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Ante el V centenario del descubrimiento de América. A vueltas con la «leyenda negra»

ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO .
DE AMERICA
A VUELTAS CON LA "LEYENDA NEGRA"
POR
BAl.TASAR PÉREZ.ARGos, S. J.·
Ante el prodigioso e imponente cuadro de civilización y cul­
tura cristiana, que realizaron los españoles en el descubrimiento
y colonización del Nuevo mundo, dirigidos, no cabe duda, por un
alto deseo de evangelización que aparece sobre todo y de un modo
fehaciente
en las intenciones y ejecutoria de los reyes y respon­
sables de aquella obra, no
se puede desconocer que queda desgra­
ciadamente oscurecido y degradado por la actuación concreta de
muchos españoles. Las
crónicas recogen, y ciertos historiadores
amplifican, hechos que
ahí están. Empezando porque los españo­
les se apoderaron de rierras que no eran suyas, conculcaron los
derechos de aquellos indios,
sus costumbres, sus leyes, su religión,
su cultura; y les impusieron contra todo derecho una civilización
y una cultura que, por cristiana que sea, ahogó y destruyó la
in­
dígena. Sí, destruy6, esa es la palabra exacta; palabra que usá en
el mismo
título de su obra el célebre dominico, Fray Bartolomé
de
Las Casas: Breve relaci6n de la destrucci6n de las Indias. He
aquí el título, he aquí el comienzo de la «leyenda negra».
Esta acusación contra la obra de España en las Indias, que se
asienta en el título mismo de esta obra,
se ha ido extendiendo,
como mancha de aceite, en las historias y escritos de muchos auto
0
res, que no han visto más que por este portillo, formando una
opinión pública en aquellos pueblos. de América hostil a España
y
a su obra colonizadora y que con ocasión de este V Centenario
Verbo, núm. 301-302 (1992), 35-74
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BALTASAR PEREZ ARGOS
comienza a reverdecer. Conviene paramos un momento sobre tan
infundada acusación, que históricamente no se sostiene, aunque
sea repitiendo razones y argumentos, que resultan ya manidos, si
no fuera por la necesidad de repetirlds ante las mismas sinrazones
de siempre. Hoy
las nuevas injusticias ·que viven aquellos pueblos
y la llamada «teología de la liberación» vienen a recalentar la mis­
ma olla.
Como decimos,
la cosa es antigua y se repite; se repite casi
con los mismos argumentos y, en el fondo, desde luego con las
mismas intenciones.
El Cardenal Cicognani, siendo Nuncio de Su
Santidad en España, recoge esta acusación en un discurso pronun­
ciado
el 11 de octubre de 194 3 en la inauguración del Seminario
Hispanoamericano de Villalba (Navarra). Dice así:
Bien sabemos que no han faltado enemigos y detracto­
res de la obra de España en América, y una critica
hostil
ha pretendido oscurecer con negros velos de falsa leyenda
desde la actitud de los teólogos de Salamanca frente a
los
proyectos de Colón, hasta la obra entera de colonización
que España llevó a cabo en el Nuevo Mundd.
La acusación está ahí y sigue ejerdendd su funesto influjo en
rr.uchas mentes, aunque actualmente ya muy debilitada por los
muchos escritos que han ido haciendo luz sobre la grandiosa epo­
peya española.
Por eso, el gesto y las palabras de Juan Pablo II
que hemos comentado en otra ocasión son altamente significativas
a este respecto y muy dignas de agradecer, porque con su rotun­
didad y clara objetividad contradicen tanta patraña. No sólo Juan
Pablo
II, sino todo los Pontífices Romanos se han esforzado, con
su alta autoridad moral,
en valorar, prestigiar y ensalzar la labor
de Espafia en América con los.más altos
epítetos. ·
León XIII sefialó con valentía el origen y la forma de la «fal­
sa leyenda»: «mutilando a menudo o remitiendo astutamente a
la penumbra lo que forma como los ejes-clave de
la historia, di­
simulando por el silencio
los fastos gloriosos y las gestas memora­
bles, mientras ocupaban toda su atención en sefialar y exagerar lo
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
que con temeridad o menos rectamente se había podido obrar»
(Saepenumero considerantes 1883).
La primera respuesta, que obviamente se le ocurre a quien con
sinceridad histórica, libre de prejuicios,
se enfrente a esta acusa­
ción, es la que el mismo Cardenal Ocognani da a continuación:
A pesar de todos los errores que hayan podido
come­
terse -errare humanaum est-y de las ambiciones y co­
dicias --auri sacra fames-que hayan podido albergarse en
el pecho de algunos de los colonizadores, y apesar de los
abusos y explotaciones que nunca faltan en toda empresa
humana, una cosa está fuera del alcance de toda crítica seria
y brilla con claridad meridiana a
los ojos del historiador im­
parcial y sereno, a saber: que en esta portentosa empresa
de conquista y colonización resplandecieron y
se afirmaron
sublimemente tres grandes ideales: un ideal religioso, un
ideal de humana y cristiana fraternidad y un ideal de cultura,
España llevó a América la fe de Cristo, la conciencia de
un mismo origen divino y de unos mismos inmortales
des­
tinos, concepto básico de la dignidad humana, y la rica cul­
tura de la España del siglo de oro, envuelta en el espléndi­
do ropaje de la sonora lengua castellana.
Y no fueron estos ideales
·
fruto de las circunstancias o
derivación fortuita de la marcha de los acontecimientos, ¡no!
Desde el principio de la conquista, ellos fueron el motor del
gigantesco esfuerzo español: consignados están claramente
en un testamento célebre, programa "incomparable de colo­
nización cristiana, y elaborados y desarrollados en todo un
conjunto de leyes que, cuando
más se estudian y conocen
más a las claras demuestran cuán ardientes y operantes fue­
ron aquellos ideales en el corazón de los reyes y conquista­
dores y de los misioneros españoles.
Cada legajo que
se desempolva en el grandioso Archivo
de Indias, es una nueva apología de la labor cristianamente
civilizadora de España en América. Y
esa labor no fue es­
téril. Cristo se adueñó del alma americana y la religión de
Cristo llegó a los
más recónditós valles y a las más abrup­
tas cordilleras, levantando, por doquier, templos y monas­
terios, que son
como un vivo reflejo del arte religioso es­
pañol.
Y
al mismo tiempo que predicaban a Cristo, los misio­
neros españoles
se dedicaron a formar las conciencias con-
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BALT ASAR PEREZ ARGOS
forme a la doctrina esencial del cristianismo, de que todos
los hombres de todas las razas somos hijos de un mismo
Padre
y hermanos de Jesucristo. Y esta doctrina la afirma­
ron
y sostuvieron con denuedo frente a los egoísmos y a la
dureza de conducta
de los que en ocasiones querían subor­
dinar
el ideal cristiano al interés personal y egoísta.
De este concepto de dignidad humana nació el sentido
de la personalidad, que,
llegadd a madurez, produjo la exu­
berante floración de veinte naciones, a las que si España en
el primer momento miró separarse con dolor, con el dolor
de todas las separaciones, contempla ahora con legítimo
or­
gullo de madre, que ve los hogares de sus hijos prósperos
y florecientes.
Esto
se decía en Navarra, en la inauguración del Seminario
dominico de vocaciones para Hisponamérica el
11 de octubre de
1943. La cita
es larga, pero no tiene desperdicio, es oro puro de
sinceridad
y contundencia, síntesis de lo que luego diremos. En
este discurso el Cardenal Cicognani intercala dos citas, que no
queremos omitir:
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Considerando todo esto un escritor mejicano, al que no
podemos considerar como parcial, porque de serlo sería en
contra de España, se entusiasma &ente a esta empresa, «que,
dice, no tiene paralelo en la historia entera de la Humani­
dada, epopeya de
ge6grafos y de guerreros, de sabios y co­
lonizadores, de héroes y de santos, que, al ensanchar el do­
minio del hombre sobre el
planeta, ganaban también para
el espíritu las almas de los conquistados».
Y un poeta peruano, de vida atormentada
y trágica, ha
cantado en admirables versos:
Tú sí eres grande
España romancesca
y luminosa:
Tú eres la Fe que el corazón expande,
tú la Esperanza que en la fe reposa,
y tú la Caridad que por doquiera
va prodigando su alma generosa.
Grande fue
tu ideal, grande tu ensueño;
tan grande fue éste en la Cristiana Era,
que el mundo antiguo resultó pequeño
y para ti se completó la esfera.
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERlCA.
El 12 de octubre de 1492, fiesta de Nuestra Señora del Pilar,
arribaban a tierras americanas las tres carabelas españolas de Co-
16n. A partir de esa memorable fecha, durante más de tres siglos
España como naci6n evangeliz6 y
coloniro con gran celo el Nuevo
Mundo. Gracias a esa labor auténticamente evangelizadora y por
lo mismo auténticamente ci,vilizadora, ahí está ese «mundo inmen­
so, lleno de promesas en todos los sentidos» (Pio XII); y gracias
a ese «gigantesco esfuerzo» otro 12 de octubre del año de gracia
de 1984, Juan Pablo
11 podía exclamar en el Estadio Olímpico de
Santo Domingo delante de todo el Episcopado de Hispanoamérica
con la presencia de obispos de España, Canadá, Portugal:
jCon cuánto gozo saludo hoy a esta Iglesia evangeliza­
dora y evangelizada, que en un gran impulso de creatividad
y juventud ha logrado que
casi la mitad de todos los cat6-
licos estén en América Latina!
Sería necedad e ignorancia negar que, en efecto, se cometieron
atropellos, desmanes, crueldades, en guerra y en paz, de parte de
los españoles. Lo diremos con palabras de un ilustre historiador
colombiano, que sabe contemplar la realidad con 6ptica histórica:
Hubo crímenes sin duda, porque en todas las razas
hay
malvados y crueldades en toda guerra ; porque las circuns­
tancias en que
se vieron aquel puñadd de españoles, que se
lanzaban a conquistar imperios y pueblos, imponían mu­
chas veces medidas extremas y porque no con dulzuras y
contemplaciones se realizó ninguna conquista: mas o fue­
ron abominables necesidades de la lucha o crímenes indivi­
duales que el gobierno español evitó,
censuro y castigó en
Id posible. Muchas de esas crueldades se debieron a la du­
reza de los tiempos y a los procedimientos penales que en­
tonces empleaban todas las naciones del mundo. ¿Habrían
procedido con
más lenidad ingleses, franceses o alemanes
si a ellos les hubiera tocádo la conquista de América?
