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La simulación cultural

LA SIMULACIÓN CULTURAL
POR
PIERPAOLOOTTONELLO
Espiritualmente, y por lo tanto culturalmente, o se crece o se
m u e r e. Esta alternativa crucial es insuperable. Condición esencial
del crecer es el habitus del examen integral de conciencia. No son
suficientes ni el autoanálisis ni las autocríticas, formas más o
menos sofisticadas de fuga de la conciencia integral, sustituida por
las pseudoconciencias más o menos colectivamente hipócritas de
los “espectaculismos culturales”; ni puede ser suficiente la delic-
tuosa contradicción de una autoconciencia deformada y transfor-
mada en examen da la conciencia ajena. En vez, es necesario e1
habitus de la dedicación absoluta al Espíritu de V e rdad. Cu a l q u i e r
reducción o sustitución comporta necesariamente ofuscamientos
y debilitaciones de la autoconciencia integral, cuyo primer signo
s e g u r o es el discernimiento: la lucidez tranquila y amor o s a m e n t e
despiadada, ni parcial ni complaciente, sino audazmente cr u c i f i-
cada al vigilar ininterrumpido, para no caer ni en los adormeci-
mientos de cualquier máscara de coar t a d a so de autojustificación,
ni en las esterilidades de las prédicas más o menos apocalípticas. El discernimiento espiritual, es pues cultural, es discernimien-
to de la esencia del espíritu y de la cultura como itinerario hacia
la integridad de l a ve rdad y del punto en el cual estamos en tal iti-
nerario: del punto del camino maestro de la universalidad de lo
ve rd a d e r o, o bien del punto de los senderos de las reducciones o
p a rcializaciones o encubrimientos del Espíritu de V e rdad. En
efecto, o se vive y se crece en el amor al Espíritu de V e rdad, o se
m u e r e de miedo y de fuga al Espíritu de V e rdad. Por lo tanto, l a
c u l t u r a es el pr o g reso en cuanto se actúa según la propia esencia y
Verbo, núm. 447-448 (2006), 549-556. 549
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el propio horizonte paradisíaco de historia itinerante hacia la per-
fecta consagración del hombre entero y del mundo entero, supe-
rando por esto toda desacralización y toda parcialización y
actuándose según el propio orden metafísico.Toda vez que el orden metafísico de un ente es per t u r b a d o ,
mediante un desconocimiento o una negación de tal orden que es,
pues, de la misma esencia del ente; de tal perturbación se sigue
necesariamente un desorden en el ente mismo y en sus r e l a c i o n e s
con los otros entes y, en consecuencia, un desorden en el un ive r-
so de los entes. La lógica intrínseca del desorden es la división o
escisión del ente en sí mismo y de los entes entre ellos; el cumpli-
miento de tal lógica es la d e s t rucción o aniquilamiento del ente y
del universo de los entes. De tal desorden, comúnmente ad ve rt i-
mos o lamentamos solo algunas de las consecuencias más mani-
fiestas —además sin retraerlas a sus causas propias—: en par t i c u-
lar aquellas divisiones que aparecen como propias y constitut iva s
de la totalidad de la sociedad hodierna, como las divisiones entre
las ciencias, las divisiones en el interior de todas las formas de tra-
bajo, las divisiones entre el poder y el individuo, las divisiones
e n t r e las necesidades y las libertades. Aludo a las deformaciones de
las distinciones y de las autonomías de cada uno de tales elemen-
tos respecto a los otros, deformaciones que tienden a absolutizar
distinciones y autonomías, transformándolas justamente en esci-
siones entre tales elementos, según un proceso de d e s i n t e g ración d e
un orden, dentro del cual, en vez, ellos tienen su plena positivi-
dad: por ejemplo, cada una de las ciencias siempre que se ponga
en una relación ordenada de integración respecto a cada una de las
otras ciencias y a la universalidad orgánica del saber; cada
momento de cada trabajo dentro del universo del trabajo como
p ro g re s i v a armonización de las relaciones hombr e - n a t u r a l e z a ;
cada acto de poder como momento de un ordenarse al bien
común universal; cada necesidad como signo del límite constitu-
t i v o de la libertad y condición de su integral actuación.
