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Benito Juárez. El hombre que cambió a México

BENITO JUÁREZ.
EL HOMBRE QUE CAMBIÓ A MÉXICO
POR
NEMESIORODRÍGUEZLOIS
La H istoria es una ciencia que, al igual que las r estantes, busca
la ver dad, mas sin embargo, por caprichos sectarios, en México es
falseada de modo constante y sistemático .
La H istoria tiene como objeto de su manejo los hechos huma-
nos realizados a lo largo de los siglos y , rectamente entendida, posee
un carácter magisterial puesto que, conociendo los errores del pasa -
do, será posible evitar desgracias en el futuro. Función de la Historia es narrar los acontecimientos tal y como
se desarr ollaron, sin agr egar ni quitar nada.
Asimismo es también función de la historia describir al perso-
naje tal y como éste fue ya que de ese modo logrará presentarlo
como un hombr e de carne y hueso que tuv o miserias y grandezas.
E n México existe lo que se conoce como Historia O ficial que
es una pseudo-historia que consiste en una narración truculenta y
apasionada que, por lo general, está integrada por dos clases de per -
sonajes:
a)Seres completamente valientes y bondadosos, incapaces de
intentar siquiera un mal pensamiento .
b) Seres cobardes y ruines cuya mente es como un faro que
irradia desgracias en mil distintas dir ecciones.
U na narración en la que se nos cuenta de un modo tendencio -
so la lucha de los buenos contra los malos. Al final —como era de
esperarse— ganan los buenos y como recompensa son transforma -
Verbo,núm. 447-448 (2006), 621-653. 621
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dos en dioses que gozan de la adoración plena de un Sistema que
tiene su pr opia liturgia y que a menudo se postra de hinojos ante
las gloriosas deidades. En cambio quienes per dieron son objeto del más univ ersal de
los despr ecios ya que no se les r econoce ni el más leve gesto de
dignidad. El anterior pr eámbulo viene a tema porque el pasado 21 de
marzo se cumplier on dos siglos de que, en un miserable y olvidado
pueblo el Estado de O axaca viniera al mundo el hombre que habría
de cambiar radicalmente los destinos de México: B
ENITOJUÁREZ.
P or ser todo un personaje a quien toman como bandera libera-
les, masones e incluso militantes de los diversos grupos de izquier-
da, consideramos oportuno tratar brevemente acer ca de su influen-
cia en el México del siglo
XIX.
R econocemos de antemano que todo intento por analizar a
fondo lo r elativo a este personaje es un intento destinado al fracaso
ya que son tantas las circunstancias que le rodean que la empresa se
nos antoja difícil de r ealizar.
Sin embargo, ante el delirio juarista con que se endiosa a don
B enito, consideramos deber ineludible de conciencia tratar breve-
mente el tema con el fin de hacer las aclaraciones que ayuden a la
necesaria r ectificación histórica.
Es de todos conocido que, a partir de que Carlos III de España
expulsa, en 1767, de sus dominios a los r eligiosos de la Compañía
de J esús, en estas tierras se acentúa un sentimiento de repudio hacia
la Cor ona que, andando el tiempo, da forma a un nacionalismo que
culmina con las guerras de Independencia que en H ispanoamérica
tendrían lugar durante las primeras décadas del siglo
XIX.
T ras once años de luchas sangrientas, Agustín de I turbide con-
suma la I ndependencia de México de un modo pacífico el 27 de
septiembre de 1821, instaurando una monarquía católica con un
profundo sello hispánico .
Sin embargo el propósito de las logias masónicas era dividir
para mejor controlar y , a la postre, descristianizar a uno de los pue-
blos más católicos de la América Española. Tras una serie de conspiraciones, instigadas por el embajador
nor teamericano Joel R. P oinsett, el imperio de I turbide es derroca-
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do, se implanta un sistema republicano de gobierno y a par tir de
entonces se puede afirmar que el país empie za a rodar cuesta abajo.
Es entonces cuando empie za a ponerse en práctica un plan
masónico que consistía en despojar a la Iglesia Católica de sus\
bien -
es con el objeto de priv arle de los recursos necesarios para llevar a
cabo su labor evangelizadora. Un plan masónico que, después de conocer la muy documen-
tada y objetiv a obra de Francisco José Fernánde z de la Cigoña, no
nos cabe la menor duda que abrigaba propósitos internacionales ya
que, exactamente en los mismos años en que Juan Ál va rez
M endizábal aplicaba la desamortización en España, aquí en Mé\
xico
hacía lo mismo el masón Valentín Gómez F arías.
D ebido a que el pueblo aún era católico en su abr umadora
may oría y a las presiones del E jército, dicho plan fracasó, más sin
embargo eso fue solamente un primer intento, una especie de ensa -
yo de lo que habría de llevar a término el personaje cuy o bicente-
nario se recuer da en 2006.
Se ha escrito tanto acerca de J uárez, se le han prodigado tantos
homenajes, se le han dedicado tantas estatuas y se han bautizado
tantas calles y ciudades con su nombre que este personaje se ha
transformado en un ídolo de bronce al cual hay que adorar sin
dudarlo un instante. Quizás por eso se hace difícil contar con una biografía objetiva
acerca del personaje. “¿Cómo explicar entonces que no hayamos pr oducido en las
últimas décadas una biografía moderna sobre J uárez?”, se pregunta
E nrique Krauz e.
“ P a r te de la respuesta re s i d e” —continúa Krauze— “en la
figura misma de J u á rez: de tan grande, de tan pétrea, de tan omni-
p res ente, abruma, aleja, desalienta. Otra explicación está en la
re l a t i va desatención al siglo
X I Xo en la inactualidad de la historia
p o l í t i c a ” (1).
P udiera ser , más sin embargo es F ernando Rodríguez D oval
quien ofr ece una explicación más cercana a la realidad:
____________
(1) “J uárez: se solicitan biógrafos ”. Diario Reforma, México, D. F. domingo 2 de
abril de 2006.
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“Los pueblos y ciudades que durante la Colonia llevaban el nombre
de santos, después tuvier on nombres de héroes, y J uárez fue el protagonis-
ta en cientos de casos. ”Esta admiración casi mística por B enito Juárez tiene una explicación
de tipo instrumental. Todo régimen autoritario necesita de héroes oficia-
les que le brinden una legitimidad que no le dan las urnas. Estos héroes
forman parte, en muchos casos, del mito fundacional del propio régimen.
F ue el caso, por ejemplo, de M ao-Tse-Tung en la China comunista, de
Lenin en la Rusia S oviética, o de Ernesto “Ché” G uevara en la Cuba cas-
trista ” (2).
Por otra par te, la petición de E nrique Krauze en el sentido de
que se solicitan biógrafos que traten acer ca de Juárez sale sobrando
ya que aparte de los historiador es del bando liberal —cuyas obras
son continuos panegíricos— existen investigador es serios que han
tratado no sólo acer ca de la vida y obra de este personaje sino de los
difíciles momentos por los que atrav esó el México del siglo
XIX.
V ale la pena mencionar los nombres de J osé Bravo U garte, SJ,
M ariano C uevas, SJ, Alfonso Trueba, Alfonso J unco, José Fuentes
Mar es, J oaquín Márquez M ontiel, Celerino Salmerón, José Vas-
concelos, S alvador Abascal y muchos más cuyas opiniones ir emos
citando en el curso de este trabajo .
Consideramos que el hecho de mencionar únicamente a quie -
nes endiosan a don Benito J uárez y afirmar que no se han escrito
obras aclarando los hechos históricos supone no solamente una dis -
criminación ideológica sino una maniobra sectaria encaminada a
descalificar a quienes no militan dentr o del campo liberal.
Así pues, J uárez no es un intocable ídolo de br once imposible
de ser conocido; por el contrario hay mucho material que lo estu-
dia a fondo y de ello, sin ser exhaustivos, tratar emos a continuación.
El indio zapoteca B enito Pablo Juárez Gar cía nace el 21 de
marzo de 1806 en el pequeño poblado de S an Pablo G uelatao,
situado en la S ierra de Ixtlán, estado sureño de O axaca.
En vista de que su humilde poblado nada podía ofrecerle, a los
doce años de edad, deseando elevar su nivel de vida, el joven indíge-
na abandona su pueblo natal y llega a Oaxaca, la capital del Estado.
____________
(2) “Adios al J uárez de bronce ”. Revista Bien Común, número 136, abril de 2006,
pág. 48.
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Un comerciante de origen italiano le recibe en calidad de mozo,
más tarde trabaja ayudando a un encuadernador de libros, ingresa
en una escuela de primeras letras y a los quince años de edad se ins -
cribe como alumno externo del S eminario.
T enía 21 años cuando abandonó el S eminario para inscribirse
en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca pues había descubier-
to que su vocación era estudiar la carr era de Jurisprudencia para
ejercer como abogado, título que recibe en enero de 1834, a los 28
años de edad. A partir de entonces, nuestro personaje inicia una carr era polí-
tica que, por su rapidez, sorprendió a quienes conocían sus orí\
genes
humildes. La explicación a esta carrera meteórica nos la da el historiador
J osé Manuel Villalpando al decirnos que “ desde el principio de su
vida pública J uárez se unió al grupo político al que per tenecían sus
maestros en el instituto: los liberales. La mayoría de ellos eran
masones y formaban par te de las logias yorkinas que pretendían
encauzar el desarrollo de México hacia un modelo equiparable al de
Estados U nidos” (3).