Su
escasa intervención en ella nos dice id contrario. La historia
de sus corsarios, piratas y filibusteros, que cayeron como
fieras sobre las colonias que iban fundando los españoles,
para robar, matar, incendiar y cometer crímenes verdadera-
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BA·LTASAR PEREZ· ARGOS
mente espantosos, destruye toda ilusión a este respectd
(Martín Mexia
Restrepd, Discurso en la Academia Colom­
biana de Historia, 12 de octubre de 1930).
Pero sería también un error
-y éste lo tuvo y en grande
Las Casas--
el medir la obra de España en América por lo que
pudo ocurrir en los comien:oos, cuando la furia guerrera se desbor­
dó y
se carecía de las estructuras legales para reprimirla y encau­
zarla. Que esto fue
as!, que los comien:ws no pueden servir
de criterio para juzgar
la obra de España, además de . obvio es
fácil comprobarlo. Los testimonios son abundantes y contunden­
tes a este respecto. Recojamos algunos.
De Santo Domingo, al
desembarcar Betanzos, escribe Fray Agustín Dávila Padilla, des­
pués de recordar los pasados desafueros:
«Ya esto está remediado
!......en 1512-por la misericordia de Dios, porque había venido
gente de Castilla bien intencionada y cristiana» (Hist. de la fun­
dación y discurso de la prov. de Santiago de México de la Orden
de Predic. lib. 1, cap. 78).
El licenciado Cerrato,
uno de los escaslsitnos que Las Casas
ex.:eptúa de la nota de tiranía (muchd debió brillar en entereza y
bondad para que escapara a la crítica del dominico) escribe
al rey,
y después de ponderarle y recordarle las atrocidades de algún en­
coq,endero de los principios, que «no tenían en tanto matar un
fodio ni azotalle, como un pertd ... E que agora ni un grano de
malz no hay quien lo ose tomar, ni tratar mal a un indio, ni car­
galle ni hazer otros escesos, porque tan grande es el temor que tie­
nen, que no se puede creer: están los relixiosos · tan espantados
destó, que unos dicen que lo sueñan, e otros que no lo creen ni
es pdsible que tal pueda ser» (Codoin, t. 24, pág. 509).
Tanto
es as! que el obispo de Oaxaca, Juan de Zárate, escribe
al rey en mayo de 1544:
40
En el tratamiento de los naturales está bien descargada
la conciencia de
S. M ... Y hay en esto tanta cuenta, que
no hay español
que· sea osado de hacer mal a un indio;
antes
los naturales esi:án tan favorecidos que se atreven a
maltratar a los
españoles; porque no les dan de comer, sino
por sus dineros, y bien pagado, y cuando ellos quieren y
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
no cuando los españoles lo piden y han menester. Y hay
entre ellos algunos que osan prender a
un español y lo
atan y traen a esta . Audiencia y llevan a otras justicias ; y
por cada poca cosa
se saben venir a quejar. Y como ven
que se da más crédito a los naturales que a los españoles,
a las veces sin razón, y como alcanzan que por cosa de ma­
los tratamientos de indios destruyen a quien los hace, ya
no hay lo que solía, sino que todo está tan en concierto
que no puede ser más»
(Codoin, t. VII, pág. 551).
Casi en los mismds términos habla Fray Pedro de Aguado,
que aprieta bien la pluma al referir fechorías y crueldades. Escribe
así en su Historia de Santa Marta:
Todos estos errores de
paz y dominio y sobras de cruel­
dad,
en nuestros tiempos --escribe hacia 1.570-están en­
mendados con el rigor de que los jueces supremos, que son
los oidores y Presidentes, han usado con los españoles, que
.en semejantes casos han hallado culpados con tanto rigor y
sev:eridad que por muy apartado que esté cualquier pueblo
de españoles
de. la Audiencia real, procuran vivir moderada­
mente, temiendo el castigo que
les ha de sobrevenir; por­
que ya que
no haya de presente quien de sus malos trata­
mientos y excesos dé noticia a
la Audiencia, después va un
visitador, que
es uno de los oidores, a correr y visitar los
repartimientos de cada uno, donde
de los indios sabe los
malos tratamientos
y muertes que se han hecho ; y son bas­
tantemente cilstigados, aunque se hayan hecho con ciertos
colores o
por mano agena (lib. X, cap. 7). ·
Si hubo abusos y desmanes a los principos, éstos fueron cor­
tados con mano dura y eficaz por la justicia española. «Estaban
muchos ojos avizores para notar los abusos -escribe Bayle-y
muy libres las plumas y
las lenguas para delatarlos, principalmente
de los frailes y doctrineros, protectores natos de los indios por
caridad y
por la ley». Sí, por la ley y por lás ordenanzas de los
reyes. Como que
para eso ordenaron los reyes estuviera siempre
franca la comunicaci6n epistolar y
ninguno podía atravesarse, «so
pena de perdimiento de bienes»
(Real' Cédula, febrero 1530). Esa
raz6n, entre otras, aducía el Consejo de Indias en consulta de 12
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BALT ASAR PEREZ ARGOS
de agosto de 1581 para avivar el envío de religiosos: «porque
siempre
tienen mucho cuidado, de más de lo que toca a la'doctri­
na de los indios, de procurar que sean bien tratados y no se les
hagan agravios, y cuando se les hazen, dan noticia» (España en
Indias, pág. 306
).
De tal manera la Corona de Castilla se sentía responsable y,
por lo que a ella tocaba, miraba por los derechos y libertades de
aquellas gentes, que no creemos que en
la actualidad estén mejor
tratados y defendidos por las leyes actuales. Notemos
el interés
y los medios que se ponían y mandaban. Porque no se permitían
entradas o descubrimientos, donde no fueran clérigos o religiosos,
que «pdngan muy gran cuidado y diligencia en procurar que
los
indios sean bien tratados y mirados y favorecidos como próximos,
y no consientan que se les hagan fuerzas, robos ni otras injurias
o malos tratamientos; y si
ld contrario se hiciese por cualquier
persona, sin excepción de calidad o condición,
las justicias proce­
dan· conforme a· 'derecho; y en casos que convenga que no seamos
avisados, lo hagan luegd que haya ocasión, particularmente por
nuestto Consejo de Indias, para que mandemos proveer justicia
y castigar tales excesos con todo rigor» (Recop. lib. IV, tít. IV,
ley 5."). Y en la ley 15 del título
VI del hbro VI se ordena a los
prelados eclesiásticos y a todos los ministros reales delaten cual­
quier abuso contta
la libertad de los indios en estancias, minas,
etcétera, «para que luego sin dilación pidan
la libertad que natu­
ralmente les compete, y pues la obra
es de tanta caridad y en que
Dids nuestro Señor será servido, pongan en ella toda diligencia y
solicitud».
Grave error histórico, juzgar la obra de España en América
por lo que inevitablemente sucedió en
los principios de la conquis­
ta y sucede en toda guerra ; pero mayor error aún dar como norma
seguida por
tdc!os los conquistadores y tolerada por todas las
autoridades lo que fue excepción de desalmados, que además, en
la medida de
.lo posible, y con una eficacia digna de encomio, se
reprimió por la autoridad y no se dejó impune.
Hubo abusos, intolerables abusos, pero
se pusd remedio por
la autoridad competente y
se puso con eficacia sin cejar ante las
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
dificultades de las distancias y de los intermediarios. Hemos visto
algunos ejemplos que lo atestiguan. Veamos algún caso más, donde
se aprecie hasta dónde llegaba el celo de la justicia de nuestros
reyes a favor del indio.
Había grande exceso (1595) en la cobranza de las tasas
y tributos de los indios, porque los encomenderos les lleva­
ban más de lo que les estaba repartido y las justicias lo
apoyaban. Fueron los indios de la provincia de
los Quixos a que­
jarse al obispo don Fray Luis López y mandó al vicario del
partido y

a
los demás doctrinantes de aquel distrito, no ab­
solviesen al encomendero ni a la justicia, que esto hiciese,
hasta que hubiese restituido
lo que así hubiese llevado de
más a los pobres indios, reservando en si la absolución; y
dice en
el auto.. . que lo hada por descargo de la conciencia
de
S. M. y suya: de donde se colije el celo de nuestros ca­
tólicos reyes en procurar estorbar por todo rigor las moles­
tias de los indios. (Montesinos,
Anales del Perú, t. II, pá­
gina 126).
Y en
Oúle, los obispos prohibieron absolver al enoomendero
que antes no hubiera arreglado ante el gobernador las cuentas de
su encomienda. Y aquellos encomenderos obedecían. No serian
tan impíos (Errazuriz,
Las or!genes de la Iglesia en Chile, t. I,
pág. 310).
Había abusos, llegaban las denuncias; pero a veces excesivas.
La realidad era más normal, la vida en la colonia americana corría
como en la metrópoli. V alga
un caso por muchos. Se denuncian
abusos y desmanes cometidos en Nueva España. Llega
el visitador
con las leyes nuevas, sacadas en virtud de las denuncías. Ante
el
temor de que la represión, aunque legitima fuera excesiva y suce­
diera allí lo que en el Perú sucedió, se fueron al visitador el virrey
Mendoza y
los provinciales de San Francisco. Santo Domingo y
San Agustín para suplicarle las suspendiera; entre otros motivos,
porque «en esta tierra los encomenderos no
habían hecho a los
indios
aquellos malos tratamientos de que estaba informado Su
Majestad, porque aquello había sido en
la isla Española, Hondu­
ras y Nicaragua: y que si aquí ha habido algún descuido, ·con
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BALTA.'SAR PEREZ ARGOS
aquella sofrenada se enmendarían». Y los tres provinciales se
embarcaron para España para abogar por los encomenderos en
presencia del rey. Es de suponer que no vendría a abogar por
desalmados (Fray Juan de Grijalva, Crónica
de la Orden de
San Agustln en Nueva España, lib. II, cap. 1, f. 66).
