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Número 483-484

Serie XLVIII

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Leonardo Castellani: Naufragios y aventura

 

Es posible añadir un nuevo capítulo a las Vidas Paralelas de Plutarco si comparamos los hechos y escritos del conquistador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1490-1560) con los del sacerdote y escritor argentino Leonardo Castellani (1899-1981).

El paralelismo puede sorprender, ya que el primero muestra su temple heroico y cristiano en Naufragios y Comentarios, la narración de las extraordinarias aventuras y desgracias que vivió en el norte y sur del continente americano, mientras que Castellani no descubrió nuevas tierras ni participó en hechos de guerra. Sin embargo, el argentino vivió en el plano espiritual peripecias semejantes a las de Álvar Núñez, pues como el mismo Castellani dice:

Bravo es andar sacudido
En la mar por la tormenta
Mas las tormentas más bravas
Las he pasado en la tierra”[1].

 

Los primeros años

Nuestro autor nació el 16 de noviembre de 1899 en Reconquista en el Chaco santafesino (noroeste de la Argentina). Su padre, casado con Catalina Conte Pomi, dirigió un diario, El Independiente, y fue asesinado por la policía del Gobierno cuando Castellani era todavía un niño. La abuela materna, Magdalena, ejerció una honda influencia religiosa sobre el niño. El interés religioso también fue azuzado por el recuerdo y las historias singulares de un gran misionero franciscano, el Padre Ermette Constanzi, conocido como “el Padre Metri”, a quien luego Castellani convertiría en protagonista de numerosas historias, mezclas de ficción y realidad, en el marco del Norte Bravo.

Poco después de la muerte de su padre, una infección le provocó la pérdida de un ojo. Esto no fue impedimento para que se entregara con afición devoradora a la lectura y a escribir[2]; gustaba también de “contar cuentos, ver y oír todas las cosas”[3].

Tal avidez brotaba del deseo de Algo absoluto, que él no podía expresar:

Pero había en mí en el fondo
Del algibe una centella,
Una lucecita o huella
De un llamao imprescindible
Hacia un no sé qué imposible
Entre un foso y una estrella[4].

“Cuando chico, no me acuerdo el tiempo, yo tuve otro sueño de la cúspide llana de una montaña soberbia que me pareció un edén y me dejó ansioso de ella para siempre. No la voy a describir porque no se puede describir; que me hirió para siempre de un sentimiento agridulce, añorante. Todo lo que he hecho o caminado en mi vida ha sido de un modo u otro por la visión de la Montaña”[5].

En 1913 ingresó en el colegio de “La Inmaculada”, dirigido por los jesuitas en Santa Fe. Allí conoció al valenciano Padre Marzal:

“Creo que fue el jesuita más insigne que pasó por el Colegio, sin despreciar a otros. […] Tenía un don […]: el de conciliarse inmediatamente y sin esfuerzo el apego de los jóvenes. Parte de ese don era el entusiasmarse sinceramente por las composiciones, magüer imperfectas e inmaduras de sus discípulos; En los cuales suscitaba por ende un entusiasmo infinito. Por eso de sus manos salieron varios poetas y escritores notables”[6]. Castellani fue uno de los miembros de “La Academia” del P. Marzal.

 

Noviciado y estudios en la Argentina

El 27 de julio de 1918, tras 9 meses de espera, y después de soportar una gran oposición de su madre, entró en el Noviciado de la Compañía, en Córdoba. Allí estuvo dos años y medio, más seis meses de “maturescat”. En 1922, con ocho compañeros, volvió a Santa Fe a hacer la Filosofía[7].

El experimento santafesino fracasó y el año siguiente cursó Filosofía en el Seminario porteño de Villa Devoto. Desde 1924 a 1927 fue maestrillo en el Colegio del Salvador[8]. En ese tiempo escribió artículos para la revista del Colegio, y como resultado de unas vacaciones en su tierra, se lanzó a componer fábulas “argentinas”, luego publicadas con el título de Camperas[9].

En 1928 inició sus estudios de Teología en Villa Devoto. La calidad de la enseñanza que allí se impartía era deficiente, y, dadas las notables condiciones intelectuales de Castellani, los superiores jesuitas decidieron enviarlo a Roma, hacia donde partió en la segunda mitad de 1929.

 

Ordenación sacerdotal y estudios europeos

El 27 de julio de 1930 recibió el Orden Sagrado de manos del Cardenal Marchetti-Selvaggiani, en la iglesia jesuita del Gesù. En Roma debió “bailar el rutinario son” y vencer la flojera “del llamado intelectual” para aprobar de modo sobresaliente el examen ad gradum de Filosofía y Teología. En 1932 viajó a Francia para hacer en Amiens-sur-Marne el Segundo Noviciado, que los jesuitas llaman “Tercera Probación”. Los dos años siguientes estuvo en París, donde estudió Psicología en la Sorbona, y obtuvo la licenciatura con su trabajo La Catarsis Católica.

Frecuentó la casa de Maritain, quien años después respondería a una objeción planteada a su obra Arte y Escolástica citando a Castellani, pues el gran filósofo dijo que él mismo no sabría resolver mejor el problema en cuestión.

 

La psicología del gesto y la cuestión bíblica

En París Castellani asistió como alumno libre a cursos de grandes sabios, como George Dumas, George Wallon, y sobre todo el jesuita Marcel Jousse, de quien el Cardenal Bea dijo: “Jousse, una avalancha. Cuando aborda las cuestiones parece que todo va a desplomarse. Pero cuando todo ha pasado, todo se vuelve simple y claro y se ve el cielo, el cielo de Francia”[10].

Jousse mostró que el texto supone el lenguaje oral, y éste, a su vez, procede del instinto de expresión gestual, ya que nuestro psiquismo tiene dos momentos: la mimo-impresión (lo conocido se imprime activamente en nosotros) y la mimo-expresión, o manifestación activa de lo conocido. La mimo-expresión es el llamado gesto. El gesto es, en primer lugar, total (evidente en los animales y en los sordomudos, en el porte, la actitud general del cuerpo). En el hombre, y obedeciendo al principio de economía, el gesto pasa a ser manual y laringo-bucal, como se ve en los grandes actores, oradores y estadistas.

“La educación poda nuestros gestos y hace bien; deben podarse para dominarse; pero también poda de más y nos mutila: nuestra expresión es «étriquée», «guindée», «amenuisée»… Somos seres trabados, envarados, enterecidos, engarabitados, congelados”[11], pues el bloqueo de la manifestación natural de la afectividad, siempre presente en el gesto, hace que el irreprimible instinto de expresión se manifieste de modo frenético en un sacudón histérico. La última etapa del lenguaje es la escritura, la cual nació como un mero apoyo de la recitación mnemónica.

El P. Castellani entendió al punto el valor de los hallazgos de Jousse, quien aún hoy es casi un desconocido, ya no en América, sino también en Europa[12].

“La esencia del lenguaje poético no consiste en la rima sola, ni en el metro solo, ni en el acento solo. [...] Ésos son elementos del verso moderno escrito. La esencia de la lengua poética consiste en aproximarse a las fuentes naturales del instinto de expresión[13]. “La fuente de la expresión es el gesto, la fuente de la poesía es el estilo oral”[14].

“El estilo oral es el modo de hablar de los pueblos primitivos, donde todavía la escritura no existe como medio común de la transmisión o expresión del pensamiento. Es una cosa del todo extraña a nosotros, gentes de estilo escrito, en que por causa de la escritura y de la imprenta el lenguaje se ha –por decirlo así– momificado o algebrizado, y está ya lejísimo de sus fuentes naturales [...].

