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Más reflexiones sobre la pobreza evangélica

MAS R'ElFIJEXIONES SOBRE LA POBREZ·A EV ANG,ELLCA
POR
EUSTAQUIO GUERBJ!RO S. J.
No s pretende en esre artículo agotar, por así decirlo, la filosofía
de la pobreza evangélica, o sea, la presentada en el Evangelio como
medio de oonseguir la perfe<:ción propuesta

por
Jesucristo y prac­
ticada con la aprobación y bendición de. la Santa Iglesia, especial­
mente en los
Institutos religiosos, síno sólo de ofrecer a 1os lectores
algunas consideraciones
que los orienten para apreciar objetivamenre
los príncipales aspecros que en esa pol,reza se pueden hallar en orden
a promover
la perfe<:ción cristiana y a juzgarla a ella misma como
grata
al
mismo Jesucrisro y eficaz para el establecimiento del reino de
Dios,
máxime en ~patación con la riqueza.
Ofrecer las motivaciones, o algunas de ellas, que la misma nizón,
siempre
en armonía con la fe, pueda alegar para justificar un uso
equilibrado
de

los
bienes terrenos temporales

y
mareríales, en
el que
no
se carezca de lo necesario a una vida digna de los seres inteligentes
e hijos de Dios, ni
se dilapide lo sobrante y supérfluo, ayudará a for­
marse idea exacta de lo que en orden .a la perfección espiritual hu­
mana pretendida por el creador y redentor pueden influir la pobreza
y la riqu=, y de lo que acerca de amibas piensa :81 mismo.
1.-,El concepto más · frecuente de ,Ja pobrem, como consta por
la tradición cristiana, puede entenderse como carencia actual de bie­
nes
convenientes y
aun
necesarios, que se han perdido o dejado, ya por
caridad hacia los prójimos, nuestros hermanos, ya, en geroral, por de­
dicarse
uno

por
enrero y sin otras solicitudes a procurar el reino de
Dios, implantándolo en sí y
procurando implantarlo

en los
dem&s, de
forma
que conorom, amen

y sirvan a Dios
según el Evangelio. Y en
este sentido habló Cristo a
aquel joven:

"Si quieres
ser perfecto, anda,
vende cnanto
posees, dalo a los pobres y ven, sígueme" (1).
Esra
pobreza es

alabada por Cristo
y por la Iglesia, porque es
(1) Mlat. XIX, 16.
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BUST AQUIO GUERRER.O, S. J.
efecto de la ca.ridad o amor a Dios y al prójimo, y porque es un me­
dio eficaz de eliminar solicitudes temporales que impiden al alma
ciarse toda al ejercicio de la caridad para establecer el reino de Dios
en sí
y en [os demás, como hicieron los apóstoles y quienes los imitan.
Se ha dado en la Iglesia, y siempre, esta pobreza en gran variedad
de creyentes y con frecuencia, junto con la castidad y la obediencia,
y, muy de ordinario, consagradas con voto, para la más firme y total
entrega
al

imperio de
Jesucristo sobre Ja.s almas.
Esta pobteza, consagrada con voto en el estado religioso, implica
cierta
carencia de bienes propios y de
Ja.s consiguientes solicitudes
para administrarlos, conservarlos, negociar con ellos, y de libertad
absoluta para usarlos, y menos en su comodidad, placer, honor perso­
nales.
Esa carencia aauall. de bienes no excluye que haya los bienes in­
dispensaMes para
Ja.s obtas propias del Instituto religioso, sobte todo,
con mayor o menor austeridad, según exija el mismo Instituto. Como
ocurría en el colegio apostólico o algo parecido, que vivía de Ja.s
limosnas de familias amigas en tiempo de Jesucristo; y después, los
apóstoles vivían tatubién de

limosnas según los
escritos de S. Pablo
v. gr. a los
filipenses (2)

o de algún
•rabajo simultaneado con el queha­
cer
apostólico f con otras obras de caridad.
Esta
pob,eza se ejercita tatubién a veces, morando en casas funda­
das, a,mo 1o eran !os colegios de 'la Compañía y !os conventos de
Santa
Teresa;
y tales fundaciónes pueden me7.clarse con cierto orden
doméstico de
algún trabajo
remunerador que contribuye a la subsis­
tencia.
La vida humana necesita bienes naturales y sobtenaturales, ma­
teriales y espirituales, para su desarrallo y perfeocióu; luego, la obli
gacióu existente de desarrollarla y perfeccionarla urgirá al hombre
para que