R egidor del ayuntamiento de la ciudad de Oaxaca, diputado
del Congr eso local de dicho estado, diputado federal en 1847. Todo
era subir , subir y subir ...
A dmirador del sistema anglosajón, apr ovechaba cuanta oportu-
nidad se le pr esentaba para atacar todo lo hispánico y es así como
ya en 1840 —con motivo de las fiestas de la I ndependencia— acu-
saba a España de lo que, según él, era un pecado mayor al de la
Conquista: descuidar la educación de los mexicanos. ¿Ignorancia o mala fe? S uponemos que, debido a la influencia
masónica, se trata de lo segundo ya que para nadie era un secreto la
gran labor realizada en estas tierras por todos los misioneros espa-
ñoles que aquí habían fundado pueblos y escuelas incorporando a
infinidad de personas a los beneficios de la cultura occidental. Los misioneros, junto con la fe católica, traían el idioma caste -
llano como vínculo de unidad entre las diversas etnias y gracias a es\
a
____________
(3) Benito J uárez. U na visión crítica en el B icentenario de su nacimiento. Editorial
Planeta M exicana, 1.ª ed., México, 2006, pág. 18.
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labor castellanizadora fue posible que los indígenas pudieran leer
obras que les ayudasen a superarse en todos los aspectos.Muy pr onto empieza J uárez a dar muestras de su anticlericalis-
mo, concr etamente en 1843 cuando —con motivo de la guerra
entre México y los Estados U nidos— pidió que se hipotecasen los
bienes del cler o con el objeto de obtener los recursos necesarios para
armar y alimentar a las tr opas mexicanas.
El 29 de n ov i e m b re de 1847 logra la gubernatura de Oaxaca con
lo cual se convierte en el primer gobernador indio de todo el país. Una de sus decisiones más discutidas fue la de pr ohibir el entie-
rro de cadáveres dentro de los templos. P oco a poco iba manifestan-
do su ideología secularista y anticlerical. En 1852 termina su periodo como gobernador y al año siguien -
te, con motivo del regr eso a México del General Antonio López de
S anta Anna, dictador enemigo del Liberalismo, J uárez es desterra-
do del país y endo a parar a N ueva Orleans donde hizo contacto con
otr os liberales exiliados.
El 1 de marzo de 1854 estalla la r evolución de Ayutla, Santa
Anna es derrocado, Juárez regresa a México y es entonces cuando el
nuevo presidente, Ignacio Comonfort, le nombra Ministr o de
J usticia e I nstrucción Pública.
Comonfor t era un liberal moderado que afirmaba que las refor -
mas deberían hacerse gradualmente para no asustar a una población
may oritariamente católica.
Esta moderación lo enfrenta con los liberales pur os o radicales
quienes, acaudillados por Melchor Ocampo, sostenían la necesidad
de pisar a fondo el acelerador . A este grupo pertenecía B enito
Juáre z. Deseando llev ar a la práctica los postulados del Plan de
Ayutla, el pr esidente Comonfor t convoca, en 1856, un Congr eso
constituyente. La nuev a Constitución, más que debates de tipo jurídico o
sociológico, pr ovocó discusiones e incluso la condena de importan-
tes miembr os de la jerarquía eclesiástica como eran el obispo de
M ichoacán, Clemente de J esús Munguía y el arzobispo de México,
Lázar o de la Gar za.
Al respecto nos dice el historiador J osé Gutiérrez Casillas, SJ:
“G ermen de nuestras más hondas divisiones nacionales, la constitu -
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ción de 1857 no cumple con los requisitos de la legalidad. La ley
tenía que emanar de un congreso de repr esentantes del pueblo
mexicano, y ser la expresión de la v oluntad general...
“... Ahora bien, ni los representantes eran el pueblo mexicano, sino
de la facción más exaltada, ni la Constitución fue la que el país quería o
necesitaba, como lo demostró el mismo pueblo con su resistencia pasiva,
activa, legal y armada. P recisamente por no ser ley en la plena acepción de
la palabra, se necesitó la violencia para implantarla ” (4).
A pesar de esto, la Constitución fue promulgada el 5 de febr e-
ro de 1857 justo en el día en que, cumpliendo una tradición de
siglos, se festejaba a S an Felipe de J esús, el protomártir mexicano
que, por mantenerse firme a la fe de Cristo, había sido crucificado
en N agasaki ( Japón) el 5 de febrero de 1597.
Dentr o de sus planes destinados a cambiar a México, los libe -
rales daban un paso importantísimo: en lo sucesivo, el 5 de febrero
ya no se festejaría al primer santo mexicano; en lo sucesivo habría
de celebrarse el Día de la Constitución. Qué bien encuadran aquí unos juicios de F rancisco José
Fernánde z de la Cigoña, juicios que, a pesar de referirse al liberalis -
mo español del siglo
XIX, bien pueden aplicarse al liberalismo mexi -
cano que tantos estragos causaba en los mismos años:
“Esto es lo que hemos querido probar . Que el liberalismo no fue tal
si por eso se entiende respeto al adversario, a la voluntad popular , diálogo
y buenas maneras. Y sólo estaba recogiendo la I glesia la primera cosecha.
Las siguientes aún serían peores. M uchos años tendrían que pasar para que
el liberalismo hiciera honor a su nombr e ...” (5).
A fin de cuentas, ambos liberalismos tenían su origen en las
logias las cuales a su v ez obedecen las directrices dadas por un poder
masónico internacional. No deja de ser sintomático —algo más que una simple coinci-
dencia— que en los mismos años y en países tan alejados geográfi-
camente se estuvieran poniendo en práctica las mismas políticas.
____________
(4) Historia de la Iglesia en México. Editorial Porrúa, 1.ª ed., México, 1974, pág. 296.
(5) El liber alismo y la Iglesia española. Historia de una persecución. Fundación Fran-
cisco E lías de Tejada y Erasmo P ercopo, 1.ª ed, Madrid, 1996, vol. II, págs. 422 y 423.
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El 27 de octubre de 1857 el presidente Comonfort nombra a
Juáre z ministr o de Gobernación, cargo que ocuparía junto con otr o
que sería de gran importancia: P residente de la Suprema Cor te de
J usticia de la N ación que, según la nueva Constitución, equivalía ni
más ni menos a la vicepresidencia de la R epública.
El hecho de ocupar al mismo tiempo ambos cargos conver tía a
Juáre z en el hombre más importante y poder oso de México después
del pr esidente Comonfor t.
El 1 de diciembre de 1857 Comonfor t asume la Presidencia y,
asustado por las consecuencias que podría ocasionar una Constitu-
ción que, debido a su mar cado anticlericalismo, era impopular
decide r eformarla.
Esto pr ovoca las protestas de los liberales r ojos —Juárez entre
ellos— a lo cual Comonfort responde desconociendo la Constitu-
ción, medida que adopta dos semanas después de haber asumido la
Presidencia.
Una v ez hecho esto, Comonfort ordena apresar a J uárez ence-
rrándolo en P alacio Nacional.
Sin embargo Comonfor t era de carácter débil y titubeante. Al
v er que existía el riesgo de que se echase para atrás, los conser vado-
r es deciden actuar por cuenta propia, organizan un levantamiento
militar , destituy en a Comonfort y nombran presidente al General
Félix Z uloaga.
Antes de huir , Comonfort da su última orden como pr esiden-
te: or dena que J uárez sea liberado y que sea r econocido como pre-
sidente legítimo ya que dicho cargo le corr espondía por ocupar la
presidencia de la S uprema Corte.
Juáre z huye de la ciudad de México en los primeros días de
1858 y se establece en G uanajuato donde organiza un gobierno
integrado por elementos radicales. El país se divide ya que en tanto unos estados r econocen a
Juáre z como presidente otr os ofrecen su lealtad al General Félix
Zuloaga. Fue así como se inició la llamada Guerra de R eforma, también
conocida como “G uerra de los Tres Años ”, un sangriento baño de
sangr e, nacido gracias al furor de la persecución r eligiosa con que
los liberales perseguían a los católicos.
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Volvemos a citar a F ernández de la Cigoña quien, repetimos, a
pesar de que en su documentada obra se refier e a España, ni duda
cabe que sus juicios tienen plena validez en aquel tormentoso
México de mediados del siglo
XIX:
“Si la concor dia era difícil, el liberalismo la hizo imposible por que no
la quiso nunca. Ya que lo único que aceptaba era el más servil y absoluto
sometimiento. E n cosas, además, en que era imposible. Pues iban contra
la esencia misma de la Iglesia ” (6).
