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Vicente Cárcel Ortí: Historia de las diócesis españolas

Vicente Cárcel Ortí: HISTORIA DE LAS DIÓCESIS
ESPAÑOLAS, 6(*)
Un nuevo volumen de la BAC sobre la Historia de las dióce-
sis españolas que en esta ocasión comprende a las tres del Re i n o
de Valencia. Coordinado por Cárcel Ortí, aunque tampoco se
note mucho la coordinación. De la Iglesia metropolitana va l e n t i-
na se ha encargado el propio Cárcel, sin duda la persona más
capacitada para ello de cuantos se podrían buscar. Y no ha tenido
que trabajar mucho porque todo lo tenía ya escrito en trabajos
a n t e r i o res. Siendo muy aceptables aquellos también lo es éste.
Como vengo haciendo siempre no me ocuparé de las épocas ante-
r i o res a la segunda mitad del siglo X V I I I. Es más, muchas páginas
ni siquiera las he leído.
La archidiócesis de Valencia se lleva la parte del león del
l i b ro con cuatrocientas setenta y tres páginas (págs. 3-474). Las
otras dos son parejas. La de Segorbe-Castellón ocupa ciento cua-
renta y ocho (págs. 475-623) y la de Orihuela-Alicante, ciento
c u a renta y siete (págs. 625-772). No cabe atribuir la gran dife-
rencia al hecho de ser más recientes pues la Edad Antigua y la
Alta Edad Media ocupan siempre poco espacio. Hay que atri-
buirlo pues a otros factores, que creemos pueden ser tres. La
mucha mayor importancia de la metropolitana respecto a las
otras dos, los muchos más saberes de Cárcel sobre el resto de los
re d a c t o res o a que el coordinador se hubiera re s e rvado muchas
más páginas que las atribuidas a los demás colaboradores. Va l g a
cualquiera de ellas, o las tres al mismo tiempo, la realidad es la
s e ñ a l a d a .
El trabajo de Cárcel no es sólo el más extenso sino, con
mucho, el mejor. Hasta el punto de lamentar que no hubiera sido
él quien se encargase de la totalidad del libro. Que habría re s u l -
____________
( * )Valencia, Segorbe-Castellón, Orihuela-Alicante. Madrid, BAC, 2006, 800
p á g i n a s .
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tado excelente. Apenas tengo nada que objetar a su estudio de
fines de la Edad Moderna y de la Contemporánea. No me pare-
ce exacto tachar a Concina (pág. 308) de jansenista destacado,
aunque ciertamente fue un probabiliorista confeso y un declara-
do enemigo de los jesuitas. Creo también que sobre valora a
Mayáns, págs. 309 y sigs., siguiendo en eso una línea muy de
moda. Sin que lo que digo suponga por mi parte no reconocer la
i m p o rtancia y los saberes del erudito levantino que, por supues-
to, re c o n o zc o. Creo que Go d oy tuvo notables defectos pero
e n t re ellos no estuvo la defenestración del obispo Climent, ocu-
rrida mucho antes de que el valido extremeño llegara al poder
(pág. 324). Hace participar al arzobispo Company en un acto
cuando ya había fallecido (pág. 333). Por lo que, o no tuvo pre-
sencia en ese acontecimiento, o el acto tuvo lugar antes de su
m u e rte. Me parece una originalidad no admisible llamar a la
regente María Cristina de Habsburgo, Augsburgo (pág. 360)
p e ro lo que ya es un despiste soberano es hacerla intervenir como
“reina madre” mucho antes de que fuera esposa y madre (pág.
360). Pe ro, como digo, éstas, y alguna más, son leves pegas a un
trabajo excelente. Ojalá todas las aportaciones a ésta, hasta hoy
tan lamentable historia, fueran como las del ilustre historiador
va l e n c i a n o. El relato de la peripecia de la segunda República y de
la posterior persecución marxista, en tan conocedor de la cues-
tión, espléndida.
La diócesis de Segorbe-Castellón, Segorbe para la historia,
pues el añadido es recientísimo, se ha encomendado a tres auto-
res ya que el Apéndice, de Cárcel, es apenas de tres páginas, pare-
ce escasa. Hago de ello responsable a Pe d ro Saborit Ba d e n e s ,
canónigo arc h i ve ro seguntino, por cuanto sus compañeros de
redacción se ocupan de épocas anteriores a las que he considera-
d o. En las que él también interv i n o. Me parece insuficiente la
p resencia de los obispos, no pocos de ellos prácticamente inexis-
tentes. Cierto que no tuvo Segorbe pastores de re l e vancia nacio-
nal. Y cierto también que a los tres con más re l i e ve, el santo obis-
po Canubio, Aguilar y Amigó, les da más re l i e ve. Pe ro, como
digo, me parece muy escaso. Muy bre ve también, aunque digna,
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la mención a la persecución religiosa que se cebó en la pequeña
diócesis, con el asesinato de su obispo y el de numerosos sacer-
dotes y seglares. La relación de la crisis postconciliar, flojita y aco-
modaticia. Podríamos darle a todo un aprobado bajo.
