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Liberales, absolutistas y tradicionales

LIBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALES
POR
FRANCISCO ]OSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA.
Nada más lejos de mJ propósito, y creo también que de los del
Congreso, que daros una lección de Hisroria. Entiendo el «Qué nos
enseña la historia» no como una enseñanza muerta de hedhos más
muertos todavía, sino

como
la vivencia hoy de aconteeimientos pa­
sados para ilustramOS oo sabre ese pasado sino sobre el mañana de
nuest!m patria y

de
nuestros hijos.
La historia es maestra de la vida. Los pueblos que no conocen ,ru
historia están destinados a ,repetir sus errores. Frases muy conocidas.
Frases muy verdaderas. Y frases que necesitan de una con,eción en el
hoy de nuestra España. Porque parece que la historia no nos enseña
nada
y parece también que estamos abocados a repetir el más estériL
el más desgraciado de los s1glos espo.fioles, al menos desde aquel si­
glo
VIII en que nos invadieron los mu,rulmanes: el siglo XIX.
Sobre él van a discutir estas meditaciones en alta voz con mucha
más voluntad de futuro que propósitos historicistas. No porque no
importe el ¡,asado. Que importa. Y que condiciona el hoy y el ma­
ñana.
Como hemos de ver. Sino porque hemos de mi lante, ya que en esa
andadura nos espera la gloria o

el deshonor. Aquí,
en
nuestra patria te,,renal y, sObre todo, en la Jerusalén celestial que
nos
aguarda si

sabemos, con
ayuda de
Dios,
a>rrer bien la cattera de
esta vida.
Pero sentado este propósito, no he de set yo quien repita el que
los muertos entierren a sus muertos, al menos en su sentido obvio y
natural que no en el que fueron pronunciadas. Pon¡ue son nuestros,
porque dieron todo
lo

que tenían por.
nosotros, porque su gloria es la
gloria de España y sus pecados, uuestros pecados. Triste país aqual
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFJA
que no tiene de qué enorgullecerse en su pasado. No es ese nuestro
caso. NosotrOS somos
herederos y rontiooadores de unos anhelos y de
unos sacrificios que por siglos pasmaron al mundo. Y, permitidme
decirlo, que emocionaron a Dios.
Esa en nuestra hisroria. Esa fué la gesta nnáni= de nn pueblo
que,
desde las

tinieblas de la
gentididad, se preparaba --0 Dios
mismo

lo
prepa.mba, como a

aquel otro pueblo
escogido-pata
asombrar al

mundo
ron la

espada de
su coraje y con la cruz de su fe.
Yo no sé si esto es nacionakarolicismo, triunfalismo o lo que queclis.
Em la fe de mis mayores y es la que quiero pata mis hijos. Con ella,
se ama más a España y se sirve mejor a Dios. Y esto conseguido,
poco me importa que eclesiásticos o laicos, a los que parece traerles
sin cuidado
Dioo y España, me

digan que
aún vivo
en
,el Concilio de
T,ento o que tengo ideales ya definitiv.mirote muertos

de cristiandad.
Prefiero a
Felipe II

que a
Aza.ña, a

Ignacio de Loyola que a
Lutero
y

a
Donoso que a Maiitain. Y no es preferir la palabra adecnada.
Potque
los primeroo son la España de mis amores y los segundos el
mundo de
mis aboorecimientoo. Y entre el bien y el mal no se pre­
fiere sino que

debe quererse al
uno y odiarse al otro. Lo siento si
resulto poco ecuménico o incluso poco postronciliar. Pero, y hora va
siendo ya de
declararlo abiertamente, debéis tener

en
cuenta que en
no pocas ocasio.oos, me atrevería a decir que casi siempre, esas pa­
labras que hoy llenan la boca de clérigos y seglares, algunos de muy
alta
graduaci6n, han tenido en este castellano viejo en el que ense­
ñamos a rezar a todo un mundo una traducción tan sonora como ver­
dadera: traici6n.
Nada
os oculto, pues, para llevaros más o menos inadvertidamente
a

mis conclusiones.
Aquel verso de Ma:ehado en

que una
de las dos
Españas ha de helar el corazón al españolito que viene al mundo es
en
el poeta doblemente falso. Bn primer lugar porque no hay dos
Españas sino solamente una. 1.a otra, de España no tiene nada. Y en
segundo lugar porque
si existiera esa segunda Espa!ía, esa es preci­
samente la que debetía helar el corazón a todo eopaiíol bien nacido.
Para Machado, en cambio, fa España del hoom y de la gloria era s6lo
la España zaragatera y

rriste. Denunciada la
falsedad, aceptemos por
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UBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALES
un momento la dia!léctka machadiana. Pues bien, en ese caso mi Es­
paña, y la vuestra, es la otra.
La España de Sagunto y de Numancia. La España de Viriato. La
España del Apóstol del Trueno y de San Pablo. Y del Pilar Cesa­
raugustano. La España que en el III Concilio de Toledo se entregó
definitivamente
a Ccisto romo pueblo y que desde entonces, en la
victoria o en la persecución, fue la nación más católica, más uni­
versa!!, del

mundo
..
Covadonga,
la

Reconquista,
w; Indias, Mulhberg, Lepanto, el
Dos de
Mayo, la Cruzada de 1936... Y nuestros santos, nuestros es­
critores, nuestros pintores, nuestros soldados, nuestros mártires. Si­
glos de pueblo ron un solo corazón y un solo propósito.
Hasta
que ... en
el siglo XVIII, antes de ayet, influencias extrañas
introdujeton dos g&mooes fatales que, desanollados, desembocaron
en

las dos
enfermedade; que debilitaron a

un pueblo que parecía su­
petiot a todos los
demás.del universo

mundo.
La enfermedad del siglo
XVIII se llamó absolutismo. Y überalismo la del siglo XIX. Hablando
en términos generales, po,:que ambas coexistieron, y todavía coexisten,
en su
etnpeño pot minar un organismo antaño, sano y robusto y hoy
apenas sombra

de lo que
fué.
España
fue siempre un pueblo altivo que supo mantener a raya a
sus reyes.
Cada uno valemos tanto romo vos y todos juntos más que
vos

no es una frase,
.feliz o desafortunada, de un tiempo histórico. Es
la respuesta, impertinente si se quiere, del Intimo convencimiento
de
que son los reyes para los pueblos y no los pueblos ¡,ara los reyes.
La vieja sentencia isidoriana del Rex eris si recte facies, si ,wn facies
non ero, reaponde perfectamente al sentir históriro de los españoles.
Y
esre pueblo tan poco absolutista, tan celoso de su libertad, am6 a
sus reyes como
ninguno y les guard6 una fidelidad que en no pocas
ocasiones
era digna de mejor causa.
La historia
del siglo XIX, que fué la historia de tantas cosas, es
también la
histotia de ese amot y de esa fidelidad. El pueblo de
Madrid se subleva porque el francés pretende llevarse a un infante
niño que
era la

