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Más allá de los socialismos

Señoras,
Señoritas,
Señores,
MAS ALLA DE LOS SOCl.ALlSMOS
POll
GUSTA.VE THIBON (*)
Queridos amigos todos:
Lo primero que les voy a decir es esto: no aplaudan ; intenten
empaparse de las verdades que
puedan, tal vez, manifestarse a tra­
vés de

este hombre que
irliora tenéis delante, a pesar de su limita­
ciones e imperfecciones, de las que, os ruego que lo creais, es cruel­
mente consciente.
Tengo

la impresión, no
diré que
de hablaros por última
vez,
pero sí de andarle ¡:nuy cerca. Tengo bastantes ganas de ser rele­
vado y tanto más cuanto que tratamos cuestiones que conciernen a:l
porvenir. fil porvenir de la ciudad, el porvenir de la hwna.nidad,
y

lo cierto
es que

me siento mucho
más próximo a la eternidad que
al porvenir. En otras
pal11bras, mi

visión del porvenir
es extremadamente
débil.

Pero precisamente
por eso, quisiera pintar un poco el por­
venir que nos aguarda a la luz de la eternidad que entreveo. Hable­
mos,
pues, de la tentt1&ión socialista y de los «más allá» del socia­
lismo.
(*) Le resultará fácil al lector comprender que · hayamos preferido
pedir al -autor que· conservase la espontaoeidad de sus palabras, inseparable
de la riqueza y_ sabor de su pell$Dl.Íent.o, a cambio de sacrificar. algunas
veoes las exigencias de la lengua escrita. Y es-~ _no se .tra_ta. 4e un _intento
di~co en . ~tido ~Íq:o, sino más bien de . Ut;J estimuJanw reve~0;r,
fomiula.do ert ese estilo coloqÚial que· constituye Su -impacto· y su 1ttraffiVo.
106$
Fundaci\363n Speiro

GUST AVE THIBON
¿De qué socialismo estamos hablando?
No creo que haya término
más vago y más cargado de resonan.
cías

múltiples.
Se os dirá que hay 268 definiciones del socialismo, algunas
de ellas
contJ:adictorias. Pero: todoo los: socialismos tienen esto en
común : se
presentan no

sólo como un proyecto de ordenación
po­
lítica y económica, sino, con :los colores de un proyecto idea:!, de un pro­
greso fulgurante

hacia la
realización de

los
más altos valores hu­
manos: justicia, fraternidad, acuerdo del hombre consigo mismo, del hombre con la naturaleza, y del hombre con
su prójimo.
En esta óptica, el socialismo es el hacedor de una felicidad
casi total de la humanidad, felicidad todavía desconocida
apto,¡ de_
su

aparición,
y sus promesas evocan, con claridad, ~¡ paraíso terrestre.
Escnchemos

a uno de los
más grandes socialistas franceses y, por
lo demás, uno de lo más simpáticos, Armand Clair, que nos dice:
«El verdadero soddii{ta pide dgo muy diferente rpte la justicia
econó,rdca.
Cree p"sible dlcanzar un estado de espontaneidad, de
confianza, de

fe; sólo
reclama la igu,,/dad para alcanzar la fra­
ternidad». Y esta idea, más o menos oscnramente sentida, explica
la mentalidad real
de. todos los

socialistas sinceros. Para ellos, la
adopción de esta. doctrina_ es wia. esPC'.Cie de conv~sión_ religios_a,
Es la condición de una. concepción nueva de. la vida y de las rela­
ciones sociales, muy distinta de
las reclamaciones,

por muy legí­
timas que sean, de
acuerdos sobre

las remuneraciones de trabajo.
En un último análisis, dentro de
la óptica del ideal socialista,. se
trata casi de borrar el
pecado original.
«Todos los hombres desean ser felices», nos dke Santo Tomás;
bueno,

pues el socialismo nos
enseña el

camino, lo que sucede
es .que
·ese es

el sueño. del
,socialismo; pero,

¿qué es
fo ·que en reali­
dad
su.rede?
Lo cierto es que el socialismo de hoy ha salido ya de la era de
las
luchas y de los · proyectos para · entrar en· la era de las realiza­
ciónes. Y, por ello, es rilenos perdonable creer en él ahora que toda
vía

no
hal:,fa entrado en

el
campo dé los heclios,. Pues ¿qué vemos
en· los
países socialistas? No v=, como serla de esperar, el rena­
cimiento de las verdaderas_ comunidades, de las familfas primero,
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Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIALISMOS
depués de las profesiones con un sano mutualismo, de las coope­
ratÍvas a escala humana de las corpo~aciones; .muy al contrario, lo
que vemos es el poder del Estado en todos los sectores de la acti­
vidad

humana:· en la economía, en
la ed~ión, en la información
y, en el úiltimo límite, en la religión. El Manifiesto de Marx es
muy

claro a este
respecto: expropiación de la propiedad privada,
centralización del crédito en
las manos del Estado, centralización de
los medios de transporte, organización de industriales
sobre to4o
con vistas a la agricultura. Y ya se ve el resultado en los pa!ses so­
cialishls, salvo, tal vez, en Suecia.
¿Qué es lo que se observa? El debilitamiento de la prosperidad
y la privación de la libertad, es decir, la escasez, unida a la servi­
dumbre:
Un
poder burocrático, policial,
sin fronteras. En otras pa­
labras,

lo contrario de lo prometido, la dictadura de una nueva
clase de privilegiados, mientras que la prometida extinción del
Es­
tado se aplaza indefinidamente.
Recuerdo una conversación que tuve en un gran congreso donde
había un soviético inteligente que no decía · gran cosa en - el con­
greso; me lo encontré en el tren y le pregunté por qué (ya que en
aquel congreso se vendían
todos los

libros de Lenin) no estaba el
famoso libro de Lenin sobre la extinción del
Estado, es decir, sobre
aquella
sociedad ideal donde no
habría ni ¡polida, ni dinero, ni
ejército
y donde el Estado habria desaparecido, al ser las relaciones
humanas de 1tal
forma espontáneas y perfectas. Y me respondió con
una sonrisa ( estábamos en el tren y nadie nos oia) : «¿Sabe usted,
lo
que se ha
extinguido en
Rusia? : la idea de la extinción del
Estado». Y, en efecto, lo que
s! puede

decirse es que el Estado
goza de
magnifica salud. Es decir: se encuentra en él todo lo que
se
les reprocha

a los peores gobiernos de
derechas. Por
lo
demás,
desde

que la Revolución tomó el poder, asistimos a un giro brutal
del
rojo al

blanco.
La cosa está clara, y ya se vio lo que sucedió
en la Revolución Francesa, que engendró a Napoleón,
y en la Re­
volnción Rusa, que engendró a Lenin y Stalin.
Una
rusa me
contaba
últimamente un chiste que
corre
ahora
por Rusia y que es muy significativo con respecto a lo que decimos :
se
cuenta -natura!lmente es

falso, es una broma- que
Breznev invitó
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Fundaci\363n Speiro

