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Número 285-286

Serie XXIX

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Las revoluciones francesa y rusa según Solienitzin

LAS REVOLUCIONES FRANCESA Y RUSA,
SEGUN
SOLIENITZIN
POR
MAroo SoRIA
En el número último de la revista El mema¡ero ortodoxo,
publicación cuatrimestral de religión y cultura, que editan en
París los estudiantes rusos
exiliados, aparece un extenso artícu­
lo de Alejandto Solienitzin, acerca de los dos acootecimientos
que de manera tan profunda han conmovido a casi todos los
países (1).
El opúsculo data de 1984, pero nada ha perdido de
su
actualidad; al contrario, ocupa un lugar no insignificante en
la nutrida historiografía desmitologizadora de la Revolución fran­
cesa, puesto que recoge la quintaesencia de tales investigacio­
nes, a
la vez que las aplica al incendio que empieza en 1917.
Compara nuestro escritor ai:nbas insurrecciones, empezando
por la situación política, religiosa, económica y cultural de cada
uno de los países, durante la
época inmediatamente anterior al
estallido. Señala las semejanzas y las diferencias que
existían en­
tonces, y después se encara con la subversión misma, indicando
también parecidos y diferencias eotre lo que sucede en Francia
y lo que pasa en Rusia.
Antes de la catástrofe, Solienitzin señala
el progreso econó­
mico de ambos países, en relación con los decenios pasados.
Igualmente, nota
la gran difusión de la propiedad agraria (la
mitad de las tiertas cultivadas pertenece a los campesinos fran­
ceses y tres cuartas
partes a los labriegos rusos). Pone de re­
lieve la frivolidad con que la aristocracia y la burguesía rica tra­
tan los asuntos más serios y
proponen reformas eo cuyas con­
secuencias nunca han reflexionado, así como
la impiedad dotni­
nante
eo las clases superiores de Francia y Rusia durante este
período.
Advierte el pésimo ejemplo que dan al pueblo los mag­
nates, sirviendo éstos
de vulgarizadores de las ideas que iban a
dar
al traste con el orden social existente. Por otra patte, se
observa en Rusia una administración pública bieo organizada,
jueces independientes, ausencia de privilegios econótnicos e
im-
(1) Les deux revolutions, págs. 10 y sigs.
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MIGUEL A.YUSO
positivos para la nobleza, que, por el contrario, tiene ciertos de­
beres en lo que concierne a los distritos donde habita cada ha­
cendado. Los «zemstvos» o asambleas locales, muy activos, da­
tan de medio siglo antes de la Revolución ( concretamente, de
1864), y el parlamento o «duma» nace en mayo de 1906. Todo
ello contrasta
con lo que vive Francia en vísperas del gran tras­
torno de 1789
(§ 2).
Lo característico de ia obrita reseñada es la consideración
de
ambas revoluciones como dos conjuntos que obedecen a una
lógica interna y
cuyos episodios nada tienen de accidental, sino
que brotan
del planteamiento ideológico y de las circunstancias
generales, igual que de la semilla crece el árbol completo.
Cier­
tamente, el autor distingue etapas. Así, por ejemplo, en la Re­
volución francesa, desde la apertura de los Estados Generales, el
5 de mayo de 1789, hasta el 10 de agosto de 1792, fecha del
derrocamiento
de. la monarquía y principio del terror; en Ru­
sia, desde el 14 de marzo de 1917, cuando se constituye un
régimen provisional, hasta el 25 de octubre del mismo año,
principio del gobierno bolchevique.
Mas esta división no sig­
nifica para Solienitzin que hubiera en cada uno de los aconte­
cimientos dos o
.más revoluciones, como lo hacen ciettos histo­
riadores: una liberal, democrática, burguesa, benéfica, ilustrada,
moderada o como quiera que se la llamare, y otra jacobina, CO:
munista, sanguinaria, terrorista, .etc. El escritor ruso considera
cada insurrección como un movimiento «cuyo impulso rebasa
con mucho los límites que le pusieron
sus autores. Ella propor­
ciona su fuerza propia
de inercia, su impulso peculiar, y nunca
se
para en los fines que al comienzo se le asignaron» (§ 1 ).
Además, se tuerce siempre hacia la izquierda (ídem). Desde el
punto de vista moral, «abre abismos de maldad en individuos
que, de no haber
ella estallado, habrían sido completamente
honrados»
(§ 14); «es siempre enfermedad; incendio, catástro­
fe. Es el esfumarse de grandes y nobles esperanzas, después de
las ilusiones primeras, hasta conducir a la ruina del país, el
hambre general, la devaluación de la moneda, la escasez de ali­
mentos, el cansancio de la población, un profundo desánimo y,
lo que es peor todavía, el salvajismo de las costumbres, el odio
difundidísimo y la envidia desenfrenada, la rapacidad
... , el bro­
tar de
los instintos más primitivos, la disolución del carácter na­
cional, la corrupción del lenguaje» (ídem).
Mucho menos juzga
el autor de Archipiélago Gulag que los
crímenes de ambos cataclismos sean sólo «excesos» que hubie­
ra sido dable evitar, o «desquite» de injurias sufridas, o
culpa
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LAS REVOLUCIONES FRANCESA Y RUS.A.~ SEGUN SOLIBNITZIN
de individuos «extraños» a la índole de un movimiento en sí
sano
y regenerador.
Entre las similitudes que indica Solienitzin ( aparte del
!!Íán
de imitar que domina a todos los revolucionarios: los rusos a
los franceses y éstos a una Roma ultrademocrática que sólo
exis­
te en la ignorancia y el fanatismo de sus admiradores), se cuen­
tan
el desplazamiento de los sucesos hacia la izquierda, vale
decir el incremento de
los asesinatos, las confiscaciones, la des­
trucción de bienes y organizaciones de toda especie; la ilusión
de haber terminado
la revolución después de unos cuantos dis­
turbios iniciales, ilusión que se forjan por igual los monárqui­
cos franceses y los rusos; el no haberse pensado nunca, al prin­
cipio, en una salida sangrienta y
la desaparición de todas las
instituciones; el predominio indiscutible de la capital sobre el
país entero,
sea de París, sea de San Petersburgo; el espíritu
ideológico de ambos acontecimientos, espíritu nacido en libros
y gabinetes, sin relación alguna con la realidad; el anticristianis­
mo esencial de
las dos revoluciones; el origen doctrinal, letrado,
ni popular ni espontáneo, del cataclismo; la inculpación
mera­
mente objetiva, no subjetiva (se es culpable no por la comisión
de un delito, sino por el hecho
de pertenecer a determinada
clase social); el parecido entre girondinos y cadetes (partido
constitucional democrático ruso), por
su locuacidad, su ligere­
za, sus incitaciones a toda clase de atrocidades o la justifica­
ción de las mismas; el fin trágico
de ambas facciones; la inde­
cisión y debilidad de los
dos monarcas durante cuyo gobierno se
encendió el fuego; el nacimiento de toda clase de embustes y
mitos, acreditados hasta hoy, para combatir a los adversarios
de la revolución; la disolución del ejército leal
al gobierno legí­
timo y el desconcierto de sus jefes; la total carencia de garan­
úas procesales en los juicios políticos; el espionaje implacable
de los desafectos; la extorsión a que los verdugos someten a sus
víctimas, con objeto de enriquecerse con los despojos; los
crí­
menes que, cometidos, forjan un vinculo de solidaridad entre
todos los facinerosos.
Por
lo que a diferencias se refiere, la más importante de to­
das es, sin duda, el ritmo de la revolución, mucho más lento el
de la francesa que el de la rusa: tres años tarda en Francia la
instauración
del terror total; menós de ocho meses, en Rusia.
También
el curso de los acontecimientos difiere: serpea la pri­
mera, permite un semirretorno
muy' precario a la libertad, des­
pués del golpe de estado de 9 de termidor ( 27 de julio de
1794
); la rusa avanza rectilíneamente, con la ligera flexión de
la llamada «nueva política económica», desde marzo de 1921
Sol
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MARIO SORIA
hasta enero de 1928, y ni siquiera hoy cabe asegurar una recti­
ficación.
Los disturbios franceses empiezan en tiempo de paz,
mientras que son consecuencia de una derrota militar los ru­
sos, circunstancias que
explican el desarrollo mucho más veloz
de estos últimos. Igualmente llamativo
es el caso de la propie­
dad privada, que Francia nunca deja de
reconocer, ni siquiera
al
arrebatar sus bienes a la Iglesia y

