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1985

La verdadera liberación

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La llamada teología de la liberación

LA LLAMADA TEOLOGIA DE LA LIBERACION
POR.
ANGEL GONZÁLEZ ALVAREZ
La llamada teología de la liberación no es, a pesar de su
apariencia, una teología de genitivo. No estamos, en efecto, ante
una teología sectorial dirigida a un tema peclectamente definido
y con posibilidad de universalización. Creada por teólogos ibero­
americanos de formación europea, pronto manifiesta una serie
de
virtualidades que llaman la atención de los teólogos. Este nuevo
movimiento teológico hay que situarlo en tomo a 1965.
Tri¡s
años después ·recibe su primer respaldo en la reunión de Mede­
llín. La más consistente de las primeras formulaciones es, sin
duda, la
Teologla de la liberaci6n, de Gustavo Gutiérrez. Con
este acontecimiento,
la teología iberoamericana corta el cordón
umbilical que le unía a España y
· a Portugal · y queda lista para
establecer una peculiar manera de hacer teología en atención a
las necesidades de los países iberoamericanos. Con ello se pierde
la perspectiva de universalidad que debe caracterizar toda tarea
científica, filosófica o teológica.
El primer problema
de la teología de la liberación tiene que
buscarse en
el esclarecimiento del concepto de libertad. Diríase
que
la libertad se ha enconttado _secularmente secuestrada. Di,
aquí que el primer propósito de los teólogos de la liberación sea
precisamente liberar la libertad del secnestri> en que la han te­
nido determinados individuos. Los teólogos de la liberación pien­
san que
la libertad no es patrimonio individual sino comunión
de todos los espíritus. La teología de la liberación lo que intenta
es, si
se pertnite la redundancia, liberar la libertad. ¿Liberarla
de qué? De una concepción y de un ejercicio individualistas que
tienden a recluir
al hombre en sí mismo, creando una atmósfera
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propicia a las evasiones ante las tareas sociales. Se impone,
pues, devolver
la libertad a su propio sujeto, el cual no se en­
cuentra en los individuos sino en la sociedad o por mejor decir
en el pueblo hartamente necesitado de ella
ya que está sujeto a
mil opresiones. La urgente necesidad de verse libres de semejan­
tes opresiones explica la aparici6n del movimiento de libera­
ci6n, caracterizado esencialmente por lo
que se ha llamado la
apropiaci6n
social de la libertad y su devolución al pueblo como
único sujeto natural. Con toda su simplicidad
y gravedad se ha
asumido
la llamada opci6n socialista. Lo que llevo dicho sólo
nos coloca en los comienzos,
pero abre el camino que debemos
proseguir.
¿Qué significa el titulo Teolog/a de la liberación? La teolo­
gía es la ciencia de Dios obtenida a la luz sobrenatural de la
revelación. No se trata pues, de una simple teodicea que se ocupa
del estudio metafísico de
la primera causa del ser. Estamos co­
locados ante el oficio del teólogo propiamente dicho. Tampoco
es difícil poner de relieve el significado literal de la palabra
«liberación». Es
la acción o el efecto de liberar o liberarse de
cualquier carga o impedimento. En nuestro caso
debet!a tratarse
primariamente de la liberación de la esclavitud del pecado.
Se
trata de una. esclavitud radical en el sentido de que a ella tene­
mos que referir todas las demás esclavitudes de orden
cultural,
social, político y econ6mico. Pero no es. precisamente de esto de
lo que
t~ngo que ocuparme porque la que se me pide · es que
hable de un complejo de doctrinas actuales que convienen en
reducir
el extenso campo de la teología a la que dieron el nom­
bre de teología de la liberaci6n.
Comienza semejante doctrina, a mi modo de ver, con un etror
fundamental sobre la interpretaci6n del cristianismo.
La Instruc­
. ci6n de la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe lo
denuncia con estas palabras:
«Ante la urgencia de compartir el
pan, algunos se ven tentados a poner entre paréntesis y dejar
para mañana
la evangelizaci6n. Es como si se dijera: en primer
lugar, el pan,
la palabra para más tarde. Es un error mortal
oponer ambas cosás»-.
