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En torno a Teilhard

EN TORNO A TElLHARD
POR
TH OMAS MOLNAR
Dos circunstancias recientes me deciden a dedicar un artículo
a Teilhard; a ese mismo Teilhard
al que, erróneamente al pare­
cer, suponíamos olvidado desde hace un cuarto de siglo, aunque sabíamos que el teilhardismo supervivía, latente, como una de
las corrientes decisivas del Zeitgeist. La primera de estas cir­ cunstancias ha sido la carta del Cardenal Casaroli, la cual, sin
decir nada, dice mucho. Dicha carta evoca la esperanza
(?) de­
vuelta por Teilhard a los escépticos e invita a pronfundizar más
en las muy complejas soluciones teilhardianas a muy complejos
problemas. (El término «complejo» tiene anchas espaldas.)
Sin embargo, el sentido del mensaje casaroliano está claro:
la Iglesia persiste en el camino adoptado antes y semioficializado
después del Vaticano 11: acercamiento a la nueva civilización que ve surgir. Esta civilización consiste en una especie de so­
cialismo que no es ni occidental (social-democracia), ni del Esre
(marxismo), sino de un tercer modelo
(1). Esta decisión, a su
vez, implica otra: la tercermundización de la misma Iglesia, de­ cisión que tiene su parte positiva y su parte negativa. Estas
dos opciones, como ocurre siempre ·en tales casos, no se de­
tienen en los lúnites entrevistos de antemano, sino que deter­
minan un tercer_ acer~ento a los ainbientes, los esquemas· de
cultura y finalmente a los grupos y movimientos hostiles a la
bimilenaria tradición filosófico-religiosa del catolicismo.
Concretemos. Es evidente que el
Monitum dirigido contra
(1) Vid. mi libró Et socialismo sin róstro, «El adverii.miento del terw
cer modelo».
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las fantasías de Padre Teilhard no ha perdido nada de su vi­
gencia durante estos dos docenios. La carta del
Catdenal no
dice

lo contrario(*). Esta es
la cuestión. En la nueva óptica -sin
contat con los refinamientos diplomáticos del Vaticano que im­
ponen un determinado estilo- y según los ambientes modernis­
tas (Heidegger, Ernst Bloch, Rahnet, el mismo Teilhatd, etc.),
la lógica aristotélica del Tercio Excluido ya no está vigente, o,
al menos, ya no es
la única posible y válida; el Monitum de
1962 y
la catta de 1982 pueden set válidas a la vez, ya que
sus contradicciones han sido
«supetadas» por
los supuestos de
esa civilización que está naciendo de
la maduración de la hu­
manidad.
Es decir: el que elige una orientación radicalmente nueva,
elige forzasamente una nueva terminología y amigos también
nuevos. No se puede seguir la línea de la apertura conciliar
sin
acostumbrase a un lenguaje y a una ciencia difetentes y even­
tualmente a una religión reformada por segunda vez. Pues bien:
el theilhardismo es, entre otras cosas, un medio ideal pata efec­
tuar
la aproximación con la cultura naciente. Su fundador es un
(*) L'Ósservatore Romano, en su edición castellana del 19 de julio
de 1981, publicó
el siguiente comunicado:
«Algunos órganos de Prensa han interpretado la carta dirigida por el
cardenal Secretario de Estado a Su Excelencia, monseñor Poupatd, con
ocasión del centenario del nacimiento del padre Teilhard de Chardin, como
una revisión de las anteriores tomas de posición de la Santa Sede res­
pecto a este autor y, en particular, del Monitum del Santo Oficio del 30
de-junio de 1962, que señalaba que la obra de dicho autor contenía am­
bigÚedades y graves errores doctrinales.
»Se ha preguntado si tal interpretación tiene fundamento.
»Después de haber consultado al cardenal Secretario de Estado y al
cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la ~e, la
cual, por disposición del Santo Padre había sido debidamente oída con
relación a la mencionada_ .carta, respondemos de modo negativo. Lejos de
constituir una. r~sión . de las _ anteriores tomas de posición de la Santa
Sede, la carta del cardenal Casaroli manifiesta en diversos pasajes ciertas
reservas -reservas que algunos periódicos han silencia.do--que se refieren
justamente
al juicio dadó por el Monitum de junio de 1962, aunque este
documento no esté mencionado de
fonna explkita».-N. de la R.
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EN TORNO A TEILHARD
conocedor del Tercer Mundo y precisamente de la China y del
Extremo Oriente.
Es un jesuita de antes de la decadencia de
la Orden y, por consiguiente, aureolado de una grande y seria
reputación. Un jesuita, en
fin, que llevaba sotana, lo cual, en
el «contexto» le otorga respetabilidad. Era un sabio, un poeta,
fantástico, visionario, soñador de la paz, una paz fundada sobre
la convergencia, incluso sobre la visión de una humanidad con
una sola cabeza, como lo
afuma su amigo y prologuista Julián
Huxley. Si los papas han tomado hoy día por costumbre el pe­
regrinaje a Nueva York, a las Naciones Unidas, a Ginebra, a
la OIT (Organización Internacional del Trabajo), esto forma par­ te de la nueva orientación y se debe a la enseñanza teilhardiana.
El mundo está en vías
de unificación y la penúltima etapa será
el encuentro de las dos grandes cabezas:
la Iglesia y el mundo.
Desde esta perspectiva, la misa sobre el mundo celebrada por Teilhard en las estepas de Mongolia
nos aparece,

