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Número 457-458

Serie XLV

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Libro sobre Carlos Sacheri

CRÓNICAS Y DOCUMENTOS
CRÓNICAS:LIBRO SOBRE CARLOS SACHERI
V i por primera v ez a Carlos Sacheri en M adrid, en el bar
Zodíaco , ubicado en la esquina de las calles Agustín de F oxá y
E nrique Larreta. F ue en los años sesenta, 67 o 68, cuando él regr e-
saba a B uenos Aires después del semestre en Quebec. Antes de ello
teníamos noticias mutuas, que anticipaban un muy buen entendi -
miento, pues nos aseguraban estar en una común trinchera.
La nuestra fue una amistad a distancia, separados como estába-
mos por una cordillera que determinaba la existencia de misiones
distintas, si bien comunes en los principios y en los últimos fines.
N os vimos en algunos congresos del IPSA en Buenos Air es; en
Vene zuela, adonde fuimos invitados por P edro José Lara Peña, que
incluyó en la invitación a nuestras mujeres, para que no tuviér\
amos
argumentos para rechazarla; la última vez fue en Valparaíso, en
junio de 1974, en la celebración del séptimo centenario de la muer\
-
te de S anto Tomás de Aquino. E l 22 de diciembre de ese año, a
mediodía, una llamada telefónica de P atricio Randle me da la noti-
cia que a todos nos conmovió. Las nuestras fuer on vidas paralelas: teníamos aproximadamen-
te la misma edad –él dos años mayor–; ambos con familias nume -
rosas; ambos dedicados a la filosofía, lo cual era bastante insólit\
o en
las familias tradicionales de uno y otro lado de los Andes; ambos,
por tanto, teniendo pr esente, a veces con bastante urgencia, la nece -
sidad del primum viver e; ambos con maestros semejantes, y amigos
entre sí –los P adres J ulio M einvielle y O svaldo Lira–, quienes nos
introdujeron en el conocimiento de S anto Tomás de Aquino y en el
afecto por él y por su obra; ambos preocupados, y a veces angustia -
Verbo,núm. 457-458 (2007), 681-690. 681
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dos, por el rumbo que tomaban nuestras patrias y por la apostasía
que se producía en el interior de la Iglesia.
De la personalidad de Carlos Sacheri, cr eo necesario recordar
aquí algunos rasgos que, a mi juicio, la hicier on notable. Son tres
aspectos que apar ecen en el libro que ahora comentamos (*).
El primer o de ellos es la vir tud de la magnanimidad. Carlos
S acheri la practicó de manera ejemplar: nunca se enredó en peque-
ñeces. Todas esas r encillas y recelos, pequeñas envidias y prev encio-
nes, que desgraciadamente suelen aparecer para envenenar las r ela-
ciones entr e amigos que, no obstante, defienden lo mismo, tienen
los mismos principios, sufren por los mismos males de la Iglesia o
de la patria, no existier on en el alma de Carlos. P rimó en él lo gran-
de, y, con esa sonrisa suya de niño bueno, pasó por encima de tales
mezquindades. P or eso su obra fue fecunda, como estéril es la que
se ahoga en medio de tales r esquemores.
El segundo aspecto que quier o ahora destacar es el equilibrio,
logrado en la persona de Carlos, entre la contemplación y la acció\
n.
Al estudio rigur oso unió la enseñanza clara, y a ésta el consejo per-
tinente y la dirección eficaz de la acción. Este equilibrio, que es tan
difícil de lograr, excluye, como las virtudes, tanto el exceso como el
defecto . Entre el intelectualismo que suele ser refugio de una debi-
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(*)Nuestro amigo el profesor Héctor H ernández ha dado a las prensas una monu -
mental obra sobr e Carlos Alberto S acheri: Sacheri. P redicar y morir por la A rgentina,
Vórtice, B uenos Aires, 2007, 992 págs. E l pasado día 30 de agosto, en el Instituto de
F ilosofía P ráctica de Buenos Aires, que Sacheri contribuyó a fundar , que presidió hasta
su muerte nuestro gran amigo el profesor Guido S oaje y que hoy dirige con pericia y
audacia nuestr o no menos amigo y queridísimo colaborador el profesor Bernardino
M ontejano, se celebró una sesión académica para presentar el libro . Hicieron uso de la
palabra los pr ofesores Juan Antonio Widow, Fernando de Estrada y M iguel Ayuso.
D ando las gracias a continuación el autor y abriéndose un animado coloquio en que
amigos, discípulos y familiar es de Sacheri recordaron el testimonio de quien, en 1974,
fue asesinado por la guerrilla marxista cuando salía de misa con su familia. S acheri fue
uno de los más activ os y valiosos animadores de la Ciudad Católica argentina. E n nues-