GUSTAVE THIBON
a su anciana madre que vivía en el interior de una provincia y a hr.
que

no
había visto

desde su
acceso al poder. Se la recibía triunfal­
mente
en la estación con una serie de gentes con muy buena pinta,.
con hermosos coches y seguía después una recepción en el Kremlin_
En

fin: todo
muy solemne y muy lujoso. La modre de Brezne,,·
tenía

cierto aire
azarado y trisre. Cuando
su hijo le preguntó
ef
porqué, le c-estó: Oye Le6nidas, ¿No tienes miedo? ¿Mira que­
si" volviesen /o,s rojos?».
Puede muy bien suceder así, pues las cosas han girado totalmente
del rojo al blanco.
A la propaganda que todo Jo promete, le sigue la mano de
hierro

que todo lo agarra. En
otras palabras, ,a Revciludón en el
poder reniega automáticamente de los principios que la inspiraron ..
En todos los ambientes hay
propaganda. ¡ Qué vamos a hacer! Re­
sulta difícil no hacerla. Pero haría falta que la propaganda fuera
sincera, que se
ocupara de realidades y, sobre todo, no debier«
nunca in.tmtar colar monstruosidades, porque entonces se condena
a caer
en la mentira. Los alemanes, por ejemplo -lo que demuestra,
que el régimen no había logrado agotar el humor de fa gente--, con
taban
este
otro apólogo:

Durante el reinado de Hitler en 1938,
el doc­
~r Goebels,
ministro

de
la propaganda, acaba de morir súbitamente_
Se encuentra mte las puertas del Paraíso, muy sorpredido de que
las ideas cristianas
fuerw verdaderas y algo azarado de encontrarse­
mte
San Pedro. Pero en fin, el caso es que se presenta y le dice
muy humildemente:
«soy el doctor Goebel.r». Entonces, San Pedro­
le contesta: «¡Ah!, Doctor Go,e,bels, entre he" Do-ktor!»; entra, pues,.
en el Paraíso, muy sorprendido de que se lo permitieran. Pero­
aquella

vida de
contemplación y de alabanzas a Dios Je result ..
algo

monótona; al cabo de cierto tiempo, ve una nube en el hori­
zonte
y, sobre esa nube, ve perfilarse a unoo hombres que beben
champán tranquilamente, rodeados de bonitas mujeres,
más bien
escasas de ropa, y pregunta: «¿qué es esa nube?». < infiernm>, le dice un demonio que por allí pasaba; entonces res­
ponde él: «¡V (l(Jt>! Pues es más bien a/li donde me gustarfa estar ... »·
San Pedro le dice entonces: «Como usted quiera, dhl est!t la puerta,
salga usted».
Entooces se va hacia la nube, Il:tma a una puetlta que-
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MAS ALLA DE LOS SOCIALISMOS
está al fondo de la nube y se presenta diciendo: «D<>ctor Goebeln>.
«Entre», le contestan; y entonces le cogen y le someten a mil supli­
cios. «¡Pero si no es esto, no es esto/ ¡Yo iba a aquella nube con el
champán y ¡,,_, mr,¡eres hermord.f ... !» Entonces le responde el demo­
nio:
«Ero, Herr Doklor, era nuestro ministerto de la prop,.ganda».
Bueno, pues en esto estamos.
En otras palabras, es lo que decía la Escritura: la mentira es
dulce
para los labios y amarga para las entrañas y tanto más amar­
ga para las entrañas cuanto más dulce para los labios. De todos
modos,
darlo que

ya se
ha hecho la prueba, ¿como explicar la
seducción que ejerce
el socialismo en 105 paises como Francia e
Italia? ¿Por qué se apega a un modelo que, en cuanto
se intenta
aplicar

a
los hecho•, agrava los males

que
pretendía. curar?
Las causas 50ll múltiples. En primer lugar, ten.ern05 las causas
intelectuales
y, la primera, el espirito de abotracción. Pascal deda:
espíritu m-atemalico, pues fas matemáticas rigen las cosas .siderales,
sin relación directa con la realidad a la que se aplican. El espirito
de abstracción, pues,

que amasa
las ideas y los programas; ideas y
programas tanto más satisfactorios para el pensamiento cuanto me­
n05
tienen

en cuenta la
realidad concreta y las múltiples interde­
pendencias de los fenómenos psicológicos y sociales, que son
lo
concreto por excelencia. En el mundo de lo abstracto se funciona
y ya no se investiga más; es tan fácil hacer funcionar cualquier cosa
en el terreno de lo abstracto... Pero lo concreto se escapa a todos
lados,
Juego, por

lo tanto ...
Hubo un francés que se llamaba Charles
Andler, del

todo ol­
vidado,
hoy en

dia,
y que fue el inventor de la palabra «socialismo».
Era un
tiempo algo
posterior a Saint Simon que, según creo, no
empleó el término.
«El
socialismo -nos dice-(¡mu.cha atención!), se ha con­
vertido
en el arte de improvisar una sociedad irreprO'chabltn>. «Im­
provisar>>, como fórmula, es admirable. No se improvisa nada; todo
el mundo lo sabe. Si doy una confereocia improvisada (hoy no
es
este el
caso), no será
eo absoluto improvisada; estará preparada
por lo poco que sé, desde hace años. Y, por otro lado, no existe
uoa sociedad irresponsable. «Pero -sigue diciéodonos-¡,,_, so-
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GUST AVE THIBON
ciedades no son decorados de Opera. Representan un conjunto de
sentimientos y de intereses que la voluntad humana no puede cam­
biar a su
gusto,

¡y
es tan fflcN quedarse en el terreno de lo abs­
tracto/
A este respecto, las mejores lecciones que he recibido las recibí
en mi infancia. Tenía wios nueve años; no era un alumno dema­
siado · malo en la escuela primaria que dirigía un maestro anticle­
rical, pero
terriblemente trabajador y excelente edurador. El tío de
América estaba en

casa: tardó tres
semanas en
venir desde la Re­
plública Argentina hasta nuestro
pais: tenía

una aureola de increí­
ble prestigio. Mientras
paseábamos, me dijo: --«Sabes aritmétic --< en ese Jrbol hay diez pájaros, viene un cazador
y mata a seis, ¿cuántos q11edan?» Y yo contesto:---«cuatro, tío».
--< los demár».
Bueno, pues ;así es exactamente y así lo veía yo cuando, en no­
sé ya qué
país, donde no hay una industria automovilista nacional
(en. Holanda
tal vez, o en Bélgica, ya no me acuerdo) y donde cir­
culan buena cantidad de coches americanos que pagan menos de­
recho,; que

en nuestro
país, se

decidió, suponiendo que las gentes
que tenían
coche americano

eran
algo más ricos que los otros, doblar
o

triplicar las tasas de
dicho,; coches

calculando con entera justicia
que se lograría, así,
doblar o

triplicar
los beneficios.
Sí, pero
las
gentes no son idiotas; guardaron su coche en el garaje o 1,; vendie­
ron
en
el extranjero y compraron coches pequeños, por lo que el
beneficio fue
mJnimo. ¡Qué quiereii ustedes!,.
los disparos del fisco
hicieron huir a los pájaros... Pero los señores funcionarios no ha­
bían contado. con ello. El ·espíritn abstracto es algo terrible. Es la
expresión:
«No· hay más que ... ». Así pues, intelectualmente, es el
espíritn abstracto y, moralmente, el espíritn de deserción y de hui­
da lo que corroe nuestro mundo occidental.
Y entonces le pide uno al Estado que zanje todos
los problemas
y asegure la felicidad de todos los hombres, una felicidad, en úl­
tima instancia, ~in riesgos y sin esfuerzo. El pa.ls de Jauja, donde
se ·atan los. perros con .longaniza.. ¡ Reconoced que es maravilloso!
«¿A qué esperá el Estddo para ... ?»; no me digais que no habéis
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Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE WS SOCIAUSMOS
oído esta expres1on ... Hubo un economista que decía: < eJ esa gr,m ficción en vir111d de la c11al todo e{ m11ndo mienta vivir
a expensas de todo el mrmdo». Una fórmula admirable para desig­
nar el Estado moderno, todos privilegiados. Pero
eso quiere
decir
todos parásitos.
Y· cuando