no sólo como
el signo precursor de una nueva civilización, sino como pura
ortodoxia. Esto es lo que dice, sin decirlo, la carta de Casaroli.
Sotto
voce,
añade aún algo más: jqué suerte para la Iglesia, ante los
Hans Kung y los Gustavo
Gutiérrez, inhábiles
en sus excesos,
disponer de un auténtico sacerdote-sabio-poeta, según los gustos
de los
cognoscenti, que comunique con el mundo en gestación
e incluso forme parte de
él!
Hablemos ahora de la segunda circunstancia que me ha de­
cidido
a escribir este artículo. El padre benedictino húngaro
Román Rezek, establecido en Brasil, me envía tres ensayos con­
sagrados a Teilhard, del cual es discípulo, admirador y propa­
gandista ferviente desde hace treinta años. Me participa su alegría
al ver por
fin publicada en Hungría una antología de 700 pá­
ginas de textos teilhardianos, elegidos y editados por
él. Alégtía
porque

se trata de extender la influencia de su querido
Teilhard
entre

sus compatriotas, pero también porque
así cree ir· en
ayu­
da de los católicos de Hungría, a pesar de la reticencia de las
autoridades, sin cuya aprobación la

obra no habría podido ver
la luz. El
padre Rezek, cosa muy comprensible en un autor me-
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ticuloso, se lamenta, sin embargo, de que la editorial húngara,
empresa católica pero, por supuesto, dependiente de
la volun­
tad del Estado y en definitiva del Partido, no le haya permitido
más que tres correcciones de pruebas. En mi opinión, lo que esto significa es que el Estado se adelanta al deseo del editor
y se muestra satisfecho de que, al fin, penetre en Hungría el grueso del los textos teilhardianos. En efecto, estos textos sólo
pueden servir para promover la convergencia entre el
Partido
y

los católicos, convergencia de la cual será el Partido el que
saque mayor provecho. Si no fuera así, el volumen de Teilhard
no habría sido publicado. Que sepamos, detrás del telón de acero no
han aparecido las obras de Bernanos, de Gilson, del
padre Meinvielle ni de Marce! de Corte. En conclusión: el padre
Rezek, en su
entusiasmo -tan

teilhardiano por lo demás- no
se da quizá cuenta de que le
están utilizando.
Este

mismo
entusiasmo informa
los tres textos ( de los cua­
les traduzco
· los

rítulos y algunos pasajes»: «Pensamientos so­
bre el combate por la verdad mantenido por Teilhard», «El pe­
regrino del
futuro, el

junco pensante» y «Fe en la paz».
Lo que
perjudica a su estilo, por otra parte apasionado y vigoroso, es el
estado de
espíritu del

díscolo cegado por las enseñanzas de su
maestro. A los ojos del autor, todos los que critican a su
ídolo
( no cabe

otra palabra) no pueden estar movidos más que por el
odio, la malevolencia,
la ironía. Esto justifica al autor que, a su
vez, se muestra enconado, malévolo y sarcástico respecto a los
críticos de Teilhard, mientras que éste fue siempre bueno, ge­
neroso, afable, paciente y siempre dispuesto a perdonar. He aquí
cómo habla Rezek del
Monitum, sin ocultar su desprecio hacia
los censores oficiales: «¡Pobre y buen Teilhard ...
! Creía que los
fundamentos epistemológicos establecidos en su prefacio ( a E/
fenómeno humano) serían aceptados por las cabezas jesuíticas
habituadas a