La eficacia, porque fue eficaz, la justicia real en América,
neis parece que se debió, primero y fundamentalmente, al disposi­
tivo que establecieron los reyes para tener
pronto y detallado co­
nocimiento de los abusos y desmanes. Ese dispositivo, ya lo hemos
visto, fue dar toda clase de facilidades a
la denuncia, movilizando
y urgiendd, digámoslo con palabra moderna, el carisma profético
de todos aquellos que por su cercanía y espíritu de caridad
con
los indios, mejor y más eficazmente lo podían ha=, como eran
los religiosos, misioneros, doctrineros. Lo hemos visto en docu­
mentos citados más arriba. Lo dicen expresamente los reyes. Es
la razón, entre otras, que aduce el Consejo de Indias en consulta
del 12 de agosto de 1581, para estimular
el envio de religiosos,
«porque siempre tienen mucho cuidado, de
más de lo que toca a
la doctrina de los indios, de procurar que sean bien tratados y
que no
se les haga agravios, y cuando se les hacen, dan noticia»
(Ga. de Santillán, Legislanón sobre indios en el rio de La Plata
en
el siglo XVI, pág. 179). Y vayan que «daban noticia». Lo que
fue parte importante para cortar abusos e injusticias.
La "inju_sta" defensa de los :indios, por exagerada, de Fray Bar­
tolomé de Las Casas.
Es evidente por todo esto, que no fue sóld Las Casas quien
denunció injusticias y atropellos. No
es timbre de gloria suyo y
exclusivo. Ni
mucho menos. Fueron otros muchos, clérigos y frai­
les, obispos y virreyes, los que también denunciaron· a la Corona,
como· ella lo
quería y exigía, abusos e injusticias. Si hay alguna
diferencia
a favor del dominico es el lenguaje duro y apasionado,
reiterativo y parcial que aparece
en· sus escritos.
«La
Brevlsima re/anón no tiene párrafo, ni aun casi línea, que
no
se halle esmaltado con las palabras facinerosos, nefastos y otras
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
de este jaez; pudiéndose afirmar, y si alguien duda, véalo,. que
en las primeras 19 hojas he leído unas
sesenta. veces los vocablos
crueldad, matanzas, estragos, maldades, injusticias, tiranía y muer­
te, sin contar los derivados y similares que se repiten hasta la
saciedad. Es una verdadera danza general de nombres, macabra
y espeluznante» (Fray Julián Zarco Cuevas, Prólogo a P. Quiroga,
Coloquio de
la verdad, pág. 10).
Aun los
partidarios de Las Casas advierten esa acritud de su
estilo. «Es fuerza conceder que reina en su tratado cierto aire de
viveza y exageración
-nos dice Fray Pablo Beaumont~ que
conmueve y previene contra lo que produce ; y que los hechos que
alega tienen, sin alterarlos en la sustancia, en
el modo con que
los pinta su pluma acre, no sé qué de odioso y chocante, que podía
muy bien suavizar, a no
estar demasiado preocupado en favor de
los indios, que quería defender de todos modos ... No obstante,
se puede afitmar que el santo Obispo de Chiapa.. . no preveía las
malísimas consecuencias que produjo su Tratado... (
Crónica de
Michoacan,
lib. Il, cap. 17, t. III, pág. 73).
Jerónimo Becker califica los hechos narrados por
Las Casas
de «inverosímiles muchos, exagerados casi
todos los demás y no­
toriamente erróneos no pocos» (La pol!tica española en las Indias,
parte 3, cap. 10. pág. 362, Madrid, 1920).
Oigamos el parecer de dos historiadores mejicanos ilustres.
Navarro Lamarca
escnbe: «Bartolomé de Las Casas ... impulsa­
do por su arrebatado celo a favor de los indios, insertó relatos
ajenos a la verdad, contradicciones y asertos de cosas dudosas,
que unidos a la acritud e intemperancia de su lenguaje, disminu­
yen
el mérito de su figura histórica, haciendo su testimonio sos­
pechoso de parcialidad y exageración errónea» (Apuntes de His­
toria americana,
cap. 8, pág. 127). Y el P. Cuevas, en su Historia
de la Iglesia en Méjico: «Así tramitaba Las Casas todos sus ne­
gocios,
y por eso en casi todos fracasó. Incapaz de ver atenuan­
tes, de oír consejos, de doblegar su juicio, exagerado y descome­
dido en su lenguaje, falto de toda diplomacia, de conocimiento
del corazón humano,
y, tratándose de Méjico, falto también de
conocimientos prácticos, ech6 a perder cuantos negocios tomó en-
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BALTASAR PEREZ ARGOS
tre manos a pesar de su excelente buena fe e innegable rectitud
de intención» (lib. 1, cap. 14
).
Se podrían multiplicar las opiniones que juiciosamente ponen
un correctivo· a Las Casas.-Terminemos con este parecer de un
esctítor francés: «Sin duda que Las Casas no pudo hacer el censo
oficial de
los indios degollados. Mas por eso mismo debió irse
con cautela en sus
cálculos. Pues lo hizo al revés: en la Destruy­
ción maneja los millones con un desgaire rayano en ligereza ; y si
se comparan sus diversos escritos, más aún, diversos lugares de
la Destruyción, salta, de sus contradicciones, a los ojos, que no se
paraba en milldnes más o menos. Las Casas no se detiene ni ante
absurdos manifiestos como cuando asegura que en la sola Tierra­
firme los
· españoles llevaban asolados diez reinos mayores que Es­
paña entera. Mirada a esta luz, la Destruyción aparece como una
obra
de profunda sinceridad, pero esctíta a la buena de Dios, sin
asomo de crítica, especie de mesa revuelta. Permítaseme en este
punto apoyarme en la autoridad de Morel-Fatio
... según el cual,
Las Casas estropeó su causa a fuerza de parcialidad, de acusacio­
nes injustas, y evidentes exageraciones ... Sin más que advertir
sus
fantasías geográficas y sus fantasías aritméticas, tenemos de­
recho a poner en entredicho las demás afirmaciones snyas» (R. Ri­
card, Etudes et documents pour l'Histoire missionaire de l'Espa­
gne et
du Portugal, pág. 16).
«Reunidas en un volumen las apologías del indio y las diatri­
bas contra
sus opresores, redactadas pot otras plumas, que la de
Fray Bartolomé,
abultarian docenas de veces más que los esctítós
de éste. ¡Si no venía flota sin cajones de ellas! ¡Si de la corres­
pondencia entre las Indias y la Metrópoli en los primeros cien
años,
la mayor parre se va por ahí! ¡Si hasta el misionero más
anónimo se creía muy quién para encararse con el Monarca y ex­
ponerle con libertad evangélica los atropellos y los arbirtíos que
le ocurrían para remediarlos! Tan encendido y general fue el amor
a los indígenas y tan absoluta
la confianza de hallar justicia en
el
Trono». Así esctíbe históriador tan competente en las cosas de
Espafia en Indias comO fue el P. Constantind Bayle ( España en
Indias, 1934, pág; 42). ·
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
Verdadera conciencia crítica y profética la de aquellos obispos
y misioneros y clérigos, conciencia crítica, alentada y estimulada
por la Corona por lo bien recibidas que eran
esas denuncias a
favor
de los indios. De tal manera apretaban la conciencia del
rey y le cantaban las verdades, que
-eomo dice Icazbalceta a
propósito de una carta de Fray Antonio de
Mendieta-«ningún
funcionario moderno lo aguantaría».
.
Que fue así esta defensa del indio desde el mismo comienzo
de
la coldnizaci6n de América y por voluntad de España y de sus
reyes lo atestiguaba el
Papa Juan Pablo II ante todo el Episco­
pado hispanoamericano en la homilía de la misa celebrada en el
Hip6dromo de Santo Domingo
el 11 de octubre de 1984. Dice
así el Papá hablando de aquellos misioneros, cuya «gesta produce
todavía hoy profundo estupor».
Cuántas gracias hemos de
dar a Dios porque los predi­
cadores del evangelio cumplieron su misi6n en este espíritu .
. Ellos, en efecto, realizaron su tarea con libertad e intrepi­
dez, sin
ci!lculos sugeridos por astucias humanas. Por ello
predicaron en toda su integridad. la
palabra de Dios. Sin
ocultar con el silencio las consecuencias prácticas que deri­
van de la dignidad de cada hombre, hermano en Cristo e
hijo de Dios.
Y cuando el abuso del poderoso se abatía sobre el inde­
fenso, no cesó esa voz que clamaba a la conciencia,
que.fusc
tigaba la opresión, que defendía la dignidad del injustamente
tratado,
sobre todo del más desvalido. ¡Con qué fuerza re­
suena en los espíritus la palabra señera de Fray Antonio de
Montesinos, cuando en la primera
homilía documentada, la
de Adviento de 1511
-1 principio de la evangelización-,
alza su voz en estos mismos lugares y denunciando valien­
temente
la opresión y abusos cometidos contra inocentes,
grita: «Todos estáis en pecado mortal
... Estos, ¿no son hom­
bres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No
sois obligados a
amarl6S como a vosotros mismos?». Era la misma voz de
los obispos, cuando asumieron en todo el Nuevo Mundo el
título de «protectores de los indios».
Y en el discurso a los obispos del CELAM en
.el Estadio Olím­
pico de Santo Domingo, el día signiente 12 de octubre,
el Papa
insiste en
el mismo punto:
47
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BALT ASAR PEREZ ARGOS
En el seno de una sociedad propensa· a ver los beneficios
materiales que podía lograr con
la esclavitud o explotaci6n
de
los indios, surge la protesta inequívoca desde la condene
cia crítica del Evangelio, que denuncia la inobservancia de
las
exigencias de diginidad y fraternidad humanas, fundadas
en la creaci6n y en la filiaci6n divina de todos los hombres.
¡Cuántos na fueron las misioneros y obispos que lucharan
por la iusticia y contra las abusas de conquistadores y en,
comenderos ! Son bien conocidos los nombres de Antonio de
Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Juan de Zumárraga,
Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de
Anchieta, José de Acosta, Manuel
de N6brega, Roque Gon­
zález, Toribio de Mogroviejo y tantos otros. Con ello la
Iglesia, frente al pecado de los hombres, incluso de sus
hi­
jos, .trat6 de poner entonces -como en las Otras épocas-­
gracia de conversi6n, esperanza de salvaci6n, solidaridad con
el desamparado, esfuerzo de libetaci6n integral».
Pero
la. labor evangelizadora, en su incidencia social, no
se limit6 a la denuncia del pecado de los hombres. Ella sus­
cit6 asimismo un vasto debate teol6gico-jutídico, que con
Francisco de Vitoria y su escuela de Salamanca analiz6 a
fondo los aspectos
éticos de la conquista y colonizaci6n. Esto
provoc6 la publicaci6n de leyes de tutela de los indios e hizo
nacer los grandes
principios del derecho internacional de
gentes.