En realidad, todas las formas «sociales» de división r e s a l e n ,
como a su causa, a divis iones de la perso na misma; esto es, ante
todo a las divisiones lacerantes que nutrimos en nosotros mismos,
a veces casi inconscientemente, pues con el máximo de ir re s p o n-
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sabilidad, o bien cubriéndolas con una coartada de estirpe más o
menos noble: esencialmente, las laceraciones entre saber y quere r,
e n t re teoría y práctica, entre fines y medios, entra ciencia y sabi-
duría, con las cuales nos transformamos en un b rutal guerra total
c o n t ra nosotros mismos y contra todos. P a rtidos, maridajes, l o b b i e s,
las sectas, movimientos, academias, c l u b s, curias, u nive r s i d a d e s ,
c e n t r os y círculos «culturales-sociales», todas estas formas va r i a d a s
que «enriquecen» hasta lo in ve rosímil el panorama «cultural», en
la mayor parte de los casos devienen así institucionalizaciones de
aquella guerra total , en cuanto su finalidad real, fundamental, no
es ni el bien común, ni, pues, el incremento de las personas en su
integralidad, sino es el pr o g reso de la exclusivid ad y de la ex c l u s i ó n,
según las leyes de la más bestial concurrencia —más bien que de
re c í p r oca colaboración— que impone la transformación de todo
bien en algo e xc l u s i vo, o al menos de su perfecta simulación, a fin
de que nada escape a mi absoluto control, dominio, interés: nada
más que la i n t e rnacional de la intolerancia que consuma bru t a l e s
f a n a t i s m o s . Los organismos «culturales» se ponen así al altura de su ve rd a-
d e ro fin de organizar la simulación de la cultura. Eliminadas todas
las culturas «alternativas », mediante una c u l t u ra de la pseudoalter -
n a t i v a, única y pues planetariamente universal, se re q u i e re re f o r-
zarla con la coartada y la máscara del p a c i f i s m o. Las pseudoalter-
n a t i v as son aquellas mismas que explotan en el interior de las divi-
siones de la persona: por ejemplo, o mi absoluta libertad o D i o s ;
o el placer ilimitado, o las re p resiones del deber o de la ley, etcé-
tera. Las culturas «alternativas» son identificadas con aquellas
posiciones que no aceptan tales alternativas y les enmascaran la
sustancial falsedad y destructividad. La institucionalización de la
guerra total se erige así en suma garantía del congelamiento de
todas las desestabilizaciones y sobre todo de las formas de guerra
« a b i e r ta», por lo tanto «irracionales»: la paz universal puede ser
garantizada solo por la eliminación de la posibilidad misma de
todas las pseudoalternativas, consideradas estímulo de todas las
guerras del «pasado». Se elimina, pues, como i r racional un término de la pseudoal-
t e r n a t i v a, en favor del término ra c i o n a l , o sea, en ve rdad, del tér-
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mino calculado con el criterio del máximo de mi placentera liber-
tad. No por casualidad, dispersada y esterilizada la comunidad
cristiana, han explotado los liberalismos y los comunismos; y,
m u e rta consumísticamente la familia, también los comunismos se
están consumando, come nieve pisada, ante el nuevo sol del ideal
del s i n g l e . La dialéctica del desorden realiza así el espejismo, que
queda, pues, como maligna ilusión radical, de un más o menos
iluminista «paz perpetua» al precio de la anulación mórbida de
todas las ideas —del pensar mismo— y, por lo tanto, de todos sus
fibras más pobres, o sea las ideologías, declaradas «usadas» y ya
«no funcionales», y también de las mismas teorías sociales y eco-
nómicas que retengan aún un mínimo de universalidad conc re t a .
