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Número 523-524

Serie LII

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Walter Cardenal Kasper, El evangelio de la familia

Walter Cardenal Kasper, El evangelio de la familia, Santander, Sal Terrae, 2014, 104 págs.

El libro que la editorial jesuita acaba de dar a las prensas contiene –en primer lugar– la ponencia introductoria del Cardenal Kasper, a propósito de cuestiones debatidas de matrimonio y familia, para la discusión en el consistorio del Colegio Cardenalicio, previo al sínodo de la familia, así como –en segundo término– las consideraciones del autor tras la discusión y finalmente un epílogo abierto hacia «qué puede hacerse».

Como quiera que nuestro distinguido colaborador Danilo Castellano ha concedido el pasado 20 de marzo una entrevista al diario milanés Il Foglio, que –aunque resumiendo fielmente su pensamiento– no ha publicado íntegramente sus respuestas, nos parece oportuno ofrecerlas a los lectores de Verbo como comentario de este libro del Cardenal Kasper.

«P.- Una de las palabras más usadas en estos meses de discusiones pre-sinodales sobre la familia es “misericordia”. ¿No existe el riesgo de interpretar mal su significado privándola de valor y atribuyéndola un significado que no tiene?

R. Misericordia, como es sabido, es un término sobre todo de la cultura religiosa judeo-cristiana. Evoca antes que nada la compasión por la miseria moral y espiritual del hombre. Asume también el significado “positivo” de compasión, de participación. En este caso, sin embargo, es siempre una situación negativa la que genera la piedad. De algún modo el mal es la condición del manifestarse de la misericordia. El término continúa usándose en la cultura cristiana contemporánea. Aunque parece que esté sufriendo una transformación sustancial: se entiende, en efecto, que la misericordia comporta la expulsión de la justicia y no sólo su generosa superación.

La cuestión es particularmente delicada en cuanto que también la cultura católica ha empezado a usar el término misericordia con el significado luterano: la misericordia no implicaría el abandono necesario y preliminar del pecado, sino tan sólo la confianza en el hecho de que Dios no lo tendrá en cuenta (pecca fortiter sed crede fortius). El problema se plantea, al menos implícitamente, para las doctrinas teológico-morales que, por ejemplo, a propósito de las convivencias adulterinas (el lamado “segundo matrimonio” de los divorciados), sostienen que puede continuarse viviendo en una condición de pecado y al mismo tiempo estar en paz con la propia conciencia. Dios, en otras palabras, no tendría en cuenta lo que una persona hace, porque sería sólo misericordia. Es una tesis obviamente insostenible. No solamente porque Dios no puede ser injusto, sino también y sobre todo porque por causa del pecado sacrificó a su propio Hijo: si la misericordia debiese entenderse como indiferencia de Dios por el pecado, serían absurdos verdaderamente incomprensibles la Encarnación, Pasión y Muerte de Cristo en la Cruz.

Es de observar, además, que ni siquiera Dios puede borrar los pecados. Puede cargar con ellos, pero no anularlos. Si pudiera borrarse el mal es como si, en último término, no existiera. La misericordia, por tanto, no puede anular ni el bien ni el mal. En este caso se habrían anulado también los “Novísimos” y el magisterio no sólo carecería de sentido sino que constituiría violencia contra el hombre y presunción hacia Dios.

P. Entonces, parece estar usted perplejo acerca de alguna de las tesis de la ponencia Kasper. El cardenal, en efecto, sostiene que “la misericordia no tiene fin para quien la pide” y que “Dios siempre da una segunda posibilidad”. ¿No se corre el riesgo de aguar la enseñanza católica?

R. Es verdad que la misericordia divina es infinita. Pero, aun siendo ilimitada, no carece de criterios. No puede, pues, ser invocada en presencia de un auténtico y perseverante “desafío” a Dios, como ocurriría en el caso de permanencia en el pecado. Los llamados divorciados “vueltos a casar”, por ejemplo, para poder invocar (y obtener) misericordia deben reconocer la propia culpa (como David) y pedir perdón. Es condicio sine qua non de esto el abandono de la condición de pecado. Dios, en efecto, da no solamente “una segunda oportunidad”, sino un número infinito de oportunidades de perdón. No podría perdonar, sin embargo, a quien decide permanecer y obstinadamente permanece en el pecado. La teoría que parece sostener la ponencia de Kasper se aleja, pues, del Evangelio.