Juárez establece en el P uerto de Veracruz la capital de la
R epública y desde allí pr omulga las controvertidas “Leyes de
Reforma ” (julio de 1859) en las cuales —apar te del registro y matri-
monio civil así como la secularización de los cementerios— la más
importante consistió en que se estableciera la nacionalización de \
los
bienes eclesiásticos. Dentr o de ese plan destinado a despojar de sus bienes a la
Iglesia —con lo cual ésta quedaba sin recursos materiales para ejer-
cer su ministerio— se incluía otra ley según la cual no sólo\
se supri -
mían los conventos sino que se extinguían las cofradías, congr ega-
ciones y todo tipo de cuerpos intermedios aunque éstos no tuviesen
el más leve matiz clerical. Dentr o de esa serie de cambios destaca —como antes diji -
mos— que se haya establecido como único matrimonio válido el
matrimonio civil que dejaba a los contrayentes en libertad de cele-
brar otr o por el rito r eligioso. Aquí es importante destacar como, de
momento, no se hablaba de divorcio. Al decir que de momento no se hablaba de divorcio queremos
indicar que esto era algo fríamente calculado pues no se quería
enconar demasiado los ánimos de un pueblo que ya bastante indig -
nado andaba. E ra necesario ir poco a poco, paso a paso ya que de
ese modo se asimilarían mucho mejor los cambios.
Oportuno r esulta citar a Regis P lanchet:
“Para fundar sobre macizo la corr upción de las costumbres, fincada
en la destr ucción de los vínculos conyugales, tenía la masonería que pro-
ceder cautelosamente en su obra diabólica. Sus primer os golpes los asestó
____________
(6) Ibidem.
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a la santidad de matrimonio religioso, oponiéndole el llamado matrimo-
nio civil: al matrimonio civil lo anuló por completo al disolverlo por
medio de la ley del divor cio, al que finalmente echó en hora mala, susti -
tuyéndole el amor libre, tal como priv a entre bestias y se enseña y enco-
mia en los planteles oficiales ” (7).
Nunca mejor llamadas “Leyes de R eforma” ya que, como su
nombre bien lo indica, lo que J uárez y sus compinches pretendían
era “R eformar ” al país o —para ser más precisos— cambiarlo con
el objeto de que, en vez de ser un México católico se transformase
en un México liberal. Según J osé Vasconcelos,
“lo que llamamos nosotros la R eforma no es por lo mismo, otra cosa que
un episodio de la guerra religiosa europea de protestantes y católicos, gue -
rra exótica en nuestr o medio y que sólo fue posible porque previamente
nos habíamos conv ertido en pr otectorado.
”Los iniciador es del movimiento se abstuvieron de darle el carácter
franco de una guerra de pr otestantes contra católicos. El laicismo liberal
fue la máscara ” (8).
Sin embargo el descontento de la población iba en aumento
con lo cual los conser vadores fueron ganando cada vez más partida-
rios hasta el momento en que el territorio liberal tan sólo compren -
día Veracruz y sus alrededores.
La suer te parece desfavorable a los liberales ya que el G eneral
conservador M iguel Miramón está preparando un ataque contra el
Puer to de Veracruz. Todo hace suponer que J uárez tiene los días
contados. Alarmado, J uárez decide recurrir al apoy o extranjero, concreta-
mente a los estados U nidos y es entonces cuando autoriza que se
firme el famoso Tratado M ac Lane-Ocampo .
Según dicho Tratado, México le concedía a perpetuidad a los
Estados U nidos el derecho de paso y administración sobre tres vías
que irían de M atamoros a Mazatlán, de Nogales a Guaymas y por
____________
(7) La cuestión r eligiosa en México .Impr enta moderna, 6.ª ed., México, 1957,
pág. 436. (8) Breve H istoria de México. Compañía Editorial Continental, 11.ª r eimpresión,
México, 1968, pág. 385.
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el istmo de Tehuantepec (apenas 215 kilómetros) que está situado
entre el Golfo de México y el Océano P acífico. Este derecho de paso
equivalía a fragmentar el territorio nacional. Y por si lo anterior no bastase, a lo largo de esas tres vías,
Estados Unidos podría establecer vigilancia, cobrar cuotas de peaje
y desplazar libr emente tropas y mercancías. Todo esto podría hacer-
lo sin pedirle permiso al gobierno mexicano . Repetimos: esto se
cedía a perpetuidad. En aquel entonces la opinión más generalizada fue que —a raíz\
del tratado M ac Lane-Ocampo— los yankis habían conseguido un
protectorado sobre México .
Los hechos hablan por sí mismos y , sin apasionamientos de nin-
guna especie, no queda otra alternativa más que r econocer que
J uárez había cometido el peor crimen que puede cometer un gober -
nante: entregar la soberanía nacional a una potencia extranjera. Los frutos no se hicieron esperar . Al ver que el General
M iramón se acercaba con sus tropas a Veracruz en tanto que sus
bar cos sitiaban el puer to, Juárez declaró “ piratas” a las naves conser -
v adoras y pidió auxilio a los Estados U nidos.
Estos, como si todo estuviera ensayado de antemano, acceden a
la petición y es entonces cuando sus barcos de guerra inter ceptan y
capturan a los navíos conservadores. Miramón se retira con la amargura de saber que, tar de o tem-
prano, los conser vadores acabarían perdiendo la guerra.
Efectivamente, a par tir de entonces —gracias a las armas y per -
trechos enviados por los yankis— los liberales rompen el cerco, van
ganando terreno, derrotan varias veces a los conser vadores y el 1 de
ener o de 1861 un ejército liberal compuesto por más de v einticin-
co mil hombres entra victorioso en la capital del país. Diez días después, entraba J uárez en la capital del país dispues-
to a que se aplicasen las “Leyes de Reforma ” que tan sólo había pro-
mulgado en Veracruz.
Antes de seguir adelante, prudente será que aclar emos una duda
que es muy probable que haya quedado en la mente de nuestros lec -
tor es: ¿Qué pasó con el tratado de Mac Lane-O campo?
P or razones aparentemente inexplicables —que nosotros califi -
camos de providenciales— fue rechazado por el S enado de los
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Estados unidos a pesar de las evidentes ventajas que el mismo le
ofrecía a la gran potencia anglosajona.
O currió que por aquellos días los Estados U nidos estaban en
vísperas de la sangrienta guerra civil que habría de enfrentar a los
E stados industriales del N orte contra los Estados del S ur.
“Si el Tratado no fue ratificado por Estados U nidos”, afirma el maes -
tr o Celerino Salmerón, “se debe, primer o a que la Providencia D ivina ha
tenido compasión de nuestr o país; segundo, a que la terrible guerra civil
estaba a punto de estallar en el vecino país de norte, y como los estados
esclavistas del sur pretendían, encabezados por el presidente B uchanan,
anexarse a Méjico para crear más estados esclavistas y for talecerse a nues-
tra costa, ante este hecho, los Estados del norte se opusieron a la aproba-
ción del Tratado Mac Lane-Ocampo; el senado se dividió y los senador es
republicanos del norte lograron rechazar el escandaloso Tratado; tercero, a
que el senado americano, en su inmensa mayoría, se horr orizó y avergon-
zó al conocer y discutir las concesiones suscritas en tamaño documento
que es un crimen sin nombre; pero nunca dejó de firmarse porque a J uárez
le faltaran ganas y menos porque se cr ea que el Buda-zapoteca obró astu -
tamente para que no se ratificara dicho Tratado” (9).
El Tratado M ac Lane-O campo jamás fue aceptado por el
S enado de los Estados U nidos; más sin embargo eso no fue impe-
dimento para que J uárez lo invocara y pidiera ayuda a los yankis
cuando se sintió per dido ante el cerco que por mar y tierra estaban
a punto de iniciar las tropas conser vadoras del General M iramón.
Desde luego que —debido a las afinidades masónicas entre
yankis y liberales— el gobierno de los estados unidos no titubeó u\
n
solo instante en darle a J uárez una ayuda que fue decisiva para cam -
biar la historia de México .
M enos mal que, pro videncialmente, tan funesto Tratado jamás
se apr obó ya que, de haberse dado dicho supuesto, es muy proba-
ble que a estas alturas México ya no existiera como Estado libr e y
soberano. Dios escribe derecho sobre renglones torcidos, decía Santa Te r e s a .
Una vez aclarado el punto anterior, pr o s e g u i remos con lo re l a t i vo a
las medidas adoptadas por un J u á rez que se sentía seguro en el poder.
____________
(9) Las G randes Traiciones de J uárez. Editorial Tradición, 6.ª ed., México, 1976,
pág. 75.
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Por lo pr onto y para evitarse problemas, solicitó al Congreso
que le concediera facultades extraordinarias con lo cual se transfor -
mó en un dictador absoluto cuya primera medida consistió no sólo
en poner fuera de la ley a los principales jefes conser vadores sino
que fue mucho más allá al negarles el r etorno al país.
D e inmediato expulsó a los embajadores de España, G uate-
mala, F rancia y la S anta Sede. Y lo más grave de todo: decr etó que
los obispos mexicanos fuesen desterrados. Sin oposición civil ni militar así como sin la pr esión que podría
haber ejercido la Iglesia cuy os pastores estaban en el exilio, J uárez
tenía ya las manos libres para dar el siguiente paso .