los parásitos empiezan a devorarse
los
unos

a los otros, acaban por desaparecer todo
loo parásitoo. Pero
ya

no hay nada más. Y entonces, ¿quién alimentará al parásito?
Un compatriota me decía un día (tal
vez es

algo duro
para los
franceses) :
«loo franceses

no pueden ya
ni perder un botón de la
camisa sin hacer responsable· al Estado y pedirle un recambio». La
fórmula es apenas exagerada y tiene mucho de verdadera. Paralela­ mente, la generalización de
la idea de derecho: «Tengo derecho a
esto, tengo .derecho a aquello»,
sin preocuparse,
por supuesto, en
modo
a!lguno, de

corresponder a ese derecho.
·
Estarnos

convencidos de que
tenemos derecho
a todo: derecho
al trabajo. Pues sí; tenemos derecho al trabajo, en cierto modo,
pero
hace

falta ponerse a ello y
crear las
condiciones necesarias. Dere­
cho a la salud. Pero hay muchos médicos, -¡perdón!-
qué hacen
más mal que hien. Derecho a esto, derecho a lo otro, derecho al
amor ... ¡Derecho al amor! En América, por ejemplo, yo he visto
mujeres que reivindicaban el derecho al amor ... ¡Pero señoras, pri­
mero hará falta que encuentren ustedes un enamorado!
Un magistrado francés me envió un libro -una colección de
máximas de las que muchas nó son sinceras--, pero una hay que
os presento
para que la meditéis y que quisiera que recordaseis;
en
s[la se da una definición de la democracia, no de la democracia
en sí, ni de
tal o cual democracia, sino de la democracia tal como
se va concibiendo
cada vez más en Francia. Llama a esta demo­
cracia para franceses, «el derecho a no tener ningún deber». Lo en­
cuentro admirable, y de una
rara profundidad.

¡ El derecho a no
tener deber alguno! No puede
ir demasiado lejos. Evidentemente,
las causas de descontento no
faltan, lo ·que pasa es

que, en Virtud
de esta idea de que
el Estado lo puede todo, se le atribuye la res­
ponsabilidad única y total de todo lo que marcha mai. Esto cons­
tituye

el peligro de la oposición
y, precisamente, de '!a oposición
socialista. · · ·
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GUSTAVE THIBON
¡ Qué quieren ustedes! Cuando se cree que el Estado lo puede
todo,
se prefieren promesas imposibles a realizaciones imperfectas.
Tomad

por ejemplo la
idea del cambio que
ha
penetrado por
todas
partes. El cambio, ¿qué demonios ,quiere d,cir esto? Mi pobre ve­
cina, que de nada entiende, rne dijo un día ... : «¡Esto tiene que
cambiar!». <<¡Yo pienso ló mismo, tanto más cuanto que', ¿sabe
usted, ¡siempre cambiará!; la vida está hecha de cambios, p·ero·, ¿en
qué sentido quiere usted que cambie»?
Me contestó: «¡Yo no lo sé, p-ero que cambie!».
Como yo suelo d,cir, si hoy está usred bien de salud y mañana
coge la viruela, ha habido un cambio, pero eso no quiere decir
que
haya sido para mejor. Y tanto más cnanto que hay aquí una
meotalidad contradictoria: se quiere ser cada vez más libre y menos
responsable, ignorando que no se puede abdicar la responsabilidad
sin perder
la libertad. Se olvida también que el Estado no puede
dar, con una mano, más de lo que con la otra coge, y qne siempre da
menos de lo que coge, dada la complejidad de loo mecanismos de
absorción
y de redistribución.
El mismo economista deda, hablando del Estado: «la numo que
coge

es
de ndlurález,, purosa y esptmjosa y retiene gran parte de
lo cogido». Oh,ervad lo que representa el diluvioaburocrático y pa­
pelístico.
¡ Es de llorar! Proudhom decía, hace ciento cincuenta años,
que

después de las diferentes
eras de la historia y después de las
distintas
eda entrábamos en la edad de los papeles. Y, entrábamos en efecto;
hasta
para los detalles más pequeños de la vida hay que rellenar pa­
peles, ¿Cómo queréis que no resulte irritante? No
hace demisiado tiempo,

tuve una emisión
en la televisión.
Por una
emisión, se te paga un tanto,

lo
cual no me parece nada
mal. Y, en general, cuando hago cualquier tipo de prestación eo el
sitio que sea, si por ello gano algo, se me da ese algo. Pero aquí
no.

Me enviaron
un montón de papeles así de grande, para re­
llenarlos. Se me preguntaba todo: si era viudo o soltero, si tenia
hijos, mi afiliación a esto y mi afiliación a. aquello. Acabé com­
pletamente desbordado, los rellené porque, a fin de cuentas uno
es dócil. No
bastó con
esto; tuve todavía que rellenar todo un di-
1070
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MAS ALLA DE WS SOCIAUSMOS
luvio de papeles para cobrar una pequeña suma de dinero. A
poco si no me preguntan cuántos dientes y pelos conservaba. Ape­
mas exagero.
¡ Es ver También
puede
incriminarse a
las reliquias de una mentalidad
,ourgida de

los excesos del capitalismo del
pasado siglo. Por ejem­
;plo, cnarulo se

ven fórmulas del tipo de:
«hay que
hacer pa­
:gar a

los millonarios». ¡Para
los que

quedan!...
Un economista de izquierdas me
decía que

si
las grandes for­
ttunas privadas se repartieran entre todos los franceses, se conse­
:guiría un

awnento infinitesimal
de las rentas de cada uno· a con­
dición, además, de que la destrucción de estas fortunas privadas
,no desinflara

toda la
economía, pnes hay

algunos poseedores de
estas fortunas que puede ser que no sean santos pero son, sin
embargo, hombres eficaces y que contribuyen a la prosperidad del
:país. ¡A

condición
de que la prosperidad no varíe, el aumento
sería infinitesimal! Pero,

en fin,
el caso es que pervive esa men­
talidad
transferida
al programa: la <> a los ricos del
.'Evangelio.
Y ahora habría mucho que decir también sobre esta nueva hi­
"jX>Cfesía
que
se denomina hipocresía de
la pobreza. No .quiero de­
jar de

denunciarla.
Se hizo últimarnenre una
encuesta sobre
los líde­
ires de la política francesa; _respondieron como pudieron. Comprobé
con estupefacción que las más elevadas de estas fortunas eran in­
feriores
a la

de tal comerciante o
de tal pequeño terrateniente del
-partido judicial

en que yo vivo; por lo
demás, en los discursos
necrológicos de

los políticos, la
suprema alabanza que

se les puede
'hacer en el final de su vida es declarar pomposamente: «Abandonó
1os asuntos políticos tan
pobre como cµando empezó con

ellos» :
l'or mí,

no hay inconveniente.
La pobreza, o al menos la afectación
de pobreza se ha puesto tremendamente de moda. Actualmente, los
más acomodados

claman su desprecio de los bienes materiales y se
loman mucho trabajo para reducir al mínimo la exhibición de los
,;ignos exteriores de riqueza. Sí

; la
verdad es
que
,es divertido y
<¡ue están

lejos
los tiempos

en que los
pobres se

avergonzaban de
-su indigencia. Un aristócrata arruinado me decía un día: «No im-
1071
Fundaci\363n Speiro

GUST AVE THIBON
portaría nada el ser pobre si no fuera tan caro el parecer rico».
Ahora,
en cambio,
es lo contrario. Muchoo elegidoo de la fortuna
podrían decir: «No

importaría nada
ser rico
si no fuese
tan com­
plicado
parecer pobre». En fin, que el rico vergonzante ha susti­
tuido

al
pobre humillado.