última
prenda de

la Monarquía
española. Y pensad
lo que significaba de valar y fidelidad aquella sublevaci6n de un
pueblo desarmado frente
al ejército que

dominaba a
Europa. El
amor
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
a los reyes fué uno de los principales elementos que atizaron aquella
guetra inmiserirotde y desigual en la que toda España se enfrentó
al francés. Y el rey prisionero, con bien pocos merecimientos por su
P"'rl"' si alguno tenía, pasó a set "el Deseado" ·para una nación que
todo lo sacrifiaba a su regreoo.
Las guetras ar!istas fueron también ejemplo de enwega y de espa­
ñolismo de unas provincias en las que hoy se quiere presentat a lo
antiespañol como consustancial· a su set y a su historia.
Pues bien, en ,el siglo XVIII, con la llegada de la Casa de Borbón,
la Monarquía española, siguiendo el ejemplo de Francia, pasó a set
una rnona,quía absoluta en la que la voluntad del ~ey fué la ley. El
pueblo no se
percató tpronto del cambio y su afecto a los monarcas no
se entibió.
Si las cosas no iban

bien se
buscaban otros culpa!bles, como
Esquilacl,e
o Godoy. Pero las oons001Je0Cias pronto iban a sentirse.
Agavaba
más la cuestión el que, así como en Francia la Casa de
Borbón daba figuras e,roepcionales como un Enrique IV o un Luis
XIV, sus parientes
españoles presentaban
una
pobrísima imágen de
lo que debía ser un ~ey. Y a1provediándose de esa mínima talla hizo
su aparición
el otro germen aludido, al menos, en el ,principal de sus
a,¡pecros, que era el antimiligioso. Con Carlos III llegó el Enciclope­
dismo y lo que empezó por Roda, A'randa, Floridablanca y la expulsión
de
ios jesuitas se traducirla cuatenta años más tatde en Argüelles,
Quintana, la Constitución de Cádiz y la cadena ininterrumpida de
sus epígonos, que llega hasta nuestros día9.
Y es impottante señalar que ,el anticatolicismo de aquellos polí­
ticos de Carlos III y de Clllrlos IV iba íntimamente unido a su abso­
lutismo. No es que fueran los mismos perros con distintos collates.
Es que coincidían los coll3"es y los perros.
Situémonos por un momento en aquellos días en qu,e agonizaba
el antiguo
Régu,w,, La Enciclopedia y la masonería habían minado
el
ttouco de las antiguas monarquías y la cabeza de Luis XVI había
rodado en el cadalso. El jansenismo y el galicanismo habían debilitado
la
solidez de

la
Iglesia y la autoridad del Pontlfioe. Pío VI y Pío VII
eran prisioneros de Na,poleón, que derrotaba una y otta vez a los
ejércitos de
1os monarcas europeos. El princ¡pio de la soberanía po­
pulat, que hoy invocan hasta nues1lllOS obispos, se erguía contra la
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LIBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALES
tradicional doctrina católica que afirma que el poder viene de Dios.
En esa situación, con los reyes, padlre e hijo, prisioneros y ri­
valizando
ren vilezas ante Napoeón, con la nación invadida por un
ejército que
parecía absolutamente invencible, el pueblo español se
lanza a

la
looba contra el invasor.
Llegados a
este punto casi os pediría que
olvidaseis todo cuanto
hayáis ieído de la historia de España, pues todo es falso. Porque
salvo Menéndez Pelayo, Vicente de

la Fuente
-por favor, que no
se confunda con Modesto Lafumte, uno de los peores 'historiadoires
que padeció nuestro

siglo
XIX-y rontados historiadores más, todos
los restantes han escrito
una fábula que nada tiene que ver con la
realidad. Y que es, en gran parte, culpable de que en 1976 estemos
ttatando de volver a la Constitución de 1876, en un progreso de
cien años
hacia atrás,

cuando no a
la mismísima del año Dooe.
La fábula dice poco más o menos así: El pu rrecía el absolutismo, se sublevó contra el francés pata reconquistar
sus

libertades
tradicionales. Las Cortes de Cádiz, fiel trasunto de
nuestras Cortes tradicionailes, dieron a1 pueblo lo que pedía en medio
del general entusiasmo.

Pero vuelto
Fernando VII, monstruo inimagi­
n11Jble
de crueldad, amigo de cuanta ,.afiedad imagin,..se pueda, que
gobernaba a instancias de aguadores y criados, con ayuda .de esa
camarilla absolutista, sumió

al país en el
terror del sexenio en los
que la sangre de los patriotas regó abundantemente la tierra española.
Las mazmorras, que naturalmente eran lóbregas, estaban a~adas
de indefensos ciudadanos que eran salvajemente . torturados por du­
ques y frailes.
El pueblo indignado y arrostrando los más inauditos
peligros se subleva al mando del valiente Riego pero es aplastado por
el
ejército francés de los Cien mil hijos de San Luis. Riego, Torrijos
y

miles de honrados
españoles pagan con sus vidas sus ansias de li­
bertad en la "ominosa década" que signe al T~ienio liberal. Hasta
una
mujer,
Marianita Pineda, es ej=ttada por bordar con sus manos
blancas
la

bandera de la
libertad. Pero las ansias del pueblo no pueden
dominarse perpetuamente
y,

a la
muerte de Fernando VII, vuelve a
install!tarse la libertad. La camarilla absolutista se agrupa al lado del
henoono del

