.
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Claro está que junto a estos chilenos, también cabria destacar
la presencia y participación en estos hechos de algunos ciudada­
nos norteamericanos, principalmente de Edmundo A Walhsh,
S.],
destacado sacerdote que se había distinguido por haber sido
representante de la Iglesia Católica
en Rusia durante los años
1922-1923, y de Dwight Whitney Morrow, a la sazón embajador
de Estados Unidos
en Méjico durante el gobierno de Plutarco
Elías Calles, con quien
-como reconoce el propio autor-se
granjeó una gran amistad a costa de la desaprobación
de gran
cantidad de católicos mejicanos. Estos serian
en realidad los ver­
daderos impulsores de los "Acuerdos".
Antes de continuar
con el comentario del presente volumen
convendria
poner al lector en ciertos antecedentes en relación
con la persecución a la Iglesia y a los católicos mejicanos, perse­
cución
que no se debe únicamente a la llamada "Ley Calles" Qa
cual entró en vigor el 31 de julio de 1926), ni siquiera al conteni­
do de la Constitución de 1917 (en este sentido puede consultar­
se la obra de SALVADOR ABAscAL: La constitución de 1917. Destruc­
tora de
la Nación, Ed. Tradición, Méjico, 1982), sino que hunde
sus raíces en el siglo XIX, con la política de Benito Juárez y la
constitución de 1857, la cual
ya asentaba las bases de una políti­
ca hostil a la Iglesia y entraba abiertamente
en contradicción con
los intereses y los anhelos de un pueblo fervientemente devoto
de sus creencias en materia religiosa.
Volviendo a la "Ley Calles", habria que decir que contenía un
total de 33 artículos en los que se disponía, entre otras cosas, que
todos los ministros de
la religión habían de ser de nacionalidad
mejicana
por nacimiento, se restringía la celebración de los actos
de culto, se prohibía la enseñanza de religión
en las escuelas pri­
marias, se prohibía expresamente el emitir votos religiosos y se
ordenaba la clausura de monasterios y conventos, se suprimía la
libertad de prensa en materia religiosa, se prohibía el derecho de
los ministros de
la iglesia y demás religiosos a usar algún vestido
o hábito que los distinguiera, se proclamaba
que todos los tem­
plos, residencias episcopales, casas curales, se1ninarios, asilos y
colegios religiosos, eran propiedad de la Nación, y que el Poder
Federal era el encargado de decidir sobre el uso
que se les debía
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dar ... En respuesta de todo ello los católicos organizaron la lla­
mada
Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa; casi al
mismo tiempo, y de fonna paralela, comienzan las primeras
manifestaciones de resistencia armada, resistencia que se prolon­
gará por un periodo de casi tres años, del 31 de julio 1926 al 21
de junio de 1929, durante los cuales los cristeros combatieron
(principalmente
en las sierras de Michoacán, Jalisco y Guana­
juato) a las tropas del gobierno (comandadas
por los generales
Lázaro Cárdenas y
Avila Carnacho, futuros Presidentes de Méjico);
el cual -como diría un celebre corrido-"siempre salió corrien­
do". Al frente de esta rebelión se situaron hombres míticos, por
su valor y arrojo, también por sus firmes creencias, como
Anacleto González Flores y el General Enrique Gorostieta, ambos
asesinados
· por las tropas gubernamentales, al igual que la gran
rnayoria de los jefes militares del movimiento cristero.
Algo que
no llega a comprenderse es el por qué de esos
"Acuerdos", más
aun cuando el ejercito del gobierno, acosado
por las tropas cristeras, estaba a punto de sucumbir; y ello sin
tener que acudir a la rebelión vasconcelista. Lo único cierto es
que en el preciso momento en el Méjico revolucionario estaba a
punto de caer, el entonces presidente, Portes Gil, inicia una apro­
ximación con la Iglesia católica y negocia, con la intervención de
Morrow, los llamados "Arreglos", mediante los cuales las leyes
anticlericales quedan sin aplicación, pero sin llegar a ser
deroga'
das, mientras solicitan a cambio de los prelados que logren que
los cristeros abandonen la lucha armada.
El libro concluye con un breve análisis y la reproducción par­
cial de la Encíclica
Acerca Animi Annos, dictada el 29 de sep­
tiembre
de 1932 por su S.S. el Papa Pio XI. Las razones que moti­
varon esta nueva encíclica del Pio
XI (ya con anterioridad pode­
mos remitimos a la
lniquis Alllictisque, de 18 de noviembre de
1926) derivan tanto de la postura
que guardó ante los "arreglos"
concertados
en junio de 1929 para la solución del conflicto reli­
gioso dando lugar al modus vivendi, así como la reanudación
posterior de la lucha armada en algunos puntos del pais por los
atropellos e injusticias cometidos
por los funcionarios del gobier­
no y los grupos anticlericales.