“Un poema de estilo oral no es un poema en el sentido nuestro. No es tampoco, ni mucho menos, prosa, es decir, prosa nuestra. No es prosa rítmica, no es prosa poética, no es tampoco el verso libre de los modernistas; no es nada comparable a los productos híbridos o artificios de nuestra literatura civilizada: amenuisée, demasiado madura. La Biblia, el Korán, los Vedas[15], están escritos –o mejor dicho recitados– en ese modo de poemar hoy perdido, que podíamos llamar la poesía en estado natural, y la versificación en estado naciente, [...] una especie de cantilena del pensamiento, escrita para ser recitada a gentes no visuales sino auditivas, capaces por tanto, si ya no de hacerlos ellos mismos, casi, casi...; y ciertamente de retenerlo desde el principio, fielmente en sus memorias, no estropeadas aún como las nuestras por el papel impreso”[16].

Los hallazgos de Jousse ofrecieron a Castellani una nueva aproximación a la Sagrada Escritura y la solución de falsos problemas bíblicos planteados por “las teorías histórico-críticas nacidas en Alemania, las cuales […] deciden que los relatos y palabras de los Evangelios son producto de la elaboración escrita de comunidades cristiana bastante posteriores a Cristo”[17].

Aunque el texto bíblico sea un tesoro inagotable de doctrinas reveladas y providencialmente se haya conservado sin corrupción, los Libros Sagrados nacen como un apoyo para recitadores (profetas, apóstoles, sacerdotes: el grupo encargado de transmitir la Verdad que salva). Por ello la tradición afirma que San Pedro se resistía a que San Marcos, su meturgemán (repetidor de los recitados) en Roma, pusiese por escrito sus predicaciones.

Otro error craso de la exégesis histórico-crítica nace del prejuicio cientificista que le impide comprender la mentalidad de quienes recibieron la Revelación:

“Era otro modo de hablar, propio del primitivo, que habla por símbolos y no por abstracciones; y su relación con el estilo científico no es la del idiota a lo sabio sino la de lo general y primitivo a lo especializado. Véase sobre esto Maritain, Signe et Symbole. Es el estado nocturno o lunar del intelecto, menos brillante pero más fecundo a veces que el estado solar; e igualmente necesario”[18].

“La Biblia no es un libro de Historia, ni de Cosmogonía, ni de Gramática, ni de Ciencia alguna en el sentido moderno; y es un libro de todo eso junto, en el sentido del estilo oral propio de la literatura oral primitiva teológico-simbólica, que más que conceptos maneja imágenes, y más que con palabras compone con mimogramas. Santo Tomás huele algo de eso al mencionar repetidamente que «Moisés hablaba al vulgo». Es decir, hablaba a gentes de un estadio cultural anterior al suyo y ante-anterior al nuestro; pero a cuyo lado en algunas cosas quizá el vulgo seamos más bien nosotros”[19].

Chesterton observa que “hay algo misterioso y tal vez más que mortal en el poder y la llamada de la imaginación. Ella no trata de «hacer creer», pues no propone mentiras sino ficciones que en un relámpago de conocimiento abren y concentran la imaginación de quienes son capaces de aceptar tales maravillas”[20].

En la primera cuestión de la Suma Teológica, Santo Tomás enseña que la Poesía y la Teología tienen en común el empleo de imágenes. Pero mientras la primera es “una adivinación de lo espiritual en lo sensible”[21], el místico capta y expresa lo espiritual sobrenatural:

“Los profetas fueron grandes poetas líricos, que tenían en la fantasía una excitación. [...] Pero esa excitación respondía a una realidad que habían tocado con la fina punta del espíritu y que expresaban como podían, supuesto que no se puede expresar...”[22].

Según Chesterton esto explica la paradójica sustitución, en tiempos de las Cruzadas, de San Eduardo por San Jorge como Patrono de Inglaterra, es decir, el progreso y la ilustración implícitos en el paso de una crónica a una leyenda[23]:

“Cuando un hecho es demasiado grande para la historia, él desborda los hechos circundantes y se expresa en una fábula. Más aún, cuando un hecho es demasiado sólido, su misma solidez rompe el marco de las cosas ordinarias; y sólo puede ser registrado a través de cosas extraordinarias como cuentos de hadas y ficciones de caballería”[24].

 

Crítica del freudismo

Los estudios europeos pusieron además a Castellani en contacto con el freudismo, y según su costumbre, procuró no sólo refutar los errores de esta doctrina, sino también señalar sus aciertos, aciertos parciales, pues aunque Freud fuera un resentido típico contra la Religión y tuviese graves deficiencias filosóficas, su tenacidad para el trabajo intelectual, la amplitud de sus lecturas y su poder de observación eran innegables.

“La Psicanálisis fue inventada por psiquiatras que trataron sobre todo neurosis. La neurosis se caracteriza por turbaciones de la afectividad. De ahí que los psicanalistas se vieron naturalmente llevados a preguntarse, en el trance de componer afectividades desgarradas, cuál es el elemento unificador de la vida afectiva”[25].

Los psicanalistas cometieron dos errores: en primer lugar, pusieron el elemento fundamental en el plano inferior de la naturaleza humana, el de la sensibilidad. Luego, creyeron que lo tendencial (instintos, apetitos) tenían primacía sobre lo cognitivo.

Contra tales afirmaciones hay que decir que la vida afectiva no se ordena desde abajo ni por sí misma, sino que entra en sus cauces normales cuando es gobernada por el espíritu, en primer lugar por el intelecto:

“Podemos retener como indudable la preeminencia del elemento intelectual en la dicha, la cual es un estado habitual en que la afectividad está penetrada por elementos representativos que la unifican.

“La afectividad es rebelde, y lo intelectual la frena; la afectividad es contrapuesta y el intelecto la concilia; la afectividad es movediza y múltiple y la «imagen» o ideal la unifica. La unificación de la vida afectiva es la definición misma de la felicidad, así como la esencia de la tristeza y la desdicha es el desgarramiento pasional, la lucha y la guerra entre las tendencias”[26].

“Y la prueba de este aserto está en el mismo Freud. Él descubrió en sus profundas investigaciones que para sanar una neurosis hay que sacar a la luz el complejo patógeno, hay que hacer la luz en ella: grandísimo testimonio del poder limpiador del intelecto. Al principio, Breuer y Freud creyeron que bastaba sacar a la luz el «trauma», causa remota de la neurosis, para que ella sanara; después vieron que no era así, porque el hombre no es sólo conocimiento sino también tendencia; y el hombre caído es tendencia inferior. Pero basta este descubrimiento (puesto que lo fue) para testificar asombrosamente acerca del poder catártico de la luz intelectual”[27].

El elemento unificador de la vida afectiva es un conocimiento apoyado en el amor verdadero:

“El amor verdadero es el que asciende del instinto a la pasión, de la pasión al sentimiento, del sentimiento a la intuición amorosa y de la intuición al rapto extático, en el cual un ser mortal no ama más a otro ser mortal sino que es absorbido por encima de la mortalidad por una presencia continua de lo Amado, visto continuamente con los ojos del corazón en una «luce intellettual piena d’amore». Entonces el hombre es feliz porque ve visiones[28]. Esto es, participa de la visión del poeta y del místico, y esta participación es accesible a cualquiera con tal que no resista a la “luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.

Digamos de paso que esta crítica vale también para el Marxismo, que por una parte afirma que la economía, causa material de los fenómenos sociales, domina despóticamente toda la vida cultural y religiosa, mas con Gramsci concluye reconociendo que para lograr el triunfo de la Revolución Proletaria es necesario dominar toda la vida cultural y religiosa de un pueblo.

Por desgracia Freud no entendió la contradicción que arruinaba sus aciertos parciales, y por ello hizo de la Psicología (el estudio del alma como principio de vida) la ciencia de la muerte: aunque primero sostuvo el monoinstintivismo, luego admitió una pulsión más honda y poderosa que la sexual: thánatos, la búsqueda del reposo y la paz en la muerte. Freud mismo fue suicida, y su discípulo inglés Jones declara abiertamente que el problema humano es insoluble, pues califica “al Ello (el sustrato más íntimo del alma, el núcleo último de la natura humana) como algo «repelido, activo, bestial, infantil, alógico y sexual». He aquí el viejo dogma maniqueo en su crudeza más cruda”[29].