rey difunto
y desata una gnerra cruelísirna contra una
pobre niña que solamente desea que el pueblo español sea dueño de
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01'A
sus destinos. Hay algunos incidentes promovidos por los absolutistas
que no se resignan a dejar de
oprimir al pueblo, pero el pueblo los
venga matando a alguno de ellos, generalrnenre frailes. Alguno de
los

fabulistas distingue
entlt"e pueblo propirumenre dicho y populacho.
Compuesto este último por una insignificanre p..-i:e del anterior que
englobaba
solamente a
todos los campesinos y a parte de los ciuda­
danos y que eran ran rudos y roontaraees que en lugar de preferir la
libertad seguían haciendo caso de las parrañas de curas y frailes.
Pero a fuerza de instrucción -auele callarse que militar y no precisa­
mente
ejercicios de orden cerrado sino con fuego real y sobre ese
inmundo popu!aob.o-fueron apreciando las duJct,s delicias de la
libertad, con io que el país va progresando. Se despoja a la Iglesia,
con el santo .fin de hacerla semejante a su divino Fundador que no
tenía donde ,cedinar su cabeza, de los inmensos bienes que habla arre­
batado al pueblo gracias a las superstición que inculcaban a los cam­
pesinos unos frules rapare¡ que ya no creían en Jesucristo sino s6lo
en
su propio bienestar material. Y que naturalmente eran gordos,
mujeriegos
y bebedares. La pobre niña al ir creciendo va saliendo en
maldad y felonía

a su difunto
padre, y el pueblo, en uso de su sobera­
nía, la expulsa del trono de sus mayores. Una República que todos
querían es liquidada ·por la fuerza bruta de un militar que irrumpe
en el O>ngreso a •bayoneta calada. El ejécito, sosrenedor de los pri­
vilegios de la oligarquía fu:enre ..:J. pueblo, trae de nuevo al trono a un
hijo de la ex:niña y exreina pero las fuerzas sociales cada vez con más
actividad van logrando imponer el del generail Primo de Rivera, hasta conseguir de nuevo que el pue­
blo soberano, dueño exclusivo de sus destinos, ,proclame en 1931 una
era de democracia, paz y libertad que nuevamenre es ahogada en san­
gre por el ejécito oligárquico y ca,pitalista. Pero este es ya un capí­
tulo muy reciente que no necesito recordaros.
Para esta historia que he caricaturizado, pero en la que encontra­
réis los rasgos fundamentales de los textos de Toreno, Bayo, Lafuente,
ere., eoc., ~a está dividida en dos partes: ios liberales, donde está
personificado el bien sin mezcla de mal alguno, y los absolutistas
que son el
mal integral.
Sin embargo la r 970
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LIBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALES
y la marcha a,l exilio del rey y la real familia, el pueblo español se
alzó
como un solo hombre contra los invasores, sobre todo por moti­
vos
religiosos.
La guerra de la Independencia fue una verdadera gne­
rra religiosa alentada por la Iglesia y en la que el pueblo estaba con­
vencido de

que peleaba
por Dios contta los asesinos de sacerdotes
franceses, contra los que tenían en prisión al Papa, contra los que
habían abolido
la Inquisición, saqueaban las Iglesias y suprimían las
órdenes religiosas. A esto se añadía naruralmente el sentimiento mo­
nárquico y el pattiotismo, pero sin merma de la primera motivación.
Las pruebas de lo que a.firmo son irrefutables y se deducen, entre
líneas, de la mismas historias liberales.
Ante
esa
explosión popular hubo

dos
tipos de conducta que discor­
daron con
las profundas convicciones de los españoles. Pero que las
apariencias externas no nos confundan porque esos dos modos de
actuat tenían
vioculaciones muy profunrlas y coincidencias demasiado
significativas. Afrnncesados
y liberales querían lo rnismo, aunque por
distintos medios. Unos y otros eran además 'los hijos legítimos de los
absolutistas cuarulo no, incluso, las mismas personas.
Aquí, pues, las palabras pueden jugatnOS una mala ¡,asada y en
vez de definir y dlllrlficar tal vez a>Iifundan y hagan oscuro lo eviden­
te. Si se quiere hacer una clasificación dual no es válida ni lícita la
de absolutistas y liberales, pues dejaría fuera a la inmensa mayoría de
los españoles de
entoru:es. De partir a España en dos seaores, que no
mitades, pues reperimos que uno de ellos integratia a la casi tota­
lidad de Jos espafioles, rendría.mos que recurrir a llamarles revolucio­
natios
y conttarrevolucionatios o tradicionales. Y entre los revolu­
cionatios estarían tanto los absolutistas
como los liberales. Si bien los
primflros serían

revolucionarios, no en
el sentido de querer una revo­
lución, sino en el de mantener un orden revolucionario como lo era el
de
la monatquía absoluta.
Lo que a simple

vista
puede patecer una patadoja no lo será a nada
que profundicemos en el sentido de la Revolución. Apelemos a su
clásica definición

como
el intento de ediificar la sociedad sobre la
voluntad del hombre en luga< de hacerlo sobre la voluntad de Dios.
Sobre la voluntad del
hombre: que puede set el pueblo soberano o el
monarca absoluto.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOfeA
Cierto es, y ello introduce un punto más de a>nfusión en el 1'elDll,
que aquellos monarcas absolutos se sentían y profesaban cristianos
por
encima de sus P«" Majestad
Católica, Su Majestad .Apostólica, el Rey Cristianísimo ...
Pero no hay que olvidar tampoco que eran los reyes del exequatut y
la retención de bulas pontificias, de la persecución a la Compañía de
Jesús, del ga,licanismo y el josefismo, del Sínodo de Pistoya y de las
incesantes intromisiones en el gobierno espititual de la Iglesia. Revo­
lucionarios, pues, por derecho propio y ro,,¡:,,,menre revolucionarios
además, ya

que con una
ceguedad ,pasmosa y suicida atruinaban sus
propios tronos
alimentando con sus

mismas manos a los que no se
iban a

detener en
las ,puertas de sus po]acios sino que las ttaspasa­
rían a sangre y a fuego. Porque el principio de la soberanía popular
no

