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Número 111-112

Serie XII

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La ciudad de Dios, síntesis del universo. Jesucristo es su Rey y su centro

LA CIUDAD DE DIOS, SINTESIS DEL UNIVERSO
JESUCRISTO ES SU REY Y SU CENTRO
POR
J. CAMPOS, ScH. P.
El universo, que nos rodea y al que pertenecemos, no salió tal
como lo conocemos, de las manos creadoras de Dios, ni se desarrolla
en
la Historia con la perfección con que lo concibió su Creador antes
de crearlo. Todo lo que proviene de Dios, principio sumo
de unidad y ar­
monía, lleva el sello de la unidad,
y la refleja en su ser y opera­
ciones. Y la unidad exige un orden y un · centro de convergencia.
Pero el pecado corrompió la creación, destruyendo en el univer~
so su unidad y armonía, introduciendo la división y el desorden y
estableciendo desde entonces dos ciudades antagónicas, tanto en el
mundo invisible, como en el invisible. El creador soberano
restableció inmediatamente

el orden en el
universo invisible, sancionando definitivamente a los buenos
y a los
malos ángel~s. conforme a su naturaleza espiritual y a su sobrenatu­
raleza, inamisible o amisible, definitivamente, desde el primer acto
de

adhesión o prevaricación.
No sucedió lo mismo en la Ciudad de Dios terrestre, después
de la primera defección. No restauró el
treador inmediatamente
el
·
orden

perturbado; quedaron entremezcladas
y enfrentadas las dos ciu­
dades, la de los hijos del pecado
y la de los hijos de Dios, hasta la
restauración iniciada por el Salvador en su primera venida, y que se
completará últimamente en su segunda venida, en la parusía, devol­
viendo la unidad perdida a todas las creaturas del delo y de la tierra
en el centro de todo el Universo, el Verbo· encarnado, que reinará
para siempre en la Jerusalén celeste
y triunfante. Vencido y encade­
nado el autor del mal, todas las crea.turas restauradas en Jesucristo,
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!. CAMPOS, SCH. P.
elevarán a Dios, su Creador, una misma alabanza y un mismo amor.
Tal es el designio de Dios por medio de su Hijo-Redeotor.
¿Cómo se hará esa reunificación y restauración definitivas?
I. Recapitulación en San Pablo.
La luz de la inspiración descubre algunos de los rayos del mis­
terio de la «Recapitulación» mesiánica y escatológica en la doctrina
de
San Pablo a los Efesios, y en los arcanos apocalípticos del Prólogo
del Evangelio de San Juan y de su último libro inspirado, el Apoca­
lipsis, tanto y más misterioso-que las visiones de Isaías.
En esa carta a los Efesios, penetra la mirada de San Pablo en
las profundidades del misterio de la salvación, que se realiza en
Jesuc-risto, en el sentido cósmico y soteriológico, en cuanto es centro
de armonía y unidad del universo. Lo que quedó disperso y separado
por el pecado recobra
ahora su

unidad eo Cristo, que atrae hacia

todas

las cosas (1 Cor. 15, 28). Si por la creación, como Verbo de
DiOS, es principio de vida, por la Redenci6n como Verbo-Hombre,,
es principio de reconciliación.
Pero veamos el propio texto de San Pablo a los Ephesios 1, 9-10 :
«Para darnos a conocer el misterio de su voluntad, según su bene­
plácito, que formó en sí, de la realización eo el cumplimiento de los
tiempos,
restaurar todo