Y por eso,
¡Qué quieren
ustedes!, ante
esta
nueva hipocresía,

inspirada además
por la más baja demagogia,
hay momentos en que
experimento personalmente
un cierto
cos­
quilleo

molesto y en
que· tendría más bien ganas de hacer una apo­
logía

de
la riqueza

privada.
Desde luego,
no
de cualquier riqueza,
sino de la que corresponde a las
cualidades del
hombre que an­
taño se llamaba «el buen rico». Pu,s si es verdad que existe una
riqueza ilegítima
y culpable,

que es la de los bienes mal
adquiridoo
y

mal
ernpleadoo, hay también ,una riqu
sólo legitima, sino
fecunda y

bienhechora, la bien adquirida
y bien ernpleda, lo mismo
que hay una buena
pobreza, surgida

del
desprendimiento o
de la
desgracia,
y una mala pobreza, que es el fruto estéril de la impe­
ricia
y de la pereza. En otras' palabras, no es necesariamente un
mérito
el
ser pobre ni una tara el· ser rico. Os diría que prefiero
a
un
Richelieu o

un Colbert, que amasaron inmensas
fortunas, pero
cuya feliz gestión del
patrimonio nacional merecía desde luego esa
recompensa,
a

cualquier ministro
íntegro pero inepto, que arruina
al pals sin enriquecerse él mismo, que
también los hay,' ¿no es
verdad?...
Es cierto que puede aliarse la codicia a la incompetencia.
Algunos escándalos
recientes parecen indicar

que
esta lamentable
unión

no es totalmente
desconocida.
Cuando

digo
esto, no estoy 'habfando .por mí mismo, y de ello
me avergüenzo un poco. No tengo fas. cualidades neoesatias para
hacerme rico. Si un inmerecido favor me trajese la fortuna, me
terno mucho que la regirla muy mal. Pero no veo abí ninguna su'
perioridad,

sino todo
.Jo contrario. Porque al ver cómo un Estado
administra
los dineros públicos,

le
gustaría a
uno
poseer el
arte de
administrar
loo dinéioo privados. En lo que a· mi · repecta, tanto
valdria regalarme un piano de rola o

un stradivarins, siendo as!
que no tengo el menor
don para la música ... ¡o equipar a ·un ciego
con
uri telescopio!... Pero, en fin, quiero denunciar esta: hipocresía;
pues creo qúe es algo serio ya 'que la prosperidad, ó bien es. privada
1072
Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIALISMOS
o bien pública; la privada representa. algo que se hunde muy adentro
en la
naturaleza humana. Y,

al querer
suprimir los rieo<, como
siempre
habrá privilegiados

en la
Administración, se
multiplicará
el número de los malos ricos; ·y
esto es precisamente lo

que
estamos
viendo.
Otra razón del éxito del socialismo son los servicios prestados
a

la clase menos
favorecida por los partidos de izquierda durante
algún tiempo, cosa que es muy cierta. Un labrador me decía un
día: «Voto a los comunistas porque los comurdstas defienden a los
obreros».
Cierto es; prestaron algunos servicios ante una clase pa·
tronal un poco lenta para ponerse en movimiento y apegada a sus
privilegios; tuvieron, ocasión · de servirles. de éstímulo. No estimu­
laron la producción pero sí una mejor distribnción. Pero el día en
que llegan al poder permiten una mejor distribución, en algunos
casos, de los frutos
--aunque la

inflación va corroyendo
oda
vez más este privilegio-; pero, si a su ~ se convíerten en los ge­
rentes del vergel, entonces habrá infinitamente menos frutos, como
se ve en todos
los países
en que tienen el poder.
Hay
pues un

conjunto de
razones que 1l<¡UÍ he demostrado y que
deberían hacer que no
se cediera-ante la

tentación. Cuando vemos
lo que representa, en un país como Fmncia, el Programmv, Commun,
cuyo primer punto, o al menos el esencial, es la nacionalización ...
Sabemos,. por experiencia, cómo fnncionan las empresas nacionali­
zadas. Ya no recuerdo el número de millones de fra11cos fuertes Je
déficit de que nos hablaba Mr. Barre. ¿Saben ustedes que pagando
cada

familia francesa una
media de mil quinientos francos nuevos
de

impuestos salva el déficit de
las empresas nacionalizadas? Y
se
busca
el remedio en la misma línea. del mal. Es la política de Gri­
boville.

Griboville, que exclama al tirarse al río:
«!Oh rfo, librame
de los inconvenientes de la· lluvia!»~
Cerca de la mitad de la riqu= nacional está en manos del
F.stado. La opresión ha cambiado de cara pero se ha acentuado, y
la prosperidad económica
'hace que
se
la sienta
menos que
en otras
épocas, en que hubiera sido claramente insoportable. El Estado es
un vampiro y, encima, ·se oomporta. ·có:IilO un vampiro inepto. Ade­
más, los aprovechados, no son necesariamente 106 peces gordos. En
1073
Fundaci\363n Speiro

GUSTAVE THIBON
un régimen socialista o socializante, hllf gran cantidad de «peces
flacos» que son parásitos y que sin embargo no nadan en la abun­
dancia. Por ejemplo: el que se inscribe en el paro cuando hay tra­
bajo. En mi pueblo conozco. lo menos treinta, habiendo, sio em­
bargo, trabajo en el
campo. Pero
es que inscribirse en el paro no
cuesta nll por la
más mínima enfermedad, ese también es un parásito. Y fun­
cionarios inútiles, jDios sabe los que hay! Ninguno de éstos nada
en la abundancia, pero todos son parásitos y su número es tan
grande que valen tanto como varios tiburones. Esto es lo que se
oboerva cada vez más en nuestros países,. Os he citado algunos ejem­
plos,
pero podrían citarse casi, casi, hasta el infinito ...
Ya
veis, en particular,

lo que
representa la seguridad social. Y
no tengo nada
contra ella; creo que es hasta na:esaria, pero, de
todas fornas, sería tan natural si estuviera cencebida a escala hu­
mana,
si
fuera obra

de la
familia, de muchas, familias, y de comu­
nidades locales, de
las empresas, de mutualidades, y así todo.
Hay que

vivir en un
pueblo para ver fa masa de parasitismo
que

gravita sobre nosotros, gracias a ese socialismo que
ya es el
nuestro. i Los buenos de los labradores cuando descubrieron que fa
segutidad significaba medicamentos

gratis!... No digo que
no haya
que creer en

ella en
abooluto, pero ¡ todo tiene un límite!... Los me­
dicamentos se despHfarra.n, se tiran y los médicos no pueden im­
pedirlo: si no recetan algo, nadie cree en ellos... ¡ Imaginaos el des­
perdicio y multiplicarlo por millones!...
Mirad, no hace mucho,
mi v.rino, un