La justicia de España a favor de los indios.
Muchas y graves denuncias de atrocidades e injusticias, de las
que son testigos
y denunciantes aquellos misioneros. Pero, ¿qué
se sigue de aquí? En buena l6gica hist6rica todo lo contrario de
lo que ha ido propalando por todas partes esa «leyenda negra»
antiespañola. Si españoles eran quienes cometieron esos atrope­
llos e injusticias, españoles eran también quienes las denunciaban,
las condenaban
y ponían remedio. Esas denuncias contra los abu­
sos de colonizadores, capitanes y gobernantes, prueban la gran
ejecutoria de la naci6n española como naci6n colonizadora en
América.
Si obispos, frailes y misioneros clamaban contra la crueldad
de los españoles, era porque veían en ello
un crimen contra la ley
48
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE --AMERlCk
de Dios y contra las ordenanzas reales. Y clamaban y lo denun.
ciaban al rey, porque sabían que iban a ser escuchados, que la
Corona lo condenaba y que pondría el remedio. Por eso el rey
manda que fueran frailes y
misioneros a América y que se faci·
litara su ida. Y los frailes y misioneros, conscientes de eso, man·
daban junto
al memorial de denuncias, otro memorial de remedios,
que los denunciantes sometían al rey, seguros de satisfacerle y·
colaborar con la justicia real, que era la justicia de España.
La crueldad de unos españoles la voceaban y denunciaban
precisamente otros españoles, porque la ve(an criminal; y
crimi·
na! la veía también España,. porque la reprimía. De modo que el
libro de
Las Casas -y no sólo el libro de Las Casas, sino los in­
formes de otros muchos misioneros y obispos, también esphlio·
les--son el mejor y más auténtico testimonio de la voluntad y
sentido de justicia de España
contra unos cuantos de sus hijos
o advenedizos desnaturalizados.
¿ Dónde no los hay?
Por eso carece totalmente de sentido crítico
y de las más
elemental lógica histórica y de un m!nimo pudor científico, tomar
precisamente a los espúreos, al
grupo de los malvados, a los que
España condenaba y trató de reprimir
-y a ellos solos-por sim­
bolos y representantes de esa España, de la España del descubri­
miento y colonización de América.
¡ Apañados estaríamos si se aceptase esa lógica y ese criterio de
valoración! El mismo Colegio Apostólico no quedaría inmune;
habría que rechazarlo por «traidor». Y habría que juzgar, por
ejemplo, al pueblo vasco
-que es no sólo víctima, sind que recha­
za cordialmente a ETA-por un pueblo de «tetroristas» etarras.
Pues esta lógica, en sí contradictoria, que ni se acepta por
nadie ni se puede aceptar, es
la que esa «leyenda negra» aplica
a la obra colonizadora de España en América para valorarla y
juzgarla. Desgraciadamente abunda
la literatura, sobre todo en
esos países, tan entrañables, que España dejó en América, influi­
dos desde fuera. Veamos algún ejemplo.
Alfredo Déberle, en su
Histoire de l'Amérique du Sud dépuis
la conqu€te ;usqu' a nos ;ours, recoge en .un solo volumen las prin­
cipales acusaciones de la leyenda negra. Su pretensión es la de
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BALTASAR PEREZ ARGOS
«desvanecer prevenciones y rectificar apreciaciones erróneas». Im­
posible reflejar en tan poco espacio sus inverosímiles exageracio­
nes
y calumnias. Citemos algún párrafo.
España, que durante tres siglos había dominado
y tenido
stijeta bajo sus pies a América,. le había inoculado sus su­
persticiones y sus vicios. No se cura ·uno en dos días de tres
centurias de opresión. Esta opresión
no tiene semejante en
la Historia; el acta de indepedencia del Alto Perú da fe de
ello: «En estos lugares donde podía existir floreciente
im­
perio -se dice en ella-no se ha visto bajo la mano afren­
tosa
y desecante de la Iberia más que la imagen de la igno­
rancia, del fanatismo, del servilismo
y de la ignominia».
Más adelante:
Al amparo de los plenos poderes del representante de
Dios en la tierra, juzgaban ejercer no un derecho de con­
quista, sino un derecho de propiedad, disponiendo de Amé­
rica a su gusto. Apenas descubierta, la inundaron de sangre.
Avidos y fanáticos, se precipitaron sobre su presa con una
dureza feroz, hechos abominables caracterizaron esta obra
cruel, este doble atentado que
se llama la conquista y colo­
nizaci6n del Nuevo Mundo: la destrucción de la raza indíge­
na
y la introducción de esclavos negros en. esta tierra gene'
rosa, tan bella para la libertad ...
No
se puede leer sin profundo horror el relato de las
at¡:ocidades que siguieron al descubrimiento de América. La
España monárquica artastrará el baldón. La Iglesia católica,
por mucho que hagan los autores asalariados por ella, no
se lavará jamas de esta ignominia. Ella fue, a la verdad, en.
todas estas cosas, la gran inspiradora del poder civil; y por
con.siguiente, su culpabilídad es inmensa. ¿Acaso no tenía
a la monarquía entre sus· hábiles manos? En suma, el vam­
piro ibérico no se
volvía hacia América, sino para chu'par
su oro, su oro con su sangre ...
La Audiencia Real, verdadero ministerio de la iniqui­
dad, juzgaba en última instancia
las causas civiles o crimi­
nales, excepto cuando
el valor del litigio excedía los 10.000
escu9,os.
· Toda una página de antología hist6rica. La traemos como «bo­
tón de muestra» que se comenta por sí sola. Desgraciadamente así
50
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIE.NTO DE.AMERICA
se han escrito muchas historias y se siguen escribiendo. Hay su es­
pecial interés; pero fácilmente se ve el porqué de esa hostilidad
contra la obra de España en América.
El mismo Alfredo Déberle
nos lo ha
dicho expresamente. En corroboración citemos el juicio
del académico francés Luis Bertrand en su
Historie d'Espagne,
66.ª edic., París, 1932, que lo creemos muy interesante, aún en
nuestros días:
Son estos odios y estas pasiones políticas y religiosas,
aún hoy día poco apagadas y hasta en algunos más vivas que
nunca, los que han falseado entre nuestros historiadores,
como entre los de otros países,
la comprensión de la histo'
ria española ...
La causa más importante de error son los rencores y
odios religiosos. Después de tres o cuatro siglos, están to­
davía en pie de guerra. Se las adivina
-más o menos laten­
tes, y a punto de
estallar-detrás de los inicuos y apasiona­
dos juicios que la mayoría de los modernos historiadores
emiten sobre la España
de otros tiempos. Descargan sobre
las espaldas de los españoles contemporáneos los odios de
los judíos contra Isabel
la Católica y los de los protestantes
contra Carlos V
y Felipe II. . . Y este pedante prejuicio ha
pasado hasta a los escritores católicos ...
De esta manera, las pasiones religiosas, unidas al filoso­
fismo de las logias y de los autores librepensadores del
si­
glo XVIII, han inventado e impuesto a la opinión pública una
imagen caricaturesca de España, que aún no se ha borrado
...
Las mismas prevenciones e idénticas injusticias encon­
tramos cuando se trata de juzgar la obra colosal -y admi­
rable--realizada por los españoles en América. . . Fue nece­
sario exagerar la civilización de los incas, a fin de justificar
la reprobación de que eran objeto los españoles, y a través
de ellos,
el catolicismo, el verdadero culpable.
Lo mismo viene a decir, en breve síntesis, el catedrático argen­
tino Rómulo Carbia en la dedicatoria de su libro Historia de la
leyenda negra hispanoamericana:
A la España inmortal, católica y hacedora de pueblos, que
ha sufrido, por ser lo uno y lo otro, los agravios de la en­
vidia
y las calumnias de los enemigos de su fe.
51
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BAL'J' ASAR PlIREZ ARGOS
Este es el fondo de la cuestión. Por eso, el Papa Juan Pablo II
se creyó en la obligación de venir personalmente a España· para
agradecerle en nombre de
tdda la Iglesia y ante la faz del mundo
hispanoamericano principalmente su inmensa labor
evangelizadoc
ra, acto que calificó de urgente y de estricta justicia histórica y
cristiana. Porque injusta, ·falsa y calumniosa es la leyenda negra
antiespañola. Las palabras del Papa son solemnísimas y constitu•
yen
el más elocuente mentís de toda esa farsa histórica, montada
artificialmente a base de calumnias; cuando
la realidad es, con
todos sus defectos, como toda obra humana, totalmente lo con­
trario de lo que propala esa leyenda negra. Dijo así el Papa y lo
repitió en diverso tono:
En nombre de toda la Iglesia he querido venir personal­
mente para agradecer a
la Iglesia en España la ingente labor
de evangelización que ha llevado a cabo en todo el mundo
y
muy especialmente en el continente americano y Filipinas.
No quisiera que considereis este alto en Zaragoza como
una mera escala en el camino hacia América. Me urgía re­
conocer y agradecer ante toda la Iglesia vuestro pasado evan­
gelizador, Era un acto de justicia cristiana e histórica ( 10
de octubre 1984).
La leyenda negra contra España y especialmente contra la obra
de España en América
ha producido y sigue produciendo sus ve­
nenosos frutos. «Calumnia, que algo queda», dicen que decía
Voltaire y desde luego
es verdad. Y es difícil liberarse para encon­
trar la verdad. Sólo cuando hay auténtica sinceridad y nobleza de
espíritu. Entonces si. Y se producen o se pueden producir confe­
siones tan emocionantes
como la que transcribo a continuación:
52
Soy holandés, esto es, una victima de antipatías nacionales
hacia España, antipatías muy arraigadas, mamadas casi
con
la leche, fermentadas por un sistema absurdo de educación
e instrucción histórica en nuestras escuelas·;- pero soy un con­
vertido por lo que se refiere a cosas de Espaiía ... Tan honda
fue
mi vergüenza, cuando se me cayeron las escamas de los
ojos, desde mis primeros encuentros con la hermosa realidad
en Filipinas, tan fiera mi indignación contra los calumnia­
dores de los heroicos frailes de Filipinas, vergüenza e indig-
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERJCA
nación que crecieron de día en día. . . que consideré como
deber de conciencia acudir,
fuera del ministerio partoquial,
al apostolado de la pluma para hacer frente a todos los ca­
lumniadores antiguos y modernos de la muy católica Espa­
ña. No siendd hijo de España por nacimiento, quería a lo
menos ser su discípulo en caballerosidad e hidalguía. (Petters,
Vindicaci6n de España en Filipinas. Archivo Agustiniano,
julio, 1931).
