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Número 551-552

Serie LV

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Javier Nagore Yárnoz

Acaba de fallecer en su Pamplona natal nuestro veterano e ilustre colaborador Javier Nagore (1919-2016). En el volumen promovido por Ignacio Hernando de Larramendi y publicado después de su muerte, Requetés. De las trincheras al olvido (2010), Nagore nos traza una autobiografía de sus primeros años, por la que sabemos cómo su familia cercana era monárquica alfonsina (pese a haber sido su bisabuelo paterno, notario de Pamplona por cierto, un ilustre carlista) y cómo en 1936 se alistó voluntario en el Tercio de Requetés de Radios de Campaña. Su peripecia bélica dio lugar precisamente a unas singulares memorias basadas en su diario y escritas por tanto «desde la trinchera»: En la 1.ª de Navarra (1982 y 1986). Álvaro d’Ors las llamó aquí «una historia de soldados conocidos». Y Rafael Gambra observó, también en estas mismas páginas, que su autor era «uno de esos hombres cuya alma se quedó prendida en la Guerra de España, en la que participó casi adolescente. No en “los horrores de una guerra civil” como escriben hoy siempre los que ignominiosamente la perdieron, sino en la poesía y el heroísmo sin límites de quienes pelearon en ella “a vencer o morir” por “el honor de Dios” y la salvación de la Patria. Es decir, en la “Cruzada de Liberación” en la que unos voluntarios, campesinos en su mayoría, supieron vencer al Ejército Rojo con sus Brigadas Internacionales reclutadas en toda Europa por el Partido Comunista. Epopeya de fe y de esperanza –quizá la última “guerra de religión”– que, por encima de los peligros y penalidades, supo dejar en las almas selectas una emoción íntima, un fervor imborrable». De esa experiencia bélica le quedó el amor por la Tradición carlista, a la que se adhirió hasta el fin de sus días suo modo. Pues su pertenencia a una institución religiosa de orientación liberal (aunque conservadora) y la participación en la política del Viejo Reyno de la mano de Unión del Pueblo Navarro habían de alejarle del rigor de la disciplina. Con todo, creo que es de justicia reconocer su generosa dedicación en la paz a la Causa que abrazó con el olor de la pólvora siendo un muchacho aún en agraz. Lo recuerdo, por ejemplo, en la conmemoración de los 150 años del Carlismo organizada por el «Centro de Estudios Históricos y Políticos General Zumalacárregui» en 1983, cuando todavía conservaba éste alguna relación con su fundador, el profesor Francisco Elías de Tejada, y antes de sus derivas ulteriores. Así como sé de su participación en algunas de las iniciativas de la llamada Comunión Tradicionalista Carlista, tronovacantista y por ello más fácil de llevar para un carlista que no era de estricta observancia.

Fue Javier Nagore un jurista de vocación, caracterizado principalmente por su doble condición de notario y foralista. En cuanto a la primera, se consagró al notariado –en el que ingresó en 1944– como hacían todavía los miembros de su generación y como es más difícil encontrar después incluso entre los más señalados miembros de la corporación. En cuanto a la segunda, fue miembro del Consejo de Estudios de Derecho Aragonés y presidente del de Derecho Navarro. Lo más destacado de su quehacer en este orden tiene que ver con la elaboración de la Recopilación privada que concluyó en el Fuero Nuevo de Navarra, promulgado en 1973. Pues fue uno de los integrantes de la comisión redactora, junto con otros dos notarios (Juan García-Granero y José Javier López-Jacoiste), un abogado (Jesús Aizpún Tuero), un catedrático (Álvaro d’Ors) y un magistrado (José Arregui Gil). En realidad fue, con García-Granero, el director del trabajo y –como le sugirió don Álvaro en carta que he leído gracias a la amistad de Javier Nagore– el resultado debió haber sido conocido como la recopilación Nagore-García Granero.

En Verbo comenzó la colaboración a finales de los años setenta. Y fue algo después cuando lo conocí. Sus primeras colaboraciones, si no recuerdo mal, versaron sobre la conexión entre «Leyes civiles y comportamiento moral» y «La idea de pacto en el Fuero Nuevo de Navarra». A mediados de los ochenta, cuando comencé a preparar para la revista Iglesia-Mundo la conmemoración del cincuentenario de la guerra de España, tuvo la amabilidad de ponerme en relación con don Álvaro d’Ors, dando lugar a una amistad entrañable y continuada durante veinte años. Con Javier ha durado más de treinta. Acudió a las reuniones anuales de amigos de la Ciudad Católica, tanto en Barcelona como en Madrid, donde fue ponente en varias ocasiones, y colaboró regular aunque no asiduamente en las páginas de Verbo con trabajos de temática filosófico-jurídica. Recuerdo sus trabajos sobre derecho y poder, sobre la doctrina gelasiana de los dos poderes, sobre el principio de autodeterminación, sobre el derecho natural en el derecho navarro, etc. También sus extensas notas sobre libros y artículos de Álvaro d’Ors, de quien era –como ha quedado apuntado– amigo íntimo. Pero también las informaciones bibliográficas publicadas por Rafael Gambra, el propio Álvaro d’Ors, Javier Lizarza o José María Castán de sus libros. Precisamente Castán, con quien Nagore tenía también gran amistad, como con Juan Vallet y –me parece– Paco Gomis, se ocupó de reseñar una de las entregas poéticas de Javier (tituladas Versos de cumbres y regaladas a los amigos, que conservo dedicadas). Porque Nagore era también un montañero que, ya en los noventa, seguía con su afición.

Hombre generoso y bondadoso, pero creo que de carácter, me cuento entre quienes gozaron de sus favores. No olvidaré el honor que me hizo al invitarme a dar una conferencia en el lanzamiento de la Fundación Leyre, entre cuyos promotores se contaba, ocasión en la que aproveché para recordar la que Elías de Tejada llamaba «la lección política de Navarra», a saber, la conexión entre el goce de sus libertades concretas (que eso es el Fuero) y la profunda adhesión carlista. Como tampoco que, en el coloquio posterior, don Álvaro d’Ors, que cumplía ese día ochenta y cinco años, me ungió como cerebro de una suerte de red tradicionalista mundial… Los últimos años no nos vimos con regularidad. Pero no dejó de hacérseme presente por medio de sus cartas, siempre manuscritas, que a mí –volcado en el correo electrónico– me costaba cada vez más responder. Y aun así tuvimos ocasión de encontrarnos en la triste ocasión de los funerales de María Victoria, su mujer, de su hija Marta y de su yerno José Luis los Arcos. Y en las más alegres de la presentación de algunos libros en el Centro Riojano de Madrid. Su nieta Marta Calderón, alumna mía en ICADE, contribuyó también a renovar el recuerdo siempre vivo del caballero navarro y español que fue Javier Nagore Yárnoz. Requiescat in pace.

Miguel AYUSO