Tres años de guerra civil —sumados a muchos más de asonadas
militar es así como al enfrentamiento con los Estados U nidos— no
sólo habían desangrado al país y desmoralizado a sus habitantes
sino que habían causado la total ruina económica. Urgido de dinero, al ver como las arcas del erario público esta -
ban vacías, J uárez aplica de inmediato la ley de nacionalización de
bienes del clero. Para justificarse, tomó como pretexto que dichos bienes no pro-
ducían porque eran de “ manos muertas”, por lo tanto —y aquí vol -
vía a poner en práctica una consigna internacional— era necesario
desamortizarlos. Citamos la opinión de Antonio de Ibarr ola, experto en Dere-
cho agrario y pr ofundo conocedor de las causas que ocasionan la
r uina de los campesinos mexicanos:
“En la práctica, entre nosotros, la llamada desamor tización se ha
esgrimido invariablemente como un verdader o escollo de los legítimos y
permanentes derechos de la I glesia. Los bienes de la Iglesia son perfecta-
mente enajenables; se ha desposeído ella, para atenuar calamidades, hasta
de sus tesoros muebles en determinadas épocas, de sus vasos sagrados \
para
obtener la r edención de los cautivos.
” C i e rta mente habrá habido casos, y los señala Mendieta y Nú ñez ,
en que los capitales hayan permanecido estancados. P e ro lo mismo ocu-
r re ahora con determinad os bienes del dominio del estado: bibliotecas,
museos, universidades. No son enajenables y sin embargo a nadie se le
o c u r re decir que son capitales o bienes que estorben o paralicen la eco-
nomía nacional. ¡Ojalá pudiéramos multiplicar en la actualidad los
inmu ebles consagrados a hospitales, casas de descanso, escuelas-talle re s .
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No son los mismo s bienes de manos muertas: son de enorme utilidad
s o c i a l” (10).
Deseando que los posibles compradores se animasen, J uárez
expulsó de su morada a frailes y a monjas or denó que sus conven-
tos —e incluso v arios templos— fuesen demolidos.
El pr etexto fue abrir nuevas calles. La r ealidad fue que se fracc-
cionar on los terrenos para edificar en ellos casas-habitación cuyos
bajos precios habrían de ser sumamente atractivos a los posibles
compradores. La fatídica noche del 13 de febrero de 1861 vio salir de sus con -
v entos e inermes religiosas que, a punta de bayoneta, fueron pues-
tas literalmente en la calle. Tres siglos de paz conv entual quedaban atrás. Según Salvador
A bascal aquel fue el año de mayor gloria del juarismo .
Las propiedades de los antiguos conventos fueron ofr ecidas en
v enta y con este despojo se logró lo que el citado S alvador Abascal
considera “ fue el gran negocio del infierno. Porque muy pocos se
arr epintieron y restituyeron lo mal adquirido, sin lo cual no po-
dían salv arse” (11).
N i duda cabe que con tan inicuos despojos no solamente se tra -
taba de obtener recursos para el E rario sino crear una amplia base
de conciencias relajadas que, aprisionadas por una riqueza mal
habida, no podían ya r etroceder y, para acallar su voz interior , nece-
sariamente habrían de hacerse liberales. Una vez más se cumple al pie de la letra aquella ley psicológica
según la cual quien no vive como piensa acabará pensando como viv e.
La voz de la conciencia es implacable. Era necesario acallarla
y para ello nada mejor que autojustificarse adoptando los princi-
pios de Juan Jacobo Rousseau y demás l ibre p e n s a d o res de la
R e v olución Francesa aunque los adquirientes de los bienes mal
habidos jamás hubieran no sólo leído sino incluso oído hablar de
dichos auto re s .
____________
(10) Derecho Agr ario. El campo , base de la P atria. Editorial P orrúa, 1.ª ed., México,
1975, pág. 108. (11) Juárez Marxista. Editorial Tradición, 1.ª ed., México, 1984, pág. 175.
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Qué oportuno resulta citar aquí a don M arcelino Menéndez y
Pelay o quien, por medio de un extenso raz onamiento nos explica
como se llevó a cabo este proceso de conversión interior .
U n extenso razonamiento que v ale la pena leer y meditar con
detenimiento ya que nos explica las ver daderas causas de la evolu-
ción ideológica de amplios sector es de la población; una evolución
ideológica que en aquellos tiempos se dio de manera simultánea no
sólo en España sino en la casi totalidad de H ispanoamérica.
Cedemos, pues, la palabra a M enéndez Pelayo:
“Las re voluciones se dirigen siempre a la parte inferior de la natu-
r a l eza humana, a la parte de bestia, más o menos refinada o maleada por
la civilización, que yace en el fondo de todo individuo. Cualquier ideal
triunfa y se arraiga si andan de por medio el inter és y la concupiscencia,
grandes factores en filosofía de la historia. Por eso el liberalismo del año
35, más experto que el de 1812 y aleccionado por el escarmiento de
1823 , no se entre t u vo en decir al propietario rústico ni al urbano: «Er e s
l i b r e, autónomo, señor de ti y de tu suerte, ilegislable, soberano, como
cuando en las primitiv as edades del mundo andabas errante con tus her-
manos por la selva y cuando te congregaste con ellos para pactar el con-
trato social»; sino que se fue derecho a herir otra fibra que nunca deja de
responder cuando diestramente se la toca y dijo al ciudadano: «Ese
monte que ves hoy de los frailes, mañana será tuyo, y esos pinos y esos
robles caerán al golpe de tu hacha, y cuanto ves de río a río, mie ses, viñe-
dos y ol iva res, te rendirá el trigo para henchir tus trojes y el mosto que
pisarás en tus lagares. Yo te venderé, y, si no quieres comprarle, te re g a-
laré ese suntuoso monasterio, cuyas paredes asombran tu casa, y tuyo
será hasta el oro de los cálices, y la seda de las casullas, y el bronce de las
c a m p a n a s . ”¡Y esta filosofía, sí que la entendieron! ¡Y este ideal sí que hizo pr o-
sélitos! Y, comenzada aquella irrisoria v enta, que, lo repito, no fue de los
bienes de los frailes, sino de las conciencias de los laicos, surgió como por
encanto en gran partido liberal español, lidiador en la guerra de los siete
años con todo el desesperado esfuerzo que nace del ansia de conser var lo
que inicuamente se detenta. Después fue imaginar teorías pomposas que
matasen el gusanillo de la conciencia; el decirse filósofos y librepe\
nsadores
los que jamás habían podido pensar dos minutos seguidos a las der echas;
el huir de la iglesia y de los sacramentos por miedo a las restituciones y el
acallar con torpe indiferencia las voces de la conciencia cuando decía un
poco alto que no deja de haber D ios en el cielo porque al pecador no le
convenga. N ada ha influido tanto en la decadencia religiosa de España,
nada ha aumentado tanto esas legiones de escépticos ignaros, único peli-
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gro serio para el espíritu moral de nuestro pueblo, como ese inmenso
latrocinio ...” (12).
O tro aspecto digno de ser tomado en consideración es el hecho
de que quienes ahora poseían bienes mal habidos, por conveniencia
propia se veían obligados a prestar ayuda al bando liberal ya que
solamente los liberales podrían garantizarles seguir poseyendo unos
bienes fruto del despojo.
A estos sujetos de ningún modo les conv enía apoyar a los con-
serv adores ya que, en caso de que estos triunfasen, la consecuencia
inmediata sería que les exigiesen la justa r estitución de algo que
moralmente no les pertenecía. Poco tiempo después se enfrenta J uárez con un nuev o proble-
ma: la intervención francesa —auténtica invasión territorial— que
si bien al principio fue r echazada no tardó en imponerse y colocar
en el trono del II Imperio Mexicano al ar chiduque Maximiliano de
H absburgo, hermano del Emperador de Austria, F rancisco José.
T an rubio y apuesto personaje estaba apoyado por los conser va-
dor es mexicanos quienes —desesperados ante la ayuda que los
Estados U nidos prestaban a los liberales— pidier on auxilio en
Eur opa, concretamente al emperador francés N apoleón III.
N apoleón III, más que ver con simpatía la causa de los conser-
v adores mexicanos, lo que en el fondo pretendía era acr ecentar la
influencia de F rancia en América y , de ese modo, servir de contra-
peso a los Estados U nidos.
N apoleón III deseaba que en Hispanoamérica pr edominase lo
latino sobre lo sajón; de esa época pr oviene el concepto de “ América
Latina ” que tantas confusiones ha pr opiciado.
Por otra parte quien llegaba como Emperador —a pesar de ser
descendiente de Isabel la Católica— era un personaje de ideas
liberales, afiliado a la Masonería, lo cual ocasionó que en territo-
rio mexicano se enfrentasen dos corrientes masónicas (la eu ro -
pea y la yanki) que, en el fondo, se disputaban el dominio del
C o n t i n e n t e .
____________
(12) Historia de los heterodo xos españoles.Biblioteca de Autores Cristianos, 1.ª ed.,
M adrid, 1956, vol. II, págs. 958 y 959.