Añadamos este magnífico juicio de Juan
de Solórzano, oidor
en
el Perú y Consejero de Indias en Madrid, que en su libro Po­
lltica indiana escribía:
Y o aunque ni quiero ni debo excusat del todo las gue­
rras, que en los primeros tiempos de nuestras conquistas se
debieron hacer en algunas pattes menos justificadamente
contra los indios y los
dalias y malos tratamientos que en
muchas partes
se les han hecho y hacen todavía, me atrevo
a decit y afirmar que estos
'excesos
no han podido ni pueden
viciar lo mucho y bueno que en todas partes
se ha obrado
en la conversión y enseñanza de estos infieles por varones
religiosos, observantes, desinteresados y puntuales en el cum­
plimiento del ministerio de la predicación evangélica ; ni
mucho menos la piedad y ardiente celo de nuestros reyes,
ni la justificación de sus títulos, pues siempre con gran
so­
licitud y cuidado, y sin perdonar gastos, expensas ni dificul­
tades algunas, la
ha proétttado disponer suave, religiosa y
cristianamente, ordenando
todd lo que pata esto y para ob­
viar, reprimir
y castigar los malos tratamientos y vejaciones
de los indios
se ha podido prevenir, buscando pata ello en
todas pattes
y· de todds estados, las personas, así eclesiásticas
como seculates, que más a propósito han parecido pata
po­
nerlo en ejecución y cumplir con el cargo y obligación, que
en esta patte
se les puso por la Sede Apostólica» (Bayle,
España en Indias, pág. 37),
Coinciden con este prudente y sensatd juicio dos plumas ex­
tranjeras, que vamos a citar; con gran objetividad y sinceridad en­
salzan los frutos de Ia obra colonizadora de España en América
por encima de las deficiencias y sombras que se encuentran en
cualquier obra humana y más de este tipo: uno inglés y otro fran­
cés, lo que da cierta autoridad a sus opiniones.
53
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS
Si comparamos lo que hicieron los españoles en el si­
glo XVI con la obra de los ingleses en el siglo XVII, debemos
fallar que, aunque difiere
en su carácter, y está menos de
acoerdo con nuestras predilecciones y prejuicios, constituye
una de las mayores proezas de la historia humana. Los
es­
pañoles emprendieron la tarea magnífica, aunque imposible,
de exaltar a una raza entera, compuesta de millones de
in­
dividuos, hasta la esfera del pensamiento, de la vida y de la
religión de Europa» (E. Gaylord Boume,
España en Améri­
ca, cap. 13. pág. 173).
Piénsese lo que
se quiera de la colonización española ;
acháquesele cuantas críticas sean de justicia; pe.i:o lo cierto,
lo incontestable es que España fue nación colonizadora en
grandísimo grado. Los resultados lo proclaman. Países
mu­
chas veces mayores que Europa han entrado en la civiliza­
ción occidental gracias a España: fuera de
la península que
cierra el Mediterráneo, docenas de millones de hombres
ha­
blan la lengua española y dentro de un siglo la hablarán
cientos de millónes. La marca española más o menos
modifi­
cada queda señalada en. u11a gran parte del globo. España
con Francia será
el único pueblo colonizador que ha sabido
conservar,
.elevar y asimilarse a los indígenas. En el conti­
nente americano
realizó obra perdurable, no siempre en pro­
vecho propio, siempre en provecho de
la civilización general,
fundando jóvenes y vigorosas naciones, que tienen aseguraM
da la vida y el progreso. Eso es mérito grande. Ha sido, a
pesar de todas
.sus faltas, magna parens virum, madre fecun­
da de hombres. (P.
P. Leroy-Beaulíeu, De les colonisations
chez les peuples modernes,
t. 1, pág. 276).
· Madre fecunda no sólo de hombres, sino de pueblos, de nacio­
nes, y, sobre todo, de cristianos: «Ha logrado que casi
la mitad
de todos los católicos estén
.en América Latina», afirmaba Juan
Pablo
II a los obispos del CELAM el 12 de octubre de 1984. Ese
extraordinario logro de civilización, de cultura, de religiosidad, de
catolicismo, bien ponderado,
inclina la balanza de la justicia a fa­
vor de España. Y más si se compara con lo que han hecho otras
naciones colonizadoras modernas. Todas igualmente han llevado la
guerra y la violencia para conquistar y asentarse en
sus territorios
y colonias. Pero, ¿qué cultura, que civilización, si se tienen en
cuenta además tiempos
y posibilidades? Y en cuanto a violencias
54
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
y atropellos no hay que ir muy atrás en el tiempo. En pleno si­
glo xx, cuando España había perdido ya sn última colonia, el Papa
San Pío X
se creyó obligado a protestar en nombre de la humani­
dad y del cristianismo por desmanes y violencias, que parecen
descritos y denunciados por Fray Bartolomé de Las Casas. La
única diferencia está en que el Papa no
les dio crédito hasta ver·
los confirmados por testigos de mayor excepción: vicarios apostó­
licos y misioneros. Oigamos lo que dice el Papa San Pío X y no
de España:
¿ Qué hay tan cruel y bárbaro como azotar a los indios
(a veces con planchas candentes) por causas levísimas, y
no
rara vez por mero gusto de maltratar, o caer sobre ellos
repentlllamente, matando a cientos y aun miles de una arre­
metida, devastar sus campos y aldeas, para acabar con los
indígenas, algunas de cuyas tribus sabemos que fueton estos
años aniquiladas? Y los tales no perdonan ni
la debilidad del
sexo ni de la edad ; antes da vergüenza referir sus crímenes
para buscar y comprar mujeres y niños: fechorías con las
cuales parece que han sobrepasado los últimos límites de la
torpeza pagana. (Acta Apostolicae Sedis, 1912, pág. 522).
La obra de los extranjeros en Améi:ica.
Nos interesa hablar de la obra de España en América, y única·
mente de esa obra, en vísperas del V Centenario. No podemos
pretender otra cosa. Contra esta colosal obra de España en
Amé­
rica se levantó, como hemos visto y es hoy de mucha actualidad,
una «leyenda negra», cuyas intenciones y débiles fundamentos
he­
mos comprobado y están a la vista de cualquier observador. Pues
bien, resulta extraño que junto a esta «leyenda negra»
se olvide
completamente algo muy importante ; no sólo
se olvida, sino que se
ignora y se margina, incompreosiblemeote por cierto, a historiado­
res, muy críticos cuando
se ponen a escribir de historia de España.
Junto a la obra de España en
América hay que recordar también
la obra de los extranieros en América. El contraste puede ser -y
lo es-muy aleccionador.
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BALT ASAR PEREZ ARGOS
En América, desde los comienzos, desde los años de Colón,
además de los españoles, hubo
extranjeros y muchos.
De los italianos, por ejemplo, se puede comprobar, por los
contratos entre mareantes y mercaderes, el número crecido de
ellos, que en los primeros
años pasó a las Antillas ( cf. Catálogo
de los Fondos Americanos del Archivo de Protoc. de Sevilla, t.
I,
págs. 1 a 100). Fernández de Oviedo en su Historia general y na­
tural de las Indias, escribe:
Pues no
los tengais a todos los que acá andan e han
andado
por españoles, aunque la mayor parte dellos Id son,
sino de diversas
naciones, que llamándose christianos acá
han passado en busca deste oro ... No hay lengua en el mun­
do que
acá no haya passado, llamándose cristianos. Más
querría yd un buen fiador que me aseguarsase si lo son
todos o infieles algunos e paganos e delinquentes, salvo que
los
más dellos hablan castellano, para que Dios y el rey
sean
deservidos. e los· propios o verdaderos vasallos de la
Cordná de Castilla defraudados e danmificados. E los ene­
migos de nuestra · nasción enriquescen e apoderanse con
cautelas de nuestros interresses e fructos desta tierra, con
que después hagan
la guerra al señor della e a sus leales va­
sallos... (portugueses, franceses, suizos, alemanes, italia­
nos ... ). Sentid e mirad "'1tre estas generaciones e diferen­
tes calidades de hombres,
si habrá pecadores, e no de los
comunes
asaz, sind de los más perversos e desechados de
sus propias patrias ... ¿Qué quereis que se esperase de tan­
tas diferencias e gentes. e nasciones
mezcladas e de extrañas
condiciones como a estas Indias han venido e por ellas
an­
dan? (Llb. XXXV, cap. 6 y lib, XXIX, cap. 34 ).
Pongamos algún ejemplo. No fueron españoles los más duros
en las guerras pi.zarristas, sino los _extranjeros, que «como enemi­
gos de
nuestra_ nación, matan en los reencuentros a los españoles
vencidos». Nos lo dice el propio La Gasea (carta a don Antonio
de Mendoza; 18 de septiembre 1546: cfr. D. Fernández, Primera
y segunda parte de la historia del Perú, lib. 11, cap. 28).
Otro caso, que nos lo atestigua con su peculiar estilo nada
menos que Fray Bartolomé de
Las Casas. Habla de una goberna-
56
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DB AMERICA
ción y conquista, que tuvieron a su cuenta los extranjeros, la de
Venezuela:
Dio
el César y concedió un gran reyno, mucho mayor
que toda España que es
el de Venezuela, con la goberna­
ción y jurisdicción total, a
lds mercaderes de Alemania ...
Estos, entrados con 300 hombres o más en aquellas tierras,
hallaron aquellas gentes mansísimas ovejas
... Entraron en
ellas,
más pienso sin comparación cruelmente que ningunos
de los
otros tiranos, que hemos dicho, y más irracional y
furiosamente, que crudelísimos tigres y que rabiosos lobos
y leones. Porque con mayor ansia
y ceguedad rabiosa o ava­
ricia, y más esquisitas maneras e industrias para haber, y
robar plata y oro, que todos los de antes, pospuesto todo
temor a Dios y
al rey y vergüenza de las gentes ... Han
asolado y destruido y despoblado estos demonios encarnados
más de 400 leguas, regiones amenísimas, poblaciones muy
grandes, riquísimas de gente
y oro. Han muerto y despeda­
zado tdtalmente grandes y diversas naciones, muchas len­
guas, que no
han dejado persona que las hable, sino son
algunos que se habrán metido en las cavernas y entrañas
de
la tierra, huyendo de tan extraño y pestilencia! cuchillo»
(citado por Bayle,
España en Indias, pág. 359).