es
sólo anticatólico sino. que es también esencialmente antimonár­
quico.
EslllS ideas las debéis . tener muy claras potque la confusión es
arma favorita de los revoluciónarios y son consecuencias de ella el
robustecimiento
de
la revolución y el consiguiente debilitamiento de
ías fuerzas tradicionales.
Liberales,
absolutistas y tradiciorudes es el titulo de esta conferencia.
Y
verdadenunente esas palabras responden
a
tres realidades españo­
las. Pero no como las interpretan los 'liberales que contraponen los
primeros a !los segundos a k>s que identifi= con los terceros, sino
dentro
del
contexto de Revolución y Contrarrevolución o, lo que es
lo
mismo, en la eterna lucha entre Dios y Belial, entre los hijos de
la luz y '1os de las tinieblas.
En

esta
perspectiva setían revoluciooarios tanto

los liberales
como
los absolutistas y no lo serían los tradicionales. Y esta distinción
teórica se apreció con toda nitidez en los hechos. Frente al pueblo en
armas, que respondía a una ideología tradicional más o menos CODS­
ciente, surgieron los afrancesados y los liberales. De los primeros,
absolutistas

puros o
liberales también,
no hemos de
ocupamos pues
la nota de traidores los descalificó ante sus conciudadanos y los es­
terilizó para. el futuro.
Los liberales, por esos mismos días, se apoderaban en Cádiz, con
una maniobra sutil y habilísima, del Gobierno de la nación. Y en
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LIBERALES, AJJSOLUTIST AS Y TRADICIONALES
nombre de la Libertad inauguraron una dictadura que nada tuvo que
envidiar
ni al regimen absoluto anterior ni al que después instauró
Fernando VIL
Las medidas antirreligiosas, la persecución de obispos, la roacción
a

los
wputados que

no
conutlgaban con sus ideas, la adopción de leyes
que contrariaban totalmente el sentir del pueblo y que s6lo podían
parangonarse con las del
enemigo invasor están reflejadas en todos
los documentOS de la época. El "Rancio", Vélez, Quevedo y Quintano,
los "Persas", los obispos
refugiados en MallOirCa, Lardizábal, el
P.
Strauch y todos los diputados tradicionales que se batieron con más
o
menos
coraje contra las ideas revoluciooarias os dacin amplia cuen­
ta
de ello.

Algunos
trabajos míos han pretendido con mayor o menor
fortuna volver por los fueros de la verdad. En VJlRBO los encontrará
quien tenga interés en ello y no os aiburriré ahora con datos eruditos.
Pero
conviene
señalar la protesta unánime de un pueblo ante unas
leyes contrarias

a
sus amores y a sus lealtades.
En un ptincipio no vieron mal los españoles, al menos los que
pensaban,
la convocatolria de unas Cortes al modo tradicional para
limitar el poder absoluto de los
monarcas que tan mal resultado había
dado en la gobernación del reino. Leed los informes de los obispos y
de los altOS representantes de [os cuerpos del Estado y veréis cómo se
deseaba, en plena

fidelidad a
la monarquía, la restauración del siste­
ma
político

tradicional en
~
Pero los liberales querían Otra msa. Pura y simplemente la sobe­
nía populal:. Su implantación pudo pasar inadvertida para un pue­
blo que ni
la quería ni la entendía. Fué una figura impar de nuestro
episcopado, el
gran obispo
de
Orense Pedro de

Quevedo
y Quintano,
patriota insigne, Regente del Reino,
Ca.rdenal de

la Santa Iglesia
y
muerto en olor de santidad, quien dio el grito de ala,rma negándose
a jurar lo que su conciencia no 1ie permitía.
Porque, digan lo que digan hoy jerarquías de la Iglesia o del Esta­
do,
la soberanía popular oo es aa,ptable para ning6n católico. Ya
que implica que
el bien o el mal quede sometido a la voluntad del
pueblo en

lugar de depender de la voluntad de
Dios. Es, como Iremos
visto,
la pura revolución. Lo demás, las ejecuciones, el terror, las cár­
celes, los camJ:X>S de concentración, los atentados, la tortura, todo lo
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOi>IA
que hotroriza ai ciudadano pacífico que aspira a la paz y al orden,
son sólo
aspectos externos y circunstanciales de la Revolución. Re­
oha.zables, desde luego, pero que deben ser objeto de un reoha.zo de
segundo
orden, ya que sólo son
la coosecuencia de una caUSO-De pres­
cindir del orden querido por Dios y
de sustitwrlo por la voluntad del
hombre.
Es a ese principio al que debernos oponernos y coosiguien­
ternente veremos desaparecer las consecuencias más hirientes
del
mismo.
Obrar de otro modo no conduc:e a nada. Tal vez en un momento
dado coosigamos un

triunfo
sobre la pornografía o retrasar por unos
meses o quizá por unos años la legalización del aborto o la eutaoasia.
No nos engañemos. Son victorias pírricas que a la larga se conver­
tirán en nuevas derrotas si no devolvernos a la sociedad los sanos
principios
por ios que debe regirse. Si no convencemos a los hombres
de
que
la democracia es el mal, de que la democracia es la muerte,
como

decía
Maurras, como tantas veces nos ha recordado Eugenio
Vegas.
No se me oculta que, dada la conquista de las mentes ,por la Re­
volución,
serán muchos, tal vsez la inmensa mayoría, los que repetirrán
aquello de cuán du:ras son estas palabras. Y que siguiendo, :Je. técni­
ca en la que fueron maestros nuestros liberal.es del siglo XIX, tacharán
a los "tradicionales" de hoy con [os mismos epítetos que entonces. Y
volveremos a ser absolutistas y ,serviles o, en 1a traducción moderna,
integristas, reaccionarios, ultras o fascistas.
Como entonces, no tienen hoy otro proposito que descalificar a
quienes
se niegan a aceptar la Revolución. Nada les importa que no
respondan a la rea:lidad e incluso que sean absolutamente conttairias
a la misma. Responden al deliberado propósito de una minoría que
sabe
mur bien

lo que quiere
y que sabe muy bien quiénes somos sus
verdaderos enemigos.
De ahí el interés en desaaeditarnos ante la masa de la gente que
reacciona ante unas palabras que previamente se han convertido en
súnbcllos, aun sin entender su significado.
Ante

ello cabe una postura mil
veces utilizada y siempre con
pésimo resultado para nuestros ideales. Sería decir que nosotros
éramos
demócratas y libetales. Y algo de razón tendtíarnos. Porque
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UBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALES
nadie ha defendido a las verdaderas libertades del pueblo como el
pensamiento tradicional