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No tiene caso entrar en detalles ya que eso nos distraería del
objetiv o principal que es analizar la figura de un personaje que
—como lo indicamos en el título de este trabajo— en mucho con-
tribuyó para que México cambiara no sólo en lo jurídico sino tam-
bién en lo social e incluso en lo moral. Una vez que el Emperador Maximiliano se establece en la capi-
tal del país, J uárez huye y a par tir de ese momento comienza a reco -
rrer todo el país, llevando como bandera la Constitución de 1857
la cual, por ser contraria a la idiosincrasia del pueblo, se había to\
pa-
do con un fuerte rechaz o popular.
Según el historiador J osé Bravo Ugarte, SJ:
“Es claro también —y muy r epetido por los juaristas y políticos pos-
teriores— que la Constitución de 57 era una ley falsa o inadaptada\
al pue -
blo mexicano, que alternativamente condujo por sí misma a la dictadura
o a la revolución: por consiguiente, no es mérito, sino demérito, habérse-
la impuesto al país. ”Juárez, además, inició el periodo no decente de nuestra historia,
haciendo gala de ser el hombre de la Ley, mientras burlaba el sufragio y la
Ley , gobernaba tiránicamente e impedía la educación política del pueblo,
y , por sugerir el principio constantemente latente en su v ocabulario de que
es Ley lo que se promulga (por impopular , injusto, e irracional que sea),
resulta nuestro primer gran falsificador en el orden jurídico, r esponsable
de que en México, a partir de entonces y contra lo que exige un deber\
pri-
mordial, no se mire con r espeto ni a la Ley ni a las autoridades, que tan
frecuentemente han sido meras falsificaciones. J uárez fue, finalmente, uno
de los principales destr uctores de nuestro rico patrimonio artístico y
bibliográfico ” (13).
Con el objeto de no despertar suspicacias y de que se nos acuse
de que solamente citamos opiniones de historiador es que, por ser
miembros de una or den religiosa, pudieran tener prejuicios contra
la Constitución de 1857, a continuación ofrecemos el juicio de
Alfonso Toro, historiador de tendencias jacobinas tan radicales que
incluso los mismos liberales le consideran extremista:
“La nueva Constitución no corr espondía en manera alguna al estado
social del pueblo mexicano; pero encerraba los ideales democráticos más
____________
(13) Historia de México .Editorial J us, 3.ª ed., México, 1962, tomo III, vol. I,
pág. 353.
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avanzados; era, como decía donosamente el gobernante de Aguascalien-
tes, don Jesús Terán, “ un bello traje que se nos había hecho sin tomarnos
la medida ” (14).
Todo buen jurista sabe que una ley , procurando siempre el Bien
Común, debe conocer la realidad sociológica y adaptarse a la idio-
sincrasia de cada pueblo ya que si el legislador actúa mo vido tan
sólo por ideales utópicos corr erá el riesgo de que las leyes o bien no
se cumplan o bien sean r echazadas con violencia.
T al fue el caso de esta Constitución de 1857 que J uárez tomó
como bandera a pesar de que era repudiada por la mayoría de la
población. Mientras J uárez andaba “ a salto de mata” por los estados norte-
ños, el Emperador M aximiliano tomaba las riendas del poder y ,
debido a sus ideas liberales, muy pr onto desilusionó a los conserva-
dor es que lo habían sentado en el trono .
Esta desilusión hizo que los católicos, en vez de llamarlo empe-
rador le llamasen “ empeorador” pues vieron que, en vez de librarse
del bulto que llevaban a cuestas lo que habían hecho era cambiarlo
de hombr o.
Según personas que frecuentaban la corte imperial, la
E mperatriz Carlota, esposa de Maximiliano, era también liberal y se
jactaba de tener en su biblioteca las obras de Voltaire, un autor al
cual ella admiraba pr ofundamente.
U na vez en el trono, Maximiliano anunció que gobernaría con
las instituciones liberales, elogió la obra de J uárez e incluso le ofre-
ció a éste el cargo de primer ministr o.
Juáre z, deseando el poder absoluto y confiando en que no tar-
daría en llegar la ayuda yanki, no tomó en serio la oferta. Poco tiempo después, una ve z que, dentro de los Estados
U nidos, los estados del N orte habían v encido a los del Sur , el
gobierno de Washington quedó con las manos libr es para ayudar a
los liberales mexicanos y de ese modo poner en práctica la D octrina
M onroe que dispone: América para los americanos y que en la prác-
____________
(14) Compendio de Historia de México. Las Revoluciones de Independencia y México
I ndependiente. Editorial P olis, 25.ª ed., México, 1973, pág. 464.
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tica —aparte de rechazar la injerencia de las naciones europeas— se
traduce en el sentido de que, poco a poco, los antiguos territorios
del imperio español acabarían cayendo dentro de la órbita de
influencia del mundo angloprotestante.
Sin entrar en mayores detalles, eso fue lo que desanimó a
N apoleón III quien, temeroso de un enfrentamiento con los
Estados U nidos, ordenó r etirar de México sus tr opas con lo cual
M aximiliano se quedó en desventaja fr ente a un Juárez que recibía
cada vez más ayuda por parte de la Casa Blanca. Los franceses salieron de México a principios de 1867. M axi-
miliano se negó a dejar el tr ono. En esos momentos la marea repu -
blicana era incontenible. Los siguientes meses fueron de continuas derrotas para los
imperialistas hasta culminar con la caída de Q uerétaro, ciudad en
la cual se había r efugiado Maximiliano junto con sus más leales par -
tidarios.
Se dictó sentencia de muer te contra el Emperador así como
contra sus fieles generales M iguel Miramón y Tomás M ejía.
D esde Europa llegaron peticiones de clemencia tanto del r evo-
lucionario italiano G aribaldi como del poeta Víctor Hugo.
Los defensor es del archiduque, o sea M aximiliano, creyeron
que J uárez no se atrevería a fusilar al hermano del poderoso
E mperador de Austria, F rancisco José, ya que, en caso de hacerlo,
haría que México fuese visto por E uropa como un país de salvajes.
Sin embargo, la mentalidad de Juárez no era la mentalidad pro-
pia de quien pertenece a la cultura occidental. Más bien, allá, en lo más negro y profundo de su alma, existían
una serie de r esentimientos que la educación cristiana recibida en
Oaxaca no había logrado extirpar .
Y, dominado por esos resentimientos —que en el fondo no
eran más que complejos de inferioridad— J u á rez ordenó que el
rubio Maximiliano, descendiente de Isabel la Católica, fuese fu-
s i l a d o. Cedemos la palabra a J oseph H.L. Schlarman:
“Juárez, el indio zapoteco, rumiaba las teorías positivistas de Comte
y de S a i n t - Sim ón en su cabeza dura y orgullosa, y si bien los frailes habían
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logrado antaño domeñar la salvaje naturaleza de sus antepasados, que
sacrificaban víctimas humanas, ahora la masonería de tipo rabiosamente
anticatólico, como lo eran la francesa y la española le habían inoculado el
odio contra la Iglesia. Se sentía poderoso, y su sangre zapoteca, como bro-
tando de debajo de la capa de civilización cristiana, ar día en deseos de una
venganza taimada y tenaz, como las de su raza. U n representante de Carlos
V , antecesor de M aximiliano, había sometido a los zapotecos, y ahora, a
tr es siglos y medio de distancia, un indio zapoteca iba a vengar a
Cuauhtemoc ” (15).
Complementando lo anterior , oportuno resulta recordar que el
positivista A ugusto Comte consideraba al Estado como la fuente
supr ema de toda ley , lo cual contrasta con la doctrina católica que
sostiene como cualquiera que sea la autoridad de que goce un
gobernante esta pr oveniente de Dios, Causa P rimera de todas las
cosas. De esta concepción católica se deriva que las leyes promulgadas
por los poder es civiles deban basarse en las ley es de Dios cuya expre-
sión se encuentra en la Ley N atural como en el Decálogo que
M oisés recibió en el Sinaí.
Juáre z, por haber r ecibido educación católica, no ignoraba estos
principios; desgraciadamente cayó bajo la influencia de los enemi-
gos de la Iglesia —concretamente la Masonería— y esta influencia,
r ecibida en sus años mozos, fue la que deformó su criterio desorien\
-
tando todas las decisiones que tomaría en el futur o.
U na v ez ejecutado el Emperador , don Benito regresa a la capi-
tal del país y , utilizando siempre las facultades extraordinarias que
le concedía la Constitución, se dispuso a gobernar .
Es aquí donde encontramos un rasgo distintivo de J uárez:
amaba el poder quizás tanto como a su propia vida, razón por la
cual no estaba dispuesto a per derlo. Eso explica que no haya titu-
beado en cometer fraudes en cuanto se r ealizaban comicios así
como en r eprimir sangrientamente a sus opositores.
Citamos lo que al respecto nos dice un simpatizante suyo, el
historiador liberal Alfonso Toro:
____________
(15) México, tierr a de volcanes. (Traducción de Carlos de M aría y Campos).
E ditorial P orrúa, 7.ª ed., México, 1965, págs. 432 y 433.
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“ Su defecto capital es su amor al poder, al que todo lo sacrifica,
creando una dictadura, aunque con tendencias democráticas, a la que s\
ólo
la muerte puso fin ” (16).
Complementando lo anterior , citamos ahora la opinión del
también historiador F rancisco Bulnes quien, por sus tendencias
anticlericales, se supone debería admirar la vida y obra de Benito
Juárez.