las distinciones escolásticas pedantes ... Y, en efec­
to, al cabo de veinte largos meses de espera, se le obsequia con
este pártafo, primero de una larga crítica: ueste escrito es mix­
tura quaeddam de ciencia, filosofía, teología y poesía"». El
Monitum, escribe Rezek en otro lugar, contiene expresiones «gro-
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EN TORNO A TEILHARD
seras y estúpidas» -y esto es lo que ha venido a corregir el
«texto objetivo» de
la carta del cardenal Casaroli.
Horribi/e dictu, se ha osado tocar al pobre .y buen Teilhard,
y los que lo
han hecho y lo hacen son mentes espesas, pertene­
cientes a un modo de pensar superado. El sarcasmo del autor,
más grosero en húngaro respecto a los críticos y censores que
como aparece en mi traducción, .me autoriza a recordar dos epi­
sodios que he escuchado en boca de interlocutores del propio
Teilhard. Como aquéllos y éste están muertos, puedo hacerlo
sin
faltar a la delicadeza.
El padre Raymond de J aegher, sacerdote belga de alta espiri­
tualidad, muerto en 1980, me contó que un día, en China, unos
campesinos
vinieron a

buscarle, azorados y confusos: «¿De
ve­
ras

el padre (se trataba de Teilhard, que estaba entonces en
China y al que de Jaegher conocía bien) es un sacerdote cató­
lico?»
--«Sí, por
supuesto; ¿por qué?»- «Porque le hemos
pedido que diga
la misa y nos ha despedido diciendo que estaba
muy ocupado».
Mi amigo disculpó a su colega explicando a los
campesinos que Teilhard era un gran sabio, que, en efecto, te­
nía mucho trabajo, etc.
El otro episodio, más corto y también más devastador, me
fue referido por el filósofo D. von Hildebrand. Poco antes de
la muerte de Teilhard, con ocasión de un congreso que tuvo
lugar en Nueva York, éste dijo, riendo a von Hildebrand: «El
obstáculo para la renovación es esa creencia estúpida en la En­
carnaci6n». He aqui unos testimonios irrecusables que sugerirían al padre
Rezek algo más de prudencia, sobre todo teniendo en cuenta
que la frase de Teilhard es consecuencia de su sistema, como va­
mos a ver. Sin embargo, en otros tres púntos de su primer texto
( el primero de los que él me ha enviado) se lanza contra los
censores de Teilhard. Citemos dos de ellos: «Una sola palabra
basta para
medir la inteligencia del censor: en un punto impor­
tante pregunta a Teilhard si se trata de un cuento
(fábula) o
bien de
algún tipo de sistema idealista». Rezek se indigna y se
ríe de semejante cuestión; yo, por mi parte,
al parecer tan poco
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inteligente como el censor, encuentro que la pregunta está en­teramente justificada y que
la respuesta no deja lugar a dudas:
se trata de un sistema idealista construido en torno a una gnosis
en desacuerdo con
la doctrina católica (más adelante volveremos
sobre ello). El otro punto da ocasión al autor para ironizar sobre el padre
Garrigou-Lagrange que, en 1946, osó escribir en su artículo «Las
nuevas tendencias de la Teología» lo siguiente: «Teilhard pro­ paga las doctrinas más fantásticas y más falsas». Una vez más,
me pongo al lado del crítico de Teilhard, tratado por el padre
Rezek con una ironía estilística que prefiero no traducir. Me
pongo de su parte con tanto mayor placer intelectual cuanto que por
mi parte me siento irritado por la descripción que hace Re­
zek de la doctrina theilardiana y por los excesos de una fraseolo­
gía pueril y hueca tomada directamente de la obra del gran hom­
bre: paz cósmica, fuego divino, alfa y omega, opción por
la ver­
dad, llama espiritual, trabajar para Dios, combate por
la verdad,
todo ello por supuesto en mayúsculas y subrayado como si se
. tratara de una serie de grandes descubrimientos.
Rezek toma por pensamiento estos signos de entusiasmo, sis­
tema cortiente entre los iniciados que se comunican entre ellos
por medio de un lenguaje emocional y que se enfadan cuando
los profanos les piden un razonamiento coherente y argumentos
basados en lo real. Por otra parte, no se puede negar que esta
fraseología está de acuerdo con una cierta tendencia del mundo
moderno. Sea tendencia o sensibilidad, el hecho es que nuestros
contemporáneos esperan poder desprenderse del cuadro de la ra­cionalidad y optar por «la experiencia», el subjetivismo, lo exis­
tencial, con
tal que esa mezcolanza adopte cierto aire científico.
En realidad, sin embargo, se trata del gusto por
la gnosis, elegida
según una