que fue,
por lo mismo, opuesto siempre ai
absolutismo.
Peto eso no es democracia ni libetalismo. El control del
podet pata evitat sus
abusos, la representación de la sociedad en las
Cortes
y Consejos, el respeto a la verdadera ley, el interés por las
clases más necesitadas integradas por petsonas que son tan hijos de
Dios
como
el mismo monarca, en vez de consideratlas simple ca,rne
de

cañón o
únicamente poseedores de un voto que hay que conseguir
a

costa de cualquier engaño,
han sido constantes del pensamiento
tradicional.
Las medias tinta:s, la aceptación del mal menor como bien ab­
soluto,
el "ralliement", los cristianos pata el socialismo y el diálogo
con
el marxismo han tenido siempre unas consecuencias deplorables
pata la causa en que creemos y por la que luchamos. La prudencia
romo
virtud debe ser siimpre patrimonio del

católico,
pero la pru­
dencia romo cobardía está siendo demasiado frecuente en nuestras
filas
y la ei eso, frente a la democracia y ai liberalismo, debemos ser tajantes y
elatos. No podemos aceptar lo que no es licito aceptat. Aunque ello
nos hiciera pasat por petsonas atnables y que navegan a favor del
viento de
la historia.
Debemos, sin embargo, tenet algo de aquella astucia de la que
nos habla la
Sagrada Escritura pata no empeñamos en batallas per­
didas de antemano, a no ser que la fe y el propio honor lo exijan
en un momento dado. Y teniendo siempre presente que no
debemos
hacer una revolución en contrario., sino lo contrario de la Revolución.
Donde ella destruye, nosotros creat; donde mata, dat vida; donde
masifica, organizar la sociedad; donde pretende
borra,: el nombre de
Dios,
profesatlo con

coraje y alegría en la seguridad de que se
nos
reconocerá
en el cielo.
Pedro de Quevedo,
el obispo de Orense, bien lo comprendió y
sufrió petsecución y cárcel por ello y llegó después hasta a ser des­
pojado de su condición de
español Inicua conducta de los liberales
que luego se
ha repetido a lo largo de la historia en escarnio de esa
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO1U
libertad que dicen profesar. La coplilJa popul,u: recoge admirable­
mente
esta falsa y s,a,u:ia utilización de la libertad:
"El pensamiento libre proclamo en alta voz
y muera el

que no piense
igual que pienso yo".
Por

aquellos
días gadiranos la oposición popular a la legislación y
al gobierno liberal fue in cresc:endo hasta alcanzar su cota más alta
cuando se abolió la Inquisición. Los obispos, los cabildos cattdralicios,
los ayuntamientos, los gen~es y oficial"" dcl ejército, el pueblo y
la nobleza reclamaron por el mantenimiento o la restauración de un
Tribunal que
,pese a quien pese, los españoles querían y juzgaban ne­
cesario para
la roaservación de

la fe
tan maltratada ya

desde los pe­
riódicos
liberales de Cádiz o desde las páginas del Diccionario crítico
burlesco
de Baittolomé José Gallatdo, Con irrisión del ,u:tículo cons­
titucional que aseguraba la defensa de la Religión.
Pero el
clamor popular fué desechado y la minoría !ilieral siguió
imponimdo a

la
gran mayoría de la nación sus ideas. L,u:dizáhai,
Colón, el .tnarqués del Palacio, ,u:zobispos y obispos, el Vic,u:io ca­
pitular de Cádiz, Ios diputados tradicionales ... conocieron la burla y
el insulto y en ocasiones vieron en peligro hasta sus vidas. Las
tribunas de las O>ttes coaccionaban con su griterío mercen,u:io la de­
fensa de la tradición española mientras auimahan con vivas y aplau­
sos
las más radicales posiciones revolucion,u:ias.
Y así llegamos a lá derrota del francés y al regreso de Fernando
VII.
Fué este

rey,
g:,ooiblemente el más amado de sus súbditos hasta
casi el final. de su reinado, uno de los más indignos representantes de
la mon,u:quía española. Los insultos a su madre, por más justificación
objetiva
que
tuvieran, son vergórtZOSOS en cualquier hijo;
el
conspira,
contra su padre, para imita:r al llega, al trono su sistema de gobierno,
no
p,u:ece tarnpocO ejemplo de amor filiai; su conducta con Napoleón,
felicitándole
,pot sus triunfos ante los ejércitos españoles, traspasa
los

límites del
propio decoro
para entrar eo los
de fa felonía. Mal
hijo,
mal español y mal rey,

astuto
y desconfiado, incajl en
los demás cualidades del aima que él no poseía -y bieo pocas le
adornaban-,
regresó a España entre el delirio del pueblo que acla­
maba en
él a

todo Jo contrario de
lo que Cádiz significó.
976
Fundaci\363n Speiro

UBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALfü
Fernando VII hubiese jurado la Constitución, aunque personal­
mente no le agradase, como oualquier otra cosa que Je hubiesen pre­
sentado. Luego

la
habría de jurar sin grandes resistencias. Como
también d
el
primer momento habría

de buscar
los mooíos para
quebrantar el juramento que Je hubiesen impuesto. Pero no fué ese
el caso porque el
pueblo, el clero y el ejército le pidieron como pri­
mera
medida la derogación de la legislación liberal. Lo que el rey se
apresuró

a
hacer. Y con muchísimo gusto.
A
este respecto es
capital el Mruúfiesto que
69
diputados de las
Cortes ordinarias, a la sazón reunidas en Madrid, dirigieron al rey y
entregaron por mano de Bernardo Mozo de Rosales, luego marqués
de
Matoflorida, a Fernando VII
en V
aiencia.
El

que
ha posado a la historia como "Manifiesto de los Persas"
es uno de los
más claros desmentidos a esa clasificación dua:l en libe­
rales y servi'.les tan cara a !la historiografía que ha venido imperando
en