 

Regreso a la Patria

Castellani volvió a la Argentina en 1935. Aparecía como el único hombre universal que hasta entonces había dado el país, pues además de poseer una seria formación en Teología, Filosofía y Psicología; había mostrado sus dones literarios en poesías, fábulas, cuentos, artículos, ensayos, obras sobre la enseñanza, crítica literaria, una interesante correspondencia. Más adelante escribiría también novelas, cuentos y novelas policiales, teatro, y libros de Exégesis.

Sin embargo, nuestro Autor no estaba dispuesto a ser sólo un notable de “la República de los libros”, pues al igual que San Agustín, no le interesaba lo que los hombres habían dicho sino cuál era la realidad[30]. Había elegido ser un existente, es decir afrontar la vida en función de “una verdad por la cual se pueda vivir y morir [...] una verdad viva y vital”[31].

Ya que el existente está “plantado en la vida como un poste o como un árbol, internado en la realidad total con todas sus raíces, sus ramas y sus flores”[32], él encuentra al prójimo en su camino, advierte sus miserias y las siente como propias:

“Dios me ha hecho la terrible gracia de sentir en mi corazón igual que millares de proletarios argentinos a quienes las durezas de esta época han arrojado en la tentación mortífera del desaliento y la desesperanza. [...]

“Yo no quiero dejar de estar medio loco, mientras el mundo esté como está. Tendría vergüenza de ser feliz («pues los que no son felices ¿cómo pueden ser discretos?»), me repugnaría tener un jardín con flores, una guitarra y un caballo –o un automóvil con muchos bonos[33]–, viendo al mismo tiempo la imagen que hace hoy la tierra, y la figura que hace nuestra tierra. Mientras el Universo esté como está, prefiero estar sin Dios en el corazón, porque es evidente que Dios no ha sido hecho para mí solo. Mientras yo sufra penurias, al menos estoy seguro de consonar con el conjunto y de no ser una nota falsa”[34].

Aunque en apariencia el país era próspero, la situación real era lamentable. La Argentina era “como un cigarro fumado a la vez por las dos puntas”[35]: las nueve décimas partes de las riquezas producidas por la nación eran llevadas al extranjero. En 1919 John Maynard Keynes había afirmado que “el tributo pagado por la Argentina a Inglaterra en el medio siglo anterior era de tipo medieval, e incompatible con la naturaleza humana”[36]. Pero en comparación con el período que corre de 1919 al presente, aquellos años de explotación “medieval” resultan una especie de “belle époque”.

“La cuestión económica y la política exterior, es decir, los dos problemas polos de todo gobierno REAL [...] nos eran dados hechos desde fuera; y para que nos creyésemos Nación, nos dejaban divertirnos, afanarnos y matarnos con los triquitraques sórdidos de la «política interna». La política interna consiste, como es sabido, en el llamado JUEGO DE LOS PARTIDOS, instrumento artificial de una pseudodemocracia, que tiene poquísimo de política real.

“El llamado JUEGO DE LOS PARTIDOS (o libre juego de las Instituciones) consiste simplemente, al final del proceso del régimen liberal, en que NO HAY PARTIDOS. No hay una cosa realmente partida –a no ser la concordia y el bien común de la Nación–, hay una sola cosa real en el fondo con dos trajes, rojo y verde. [...]

“Los partidos liberales, en este proceso que entre nosotros ha sido rápido, tienden a convertirse en una clase de hombres homogéneos moral, intelectual y hasta caractéricamente, que se adjudican como prebenda la función de gobernar, y luchan continuamente –con bastante fealdad– por el poder; en el cual, si las cosas marchan como deben, lo justo es que se vayan turnando, lo contrario sería Totalitarismo. Esta observación, hecha por todos los grandes publicistas contemporáneos –en particular Bagehot, H. Belloc, Cecil Chesterton en The Party System, para no mencionar sino ingleses y «liberales»–, en la Argentina se volvió de evidencia meridiana: no había diferencia esencial alguna en los «programas», en las «plataformas», ni en las «doctrinas». Lo cual no quiere decir no hubieran brutales diferencias en las codicias («quítate tú que me pongo yo»), obcecadas diferencias en los ánimos («nosotros somos los buenos, nosotros ni más ni menos; los otros son unos potros, comparados con nosotros») y vagas diferencias en las tendencias generales profundas. […]

“Tomad un conservador de 1943, empobrecedlo y agriadlo, y tenéis un radical; tomad un radical, hacedlo comecuras, tenéis un socialista. El fondo común de los tres es el LIBERALISMO. [...] Lo que diferencia las tres ramas del Partido Único Trifásico es sólo una hipertrofia de uno de los elementos componentes: privilegio, oposición, resentimiento”[37].

 

La sociedad y la sabiduría

Ahora bien, ¿cuál era la causa última de que una nación rica y con todas las condiciones para convertirse en potencia hubiese aceptado un degradante vasallaje? Castellani afirmó que el sometimiento político y el expolio de la riqueza nacional eran consecuencia de la colonización espiritual de la Argentina:

“Si caímos en redes de foráneos mercaderes, fue porque primero escuchamos silbos de foráneos masones, y el miasma sutil de la herejía había contaminado entre nosotros los intelectos. El Liberalismo antes de ser un mal sistema político y un mal método económico, es una mala teología, es una herejía, una cosa espiritual, que no se puede conjurar del todo sino en su propio centro, que es la región de la estratósfera donde combaten invisiblemente los espíritus”[38].

Para liberarse de esta condición colonial, el país debía llevar a buen término “la etapa de la inteligencia”, ya que “el único remedio es «hacer penitencia» que dice el Evangelio, pero la palabra del Evangelio es «metánoia», que no significa golpes de pecho o de disciplina, sino golpe de mente o «cambio de mate [cabeza]»”[39].

Sin esta penitencia: pensar la Patria y su Historia a la luz de la Sabiduría, era imposible liberar la Argentina del cáncer que roía sus entrañas[40], pues así como el elemento unificador de la vida afectiva individual es el conocimiento apoyado en el amor verdadero, de modo semejante, “la clave de todos los problemas morales” y “último principio unitivo de la sociedad”[41] es un tipo especial de conocimiento llamado “contemplación”: “la ciencia perfecta, viva, cálida, actuante y amorosa de lo religioso”[42], de aquella Verdad por la cual vale la pena vivir y aún morir.

En efecto, la Nación como unidad social depende de “muchos factores, algunos materiales como la geografía, la economía y la raza; otros formales como la religión, un ideal histórico común, y la lengua, que los une a todos. Es difícil asignar cuál es el factor decisivo; digamos que son dos: una agrupación con una cosmovisión”[43], que actúa como principio formal.

La convivencia reclama una ligazón colectiva y ésta es fruto de una emoción común bajo el influjo de un ideal trascendente. La adhesión a una particular visión del mundo es el elemento espiritual que hace posible la fusión social o unión de los ánimos en la sociedad.

“Una creencia común, que por trascendental cubra las diferencias contingentes individuales es el cemento indispensable de una sociedad”[44]. Esta creencia proporciona “las convicciones de la mente, que unen más a los hombres que las convenciones del momento”[45], y de ella brotan “pasiones públicas que tienen un carácter abstracto, casi impersonal”[46].

La creencia común se concreta en un mito social o ideal nacional capaz de proponer una empresa conjunta con alcance universal[47]. “Toda nación para existir decentemente debe tener una misión en el mundo, una idea trascendental que realizar, llamada «el ideal nacional», porque así como el hombre no es fin de sí propio, tampoco las naciones”[48].

La tensión hacia la Luz es la causa decisiva del auge nacional, pues la sociedad crece cuando la percepción del ideal provoca el entusiasmo y lanza al hombre a la aventura:

“Agudísima fue la conocida cifra política de Saavedra Fajardo: una flecha vertical y debajo el lema: «O sube o baja». Eso es una sociedad. No es una cosa sino un movimiento. Es en todo instante algo que viene de —y va hacia. Córtese por una hora la vida de un Estado civil que lo sea realmente, y se hallará una unidad de convivencia que parece fundada en tal o cual elemento material: sangre, idioma, fronteras naturales. Una interpretación estática nos llevaría a afirmar: eso es el Estado. Pero pronto advertimos que esa agrupación humana está haciendo algo en común: conquistando otros pueblos, defendiendo sus intereses, fundando colonias, independizándose o federándose. Es decir, que en toda hora está superando el principio material de su unidad. Ese términus ad quem define un Estado”[49].