procure, conserve, use y aun
acrecien•e debidamenre, según
las

circunstaucias de lugar,
tiempo y persona, todos esos bienes; y la
mera
carencia de ellos, ya

en su
rotaJidad, ya en parte, que impida ese
desaffollo y perfeccionamiento, no puede ser en sí algo laudaMe, sino
que sería más o menos vituperaMe.
(2) Philip. cap. IV.
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MAS R.EFLEXIONES SOBRE LA POBREZA EV ANGELICA
La carencia de algo en sí bueno no podrá a!al,arse sino en cuanto
apta

y
procurada para obtener otros bienes compensatorios de la ca­
rencia o superiores a los que
tal carencia podría implicar. De forma
que una vida pobre religiosa contiene estos elementos:. Cwrta estre­
chez de bienes 11errenos y materiales, cierta austeridad en el uso de
el!~ limitaciones jurídicas en la disposición de ellos y, en general,
voro de pobreza que hace la persona, según las determinaciones del
Instituto aprobado por la Santa Iglesia.
2.-&, pu piritual de quien, aun poseyendo riquezas, vive desprendido de toda
afición desordenada !hacia ellas, y usa de ellas con.forme a las exigen­
cias de la razón iluminad• por la fe religiosa cristiana
Este

desprendimiento
-aquí aplicado a la pobreza~ im¡ilica un
dominio
petlfecro de sí .msmo, con plena docilidad a la voluntad di­
vina, para

cumplirla en toda
situación ocurrente, superando con
faci­
lidad y constancia las resistencias pasionales contrarias. Todo lo cual
constituye la libertad verdadera del espíritu.
San
Ignacio !habla de esas dos pobrezas en sus Ejercicios espirituales
mudias veces, v. gr.: Meditaciones de dos banderas, del reino de Gris­
to,

de tres binarios, de tres
grados de !humildad, núms.

98, 147, 157,
167,
168, y, sobre todo, ha:bla en sus constituciones, donde emita la
pobreza en general con términos impresionantes. Y digo impresio­
nantes
no
tanto por
los calificativos
que le
da: muro firme de
la reli­
gión, madte de

la vida
espiritual cristiana ...

,
usados ya antes, sin du­
da, en
la tradición religiosa, sino por el ronjunto de sus expresiones
y la vibración de amor que revela ihacia la pobreza (3).
Difícilmente
dejairán muchos de extrañarse, si oyen decir que San
Ignacio fue un enamorado de
la pobreza, y que la Compañía de Jesús
ha sido siempre en extremo exigente en esta materia. Exigente no
sólo cuanto a que sus hijos no usen de bienes terrenos sin licencia de
sus Superiores; sino en cuanto que usen con austeridad. Pero esa ex­
trañeza se disipará entendiendo qué es la pobreza evangélica --que
era
y debe ser la de San Ignacio y de su Orden-, y las relaciones de la
pobreza con la acción apostólica, y viendo la vida íntima de los
(3) Constituciones, parte VI, cap. 2.
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EUSTAQUIO GUERJiER.O, S. J.
jesuitas en su comer, beber, vestir,. habitación, cama, cuidado de su
cuarto sin

ayuda de nadie,
sin criados ni criadas; y hoy, menos toda­
vía, con fa perversión de fa idea de hermano coadjutor, que había
descrito San Ignacio (4).
La pobteza ,espiritual, como desprendimiento interior del alma
de loo bienes tertenoo y disponibilidad pata servir a Dios y a su Iglesia,
es
virtud grande, es

en sí
algo sublime y

necesMio
para el cri""!auo.
La aaual, en cuanto carencia de bienes, no es en sí virtud alguna, ro­
mo
antes decíamos; y en cuanto carencia de bienes indispensables
para fas necesidades vitales es un mal, de suyo, que de ordinatio im­
pide el ejercicio de la virtud y del trabajo apostólico; y esa carencia
hay que
evitatla; aunque en casos excepcionales sea providencia de
Dios para actos heroicos o para castigo quizá. Sto. Tomás considera
esta situación como contraria a · la virtud. En cuanto suficiencia de
bienes para una vida digna, pero sin abundancia, no es virtud, pero sí
es una situación de
estímulo para el trabajo y liberadora de pteocu­
paciones y solicitudes =esivas que son inherentes a fas aotividades
financieras

de los
ricos, ricos de espíritu también, y no pobtes de
espíritu.
En aunl,io, la pobteza actual del que no tiene bienes en propiedad
ni
libertad de su uso, porque ha renunciado a ellos por el reino de
Dios,
pero sí puede disponer, con licencia, de los necesatios para tta-
(4) La perversión consiste en que el grupo jesuítico de los hermanos
coadjutores,