a los emignados, bienes
cu­
yos adquirentes son, por lo general, ciudadanos ricos; Rusia,
por el contrario, revierte todas las fincas, casas y empresas al
estado, incluidas las tierras de las que
ya eran dueños, antes de
la revolución, los campesinos.
Es de notar que Solienitzin no menciona
la «Declaración de
los derechos del hombre y del ciudadano», de 26 de agosto
de
1789 (copia de la declaración de derechos de Virginia, de 12
de junio de 1776), convertida en evangelio político y copiada
múltiples veces.
El célebre documento es para él, tácitamente,
otra peripecia
más de una gigantesca subversión, sin el valor
extraordinario y específico que se le ha dado, sobre todo en
Occidente,
ensalzándoselo como si fuera algo esencialmente di­
verso de la «Constitución civil del clero», los ahogamientos
nanteses, el genocidio
vandeano, la guillorina, las confiscaciones,
el atrasamiento de Lyon, la persecución anticristiana o las gue­
rras imperialistas.
Procediendo así,
el escritor ruso coincide -a nuestro jui­
cio-con un documento que con seguridad sólo conoce por re­
ferencias: el breve Quod aliquantum, de Pío VI, fechado el 10
de marzo de 1791. Por este documento, estigmatiza el papa
la constitución cismática promulgada hacía unos meses, el 24
de agosto de 1790. Pero antes de impugnar esta última
ley y
su contenido eclesiástico, Pío
VI denuncia lo que, a su enten­
der, son los errores jurídicos de
la susodicha declaración de
1789, especialmente respecto
de la libertad, considerada como
fundamento de cualquier derecho que pueda tener el individuo
y del orden mismo de la sociedad. Para el pontífice
es inace¡,­
table que se exalte de esa manera la condición libre del ser hu­
mano, sin atender a consideraciones superiores, tales como el
criterio de la razón para distinguir el bien del mal, los pre­
ceptos morales, la propia idiosincrasia del hombre, hecho para
vivir en comunidad, necesariamente, no en virtud de pacto al­
guno hipotético (2). De esa libertad irrestricta, incluida la li­
bertad de conciencia, vaticina el papa que terminaría en una
tremenda persecución antirreligiosa
(§§ 10, 13 ). Los hechos con-
(2) Cfr. Quod aliquantum, §§ 10, 11, 12, 13.
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LAS REVOLUCIONES FRANCESA Y RUSA, SEGUN SOLIENITZIN
firmaron la profecía. Y que no está traído por los pelos el pa­
reotesco eotre el
pontífice romano y el escritor ortodoxo ruso,
se prueba recordando que, cada
cual a su modo, condena la Re­
volución francesa y sus distintas expresiones, de las que una de
las más notables es la declaración citada, con su concepto abstrac­
to e ilimitado de la libertad, el positivismo jurídico, la seculari­
zación de
la autoridad, la creencia ciega eo la bondad de la natu­
raleza
humana, la atribución al conjunto social del origeo del po­
der político, conforme a la relación de mayorías y minorías, sin
ninguna
otra instancia superior, ética, metafísica o religiosa (3 ).
Algunos errores de poca importancia tieoe el estudio, como
la afirmación de que Carrier, el asesino de Nantes, llena sus
barcru; mortíferas sólo de los cadáveres de los ejecutados previa­
mente;,. no de hombres y mujeres vivos (4). Tampoco la situa­
ción dl, la Iglesia francesa la describe con mucha exactitud,
rues no habla del vicio principal que afecta a aquélla: la com­
pleta supeditación al poder del rey, eo lo que se refiere a los
nombramientos de dignidades eclesiásticas
. y