en Cristo, lo que hay en
el cielo, y lo que
hay eo la tierra.»
La palabra clave de ese texto paulino para nuestro objeto, es
«restaurar», que es la traduccióri del griego • anakefal-aiósaszai.
San Pablo es el único autor sagrado que usa este verbo aquí y en
Roro. 13, 9, donde dice que todos los preceptos de la ley y cada
uno instauratur·en ésta expresión: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo». Donde claramente adopta el sentido
y significado de «con­
tener
y resumir» en este precepto todos los demás. Y este es el sen­
tido primario y fundaruental de «recapitulación», que es el más ge­
neral entre los Padres y
doctores de
la Iglesia. Veámoslo, :
San lreneo de Lión, al impugnar la cosmogonía gnóstica con todo
el vigor de la Metafísica revelada y de su fe indubitable, les rebate
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LA CIUDAD DE DIOS
acusándoles de que «no saben que el Verbo de Dios, el Unigénito,
que siempre asiste al género humano, unido íntimamente a su cuer­
po según la volnntad del Padre y hecho carne, es Jesucristo Nuestro
Señor, que padeció por nosotros
y resucitó por nosotros, y de nuevo
ha de venir en medio de la gloria del Padre, para hacer revivir a
todo hombre, y para manifestar la salvación ... Hay, por tanto, un
solo Dios Padre, como hemos demostrado,
y un solo Cristo Jesús
Señor nuestro, que viene según una economía universal,
y recapitu­
laodo todo en si mismo. En todo es también hombre .. . y por tanto
recapitula al hombre en sí mismo, pu.es siendo invisible se hizo visi­
ble, y siendo incomprensible se hizo comprensible, y siendo impasible
se hizo pasible, y siendo el Verbo se hizo hombre, recapitulaodo todo
en sí mismo, para que, así como en lo supercelestial y espiritual y en
lo invisible es el primero, como Verbo de Dios, así también en lo
visible y en lo corporal tenga la primacía, asumiendo el primado en
si mismo, y estableciéndose a si mismo como cabeza de la Iglesia,
atraiga a
Si a todos los seres en el tiempo dispuesto» ( 1).
Poco más adelante reafirma ese mismo pensamiento, y añade :
«No empezó entonces el Hijo de Dios, que existe siempre en el Padre,
sino que, cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mis­
mos la larga historia de los hombres, dándonos en resumen la sal­
vación, para que lo que hablamos perdido en Adán, esto es, según
la imagen y semejanza del ser de Dios, eso recibiéramos en Cristo
Jesús» (2).
«Al final de los tiempos, en la última lucha, la bestia recapitulará,
según Ireneo, a todos los inicuos
y malvados» (3).
Tertuliano, asimismo acérrimo debelador del gnóstico Marción,
tiene que seguir los pasos tortuosos de las divagaciones de éste, para
penetrar con la luz de la revelación cristiana
y paulina en las pro­
fundidades del misterio de la recapitulación final: «¿Y a quién, por
tanto, competerá según la apreciación del bien, que propuso
en el
misterio

de su voluntad, para dispensación del cumplimiento de los
(1) lren: Adu. Haere, 3, 16, 6 (PG 7, 925BC).
(2) !bid., 3, 18, 1 (PG 7, 932AB); edic. P.
Sagna,d O. P., París, 1957,
pág. 310. Cr. 3, 19, 1 (PG 7, 939-940).
(3) !bid., 5, 29, 2
.(PG 7,
1201C)
.. d: 5, 14, 2; 5, 21, 2; 5, 32, 1.
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J. CAMPOS, SCH. P.
tiempos, por decirlo con una palabra que transcribe a la griega, re­
capitular todo en Cristo, lo que existe en el cielo
y lo que existe en
la tierra, sino a aquel del que serán todos los seres desde un prin­
cipio, e incluso el mismo principio, por quien tanto los tiempos como
el cumplimiento de los tiempos y la dispensación del cumplimiento,
por la que todo será restituído a su principio en Cristo?» ( 4). En un pasaje del De
Monogamia de

este fulminante apologista
africano, aplica con inmensa mirada de teólogo y metafísico a la cues­
tión del matrimonio sobre quod Deus coniunxitJ homo non separe/
(Mt. 5, 31), la doctrina de la recapitulación, conjugando la de San
Pablo con la de San Juan (5).
San
fuan CriJóstomo da

dos explicaciones del verbo griego 'anake­
falaiósaszai que emplea San Pablo: una, la de < principal»: «Pnes el Verbo, consumando
y abreviando en la justicia,
abarcó aquellas cosas
y añadió otras». Y otra, la de «dar a todas las
cosas una cabeza»; «De ese modo, pues, se hará la unidad, así ha­
brá una unión ruidadosa y perfecta, cuando todo estuviese sometido
a una cabeza, teniendo todo de arriba cierto vínculo necesario» ( 6).
San ferónimo interpreta el pasaje de San Pablo (Ephes. 1, 10)
con W1 sentido exegético, filológico-histórico, muy apropiado de su
genio, más positivo que especulativo: <<. .. En la cruz, po'r tanto, del
Señor y en su pasión fueron recapituladas todas las cosas (10, 19, 30),
esto es, todas fueron reunidas en esta
'anakefalaiósin> (7).
San
Agustín se

eleva a vuelos universales
y escatológicos, pen­
sando en su Ciudad de Dios (8); «No
hay duda que los santos
ángeles, enseñados por Dios, y en la contemplación de cuya verdad
encuentran su felicidad, conocen cuántos individuos del
género hu~
mano faltan para completar el total de aquella ciudad (la celeste) .
... De esa forma por medio de á.quel -sacrificio singular, en el que el
(4) "I'ert.: Contr. Marc., 5, 17; 1 (Corp. Christ. ser. lat. I, 1954, pá~
gina· 712).
(5) !bid.: Monog., 5, 2-3 (Corp. Christ., _ser. Jat. 11, pág. 234).
(6)
loan. Chrys.: Hom. in Ephe,., 1, 1 (PG 62, 16).
(7) Hier.:
In EpiSI. Ephe., 1, 10, cap. 1 (PL 26, 484A).
(8)