«Tan poca gente, en tan corto recinto y breve tiempo cometió
más delitos y causó más daños que todos los españoles juntos en
el período entero de la conquista»: así resume esta intervención
extranjera
y así la juzga nd un español, sino el protestante e his­
toriador Robenson, que nada tiene de hispanófilo {History of Ame­
rica, vol. III, pág. 364. London, 1803; dr. Aguado, Historia de
Venezuela,
lib. I, cap. 11; y Herrera, Decada IV, lib. V, cap. 7).
Terminemos, por no alargar
la lista, con lo que nos cuenta
Pedro Mexia de Ovandd. Pondera
las vejaciones que tenían que
soponar los indios en
las minas, y advierte que «los peores mi­
nétos no eran españoles, sino extranjeros, que habían comprado
carta de vecindad, máxime en Huancavelica» ( Libro o Memoria/.
práctico, t. 18, fol. 111).
Otra intervención impdrtante de los
extranjeros en la Améri­
ca española,
poi lo que significó de crueldad y barbarie, fueron
los priatas. Los horrores y desmanes de toda suerte que cometían
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SAL.TASAR PEREZ ARGOS
aquellos corsarios ingleses, franceses y holandeses, cuando desem­
barcaban en las costas americanas, no tiene nombre. Pongamos
también algún ejemplo.
En Maracaibo, el capitán Morgan, para obligar a los vecinos
a descubrir los supuestos tesoros escondidos, los quemaba
con
fósforo, les arrancaba las carnes con tenazas, les cortaba manos,
brazos
y piernas, y los sometía a la «reata», cuerda que oprimía
el
cráneo hasta saltar los ojos. Así nos lo refiere L. A. Sucre, Go­
bernadores
y Capitanes Generales de Venezuela, página 163. Y
Morgan no
fue mejor ni peor que los de sti oficio.
Nuestro Quevedo comentaba
así estas piraterías:
Van por oro y plata a nuestras flotas,
como nuestras
flotas van por
él a las Indias. Tienen por ahorro y atajo
tomarlo de quien lo trae, y no sacarlo de quien lo cría.
Da­
les más baratos los millones el descuido de un general o el
descamino de una borrasca, que las minas. Para esto les ha
sido aplauso, confederaci6n y socorro la envidia que todos
los reyes de Europa tiene a la suprema grandeza de la Mo­
narquía de España (Quevedo, «La Hora de todos», XXVIII,
Obras completas, t. I, pág. 244, Madrid, 1932).
Y no s6lo en
sus desembarcos y piraterías en las costas ame­
ricanas, sino en sus ·encuentros, aunque rarísimos, con los indíge­
nas, el comportamiento cruel de estos piratas y corsarios no da
lugar a
la esperanza, ni mucho menos, de un trato de mayor leni­
dad
y justicia con los indios. Pongamos también algún ejemplo.
Van Noort, holandés,. por vengar tres muertos, asesin6 en el Puer­
to Deseado una partida de isleños en Penguin (Estrecho de Maga­
llanes ), sin perdonar mujeres ni muchachos: «con la más inflexi­
ble ferocidad y sin escrúpulo
alguno hicieron carnicería. En la
relaci6n original
se buscaría en vano la más pequeña señal de lás­
tima» (Errazuriz, Seis años de la Historia de Chile, t. I, cap. 23 ).
El Orinoco fue el gran mercado· de esclavos; que apresaban los
caribes, destruyendo tribus enteras; y compraban los franceses e
ingleses, por un frasco
de. pólvora o aguardiente (Gumilla, El
Orinoco ilustrado y defendido, Madrid, 1774, pág. 86). En 1720
durante la guerra entre ingleses y españoles, aquéllos apresaron
58
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
algunos blancos e indios; pues bien, los indios fueron vendidos
por esclavos ; lo cual dolió
al Monarca español más que la de sus
súbditos naturales: «He mandado -escribe al pie de la Consulta
del
Consejo-pasar oficio con el enviado de Inglaterra en esta
Corte, manifestando mi justo reparo y
extrañeza •.. en particular
a
lo que toca a la venta de los indios» (Consultas y Decretos del
Negociado de Habana
y Cuba, legajo 325, Consejd de Indias, 20
de diciembre 1720).
Del proceder colonizador en América
de otros, que no fueron
españoles, quedan algunas pruebas. Por ejemplo, las Guayanas.
No quedan indígenes.
La raza caribe, tan numerosa, tan fuerte,
desapareció y de qué manera.
El capitán L'Olive da quince y raya
al
más desalmado español. Como lo advirtió M. Agustín Cochin:
«la exterminación de los indígenes
es en casi todos los países la
primera página de la ocupación colonial.
La Compañía de las Islas
se distinguió tanto por su rapacidad, como por su índole guerrera»
(Leroy-Beaulieu,
De les colonisations chez les peuples modernes,
lib. I, cap. 5).
Esto coincide con aquel refrán inglés, expresivo de toda una
mentalidad colonizadora:
The only good indians are the dead in­
dians: indio bueno es el indio muerto. En razones tan humanitarias
se apoyaba la opinión de aquel yanqui, que decía -según cuenta
el P. Cappa haberle
oído-que «el más imperdonable error de los
españoles fue no exterminar a los indios»
(Estudios sobre la do­
minación española en América, pág. 104 ). Se comprende que el
adagio inglés que acabamos de copiar lo presente así un autor nor­
teamericano: «The Spaniards dit not accept the english dictum,
that the only good indians were dead indians» (Rd. Gerald J. Gea­
ry Transfer of Ecclesastical Jurisdiction in California. Hist. Records
and Studies, vol.
XXII, pág. 104, Nueva York, 1932).
«Los holandeses, en la parte que conquistaron del Brasil
-nos
dice P. Lozano en su Historia de la conquista del Paraguay, ria
de la Plata y T ucumán-nd dejaron tiranía que no ejercitasen, ni
maldad que no pusieran por obra. Léase el libro cuarto de
Ca­
triosto Lusitano, escrito por el licenciado P. Maestro Fray Rafael
de Jesús, donde
se verán los estragos de la religión católica, los
59
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS
martirios crueles que hicieron padecer por su defensa, la codicia
sin freno; la justicia enormemente violada; los estupros cometi­
dos con descaro
... las leye& sirviendo de base para los fraudes y
un desorden tal y en todo y en todos
los ministros, que hizo poco
estable su imperio y
obligó a que se pusiese de parte de pocos
portugueses todo el poder de la divina justicia, para arruinar y
desarraigar de aquel reind k soberanía holandesa, que prometía
el dominio perpetuo de aquellos estados» (lib.
III, cap. 3 ).
Y de Norteamérica esta breve pincelada, que se podría fácil­
mente alargar y la puede encontrar más amplia el lector en Bayle
(España en Indias, 1934, pág. 366). Escribe así Gerhard Venzmer
en un artículo publicado
enDas Neue Reich (17 enero 1932), que
es un fragmentd de la obra del mismo autor
New York ohne
Schminke,
es decir, «N. Y., sin afeites».
60
Cuando hace cuatro siglos el hombre blanco comenzó a
poblar
la tierra yanqui, había en el terreno de los Estados
Unidds de ahora alrededor de un millón de indios. Este
número
se ha reducido al actual de 230.000, y decrece de
modo espantoso, mientras que el número
de los negros se
acrecienta rápidamente en una proporción de cuatro por uno
con relación a los blancos. Así con un ritmo parecido
al que
los negros llevan en su movimiento ascensional, caminan
los indios -antiguos señores de la tierra-a su completo
aniquilamiento como raza.
Comd los negros, también muchos de los pieles rojas se
han acomodado a la civilización del hombre blanco; mu­
chos viven en las ciudades, como hombres de carrera, po­
líticos, médicos, . actores de teatro. Pero la gran mayoría de
ellos han
sidd concentrados en las «Reservations», con muy
triste suerte. Quien sabe la mísera condición de estos
cam­
pamentos de indígenas, quien conoce con qué afrentosa tu­
tela el Indians-Office de Washington detenta las legítimas
propiedades de los antiguos dueños de América, siente el
sarcasmo de que tales hechos
se den con todo cálculo en
aquella misma tierra que quiso hacer feliz al mundo procla­
mando con _frases sonoras la «ptotección a las minorías»· y
el «derecho de los pueblos a decidir de sus destinos».
Como conclusión de esta breve
y rápida ojeada por· lo que
Fundaci\363n Speiro

ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERlCA
fueron otros comportamientos de colonizadores no españoles, se
impone aquella expresión de Solórzano. «Quisiera yo muchos me­
tieran la mano en su pecho, los que en esta parte nos calumnian
y muerden, y digan si no hubieran hecho mayores daños y excesos,
si les hubiera cabido en suerte nuestras conquistas»
(Polltica in­
diana,
lib. I, cap. último).
Fray Bartolomé de Las Casas, ¿precursor de la Teología de la
Liberación?
Si en aquellos comienzos del descubrimiento y conquista del
Nuevo Mundo por los españoles se cometieron atropellos e injus­
ticias, encomenderos hubo que abusaron y explotaron
al indio y
la Administración no respetó a veces derechos y libertades,
des­
graciadamente esta página de la historia de aquellos pueblos pa­
rece que hoy vuelve a repetirse, a juzgar por las noticias que nos
llegan del malestar reinante eo aquellas entrañables tierras. Porque
ante esa situación .de explotación e injustica --con nuevos matices,
con nuevas modalidades, pero siempre en el fondo la misma in­
justicia-se ha levantado un clamor de justicia y liberación. Cla­
mor que ha resonado con especial énfasis, como era lógico, en la
conciencia crítica de la Iglesia ; y ha dado origen, principalmente
en
el Perú y en el Brasil, a la llamada «Teología de la Liberación».
Digamos brevemente que
la Teología de la Liberación es una
respuesta desde la
fe al grave problema de injusticia y opresión
que tiene planteada la sociedad actual. Pero adviértase que
es «un
fenómeno extraordinariamente complejo», que va «desde posicio­
nes radicalmente marxistas hasta las que
se sitúan en el punto
exacto de
la necesaria responsabilidad del cristiano respecto a los
pobres y oprimidos en
el contexto de una teología eclesial correc­
ta» (Ratzinger
). El peligro de desviación de . esta Teología hacia
posiciones marxistas es grave. Roma acaba de darnos la voz de
alerta en una reciente «Instrucción sobre algunos aspectos de la
Teología de
la Liberación» (6-VIII-1984).