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LA LLAMADA «TEOLOGIA DE LA LIBERACION»
Otros teólogos ponen en primer plano la lucha por la jus,
ticia y la libertad humanas, entendidas en sentido económico y
político y a ello reducen la salvación. El Evangelio pierde la
trasoendencia
y queda reducido a mero sentido terrestre.
He aquí un texto fundamental de la Instrucci6n sobre algu­
nos aspectos de la teologia de la liberación: Las diversas teolo­
g!as de las liberaci6n se sitúan, por una parte, en relación con la
opci6n preferencial por los pobres reafirmada con fuerza y sin
ambigüedades, después de Medellín, en la conferencia de Pue­
bla,
y, por otra, en la tentación de reducir el Evangelio de la
salvación a un evangelio terrestre.
Centro
.la exposición en la autodenominada Teología de la
liberaci6n que se presenta con una interpretación de la existencia
cristiana que
se aparta contradictoriamente de la fe profesacia
por la Iglesia.
La denuncia de la Sagr~da Congregación no puede ser más
certera: «Préstamos no criticados de la ideología marxista y el
recurso a las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el
racionalismo son la raíz de una nueva interpretación, que viene
a romper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso
inicial en favor de los pobres».
¿Cómo no advertir que partiendo de idénticas premisas
y
utilizando el mismo método necesariamente se llega a las mis­
mas conclusiones? Más grave aún ~s la inadvertencia de que el
ateísmo y la negación del espíritu en la persona humana, de su
libertad
y sus derechos pertenecen a la esencia misma de la
concepción marxista.
La precipitación en el juicio no hace buenas
migas con el quehacer científico, filosófico o teológico. Y la
precipitación llevó a muchos teólogos a tomar como método de
su quehacer el llamado «análisis marxista».
Su razonamiento ini­
cial
es el siguiente: «Una situación de gravedad explosiva exige
una acción eficaz que no admite espera. Y una acción de esta
naturaleza presupone un análisis científico que nos permita
co­
nocer las causas reales de semejante miseria. No tardaron en
surgir teólogos avispados que creyeron encontrar las líneas
maes­
tras de semejante análisis trazadas por Carlos Marx y sus pri-
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me.ros discípulos. Hay, pues, que aplicarlo con urgencia a la
situación del tercer mundo y de toda Ibeoramérica.
La fascinación ejercida
por el término «científico» determinó
que muchos teólogos tragasen
el anzuelo del marxismo. Olvi­
daron la regla fundamental del método que el profesor que
les
habla formuló de esta manera: «El método de una disciplina
debe ser congruente con la estructura noética del objeto que
investiga y debe
estar adaptado al peculiar nivel de los destina­
tarios de la enseñanza». Pero los teólogos de la liberación
de­
jaron incumplida la regla fundamental propia de su oficio. En
vez de aplicar el método de investigación con sus procedimientos
y formas
de enseñanza propios de la teología, tomaron prestado
por el marxismo
un método incongruente con la realidad que se
pretende conocer.
La primera condición de un análisis es la docilidad a la reali­
dad que
se pretende describir. Pero el análisis marxista impone
su
· lógica y obligó a los teólogos de la liberación a aceptar un
conjunto
de concepciones incompatibles con la visión cristiana
del hombre. No advirtieron que en la lógica del pensamiento
marxista, el
«análasis» no es separable de la praxis ni de la con­
cepción marxista de la historia. De este modo el análisis se con­
vierte en instrumento de crítica y ésta es un momento del com­
bate revolucionario del prol~tariado investido de su misión his­
tórica.
La ley fundamental de la historia se identifica con la ley de
la lucha de clases, e implica que
la sociedad está fundada sobre
la violencia. Pues bien, a
la violencia que constituye la relación
de dominación de los ricos sobre los pobres deberá responder
la contrarrevolución más revolucionaria mediante la cual se in­
vertirá esta relación.
La lucha de clases es, pues, presentada como una ley objeti­
va, necesaria. Entrando en su proceso
al lado de los oprimidos
«se hace la verdad», es decir, se actúa científicamente. En con­
secuencia, la concepción de la verdad exige la afirmación de la
violencia necesaria y con ello se desemboca en el amoralismo
político.