Aug.:
Enchir., 16, 62 (PL. 40, 261) (Corp. Christ. ser. Jat. 46,
1969,· 82).
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LA CIUDAD DE DIOS
mediador es iomolado, y al cual único figuraban mucbas víctimas en
la ley, se reconcilian los del cielo con los de la tierra, como al efecto
lo expresa el Apóstol
(Col. 1, 19-20).»
Santo Tomás de Aquino mantiene la exégesis de los Padres y doc­
tores anteriores, pero precisa la doctrina de los doctores del siglo
xii (9) : «Y el efecto de este misterio es instaurar todo. Pues en
cuanto todo fue hecbo por causa del hombre, se dice que todas las
cosas fueron instauradas ( Amos. 9, 11). Digo. todo lo que hay en
el cielo, esto es, los ángeles; no porque murió Cristo por los ángeles,
sino porque redimiendo al hombre, se reintegra la ruina de los án­
geles ... Y las de la tierra, en curuito pacifica las del cielo con las de
la tierra (Col. 1, 20), Jo cual se ha de entender en cuanto a la su­
ficiencia,
y por eso no se restauran todas las cosas en cuanto a la
eficacia.>>
Recogiendo los sentidos de la tradición de la Iglesia sobre los
textos de
San Pablo, referentes a la «Recapitulación», pueden redu­
cirse a tres los sentidos de «recapitular» en
la revelación: «repetir,
renovar, someter a una cabeza» (10).
El
primer sentido «repetir» puede entenderse, ya ontológicamen­
te, en cuanto Jesucristo, Dios-Hombre, tiene y resume en sí todas las
perfecciones de las creaturas, naturales
y sobrenaru.rales: así lo en­
tinde San Ireneo, por ejemplo; ya
representativamente, en cuanto
Jesucristo representa a todas las creaturas racionales, como Adán a
todos los hombres de los que era cabeza: así también
San Ireneo ; ya
soteriológicamente, pues toda la dispen¡ación de la Redención sal­
vadora
se cumple

en Jesucristo: este aspecto lo expresan San Juan
Crisóstomo, San Jerónimo.
Un segundo sentido es el de «reconcilian>, o sus afines, como
«reparar, restaurar, renovan>, que es el
_más frecu~te en

los Padres:
Tertuliano, San Agustín,
Santo_ Tomás.
Y

el tercer sentido de «recapitular» es
el_ 4e < (9) Thom. Aquin.: Comment in Bpist. D. Pauli AposJ., (edic. Antuerp.
1591, fol. 154v).
(10) Cf. Andrés de Alpe, O. M. Cap.: Verbum Domini, 23, 1943, 97-
102.
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. J. CAMPOS, SCH. P.
bajo una sola cabeza todos los seres». Así lo emplean San Ireneo,
el Crisóstómo, entre o~os.
Este tercer sentido y atributo de Jesucristo no puede aplicarse
del· mismo modo a todos los seres. Entre las creaturas racionales hay
hombres justos, que están incorporados en acto
al cuerpo místico de
Cristo, del que Este es
la cabeza; y no sólo es cabeza por preeminen­
cia, sino por influjo real y vital en todo el cuerpo.
_Respecto de los hombres no justos o justificados, es decir, de
los infieles y pecadores, que o no pertenecieron al Cuerpo de Cristo,
o se separaron de él, todos pueden pertenécer al mismo, mientras vi­
ven. Por eso puede decirse que Cristo es potencialmente
cabeza mís­
tica

de tales creatu.ras.
Las creaturas ·irracionales, en cuanto están ordenadas a las crea­
turas racionales, tienen parte de algún modo en su posición y destino.
De ahí que también tienen
por cabeza