buen
hombre, (
me
dis­
culpo por dar ejemplos coorn:tos pero los ejemplos concretos hacen
que

se sienta el
mal y no S recidas), se pinchó el dedo con una espina de un ciruelo y se le
formó un pooo de pus. Va a un médico que le reexpide a una
clínica y le dice
el médico: «Amigo mío, hay peligro de septicemia,
no es cosa de broma: peligro de infección gener"1izáda; habrá que
oper,w/e enseguida con ""8stesia t<#dl». Por suerte, vino a casa y
me

dijo:
¿«Tú qué crees>? Entonces le mandé a un cirujano sim­
pático y correcto que le dijo: «Oye, tu t>b11ela, ¿que hacía cuando
tenías un pinchazo con pus?
Te hacía mo¡ar el dedo en un 1/dSO de
1074
Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIAUSMOS
agua salada y muy caliente, ¿verdad? Pues ve y hazlo». Lo hizo du­
rante dos
dfas y se curó. Puede multiplicarse el ejemplo por mil
para hacemoo una idea de

lo que
es el socialismo. Entonces ¿cómo
reaccionar?
Evidentemente, no tengo plan alguno que proponeroo. Primero
porqne se
han hecho montones de planes y todos saben lo que
qneda de elloo. No

debe haber
un programa abstracto sino
sólo unas
líneas generales en

tomo a las que debe
gravitar la
experiencia,
una experiencia
adaptada a

las
circunstancfas y adaptada al esfuer­
zo creador
de cada

uno,
para conseguir que lo que. es se adapte a
lo que debe
ser. No

es fácil,
pero es lo único que puede hacerse.
¿Cómo
reaccionar? No

se trata, desde luego, de idealizar el sis­
tema
actual que, por lo demás, es ya socio.Iista en gran parte, con
restoo
del

peor
capitalismo, el

capitalismo hipócrita,
disimulado, irres­
ponsable. Recordad lo que representa el escándalo político-finan­
ciero,
las especulaciones estériles estimuladas, "'P"-"Íalmente las mo­
netarias,

y
el veroadero trabajo penalizado por loo impuestos. Hay
que acabar reconociendo que el socialismo no es W1a. -solución, sino
un callejón sin salida. Porque, hay que repetirlo, agrava loo males
qoo pretende curar. Deja

de
elloo la
forma
mJÍ$ baja, expues,ta en
un libro curioso.
<>. Dadoo loo
monstruooos
reglamentos

vigentes, el
aspecto abstracto

de la regla­
mentación, y
la imposibilidad que los hombres tienen le obtener
cualquier
cosa por las vías legales, resulta que la corrupción reina
cada vez más.
Y, entonces, el autor del libro elogia la corrupción, diciendo
que es la última
ma.n.ifestación de las relaciones
humanas, relaciones
de persona a persona: uno ootrega una cosa y le dan a uno otra;
mientras que si
se espera

a que llegue de
la Administración, no
vendrá nunca o llegará
tan mal

que no merece la
pena ni de hablar
de

ella.
Y de

esta
forma, como las relaciones humanas están esta­
blecidas

únicamente bajo la forma del
frande, el
colectivismo
acaba
en el peor de loo individualismos: los individuos, dispensados por
obra
del
Estado-Providencia de toda preocupación sobre sí mis­
mos, pierden
al mismo

tiempo
toda preocupación por d prójimo.
Es automático y es lo que hace que los dos extremos se toquen.
1075
Fundaci\363n Speiro

GUSTAVE THIBON
Para ilustrar este hocho, tenemoo un admirable texto de Protoptin
que, como
sabéis, . fue

uno de
los profetas
dd socialismo en el
siglo pasado. El desgráciado vivió lo suficiente como para con­
t=plar d derrumbamiento de

su ideal, ya que murió en
1921, com­
pletamente desanimado y lleno de amargura. No le liquidaron por
la
sencilla razón de que se iba a morir solito. Y el mismo día de
su
,entierro sacaron a los. viejos de a.quellos tiempos de autes, a sus
viejos compañeros que
aún tenían un ideal, los sacaron de prisión
para que

estuviese
acompañado (y los volvieron a meter esa misma
noche).
Bueno, pues Protoptin escribía: «la absorción de todas
las funciones por
el Estado favorece el individualismo más desen­
frenado. A medida ,que el número de obligaciones para con

el Es­
tado va en aumento,. los ciudadanos se sienten dispensados de sus
obligaciones ,de
los unos hacia los otro!J».
Es verdaderamente admirable; es todo el socialismo el que está
hablando: realmente no puede decirse que Protoptin sea un pen­
saxlor de derechas, ¿verdad? La profucía es maravillosa: ante vo­
sotros
tenéis al COlllWllSlllO auticomunitario y al cemento colecti­
vista que aísla los granos de arena que une. Y así ;,cabamos llegando
-porque todos los grandes hombres son profetas- a aquella re­
flexión que Chilteaubriand se hacía hace casi ciento cincuenta años.
Viendo el crecimiento del
igualitarismo y del socialismo de la épo­
ca, escribía: «C11t1nc/o toda grt1n empresa se haya hecho impr,sible,
cudfldo " causa.
de la nivelación de las fortunas y

de
la indigencia
por

el
fiscr, hayamos llegad" al reparto igual de la prr,pi /,rfe/igencia
y de todo, entonces nuestra felicidad nr> tendrá ya 11-
mt'tes, no, arrastraremos
en un ft1ngo indMw en estado de reptiles
pacif!cr>.r».
jBonita visión del porvenir! ¿Tan lejos estamos de, ello?
Bien:
¿qué
perspectivas ofrece el socialismo? Es una monstruosa
intervención, cuyo absurdo está velado por la costumbre; es el creer
que

va a cambiar al hombre
cambiaudo las leyes y que las reformas
de esti;ucturas impuestas desde "fuera a la autoridad política pue­
den
crear en su interior ' aqudlas virtudes que se presuponen para
que pueda ejercer.e sin peligro: Creo. que .el socialismo podría rei­
nar si todos los hombres fueran sanros, lo mismo que cualquier otro
régimen. Pero sucede que presupone .esa virtud y no la produce en
Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIALISMOS
grado alguno, Creer lo contrario no es más que nna gran ilusión.
Antes
os he citodo el ejemplo de la seguridod social; haría falta
nn pueblo de santos para no
abusar de ella tal como ha sido creada,
en esa forma dispersa, anónima e irresponsable.
La mejor o menos mala forma de sociedad es aquella en que el
hombre está ligado a su
función eu la ciudad, al gran número de
elerueutos de

su personalidad, desde
el egoísmo y el interés material
de

los que
nnnOL hay que

hacer
abstracción ----0131ldo se

tiene
algo
de

sentido
comÚllr-, hasta

el espíritu de
sacrificio o hasta el ideal
de

perfección (¿cristiana?).
Es decir, una sociedad que ciertamente
no
es perfecta pero donde hay, a la vez, los suficientes riesgos para
aguijonear la iniciativa y la bastante seguridad para asegura, el
arraigo
y la continuidad. Simone W eil (para los que no la conozcan
diré que
se trata de la filósofa, mística y asceta, muerta en 1943 en
Londres después de una vida heroica. Recuerdo con esto que existió
y que no debe confundírsela con la ministro del mismo nombre,
porque la confusión snrge a menudo, de tal manera que recibo car­
tas en que se me dire, por ejemplo: «¿Cómo puede usted wnsiderar
como una grdn mUtÑ:a a /1,, autora de la ley sobre el aborto?», y he
recibido otras, preguntándome recomendaciones para
ambas mujec
res.