Así la p s e u d o u n i v ersalidad, que funda la pseudopaz planetaria , en
realidad re f u e rza el único «nuevo régimen» que resta posible en tal
estadio: aquel de la «i d i o t e i a», o sea, de lo «particular» y de lo solo
p r i v ado, que valoriza el bien común a lo máximo en el nivel de
cualquier asunto, por lo tanto digno de descartarse como el
menos redituable, y por ello el más irracional de los asuntos. El régimen de la « i d i o t e i a» eleva pues sobre los palcos «públi-
cos» todo parto de la ignavia de la inteligencia y de la vo l u n t a d, en
cuanto todo descuento de absoluto triunfa sobre el mercado solo
mediante los peajes que paga a la ignavia. Mas todo descuento
s o b r e lo absoluto de los principios sumos tiene como precio y
f ruto solo confusión en relación con los principios en su esencia, y
también con relación a las relaciones entre los principios mismos
en sus determinaciones. Se sigue de esto que la cultura es reducida normalmente a sus
simulaciones, identificándose con la moda-mercado —e n re a l i d a d
es evidente que si trata de anticultura o, peor, de a c u l t u ra, o sea
de barbarie más o menos sofisticada—, resultado de una red de
reducciones, que se organiza en un ve rd a d e ro y propio sistema de
la r e d u c c i ó n . Así, la filosofía simulada se reduce a sociología, esto
es, es primeramente historia —habiendo reducido nominalista-
mente su esencia de teoría fundante de los principios primer o s —
y después a r e g i s t ro de los fenómenos «contemporáneos» o de
moda, esto es, pasto de los sentimientos subjetivos; la re l i g i ó n
simulada se reduce a flujo de los sentimientos subjetivos, o sea a
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la confusión radical que pre f e rentemente se traduce en indife re n-
cia de la pseudoalternativa entre un «me importa» y un «no me
i m p o r ta», un «me gusta» y un «no me gusta»: esto es, en el mismo
n i vel astutamente agigantado y explotado por todas las publicida-
des, tanto «consumísticas» como «científicas». Más todavía, abre-
viando con una drástica enumeración: el arte simulado se re d u c e
a arbitrio más o menos estupefaciente, asombroso, escandalizante
—con tal que se venda—; la misma sociología simulada se re d u-
ce a estadística: así hace hacer todo a la ‘inteligencia artificial, la
n u e va inteligencia ‘ s o b re n a t u r a l’, que ‘g e n e r a’ mil veces más r e s-
peto a la miserable inteligencia mía ocupada en sus juegos. Es la
misma inteligencia, en efecto, que si sustituye con sus simula-
ciones, reduciéndose al sistema de la estupide z seductora , constru-
yendo el sistema de la confusión, fundado sobre el sistema de la
r e d u c c i ó n .
Se sigue de esto una cadena de simulaciones r e d u c t i vas: la teo-
logía simulada se reduce a antropología; la antropología a psico-
logía; la psicología a biología; la biología a química; la química a
física; la física a matemática; la matemática a computerizado cóm-
puto irracional; la metafísica a lógica; la lógica a combinación de
n o m b res; la política a economía; la economía a juego de poder; las
ciencias todas a lenguaje económico computerizado; el lenguaje a
juego; la libertad a arbitrio impune; la felicidad al juego de lo efí-
m e ro; el bien común al sistema de las convivencias; la paz al pro-
longamiento indeterminado del sistema de la reducción y de la
confusión, cuya coherencia y cuyo éxito necesario es solo una
explosión en cadena de destrucción: la atómica espiri tual q u e
genera todas las otras desintegraciones. Por todo ello, esta paz
debe multiplicar obstinadamente los días mundiales de fiesta y los
ciclos mundiales del tiempo libre —vacío de los problemas disuel-
tos más bien que resueltos— para buscar mientras tanto consu-
mar los ritos redituables de la cultur ae s p e c t á c u l o.
Estos sistemáticos vagabundajes que distraen de los caminos
m a e s t r os han sido alimentados en forma creciente, con efectos ya
planetarios, por el n a t u ralismo racionalista neopagano, desemboca-
do de hace casi dos siglos en todas las formas de cientificismo. En
este sentido el cientificismo —padre de los gemelos bautizados
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«secularismo» y «teosofismo»— se re vela en su naturaleza de siste-
ma del odio oculto a la integralidad del hombre, y por lo tanto
debe enmarscararse gnósticamente de formas telúrgico-ocultistas,
tembién ellas a su vez, hoy, grotescamente reducidas a la dictadu-
ra de la moda-me rc a d o. Mas, rechazados los caminos maest ro s
—caminos estrechos—, en favor de todos los caminos placente ro s
quedan los angostos del m i e d o, que se pueden a la vez cubrir y
a p rovec har: deviniendo hombres del pantano, de la vileza, para
los cuales todo deviene vendible, al precio prepotentemente idio-
ta del compromiso sobre la ve rdad. Consumada la violencia con-
tra el Espíritu de V e rdad —y el máximo de la violencia es la vil
ignorancia o la indiferencia en confrontación con el sentido
mismo del Espíritu de la V e rdad—, se siguen de esto necesaria-
mente todas las formas de violencia, manifiestas u ocultas: nos
hacemos en esto los cómplices primeros y, al mismo tiempo más
estúpidos, haciéndonos también en esto las primeras víctimas.
