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Número 285-286

Serie XXIX

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La proletarización de la clase médica

LA PROLETARIZACION DE LA CLASE MEDICA
POR EL
Dr. F. FERNÁNDEZ ARQUEO
Con ser tanto lo que se escribe hoy en España sobre el mal
funcionsmiento de la Sanidad
Pública, nada se dice de dos cau­
sas importantes de esta situación. Son, la violación del Principio
de Subsidiariedad y la proletarización de
la clase médica.
Acerca del Principio de Subsidiariedad y de sus relaciones
con la asistencia sanitaria hemos escrito
más de un artículo en
esta colección de Verbo. Dedicaremos, pues, las líneas que si­
guen a la influencia de la proletarización de la clase médica.
La medicina es una ciencia aplicada que avanza remolcada
por los descubrimientos de la física y de la
química y que tam­
bién
se mueve -no siempre en la misma dirección de petfec­
cionamiento-- por las modas filosóficas de la sociedad. Este úl­
rimo factor es menos conocido por el gran público, que sólo
comenta los éxitos de
la tecnología, sin detenerse en el análisis
de la relación médico-enfermo. Pero en ámbitos especializados,
desde el final del siglo
XIX está siempre presente el seguimiento
del talante social como factor de primerísima magnitud en
la
configuración de la asistencia médica.
Damos
al término clase médica un sentido muy amplio, casi
como de clase sanitaria, porque
la manera de pensar y de com­
portarse de los médicos se refleja, pronto y mucho, en sus ayu­
dantes, los practicantes, hoy llamados A. T. S., las enfermeras,
personal de servicio no calificado y monjas, si bien éstas tienen,
además, otras fuentes
de inspiración. Pero hay una interacción,
de suerte que
los médicos también se «contagian» de los hábitos
mentales de sus ·subalternos, de los enfermos y de sus familiares,
y de
la sociedad, en general, en la que viven inmersos, a la que
devuelven no poco de lo bueno y de lo malo que de
ella re­
ciben.
El fenómeno que queremos resaltar se inició en España al
final de
la década de los años 1960, y no ha cesado de crecer.
Es que
en la clase médica española empieza desde entonces a
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disminuir el número de médicos que son unos señores y a cre­
cer el porcentaje de los que son unos proletariados.
Tradicionalmente, los médicos procedían de
la clase media.
Los nacidos en el seno del proletariado, o seguían en
él, o pa­
saban a los oficios o al pequeño comercio. En todo el mundo se
habla de la proletarización de la clase media y del aburguesa­
miento del proletariado,
de modo que la prolerarizaci6n de la
clase médica y la irrupción en ella del proletariado son casos
particulares de fenómenos
más generales. Estos fenómenos su­
periores y extensos nos permitirían hablar de manera análoga
de la proletarización de otras profesiones: arquitectos, milita­
res, etc.
Hasta estas últimas décadas, los médicos eran, además de
expertos en devolver la salud, unos señores. Lo eran de manera
natural por su origen elevado, y porque se lo seguían exigiendo
a sí mismos y
se lo exigía también su entorno. Ejercían un ma­
gisterio global permanente en su alrededor -no digamos en el
medio
rural-y eran bien educados, es decir, que tenían un có­
digo de expresiones estéticas fácilmente identificable. Anotemos
también que
la religiosidad de la clase media era superior a la
del proletariado. Por «ser
un señor» se entendía, además de po­
seedor de una buena educación, una actitud permanente de hosti­
lidad al positivismo, en forma de
despreocupada generosidad,
global, y en su trabajo. Todo lo cual era naturalmente compati­
ble con los desgarros que
en otrus aspectos le producían las
consecuencias del pecado original, que trataba de encubrir con
el sentido del honor. El aristócrata sirve al bien común gratuita­
mente en cuestiones difíciles de definir y
reglamentar. (En se­
guida diremos cómo se proyecta todo esto en la relación con el
enfermo).
El proletario era distinto; sin un sistema de ideas, sin sen­
tido estético ni religioso, sin exigencias ambientales, sin senti­
do del honor, apenas se le
podía identificar por otras cosas, en
el mejor de los casos, que por el positivismo laboral, escasamente
aceptado, contra el que se rebelaba en
su fuero interno. Apenas
distinguía entre el bien y el mal, pero le
habían hecho sutilísimo
en distinguir entre lo que «le toca» a
él y lo que puede endo­
sar
a los demás.
Correlativamente, hay también diferencias entre los compor­
tamientos con el enfermo del médico «señor»
y del médico «pro­
letario». Los rasgos que se señalan en la asistencia médica pri­
vada como causantes de que sea preferida a la asistencia pública
son los modos de una conducta señorial. Y las quejas de la asis-
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tencia pública -curiosa y perfectamente formulada por los pro­