La entrada de Italia en la Guerra Mundial hizo que Mussolini, hasta entonces díscolo socialista, pasara al nacionalismo extremo. Chesterton expuso la razón de esta suerte de acrobacia espiritual, ejecutada también por otros líderes socialistas europeos: el Socialismo era tan universal como una aritmética, y los que se adherían a él podían llegar a la fría concordancia de quienes admiten que dos y dos son cuatro. Pero cuando sobrevino la crisis, esta aritmética no logró imponerse a todo el mundo, y la causa de ello no fue el terrorismo militar ni la cobardía para resistir la presión social, sino el carácter simplista del dogma que reduce todos los conflictos a la lucha de clases, e ignora que el carácter único e indivisible de la Nación es dado por el espíritu: “Cuando una nación encuentra un alma, la reviste con un cuerpo, y actúa en verdad como una cosa viviente”[50].

Y el alma siempre vive de una mística, aunque no siempre ésta sea de buena ley:

“Así como el orden jurídico se apoya en el orden moral, y todos los juristas del mundo con las leyes más refinadas no ordenarían un país de hombres depravados; así el orden político se apoya en el orden religioso y toda sociedad real toma consistencia de una religión verdadera, de una religión falsa, o de los restos monstruosos de ambas. Lejos de haber contrariedad esencial entre la mística y la sociedad, como la tesis maniquea de Grey Eminence de Huxley pretende, toda sociedad ha sido organizada desde la mística”[51].

 

La lámpara bajo el celemín

Pues bien, en los hechos la Argentina no era independiente porque la falta de Sabiduría había oscurecido la percepción de la creencia común, y así sus dirigentes “cayeron en la tentación que ahora llaman «progresismo»; o sea, de vender el alma al diablo y las riquezas del país a los Malditos, a cambio de un aparatoso progreso técnico, al cual pagamos escandalosamente caro y no conseguimos entero, pues todavía estamos subdes, según nos echan en cara. No negaré que hicieron progresar al país, aunque perdieron su alma (y la de ellos, probablemente); si ya no es que el país progresó a pesar dellos”[52].

“La Argentina es un país independiente en parte. No será del todo independiente mientras no sepa pensar sola. […] Una Nación ya no es más en ningún modo factoría, cuando tuvo ya el cerebro despegado, no antes cuando sólo los miembros están sin ligamentos; como un racional es hombre total, hombre «in actu completo», como observa Santo Tomás, sólo cuando piensa, no cuando duerme, come o divaga […].

“¿Tenemos ya ese mínimun de cabeza para el gasto? Ojalá yo me equivoque, pero no. En las disciplinas artísticas, en las disciplinas científicas, en Medicina, en Ingeniería, quizá. Posiblemente. Yo no lo sé. Es más fácil: creo que sí. Mas en los saberes filosóficos y morales, no. En Política, no. En Sociología, no. En Filosofía, no. En Teología, no. En Humanismo, no, y mil veces no. Es decir, sabemos ya un oficio, pero no sabemos Los Oficios, que dijera Cicerón: sabemos el oficio de Obrero pero no todavía el oficio de Hombre. Sabemos ganarnos la vida, y servir a la Vida; pero no sabemos aún para qué sirve la Vid a”[53].

“Los norteamericanos tienen una gran literatura porque tienen Universidades, y por eso también son Nación Imperial. Latinoamérica carece de una gran literatura –y de muchas otras cosas– porque no tiene Universidades; lo que hay entre nosotros con ese nombre no me toca a mi calificarlo: ya lo han hecho por lo demás los que las conocen por dentro. […] La alta vida intelectual no es un lujo para una Nación –no hablo de colonias y factorías–: es una necesidad. El poseer sabios es antes que el poseer máquinas, cosas que sabían nuestros padres y que vio no solamente Tomás de Aquino y Alfonso I y Rosmini y Newman, sino hasta Enrique VIII, y, si me apuran, hasta Eisenhower, Rector de una Universidad y ganador de una guerra. […] Nación sin alta vida intelectual es Nación descabezada, y una gallina con la cabeza cortada puede disparar[54] bastante en todas direcciones y hasta cacarear, para al fin desangrarse y caer”[55].

Pero la raíz más honda de la derrota nacional no era el fracaso de la Universidad en dar al país una Alta Cultura, sino la omisión de la Iglesia Argentina, entregada casi por completo a la exterioridad religiosa:

“Toda o casi toda la vida religiosa se dirige aquí a la exterioridad. Hay un cuerpo y un alma; el cuerpo es la exterioridad del alma; en un árbol hay savia, hay tejido leñoso y corteza: la savia es la interioridad del árbol. Si en un árbol amengua la savia y se hipertrofia la corteza, perece el árbol: o por lo menos no da fruto. La Iglesia Argentina está tan exteriorizada como lo estaba la Iglesia Alemana en tiempo de Lutero –o más–”[56].

Lo más profundo de la enfermedad argentina es la subversión del orden en las jerarquías espirituales. Es peor que un desorden, es un in–orden, una «INORDINATIO», como caminar con las manos al suelo y los pies en el aire. Pues el desorden social más peligroso no es la inercia de los no–valores o la resistencia de los valores ínfimos («la rebelión de las masas»), sino la subversión de los valores medios contra los valores sumos: algo parecido a la rebelión de los ángeles. Los «Pastores», por ejemplo, toman al «Doctor» (para usar el lenguaje de San Pablo) y quieren emplearlo en su propaganda, y, al negarse él, lo matan, si pueden. El mismo caso de Cristo: la Ley se rebeló contra la Luz: y no era la anti–ley, era la Ley. Los que asesinaron a Jesucristo no eran asesinos vulgares: ellos «creían hacer obsequio a Dios.» ¿Cómo cayeron en tal aberración? San Juan lo explica: «Porque Él era la Luz, y la Luz vino al mundo, y ellos a la Luz no la recibieron».

“Se trata al principio de un simple acto negativo, de un pecado de omisión. Después vino todo lo demás”[57].

En este pasaje Castellani no sostiene que el Doctor sea superior al Pastor, sino que se refiere a los Pastores argentinos, quienes habitualmente olvidan que la tarea de escrutar e impartir la Verdad Vital fue confiada por el Señor ante todo a los Obispos: “Id, pues, y ENSEÑAD a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”[58]. San Pablo afirma no haber sido enviado por Cristo a bautizar, sino a enseñar[59], y en Efesios menciona a los “Pastores y Doctores”[60], ideal que tuvo su concreción perfecta en San Agustín. Fiel a esta Tradición, Santo Tomás afirma que “enseñar, esto es, exponer el Evangelio, incumbe al Obispo, cuyo acto propio es perfeccionar [...] y perfeccionar es lo mismo que enseñar”[61], e idéntica doctrina inculca San Pío X: “Apacentar es, ante todo, adoctrinar”[62].

Cuando era Cardenal, el Papa Benedicto XVI escribió:

“Mi comprensión personal de la fe raramente la he encontrado tan sintéticamente expresada como en la frase de Tertuliano: «Christus veritatem se nominavit, non consuetudinem»[63]. La fe, como la entiende el Nuevo Testamento, no es otra cosa más que una apertura incondicionada e ilimitada a la verdad. Por lo tanto, según nuestra convicción, está en el camino que lleva a la fe aquél que busca totalmente la verdad, aquél que busca toda la verdad y no tiene miedo de aquella siempre renovada autocrítica y de aquella autosuperación que exige el camino hacia la verdad […].

“Naturalmente ahora se nos puede preguntar: ¿el Cristianismo ha permanecido fiel a este punto de partida? ¿Es él, hasta el día de hoy, lugar de la verdad, o, en cambio, vive sustancialmente, por la permanencia de la costumbre?”[64].