Ni siquiera los más grandes imperios c aye ron jamás por la
f u e r za de los adversarios, sino únicamente por la propia debilidad
y corrupción. Robustecer el sistema del compromiso, con todas
sus artes de mimetismo y oportunismo, no es otra cosa que aco-
modarse a la ley del mundo como re c h a zo al Espíritu de Ve rdad. El
primer signo de la fuerza de tal «sistema» es en efecto la destr u c-
ción más o menos mórbida de todo lo que es perenne, o también
tenga una impresión de duración. El compromiso es pues el escla-
vo ideal de todas las modas, por esencia contrastantes —en cuan-
to obedecen a la más miope irracionalidad sensualista— y conjun-
tamente es en esto la víctima ideal. La simulación cultural, que
se reduce al sistema de la prostitución espirit ual , puede solamente
c rec er como m i e d o: miedo a un mañana ante el cual se hace im-
potente, porque lo está destr u yendo, aún cuando ciegamente
finja no considerarlo digno de sus intereses más urgentemente
« a c t u a l e s » . Mas la prostitución cultural —y toda vez que osamos lamen-
tarnos de ciertas presuntas o reales marginaciones nuestras nos
hacemos de esto corresponsables: es necesario que prefiramos el
ocultamiento hasta el anonimato, aunque incansablemente acti-
vo— pude parir solo bastardos; pare en efecto solo la estéril tra g i-
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cidad del juego de la confusión intere s a d a. Es el juego que suprime
el dolor por los delitos planetariamente crecientes, hasta configu-
rarlos como necesidad, o mejor como normalidad —d ivo rc i o ,
contracepción, aborto, homosexualidad, eutanasia, droga, ham-
b re, envenenamiento del mondo—, en cuanto son las trágicas y
p roliferantes formas del único sistema del delito que provoca una
s i e m p r e más evidente y universal ingobernabilidad y que en re a l i-
dad constituye la tercera guerra mundial, no futura porque ya está
en acto. Una de las causas principales de tan graves efectos está en la
u n i v ersal disolución de todo residuo del principio del o m n i s
potestas a D e o, disolución que ha recorrido el largo camino y lar-
gamente ensangrentado de las así llamadas «democracias»; o sea
del «sistema político que consiente al canallaje estar mejor que la
buena gente» —definición, creo, no sospechosa, al menos en
cuanto es joven desde hace dos mil cuatrocientos años—: o sea,
aquel sistema cuya forma más típica —escribe el mismo anóni-
mo griego— consiste en que en las asambleas «puede lev a n t a r s e
a hablar cualquier trompudo y así perseguir su utilidad y la de sus
semejantes». Cosa que, después de todo, es una manifestación
típica de la ley del mundo , si, por ejemplo, mil cuatrocientos años
después, o sea un milenio hace, Simeón el Nu e vo Teólogo obser-
vaba que son honrados como maestros —nosotros diríamos
como protagonistas de la cultura— aquellos que simulan vir t u d ;
mas esto hoy no es ni siquiera necesario, más aún a veces es con-
t r a p roducente —ya que sobre todo aprovechan las charlas va n a-
gloriosas— y esto queda como perennemente necesario para el
m u n d o .
La alternativa positiva a la ley del mundo, que genera la ilu-
minadísima babilonia de la simulación cultural, se pivota sobre la
dimensión del conocimiento amativo como muy diverso de una
simple imagen; más aún como el eje mismo del hombre integral
y el origen más profundo de todo s c i re y de todo velle o rd e n a d o s ,
y por esto fecundos. Su fruto principal se halla en radicarse en la
persuasión absoluta que todo l a b o ra re que no sea intrínsecamente
y totalmente cruz a alabanza de Dios es apariencia estéril: sobre
todo históricamente — p o rque la historia es p ro g reso solo en cuan-
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to es c o n s e c r atio mundi, o sea es hacerse enteramente ve rdad por
p a rte de la entera persona—; y que todo o ra re —toda palabra—
que no sea intrínsecamente y totalmente el l a b o ra re de todo hom-
b r e —redimido, re c reado— es flatus vocis y proliferación de fan-
t a s m a s .
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