“El fr enesí juarista actual no puede ser sincer o porque es contra la
naturaleza humana y especialmente contra la mexicana. Se ha desarrolla-
do por J uárez, no la admiración por un grande hombre, sino por un ser
sobr enatural que nos ha dado P atria, Libertad, Reforma, Democracia. P ara
toda persona tenuamente ilustrada, semejante afirmaciones bufo que
repugna, es una mentira extracínica, es un golpe de descrédito para nues-
tro pr ogreso mental... Es un hecho palpable que jamás hemos tenido
Democracia y que probablemente ni dentro de cien años la tendremos. Es\
otro hecho que el más grande enemigo que tuvo la democracia mexicana
fue J uárez de 1867 a 1872” (17).
En aquellos tiempos dramáticos, J uárez era considerado como
el Anticristo ya que todas sus decisiones iban encaminadas no sólo
contra el clero sino dir ectamente contra la fe católica la cual él se
propuso erradicar sin importarle los medios. Dentr o de esos ataques contra el catolicismo —aparte de la des -
amortización de bienes eclesiásticos, demolición de conventos,
supr esión de cofradías, etc., etc.— se encontraba la ley de matrimo\
-
nio civil, mediante la cual se pr etendía ir descristianizando poco a
poco a una sociedad que, al cabo de unos cuantos años estaría en
mejores condiciones de aceptar el div orcio.
P or el momento, considerando que sería imprudente radicali-
zarse en este punto, J uárez y los masones que lo dirigían pr efirieron
irse con pies de plomo. Prueba de esa cautela fue el hecho de disponer que el 12 de
diciembr e, día de la Virgen de G uadalupe, fuese declarado fiesta
oficial. De este modo J uárez pretendía engañar al pueblo haciéndo-
____________
(16) A
LFONSOTORO,op. cit., pág. 560.
(17) Juárez y las revoluciones de Ayutla y R eforma.Editorial H. T. Milenario, 2.ª
ed., México, 1967, pág. 483.
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le creer que era guadalupano y que toda su política contra la Iglesia
iba tan sólo encaminada a contener los ex cesos de un clero que los
liberales calificaban de corrupto y enriquecido .
Acer tadamente nos dice S alvador Abascal que
“primer o había que reducir a la Iglesia a la miseria, para privarla del amor
que el pueblo le tenía por su caridad constante y multiforme; en seguida,
arr ebatarle al pueblo la F e, hacerlo ateo práctico, mediante la enseñanza
laica oficial ” (18).
Y ya que hemos tocado el punto de una enseñanza pública que,
a partir de ese momento, empe zó a ser laica, vale la pena citar al
prolífico historiador Carlos Alvear A cevedo:
“¿Qué otra cosa más severa, más punzante, podía afectar en esos
momentos a las tar eas educativas de aliento católico, en efecto, que dejar
sin bienes y sin maestr os religiosos a los educandos?” (19).
Complementando lo anterior , José V asconcelos afirma que
“se quedó, pues, México, a consecuencia de las leyes de Reforma, como el
único país oficialmente ateo de la tierra. El único en que el nombre de
D ios está proscrito y aún pr ovoca la burla de cier to rufianismo, seudo ilus -
trado... E n vez de Dios se nos han querido ofrecer a la adoración pública,
mitos de segunda ” (20).
“La Reforma”, añade Salvador Abascal, “suprimió todas las Cofradías
y Ór denes Terceras, no tanto por sus actos de piedad cuando por sus ins -
tituciones de asistencia social, cuyos bienes se robará. S e perseguirá toda
manifestación de vida corporativa, con el señuelo de la liber tad individual,
para aislar al individuo y hacerlo depender del gobierno en todo y para
todo, dir ectamente ” (21).
Este punto es muy impor tante puesto que, fiel a los principios
liberales de R ousseau, se rompía un modelo corporativ o que tanto
éxito había tenido durante siglos, dejando al individuo aislado fr\
en-
te al Estado que es lo mismo que decir fr ente a gobernantes voraces
____________
(18) La Revolución de la R eforma. Editorial Tradición, 1.ª ed., México, 1983,
pág. 68. (19) La Educación y la Ley .Editorial J us, 3.ª ed., México, 1978, págs. 118 y 119.
(20) J
OSÉVASCONCELOS, op. cit., pág. 393.
(21) Juárez Marxista. Editorial Tradición, 1.ª ed., México, 1984, pág. 288.
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y arbitrarios que ejercen el poder con la ayuda de una burocracia
inepta y corrupta.Esa ha sido una de las grandes tragedias padecidas por el pue-
blo mexicano a raíz del juarismo: la desintegración social derivada
de la falta de cuerpos intermedios que, por su naturaleza están des -
tinados no sólo a cumplir una eficaz labor educadora sino a ser
puente entre el individuo y el Estado y , al mismo tiempo, integrar
una barrera que defienda a la persona de las arbitrariedades de
gobernantes injustos. Una vez que los liberales se consolidaron en el poder , llegó el
momento de pagar fav ores y fue así que, con los bienes que les r oba-
ron a la Iglesia, se recompensó a todos aquellos que habían apo ya-
do al juarismo. Continúa diciéndonos S alvador Abascal que fue
“así como se crearon latifundios, de manos muertas en gran parte de
su extensión; así se convirtió al indígena en proletario, de\
persona en mer -
cancía. Así quedó éste a disposición de capitalistas sin \
entrañas. Y —lo que
principalmente buscaba la Reforma— así se desarraigó al indígena, así se
le aniquilaron sus corporaciones naturales, de entraña r eligiosa” (22).
El postulado que cumplen los liberales ciegamente se encuentra
en la famosa frase laissez faire, laissez passer (dejad hacer, dejad
pasar) lo cual significa que el Estado le permite todo al individuo,
ex cepto aquello que atente contra la ideología oficial o ponga en
peligro al régimen. Y dentro de esa permisión absoluta, al Estado Liberal no le
importará que el empr esario cometa con los asalariados las peores
injusticias o que el hacendado explote a los peones como si fueran
bestias de carga. Liberalismo puro, radical y explotador de aquellos humildes
que durante siglos habían visto a la I glesia como auténtica madre
que no solamente los orientaba con su sana doctrina sino que les
protegía dentro de las cofradías r eligiosas o les permitía cultivar y
cosechar los fr utos de campos que, aún siendo eclesiásticos, estaban
a disposición de los humildes indígenas.
____________
(22) Idem, pág. 176.
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Había que pagar favores y al hacerlo Juárez cumplía con dos
finalidades al mismo tiempo ya que, aparte de r epartirse el botín
entre sus incondicionales, implantaba en la práctica los postulados
del Liberalismo en materia agrícola y laboral.
Empresarios y hacendados sin escrúpulos que se sintieron todo -
poder osos gracias a la impunidad que les brindaba el nuevo sistema
liberal dier on rienda a su ambición, explotar on a su antojo a los de
abajo y todo esto fue cr eando un caldo de cultivo cuyo principal
ingrediente era el r esentimiento social.
U n r esentimiento que habría de explotar violentamente con
motiv o de la Rev olución de 1910.
Precisamente en aquellos tiempos de la R evolución, el conoci-
do periodista español Vicente Blasco Ibáñez andaba por México,
obser vó la r ealidad mexicana y , fruto de sus obser vaciones, fue un
libro muy inter esante del cual v ale la pena extraer los siguientes
juicios:
“H ora es ya que se cambie el aspecto de ese escaparate. Méjico, el ver -
dader o Méjico, guarda ocultas cosas más nobles para exhibirlas en él\
. Todo
consiste en que sean otros hombres los encargados de su arreglo: hombres
familiarizados con los libros y no con la pistola ametralladora.
”… No es que yo crea el indio un elemento despreciable; pero
¿qué han hecho ustedes por él? Ha sido robado y maltratado en cien
años de independencia tal vez más que en los tres siglos de r u t i n a r i a
admin istración española. Las leyes liberales les quitaron sus tierras; los
re volucionarios lo extermin aron en grandes masas al llevarlo a pelear
por cosas que no ent iende, y nin gún partido le hizo conocer el camino
de la escuela” (23).
N o obstante y aun pr eviendo lo que podría ocurrir , a los libe-
rales muy poco les importaba el bienestar de un pueblo al cual
toman como bandera y a quien con frases pomposas exaltan dicien-
do que la Ley no es más que la expresión máxima de la voluntad
popular. Lo que en realidad importaba era descristianizar al pueblo para
que éste, una v ez descristianizado, fuese más fácilmente sometido.
____________
(23) El militarismo mejicano. Plaza Janés. Ed i t o res, 1.ª ed., Ba rcelona, 1979,
pág. 203.
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Juárez no fue más que un actor a quien le tocó interpretar el
papel de ser el hombre que dejase a la Iglesia sin recursos para evan -
gelizar , educar y hacer obras de caridad.