Apliquemos estas reflexiones del actual Papa al estado de los estudios sacros argentinos, según lo que Castellani escribe en “Los Curas Proletarios”[65]:

“El argentino tiene una religión sentimental y pueril, cuando no meramente política. Aquí no se ha producido en tantísimos años de catolicismo un solo libro eximio acerca de la religión, porque el argentino, incluso el sacerdote, no piensa su religión; lo cual es casi igual que decir que no la tiene; ¡y con tantos deanes, tantos canónigos, tantos prelados, tantos profesores y «doctores», tantas becas y prebendas, tantos edificios enormes, tantas bibliotecas intonsas!

“Ramiro de Maeztu ha escrito (Defensa de la Hispanidad): El bachillerato enciclopédico en Sud América no consigne formar sino legiones de almas apocadas, que necesitan del alero de una oficina pública para ganarse el sustento; eso son muchísimos sacerdotes en nuestro país: oficinistas. Los espléndidos atributos del «sacerdote» que hallamos en la Escritura y los poetas profanos (como Baudelaire) no les son aplicables.

“Con gran despliegue de grandes edificios, de ostentosas ceremonias y falsos «doctorados» la burocracia eclesiástica lanza a la circulación almas sacerdotales apocadas, hombres que no parecen hombres, y que en realidad son esclavos, «incapaces de la amistad», como dijo Aristóteles del esclavo; porque dependen para su sustento absolutamente de su «oficina» de que puede privarlos sin ambages ninguno en cualquier momento la voluntad del Obispo y echarlos a la vía, con una «suspensión» justa o no; que en eso no hay ni control ni apelación ninguna posible. Aquél que come su pienso de las manos de un amo arbitrario, no es libre. El que no es libre no puede ser sacerdote, en el Verdadero sentido de esa palabra […].

“Sin que creamos que el método marxista explique todos los fenómenos sociológicos, explica, sin embargo, como «causa material» este problema que está en el tapete y en la consideración de todos los avivados: la Iglesia Argentina enseña latín y aquí no ha habido un solo gran latinista; enseña griego y no hay helenistas; enseña hebreo, y la cátedra de hebreo de nuestra Facultad máxima, la tiene que ocupar un Rabino; y bien ocupada por cierto.

“Se enseñan cinco años de letras humanas y no hay sacerdotes escritores, ni siquiera buenos oradores; se enseñan (?) tres años de filosofía, y no hay filósofos clérigos: Alejandro Korn[66], un médico, tiene que inaugurar la filosofía argentina. No hay teólogos, no hay escrituristas, no hay juristas sacros, y, sin embargo, se pretende enseñar todo eso, y se pide al Gobierno sumas ingentes con ese pretexto. No hay un solo libro bueno sobre esas materias producido en el país en toda su historia; que depende por tanto en eso de la producción extranjera. Todo esto depende de inmediato de los malos estudios, o de la mistificación y la haraganería en las «Universidades» eclesiásticas; y en el fondo, del mal uso de los bienes eclesiásticos, del nombramiento politiquero y tortuoso de los Obispos, de la intromisión y prepotencia de algunos «Nuncios» extranjeros, de la angurria vegetativa de algunas órdenes religiosas desordenadas y mal gobernadas. En suma depende, como dijo poco ha el senador Mac-Carthy hablando de otro asunto «de un aparato burocrático que se ha vuelto pesado, rígido y ciego, que oprime en vez de ayudar, y que ya no responde al objeto para que fue instituido»”.

La rutina obtenía su máximo triunfo en el campo de la liturgia mecanizada, pues los sacerdotes olvidaban que “los ritos del culto no son lo esencial de la religión; son los medios, son los instrumentos que Dios nos da para llegar a Su Realidad”[67], y este olvido hizo que el pueblo se apartase del Templo:

“Los sacerdotes […] se han vuelto malos actores, puesto que representan a Dios de una manera inconvincente. El Hijo de Dios representó a Dios, según Clemente Alejandrino, […] el Hijo de Dios fue el actor de Dios. Pero los actores de hoy lo representamos mal: la gente no ve más lo divino a través de nosotros. […] Y la gente tiene más emociones religiosas en el cine; viendo Juana de Arco o Las Campanas de Santa María, y demás cintas permitidas por la Acción Católica. […] En suma, la religión nos promete la otra vida; pero no vemos la irrupción de la otra vida en esta vida”[68].

 

Nubarrones en el horizonte

La esterilidad intelectual de la Iglesia Argentina era un signo ominoso, porque “el abandono de los estudios sacros marca el descuido de la oración. Llamo estudio no a la mera erudición ni al farragoso memoreo, sino a la lucha viva del pensamiento por la verdad; pensamiento creador, si es posible –no el «contar los pelos de la cola de la esfinge»–”[69].

También presagiaba tormentas la momificación de la liturgia. En efecto, Cristo no había venido a suprimir la Ley sino a perfeccionarla[70], lo que incluía la superación de ceremonias y ritos de la Antigua Alianza. Pero mientras Él mismo había celebrado la Última Cena en el marco de los ritos judíos, la tarea de desarrollar una liturgia específicamente cristiana fue obra de grandes Obispos, cuya contemplación les permitió plasmar el culto de la Nueva Alianza:

“Los grandes Obispos que inventaron la liturgia católica [Basilio, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Andrés de Creta] eran hombres que tenían una idea alta y teológicamente refinada de la Inefable Deidad, incomunicable a la plebe. Eran teólogos o filósofos o místicos o poetas; y por lo mismo que la poseían, les fue dado encarnarla mal que mal en los envoltorios sensibles de gestos, actitudes. Oraciones, fiestas y ceremonias; a través de lo cual ella llega como puede a todos”[71].

Mas ahora los Pastores se contentaban con un clero que reducía la religión a prácticas externas: profesión de fe, oraciones vocales dichas automáticamente, ritos y ceremonias[72].

“Si el fin del sacerdote fuese hacer ceremonias, largar bendiciones o inaugurar iglesias feas, todas esas ceremonias se pueden aprender en menos de seis meses; y no tendrían sentido los largos años que la Iglesia prescribe para esa vocación, hoy día «carrera» , cuando no negocio. «Hemos puesto la religión en las escuelas; sería conveniente llevarla también a las iglesias», dijo don Pío Ducadelia.

“Lo menos que se puede pedir a un cura por oficio es que sepa predicar el Evangelio. Supuesta por otro lado la fe, el saber hablar en público y un cierto conocimiento de la Escritura Sacra debería ser un mínimum indispensable para una ordenación sacerdotal. No se ve eso. En nuestras iglesias católicas se predica muy poco; y eso bastante mal, en general. […] [Esto se debe a que] el Evangelio contiene misterios; los misterios son el objeto de la Fe; la Fe hoy día es lo difícil. Esquivando la paradoja y la angustia de la Fe, la carrera de pastor de almas se vuelve relativamente fácil, reducida al pastoreo de ceremonias”[73].

La estructura política del país se deshacía porque la organización del pueblo, los lazos que vinculan entre sí a los individuos y familias, habían sido destrozados por la falta de religión formada[74]. Ya que la contemplación religiosa es la esfera inmóvil que rige el movimiento de la política y la economía, subordinadas a la primera, Castellani pensaba que nuestra Patria buscaría violentamente un nuevo principio primero del equilibrio social[75], equilibrio que hasta el presente la Argentina no ha encontrado ni encontrará hasta que tome en cuenta la palabra del Profeta: “Y quitaré de entre ellos el Vidente y el Jefe, y se echarán el uno contra el otro”[76].