Más
vale prevenir:

cuando una haya
pasodo, la otra perma­
necerá, pero, de momento, la actual oculta a la eterna), repito,
Simone WeiJ decía, pues, que el peligro y la seguridad son dos
necesidades esenciales del alma humaria, es decir, cierta

seguridad
y
cierto riesgo. Un riesgo que, naturalmente, no llega hasta la ame­
naza de

destrucción completa de
la obra de nn hombre y una segu­
ridad que no le haga
dormirse en los Ianreles. En otras palabras;
una sociedad en

que la
libertad esté acompañada

de responsabi­
lida libertad
y no se habla de responsabilidades; Mi ilustre colega Franck,
que
era psicoanalista
que, por cierto, abandonó el freudismo,
y
actualmente da clases en los Estados Unidos, dice muy a menudo a
los americanos que hicierori muy bien eri levanta-r una estatua a la
libertad en la ribera del Atlániico, pero que mucho ganarían si,
para hacer
contrapaso, levantaran una

estatua a
la responsabilidad
en

la costa del
Pacífico. Se realizaría así un cierto equilibrio.
1077
Fundaci\363n Speiro

GUSTAVE THJBON
Tenemos un ejemplo, simplemente un ejemplo, pw,s no se tra­
ta de genera:lizar, pero que al menos es un ejemplo de sociedad
viable:

un pueblo, donde el alcance local del campesino
queda
canalizado
por

la
necesidad de producción. Necesita a los otros, y
esa necesidad que se tiene de los ~ en la comunidad rural re­
frena el egoísmo,. Cuando mi tendero me dice: «Mire usted, yo
no hablo mal de nddie porq11e', ¿comprende asted?, necesito a todon>,
sé perfectamente que sus palabras no proceden de móviles trans­
cendentes

;
pero, al menos, hay un hecho, y es que la calumnia no
se produce. Y ya es algo.
A
nadie le

falta
tierra, lo
que constituye una seguridad; pero
a
condición

de que no
falte el
hombre a
la tierra, lo

que constituye
una
responsabilidad y

un riesgo. En este
marco, el parasitismo es
desconocido, o

al menos era desconocido
hasta la llegada de la se­
guridad
social tal romo la

conocemos,
hasta que los buenos
de
los
labradores
aunque

siguen trabajando como
Ieooes, cobran
un retiro.
En
realidad puede que

lo hayan
ganado, en parte. Pero era algo
francamente desconocido alli

donde el
parásito era denunciado

como
tal. Y si
habla algún

retrasado mental, se le
socorria tarnbirén como
a
j¡jl_ Sí : así es una peqweiia comunidad. Evidentemente, no puede
tomarse como

modelo
absOlluto para la sociedad industrial y para
la sociedad urbana, pero,

de todas formas, me
parece fundamental
que exista, y si se hiciere imposible, ¡ desgraciada humanidad! : se
hundirá y tras su hundimiento, volverá a ser posible. Pero, ¡ más
valdría que fuese antes del hundimioto ! Digamos que, más allá de
los socialismos,

lo que impoi:ta
es que renauan las verdaderas co­
munidades

humanas; es
decir, no

es solución
ni el individualismo
ni el
colectivismo, ni el

hombre
,tlslado ni

la
masa, pues el uno
implica la otra, como 'he dicho

ya
tantas veces.
Y

¿cómo hacerlo?
Observad, en la

desorientación
actual de los
políticos, qué es lo que
suarle cuando

se consiguen
elocciones». Más

vale una política buena que una
mala y unas elec­
ciones
menos que

unas
maJas, pero yo, de todos modos, creo que si
se
trata de

un
verdadero renacimiento, tc,ndrá que

venir del inte­
rior, de un clamor de
la base, como se dice en el lenguaje actual, y
no de una base embrutecida por la propaganda mecanizada, sino de
1078
Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIAUSMOS
una base humana real. Pues no se crean artificialmente las romuni­
dades ru,.turales. Los socialistas nos intoocican con una visión quimé­
rica,

donde el
contacto fraternal entre

los
hombres nacería de una
reforma abstracta de las estructuras. Thmhién ellO\S hablan de la
descentralización, de la participación, de la cogestión; de hecho, no
hablan
de otra
cooa, pero ya sabemos a dónde conduce todo ello: a
un
Estado todopoderoso

y a
fa centralización a u:Itranza. F.ntonces
¿qué?
Greed que

concibo otras fórmulas que no
sean la
de la propiedad
privada, que,

por
16 demás, respeto, y la del sa,lario. Dar un salario
a alguien no es
tratarle K:omo un

subproducto, no es
indigno de
un
ser
humano recibir un

salario;
pero, hay

otras formas de asociación,
hilo/ otras

formas
posihles, aparte

de
la propiedad privada, que ya
existieron en el
pasado. La Edad Media era más social que la nues·
tra,

ya que
había muchoo más bienes comunitarios que ahora, infini­
tamente más. La ;diferencia consistía en que se trataba de comuni~
dades locales; eran monasterioo, eran grupos ; eran pobres pastos,
era todo
;lo que queráis, pero al menos eran comuni.da.des los pro­
pietarios. Luego, es posible que exista el sistema, ¿no es verdad?
La seguridad puede estar proporcionada por grupos a escala humana.
Me refiero a

las
empresas, a las corporaciones, lo que limita.ría
grandemente el fraude y el despllfarro. Pero hay que docir, una vez
más,
que

no
puede obtenerse esto por las decisiones del partido
político por que un docreto no da ni la competE11cia, ni los gustos,
ni las

virtudes
necesarias para la creación de un cierto tipo de co­
munidad,

de
la comunidad thumana. Y, en el fondo, en nuestros
Estados
liberales -5uelo decírselo

a los
que hablan de participación,
de cogestión,
etc .... -, en nuestros Estado liberales de muy avan­
zado liberalismo ¿quién
impide

a nadie el poner en común
sus dotes,
su dinero si lo tienen, constituir una iempresa ¡y vivir en un régimen
distinto al del salario? Por ejemplo, en un régimen de participa­
ción, de
oooperativas, de mutna:Iismo de todo

lo que queráis y en la
concurrencia del

mercado, podríao perfectamente triunfar. Os ase­
guro que si cuatro o cinco viticultores de Saint Ma.rcel 'd' Ardeche
se reunieran para hacer buen vino, resistirían victoriosamente la
competencia con las grandes cooperativas y como bien sabéis, el
1079
Fundaci\363n Speiro

GUSTAVE THIBON
clioote es juez. «Pero, ¿por qué ocurre esto tan pocas veces? He
visto·
fundarse algunos de estos

equipos pero,
en conjunto
y
por el
momento,

los hombres
_no· tienen la madurez interna necesaria

para
la
vida comunitaria.

