Índice de contenidos

Número 287-288

Serie XXIX

Volver
  • Índice

Una Teología sólida. (Un libro sobre el P. Victorino Rodríguez O.P.)

UNA TEOLOGIA SOLIDA
(UN LIBRO SOBRE EL P. VICTORINO RODRÍGUEZ, Ü. P.)
POR
MIGUEL AYUSO
La Orden de Predicadores ha dado últimamente a la Igle.
sia y al pensamiento español un conjunto de nombres cimeros
y de
difícil parangón. Arintero, Colunga, Ramírez o Beltrán de
Heredia son
el comienzo de una estirpe que se ha desdoblado
y multiplicado en logros a través de
sus discípulos y sucesores:
Urdánoz,
en sus confrontaciones con la filosofía moderna; Frai­
le, en
la historia de la filosofía; Bandera, en sus aportaciones
eclesiológicas y en sus esfuerzos encaminados al discernimiento
de
la llamada «teología de la liberación»; Alonso Lobo, en la
dedicación a la teología espiritual; Tuya, en los estudios bíbli­
cos, y Victorino Rodríguez como filósofo y teólogo total.
No
se trata de desmerecer los esfuerzos de otras órdenes
religiosas dentro de la com6n tradición intelectual católica, pero
ciertamente
se nos muestra difícilmente superable un elenco como
el anterior. Léase, si se quieren mayores precisiones, el esplén­
dido
prólogo antepuesto por Vicente Marrero al libro del padre
Victorino Rodríguez,
Temas-clave de humanismo cristiano (Ma­
drid, 1984 ), y se encontrará una exposición muy notable y una
caracterización
muy aguda no sólo del pensamiento de este últi­
mo, sino cabalmente de toda la escuela dominicana. Permítasenos
tan
sólo referir unos párrafos que nos parecen especialmente ade­
cuados al objeto de definir toda una . tradición intelectual que
hoy
yace víctima de vendavales de distinto signo aunque idén­
ticos en su virtualidad respecto del pensamiento:
«La escolásti­
ca, en pocas palabras, no tiene otro secreto que el de su volun­
tad de realidad y su inteligencia de
la suma realidad de las rea­
lidades. Si ha chocado tanto con lo que se ha solido llamar mo­
dernidad -vocablo de índole más conceptual que cronológica-,
su explicación última no es otra que un choque entre realidad
y ambigüedad, plenitud ontológica e indigencia metafísica,
verdad y équivocidad, afirmación y
negación. Choque en el que
1207
Fundaci\363n Speiro

MIGUEL AYUSO
la escolástica se ha ido quedando cada vez más sola en el pano­
rama cultural que brinda hoy el mundo. Sola en tanto que se va
viendo que
es más bien sólo ella la que todavía parece capaz de
sentirse con fuerzas suficientes para formular algo que recuerde
a lo que
es una tesis de verdad».
Pero el objeto de
ésta nota es mucho más ceñido. No es otro
que presentar a los lectores de
Verbo, y con gran satisfacción,
la aparición de una biografía del P. Victorino Rodríguez, O. P.
-en edición bilingüe inglés y español de la Foundation for a
Christian Civilization
(Nueva York, 1990}-, de la que es autor
Joíío S. Clá Días. Un libro de noventa y tres páginas, perfecta­
mente editado, con ilustraciones y que incorpora una bibliogra­
fía completa del sabio y querido amigo dominico.
En. alguna ocasión anterior
-ya de ¡;,alabra o por escrito-­
he tenido
ocasión. de subrayar el importante papel que desem­
peña el P. Victorino en el pensamiento español, no sólo por la
hondura, acierto y autenticidad de su obra -lo que de por si
ya debiera bastar-, sino por su acogida entre diversos grupos
de intelectuale.s católicos seglares.
En esta casa de Verbo, sin
ir
más lejos, somos deudores del P. Victorino, que en tantas oca­
siones nos. ha iluminado con sus exposiciones y nos ha orientado
con
sus consejos. Y somos deudores en gran medida, pues no
es fácil hallar en los tiempos que corren un teólogo «de verdad»,
e, decir, un teólogo que integre adecuadamente la teología con
la metafísica y con la antropología filosófica y demás disciplinas.
Nada parecido a esos sedicentes
teólogos bajo su palabra de ho­
nor, que son invitados hasta el aburrimiento a los cada
vez más
frecuentes concilios televisivos o usan tan sólo de. su teología
para avalar operaciones propagandísticas diversas. No. El padre
Victorino
es verdadero teólogo y no de esos fundadores de teo­
logías
que acaban dando muerte a Dios por la misma razón que
el genial Chesterton -y precisamente en su biografía de Santo
Tomás de
Aquino--decía saber de muchos profesores de an­
tropología que no hablan pasado de la antropofagia.
No
es paradójico que nuestro tiempo haya conocido la deva­
luación simultánea de la antropología filosófica y de la teología,
pues caminan· estrechamente unidas. El P. Victorino, en cambio,
ha prestado continua atención
a· esa conexión temática, ya que
no en vano una buena parte de los errores teológicos proceden
precisamente de malinterpretar el puesto del hombre en el mun­
do, ·y, a la inversa, muchas de las antropologías erradas en que
tan pródigo
es nuestro siglo, tienen su causa en el olvido de la
teología: «Muchos hombres de
ciencia -escribió el mismo Ches-
1208
Fundaci\363n Speiro