a
Cristo, pues.to que tienen
relación con el hombre.
Los
ángeles también

pertenecen a su cabeza, Cristo, no porque
hayan recibido de El la gracia y la gloria, sino por honor y dignidad.
Y esto puede decirse también de los demonios
y réprobos, que per­
dieron irremisiblemente la gracia de Dios; de ellos es Cristo cabeza
en cuaoto los despojó (Col. 2, 15), y en cuanto Dios los sometió
bajo sus pies (1 Cor. 15, 25) (11).
II. La Recapitulación en San Juan.
Además de las fórmulas de San Pablo, que hemos estudiado, algo
de la recapitulación encierra en los misterios del Apocalipsis el águila
de Efeso, que pueden esclarecer la doctrina de aquél.
¿Qué ha querido significar San Juan con esa frase ego sum alpha
et
omega,
que se lee tres veces en el Apocalipsis (1, 8; 21, 6; 22,
13)?
(11) Cf. Andrés de Alpe, art. cit., pág. 102; Pirot-Clamer: La Sainte
Bible, XXII, 1946, págs. 32-33; Juan Leal, S. l.: La Sagrada Escritura,
N. T., 11, BAC. Madrid, 1962. pág. 680.
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LA CIUDAD DE DIOS
En los dos primeros pasajes de estos tres, habla en primera per­
sona la del Padre eterno, pero en el tercero, que dice «Yo soy alfa
y omega, el primero y el último, el principio y el fin», está hablando
la persona del Hijo, como se echa de ver en el versícnlo 12: «He
aquí que llego pronto», que se refiere a la segunda venida del Hijo.
La expresión «Yo soy alfa y omega» tiene el sentido de que
Dios, sin tener principio, ni fin en sí mismo, es el principio y fin
de todp lo existente. Estas dos letras que encierran en su ámbito to­
das las demás combinaciones, dan a entender que Dios es el que abre
y cierra la historia del mundo y el que dispone, como señor, de los
acontecimientos y de sus leyes físicas
y morales. Aplicado a Jesucristo
indica que los atributos de soberanfa, poder, la misma esencia y de­
más atributos del Padre, pertenecen igualmente al Hijo, al Dios­
Hombre, y por tanto, también el de Juez, a que el versículo se refiere.
«Yo soy el primero y el último»: Esta desiguadón que se da a
sí mismo Jesucristo en el mismo Apocalipsis (1, 17 y 2, 8), y que
aparece antes en !saías (41, 4; 44, 6; 48, 12), en boca de Dios
Padre, la emplea
aquí el

Verbo-Hombre, que ya ha realizado la re­
dención, para prometer al apóstol vidente la glorificación futura, in­
fundiéndole la esperanza iluminadora de su cumplimiento en la ciu­dad celeste ... Esa causalidad activa de ese título queda también ex­
presada en la locución.
«Yo soy el principio y el fin>>, fórmula propia igualmente de
sólo Dios, en cuanto con ella se significa,
además de
otros atributos,
el de una causalidad
eminen~e, eficiente y final, por la que conduce
con su acción a las creaturas al fin que El se propuso
ab initio. Co­
mo tal Principio
y Fin, que actúa en toda la historia, recuerda su
título de Juez soberano, que retribuirá a cada uno en proporción de
sus obras (vs. 12). De los Padres y doctores que interpretan este texto de
San Juan,
destacamos, entre otros, a Clemente de Alejandría, cuya especulación
exegética y teológica sobre dicha fórmula llega muy lejos con pe­
netrante inteligencia: Todas las potencias del Espíritu, habiendo sido
hechas una sola cosa, se concentran en uno, en el Hijo.
Este es un
círculo de todas las potencias, que giran
y se unen en uno.· Y por
esto el Lagos se llama alfa y omega, del cual sólo el fin es el prin-
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J. CAMPOS, SCI:l. P.
cipio, y además acaba en aquello que es antes el prmc1p10, sin dejar
en ninguna parte distancia, ni intervalo._ Por lo cual creer en,,_ el mismo
y po-r el mismo, es hacerse único, es decir, unido en El indivisamente.
No creer, en cambio, es separarse,
y desunirse y dividi-rse por un
intervalo» ( 12).
De pensamiento y reflexión tan metafísica y acuciante se deduce
que el Logos es el centro circular de todas las potencias o perfeccio­
nes activas, que de El _parten como principio, y a El vuelven como
a fin;
y siendo El principio y fin, no hay intervalo entre ambos. Si
todos los seres fueron creados por medio del Logos-V erbum, es-decir,
siendo Este principio o causa ejemplar de sus esencias existentes, cada
uno de ellos, según su naturaleza, debe alcanzar su fin, esto es, su
perfección, cuanto más se acerque, o cuando se conforme ( se una)
a su Principio ejemplar, que entonces en su Fin (meta) ejemplar
sustancial. De
ahí que las sUStancias espirituales, creadas conforme a
la imagen del Verbwn increado, Principio suyo ejemplar, logran su
perfección, cuando se
u~en a

El por el entendimiento, mediante
la
fe, que es visión osrura e incipiente 'del Verbo-Verdad, y logran toda
la perfección o plenitud de que es capaz la creatura espiritual, en la
visión clara y activa, beatificante, mediante la sublimación del
lumen
gloriae,
de su Fin ejemplar, el Verbo-Verdad. Es una recapitulación
y reunión en el Verbo.
San ferónimo constata que Jesús, llegado el fin de los tiempos,
habrá conducido todo a su principio,
y habrá unido en círcu]o ome­
ga a alfa;
<<. ..