mística personal
y extendida artificialmente a las di­
mensiones
del

Cosmos. El estilo es vago, esotérico y cortado, en
armonía con una especulación que se salta las etapas y con un
razonamiento que esquiva el rigor. La visión de Teilhard -fa­
bula ve/ systema
quoddam ideal!sticum-por

citar al censor, está
admirablemente adaptada
al camino seguido por la sensibilidad
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EN TORNO A TEIIHARD
moderna. Pero decir que se trata de un pensamiento es violen­
tar la naturaleza de
la especulación filosófica. El núcleo de la vi­
sión que el entusiasmo theilardiano envuelve está hecho de afir­
maciones gratuitas -fantásticas y falsas, como escribe el padre Garrigou-Lagrange- y apenas conceptualizables. Recordemos sus
grandes líneas.
Dios ha creado
la materia y ha implantado el mecanismo de
la evolución. Desde entonces se ha declarado deus
otiosus, en­
tregando

su confianza a esta fuerza (¿el impulso vital de Berg
son?) y a su conductor al mismo riempo que instrumento
( el
hombre)

para espiritualizar gradualmente
la materia. Darwin su­
pone una evolución ciega, sin finalidad; Teilhard pone en su
principio al Dios creador, que da cita al hombre para dentro de
unos cuantos miles de millones de años. Entre esta alfa y esta
omega,
la humanidad espiritualizará y cristificará al universo,
realizará
la gran obra (no se puede menos de pensar en la opus
de los alquimistas) de
la mentalización/moralización: la noosfera.
El cosmos será limpiado de
la materia, que es el mal, y prepa­
rado
para la

segonda aparición de Cristo.
Pero limpiar el mundo de la materia, que es el mal,
significa
que

hay que negár la encarnación y también la resurrección· de
los cuerpos: he
aquí el

sentido de las palabras dichas por Teilhard
a von Hildebrand. ¿A qué viene ese Jesús, «Dios encarnado»
que aparecé en un momento de la historia arbitrariamente ele­
gido? No es más que un estorbo, ya que el mecanismo evolu­
tivo hace su trabajo
sin ninguna

intervención divina. Inmovili­
zado por este contratiempo, Teilhard inventa una primera coa­
lescencia, todavía imperfecta, de la humanidad, coalescencia cuyo
nombre es imperio romano. Por Consiguiente, es el imperio ro­
mano lo que condiciona la Encarnación y el papel de Cristo se
reduce al de un sub-césar. Sin embargo, será
otra coalescencia
(

a la que se sitúa dentro de varios millones de años, con objeto
de esquivar otros posibles contratiempos)
la que sefíalará el fin
de

la creación y del «fenómeno hnmano». La
parusía, por
supues­
to; pero una parusfa condicionada por un acontecimiento mucho
más importante que la Encarnación de Cristo, sincronizada con
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la aparición del imperio romano. Este acontecimiento es la gran convergencia de todos los cerebros y de todos los descubrimien­
tos morales:
la noosfera envolviendo al planeta. Es en este punto
cuando Huxley, debidamente impresionado por la semiciencia de su colega, entona el himno a la gloria de la «cabeza única» de la
raza humana. Hay que notar que en todo este sistema
-en que

la imagi­
nación, o más bien la
ciencia-ficción, galopa a rienda suelta, y en
que la verdadera ciencia es manipulada con absoluta arbitrarie­
dad-, espiritualización,
cristificación, evolución

hacia la noosfe­
ra, punto omega, son obra de fuerzas (siempre el impulso vital)
en que ni Dios ni el hombre tienen, en
definitiva, parte

alguna.
La bíohistoria está propulsada por las fuerzas mecánicas de la
evolución, fuerzas inmanentes que reducen la creación al automa­
tismo; a Dios, en el mejor de los casos, a
un relojero;

y a los
hombres al papel de robots programados. Esto es lo que se per­
petra con ayuda de expresiones como «fuego espiritual», «paz
cósmica» y «combate por la verdad». A los ojos del padre Rezek, nuestros argumentos no pueden
hacer impacto: el simple hecho de criticar a su maestro nos des­
califica, ya

