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Número 543-544

Serie LIV

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David A. Wemhoff, John Courtney Murray, Time/Life, and the American Proposition: How the CIA’s Doctrinal Warfare Program Changed the Catholic Church

David A. Wemhoff, John Courtney Murray, Time / Life, and the American Proposition: How the CIA´s Doctrinal Warfare Program Changed the Catholic Church, South Bend, Indiana, Fidelity Press, 2015, 990 págs.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, proclamada el 4 de julio de 1776, es un texto fundamental del primer liberalismo (o Ilustración moderada, término preferido por el profesor John Rao, colaborador habitual en las páginas de Verbo y de las empresas intelectuales con que esta revista se vincula) templado por la afirmación (y gradual declive, hasta llegar a la total licuefacción de nuestros días) de que existen «leyes de la naturaleza» y existe «el Dios de esa naturaleza». La vida en sociedad puede y debe organizarse sobre esos solos pilares, esto es, sin aceptación política de ninguna religión en particular (rectamente, sin sometimiento político a la Iglesia como custodia de la Revelación y de la ley natural), lo cual fue posteriormente explicitado en la primera enmienda (1791) a la Constitución de los Estados Unidos. Puesto que existen «leyes de la naturaleza» y existe «el Dios de esa naturaleza», así se sostienen «como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados...».

Es la tesis o proposición americana: «Sostenemos como evidentes estas verdades». Y fue por ello el título (We Hold These Truths: Catholic Reflections on the American Proposition) elegido en 1960 por el jesuita estadounidense John Courtney Murray (1904-67) para reunir en un libro los artículos que, durante una larga campaña de casi veinte años, había dedicado a exaltar esa tesis (no las verdades católicas) y propugnar su plena adopción por la Iglesia, con abandono de las enseñanzas tradicionales sobre las relaciones entre religión y comunidad política que, todavía en aquellos años 50 del pasado siglo, Pío XII reafirmaba: que aquello «que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno ni a la existencia, ni a la propaganda, ni a la acción» (Ci riesce, 1953), y que la Iglesia «mira como ideal la unidad del pueblo en la verdadera religión y la unanimidad de acción entre ella y el Estado» (Vous avez voulu, 1955).

Murray hizo enteramente suya, desarrolló con brillantez y divulgó con extraordinario acierto y éxito la afirmación nuclear del americanismo, en lo que toca a las relaciones entre religión y comunidad política, que León XIII había condenado: «Se evitará creer erróneamente, como alguno podría hacerlo partiendo de ello, que el modelo ideal de la situación de la Iglesia hubiera de buscarse en Norteamérica o que universalmente es lícito o conveniente que lo político y lo religioso estén disociados y separados al estilo norteamericano» (Longinqua oceani, 1895).

Sobre esa tesis (the American Proposition) y el americanista Murray; sobre la polémica de muchos años entre Murray y sus antagonistas católicos (principalmente George Shea y Joseph Fenton, este último alma de la American Ecclesiastical Review, y el teólogo redentorista Francis Connell) que defendían, con sabiduría y firmeza (pero no sin concesiones tácticas), la realeza social de Jesucristo y los principios del derecho público cristiano; sobre la amistad, intensas relaciones intelectuales y empeños comunes que unieron a Murray con el magnate de la prensa (revistas Time, Life, Fortune) Henry Luce y su mujer Clare (conversa a la fe católica y algunos años embajadora en la Roma de Pío XII y la Democracia Cristiana, mucho antes de que los Estados Unidos abrieran embajada ante la Santa Sede); sobre Murray, los Luce y sus poderosas revistas ilustradas y las campañas culturales urdidas durante la Guerra Fría por la CIA (y otros organismos gubernamentales y paragubernamentales) en defensa de la posición mundial de los Estados Unidos y de su modo de vida inspirado por el espíritu capitalista, contra el comunismo soviético, principalmente, pero también contra los vestigios eclesiásticos, políticos e intelectuales de la vieja civilización cristiana; sobre la llegada en 1960 del primer católico (por nominal que fuese), John F. Kennedy, a la presidencia de los Estados Unidos, previa profesión expresa del credo americanista, sin reserva alguna, y promesa de que sus creencias religiosas no afectarían en nada a su acción de gobierno.