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La lucha de clases tiene carácter de universalidad. Se refleja
en todos los campos de la existencia desde los religiosos
y éticos
hasta los culturales e institucionales.
La concesión hecha a
las tesis marxistas pone radicalmente
en duda
la existencia y la naturaleza de la ética. El carácter
trascendente de la distinción entre el bien y el mal, principio
de la moralidad, está implícitamente negado en la óptica de la
lucha de clases.
Lo que «las teologías de la liberación» ban acogido como
un
principio es precisamente la teoría de la lucha de clases en­
tendida
como ley fundamental de la historia.
De todo ello se quiere obtener la conclusión de que la lucha
de clases divide a la Iglesia, y que en .función de ello hay que
juzgar las realidades eclesiales. Para que nada faltase, se acusa
de mala fe la afirmación según la cual el amor, en su universa­
lidad, pueda vencer lo que constituye
la ley estructural de la
sociedad capitalista.
En la concepción marxista, la lucha de clases
es el motor de
la historia. La historia debe · ser entendida como una realidad.
Dios mismo
se hace historia y en, ella no se puede distinguir
entre historia de la salvación e historia profana.
Así se explica
la tendencia a identificar el reino de Dios y su devenir en el
movimiento de liberación humana, y hacer de la historia el ob­
jeto de su propio desarrollo como proceso de autottedención
del hombre · mediante la lucha de clases. En esta línea no han
faltado quienes pretendan identificar a Dios con la historia,
y
a definir la fe como fidelidad a ella. En consecuencia, las llama­
das virtudes cardinales reciben nuevo contenido. La fe es fide­
lidad a
la historia, la esperanza, confianza en el futuro y la ca­
ridad opción por los pobres. Pero esto sólo puede significar una
polithación radical de las. afirmaciones de la fe y de los juicios
teológicos. Con
ello. toda afirmación de fe y toda proposición de
teología quedan subordinadas a un criterio político dependiente
de
la lucha de clases como verdádero .motor de la historia.
Repárese ahora en
la terrible consecuencia de denunciar como
aciitud contraria de amor a los pobres, la voluntad de amar á
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todo hombre cualquieta que sea su pertenencia de clase e ir a
su encuentro por los
caminos del diálogo.
Aunque
se afirma que el hombre no debe ser objeto de odio
se defiende también qne en
virtud de la pertenencia objetiva al
mundo de los ricos, él. es ante todo un enemigo de clase que es
preciso combatir. La universalidad del amor al prójimo se con­
vierte en principio escatológico, válido únicamente
para el

«hom­
bre nuevo» que
sutgirá de la revolución victoriosa.
La concepción de
la Iglesia. quedará vacía de su carácter
como don de la gracia de Dios y misterio de fe. Por eso se ha
podido afirmar que las teologías de la liberación que tienen en
su favor
el mérito de haber valorado los grandes textos de los
profetas
y del evangelio sobre la defensa de los pobres, conclu­
yen
en una amalgama ruinosa entre el pobre de la escritura y el
proletario de Marx.
Algo_ análogo sucede con la Iglesia del pueblo. Entienden
por
ella una Iglesia de clase que ha tomado conciencia de ser
la Iglesia del pueblo oprimido.
Por esta vía no se tarda en llegar
a una contraposición más radical en que
la ortodoxia como recta
regla de la
fe se sustituya por la idea de ortopraxis como cri­
terio de verdad.
A partir de aquí sutgen numerosas inconveniencias
por no
calificarlas de errores. Conviene afirmar con claridad que
la
nm:va hermenéutica presentada por ciertas teologías de la libe­
ración, conducen a una relectura esencialmente polltica del Evan­
gelio y de toda la Sagrada Escriturá.
· De ahí la importancia ex­
cepcional que se otorga al acontecimiento del Exodo en cuanto
efectiva liberación de
la esclavirud polltica. Lo más grave de las
teologías
de la liberación no está tanto en lo que dicen, como en
lo que silencian, o en lo que no toman
en consideración alguna.
Hay que denunciar en las teologías de la liberación el uso
excesivo de una hermenéutica esencialmente
polltica de la Es­
critura. Privilegiando la dimensión polltica se ha llegado a negar
la radical novedad del Nuevo Testamento. Y en algunos casos a
desconocer a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hom­
bre.