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Los "Arreglos" vinieron a pacificar el pais, es cierto; pero no
a mejorar la situación de los católicos y de la Iglesia. Tras su
firma, cerca de 1500 cristeros fueron sacrificados
por el gobier­
no, o más
bien por sus funcionarios ante la pasividad de aquél,
la práctica religiosa seguia
dependiendo de los Estados, e inclu­
so a los sacerdotes y religiosos se les continuaba prohibiendo el
uso de sotanas o hábitos (recuérdese que en 1979, cuando S.S.
el Papa Juan Pablo II visitó Méjico, fue necesario suspender
e~ta prohibición), y así ¡e podrían enumerar nu1nerosas restric­
ciones ...
El libro1 pese a las buenas intenciones del autor, tiene al­
gunas deficiencias; como aquella que alude a la muerte del
General
Alvaro Obregón, y por la que fue detenido, juzgado y
fusilado
su máximo responsable: José de León Toral. Junto a él
-como se recordará-fue ajusticiado el Padre Pro, que nada
tenia que ver con aquellos sucesos. Pues bien, el libro narra
sucintamente los .hechos relacionados
con Toral, pero no dedi­
ca ni
una sola linea al caso del Padre Agustín Pro, beatificado
el
25 de noviembre de 1988, coincidiendo con el 61 aniversario
de su martirio. Habria
que recordar que la causa de los católi­
cos mejicanos se
ha visto recompensada con la elevación a la
santidad de 27 de aquellos mártires, el 21 de mayo del 2000;
otros, como el caso de Anacleto González Flores, siguen dife­
rentes procesos de beatificación.
Por último, es digno
de destacar el prefacio del libro, el cual
con-e a cargo de Jean Meyer, autor de libros como La Cristiada
y El Sinarquismo ¿Un fascismo Mejicano? El autor del mismo
describe en unas pocas líneas el conflicto que vivió em aque­
llos aciagos años la Iglesia mejicana: "En cuanto a los obispos
una minoria apoyó a los cristeros; otra minoria los combatió y
la mayoria se refugió
en la expectativa, dispuesta a seguir las
órdenes romanas. Una minarla
creia en la buena fe de los diri­
gentes revolucionarios y
en la posibilidad de trabajar con ellos;
otra minotia era desesperadamente contrarrevolucionaria, por­
qt1e era apasionadamente anti.masónica, antiliberal, anti.todo lo
que oliera novedad. Y la mayoria esperaba para saber quién
ganaría y luego reconocer a la autoridad definitiva .. ". Unas
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palabras que pueden hacer, sin duda, reflexionar sobre la actua-·
ción pública de algunos prelados en otros tiempos y otros pará­
metros geográficos.
JOSÉ DfAz NIEVA
Francisco Martí Gilabert: AMADEO DE SABOYA
Y LA POLÍTICA RELIGIOSA<'>
Martí Gilabert integra con Cuenca Toribio, Andrés-Gallego y
Cárcel
Ortí el cuarteto de los grandes especialistas en la Historia
eclesiástica contemporánea de España. Hay otros,
no voy a hacer
aquí
la nómina, que han tratado meritoriamente algún o algunos
puntos de esa historia,
pero estos cuatro dedican especialisima
atención a estas cuestiones y algunos de ellos casi
en exclusiva.
Es una excepción el profesor Cuenca, autor también de trabajos
imprescindibles
en el campo de la historia política.
Martí Gilabert se ha propuesto dejamos, en una serie de
obras,
el relato de lo que fue la política religiosa en los dos últi­
mos siglos
y, salvo error, ha publicado ya lo correspondiente a
los reinados de Fernando
VII (1994), Isabel II (1996), la Restau­
ración (1991), la Segunda República (1998)
y, por último, a la efí­
mera monarquía de Amadeo de Saboya. Ignoro
si querrá com­
pletarlos
con la Revolución régimen del general Franco y la llamada transición democrática,
o,
si se prefiere, el reinado de Juan Carlos l.
En el libro que ahora comentamos, poco más de un opúsculo,
deja constancia de lo
que supuso para la Iglesia el advenimiento
al trono de España de un monarca imposible. Al que rechazaban
los católicos
por hijo del usuipador de los Estados Pontificios, los
carlistas
porque suponía la postergación de su rey, los isabelinos
y alfonsinos porque
querlan la restauración de la monarquía
derrocada y los republicanos porque les sobraba cualquier rey.
e) EUNSA, Pamplona, 1999, 154 págs.
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