UNA TEOLOGIA SOLIDA
terton en Ortodoxia-se jactan de su ignorancia del otro mun­
do; pero en este particular el defecto no nace de la ignorancia
del otro mundo, sino
de la ignorancia de este mundo». Y es que
el positivismo se convierte en inhumano para conocer la
hu­
manidad.
De ahí la importancia de la lección global de la teología to­
mista que encontramos en fray Victorino Rodríguez. Esta no
se
adquiere con algunas lecturas en francés o en alemán, ni en las
linotipias o en las salas de maquillaje de la televisión. Se ad­
quiere en el recogimiento del silencio y la paciencia del estu­
dio: tres años de filosofía en el Studium Generale
de los domi­
nicos en Vergara, cinco de teología eo la Facultad de San Este­
ban, otro en la Universidad
de Santo Tomás de Roma, amén de
ampliaciones
de estudios humanísticos en Roma, París, Toulouse,
Dublín y Limerick.
Se adquiere en la docencia, iniciada eo 1955
y me atrevo a decir que ejercida ininterrumpidamente -a pesar
de su «depuración» de la Pontificia de Salamanca-, dado que
no ha cesado de enseñar con sus artículos,
ya en revistas espe­
cializadas, ya en otras de divulgación. Pero, sobre todo, se ad­
quieren el amor a la Verdad y en la consagración al servicio
de Dios. Sin uno y otra
rio hay verdadera sapientia. Por todo
ello, no son sino de estricta justicia galardones como su elección
para ocupar plaza eo
la Pontificia Academia de Teología, o como
esta elogiosa biografía aparecida eo los Estados Unidos y que
hará conocida su vida y
su obra en los medios religiosos e in­
telectuales de. la gran potencia mundial.
Termino.
C. S. Lewis, uno de los hombres más inteligentes
de este siglo ~ue ha recibido tributos de admiración dé per­
sonajes tan variopintos en
su contextura y significación como el
cardenal Ratzinger,
el filósofo Josef Pieper, el profesor Julián
Marías
o. el historiador Charles Moeller-, en un "libro delicio­
so. e irónico llamado The Screwtape Letters, traducido a nues­
tra lengua por
Cartas del diablo a su sobrino, ¡,prque en él, eo
efecto, se recogen una serie de cartas que
uri diablo experimen­
tado, Esctutopo, dirige a
su sobrino, tentador principiante, para
adoctrinarlo, hace unas consideraciones sobre la sabiduría que
no me resisto a citar:
«Sólo los eruditos -pone en la pluma
de
Esctutopo-leen libros antiguos, y nos hemos ocupado ya de
los eruditos para que sean, de todos los hombres, los que tienen
menos probabilidades de adquirir sabiduría leyéndolos. Hemos
conseguido esto inculcándoles el Punto de Vista Histórico. El
Punto de Vista Histórico significa,
en pocas palabras, que cuan­
do a un erudito se le presenta una afirmación de un autor an-
1209
Fundaci\363n Speiro

MIGUEL AYUSO
tiguo, la única cuestión que nunca se plantea es si es verdad. Se
pregunta quién influyó en el antiguo escritor, y hasta qué pun­
to su afirmación es consistente con lo que dijo en otros libros,
y qué etapa de
la evolución del escritor, o de la historia gene­
ral del pensamiento, ilustra, y cómo afectó a escritores poste­
riores, y con qué frecuencia
ha sido malinterpretado ( en especial
por los propios colegas del erudito), y cuál
ha sido la marcha
general
de la crítica durante los últimos diez años, y cuál es el
estado
actual de la cuestión. Considerar al escritor antiguo como
una posible fuente de conocimiento
-presumir que lo que dijo
podría tal vez modificar los pensamientos o el comportamiento
de
uno--, sería rechazado como algo indeciblemente ingenuo.
Y puesto que no podemos engañar continuamente a toda la raza
humana, resulta de la máxima importancia aislar así a cada
ge­
neración de las demás; porque cuando el conocimiento circula
libremente entre unas épocas y otras, existe siempre el peligro
de que los errores característicos de una puedan ser corregidos
por las verdades características de otra. Pero, gracias a Nuestro
Padre y
al Punto de Vista Histórico, los grandes sabios están
ahora tan poco nutridos por el pasado como
el más ignorante
mecánico que mantiene que la
historia es un absurdo».
No abundan los eruditos en nu.estro mundo. Pero mucho
menos abundan los verdaderos sabios que no
se dejan arrastrar
por la cronolatría del historicismo. Quienes estamos en
el mun­
do de la cultura y
de la política ejerciendo lo que fray Victo­
rino, en otra ocasión, ha llamado «vocación plural a la perfec­
ción cristiana», tenemos necesidad
de estos hombres para re­
solver nuestras dudas, ilustrar nuestras conciencias, desahogar
nuestros propósitos y corregir nuestros a veces desviados plan­
teamientos. Encontrar uno de estos hombres
es magno hallazgo. Que
no
se paga, que no se sustituye, que no se intercambia. Para
muchos
-al menos para quien escribe esta nota-, el padre
Victorino Rodríguez, O.
P. es uno de esos hombres. Entender­
lo así
es empezar a valorar adecuadamente el libro de que ha
sido objeto recientísimamente en los Estados Unidos.
1210
Fundaci\363n Speiro