Decimos todo
esto por dos razones: primera, porque con
61
Fundaci\363n Speiro

BALT.A.SAR PEREZ ARGOS
ocasión del centenario de Las Casas (1474-1566), los teólogos de
la «Teología de la Liberación»
-la que acaba de denunciar la
Iglesia-han creído ver en la postura crítica de Las Casas, y de'
más misioneros españoles, un antecedente y una justificación de su
teología (cfr. André-Vincent,
Las Casas et les theologiens de la
liberation: puisse-t-il etre leur ancetre? L'Homme Nouveau, enero,
1985). Segunda, porque así aclararemos mejor, por contraste, el
sentido de aquella denuncia.
¿ Se puede pensar con algún fundamento que la denuncia hs­
casiana constituye de alguna manera un antecedente en Hispano­
américa de la moderna Teología de la Liberación? Evidentemente
que no. Ni
los objetivos, ni los fundamentos teológicos, ni menos
el procedimiento de esta Teología de 1a Liberación, fundada en
una lectura política del Evangelio y en la lucha de clases,
cosas
ambas que se derivan lógicamente del análisis marxista que esta
Teología utiliza, nada tienen que ver
con el pensamiento teológico
lascasiano. Léase atentamente esa Instrucción y se verá.
La Teología de la Liberación, al localizar el mal principal y
únicamente en las estructuras económicas, sociales o políticas ma­
las y no en el pecado personal, promueve lógicamente una denun­
cia subversiva y pone como primer imperativo la revolución radical
de las
estructuras sociopolíticas vigentes (IV, 15). Por el contra­
rio, la denuncia lascasiana
-exagerada sin duda en su forma y
expresión-es con todo una denuncia constructiva, que v-a a re­
mediar el mal, la injusticia, y no a subvertir el poder constituido
legítimamente.
Es una .denuncia que pasa por el rey, al que reco­
noce como Suprema Instancia, la única que puede resolver defini­
tivamente
la injusticia. Por eso acuden al rey confiados todos los
misioneros en slls «memoriales de denuncias», a los que ·acompa­
ñan· los «memoriales de remedios». Lo hemos visto. Están con­
vencidos -tales son los fundamentos del sistema político que
aceptan y
viven-que la autoridad y el poder real deriva de Dios,
que
es participación del poder y de la justicia divina. ¿Cabe, por
consiguiente, apelar a una fuerza moral mayor, que ordene y corri­
ja la injusticia? Y lo mismo el rey -que acepta y vive el mismo
sistema~ se siente rigurosamente responsable ante Dios del po-
62
Fundaci\363n Speiro

ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
der que ha recibido de El, no para sí, sino para ejercerlo exclusi­
vamente en beneficio del pueblo. Esta responsabilidad apretaba
enormemente la conciencia real para actuar como Dios quería -y
no como se les antojara a ellos-en bien del pueblo. De ahí el
que tuvieran una junta de teólogos, a quienes pedían parecer en
las
cosas del gobierno del Reino, a fin de gobernar no caprichosa­
mente, sino como Dios quería, de quien tenían el poder para bien
del pueblo. Esto era
lo que daba confianza y fuerza a las denun­
cias de un Las Casas y demás misioneros, al presentarlas al rey.
Y bien supieron nuestros reyes cumplir en conciencia esta mi­
sión de velar por el bien de los indios, como correspondía a sus
deberes de soberanos, para lo que no dudaban en consultar, venido
el caso, a teólogos competentes y tan competentes en derecho de
gentes, como
el que fue su fundador Fray Francisco de Vitoria.
Más de una
vez se dirigió el Emperador Carlos V para pedirle su
opinión. Desde Toledo a 31 de enero de 1539 le escribe para so­
meter a su consideración ciertos capítulos y dudas que «en la
Nueva España, que es en las nuestras Indias del mar Océano
1 se
han ofrecido acerca de la instrucción y conversión de los natura­
les dellas a nuestra santa fee», las cuales vistas en
el Consejo de
Indias «por ser como son cosas teologales, ha parecido que
con­
viene que sean vistas y examinadas por personas teólogas, e yo
por la buena relación qne de vuestra persona, letras e vida tengo,
he acordado de os
las mandar remitir, para que como celoso del
servició de Dios nuestro Señor e vuestro
1 y como cosa que tanto
impdrta a nuestra santa fe católica y descargo de nuestra real con­
cienci~1 las veais y deys en ellas vuestro ... ».
Ante esas denuncias, que los mismos reyes solicitaban y procu­
raban de los religiosos y misioneros, pusieron los reyes mano dura
para reprimir excesos y abusos y toda clase de injusticias de los
españoles, sus vasallos, tan vasallos como los indios de aquellas
tierras, a quienes también se debíari.
Cuando Carlos V, en la llamada capitulación deToledo, accede
a que Francisco Pizarra realice su famosa expedición, incluye ésta
c!áusula:
63
Fundaci\363n Speiro

BALT ASAR PEREZ ARGOS
«. . . a condición de que hayais de llevar y tener con
vos ...
asimismo personas religiosas y eclesiasticas, que po;­
Nos serán señaladas, para la instrucción de los indios y na­
turales de aquellas provincias a nuestra santa fe catolica,
con cuyo parecer y
no sin ellos, habéis de hacer la conquis­
ta, descubrimiento y población de aquella tierra».
Y parte
así la expedición llevando consigo a seis misioneros
franciscanos, uno
de ellos el famoso Fray Vicente de V alverde.
Esta preocupación
es constante en nuestros Reyes. Cuando en
1511
el rey católico reúne un Consejo de Indias, en la primera
ordenanza leemos:
Según la obligación y cargo con que somos Señor de
las Indias y Estados del mar Océano, ninguna cosa desea­
mos
más, que la publicación y ampliación de la Ley evan­
gélica y la conversión de los indios a nuestra santa fe cató­
lica. Y porque a esto, como
al principal intento que tenemos
enderezamos nuestros pensamientos y
cuidados: mandamos
y cuanto podemos
enea.gamos a los de nuestro Consejo de
Indias, que pospuesto todo otro respecto de aprovechamien­
to e interés nuestro, tengan
por principal dudado las
cosas de la conversión y doctrina y sobre todo se desvelen
y ocupen sus fuerzas y entendimiento en proveer Ministros
suficientes para ella, poniendo todos los otros medios
nece­
rios y convenientes para que los indios y naturales de aque­
llas partes
se conviertan y conserven el conocimiento de
Dios nuestro Señor, a honra y alabanza de su santo Nombre.
De manera que cumpliendo Nos en esta parte, que tanto nos
obliga
y a que tanto deseamos satisfa=, los del dicho Con­
sejo descargarán sus conciencias, pues con ello descargamos
Nos la nuestra.
Ya desde los principios, en las navegaciones y conquistas acom­
pañaban siempre a navegantes y soldados, clérigos y religiosos de
diversas órdenes, muchas veces según la ocasión
se presentaba o
conforme
al gusto del capitán. No hay capitulación entre la Corona
y particulares
· para conquistas o dar título de adelantado o gober­
nador, donde no se imponga la obligación de llevar sacerdotes y
religiosos que,
además de cuidar espiritualmente de la hueste, re-
64
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
cibían del rey como encargo más · principal, el de templar los ar­
dores de la guerra y proteger a los indios (F. Mateo,,
La Iglesia
americana durante el reinado
de Carlos V, Madrid, 1958, cap. 2.8).
Y los indios, efectivamente, se sentían amparados y protegidos
por la ley y la justicia real, hasta el punto que pondera Giraldo Díaz
de Alpuche, encomendero de Yucatán. Es
significativo el testimo­
nio:
Con el favor que tienen de los religiosos e con el favor
que tienen de ellos y
de las justicias, son desvergonzados y
ocasionados
para que los españoles pongan las manos en ellos.
Y si
algún español les da, aunque sea hacerles poco mal,
se van a quejar a la justicia, y
el español es castigado en pe­
cunia. Y ellos dan ocasión para que los españoles pongan las
manos en ellos para que les den
algo. Y los más desvergon­
zados y mayores vellacos son los que se crían con los frailes
y en las escuelas
(Codoin, 2, t. XIII, pág. 212).
En 1565 se ordena parar el edificio de una casa que en México
construía el oidor Puga, porque era a costa de los indios (Disposi­
ciones complement. a las leyes
de Indias, t. III, pág. 227). En
1761
se manda cerrar el obraje de don Baltasar de Santo, por atro­
pellos a los indios que allí trabajaban (ib., t. II, pág. 184). Llegó
a Felipe II la queja de que Remando de Herrera, relator de Mé­
xico, se había desmandado contra los indios del pueblo de Ocuma.
Pues bien, el rey expide
R. C. ( 11 de agosto 1552) ordenando se
examine el caso y hallada culpa se prendiese al relator y se le
aplicase castigo. Así podríamos seguir. «Es cosa que pasma trope­
zar con cédulas enderazadas a reprimir una tropelía
contra el indio
de una aldehuela,
más perdida en el imperio español, que una hoja
en
los bosques tropicales» (Bayle, España en Indias, pág. 293 ).
Como dice André-Vincent en el artículo arriba citado: «Las
leyes de España y la justicia española en las Indias protegieron
durante
tres siglos las libertades indígenas. Después de la inde­
pendencia, en el siglo xrx, bajo
el. imperio de olirgarquías criollas
y de la libra esterlina, las
legislaciones liberales apuntaron a des­
truir las comunidades de indios con el pretexto de la liberación
de los indios.
La resistencia india a estas leyes se manifestó con
65
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BALT ASAR PEREZ ARGOS
las armas en la mano. Legitima defensa y muy "justa guerra" de
parte de los indios, como les había profetizado,
el gran defensor
de ellos, Fray
Bartolomé de Las Casas».
Una muestra de la "leyenda negra" hoy.
Para actualizar el contenido de este artículo nos hemos acercado
a la revista
Concilium, que dedica un número monográfico a con­
memorar el V Centenario del descubrimiento y colonización de
Amética. El título general que se da a este número
nos sirvió de
attacción: «Teología del tercer mundo. 1492-1992.