La Iglesia misma sería golpeada. Esto se verificó en 1955 cuando fueron incendiados varios templos porteños y la Curia Arzobispal[77]. Pero Castellani veía más allá: ya que el Cristianismo anémico se encaminaba a ser una cáscara y una apariencia, y la mayor parte de los argentinos se contentaban con ser “calmosos feligreses de una religión aguada, que no la conoce ya ni el Cristo que la fundó”[78], el vacío sería llenado por un espíritu impuro: el Naturalismo religioso, que convierte los dogmas en mitos y retuerce hacia el hombre el insuprimible impulso adoratorio que brota de nuestra naturaleza:

En Su Majestad Dulcinea, novela que comenzó a escribir a principios de 1946, previno a los fieles contra el intento universal por hacer del Cristianismo una religión humanista y progresista –el Neocatolicismo o Catolicismo Vital–, cuya liturgia adora al “nuevo Dios «go-go», que no es adorado «en espíritu y en verdad» , sino más bien «en la alegría de vivir»”[79].

“¿No se da cuenta Ud. lo que hay en el fondo de esos cultos que comienzan a parecerle ridículos? Es la Adoración del Hombre –el pecado más grave que pueda cometerse en la tierra–, porque el odio a Dios ya no es propio de la tierra, ¡es del Infierno! Es una herejía sutil que domina hoy por todo el mundo”[80].

Una vez más lo que entonces sostuvo Castellani –y muchos consideraron “locura”– coincide con juicios del Sumo Pontífice, quien observa que en nuestro tiempo la liturgia “a veces se concibe directamente «etsi Deus non daretur»: como si en ella ya no importase si hay Dios y si nos habla y nos escucha. Pero si en la liturgia no aparece ya la comunión de la fe, la unidad universal de la Iglesia y de su historia, el misterio de Cristo viviente [...] entonces la comunidad se celebra a sí misma, que es algo que no vale la pena”[81].

 

Destierro y expulsión

Nuestro autor escribió varias cartas a los Profesos jesuitas argentinos sobre las deficiencias del gobierno ejercido por el Provincial, P. Tomás Travi, que éste consideró subversivas; envió también informes a Roma sobre la pésima formación que los futuros sacerdotes recibían en los Seminarios. La Jerarquía decidió terminar de una buena vez con “el problema Castellani”. El Cardenal de Buenos Aires, Santiago Copello, lo separó del Seminario en 1946; el año siguiente Castellani fue desterrado a Manresa y expulsado de la Compañía de Jesús en 1949. A los cincuenta años y con más de treinta de vida religiosa, se encontró en la calle, sin medios de vida, infamado y con graves tormentas en su alma. Su condición era la que Simone Weil llama “le malheur”: un estado casi infernal en el cual Dios pone a muy pocos, y el Diablo pone a bastantes[82]. Se vio gravemente tentado de abandonar la Iglesia, pues “el choque fue como para no dejarte una ilusión a vida. Encontré que en mi caso no se veía por ningún lado la bondad y la santidad, sino al contrario”[83].

 

El juego del ganapierde

Mas “la fe no se movió un jeme”[84], y ella le permitió descubrir que “la hora de la tribulación es también la hora de la esperanza”[85] para quien mantiene “la esperanza absurda en Dios, como la del padre Abraham; porque Dios ama amanecer por lo más oscuro”[86].

Aunque la Iglesia y la Argentina lo habían reducido a la condición de paria y veía claramente que tal situación se mantendría largo tiempo[87], Castellani redobló la apuesta: “Pongo mi obra de escritor en manos de Dios y ve remos qué pasa”[88].

Un Obispo manifestó que nuestro autor era un imbécil, pues a pesar de la sañuda persecución, seguía trabajando “para nosotros”. Pero se equivocaba, pues Castellani trabajaba para Cristo, y no para “atraer a los fieles a las pobres personas de los Magnates”; y por otra parte, con su ignaciano servicio al Rey de Reyes, no sólo hacía penitencia por sus pecados, sino también luchaba para que la misma Iglesia alcanzase la purificación definitiva:

“La Iglesia […] mientras milita en la tierra consiste en un esfuerzo constante […]; en una especie de gigantesca empresa de quemazón de basuras, lo cual presupone la existencia de basuras, pero una existencia que no se acepta y contra la cual se lucha. Si no hubiese existido Savonarola al frente de Alejandro VI, estábamos perdidos; pero existió Savonarola.

“La santidad de la Iglesia es como una lejía: es una cosa dinámica y no estática: es un devenir, una lucha, una ascensión interminable. Aparentemente interminable; pero que termina. «He aquí que haré nuevos cielos y nueva tierra», dice Dios[89]. Terminará algún día”[90].

 

Jauja

En su poema Jauja Castellani simboliza esa lucha para “llegar a ser lo que somos, edificar nuestro destino, devenir lo que Dios soñó de nosotros, es decir, obedecer a nuestra Vocación, a nuestro particular llamado de arriba”[91], lucha que es también de toda la Iglesia. En el poema, nuestro autor retoma un antiguo tema literario, el viaje a las Islas Afortunadas, pero con esta modificación: para llegar a puerto, es necesario aceptar el naufragio:

“Yo salí de mis puertos tres esquifes a vela
Y a remo a la procura de la Isla Afortunada,
Que son trescientas islas, mas la flor de canela
De todas es la incógnita, que denominan Jauja.
Hirsuta, impervia al paso de toda carabela,
La cedió el Rey de Rodas a su primo el de León,
Sólo se aborda al precio de naufragio y procela
Y no la hallaron Vasco da Gama ni Colón […].

“Surqué rabiosas aguas de mares ignorados,
Cabalgué sobre olas de violencia inaudita
Sobre mil brazas de agua con cascos escorados,
Recorrí la traidora pampa que el sol limita.
Desde el cabo de Hatteras al golfo de Mogados,
Dejando atrás la isla que habitó Robinsón,
Con buena cara al tiempo malo y trucos osados
Al hambre y los motines de mi tripulación […].

“Me decían los hombres serios de mi aldehuela:
«Si eso fuera seguro con su prueba segura,
También me arriesgaría, yo me hiciera a la vela,
Pero arriesgarlo todo sin saber es locura…»
Pero arriesgarlo todo justamente es el modo
Pues Jauja significa la decisión total,
Y es el riesgo absoluto, y el arriesgarlo todo
Es la fórmula única para hacerla real […].

“Busco la isla de Jauja de mis puertos orzando
Y echando a un solo dado mi vida y mi fortuna;
La he visto muchas veces de mi puente de mando,
Al sol del mediodía o a la luz de la luna.
Mis galeotes de balde me lloran: «¿Cuándo, cuándo?»
Ni les perdono el remo ni les cedo el timón.
Éste es el viaje eterno que es siempre comenzando
Pero el término incierto canta en mi corazón”.

 

Palos porque bogas…

La victoria en y a través de la aparente derrota se refleja en el carácter extraño del ataque soportado por Castellani desde que volvió de Europa con sus títulos y enormes ganas de trabajar por la Iglesia y el país, pues los golpes venían de las posiciones más encontradas: le colgaban el sambenito de nazi por sus artículos en Cabildo durante le Segunda Guerra Mundial, mientras que muchos nacionalistas sostuvieron con Zuleta Álvarez que nuestro autor se había refugiado en un estéril profetismo apocalíptico “que vuelve intrascendente las preocupaciones políticas”[92]. Decían que era antijudío, pero un artículo suyo fue rechazado por Cabildo “porque era demasiado favorable para los judíos”. El escritor Israel Zeitlin, (alias César Tiempo) le confesó: “Bien sabe Usted que no improviso mis sentimientos de devoción, amistad y admiración, pues desde que empecé a leerlo, empecé a quererlo, respetarlo, admirarlo y difundirlo”[93]. Además, la hija del poeta judeo-argentino Carlos Grümberg escribió a Castellani una carta para manifestar su gratitud por la alabanza que nuestro autor había tributado a la obra de su padre.