Y finalmente sobre la incidencia de todo ello en el centro de la Iglesia, desde la resistencia romana (firme pero ineficaz) al americanismo doctrinal (que no a la hegemonía de los Estados Unidos – anticomunismo obligaba) en tiempos de Pío XII y grandes cardenales como el declinante Pizzardo y Ottaviani en su cénit; pasando por las aguas turbulentas del concilio Vaticano II y la confusa (y a la postre, en sus efectos, nefasta sin paliativos) declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa (en cuya génesis y elaboración tanta parte tuvo Murray, aunque no llegara a conformarla totalmente); hasta llegar al completo triunfo postconciliar del mismo americanismo antes condenado, pues nadie negará que es hoy convicción común entre pastores y fieles que, con arreglo a las enseñanzas y los deseos católicos, «el modelo ideal de la situación de la Iglesia» debe «buscarse en Norteamérica»; y que «universalmente es lícito o conveniente que lo político y lo religioso estén disociados y separados al estilo norteamericano». En suma, sobre todo ello trata, en tramas que se entrecruzan armoniosamente como en una buena novela o película de acción, este gran libro (grande porque voluminoso y, a la vez, importante): John Courtney Murray, Time / Life, y la proposición americana: cómo el programa de guerra doctrinal de la CIA cambió la Iglesia católica. Libro salido de la investigación y pluma de David Wemhoff, columnista de la revista Culture Wars (South Bend, Indiana), abogado allí y profesor universitario con más de veinte años de experiencia, formado en la Universidad de Notre Dame (vecina a South Bend y antaño católica) y en la McGeorge School of Law. Una obra sólida, documentada y muy notable, de quien ya en 2011 había publicado Just Be Catholic (una recopilación de variados artículos y charlas, unidos por la inanidad de la causa pro-vida, y en general conservadora, fuera de la fe católica), ahora sobre la historia del catolicismo en los Estados Unidos del siglo XX y su influencia en las transformaciones sufridas por la Iglesia universal.

Dado que el subtítulo (Cómo el programa de guerra doctrinal de la CIA cambió la Iglesia católica) rinde tributo a lo simple y atractivo que se aconseja para semejantes cosas, alguien podría entender equivocadamente que el libro pertenece al género conspiracionista. Pero no hay tal, ya que en modo alguno se pretende por el autor que las transformaciones padecidas por la Iglesia desde el último concilio general hayan obedecido, ni exclusivamente ni siquiera de modo principal, a la acción cultural de la CIA. Lo que se relata y acredita es que esa acción cultural, en torno a personajes como Murray, los Luce (y las revistas Time y Life) y muchos más (Walter Lippmann, C.D. Jackson, prelados como Spellman y Montini –después Pablo VI–, Jacques Maritain, los jesuitas Leiber y Weigel, los dominicos Morlion y Bruckberger etc.), acompañó y contribuyó eficazmente a aquellas transformaciones, singularmente al abandono de la tradicional doctrina católica sobre las relaciones entre religión y comunidad política y la conversión al americanismo.

España está presente, de manera frondosa y muy relevante, en las páginas del libro, porque en aquellos años constituía, frente a la proposición americana, el contra-modelo de Estado católico que era forzoso rechazar y derribar. Las presiones norteamericanas (del gobierno y de la prensa) a favor de la propaganda protestante en nuestra patria; las pastorales del cardenal Segura en defensa de la unidad católica; el concordato de 1953 (un concordato de tesis en pleno siglo XX); las polémicas entre Murray y teólogos españoles de la Compañía de Jesús que no se apeaban entonces de la ortodoxia católica; la oposición, los recelos, las dudas, la claudicación final de los obispos españoles en relación con el cambio de paradigma político de la Iglesia; la introducción en España de la libertad religiosa en 1967, la apostasía constitucional de 1978, la consecuente ruina espiritual de nuestro pueblo; todo ello desfila por las páginas del libro de Wemhoff.