Gracias a J u á rez, la Iglesia quedó atada de pies y manos , Qu i e n e s
v i n i e ron detrás de él encontraron pavimentado el camino, concr e t a-
mente el dictador P o rfirio Díaz quien —durante los treinta años que
e s t u vo en el poder— gracias a la herencia juarista, pudo fácilmente
imponer la educación positivista lo cual, ni duda cabe, mucho con-
tribuyó a que el proceso descristianizador siguiera adelante. Sin embargo es ley de la naturaleza que todo ser vivo muera y
J uárez no fue la excepción y ante esa ley inexorable, consecuencia
del pecado original, no tuvo más remedio que someterse a la media
noche del 18 de julio de 1872. Vale la pena que narremos una curiosa anécdota.
U na vieja historia que se ha ido transmitiendo de padres a hijos
cuenta que un buen día el obispo de León, monseñor J osé María de
J esús Diez de Sollano y Dávalos, oficiaba la Santa Misa en un tem-
plo de la ciudad de I rapuato y que, de improviso, su semblante se
cubrió de tristeza. Una v ez terminada la celebración, se le acercan sus familiar es
preguntándole la causa por la que había perdido tan de repente su
tranquilidad habitual. —H e visto caer al infierno el alma de Benito J uárez –respondió
el prelado–. Pocas horas después, al abrirse la oficina telegráfica, apar eció la
fatal noticia:
ANOCHE FALLECIÓ BENITO JUÁREZ.
E l pr esidente acaba de morir y , pocas horas antes de que el
mundo conociera oficialmente su deceso, un obispo mexicano
había sido testigo de su eterna condenación. Episodio misterioso que al comentarse con fruición r esulta
apropiado para entretener a nuestr os invitados durante una de esas
horas lluviosas en que nuestra casa se ha quedado sin luz. Misterio y tragedia. Misterio en cuanto a lo profético de la
visión que tuv o el prelado. Tragedia en cuanto a que —de ser cier-
to— J uárez se haya condenado por toda una eternidad.
N i duda cabe que al introducirnos en temas escatológicos sen -
timos que nuestro pie no pisa en firme. Nadie sabe lo que a ciencia
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cierta ocurrió con el alma de don Benito. Nadie sabe lo que pudo
ocurrir en el último instante de su vida. Terr eno hipotético y misterioso en el cual nada es seguro y muy
apr opiado para que cobre vida la leyenda, que no es más que un
hecho histórico deformado por la fantasía. En este episodio tan concreto, preferimos cederle la palabra a
un conspicuo historiador mexicano, el padre Mariano C uevas, SJ,
quien, después de entrevistar gente que estuvo cerca de los testigos
de aquel suceso, nos da una versión purificada de momentos tan
dramáticos:
“V uélese cuanto se quiera por la r egión de las hipótesis; la realidad
durísima llegó: la muerte sin preparación conocida le sobrevino estando
solo y de r epente ...Se dice que el señor obispo S ollano tuvo revelación de
que J uárez se había condenado. N o podemos documentar nada de esto, ni
se lo deseamos, per o ciertamente en el caso tuvo que mediar todo un
«N iágara» de misericordia divina para librarle del reser vado que para los
grandes destructores del der echo ajeno y corruptores de la conciencia
nacional, existen en los apretados infiernos por los siglos de los siglos… ”Y, bien entendido: católico y juarista no se puede ser sin dar de llen\
o
en el absurdo y en la cursilería ” (24).
Ni duda cabe que, aunque el destino eterno de don Benito sola -
mente lo conocer emos el día del Juicio Final hay que tomar en
cuenta algunos puntos de singular interés. Un hombre que persiguió tan feroz e implacablemente a la
Iglesia que lo educó incorporándolo a la vida social, es lógico pen-
sar que r ecibió un justo castigo . Claro está que, en el último instan -
te, J uárez pudo arr epentirse y salvar su alma.
Sin embargo no olvidemos que la Masonería jamás suelta a sus
presas y, en el caso concr eto de Juárez, era poco menos que imposi -
ble que los masones que lo custodiaban permitiesen que un sacer-
dote se acer cara a darle los últimos sacramentos.
N o obstante si el arrepentimiento de J uárez fue sincero, esto
es, un acto de contricción —dolor profundo por haber ofendido a
D ios— en ese caso pudo haberse salvado .
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
(24) Historia de la Iglesia en México. Editorial Patria, 5.ª ed., México, 1947, tomo V,
pág. 416.
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Ahora bien, si el arrepentimiento fue un acto de atrición o sea
un arrepentimiento mo vido por el temor al castigo eterno y no por
el dolor de haber ofendido a Dios, en ese caso, para poder salvarse,
J uárez habría requerido de la absolución sacramental.
Y, repetimos, parece ser que la Masonería no permitió que nin -
gún sacer dote se acercara al moribundo . Lo dejaron morir solo y en
el más completo de los desamparos. Y en esos momentos dramáticos en que J uárez luchaba entre la
vida y la muerte, en que recor daba con angustia todos los actos de
su vida ... ¿C uáles serían sus sentimientos? ¿Miedo? ¿D olor por
haber hecho tanto mal? ¿Deseo sincero de enmendarse reparando
en lo posible el daño causado? S olamente Dios lo sabe...
Dentr o del proceso de consolidación del Liberalismo era nece -
sario que las nuevas generaciones creciesen con la idea de que J uárez
era una especie de padre de la patria a quien México todo le debía.
Y para ello no les importó deformar la H istoria.
Eso explica que, en plena dictadura del General P orfirio Díaz se
empezara a endiosar la figura de don Benito por medio de monu-
mentos, poblaciones bautizadas con su nombre y —lo más impor-
tante— dentro de los libros de H istoria.
P oco importaba que el dictador P orfirio Díaz se hubiera levan -
tado en armas contra J uárez; a fin de cuentas —como masón que
era— don P orfirio tenía que seguir las dir ectrices de la Masonería y
ésta le or denó que don Benito fuese santificado .
A quien primero le tocó cumplir esta misión fue al historiador
J usto Sierra, quien impuso en México la educación positivista de la
cual antes hablamos. Según cuenta la mitología griega, en la antigüedad se solían
entonar cantos litúrgicos que solían ser alabanzas entusiastas y exa-
geradas que r ecibían el nombre de ditirambos.
E l más famoso de los ditirambos era el que se entonaba en
honor de D ionisio, dios del vino .
D ionisio —que en R oma fue conocido con el nombr e de
B aco— andando el tiempo se volvió muy popular e incluso simpá -
tico por ser el dios de los borrachos. A continuación, citamos unas frases con que J usto Sierra se
refiere a Juárez y, a juzgar por sus exageradas alabanzas, más que un
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objetivo juicio histórico, par ece un ditirambo en honor del dios de
los borrachos.
“E l partido liberal, que hoy es la N ación, en manos de ella ha puesto
tu gran r ecuerdo. Y la Nación de mañana, y la de ho y, y la de siempr e, oirá
en cada conciencia de niño, en cada inteligencia que despierta, las divinas
palabras maternales de la escuela laica, de la escuela nacional, que cantará
tus alabanzas, que bendecirá tu obra ” (25).
Y así, en ese tono, durante muchísimos años se escribier o n
en México los libros de la Historia. Una labor constante y siste-
mática que mucho contribuyó a desorientar e incluso deformar
c r i t e r i o s . Sin embargo, como no se puede tapar el sol con un dedo, el
mismo J usto Sierra, se v e obligado a reconocer el papel que la Iglesia
desempeñó en la elevación social de este personaje:
“La Iglesia lo acogió, lo enquistó en ella, bondadosa, rutinera, sin
poesía apenas, sin ensueños ” (26).
Repetimos, de no haber sido por la I glesia, Juárez no habría
pasado de ser un humilde sir viente sin futuro alguno.
P ues bien, al haber dejado a la Iglesia sin recursos materiales,
Juáre z quizás haya impedido que miles de indios como él hubieran
podido superarse culturalmente e incluso desempeñando un papel
r elevante dentro de la sociedad mexicana.
Durante muchísimos años, la visión tendenciosa de J usto Sierra
con respecto a J uárez fue la que prevaleció en un sistema que, al
estar controlado por liberales, no le inter esaba que se conociera la
v erdad histórica ya que si ésta se conocía dicho sistema quedarí\
a sin
fundamentos y expuesto a críticas tan certeras que podrían ocasio-
nar su caída. Al llegar a este punto le damos la razón a Maquiavelo quien al
r especto afirmara que “ pueblo que no ama la v erdad es el esclavo
natural de todos los malv ados”.
____________
(25) Juárez: S u obra y su tiempo .Editora N acional, reimpresión, México, 1972,
página 498.
(26) Ibidem, pág. 488.
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Precisamente por eso, porque aquí en México se desconoce la
v e r dad histórica, se ha dado la paradoja de que un pueblo ab ru m a d o-
ramente católico sea manipulado, explotado y oprimido por una pan-
dilla de sujetos enemigos de nuestra identidad nacional que —aun-
que algunos se empeñen en negarlo— es netamente hispanocatólica. Es urgente conocer la Historia, la v e rdadera ya que solamente así,
conociendo las causas de nuestras desgracias, podremos r e m e d i a r l a s .
La Verdad os hará libres (San J uan 8, 32) ya lo dijo el D ivino
M a e s t r o y ante afirmación tan rotunda no cabe prueba en contrario.