· que en otros institutos
· religiosos se

llaman
legos, fué concebido
por San Ignacio por personas que se habían de ocupar, en general, salvo
excepciones
· bien

justificadas
y bastante frecuentes, en los oficios que él lla.
maha
de Marta: cuidado de la casa en lo tocante al aseo y buen orden mate­
rial, trabajos de la ropería, de la zapatería;, de ·la. cocina, de la enfermería ...
y de otros semejates, con et fin de que los escritores, confesores, predicadores,
profesores

de los diversos
centros,-y otros dedicados a ministerios diversos
apostólicos en


más espirituales y necesitados de estudios, no tuvieran que
emplear su tiempo en tales menesteres, aunque, eso sí, cada uno, aun sacer­
dote,
hubiera de cuidar de la fü~1pieza y buen orden de Su aposento, como
fuera de casos de vejez o de enfermedad ha sucedido siempre.
Hoy ha bajado tanto el número de esos coadjutores que han tenido que
ser
sustituidos por empleados y empleadas a sueldo en la casa, ciue en
ella o fuera de ella hacen lo que antes hadan fos hermanos jesuitas, con gran
paz y alegría de ellos mismos y gran amor fraterno y confianza de los demás.
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MAS REFLEXIONES SOBRE LA POBREZA EV ANGELICA
ba.jar por ese reino de Dios, aunque sea con alguna esucechez y auste­
ridad,
para dar así testimonio de que oo busca los bienes materiales
por sí mismo,

es
una situación bien 1audable, porque en sí misma
procede de
la caridad, como hemos dicho, y facilita la disponibilidad
de servir a Dios y al prójimo (5).
3. Con todo esto hemos de concluir:
")
Hay

que
amar a los pobres de espíritu y a los pobres actua­
les por
el reino de Dios, porque en sí son amables, pues orles pobres
son
auténticos hijos de Dios, dóciles a su S.nto Espíritu, y eso es
muy

digno de
amor.
b) Hay que amar a los pobres carentes de bienes y necesitados,
incluso aunque sean
malos, porque están, por carecer de bienes, en
una situación de impotencia para vivir una vida decorosa, para pro­
move,:se y perfeccionarse: tienen necesidad de la protección y del
apoyo de
sus ihermaoos. Hay

que practicar con ellos la justicia social
y la
caridad cristiana ayudándoles a salir de su estado de inferioridad
e insuficiencia para ibien vivir.
e) Hay que ama,, a los pecadores, los más pobres en Jos. bienes
sobrenaturales,
para que se hagan ricos. Y como en cie,:ro sentido
éstos
son los más pobres, a éstos hay que amarlos más con ese amor
cristiano que a quien se ama procura •los reales bienes que le faltan y
necesita..
En estos diversos sentidos se puede y debe h•blar de Iglesia de
los pobres. La Iglesia esci. obligada a amarlos y los ama con el fin de
que en lo material
y en lo espinual tengan lo necesario y lo conve­
niente
para una vida dig¡,a.
Advirtamos
que ni Dios en general, ni Cristo en particular, conde­
naron a
Abraihán, Isaac, Jacob, por que fueron ricos; antes los ala­
baron como santos y amigos. Es un hecho interesante y orwntador.
También
lo

es que en
el A. T. Dios prometía riquezas a los justos
y se las daba. Cristo oo hiro asco de tratar con ~icos y personas aco­
modadas. Niaxleroo, según los <:aps. III y XIX de S. Juan, y José de
Arírnatea fueron objeto

del
especial aroor de Cristo. Lo mismo hicieron
los
aipóstokis, como cousta por San Pabilo y por OllroS, incluso San Pe-
(5) .Santo Tomás, 3, q. 35 7 c. y q. 40, 3. Cf. 2-2, q. 188, art. 7.
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EUSTAQUIO GUERRERO, S. J.
dro, segón la tradición, San Pablo era amicísimo de Filem.ón, que era ri­
a, y tenía esclavos; trata con Lyda, purpuralt'ia y rka, y con primates
eu