Más aún. Va incluso “más allá” de Lutero, porque pretende eliminar el pecado y, por tanto, hacer imposible su comisión. Más que de “aguar” la enseñanza católica de debería hablar de “abandono”, haciendo inútil el mismo magisterio y, en último término, suplerflua la misma discusión sinodal sobre la cuestión.

P. El cardenal Kasper, para sostener su tesis, se remite a la historia, sobre todo a la sagrada. ¿Qué piensa?

R. La lectura de la ponencia plantea diversos problemas. Uno procede de la relación Revelación/historia. Es sabido que hoy se sostiene también que la historia es sustancialmente la epifanía de Dios. Kasper no llega a la conclusión sgún la cual la historia es una sola, toda sagrada, como ha escrito algún obispo (católico) de nuestro tiempo, atribuyendo erróneamente la tesis al Vaticano II (que, en cambio, afirma que uno solo es el Señor de la historia, tanto de la sagrada como de la profana). Entiende, sin embargo, que los contenidos de la Revelación se pueden individuar extrayéndolos de una descripción de la historia “sagrada”, que no presenta todo como modelo que imitar. En otras palabras, incluso para “leer” la historia sagrada es preciso tener la inteligencia del principio. En otro caso la historia se convierte en justificadora de la efectividad (que no es la realidad). Si se aplica la teoría de Kasper, pues, se acabaría por sostener que todas las convivencias serían buenas y tales sólo porque son efectivas. No se podrían “calificar” y, por eso, no se podrían comprender en su sustancial diversidad. La única vía de salida de esta impotencia intelectual estaría en atribuirlas un contenido convencional y, por esto, arbitrario. El hecho es que para “leer” la historia es necesaria la verdad. Para leer la historia sagrada es necesaria la Revelación, no como simple historia sino como principio. El cardenal Caffarra ha planteado bien la cuestión a este respecto. No es, pues, la historia la condición de la Revelación, sino la Revelación la condición de la historia sagrada.

P. ¿Cuál es el riesgo que corre la Iglesia católica si desciende a pactos con el mundo, adecuándose al llamado espíritu del tiempo?

S. La Iglesia, por naturaleza, es madre y maestra. Ni puede hacerse discípula del mundo ni debe seguir las modas de pensamiento y costumbres, pues está llamada a juzgarlas y aun antes a proponerlas. La adecuación al espíritu del tiempo es una tentación antigua que algunos autores fundadamente han llamado “clericalismo”. Es una tentación en que se cae a menudo cuando se intenta “bautizar” doctrinas y praxis a veces claramente absurdas y con el tiempo fracasadas. La Iglesia está llamada a “contestar” al mundo, no a seguirlo. El seguir el espíritu del tiempo marca su fin, aunque sabemos que las fuerzas que se le oponen, incluso las externas, no prevalecerán.

P. ¿Estamos, a su juicio, ante el reconocimiento por la Iglesia de un nuevo concepto de familia que supera (aunque implícitamente) el transmitido por los siglos y remachado por Juan Pablo II?

R. El magisterio de la Iglesia no ha cambiado. Y creo que no puede cambiar. La llamada cultura católica, sin embargo, ha ido más allá. Se ha difundido, por ejemplo, la tesis según la cual no habría indisolubilidad del matrimonio sino solamente de la pareja, que sería tal solamente si y mientras las partes se “sientan” unidas. Parte de la cultura católica, después, está a favor de las uniones homosexuales, en nombre –a veces– del llamado principio personalista, que ha aparecido incluso en recientes y relevantes entrevistas. En este momento la familia sólo es verdaderamente defendida por la Iglesia, aunque algunos hombres de Iglesia hagan todo lo posible para cambiar, en nombre de la doctrina liberal-radical de Occidente, la naturaleza. Los que intentan y quieren “cambiar” la realidad de la familia, de una parte, son ignorantes, y de otra débiles: no tienen ni la capacidad de conocer la realidad (el orden de lo creado) ni la fuerza de resistir el soplo del viento del momento histórico en que viven».

Por la traducción y la transcripción,

Manuel ANAUT