Y
esto es

lo menos que puede
decirse. Hay en­
vidias,
hay

tiranteces, hay crisis
de autoridad, se nota la falta del jefe.
Y. fijaos
en que también · las hay en las comunidades en que no se
admité la autoridad de .:la misma manera. Pero el camino, ali. menos,
está abierto, y nadie os impide tomarlo. Mientras que lsi intentáis
fundar una comunidad

de este tipo en la URSS, ya veréis cómo os
tratan. 1•
En el orden econónuco, ello no eliminaría ni la competencia ni el
mercado. Estoy esquematizando mucho, pero puede concebirse un
papel del Estado que consistiese en arbitrar la. competencia y sanear
el mercado. Muy bien puede ima.ginarse un concierto, una codifi­
cación de la economía; pero el Estad.o no puede ser, a la vez, ár~
bitro y jugador. Y, por otro lado, las reglas del juego no eliminan
la libertad de los jugadores,
naturalmente. Tal vez es por este
ca­
mino por donde se
encuentre una salida.

que vaya más allá del so­
cialismo ¡Si el
Estado cumpliese coo. su obligación, es decir, su
obligación de

árbitro y
coordinador, en lugar de
entrar· en
el juego
y falsearlo! Por otra parte, . creo que todo renacerá por la base.
Por eso, es tan importante nombrar «responsables», cambiando el
término
«jefe» o

el
término <;patrón» por

el de «responsable», en
un momento en que la mayoría de la gente huye de
las respoosa­
bili Pero,

para que una responsabilidad sea real,
para que
sea
eficaz,
para que _se la viva como tal por la persona, que la tenga. y
por las personas que
· de

ella
dependan, la
responsabilidad, se quiera
o no,
implica: un grupo pequeño, implica relaciones directas entre el
hombre y su trabajo, entre
el hómbre y su semejaote, lo cual es muy
importante.
Napoleón,
gran rnnocedor de

hombres
y de
política,
decía que la guerra era un asunto de suboficiales. César decía otro
tanto, aunque el término «suboficia:b> era entonces el rión>>, según creo. Es algo extraorclina.riamente importante; no es
sólo
una cuestión :le soboficiales, pero del. suboficial al general en
jefe el contacto
humano no debe quedar roto

en ningún grado de la
jera.rqu!a.
1080
Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIALISMOS
Un gran hombre, un gran general, me dijo un día: «¿Sabe
mted
...
?
La profesión militar me ha enseñado que sólo se manda
eficazmente a cuatro hombres. Un cabo
y cuatro hombres es lo ideal».
Y si estos cuatro hombres .mandan a su vez eficazmente a otros
cuatro, y así sucesivamente, se pu.ocle llegar a la cumbre de la je­
rarquía. Ahora bien: lo que
es bueno para la
guerra, es bueno igual­
mente en los demás ámbitos, a condición de que no se rompa el
trato hwnano. La -eficacia de las relaciones humanas es bien cono.
cida. Pero en fin, ¿por qué repetir evidencias?
Tengo

una hija que ha estado empleada durante algún tiempo
en un pequeño banco
local privado. En aquella ciudad era sabido
que

para manejar mil millones de francos antiguos ( doy esta cifra
en sentido abstracto), hada falta tres veces menos tiempo,
y tres
va:es menos

trabajo en el pequeño banco que en el
Credlt Lionés.
Ellos sabían si podían conceder crédito a un diente sin hacerle
llenar papeles, que hay que mandar a París, y con los cuales obten­
dré un crédito... después de haber quebrado. En definitiva, cono­
dan a

las personas, estaban en contacto con ellas.
En Rusia todo
el mudo sabe que la pequeña parcela de tierra
que deja a los
koljkocianos produce
diez veces más que los campos
del koljkoce y suministra al mercado negro, al mercado libre.
Pues
bien, a pesar de esta experiencia llamativa, «Reviente el país antes
que reviente
el

principio»...
y los que chupan del principio, por
supuesto; porque existe una clase dirigente.
Y así volvemos -y deseo que todos lo sintáis profundamente- a
comprobar la necesidad de que exista una
élite en todos los am­
bientes, absolutamente en todos. Me siento cada día más eliJi!ta,
aunque esta calificación no gusta hoy día. Además, todas las so­
ciedades

son aristocráticas, incluidas las democracias populares.
Es
decir: todas

están gobernadas
por un pequeño grupo de hom­
bres, especialmente

por el jefe del partido,
«el poder obrero»;
porque

los
delegados de

los obreros ya no
son obreros:
se
han
convertido en la clase dirigente. En definitiva, no . salimos de la
élite,

no salimos
de la aristocracia.
Lo importante sería que la nuev~ aristocracia mereciese la eti­
mología de la palabra: ArisJoi, «los mejores». Que sea el gobierno
1081
Fundaci\363n Speiro

GUSTAVE THIBON
de los mejores y no solamente el gobierno de unos pocos porque
son siempre
un06 pocos los que gobiernan y loo que animan. < género humano vive por pocos hombres», como dijo Julio César.
Hay que notar que aquí existe una

antigüedad. «Paucis vivit genus».
Este
«paucis» es algo

fastidioso,
porque puede
ser dativo o un abla­
tivo.
César pudo querer decir < pocos»,
lo que evidentemente sería maliciooo. Pero en realidad él
empleó la expresión refiriéndose a una verdadera élite: «por unos
pocos».
Ahora bien, las élites, las verdaderas élites no son delegadas
por el Gobierno; no son delegadas por un
partido; no
son simples
funcionarios ( aunque puede haber
élites entre

los
funcionarioo).
Si

el
Estado hiciere su oficio, si el Estado estuviera en su sitio ...
Los grandes cuerpos del Estado son algo, indudablemente. Y o he
conocido todavía los
tiempos en
que el
funcionario modesto, el
maestro, el cartero· eran élites-, tenían una verdadera conciencia pro­
fesional; pero esto no era
más que las reliquias de simples y búenas
costumbres y de cristianismo que subsistían en el anonimato de las
funciones ; actualmente, todo está erosionado y apenas queda nada.
Por_ supuesto, existen casos extraordinarios: yo conozco, en una ofi·
cina

de correos de París, a una
oficinista muy
bonita que me
sonríe de una manera adorable ( que no tiene nada que ver con la
sonrisa del comerciante, pueden ustedes creerme) cada vez que com­ pro unos cuantos
selloo. Es

como un milagro y uno sale de allí
como nuevo: esto es el contacto humano.
Las élites surgen mediante la competición, mediante la inicia­
tiva, y también mediante el riesgo. Y quizá -ya que, según dicen,
entiendo que estarnos en la era post-industrial- mediante la supera­
ción del mito venenoso de la prosperidad material y del crecimiento
a cualquier precio.
Cuando nos presentan el crecimiento cuantitativo como un ideal,
¿por-quiénes nos toman? En primer lugar, el crecimiento indefi­
nido no es posible, porque no cabe crecimiento indefinido en un
mundo finito. Un día, uno de
los directores de la General Motors,
en los