C o n c l u ye el libro con la historia de la diócesis de Or i h u e l a -
Alicante. Simplemente Orihuela para casi todo su transcurso his-
t ó r i c o. Los años anteriores a aquellos de los que me vengo ocu-
pando corrieron a cuenta de Juan B. Vi l a r. Historiador sin duda
de mérito pero demasiado inclinado al pro t e s t a n t i s m o. La época
de la que me vengo ocupando es responsabilidad de Mónica
Mo reno Seco, joven historiadora de quien no tenía yo la menor
re f e rencia. Y no me parece un acierto la elección. Ya puede dar
muestra de la despro p o rción del estudio de la diócesis el que,
hasta la edad contemporánea, se dediquen sesenta y nueve pági-
nas y, a la edad contemporánea, sesenta y ocho.
Tiene poca importancia que al obispo Cebrián y Valdá le
llame Valdés (pág. 689). Y hasta que se cre yera, que ya es más des-
conocimiento, que en el Trienio Liberal fuera monarca de España
una reina (pág. 692). Tampoco debemos hacer hincapié en su
afirmación de que el obispo oriolano, Simón López, debiera su
p romoción al arzobispado de Valencia, “según Ramos Vi d a l”
(pág. 696), a su defensa del absolutismo. Po rque eso no ocurrió,
como expresa doña Mónica, tal como dice ese para mí descono-
cido señor, sino porque en aquellos días, y lo dicen todos los his-
t o r i a d o res, Fernando VII nombraba obispos a personas que le
eran fieles. Cosa, por otra parte, bastante comprensible. Diga lo
que diga Ramos Vidal.
Tampoco me parece acertada su afirmación de que “el cemen-
terio de Alicante, que se abrió en 1805 y era propiedad del cabil-
do de la colegiata de San Nicolás, fue municipalizado, pero en
1875 fue devuelto a los re l i g i o s o s” (pág. 703). ¿A qué re l i g i o s o s ?
Pienso que se debió devo l ver a la Iglesia diocesana.
En este trabajo es pobrísima la mención de lo que supuso la
persecución religiosa de 1936. Indignantemente pobre. Ve r g o n -
zosamente pobre (págs. 729-730). Y eso que fueron asesinados
el administrador apostólico, cincuenta y tres sacerdotes, diez
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religiosos y un seminarista. No es que se oculte, se trata cicate-
r a m e n t e .
Luego vienen las páginas más penosas del escrito. Las que
muestran su ojeriza a aquel buen pastor, aún vivo cuando se escri-
ben estas líneas, que fue, hoy lo es como obispo emérito, don
Pablo Barrachina. Me parecen indignas. Y más en la BAC. Los
obispos de Orihuela, aunque ello habrá que achacárselo más a
Ir a s t o rza y a Ga rcía Goldáraz —por cierto, ninguna aclaración
s o b re la dudosa conducta del primero cuando abandonó la
diócesis—, fueron cumplida muestra de “la cooperación con
Fa l a n g e”, recomendando al clero abstenerse de las contiendas
políticas pero obligando a sus sacerdotes a un indigno silencio
gracias al cual “no se eleva ron voces contra el hambre y la viola-
ción de los derechos humanos” (pág. 731). Y, esos eran los buenos.
Po rque los había “que colaboraron en la re p re s i ó n” (pág. 732).
Estas páginas no me sorprenderían nada en El Pa í s, pero, en la
B AC, me parecen ve r g o n zosas.
Con don Pablo Barrachina la actitud es totalmente cicatera.
No entendía nada, se cerraba a todo y fue el gran responsable de
todos los problemas de la diócesis. No lo dice con tanta claridad
p e ro se entiende todo. Me parece miserable.
Vaya desde aquí mi reconocimiento a aquel buen obispo que
no se merecía estas páginas. Que se vea lo que era la diócesis
cuando él la regía y lo que es hoy.
Gracias a Cárcel éste no es un volumen más lamentable de
aquellos con los que viene obsequiándonos la BAC. Muy bueno
en lo que se re f i e re a Valencia, discretito en lo que respecta a
Segorbe y sectario sobre Orihuela. Muy en la línea, en esto últi-
mo, de Joaquín L. Ortega. Esperemos que su defenestración, y el
nombramiento de Pablo Cervera, rectifiquen tan desarbolada sin-
gladura. Aunque me temo que todo estuviera encargado ya y que
poco se pueda hacer. Al nuevo responsable del buen rumbo, mis
deseos de que mande leer los originales todavía no publicados y
corrija lo que es penoso en la BAC .
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