nuestra patria. Porque
el Manifiesto de los "Persas", con ser
antilibera!,
no

tiene
nada de wbsolutista. Y recllaza ex,preswmente la
monarquía arbitraria,
ya

que
para ellos el rey no es el omnipotente
dictador que

tiene
al puelllo a su servicio, sino una institución que
existe para el

bien de los ,pueblos
y que
está
limitada en sus actuacio­
nes

por
1a ley de Dios, por la justicia y ,por las leyes fundamentaies
del

reino.
Y
esta oposición 1d absolutismo la hallaréis en todo el pensamien­
to

tradicional. Ya en pleno Antiguo Régimen, Pedro de
Quevedo, el
obispo de Otense, se oponía con todo vigor al Decreto cismático de
Urquijo del que
muchos prelados,
estos sí absolutistas
romo el
luego
afrancesado arzobispo Arce o el fllojansenista y liberaJ Tavira, can­
taron sus excelencias antirromanas. Y se negó
a entregar
la
plata de
las iglesias a Carlos IV mientras los ricos y el mismo rey no entre­
gasen antes sus bienes superfluos y redujeran los gastos de su tren
de vida. Porque
desdice mucho

del
catolicismo, decía el obispo, el
que

los reyes
y 1os nobles coman en vajillas de oro y de plata mien­
tras que
el Rey de Reyes y Señor de [os que domiinan ve eicpoliado
su santuario.
No
es que
Quevedo se
negase a
subvenir a
los
gastos de
la guerra.
El personalmente ofrecía sus bienes propios y aun los de la Iglesia.
•• 977
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Pero estos últimos, que eran patrimonio de Dios y de los pobres, no
debían
estar a disposición del
primer arbitrista
como recurso fácil y
cómodo del que echar mano. Utilícense, y en buena hora, en defensa
de
la patria y del Rey y en una <:ausa tan justa para Quevedo como lo
era la guerra contra la Revolución francesa. Pero utilícense cuando el
rey
haya ,empeñado SUl! riquezas y la aristocracia las suyas, y los co­
mercianres
y 'los obispos sus rentas y bienes propios. Y esto es,
para los libera:les, nn obispo "bsolutista.
Y

desde entonces acá puede seguirse ininterrumpidamente
la ca­
dena

del pensamiento tradicional que
rechaza el absolutismo. Loo
"Persas",
los carlisras con

la defensa del
fora1ismo ,para ellos

entrañable
y esencial, Balmes y Donoso, los Nocedal, Aparisi, Menéndez Pelayo,
Vázquez
de
Mella, Pradera,
Maeztu,
Acción Española,
de la que
noo
honramos en
tener

entre
nosotros a:! que fué su fundador y su alma,
Eugenio
Vegas Latapie,

de cuyo magisterio tengo la
satisfación de
tenenne por el último de sus discípullos. Y no el último en el tiempo,
que
otros hay ya mucho más jovenes que yo, que he dejado de serlo,
y
más que
vendrán
porque antes
o después siempre tetrnina triun­
fando la verdad. Pienso
que Acción Española y

la Cruzada que
justificó, fueron
la
última de las ocasiones perdidas

de la España tradicional muerta a
manos de Serrano Suñer, de Ridruejo, de
Laín, de

Tovar, de todos
los
liberales de hoy que

ayer eran absolutistas y que, ni como lo uno
ni
como lo otro, podían aceptar la savia vivificante de la tradición
española tan distante

del
totalitarismo, cualquiera
que sea
su signo,
como

del
liberalismo.
De su conducta

y
de la de todos loo que desbarataron ocasiones
anteriores
ddbemos aprender
lo que nos enseña la historia
para que,
si
de nuevo nos vernos ante el dolor y ante el honor que repetida­
mente vivieron nuestros miafores, ante el dolor de una España rota,
insolidaria con su Dios y con su pasado, y ante el honor de que esa
España entrañable requiera de nosotros, de sus hijos, Ia esperanza y
la
sallvaci6n, sepamos no sólo vencer o morir en las trincheras sino
también asegurar para después de la victoria el trinnfo ideológico que
no
ahora, sino desde

hace
muchos años, se nos había ido de las manos.
Porque
aquí,
queridos amigos y correligionarios, hemos perdido en
978
Fundaci\363n Speiro

UBERALES, ABSOWTISTAS Y TRADICIONALES
la paz lo que tanto dolor, tanta sangre y tanto sacrificio costó ganar
en la guerra.
Y

volvamos a la primera de
las ocasiones
perdidas, que perdido
parece también ,el hilo de esta conferencia. Regresaba Fernando VII
del exilio. El
pueblo desengachaba los caballos y arrastraba el regio
carruaje. La Constirución cayó sin más lágrimas que las de sus autores.
Y también allí
se perdió la paz. Se prefirió el ~bsolutismo al pensa­
miento tradiciooal. Y

el
absolutismo se ~eveló imposible
y
pocos años
despues Riego

se
sublevaba en las Cabezas

de San
Juan.
Una

vez
más la historia escrita por los liberrules fue la historia del
engaño y
la mentira. Pasemos por alto ,el baño de sang,,e que supusie­
ron los seis años
del gobierno absolutista y que de leer a esos histo­
riadores

no se comprende cómo aún pueden existir españoles dada la
cantidad de
antepasados que

debieron de
m:irir en las mazmorras fer­
nandinas. La realidad, una vez más, era muy otra. Y los muenos, bien
escasos por cierto, tenían merecimientos más que sobrados para ser pa­
sados por las armas ¿O es que en aqucll.a época se castig•ba de otra
manera al que sublevaba una guarnición o al que se
apresaba inten­
tando asesinar al rey? Quien lea a los historiadores liberales puede
hasta
derramar Mgrimas viendo a unos generales jóvenes y románti­
cos

que morían fusilados al grito de Viva
la libertad. Y si además
existe
la carta a la viuda, las lágrimas pueden convertirse en torrente
incontenible. Pero la verdad es que delitos
gravísimos eran
juzgados
con tal benignidad que la sublevación solía
tetminar sólo con ,el fusi­
iaruiento
de la cabeza visible quedando impunes complicidades y apo­
yos manifiestos. Pero volvamos a Riego
y a sn sublevación. Nada de un ejército
que
suspiraba por la

libertad y anhelaba la vuelta
de la
Constitución.
Todo fue
mucho más

simple.
Y mueho más vulgar. El ejército expe­
dicionario

a
América, el último esfuerzo de una p,tria exlbausta por
defender
la integridad del Imperio, vió en Constirución y Libertad
el
prerexto para quedarse