Lo mismo sucede con el carácter específico de la libetaci6n
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LA LLAMADA «TEOWGIA DE LA LIBERACION»
que nos aporta y que es ante todo libetación del pecado, fuente
de todos los
males y de todas las esclavitudes.
Hay que reconocer que en muchos casos
se c.;nservan literal­
mente las fórmulas de la
fe pero se le atribuye nueva significa­
ción, lo que viene a representar una negación de la
fe de la
Iglesia. Por un lado, se rechaza la doctrina cristológica en nom­
bre del criterio de clase; por otro, se pretende alcanzar el Jesús
de la historia a
partir de la experiencia revolucionaria de la lu­
cha de los pobres por su liberación.
Se pretende también con frecuencia revivir una experiencia
análoga a la que
habría sido la de Jesús. Pero también parece
claro que en muchos casos se niega la
fe en el Verbo encarnado,
muerto y resucitado por todos los hombres.
Se le sustituye por
la figura de Jesús que
es una especie de símbolo que recapitula
en sí las exigencias de la lucha de
.los oprimidos. Y así se da
una interpretación exclusivamente política de
la muerte de Cristo
y, por ello, se niega su valor salvífico y toda la economía de la
redención.
Al aplicar el mismo criterio hermenéutico a la vida eclesial,
y a
la constitución jerárquica de la Iglesia y los fieles, se con­
vierten en relaciones de dominación que obedecen a la ley de la
lucha de clases.
Se ignora simplemente la sacramentalidad que
hace de
la Iglesia una realidad espritual irreductible a un análi­
sis puramente sociológico.
La misma Eucaristía deja de ser el don del cuerpo y de la
sangte de Cristo para convertirse
en celebración del pueblo que
lucha.
La unidad, la reconciliación, la comunión en el amor ya
no se conciben como don que recibimos de Jesucristo. Es la
clase histórica de los pobres la que construye la unidad de la
Iglesia. La Eucaristía llega a ser así Eucaristía de clase. Al
mis­
mo tiempo se niega la fuerza del amor de Dios que se nos ha
dado.
La Instrucción de la Sagrada Congregación para la doctrina
de
la fe concluye con un texto de Pablo · VI en el Credo del pue­
blo de Dios que me permito leer porque no tiene desperdicio:
«Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo
en la
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Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que
su crecimiento propio no puede confundirse con
el progreso de
la civilización, de la ciencia o de la técnica humanas, sino que
consiste en conocer cada vez
más profundamente las dquezas
insondables de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los
bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente al
amor de Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la
gracia y la santidad entre
los hombres. Es este mismo amor el
que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente del
ver­
dadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a
sus 'hijos que ellos no tienen una morad.a permanente en este
mundo, los alienta también, en conformidad con la vocación y
los medios de cada uno, a contribuir al bien de su ciudad terre­
nal, a promover
la justicia, la paz y la fraternidad entre los hom­
bres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en particular a
los más
pobres y desgraciados. La intensa solicitud de la Iglesia, Espo­
sa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías
y esperanzas, por
sus penas y esfuerzos; nace del gran deseo que
tiene de estar presente entre ellos para iluminarlos con
la luz
de Cristo y juntar a todos en El, su único Salvador. Pero esta
actitud nunca podrá comportad que la Iglesia
se conforme con
las
cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera
de su Señor y del Reino eterno».
Sólo ahora estamos en condiciones de plantear e intentar
resolver el problema teológico de la liberación. Parece referirse
en primerísimo lugar a la liberación del pecado con su secuela
de la muerte eterna. Estaríamos
en. Jo que la Iglesia pide en la
misa de difuntos: «Dales, Señor,
el descanso eterno y brille para
ellos la luz perpetua».
En este sentido
se puede hablar de dos concepciones radical­
mente distintas
de la liberación: una se refiere a la justicia en
el mundo
y otra se interesa por la relación entre la liberación
de las opresiones y la liberación integral como salvación defini­
tiva del hombre. A esta última
se refiere, sin duda alguna el
tema
cuya exposición se me encargó al titularlo «la verdadera
liberación».
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