letarios, muchas veces-coinciden con reflejos de una mentali­
dad proletaria.
Enseñan los maestros de espíritu que la buena educación
ayuda a la caridad.
El médico bien educado trata a sus enfer­
mos de manera más agradable que el mal educado. El enfermo
es
más susceptible que el sano a fos detalles del trato; sus familia­
res también. La falta de delicadeza es una de las acusaciones más
frecuentes de los enfermos -aun de 1os proletarios-contra la
sanidad pública.
La prisa -y el esquematismo que los ejecuti­
vos
han puesto de moda-está muy viuculada a las formas de
educación. Decían los romanos que solamente
los criados tenían
prisa; los señores, no. La prisa de los médicos es otra queja fre­
cuente de los enfermos del seguro estatal. Sería caer en una
trampa atribuirla exclusivamente a una sobrecarga de trabajo;
está también intensamente relacionada, además de con
la aglo­
meración de enfetmos, con el positivismo laboral y con la falta
de una relación personal con el enfermo.
El médico «señor» establece una relación personal con su
enfermo, porque es consustancial. del señorío irradiar, transmi­
tir, dar.
El médico proletario, en cambio, no conecta ni con el
enfermo, ni con nada; ni con Dios, ni con la Patria, ni con · los
demás; apenas, ocasionalmente, con las consignas de su sindi~
cato para conseguir directamente y a corto plazo mejoras sala­
riales.
Cuando la clase médica estaba constituida en su totalidad
prácticamente por señores
-hace tan sólo una generación-, era
inconcebible una huelga de médicos. Ahora son
. diarias y son
exponentes de la invasión de la metalidad proletaria. Una de las
diferencias entre señores y proletarios
es la despreocupación · de
los primeros y el aferrarse de los segundos a
la reglamentación
laboral. (En el mejor de
los casos, se entiende, es frecuente que
el proletario trabaje bajo mínimos). Es universalmente sabido
que ningún código,
ningún reglamento, puede reccger absoluta­
mente todos los detalles de todas las situaciones. Por esto,
el po·
sitivismo es cruel; y no digamos el positivismo de la reglamen­
tación laboral de la asistencia sanitaria estatal. No solamente
aleja toda generosidad, sino que mutila gravemente aun lo
ne­
cesario.
Pero en este punto subyace un planteamiento más profun­
do y peor. Es la distinción exasperada entre lo esencial y lo ac­
cidental, lo obligatorio y lo no obligatorio de la asistencia al en­
fermo. Inmediatamente antes que
la proletarización de la clase
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médica, que comentamos, asistimos a la aparición y encubrimien­
to del progresismo religioso;
. uno de sus rasgos fue una obse­
sión por distingoir y separar
lo esencial y lo accidental para des­
preciar todo lo que se pareciera a esto último. El abolengo mar­
xista, monista, de esta manía puede ser tal
vez común a la men­
talidad del sanitario proletario. Rápidamente, y constantemente,
se hace éste un esquema divisor de las necesidades de sus
en­
fermos, o de las partes del tratamiento, en sustanciales, que acep­
ta, y en accidentes, que elude; división peligrosa de por sí y
mucho más en medicina, por los grandes riesgos de error que
comporta; y que
ya no está frenada por intentos de articularla
con un sistema de ideas, del que carece el médico proletario. El
desprecio de lo
supuestamente accidental y graciable lleva a la
desaparición del perfeccionismo. La perfección exige la presen­
cia de todos los accidentes.
Las manufacturas soviéticas son ele­
mentales y toscas. La asistencia prestada por médicos de menta­
lidad proletaria se reduce a un mínimo que arbitrariamente califi­
can de sustancial, de itnportante.
Los señores, por el contrario,
tienen, como los artistas,
el sentido de lo inútil, que luego resul­
ta que no
es tan inútil.
El número de monjas en la asistencia oficial
ha disminuido
correlativamente a la escasez de vocaciones religiosas. Por ello
están menos presentes en el ambiente hospitalario las ideas reli­
giosas y estéticas. Hay que señalar en este detrimento la parti­
cipación del progresismo religioso, exasperadamente racionalista
y
· sitnplificador de cuanto se le aproxima.
El remedio de esta situación parece fácil de enunciar con
sólo invertir la formulación inicial:
habría que desproletarizar a
un sector creciente de médicos. Cómo hacerlo
es ya más compli­
cado, porque exige la concurrencia
de no pocos factores. En otras
ocasiones hemos precisado que la violación del Principio de
Sub­
sidiariedad por la gestión estatal de la asistencia sanitaria, clama
por la restitución de ésta por parte del Estado a
la sociedad.
Esta restitución tendría, además de sus específicas virtudes, la
de ser un factor de peso en la desproletarización de
la clase
médica.
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