cuyas
casas se hosp mismo en casas de romanos y romanas nobles.
La Iglesia ha canonizado a muchos ricos, numerosos reyes y du­
ques de
ambos sexos.
Luego se puede ser rico y ser no sólo buen cristiano, sino santo
canonizable.
Aunque Cristo señalara los peligros de la riqueza en la parábola
del
sembrador e hipe,bolizara de diferentes modos las dificultades
de

que un
rico eutrara en

el reino de los cielos,
romparándolas con
las

que
reudrla un

camello para
pasar por el ojo de una aguja, lo mis­
mo pudo señalar los de la pobreza extremada. Por 'lo demás, señalar
los peligros de la riqueza no es declararla inrompatible con la santidad,
ni
negar incluso la obligación que puede haber de conservarla para
cumplir
ciertos
deberes que
uno
puede tener para promover ciertas
empresas
que haya de sosteuer y llevar adelante, ya para el verdadero
bien común de su patria o dcl mundo, ya para el bien de su familia o
de alguna institución
particular.
Los dustria,
el comercio, son muy estimados y debeu serlo romo bienhe­
chores
de

la
humanidad, si miran al bien común.
4. Hay en la Iglesia, y ha habido desde el siglo V y antes, fa­
milias religiosas, instituciones, que han querido vivir rorforme al con­
sejo de Cristo: "Si quieres
ser perfecto, ve, vende lo que tieues y dá­
selo a
ros pobres; luego ven y sígueme" (Mat. 19, 16-22). Algunos
de estos institutos han. poseído y poseen mudb.os bienes materiales que
se
han estimado y estiman necesarios para su fotrnación y su apos­
tolado,
aunque

los
particulares míembJ.'06 de !as tales romunidades oo
podían disponer libremente de ningón rocurso. Las casas de fotrna­
ción de una Congregación religiosa suponeu a veces much.os de esti­
mable
considen,dón, para 'hacerlas, mantenerlas, costear la vida y es­
·rudios de tantos individuos que allí se forman y que nada ganan. Pero
poseer eso no se opone a la pobreza,
y no ha de escanda!lizar a nadie
que tales edificios, con cuanto implican, sean grandes y

funcionales.
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Fundaci\363n Speiro

MAS REFLEXIONES SOBRE LA POBREZA EV ANGEUCA
En cambio, todo el mundo debería edi,ficarse de que allí se viva con la
modestia y aun estrechez particular ron que cada uno vive.
Para captar
el

sentido
evangélico de la pobreza, se ha de pensar
en

que lo deseado, requerido o
recomendado por

Cristo, es
la docilidad
del alma para oír y seguir Ja voz de Dios, la libertad del t'Spíritu que
domina

las pasiones
desordenadas y ronstituye al
cristiano en una
situaci6n de
disponibilidad para rea1izar los

designios de
Dios, según
aquella indiferencia
de

que
habla San Ignacio, cuando en el principio
y

fundamento expone cuál ha de ser la
notma en
el uso de
las cria­
turas. Toda
la artillería en la batalla espiritua:l de sus ejercicios la
emplea en abatir las resistencias de la naturaleza caída -en la zona
de cada pecado capitall-, a las exigencias de la gracia y del ideal evan­
géliro y en promover

el amor a
Jesucristo y la enttrega tota:l a su ser­
vicio

y a
la dilatación de su reino.
Y cuando
se ha llegado a esa libertad de espíritu y a ese amor
motot de

la vida,
ya se ha establecido en el alma el reino d.e Cristo,
que
es
el reino de Dios. Jll cual supone siempre la pobreza espiritual,
pero no

la
actua:l y efectiva como carencia de bienes. Esta sólo es re­
querida en ciertas vocaciones especiales y en ciertos aspectos, como
acontece en los Institutos religiosos, y según lo espedfiro de cada
uno. En ellos será necesario renunciar a la libre disposición de bienes
por
cada persona física; pero sin mayor o menor cantidad de ellos no
podtla subsistir