Estados
Unidos, hace quince años, cuando

estaban en plena
eufor-ia, me contal¡a que vendía coches

cada vez más caros.
«Evi-
1082
Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIAUSMOS
dentemenle, los cuches los wmpra sobre todo la clase obrera. En
vista de eso, nosotros le ;vendemo_s más barato; así, /01 obreros a
los que pagamos más, comprarán más y cambiarán de coche más a me­
nudo; de manera que llegaremos a tener un cambio de coche anufll
en la da.re obrera». Yo le ·dije: «¿Y usted cree que las cosas van a
seguir así?>>; y él me contestó: «¿Por qué no?», con esa magnífica son­
risa americana que

se pone al pronunciar la palabra
«cheese». Enton­
ces, yo le dije: «Al final, dentro de un año, tres meses, seis meses,
¿se cambiará de coche cada media hora? Porque, en fin, todo tiene
un limite ...
El crecimiento
i~definido no, es posible, en primer lugar y, además,
no es un bien, porque
'la satisfacción de las necesidades artificiales no
puede engendrar más que otras necesidades igualmente artificiales. Actualmente,
105 franceses .lo quieren todo: el coche ... , ¡ eviden­
temente es-necesario!, paseos, viajes ... la nieve. Ahora todo el mun­
do desea la nieve. No es que sea desagradable la nieve, pero, en
fin, uno puede pasarse la vida entera sin nieve... LQS que pueden
permitírselo, tanto mejor,
por mí no hay inconveniente. Pero, en
definitiva, no, es más que un «godget>>.
Todas

las inutilidades se convierten en necesidades
y se llega
a .una hilimia cada vez más grande, porque cada vez se asimila
menos. Una especie de hilimia de diabético. Nos convertimos en
diabétic05 espirituales. Del griego diabei, poner a través. Esta es
la etimología de la palabra
diabetes.
Así, pues, yo creo que una de las orientaciones que permiti­
rían ir
más allá del socialismo sería (no es que sea fácil) comenzar
por

pequeños grupos, comenzar dando ejemplo.
Sería reemplazar
la carrera de la cantidad por la emulación de la calidad. Estam05,
en

cierto modo,
riranizad05 por el signo «más». Pues bien: se
trata de hacer
mejor en ,Jugar de hacer más. Se trata de sustituir
la obsesión del desarrollo a

toda
costa por el espíritu de perfea:i6n.
Y entonces quizá tendríamos, y yo lo deseo, una vida más aus­
tera y más sana, más aireada, más concorde a los ritmos de la natu­
raleza y más acorde, sobre todo, a 105 valores que dan sentido y
objetivo a la exisrencia: la belleza, el amor, lo sagrado son cosas
completamente ajenas a 1a civilización cuantitativa y, con mayor· ra-
1083
Fundaci\363n Speiro

GUSTAVE THIBON
zón, a la civilización socialista. And.ré Malraux decía que el siglo xx
había sido técnico
y que el XXI sería místico. Hay que esperar que
el péndulo de la Historia nos lleve a ello. Pero, lo repito, no será
tampoco el paraíso terrenal. El paraíso terrenal está cerrado defini­
tivamente. No está cerrado por reformas, siho para siempre. Pero
serla, por lo menos, un presente hacia la eternidad.
Porque,
mirad : el socialismo es un ídolo, es uu falso dios que
forma en nosotros la imagen de
Dios, porque
es contrario a
la na­
turaleza humana.
Pero no

es
el único

ídolo y yo quisiera que
retu­
vieseis esto: ante cada ídolo, no basta con decir < hay que procurar recuperar la realidad ricatura. Dicho de
otro . modo: si se trata de socialismo, estamos
por lo social contra el socialismo, como estamos por la comunidad
contra
el socialismo,
como estamos por la libertad contra
el libera­
lismo, como estamos por el amor contra el erotismo. Y así sucesiva­
mente. La lista podría continuar hasta el infinito.
Para ir

más allá

hay que correr riesgos, y allí
donde el socialismo triunfe -lo cual no es inverosímil-, habrá
otras oportunidades para resistir a su presión porque aún en
el
seno lo ha
demostrado: se
resiste al
otro lado del telón de acero; se re­
siste con grandes riesgos.
Pero quizá hay que recordar que,
. como

se ha dicho,
«las
probabilidades crecen con el peligro» y el peor peligro que nos ame­
naza se halla en la falsa seguridad

la medio­
cridad y a las servidwnbres.
Me
gustaría terminar

con esta última palabra. Puesto que la
política lo
decide todo,

yo aconsejaría
gana a muchos
jóvenes -yo que nunca lo he hecho-, qne hagan política
tai como
los

caballeros de la Edad
Media iban a

las
Crnzadas o
como se entra
en religión. Hay que hacer política,
una política

al
servicio del
hombre,

gracias a la
cual la política no lo gobierne todo; una polí­
tica despolitizante, por decirlo así, que devuelva al hombre y a
los grupos humanos sus libertades y
sus responsabilidades.
Dicho de otro modo, se trata de reagrupar a los hombres en tomo
1084
Fundaci\363n Speiro

MAS ALLA DE LOS SOCIALISMOS
a un mimmo vital que se enfrente con el socialismo. Esta es la
buena polítita.. Platón lo sabía ya: en la cima de la escala de los
valores humanos colocaba al
hombre político,

al guardián de la
ciudad; le
ponía incluso por encima del filó.sofo; después venían el
guerrero, el artesano y toda la jerarquía, que ahora no recuerdo.
Y

en el último grado de la escala
de valores,
al nivel de
la infancia,
él que
ponía la política por encima de todo, ponía al demagogo o
adulador del pueblo.
Ahora bien, lo que nocesitam05 son verdaderos políticos; no se
trata de luchar por conseguir cargos, sino de procurar cambiar el
ambiente de la ciudad. No sé si esto, será posible sin una catástrofe.
Hay que luchar, y yo creo que la lw:ha sería extremadamente dura.
No quiero que
oo hagáis
ilusiones (me refiero en especial a los
jóvenes).
Aquí, en

esta
saila, sentimos todos el calor

de
la comunión;
pero mañana, en medio del mundo, de un mundo indiferente u hos~
til a todo lo que nosotroo creernoo y amamos, mucho me temo que
sentiremos frío.
Nie1:2che decía,
hablando precisamente del socia­
lismo:
«Vamo, hacia el frio, hma un frío cada vez mayor». Y en
efecto, en

los
países totalitarios los rostros

humanos no son alegres,
no irradian
precisamente la felicidad. Habrá que sobreponerse a este
frío. Es posible que tengamos que encontramos en callejones sin
salida. Hay que acabar como cristianos y decimos que, para el hom­
bre

que cree en Dios, puede haber
callejoru,s sin salida, pero no hay
callejones con
tocho. En

palabras de Bossuet:
«cualesquiera que ,ean
las httl't'eras- que nos rodean en este mundo, cualesquiera que sean
los obsláculos, siempre

podremos
respirar volviéndonos hacia el
cielo».
Acabaré con las bellas palabras de un padre jesuita -no un
jesuita de
hoy-que fue un apóstol del Canadá. Cuenta su viaje
y las amenazas de naufragio: En un momento dado, el barco dio la
impresión de que no resistiría; entonces él se dijo: «¿Qué haré
yo en medio del mar, sin tener a nadie que me socorra, que me tienda
los brazos, en medio de un mar enfurecido, en medio del Atlán­
tico ... ? Y entonces me tranquilicé, me sentí feliz, porque me dije
que cuantas menos criaturas,
más Crea.don>. Es verdaderamente ad­
mirable; son las m,s bellas palabras que puede decir un cristiano.
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Fundaci\363n Speiro

GUST AVE THIBON
Y ya que nombramos al Creador, la politica, en un sentido muy
amplio
de la palabra, la politica que vosotros crearéis en las pri­
maveras de

vuestra
vida, en vuestro entorno, es lo que el Creador
ha
queri
que en su conjunto
-hace un momento hablábamos
del

contacto humano y de la fraternidad-
está conforme
con
las
leyes
de la creaci6n y por lo tanto con lo,; designios del Creador.
Y podemos concluir
diciendo que
hasta en el peor de los
casos
----<¡ue
no queremos ni prevemos, pero al que haiy que prepararse-,
en el peor de los casos, «¿Quién contra nosotros, si Dios con no­
sotros?».
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