Enseña el Apóstol escribiendo a los Efesios (1, 10)
que Dios se propuso recapitular todo con el cumplimiento de los
tiempos; y traer a su pricipio, a Cristo Jesús, los seres del cielo y los
de
la tierra. Por eso el mismo Salvador dice en el Apocalipsis de
Juan: Yo soy alfa y omega, principio y fin» (13).
El poeta cristiano P.rudencio se suma a
la tradición, versificando
~l pensamiento

apocalíptico de San Juan:
(12) Clem. Alex.: Strom., 4, 25 (PG 8, 1365. Cf. Strom., 6, 16 (PG
9, 364C;
Paedag. (PG. 8,

292D).
(13) Hieron.: Contr. lov., 1, 18 (PL 23, 247D-248A).
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LA CIUDAD DE DIOS
«Del seno del Padre nacido, cuando aún no existía el mundo,
designado como Alfa y Omega, El es origen y fin
de todas las cosas que
existen, fueron
y serán» (14).
El ingenioso Apringio de Beja, que
sigue las ideas

exegéticas
de Victorino Petaviense, ofrece reminiscencias de la Escuela Alejan­
drina: «Por tanto Alfa nos muestra el principio de la Sabiduría, y
la misma Sabidur!a, Cristo Hijo de Dios; Omega, que es
el final
del alfabeto griego, y nosotros la consideramos como cierta cosa in­
termedia, significa que el principio de la Sabiduría, el fin y el medio
es el mismo Señor Jesucristo. Lo que añadió < sólo expresó los elementos, sino también mostró el poder de su Ma­
jestad, porque El es principio de todo
y en El reside el final de todo,
y en El se cree que las cosas que ya han terminado han de ser repa­
radas; para que, así como dió
el principio a los comienzos, así im­
ponga el fin al final nuestro, para que tenga también el mismo fin
su final, y la misma consumación su consumación ; de modo que
esté en todos ellos siempre el Ser que es, como lo dice la presente
escritnra» (15).
San Martín de León, canónigo de San Isidro de León, trae una
notable exposición a los tres pasajes del Apocalipsis, que contienen
la fórmula joánica (16): «Yo soy Alfa, esto es, principio ·antes del
cual no hay ninguno, o del cual empezó todo; y fin, después del cual
ninguno, o en el cual todo se terminará; pues a la letra alfa no le
precede ninguna,
sietido como es la primera de todas. Así también
el Hijo de Dios, pues El respondió a los Judíos que le preguntaban,
que

El era el principio. Es también el último, porque El, como
el úl­
timo, hace el juicio.»
Y sobre el vs. 21, 6 comenta el Legionense: «Yo soy Alfa y
Omega, esto es, principio y fin.» Como si dijera: podré hacer esta
innovación, porque todas las cosas se hicieron por Mí, y se consu­
marán en Mí. Y todos deben dirigirse a esta innovación, porque Y o
(14) Prud.: Cathem., 9, 10-12.
(15) Apring.: Traet. in Apoc., 1, 9 (Edic. A. C. Vega, El Escorial,
1940, 6).
(16) Mart.
Legion.: Expositio in Apoc., 1 (U 209, 303AB).
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J. CAMPOS, SCH. P.
daré al sediento, esto es, al que lo desea, de la fuente, es decir, de
Mí mismo, que soy el principio de toda felicidad, del agua viva,
porque hace vivir; y la daré gratis, esto es, por la sola gracia.»
Las interpretaciones, pues, que dan los Padres y doctores al pen­
samiento y expresión de San Juan en el Apocalipsis, pueden resu­
mirse así:
Como símbolo de
la Causalidad divina, creadora y consumadora,
en
el orden físico, en el orden moral de la ley, en el orden de la
grá.cia: Prudencio,