Mientras los socialistas veían en él un representante del pensamiento oligárquico, muchos conservadores lo atacaban por su doctrina socializante. Por ello, en uno de sus ensayos, Castellani se rió de sí mismo llamándose “el Cura Comunista”. Algunos sostienen que favoreció al Progresismo, ya que sus críticas a la Iglesia Jerárquica y al Régimen Liberal dieron argumentos a los curas tercermundistas. Pero en el volumen publicado con ocasión del los cien años del Seminario porteño, un Cardenal y un Obispo progresistas lo consideran un representante de la Iglesia preconciliar, cerrada y retrógrada. Lo acusaban de no hablar sino de sí mismo, mas a éstos se les escapaba que el relato de sus desgracias había sido convertido “en veta de «creación», producción poética”[94]. Y como bien señaló el P. Petit de Murat, es el único que nos ha enseñado a contemplar todo desde la más alta Sabiduría.

Borges lo despreció como un autor de novelas policiales, y Castellani fue el crítico literario que mejor juzgó los méritos, limitaciones y miserias de Borges y su obra. Tras su expulsión de la Compañía de Jesús, muchos curas y clericales dijeron que había perdido la fe, y por ello el intelectual comunista Leónidas Barletta lo invitó a salir públicamente de la Iglesia y dedicar el resto de su vida a la lucha por la justicia social, mas Castellani le respondió con Ideal Comunista e Ideal Cristiano, una extraordinaria apología de la fe.

Decían que era “profeta de calamidades”, y que sus libros mataban la esperanza, pero a través de todas sus páginas resuena la afirmación absoluta de Cristo: “¡No temáis!: Yo he vencido al mundo”[95]. Quienes habían descuidado la Palabra de Dios para entregarse a la administración y la política lo acusaban de “meterse en política”, mas el escritor Roque Raúl Aragón afirmaba que los hombres de su generación habían quedado enormemente sorprendidos al ver que Castellani ponía la religión en la vida.

¿Qué clase de monstruo era quien podía reunir en sí, al mismo tiempo y respecto, tantas notas contradictorias?

 

Religioso y estudiante, religioso por delante

En primer lugar estas acusaciones manifiestan la estatura intelectual de quien había suscitado tamaño aborrecimiento. Mientras la enseñanza que se imparte en nuestras aulas, verdadero “crimen nacional”, hace a la mayor parte de los argentinos incapaces de entender las cuestiones fundamentales, Castellani había cultivado su gran inteligencia con estudios serios, y por ello el hombre que comprendía el país y la época resultaba un personaje enigmático, “loco” para quienes vivían entregados al “macaneo”[96].

Podemos así aplicar a Castellani lo que Chesterton reflexionó sobre William Cobbett: para que alguien resulte blanco de tan diversas inculpaciones, es necesario que haya rodeado a los hombres de su tiempo de un modo bastante curioso, pues lo que en realidad constituye un movimiento envolvente es percibido por casi todos como una carga alocada de caballería. El hombre que realiza tal movimiento puede ser imprudente, pero ciertamente no es estrecho, porque está contemplando la situación desde una serie de puntos de vista diferentes al mismo tiempo, puntos de vista que nadie entonces piensa en combinar. Y esto da testimonio de su grandeza, porque un hombre es grande cuando podemos tirar golpes en cualquier dirección y hallar en todas partes, y más allá de la nuestra, la amplitud de su mente[97].

Si “el libro más grande del mundo, lo escribió un manco en España”, de modo análogo podemos decir que con un solo ojo, Castellani vio más que el resto de los argentinos juntos.

Pero la contradicción suscitada por nuestro autor no se debe única, ni principalmente a la excelencia de su intelecto y al nivel de sus estudios, sino sobre todo a que “ante Cristo la reacción necesaria es, o el escándalo, o el salto osado de la fe”[98]. Mientras “el mundo argentino de hoy no niega el Cristianismo, no se escandaliza delante de él –y no lo practica”[99]–, sino que se hace “prosélito de una religión pastelera, […] un poco de moralina y un poco de mitología; y ella es lo bastante razonable y maleable para adaptarse «a las exigencias de la vida» –es decir, a las exigencias del mundo”[100]–, Castellani, por el contrario, aceptó que “la relación del hombre con Dios es un Absoluto, una cosa que introduce la Eternidad en el Instante”[101].

Por supuesto, los hombres serios de su aldehuela estimaron locura el arriesgarlo todo, y no trataron con delicadeza al visionario. Mas las ofensas, humillaciones y la persecución, que pudieron llevarlo a la muerte –o algo peor[102]–, no impidieron que, con el gesto total de la Fe viva, Castellani aceptara la irrupción de la otra vida en esta vida para unirse en noche oscura al Huesped Interior.

Ése fue el termino incierto que cantaba en su corazón, invitándolo a colmar el ansia de un no se qué imposible que lo había espoleado desde niño; y la fidelidad al llamado le permitió sacar buen partido del naufragio seguro, pues no sólo acrisoló su Fe e hizo de él un Testigo de la Verdad, sino que además le inspiró la composición de una obra eximia, que es al mismo tiempo comentario de su aventura espiritual y fuente de luz para la Iglesia y la Patria.

 

[1] El Ruiseñor Fusilado, Penca, Buenos Aires, 1975, pág. 48.

[2] Una Gloria Santafesina: Horacio Caillet Bois, Vida y Obra, pág. 31.

[3] Introducción a Historias del Norte Bravo.

[4] La Muerte de Martín Fierro, Penca, Buenos Aires, Canto II, pág. 41.

[5] “Lujuria”, en Fábulas Capitales (Historias del Norte Bravo).

[6] Una Gloria Santafesina…, págs. 18-19.

[7] Ibid, pág. 29.

[8] Ibid, pág. 30.

[9] Hernández, P. J., Conversaciones con el Padre Castellani, Colihue-Hachette, Buenos Aires, págs. 30-31.

[10] Trabajo de tesis del P. Luis Costaguta, Introducción (en preparación).

[11] Psicología Humana, Cap. IV, Jauja, Mendoza, 1997 (segunda edición), págs. 106-107.

[12] Cuando el P. Costaguta consultó la base de datos de la Biblioteca Nacional de Madrid, en el 2008, sólo encontró dos obras –en francés, sin traducción española– de Jousse, autor de más de 20 libros y memorias. En castellano, dicha base de datos sólo menciona a Jousse en la traducción de un libro francés: L’Enfant Mimeur, de Françoise Fromont, hecha por Montserrat Kirchner.

[13] Nota manuscrita en “Lugones, Prosa y Verso”, Revista Criterio (no tenemos la fecha de publicación; el autor fecha la nota el 12-X-1935).

[14] Psicología Humana (segunda edición), Jauja, Mendoza, 1997, pág. 106.

[15] También los poemas homéricos, que en el siglo VI antes de Cristo, el tirano ateniense Pisístrato mandó poner por escrito.

[16] Los Papeles de Benjamín Benavides, Parte Tercera, Cap. II, Dictio, Buenos Aires, 1978, págs. 232-234.

[17] Trabajo de tesis del P. Luis Costaguta, Introducción (en preparación).

[18] Castellani, nota 2 a Suma Teológica, I, Q LXVIII, a 3, c, Club de Lectores, Buenos Aires, T III, 1988, pág. 235.

[19] Castellani, nota 1 a Suma Teológica, I, Q LXXIV, a 3, ad 7m., Club de Lectores, Buenos Aires, T III, 1988, pág. 276.

[20] “La Pantomima”, en El Hombre Común, Lohlé-Lumen, Buenos Aires, 1996, págs. 52-53. (La cita está abreviada).

[21] “Jorge Guillén”, en Crítica Literaria, Dictio, Buenos Aires, 1974, pág. 327.

[22] Su Majestad Dulcinea, II.ª Parte, Capítulo X, Buenos Aires, Patria Grande, 1974, pág. 218.

[23] Pequeña Historia de Inglaterra, Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires, 1946, Cap VI, pág. 67.

[24] Chesterton, G. K., The Resurrection of Rome, C. III - The Pillar of the Lateran, Ignatius, San Francisco, 1990, Vol. XXI, pág. 331.

[25] Psicología Humana (Segunda Edición), Jauja, Mendoza, 1997, Excursus VII, La Plenivivencia, págs. 149-150.

[26] Apuntes de Psicología, Cuaderno 4, 1943, “Preeminencia de lo Intelectual” (inédito).

