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Número 523-524

Serie LII

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Francisco José Contreras, Catolicismo, liberalismo y ley natural

Francisco José Contreras, Catolicismo, liberalismo y ley natural, Madrid, Encuentro, 2013, 352 págs.

Francisco José Contreras (Sevilla, 1964), catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, se doctoró en 1993 con una tesis sobre «Estado social y derechos sociales: gestación, concepto y justificación», de la que proceden sus libros Derechos sociales: teoría e ideología (1994) y Defensa del Estado social (1996). Tras sendas estancias en Maguncia y Oxford a principios del presente siglo parecía haber trasladado su centro de interés a la filosofía de la historia, con monografías sobre Herder (2004), Savigny (2005) y Kant (2007).

En el presente volumen recoge distintos trabajos publicados con anterioridad, precedidos de un primer capítulo, inédito, sobre catolicismo y liberalismo. Cuatro son las rúbricas en torno de las cuales se distribuyen los materiales que reúne el libro: Europa, Catolicismo, Liberalismo y Ley Natural. En la primera comparecen el «invierno geográfico», la «abolición del hombre» o las «raíces de Europa», y se examina singularmente el caso discutido de la Constitución húngara. La siguiente –entre otras cosas– examina las relaciones entre la ciencia y la fe, así como la creciente «cristofobia» o el «género» como «ideología de la antidiscriminación». A continuación se las ve con la que considera supuesta superioridad moral de la izquierda y postula como modelo para el centro-derecha europeo el conservadurismo estadounidense. En la última, finalmente, por la que desfilan nombres como los de Rorty, Dworking o Spaemann, pretende confrontar la teoría liberal sobre la razón pública con la doctrina de la ley natural.

El libro, interesante, y con observaciones valiosas, sostiene una tesis radicalmente falsa. La propia cubierta, para que no haya dudas, la refleja: «El modelo político liberal –caracterizado por el gobierno limitado, los derechos humanos y el libre mercado– permitió a Occidente construir a partir de 1800 las sociedades más habitables de la historia. El cristianismo jugó un papel fundamental en ello: el liberalismo aprovechó raíces culturales cristianas». Donosa conclusión de filosofía de la historia: el valor del cristianismo es haber preparado el terreno al liberalismo. Y sigue: «No puede sorprender, pues, que la descristianización y la erosión del Estado liberal hayan progresado de la mano. El futuro del Occidente liberal es incierto. Y este libro analiza diversos aspectos de su crisis: suicidio demográfico, autonegación cultural, marginación de los creyentes, hipertrofia del Estado, hedonismo, dictadura del corto plazo...». Que el liberalismo proceda del humus cultural cristiano no ofrece duda. Como tampoco la hay de que aquél se alzó contra éste. Ya decía Gustave Thibon que se puede saltar al vacío pero no desde el vacío.

Y es que responder a la pregunta qué es el liberalismo –escribía el profesor Danilo Castellano– es al tiempo extremadamente difícil y muy fácil. Lo primero porque es una doctrina compleja y articulada que, cuando pasa a la praxis y se traduce en una experiencia histórica, asume diversos rostros, a veces contradictorios. Lo segundo porque se reduce en resumidas cuentas a la libertad, a una libertad gnóstica, negativa, liberación del orden en suma. Eso es lo que determinó la condena por el magisterio pontifico en término bien duros y que, por cierto, lejos de haber sido superados son cada vez más patentes. El clericalismo moderno, de Ratzinger a Scola, de modo infundado, apunta a un liberalismo anglosajón frente al continental, a una laicidad incluyente a la americana frente a otra excluyente a la francesa. El nihilismo, en cambio, despunta en ambos campos, y si se nos apura con más peligro en el exaltado que en el denostado por los autores citados. El liberalismo es la mayor fuente contemporánea de espejismos: el de poder liberarse del estatuto ontológico, el de identificar la política con el poder no cualificado, el de hacer depender el derecho de la voluntad (del Estado, del pueblo).

Manuel ANAUT