¿Cómo escoger algunas citas notables en obra tan voluminosa? Me quedaré con dos. «Años más tarde, las ideas de Murray se abrirían camino en el concilio Vaticano II. Como resultado, el Vaticano II lanzó una concepción del hombre que incluía la búsqueda de verdad y libertad, y una dignidad humana sin definir que llegó a validar cualquier deseo y la idea de que los Estados Unidos de América eran realmente católicos en su corazón. Connell creía que los católicos podían ser buenos estadounidenses a pesar de la libertad religiosa y de la separación entre la Iglesia y el Estado, pero Murray y Luce pretendían que un católico podía ser un buen estadounidense adhiriendo a esas ideas americanas» (pág. 459). Y una triste reflexión de monseñor Fenton, en tiempos ya del concilio ecuménico, sobre la esterilidad de la condena de las tesis de Murray por el Santo Oficio en 1954, que se había mantenido siempre reservada: «No ha habido nunca nada menos eficaz en la Iglesia que una condenación secreta de un error» (pág. 682).

Una sola objeción importante a libro tan recomendable: su empeño por salvar a toda costa la continuidad entre Dignitatis humanae, al menos en su estricta literalidad, y el magisterio precedente, como si debiera constituir necesariamente, y de hecho lo constituyera a todas luces, un desarrollo homogéneo de la tradicional doctrina católica. No tanto porque esa interpretación (una de las posibles y en debate con otras, matizadas o contrapuestas, desde hace ya cincuenta años) no pudiera llegar a probarse, algún día, de modo concluyente (no lo ha sido hasta hoy). Sino más bien porque Wemhoff afirma que no cabe otra interpretación católica, ya que, de admitirse que pudiera haberse deslizado algún error en la literalidad (deja aparte el así llamado espíritu del Vaticano II y la hecatombe postconciliar) de ese documento, ello sería incompatible con la infalibilidad de la Iglesia. Lo cual muchos niegan, por tratarse en el caso de Dignitatis humanae, no de una definición solemne, ni del constante magisterio ordinario y universal, sino de una simple declaración conciliar que ha llegado a calificarse como «un sermón de los años 60 del pasado siglo»

De todos modos, esa interpretación del autor sería más convincente si su libro no terminara, justa y determinadamente, con el capital discurso de Benedicto XVI a la Curia el 22 de diciembre de 2005, donde se ocupó de Dignitatis humanae en gran armonía con las ideas de Murray, y a cuyo propósito escribe Wemhoff: «No entendió, sin embargo, que lo que acababa de decir era un cambio o una ruptura, o podía verse como tal. La interpretación de Joseph Ratzinger acerca de los asuntos y dinámicas más importantes, quizá, del concilio Vaticano II, era el resultado de la colaboración de John Courtney Murray con Time, Inc. y el programa de guerra doctrinal del gobierno de los Estados Unidos (especialmente, la CIA). Casi cuatro décadas después de las muertes de Henry Luce y John Courtney Murray, sus ideas, propagadas por las revistas Time y Life, así como por el programa estadounidense de guerra ideológica y su maquinaria de combate psicológico, se repetían con aprobación por el jefe de más de mil millones de católicos. La Iglesia católica había sido conquistada y se había acomodado a su cautividad americana. El éxito americano era, y permanece, verdaderamente fenomenal» pág. 901). Porque ¿quién mejor que el teólogo Joseph Ratzinger, perito conciliar y largos años prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después Benedicto XVI, para darnos la interpretación auténtica de Dignitatis humanae? En concordancia, muy precisamente, con las ideas de John Courtney Murray.

Juan Manuel ROZAS