Martín Legionense.
Como símbolo de
la plenitud infinita de las perfecciones divinas
en el Verbo: Clemente, Apringio. Como símbolo de la eternidad divina: Martín Legionense.
Confrontándolas con las interpretaciones patrísticas de la reca­
pitulación en
San Pablo, puede verse su conformidad y afinidad.
III.
La síntesis universal en la Ciudad de Dios.
La síntesis cósmica revelada no se refiere solamente a
la recapi­
tulación
y final glorioso y transfigurado del Universo; abarca en
su inmensa totalidad
el principio del Universo, la Creación; el me­
dio, la Encarnación y Redención; y el fin, la Glorificación.
El desenlace y solución de todo lo existente en el tiempo se trata
-y lo hemos considerado----en la doctrina de San Pablo y en la úl­
tima revelación del Apocalipsis. Pero el principio de los seres, la
Creación
y la Re-creación sobrenatural por la gracia de la Encarna­
ción nos la muestra
el mismo San Juan en el precioso Prólogo de su
Evangelio, joya de inestimable valor, que tanto ha estimado siempre
la Iglesia, y que es la síntesis teológica más profunda de la Historia
del mundo.
En ese grandioso Prólogo se describe la Aurora de la Creación
en
sus dos

fases, la inicial, natural-sobrenatural, (1-3)
y la re-creación
o regeneradora (4-14). Primeramente nos presenta
y proclama la
Causa y Principio de la Creación en el Verbo-Dios, preexistente a
todo ser crea.do: «En el principio existía el Verbo», es decir. cuan­
do empezaron los seres, ya era o
existía el

Verbo.
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LA CIUDAD DE DIOS
Pero la penetrante ~ inspirada mirada del Evangelista nos muestra
asímismn la segunda Creación o Re-creación por el Verbo-Hombre,
como Luz-Vida, para los seres capaces de ella, los seres ·racionales,
concorporados

con
la materia, que participará, según su modo, de la
re-creación o re-generación del Verbo-Hombre. El Verbo es como el Sol increado, cuya verdad, que es luz, dio
existencia y vida a los seres; pero sobre todo, comunica la vida sobre­
natural de la gracia, y vivifica y fecunda las almas para el bien y
obras de salvación: «A los que recibieron la
luz, les
dio facultad de
hacerse hijos de Dios, a los que creyeron en El», que es como decir,
a los que admitieron la luz de la fe en El (12).
El Verbo, por tanto, es propia y esencialmente Luz, en cuanto
es conocimiento sumo
y perfectísimo, que comunica a las creaturas
la luz participada de la Fe, que es raíz y base de toda la vida de
la gracia, que se actúa por la esperauza y la caridad y demás virtudes
y dones que le acompañan.
Y no se
aparta tampoco

el Evangelista del pensamiento de Jesús,
cuando hace tema central de sus escritos inspirados la luz y vida que
es el Verbo-Hombre, enlazando ambos conceptos intrínsecamente e
identificándolos. Y no sólo como sustancia subsistente e incausada en
la Persona del Verbo, sino como función activa, que se comunica y
se desborda en sus creaturas (lo. 10, 10), para re-generarlas a su pu·
reza primigenia de gracia y prepararlas a la transfiguración de una
vida eterna, sin muerte y sin tinieblas.
Pero d mismo San Juan asocia la participación del árbol de la
vida y la entrada en
la Ciudad celeste transfigurada a la reconcilia­
ción

por
la sangre del Cordero, que antes se ha proclamado principio
y fin, es decir, centro y juez soberano de todo lo existente ( Apoc.
22, 12-14).
La Ciudad cele,te.
El pensamiento total del apóstol, conviviente con el
Verbo-Hom­
bre y vidente de la Ciudad futura y celeste, se condensa en el nexo
ontológico que enlaza cerrada y misteriosamente su Prólogo del Evan-
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J. CAMPOS, SCH. P.
gelio con su Epílogo del Apocalipsis: Si por el Verbo fue todo crea­do
y recreado, por el Verbo y en el Verbo será todo restaurado, con­
sumado
y transfigurado.
Esta segunda obra que será la recapitulación, en cuanto restaura­
ción
y centración de todos los seres en el Verbo-Hombre, se realizará
en la Ciudad de Dios, escatológica y celeste.
El profeta de Patmos se complace en describirla como entre los
velos misteriosos de la revelación, tomando formas y bellezas de
las ciudades más esplendorosas de la tierra, e idealizada por las le­
janas luces de la visión vislumbrante de la futura (Apoc.
21, 1-27).
Empieza por eliminar de la Ciudad celeste y triunfante todos los ele­
mentos
y situaciones del estado anterior, que signifiquen temporalidad,
decadencia, inseguridad ; por eso dice que lo anterior del cielo y de
la tierra desaparecerán en el nuevo Orden de la Re-creación defini­
tiva. Quizá por eso diga el profeta neotestamentario que «ya no hay
mar», en cuanto no habrá tempestades y peligros, inseguridad y tur­
bulencia, revoluciones· y subversiones. Para la mentalidad judía, bí­
blica
y apócrifa, las intervenciones extraordinarias de Dios en la his­
toria salvífica del hombre,
marcan una
transformación universal, que
afecta a
la misma naturaleza irracional e insensible. A esta transfor­
mación cósmica de los elementos pueden referirse San Pedro (2 Petr.
3, 10-13) y San Mateo (19, 28).
Pero el sagrado Vidente destaca sobre todo en la Ciudad triun­
fante el trono, el foco y centro, que ·-la preside, la ilumina y la vivi­
fica : En efecto, en ella no hay templo, porque su templo y trono es
el Señor Dios omnipotente y el Cordero que la llena con su presen­
cia. (Apoc. 21,21). Tampoco necesita la refulgente Ciudad de la luz
d sol