[27] “Psicanálisis”, en Freud, Jauja, Mendoza, 1996, pág. 27.

[28] Filosofía Contemporánea, “Klages” (inédito).

[29] El Evangelio de Jesucristo, Resumen de Todo lo Dicho, II – La Doctrina, Dictio, Buenos Aires, 1977, pág. 474.

[30] San Agustín y Nosotros, Cap. II, Jauja, Mendoza, 2000, pág. 33.

[31] Ibid.

[32] Ibid.

[33] Entonces la gasolina estaba racionada y sólo quienes tenían influencia conseguían bonos y podían usar el automóvil.

[34] “Elegía en un Desierto”, en Cabildo, 27-X-44; Decíamos Ayer, Buenos Aires, Sudestada, 1968, pág. 221.

[35] “Directorial” de la Revista Jauja N.º 25-27, enero-marzo de 1969.

[36] Irazusta, Julio, Balance de Siglo y Medio, Editorial Independencia, Buenos Aires, 1983, pág. 110; cita Las Consecuencias Económicas de la Paz.

[37] “La Argentina de 1943 y de Hoy”, en Seis Ensayos y Tres Cartas, Dictio, Buenos Aires, 1978, págs. 164-165.

[38] “Un Gran Poema Patrio”, en Crítica Literaria, págs. 361-362.

[39] Diario, 28-VIII-59.

[40] Ibid.

[41] “Directorial” de la Revista Jauja, N.º 4, abril de 1967.

[42] San Agustín y Nosotros, Jauja, Mendoza, 2000, pág. 242.

[43] Cuaderno de apuntes de “Estudios Sociales y Económicos Argentinos”, Sexto Año Normal, 1950.

[44] Castellani, “El Culto de los Muertos”, en Castellani por Castellani, Jauja, Mendoza, 1999, pág. 255.

[45] Chesterton, “The Giants of the Victorian Age”, en The Illustrated London News, 26-II-1927, Coll. W. T. XXXIV, pág. 262.

[46] Chesterton, “The Age of Reason”, en The Illustrated London News, 23-X1926, Coll. W. T. XXXIV., pág. 188.

[47] “Filosofía Argentina”, en Dinámica Social, N.º 9, mayo de 1951, págs. 19-20.

[48] “El Derecho de Gentes”, en Decíamos Ayer, pág. 143.

[49] “Cartas a los Religiosos – Sobre el Gobierno”, en Cristo y los Fariseos, Jauja, Mendoza, 1999.

[50] Chesterton, “The Tower of Bebel”, en Utopy of Usurers and Other Essays, Ignatius Press, San Francisco, Coll. Works, T V, págs. 489-492.

[51] “Libros Políticos”, en Decíamos Ayer, págs. 39-40.

[52] “Directorial” de la Revista Jauja, N.º 25-27, enero-marzo de 1969.

[53] “¿Somos Independientes?”, en La Reforma de la Enseñanza, Vórtice, Buenos Aires, 1993, págs. 123, 127.

[54] Echar a correr huyendo.

[55] “Literatura y Universidad”, en Nueva Crítica Literaria, Dictio, Buenos Aires, 1976, págs. 230-231.

[56] San Agustín y Nosotros, Jauja, Mendoza, 2000, pág. 253.

[57] “Politización y Amoralidad en la Argentina”.

[58] Mateo 28, 19.

[59] I Corintios 1, 17.

[60] 4, 11.

[61] Suma Teológica, III, Q. 67, art. 1, ad 1m., art. 2, ad 1m.

[62] Acerbo Nimis.

[63] Cristo dijo ser la Verdad, no la Rutina.

[64] “¡Qué ladino es el diablo!”, en Esquiú, 19-II-1984, pág. 34.

[65] Dinámica Social N.º 43, mayo de 1954; Las Canciones de Militis, Dictio, Buenos Aires, 1973, págs. 310-313.

[66] Socialista y masón, 1860-1936.

[67] Ibid.

[68] “¿Un Psicanálisis Verdadero?”, en Freud, Jauja, Mendoza, 1996, págs. 191-193.

[69] Castellani, Diario, 1947, pág. 4.

[70] Mateo 5, 17.

[71] Jauja n.° 13, Enero-Febrero-Marzo de 1968.

[72] Psicología Humana, Cap. VIII: La Presencia, Jauja, Mendoza, 1997, págs. 221-222.

[73] “Los Curas Proletarios”, en Dinámica Social N.º 45, mayo de 1954; Seis Ensayos y Tres Cartas, Dictio, Buenos Aires, 1978, pág. 76.

[74] “La Argentina de 1943 y de hoy – ¿La Revolución de Junio es una Revolución Restauradora?”, en Seis Ensayos y Tres Cartas, Dictio, Buenos Aires, 1978, pág. 169.

[75] “Los Emigrados”, en Tribuna, 24-XI-1945.

[76] Isaías 3, 2-5.

[77] Esto había sido “fantaseado al rumbo” por nuestro autor diez años antes de que sucediera.

[78] “Directorial” de la Revista Jauja, N.º 25-27, enero-marzo de 1969.

[79] Ibid.

[80] pág. 182.

[81] Cardenal Ratzinger, Mi Vida, Editorial Encuentro, Madrid, 1997, págs. 124-125.

[82] Carta a María Seeber de Pereda, 10-II-1961; Castellani por Castellani, Jauja, Mendoza, 1999, pág. 189.

[83] “Directorial” de la Revista Jauja, N.º 35, noviembre de 1969.

[84] Ibid.

[85] Diario.

[86] Carta a Ernesto Palacio Doliente (13-II-56).

[87] “Hoy, [ante]último día del año, he estado mirando hacia atrás, estos últimos 10 años (tengo ya cerca de 60). Han sido bien movidos. He pasado hambre, enfermedades y miedo. He temblado delante del fantasma de la invalidez y la miseria. He sido expulsado de mis puestos 5 ó 6 veces. He sido puesto en la ‘listanegra’ de las logias, denigrado y denostado por mis ‘hermanos’ en el sacerdocio, abandonado por mis hermanos carnales. Mis libros han sido ocultados al público, rechazados por editores y libreros, silenciados en la prensa, tengo 3 ó 4 inéditos aún (dos de ellos escritos en Manresa y copiados por Padró [pintor manresano, amigo de Castellani]). Mi nación no me ha valido, soy como un ciudadano de segunda zona. He pasado por pequeños horrores de todas clases, dolores del cuerpo y tormentas del alma” (Carta al pintor manresano Joaquín Talaverón, 30-XII-1957).

[88] Diario, 29-III-56.

[89] Isaías 65, 17. San Juan declara cumplida la promesa en Apocalipsis 21, 1.

[90] El Evangelio de Jesucristo, Dictio, Buenos Aires, 1977, Resumen de todo lo dicho, IV. La Iglesia, págs. 493-494.

[91] Prólogo a La Historia Falsificada, de Ernesto Palacio.

[92] El Nacionalismo Argentino, Ediciones La Bastilla, Buenos Aires, T. II, págs. 735-736.

[93] Carta del 14-VII-1974, cfr. Castellani por Castellani, Jauja, Mendoza, 1999, pág. 377.

[94] “Directorial” de la Revista Jauja, N.º 35, noviembre de 1969.

[95] Juan 16, 33.

[96] Absurdo, desatino.

[97] Cobbet and The Neglected Truth, en The Illustrated London News, 11-VII1925, Coll. W., T. XXXIII, págs. 587, 590.

[98] Castellani, Leonardo, El Evangelio de Jesucristo, Domingo Primero después de Pentecostés, Theoría, Buenos Aires, 1963, pág. 225.

[99] De Kirkegord a Tomás de Aquino, Guadalupe, Buenos Aires, 1973, pág. 84.

[100] “El Cristianismo Absoluto”, en Castellani por Castellani, Jauja, Mendoza, 1999, pág. 327.

[101] Ibid.

[102] “Directorial” de la Revista Jauja N.º 35, noviembre de 1969.