que sólo los iniciados le comprenden. «Aquel que
comprende y hace suya la visión particular de Teilhard
--escri­
be-

no encontrará ni herejía ni dificultad insuperable en sus
extrapolaciones
filosóficas y

morales a partir de la ciencia... La
evidencia
cjue él

presenta hasta. al lector más obstinado es que
sería absurdo que el universo sea absurdo». Es decir: los opo­
nentes de Teilhard caen en el absurdo. Quizá esto es lo que teme
el cardenal Casaroli ... Ahondemos en este sistema en que las elucubraciones fun­
dadas sobre las emociones de T eilhard ( estamos lejos del
thau­
madzein de Aristóteles en que la reflexión rigurosa controla la
admiración) nos son presentadas no sólo como
filosofía, sino
tam­
bién como el momento decisivo de la mutación entre materia y
espíritu (2).

Según
Rezek, el mayor descubrimiento
de Teilhard
(2) Teilhard nos co:tljura á optar por el progreso hic et nunc, porque
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EN TORNO A TEILHARD
es la formulación de lo «infinitamente complejo», digno de ser
colocado al nivel del descubrimiento (?) pascaliano
de lo infini­
tamente grande y lo
infinitamente pequeño.

Notemos que el
ar­
gumento

favorito de los materialistas, desde Epicuro y Lucrecio,
es que lo aparentemente no material es producto
de la «comple­
jificación» de la materia en un proceso que se desarrolla durante «miles de millones» de años. También Teilhard juega con duracio­
nes arbitrarias a fin de poder demostrar «los cambios de estruc­ tura del tejido cósmico». Estos cambios son la aparición de la
hidrosfera y después de la biosfera; sabe con toda certeza que el
próximo acto del tejido cósmico será engendrar la noosfera. «La evolución elige un nuevo plano:
el del alma. La ciencia se hace
oración, el saber se trasmuta en fe».
Precioso y hasta emocionante. Pero de ciencia y de filosofía,
nada. Solamente una reflexión deshilvanada apoyada en hipótesis
y en visiones. Los animales, escribe, por ejemplo, Teilhard, se
presentan divididos en numerosas especies; el hombre, en cambio,
pertenece a una raza única; conclusión: la hum.anidad tiene la vo­
cación de unificarse, con el progreso moral como único objetivo
válido. Por consiguiente, la guerra, que fue planetaria entre 1939
y 1945,
ha llegado a sus últimos límites; desde ahora, las co­
rrientes

mundiales no podrán menos de converger. La paz está
al final de esta etapa de la evolución; no hay otra posibilidad,
puesto que los hombres se han dado cuenta de las exigencias
ineluctables de la evolución. ¡Esto es lo que se nos sirve a guisa
de ciencia, de filosofía, de
razÓnamiento!
Y

si no fuera más que eso.. . Pero la ambición de Teilhard y
de los que en
él se inspiran ha sido fundar una religión, la últi­
ma, la verdadera: una religión, según sus propias declaraciones,
injertada en el «viejo tronco romano», una religión post-romana.
La nuestra, en estos decenios post-conciliares. «Creo que el gran
hecho religioso actual es el despertar de una religión natural que
los que eligen mal (reaccionarios, etc.) caen a tietta desde el carro de la
evolución. Este catastrofismo es típico de los exaltados, de los
ideólogos
y de los herejes.
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hace, poco a poco, adorar al Mundo y que es indispensable a la
Humanidad (siempre las mayúsculas) para continuar trabajando».
En efecto, es la nueva religión en la que podrán comulgar todos
los paganos.
Está el asunto
de la publicación en Hungría de la antología
teilhardiana. El

padre Rezek se felicita por ello. Yo creo que el
Partido comunista se felicita también. Rezek invoca
-en el de­
cenio

que ha visto a Pot Pol, los boat people, los nuevos fana­
tismos
y las clínicas psiquiátricas- «la moral común del porve­
nir».

Es fácil ver en ella la nueva moral marxista, la coexisten­
cia, la paz, a Moscú como agente del eje evolutivo. Podemos
estar seguros de que los propagandistas del Partido se ocuparán
de ello.
Antes de converger en el Punto Omega, ¿no se detendrán las
corrientes de la humanidad, en evolución hacia la noosfera, en
etapas menos... generosas?
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