y de la luna, porque su foco luminoso es
el resplandor de Dios
y la luz del
Corder~ que

inundará a todos con
gloria inextinguible.
Y

del trono de Dios y del Cordero, puesto en el centro, brota un
río de agua de vida, y en medio de su
plaza y

a ambos lados del río,
una arboleda de árboles vivificantes, que mantendrán su estado de
felicidad y vida indeficiente
(22, 1-2).
Por fin, los siervos de Dios y del Cordero, que serán correinan­
tes con Este en la Ciudad celeste, los que han triunfado del mundo,
porque
han padecido con Cristo, y han completado sus sufrimientos,
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Fundaci\363n Speiro

LA CIUDAD DE DIOS
siendo «corredentores» con su Cabeza, como San Pablo, verán reali­
zada
la mayor aspiroción de todo hombre, verán la faz de Dios, y
reinarán por siglos sin fin con su Rey y Centro, que es el agente y
objeto, principio y fin de su beatitud, que a la par es Cabeza del
Cuerpo místico, integrado por sus corredentores
y predestinados, eh
unión de los conciudadanos de primera hora, los ángeles fieles ( Apoc. 22, 19).
En esa visión iluminante, vivificante, beatificante,
verán conociendo, vivirán amando, gozarán poseyendo (17).
( 17) Obseruanda. De la exposición que hemos hecho sobre la recapitula­
ción y restauración universal, tal como se contiene en la Sagrada Escritura
y en la Tradición, se infieren, y los hemos precisado, sus caracteres esencia­
les y sentido recto._ Pero querer aplicar, contra toda razón objetiva, y por
puro subjetivismo, a este misterio revelado conceptos y relaciones de evo­
lucionismo biológico, fenomenológico-naturalista, es descentrar la doctrina de
la revelación
y caer en aberraciones antilógicas y. antiteológicas, propias de
un naturalismo
y mundialismo incoherente y acientífico.
Y con ello nos referimos a las teorías de Pierre Teilhard de Chardin
sobre la evolución del Cosmos hacia Cristo, ca.roo punto Omega, expuestas en
su libro Phénomine
humain (París,

1955).
La teoría de este libro, que su
autor cree como una conclusión casi lograda, no puede ponerse a la par, ni
en parangón, con la doctrina de los Padres
y doctores, y menos presentarla
como un despertar e iluminación de la visión de Cristo, cual vida del mundo,
como hace A. Maloney (El Cristo Cósmico,
Santander, 1969, pág. 20),

ni
por su origen o punto de partida, ni por su método, ni por su desemboque y
conclusiones.
l. Parte de la materia en evolución hasta la ascensión a la «consciencia»
dentro de
la Noosfera, que ha brotado d_e la .noogéneis ( como por generación
espontánea) en el Cosmos, por «cierto» desarrollo del espíritu.
Pasa, como de una acera a otra, sin dificultad
y pari passu, con mentalidad
o mentadón de puro naturalista, del orden material
y fenoménico al orden
de una sustancia inmaterial; como es el del espíritu,
·pe'nsante y volente, afir­
mando simplista.mente la evolución por la geo-química, la
geo-tectónica, la
geo-biología,

es decir, por la Geo-génesis, que salta a una Biogénesis, que
no es más que una Psico-génesis, que llega hasta la Noogénesis o desarrollo
del Espíritu. (Cf. Phen. Hum. 200).
2. El método, ni es científico, como de causa a efecto (
cognitio cerla per
causas), ni