ni
operar el Instituto. Consiguientemente también se
habrá de

renunciar a las
preocupaciones por allegarlos y administrat­
los, como a

las
inherentes a la formación y sostenimiento de la familia
naitural, y a la autonomía de la propia voluntad, por los rres votos;
pues sin
esas renuncias no h•bría una entrega total en cuerpo y a1ma
a la promoci6n de los ideales evangélicos de talles institutos.
5. Con
todo, la riqueza es peligrosa en cuanto facilita al hombre
placeres
y honores, instrumentos de dominio, y, por lo mismo, pro­
mueve el poder
y una roncieocia de egoísmo y de autosuficiencia y
soberbia, y debilita o tiende a extinguir Ja conciencia de la propia
necesidad
de Dios para vivir dignamente y ordenar su vida presente a la
ronsecuci6n de la eterna. Véase la parábola del sembrador en San Lucas,
VIII, 14;
y en el mismo XVIII, 25-27, sobre la dificultad del riro
para entrar en el reino de Dios .. Fsta,s 'han sido y son las razones por
Fundaci\363n Speiro

EUSTAQUIO GUERRERO, S. J.
las que la riqueza ha sido considerada como ocasión de dificultades
para vivir un auténtico cristianismo.
En San bocas, XIV, 26, dice Cristo: "Si alguno viene a mí y no odia
a su
Padre, a

su
Madre, a

su mujer
y a sus h;,jos, a sus hermanos y her­
manas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo" (Aquí odiar
es un hebraísmo). Y
más adelante, v.

33:
"Cw,llquiera de vosocros
que

no renuncie a
cuanto posee,
no puede
ser mi discípulo". Y en
Mat. X, 37: "lll que ama a su padre o a su madre más que a mí, no
es digno de mí".
En estos pasajes pa.-alelos quiere el Señor darnos a entender que
hemos de preferilr ,el reino de Dios, Cristo, la doctrina evangélica, a
todas las cosas de este mUlldo y a nuestra propia vida material, que,
en
caso de conflieto han de ser sacrificadas. Pero no nos dice que
todos estos objetos, o
calquiera de ellos, v. gr, las riquezas que tuvié
ramos,

sean en sí un
mal y debamos odiarlas y, en todo caso, actual­
mente renunciarlas o dejarlas.
Sólo debemos renunciarlas
cuando lo
exija la divina
voluntad, o
sea, cuando,

de no renunciarlas,
hubiéramos de perder a
Dios, a Cristo,
la posesión de su reino. Y por eso, la disposición del cristiano habi­
tual
ha de ser la prontitud espirirwcl o de su voluntad para dejar todo
lo terreno, y aun la vida propia, si fuera gloria de Dios dejarla y
cuando lo sea. Pero esa disposición no se opone al entusiasmo por la
promoción de todo lo bueno y bello de este mundo, pot el pl!Ogreso en
el
debido equilibrio y Jerarquía de valores, la perfección del hombre,
aun en lo
natural subordinado a

lo
sobrenatural.
El
mismo precepto de la caridad fraterna y, por lo mismo, de
procurar a sus hermanos una vida digna con
suficiencia de
los bienes
que
necesitan, obliga al cristiano a trabajar pot ese progreso natural;
pero más aún debe trabajar pot el progreso sobrenatural. Así habtá
progreso natural también, :pero en armonía con el sobrenatural y a su
servicio,
y se evitarán los maLes de un progreso natural incontrolado
que por sí solo
serla la

ruina de la
humanidad. Como decíamos co­
mentando
el principio
teilhardiano de

que todo progreso es edifica­
ción del cuerpo de
Cristo; lo cual es falso (6).
(6) E. Guerrero S. J. Teilhard de Chardin. Aspectos fundamentales de
su obra. Exposición y valoración. Lección 4ª, pags, 77 s-igs.
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MAS REFLEXIONES SOBRE LA POBREZA EV ANGEUCA
Vivir una mística de progreso meramente natural y material., o,
en
todo caso, descona:tado de Dios y de Cristo, sin subordinación al
mundo
sobtenatural., concentrado en la promoción de valores u:rre­
nos, es la versión concreta de lo que hoy fuman secularidad; que no
niega a Dios
teóricamente, peto sí lo ignora práctica,nente, y cierra
el hor.imnte de lo sagrado; prescinde de Dios y de lo sagrado.
Esa secularidad es,