a
la disposición de
los bieoes del clero, situación de la que la monarquía constitu­
cional y
la república revolucionaria no . haceo sino sacar la con­
secuencia lógica, mediante la expoliación de todas las propieda­
des de obispados, abadías, cabildos, órdenes religiosas,
parro­
quias, fundaciones pías, etc., y, sobre todo, mediante un texto
legal que consuma la sujeción al poder secular. Asimismo,
re­
sulta poco atinado el juicio acerca de los regímenes de Salazar
y de Franco, y hasta
la referencia a ellos está fuera de lugar,
puesto que ambos gobiernos son, en cierta forma y pese a todos
sus defectos, la antítesis de las dictaduras jacobina y bolche­
vique. Pero éstos son nada
más que lunares de . un excelente es­
tudio, afín por su espíritu a otras obras de Solienirzin, donde
el escritor, deseogañado de Occidente, se coloca a gran distan­
cia, tanto del comunismo como de
la burguesía liberal.
(3) Cfr. Sol.IENITZIN, § 3.
(4) Cfr. JuAN FRANCISCO DE LA HARPE, De lo que significa la palabra
'fanatismo' en la lengua revolucionaria (Madrid, 1838), págs. 39 y slgs.;
TAINE, Orlgenes de la Francia contemporánea, VIII (París, s.d.), págs. 106
y sigs., 130; MoRETON MA.cDoNALD, «El terror», en Historia del mundu
en la Edad Moderna, VII (Barcelona, 1956), pág. 405; GAXoTTE, La Re­
voluci6n
francesa (Madrid, 1975), págs. 268 y sigs.; LuIS LAVAUE, «Per­
secución religiosa en la Revolución francesa. Artículo publicado en Verbo,
núm. 283-284, págs. 382 y sigs.; RunliN CALDERÓN BoucHET, La contrarre­
voluci6n
en Francia (Buenos Aires, 1967) págs. 115 y sigs.
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