válido, por aplicar un proceso de conocimiento por
experimen-
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J. CAMPOS, SCH. P.
tación y observación empírica del fenómeno al desarrollo del nous ( mens),
como una centella o fuego, que va ganando terreno con la extensión de la
«consciencia» dentro de la Noosfera (ibid.,
pág. 201), hasta que se reuna
y concentre lo Impersonal, la Energía y el Espíritu en el punto Omega, su­
prema Hiperpersonalización (Ibid., pág. 288).
3. La conclusión en que desemboca esta utopía y fantasía es el punto
Omega, que viene a ser la concentración personalizada e hiperpersonalizada del
Universal-futuro, del Universal
y del Personal, como Superhumanización del
Tiempo y del Espacio, cuyos cuatro atributos son: autonomía, actualidad,
irreversibilidad,
transcendencia (Ibid.

301).
De esa mega-síntesis tendente al punto Omega, brota la Unanimidad. De
aW sale

lo Colectivo, la conjunción Ciencia-Religión. Del fenómeno cristiano
también habla como naturalista: < para

Dios unificarlo, uniéndolo a
sí orgánicamente, e inmergiéndose par­
cialmente
en las

cosas como elemento. La Iglesia es un phylu.m de amor, y
Cristo
amorú:a a

sus miembros con la energía de la caridad. Así la frater­
nidad cristiana resulta, con
ú.n ~abar y lenguaje de célula y plasma, un pro­
ducto quasi biológico del phylum Iglesia.
Esos son los rasgos característicos que describen la concepción teilhardiana.
Y es suficiente para comprender lo iluso
y aberrante de tales ideas y de su
ropaje lingüístico, naturalista
}' empírico.

Veamos algunos de sus fallos más
notableS:
Desde luego todo son meras afirmaciones sin probar, que dan
ia impre­
sión de representaciones de un delito poético en una imaginación febril.
Da como tesis probada científicamente
y sin discusión la validez de la
evolución cósmica,
y en todos los órdenes, teoría que no se ha demostrado,
por mucho que se
ha pretendido, en ningún género de seres.
Desde el hombre,
al que ha llegado, como Por ensalmo, la evolución, y
desde su espíritu, continúa ésta hacia el punto Omega, y luego le aplica
Teilhard sin reparo la revelación de San Pablo
y San Jtián acomodando ésta
a los datos de la Biología (pág. 327).
En toda esta evolución gratuita del espíritu humano, que se presenta ne­
bulosa, abstrusa
y cargada de grecismos que le dan apariencia científica, no
se cuenta con la libertad,
ni con el pecado original y sus consecuencias, que
por lo menos habría de considerarse como
u.ria tremenda
perturbación en el
sistema teórico de
la Evolución. Al final del libro, en pequefio Apéndice, y
como para salvar el dogma católico, añade algunas ideas sobre la interven­
ción del Mal en un Mundo en evolución, donde reconoce la ambigüedad, desde
cierto punto, de los datos de 1a experiencia. Entonces, si no hay seguridad, ¿para qué construir
se.niéjante tinglado· de

hipótesis y utopías sobre tan dé­
biles
y ambiguas basés? No se ·puede tratar con métodos biológicos y natu­
ralistas lo que en su origen, en sus medios y en su fin, es
ontológicame~te
sobrenatural,

y cae, por
tanto, de lleno en el campo de la Teología.
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LA CIUDAD DE DIOS
Los Padres de la Iglesia se colocan y apoyan en la revelación, base segura
e imprescindible en esta cuestión. Teilhard prescinde de ella, aunque se crea
enla~ar en
algo con Clemente· de Alejandría, en sus gratuitas elucubraciones.
El
mismo Maloney, apologista entusiasta de la teoría de Teilhard, reconoce
que su enfoque de la CriStología no puede ser considerado tradicional (El Crú­
to C6smico, pág. 202).
La lectura paciente del libro de Teilhard da la impresión de una abstrusa
ciencia-ficción, que se hace la ilusión de
interpretar lo
profano de la ciencia
moderna con
lo sacra! de esa nueva y absurda interpretación de San Pablo
y de San Juan, según él y sus apCllogistas. Nos lo confirman las palabras· de
Etienne Gilson (Revista «Seminarium», 1965): «Me he alejado de Teilhard.
Me falta paciencia para un escritor cuya lengua está plagada de neologismos
que
ni la necesidad ni el sentido común imponen de modo evidente ...
¿Quién es ese «sabio» que no habla el lenguaje de
la ciencia? ¿Quién es ese
«teólogo» que no habla el lenguaje de
·Ja teología?».
No ha impedido Teilhard las consecuencias deletéreas en ideas y actitu­
des
erróneas de

inexpertos lectores de su obra.
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