en
realidad, at.eísmo, pcm¡ue es secularismo o
rotal iruneisión en el mundo. Teilhard ha contribuido y contribuye
a ese
desorden.
Pero si el secularismo es blasfemo e impío, porque niega a Dios,
excluye a Dios de
este mundo, la secufaridad también, porque en la
práctica produce el mismo efecto que el secu:larismo. Desgraciada­
mente,

hoy
las· sociedades cristianas están invadidas por el espíritu de
esa
searlaridad.
So pretexto de libertad, de eottesponsabilidad, de personalidad,
de

dignidad
humana, se

van quitando a
los niños, adolescenres, jóve­
nes,
y aun a
los mayores, las prácticas roncretas con que se cultiva
el
espírim religioso
y !IIlOial: la misa obligatoria, los retiros para la
reflexión espiritual., la frecuencia de los sacramentos, incluso la predi­
cación,
reducida a cuatro polahras de Ja homilía, el rosario, las no-
venas ...
Por otra parte, se fomenta toda ruriosidad mundana, en todos los
órdenes, por
turismo, deporte, cultura

profana,
técnica; y más en par­
ticular
se fomenta

el
eretismo en todos los aspocros, y, muy en con­
creto,

en el de educación
sexual y, bajo este letrero y con su atractivo,
se fomenta el tt~to íntimo de los dos sexos .recbazaod0- como ñoñerías
desfasadas las inhibiciones y las prudentes cautelas y respetos tradi­
cionales,
y, desde luego, ~bogando por la coeducación.
El
resultado: Se sumerge al hombte en la vida natural pasional
desde niño
y se paraliza en él la vida religiosa y cristiana.
Si a esto se
añade el ri;mo de velocidad, complicación, aturdi­
miento
de ocupación y de ruido, que impide la consid~dón y refle­
xión;
y la guerra de hipercrítica y aun de manifiesto ataque a lo más
fundammtai de la fe cristiana en sus dogmas y en sus instituciones,
puede
colegirse la gravedad de la simación y la necesidad que tenemos
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EUSTAQUIO GUERRERO, S. J.
de orar y estudiar los medios de defender dignamente la fe de noso­
tros mismos y de nuestro pueblo.
Mejor
aún veremos el peligro si consideramos los criter.ios per­
versos entre los mismos que se llaiman católkos, en lo que a.tlÚÍe a la
existencia de los
oentros educativos de la Iglesia. (7).
6. En cambio, la pobreza material, sin ser un bien en sí misma,
ni algo querido por Dios en el estado de justicia original. crea y ha
creado en las almas disposiciones que facilitan la entrada en el reino
de Dios.
San Pablo lo ronstataba así cuando decía a los Corintios: "Mirad,
hermanos, quiénes
habéis

sido
llamados. No hay muóhos sabios, según
la carne, ni muchos poderosos, ni muchos de la nobleza, sino que
Dios ha
esoogido a ios necios según el mundo para confundir a los
sabios, y Dios
ha escogido a los fiaros del mundo para confundir
a
los fuertes;
y a las rosas viles y despreciables del mundo y a aque­
llas que no son, para destruir las que son. A fin de que ningún mor­
mi se jacte en su acatamiento" (8) '(1 Cor. 1, 26-28. Cf. 29, 30, 31).
Y no sólo la :pobreza actual -no miseria precisamente-facilita
la
entrada es

el
reino de Dios, sino, dentro del reino de Dios, la acce­
sión
al sacerdocio y al estado religioso, corno Jo muestra la experien­
cia. Porque los pobres
no se sienten tan felices en el mundo que sien­
tan tanto orno los ricos dejarlo; pero ya lo hemos dicho, el que la ri­
queza material ponga dificultades, no prueba que imposibilite la en­
trada en el reino de Dios, ni siquiera en las zonas más perfectas de
ese reíno: sacerdocio, estado religioso, santidad eximia ... ; sólo ruan­
do no va acompañada de pobreza espiritual es cuando pone dificulta­
des
serias a la entrada en el reino de Cristo, aunque superables con la
gracia divina. 1
(7) Cf. a este propósito el artlrulo del P. José María Guerrero, S. J., en
Ecclesia, núm. 1480, y mis I,ibros: Fundamentos de Pedagogia Calólica (&lit.
Studium, Bailén 19); La libertsd religiosa y el Estado Católico (Edil. Stdiwn);
Libertad religiosa en España ( este últmo, en colaboraci6n con el P. Joaquín
María Alonso, C. M. F).
(8) I Cor., 1, 26-31.
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