en la Península y a él se a.ferraron como
si
hubieran

sido el
mismísimo Argüelles. De nuevo tenernos en el pode<
a los liberales. Y vuelven a repetitse las muestras de su absolutismo
y de -su intolerancia.
Los obispos comienzan a recom,r de nuevo el camino del des-
979
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE PERNANDEZ DE LA CIGOf cierro: Fray Vetemundo Arias Teijeiro, au.obispo de Valencia, Creus,
au.obispo
electo de Tarragona, el P. Simón L6pez, de Oriihuela,
Ceruelo, de Oviedo, Castillón de Taraz.ona, Vélez, de Cenm .•• , los
mon,jes y los regulares vuelven a ser perseguidos y e,opoliados, el
nuncio
de
nuevo puesto

en la
fronrera, el obispo de Vid,, asesinado
al
borde de un
camino, el cura Vinuesa, en la misma cárcel de Ma­
drid... Pero según los historiadores de siempre eso no era más que
la
jusm reacción de

un
pueblo sojuzgado y. que por fin se veía libre.
Bastante bueno

era que no
hacía eor llegaría el

desorden que
liberales mn conspicuos

como Toreno y
Martínez de

la
Rosa, dos de los más radia,,Jes revolucionarios del
Cádiz de las Cortes, esruvieron a punto de perder la vida a manos de
correligionarios más exalmdos que ellos y que los consideraban ya poco
menos

que serviles y traidores a
la causa de la libertad.
El rey, entre moro, era un verdadero prisionero que cada vez que
se
rnostral,a en público era objeto de
trágalas e
insultos. Y entonces
se

produce un
hecho que

los
lectores de historias Hberales no conse­
guirán

entender
nunca. Un ejérciro francés cruza de nuevo los Piri­
neos.

Aún no hacían
diez años de la derrom definitiva de Napoleón y
de aquella guerra cruelísirna que enfrento a todo un pueblo, incluídos
clérigos, ancianos, mujeres y niños, con los vencedores de Austerlitz
y de Jena. Todo hacía suponer que ese mismo pueblo, ahora entusias­
mado por
la libertad recién conquistada y, además, no contando el
invasor con

el genio
militar de Napoleón y, ni siquiera, con el de
sus
mru:iscales, derrotaría de

nuevo, en esta ocasión en cuestión de
días,
al francés. Pnes no fue así. Las tropas del duque de Angulema
recorrieron España en

un
pasoo triunfal. Los pueblos los recibían
con
filores y aplausos y prácticamente sin un disparo llegaron hasta
Cádiz donde los liberales tenían prisionero al rey. ¿Cómo se explica
esto?

Muy
sencillamente. El

pueblo español, que había vuelto a la
guerrilla, pero
esta vez contra los liberales, veía en los Cien mil
hijos de
San Luis a unos libertadores. Y como a tales los recibió.
Ahí
tenemos la segunda giran ocasión perdida de la España tra­
dicional. El rey, repuesto en su
tronO, vuelve al gobierno absoluto y
desatiende a las
fuerzas tradicionales,

,es
decir, a la· totalidad
del
país.
Matalflorida, que había encabezado la Regencia de Urge!, ciene que
980
Fundaci\363n Speiro

UBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALES
marohar al exilio. Los voluntarios realistas que debían ser el más
firme sostén del trono, ven, día a día,
como son postergados en
be­
neficio de los mismos liberales, llegando
incluso a ser perseguidos
por ellos.

La
Inquisición no se restaura,· pese al clamor unánime de
los
españoles. Y cada vez va creciendo más la desconfianza en el
rey,
y se ponen las esperanzas en su hermano Don Carlos, puesto
que
Fernando VII

no tenía descendencia.
No he de tratar
de la sublevación de los "agraviars"' catalanes,
en
la que ya la
Eapa.ña tradicional del Principado se enfrenta con
las armas al régimen político
de Fernando VII

y que
el mismo Fer­
nando

VII ahoga en
sangre sin

demostrar el más
mínimo atisbo de
clemencia
para con

quienes
eran monárquicos y católicos conven­
cidos. Y aquí tenéis otra constante
de la historia liberal. Mientras los
nombres
de los
fusilados de su bando son mitificados y elevados a
la categoría de
héroes: Lacy, Porlier, Richard, Riego, Torrijos, Ma­
riana Pineda .

. .
los caídos por la &paña tradicional son tratados
despectivamente por la historia
y se procura que sus nombres des­
aparezcan cuanto antes

de la
memoria del pueblo. ¿Dónde están
las calles
de Rafí
Vida!, de A:lberto Olives, de Lagua:rdia, de Be­
ricart, de Magín Pallás, de Bosch y Ballester, de Narciso Abrés,
de Vives, de Rebusté, de Bosoms ... ? Todos ellos fu,,ron ej orden
de
Fernando VII.
¿Quién se
acuerda hoy de sus nombres?
¿Quién
conmemoratá el año próximo los ciento cincuenta años de su
muerte? ¿Quién 'habla de

Josefina
O>merford que,
aunque no llegó
a
set ej desvaída
Matiana Pineda?
&te es un tema demasiado triste y que debe hacernos pensar en
nuestras propias
cobardías y debilidades. ¿Quién canta a nuestros
muertos? ¿ Dónde están las novelas,
:las obras de teatro, las poesías,
los libros de historia que hablen de nuestros héroes? Desde don
Santos
Ladrón y aquel talaverano que se alzaron al grito de Viva don
Carlos
y que murieron por ello, que por aquel entonces era Jo mismo
que
gritar ¡Viva
la
España eterna!, hasta los miles y miles que en
1936 cayeron asesinados por creer en Dios y amar a
&paña, no ha
habido

causa en
el mundo que tenga en el cielo más muertos gloriosos
que
la nuestra. Verdad es que han conseguido la mejor «compensa y
981
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOf:U
que Aquél ante eil cual no hay héroes anónimos lu,J,rá premiado ron
creces sus vidas y sus muertes. Pero, ¿y nosotros? ¿C6mo podemos
olvidar tan irresponsablement.e su heroísmo y su martirio? ¿Cómo
no encendemos las claras miradas de nuestros hijos pequeños con
esas historias de guerra y de amar y les calentamos el alma ron unos
ejemplos
que
harán que los amen y que mil vez algún día sean dignos
de