Con el paso del tiempo —y en esto pasaron muchos años—
fueron apar eciendo autor es que se encargaron de ir presentando
una visión objetiva del personaje. Algunos de ellos —citados al principio de este trabajo— dieron
a conocer sus obras gracias a que don S alvador Abascal tuvo la
v alentía de publicarlas tanto en la E ditorial Jus como en la Editorial
Tradición.
Una auténtica labor de apostolado, al ser vicio de la verdad his-
tórica, que realizó don S alvador durante más de medio siglo.
A nuestro juicio, una de las obras más completas que se han
escrito acer ca de Juárez es la que a mediados de los años ochenta
publicó pr ecisamente Salv ador Abascal: Juárez Mar xista en la cual
el autor analiza tan a fondo al personaje que, por la visión teológi-
ca que ofrece del mismo, podemos decir que es de lo mejor que se
ha escrito hasta el presente. A raíz de que en el años 2000 el PRI pierde la P residencia,
v emos como cada vez son más los intelectuales que se animan no
tanto a lanzar insultos contra J uárez sino a exigir que la H istoria se
presente con la debida imparcialidad.
Un jov en historiador —por cier to, de tendencias liberales—
que ha logrado mucha popularidad en los últimos años es J osé
M anuel Villalpando quien, al referirse a J uárez, nos dice que
“no fue nada demócrata; fue un pr esidente autoritario que consiguió per-
manecer en el poder recurriendo a las intrigas y a los fraudes. S e quedó
catorce años sentado en la silla presidencial y sólo la muerte pudo soltarlo
de ella. De haber vivido más tiempo, no la habría soltado ” (27).
____________
(27) J
OSÉMANUELVILLALPANDO,op. cit., pág. 124.
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Asimismo vale la pena citar algunos párrafos escritos por el
periodista G abriel Zaid hace algunos años:
“La derrota militar de los conser va d o res y su expulsión del poder
no terminó en un régime n plural, que hubiera sido lo ve rd a d e r a m e n t e
liberal, sino en un régime n e xc l u yente, donde ser conservador ya no era
l e g í t i m o. ”El jacobinismo siguió en el poder , moderado en la práctica, aunque
volvió a las persecuciones sangrientas con los carrancistas y con Call\
es. Los
conservador es confesos acabaron en los ghettos provincianos. Los demás
se volvier on invisibles.
”Esta exclusión desembocó en la mentira como sistema polític\
o, en el
disimulo social, en la mutilación de la historia. S i el poder y el respeto
están v edados a los conservadores; si la única forma posible de ser conser-
vador es desapar ecer; si lo único legítimo es ser liberales, revolucionarios,
de izquier da; los ideales conservadores r enacerán como liberales, revolu-
cionarios, de izquier da y todo se volverá sospechoso. El debate será susti-
tuido por la persecución de todos contra todos, acusándose mutuamente
de falsos liberales, falsos revolucionarios, falsos izquier distas; ya no se diga
la persecución de conservador es que tengan la insolencia de asumir su
identidad ” (28).
Según todo lo anterior , Benito Juárez, el personaje liberal que
en 2006 cumple dos siglos de haber venido al mundo, fue el hom-
br e que cambió a México de tal modo que, a par tir de la actuación
de J uárez en la historia, bien se puede decir que hubo un México
antes de J uárez y que hay otro México después de J uárez.
R esumiendo todo lo expuesto, J uárez fue el hombre que cam-
bió a México debido a las siguientes raz ones:
P
RIMERO: Los liberales que anteriormente habían llegado al
poder aplicar on una serie de medidas antieclesiásticas que tuvier on
escasos r esultados pero que, por haber sido una especie de ensayo,
le fueron allanando el camino a don Benito. Será J uárez, una v ez dueño del poder absoluto, quien modifi-
que las leyes y , al ver la resistencia popular , compre las conciencias
mediante la oferta casi gratuita de los bienes de la Iglesia.
____________
(28) “En defensa de los conser vadores”. Artículo publicado en el diario Reforma
el 29 de julio de 2001.
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De ese modo se fue creando una ancha base popular que no
solamente fue aceptando las teorías liberales sino, lo que es peor ,
que transmitió a sus descendientes ese modo de pensar .
S
EGUNDO: G racias a la ayuda recibida por parte de los Estados
U nidos, J uárez aniquiló de una vez y para siempr e a los ejércitos
conserv adores con lo cual se puede afirmar que el Liberalismo es el
amo único de México a partir de 1867. Quienes a partir de aquel año —fuese bajo el régimen de P or-
firio Díaz, de los r evolucionarios de los primeros años del siglo
XX
o bajo la dictadura del PRI— deseaban hacer carr era política, for-
zosamente, tenían que renegar de sus creencias católicas y aceptar
los dogmas liberales que eran impuestos por quienes detentaban el
poder. Y siendo así las cosas, bien se puede decir que fueron políticos
liberales quienes a partir de J uárez dirigier on los destinos de un pue -
blo que, a pesar de todo, es abr umadoramente católico.
P rimero mediante la victoria militar sobr e los conservadores y
posteriormente bajo el control político de las instituciones fue posi\
-
ble que el liberalismo masónico se impusiera desplazando y ridicu-
lizando a políticos y pensador es católicos.
T ambién aquí se puede afirmar que J uárez fue el hombr e que
cambió a México .
T
ERCERO: Al despojar de sus bienes a la Iglesia, los liberales le
negaron a ésta la posibilidad no sólo de predicar el E vangelio sino
de hacer obras de caridad con lo cual quedó en desventaja ante la
inv asión protestante que —con las maletas r ebosantes de dólares—
llegaba desde los Estados U nidos conquistando adeptos.
N i duda cabe que la llegada masiv a de misioneros de las doctri-
nas calvinistas y luteranas en mucho influyó para un cambio de la
mentalidad popular . En lo sucesivo grandes capas de la población
dejar on de tener una visión providencialista de la vida para caer en
los que se llama american way of life que no es otra cosa más que el
hedonismo mercantilista que se viv e en el vecino país del N orte.
E l hecho de que el protestantismo y las sectas cr eciesen de
modo alarmante en gran parte se debe al liberalismo juarista, razón
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por la cual también en este punto podemos afirmar que Juárez fue
el hombr e que cambió a México.
C
UARTO: La bárbara destrucción de iglesias, conventos y altares
barr ocos que dejara en México la España Católica fue un daño de
incalculables consecuencias no sólo por las cuantiosas pér didas
materiales y artísticas sino porque —al destruirse un arte que ali-
mentaba la piedad popular— esto influyó para que el sentimiento
r eligioso se fuese enfriando lo cual, ni duda cabe, habría de influir
en el modo de comportase de un pueblo que ahora se encontraba
con templos r econstruidos con pésimo gusto y sin ese calor espiri-
tual que solamente sabe dar el Arte B arroco.
De este modo se lograban dos finalidades: destr uir templos
católicos y enfriar la piedad popular . Ni duda cabe que también en
este punto podemos afirmar que J uárez fue el hombr e que cambió
a México .
Q
UINTO: La serie de reformas juaristas afectar on un punto muy
impor tante en el cual pocos reparan: la Iglesia al no poder pr ote-
ger a las comunidades indígenas, éstas se desintegrar on, los indios
se convirtieron en peones de haciendas (algo así como esclavos al
ser vicio de los capataces) y esto creó no sólo un clima de resenti-
miento del pobr e contra el rico sino que —debido a tantas injusti-
cias que la Iglesia no podía r eparar por haber perdido influencia—
hiz o que masas enteras de indígenas se alejasen del catolicismo .
T ambién aquí podemos decir que J uárez fue el hombre que
cambió a México .
S
EXTO: Por supuesto que lo dicho con r especto a la explotación
que sufrieron los indígenas v ale con respecto a la explotación que
siguen sufriendo los obr eros en fábricas y empresas en donde se
impuso el más crudo capitalismo salvaje. Con el objeto de que los o bre ros no pudieran aspirar a un
mejor nivel de vida, el dictador P o rfirio Díaz —a quien las logias
o r d e n a r on que se empezara a difundir el culto a J u á rez— pro h i-
bió que en México se publicara la Encíclica Re rum Nov a r u md e
León XIII.
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Desamparados ante los empresarios liberales que los explota-
ban, manipulados, ignorantes de sus der echos y sin una Iglesia que
pudiera defenderlos, miles de obreros fueron atraídos por la doctri-
na de lucha de clases.
El hecho de que miles y miles de obr eros se hayan ido hacia el
marxismo fue también obra de J uárez, aunque esto haya sido de
modo indir ecto, también en este punto podemos afirmar que J uárez
fue el hombre que cambió a México. Ante todo lo anterior y deseando concluir un tema que par ece
ser inagotable, bien podemos afirmar que Benito J uárez es un par -
teaguas ya que el México actual no sería lo que es si no hubiera
existido este personaje. Un hombre que fue endiosado durante más de un siglo y que
gracias a que van surgiendo historiadores cada vez más objetivos y
v alientes, es posible conocer una serie de facetas que permanecían
ocultas pero que pintan de cuerpo entero a un personaje siniestro a
quien en gran par te se le deben muchas de las desgracias de México.
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