tras páginas se publicó por ello el in memoriamde Juan Vallet de Goytisolo y hace algu -
nos años, en el veinticinco de su asesinato, un texto del ya citado B ernardino
Montejano . Hoy es un honor para nuestras páginas publicar las palabras de nuestr o
querido colaborador chileno, el pr ofesor Juan Antonio Widow, en el acto antes r eferi-
do (N. de la R.).
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lidad de espíritu, y el activismo que, aunque parezca paradoja,
muchas veces es el disfraz de la pereza, se halla la contemplación
fecunda, la sabiduría unida a la caridad. Las descalificaciones
mutuas que se prodigan intelectualistas y activistas terminan en
nada. El justo medio, perfectamente logrado por Carlos S acheri, es
el de los principios y su encarnación: ni principios solos, en su abs-
tracción, con lo cual no son principios de nada, ni la agitación v\
ana.
Es decir que el justo medio es el verdadero amor al prójimo, cuya
forma más per fecta es el amor al bien común encarnado en la fami -
lia, en la patria, en los amigos y , también, en los enemigos.
E l tercer o, y último, de los rasgos de la personalidad de Carlos
Sacheri que ahora quiero r ecordar es el de su fe católica. La fe se nos
da por dos sacramentos: el bautismo, por el cual nacemos a la vida
sobrenatural, y la confirmación, que perfecciona la fe dando la
capacidad para confesarla. Esta capacidad, como se nos enseñaba en
nuestra niñez, nos convier te en soldados de Cristo, es decir , nos
introduce en el ámbito público en el cual es necesario confesar la\
fe,
tanto por las palabras como por las obras: es la mayoría de edad de
la vida sobr enatural.
S uele ocurrir en nuestros tiempos que estas gracias sacramenta -
les, como en la parábola del sembrador , se marchiten por falta de
tierra fértil o se ahoguen a causa de los cuidados del mundo: el
resultado es que la vida cristiana se v e reducida al ámbito privado
de una piedad que corre serio peligro, así, de per ecer por inanición.
La falacia de la religión entendida como asunto privado la convier -
te en algo vergonzante y , en definitiva, en algo muerto. La fe, para
ser completa, requiere manifestarse en el or den público: es proba-
ble, por esto, que esa misteriosa e inquietante pregunta que se hace
Cristo, “ pero cuando v enga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en
la tierra?” (Lucas 18, 8), se refiera a la fe pública, a la fe encarnada
en las instituciones y en la vida común, pues la fe personal, aunque
acosada e impedida de manifestarse como v erdad universal, sabe-
mos que subsistirá en los elegidos. Pues bien, es de la confesión y defensa de la fe católica de lo
cual ha dado ejemplo Carlos Sacheri. Es pr obable que este sea el
motivo por el cual lo mataron: su libr o sobre la iglesia clandestina
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fue un acto de defensa de la fe. Su testimonio, entregado con el sello
de su muerte, es éste: la fe católica es el máximo bien común de la
sociedad.
J
UANANTONIOWIDOW
DOCUMENTOS:
LA CART A APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU
PROPRIO SUMMORUM PONTIFICUM
Verbo ha tenido por regla no entrar en las discusiones litúrgicas
suscitadas tras la introducción del Nous or do Missaeen 1970.
R ubricada como Revista de formación cívica y acción cultur al según el
der echo natur al y cristiano , su campo de acción privilegiado ha sido
el de la doctrina social de la I glesia y el de la filosofía práctica. Sin
negar la importancia de la liturgia ni la que el (a la sazón) Car denal
Ratzinger calificó en su día de “ devastación”, con refer encia a la
r eforma litúrgica, hemos preferido no ocuparnos de la cuestión. N o
podemos, sin embargo, dejar de registrar la importancia de la car ta
apostólica que en forma de Motu propio ha promulgado S.S. el P apa
B enedicto XVI el pasado 7 de julio. R eproducimos su texto caste-
llano, de la versión no oficial hasta ahora publicada, con el alboro-
zo de ver el inicio de la restauración de la liturgia tradicional de la
Iglesia (N. de la R.).
“Los sumos pontífices hasta nuestros días se preocuparon constante -
mente por que la Iglesia de Cristo ofr eciese a la Divina Majestad un
culto digno de “alabanza y gloria de Su nombr e” y “del bien de toda su
S anta I glesia”.
“Desde tiempo inmemorial, como también par a el futuro, es nece-
sario mantener el principio según el cual, “ cada Iglesia particular debe
concor dar con la Iglesia universal, no solo en cuanto a la doctrina de la
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