imitarles? Después nos quejaremos
del extravío de nuestros hijos

y
de
que militen en las filas de los enemigos de la religión y de la pa­
tria. Nuestra es la culpa porque no supimos darles, por respeto
humano

o
por comodidad, ese Dios y esa España que tan bien cono­
cíamos, pero que
tan mal propagábamos.
Os
decía en Santa
Pala, en
el Congreso del año pasado, algo que
os
voy a· repetir, porque desde entonces nada se ,ha mejorado · y sí se
ha
rettoceclido. Y oomos JlOSOttOS, los hijos espirituales de la España
de

la
Cruzada que es la España de la tradición, quienes tenemos que
mantener vivo lo que unos verdaderos Judas quieren enterrar para
siempre
.. Y

no me refiero
tanto a los enemigos, que nos están dando
una lección

de
cómo .honrar a los muertos de su bando, sino a los
que en
teoría debían ser amigos

y
hora va siendo ya de que nos con­
venzamos de su traición y su apostasía.
Tenemos, pues, que
abrazamos ron toda

el
alma a esa España ca­
tólica
y a esa pléyade de españoles, padres y madres de familia, jóve­
nes, ancianos, niños algunos, monjas, ·sacerdotes y obispos, asesinados
por creer en Dios y por amar a la España de la titadición y que están
reclamando por su
virtud, por su hetoismo y por su santidad en la
hora suprema de la muerte, una canonización que por lo CJ.ue se
tarda está denunciando algo demasiado triste y demasiado vergonzoso.
Porque es verdaderamente ine,opHcable,
o

si es
explicable, peor, que
así como se veneran a los innumerables. mártires de 2.aragoza, no
podamos hacer todavía lo mismo con los que, moleste a quien moles­
te,

son en toda justicia
y algún: día lo serán oficialmente, los innume­
rables mártires de
la España de 1936.
En 1824, como en 1814 o en 1939, perdimos la paz. En otras
ocasiones se perdió la guerra.
Esto es en cambio más honroso cuando
se puso en la
batalla el

valor
y el sacrificio que puso la España tra­
dicional

en las
guerras carlistas.

Pero la
Espaíia tradicional

no
pue--
982
Fundaci\363n Speiro

UBERALES, ABSOLUTISTAS Y TRADICIONALES
de morir y en nuestras manos y en nuestros corazones está el evitarlo.
En la '.E""' o en la guerra. Donde Dios disponga y la patria lo reclame.
Bastante

os he cansado ya con
este elemental repaso de historia.
Para concluir, y como .i::esumen, quisiera hacer hincapié en los si­
guientes puntos:
1) Los hechos a que nos hemos referido no están superados
como el
compromiso de Caspe o la expulsión de los musulmanes.
Tienen la misma vigencia que cuando las Cortes de Cádiz o el abrazo
de

V
ergara, porque responden a una luclia que

no se
ha decidido
aún
y que
continuará hasta el fin

de los
tiempos. Es la lucha entre los
que defienden
los dereohos de

Dios
y los que quieren una sociedad
atea
y

desvinculada de
la historia de este pueblo milenario. Y en
esta lucha -no podemos ser neutrales si no queremos r:enegar de nues­
tra fe en Cristo y de nuestro amor a España.
2) Pocas historias se Iban escrito más ,falsa y más sectarias que
las de nuestros liberales sobre nuestro siglo XIX que a estos efectos
puede prolongarse hasta
días

que son su lógica
consecuencia.
3) La clasilficación de la historiografía liberal en llberales y ser­
viles o
a:bsolutistas es radi!ca:lmente tendenciosa y doblemente fa!lsa.
En primer lugar porque llama a

los tradioionales
absolutistas, que
no
lo eran en modo alguno aunque
[os excesos de

los
periodos Oiberales
hicieran

a algunos
añorar como

mal
menor las épocas absolutistas de
Fernando VII, sobre todo
,la que

va de 1814 a 1820.
Además es falsa
también
porque,

aun en muy pequeño número,
había también
abso­
lutistas, cortesanos
halagadores de la voluntaJ! del rey que se sentían
tan incómodos ante los políticos liberales como ante los represen­
tantes del pensamiento rradicionaJ!.
4)

Sería grave
error para
el
pensamieno tradicional caer en
el
absolutismo para

oponerse
aJ liberalismo, pues tanto el uno como el
otro se oponen de raíz a
fa conwpción tradicional del hombre y de
la política.
5)
En estos momentos ,en que las monarquías absolutas han des­
aparecido, al menos de la Europa en que vivimos, no sólo siguen
siendo
válidas
las razones que el pensamiento tradicional opone al
Hberallismo, sino que también conservan toda su vigencia las que ha
esgrimido contra el absolutismo personificado hoy en los totlllitaris-
983
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOf'l,1
mos de cualquier signo que sean, bajo los cuales el hombre es ver­
dadera.mente esclavo, ya

que los
excesos de las monarquías aboolutas
son verdaderos juegos de niños en comparación con los tota1ita.risroos
modernos.
6)
Tanto el liberalismo romo al aboolutismo son

verdaderas
dictaduras y

el
nombre, amable para los ignorantes, dal primero no
debe
hacernos olvidar sus crímenes y sus excesos.
Esto es lo que os he querido, no enseñar, pues fo sabíais tan bien
o mejor que yo, sino haceros meditar a mayor gloria de Dios y de
España.
984
DE LOS TOPICOS A UNA DOCTRINA
DEL
CAMPO
por GIL MORENO DB MORA.
I. LOS TOPICOS DEL CAMPO: UNA VISION DE-
FORMANTE
II. SER SAGAZ CON EL PORVENIR
III. ¿REFORMA O RESTAURACION AGRARIA?
IV. LA
REPRESENTATIVIDAD
V. COOPERACTON E INTEGRACTON
VI. DESCENTRALIZACION Y CENTRO
VII. EL CAMPO ENTERO
VIII. PROBLEMAS REPERCUTIVOS IX. AGRICULTURAS DIFERENTES
X. UNA DOCTRINA DEL
CAMPO (PARA EL CAM­
PO

Y
PARA TODA ESPAAA)
72 págs. 100 pt=
Fundaci\363n Speiro