La voz de las
victimas». Y lo primero fue exttañeza. Porque si mal no enten­
demos,
la Teología no es ni del primero, ni del segundo, ni del
tercer mundo. La Teología,
si es algo congruente y presentable,
es una reflexión sobre Dios, fundamentalmente sobre los datos
que Dios
se haya dignado revelarnos de sí mismo. Esto y nada
más que esto. La Teología nos habla de Dios, no del tercer mun­
do. Esos genitivos, que hoy son corrientes
-teología de ... -
no tienen sentido; son más bien manifiestos camuflados y adjeti­
vados pará engaño de incautos. Por si fuera poco, la segunda
ex­
ttañeza fue el subtítulo, La voz de las víctimas. ¿De qué se ttata?
¿A qué
se nos invita? ¿Al estudio de un tema histórico de la
envergadura del descubrimiento de América, o a la asistencia a
un mitin subversivo? Ese subtítulo tiene
más visos de esto se­
gundo que de lo primero.
No dando
más importancia al título y subtítulo, nos dirigi­
mos con interés a los artículos, fijándonos en
dos que por la am­
plitud del tema nos atrajeron particularmente la atención, puesto
que mejor servían a nuestro propósito. El primero, firmado por
E. Dussel, Las motivaciones reales de la conquista; el segundo,
de
P. Richard, 1492: la violencia de Dios y el futuro del cristia­
nismo.
Los dos nos bastaron y sobraron para no seguir adelante.
El mal sabor que
nos dejó el título y subtítulo, no sólo no lo
quitaron, sino que lo aumentaron hasta producimos náuseas. ¿Es
posible que
se escriban y en revista que se tiene por seria y cien­
tífica en alto grado, artículos de ese calibre, sin la menor com­
probación científica de afirmaciones muy graves, con un estilo y
una intención hiriente
no disimulada, más de un paranoico que
de un historiádor científico?
Empecemos con el primer artículo, de E. Dussel, autor fe-
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO. DE AMERJCA
cundo por lo que se autocita. En el párrafo que parece más ad
hoc -«Las motivaciones de la conquista»-nos dice:
Debe comprenderse,
en primer lugar y de manera global,
que la «motivación» fundamental
es el cumplimiento de un
«ideal de la cristiandad», que, sin embargo, nd era ya feudal
o medieval, sino renacentista, primer momento de la moder­
nidad. Sin embargo, las «motivaciones» no se han diferen­
ciado todavía. La unidad de las motivaciones políticas, eco­
nómicas, culturales o religidsas se dan en una estructura
indivisible. Pero, por ser
un primer momento de la moder­
nidad, es ya un mundo capitalista (dinerario-mercantilista)
naciente.
La «riqueza» es el oro, no todavía el capital in·
dustrial propiamente dicho:
Y sigue a los dos puntos
una breve cita de Bartoldmé de Las
Casas ; edil lo que le parece al autor suficientemente probada su
afirmación, como vamos a ver. La cita de Bartolomé
de Las Ca­
sas es la siguiente: «La causa porque han muerto y destruido tan­
tas y tan infinito númerd de ánimas los cristianos, ha sido sola­
mente por tener por su fin ultimo el oro y henchirse de riqueza
en muy breves días y subir a estados muy altos y sin proporción
a sus personas»
(Brevísima relaci6n de la destrucci6n de las In­
dias, Buenos Aires, 1966, pág. 33);
Con esto continúa así nuestro autor:
Queda bien inclicadd, de manera simultánea, la motiva­
ción (causa) de la riqueza ( el oro, el dinero del mercantilis·
mo) y
el «honor» que busca el hidalgo ( o el que pretende
serlo «sin proporción a su persona»). No es como en el caso
de la Compañía de las Indias orientales u occidentales de
los holandeses o ingleses, una motivación esencialmente
ca­
pitalista. Es algo anterior, y por ello, sin contradicción con
el «ideal de cristiandad» en la Reconquista contra los mu­
sulmanes ( donde la defensa de la fe, la obtención del hondr
y la riqueza eran motivaciones simultáneas) (págs. 406, 407).
Esta
es toda la prueba con la que se satisface el autor, puesto
que dice «queda bien indicado». Siguen páginas tan brillantes
y
tan comprobativas de las «reales» motivaciones de los españoles
en la coldnización de América, como la que acabamos de citar.
La gran «motivación» fue la
sed de oro. En todos, desde los re-
67
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BALT ASAR PEREZ ARGOS
yes hasta el último aventurero. Son afirmaciones sin prueba ni
contraprueba alguna. Desde luego,
más crédito, infinitamente
más crédito nos merecen las afirmaciones y alabanzas que los
Sumos Pontífices
han prodigado a España por su maravillosa obra
cultural, social y religiosa, realizada en América.
El señor E. Dussel termina su
artículo con este párrafo que
indica
su espíritu y talaote:
Querríamos
terminar indicando que ante la «caída del
muro de
Berlíni> --que separa Oeste/Este-en noviembre
de 1989, será necesario ahora considerar, para destruir
tam­
bién un muro inmensamente más largo y alto, que divide
a los países ricos
del capitalismo de los países pobres
capita­
listas
y de «mercado libre». El muro Norte/Sur debería
ahora ser el tema y debería recordarse que comenzó a edifi­
carse no en la
década de 1960, sino en 1492 y se celebrará su
triunfal efectividad en 1992 ( tornartdo invisibles en la ideo­
logía cotidiana y en
la teología hegemónica a los países mi­
serables del Sur).
Ni una palabra sobre el
testamento de Isabel la Católica, ni la
menor mención
de un libro, exhaustivo en esta materia, del ca­
tedrático argentino, Vicente Sierra, El sentida misional de la con­
quista de América, que es todo t:Ín tomo de 600 páginas, lleno de
documentación sobre los móviles que tuvo España para realizar
aquella hazaña,
la más alta que han visto los siglos. Así no se
hace ni se escribe historia. Así lo que se escribe -y está clara­
mente en el fondo de estos
dos artícul~ es Teología de la
Liberación, la mala,
la que ha condenado Roma.
* * *
Pasemos al segundo artículo, el artículo de P. Richard, 1492:
la violencia de Dios y el futuro del tristanismo. Para comprender
el estilo y la argumentación histórica que nos va a ofrecer, nos
bastará copiar
el comienzo. Dice. así:
La verdad de los hechos que comenzaron en 1492, en
lo que hoy es
América Latina y el Caribe, por ninguna razón
o pretexto puede ser desconocida u olvidada.
En 1492 llegó
la muerte a este continente: muerte de seres hum·anos, muer.:.
te del medio ambiente, muerte del espíritu, de la cultura ·y
la religión indígenas. Quisiera recordar brevemente aquí los
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
datos fundamentales de la muerte de la vida humana, que
es el punto culminante de todas las muertes.
Estudios modernos calculan la población indígena en
1492
al sur del Río Grande (hoy América Latina y el Cari­
be) en 100 millones
de habitantes. Es por tanto aterrador
el cálculo
de que ya no quedaban en 1570, sino 10 ó 12 mi­
llones de indígenas. Es, sin lugar a dudas, el genocidio ma­
ycir en la historia de la humanidad (pág. 429).
Así, con esta
rotundez y manejando millones, se hace «el ate­
rrador cálculo» de que un grupo de españoles, que llegó al Ca­
ribe y al continente americano, asesinó en menos de 80 años a
unos 90 millones de indígenas, más de un millón por año. Como
prueba
-parece-añade inmediatamente el autor: «Téngase en
cuenta que en aquel siglo Portugal tenía alrededor de un millón
de habitantes. España e Inglaterra
poco más de tres millones.
Ninguna ciudad europea, quizá con
la· excepción de París, era ma­
yor que la capital del Imperid azteca, Tenochtitlán, que a la llega­
da de Cortés en 1521 tenía 300.óOO habitantes».
Con esta
cdmparación y cont.raste de cifras parece que el autor
nos quiere decir que unos pocos asesinaron y acabaron con muchí­
simos. La conclusión
es evidente. «Es, sin lugar a dudas, el ge­
nocidio mayor en la historia de la humanidad». El argumento no
tiene vuelta de hoja. Según
los modos de la silogística que aprendi­
mos en lógica, el argumento es en «bárbara», pero tomando la
palabra no en el sentido simbólico de sus letras, sino como suena,
eti buen castellano.
No contento con esta primera evaluación de millones de indios
-----asesinados 90 millones en menos de 80 años-el autor se ve
obligado a completarla añadiendo un dato .muy conocido de todos
en la historia de la colonización española: los negros traídos de
Africa. Dice así líneas
más adelante el autor:
Además del genocidio indígena, tenemos en América La­
tina la esclavitud de los negros traidos del Africa. Es tam­
bién un genocidio prolongado y en profundidad.
"En Amé­
rica Hispana durante el período colonial fueron traídos tres
millones de esclavos negros. En Brasil fueron cuatro millo­
nes hasta 1850. A esto hay que sumar tres millones de es­
clavos negros en el Caribe inglés y francés. En total 10 mi­
llones de esclavos negros en América del Sur y el Caribe
( estos datos son todavía conservadores;
otros autores du-
69
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BALT ASAR PEREZ ARGOS
plican estas cifras ; el número todavía aumenta si se toman
en cuenta todos los negros que murieron en
el tráfico mis­
mo de esclavos)» (pág. 430).
Puestos a echar millones de «indios y africanos», que
murie­
ron en la esclavitud y en el tráfico mismo de esclavos, todo resulta
«aterrador» como muy bien dice
el autor, y se queda corto. Ahí
están la cifras,
ahí están los millones de indios y de africanos.
Pero,
¿y las pruebas? ¿D6nde están?
Dejando, pues, a
un lado números y estadísticas, cuya exagera­
ción y
falta de pruebas salta a la vista, pues, con el autor, por lo
visto, no merece la pena entretenerse en ello; entrémonos con el
autor -que es también lo que le interesa a él-en la causa, si no
exclusiva, evidentemente, pero sí
principal, principalísima, de todo
este genocidio. Esta causa la
pone de manifiesto el autor, como
terna fundamental del artículo, en el enunciado del

mismo: «la
violencia de Dios», la violencia de la
teolcigía. Nunca hubiéramos
paradd mientes en que en. Dios hay violencia, que la teología pue­
de ser violenta ;

y que esa violencia de Dios y de
la teología pue­
dan ser y ha sido causa de un genocidio, el más grande geno­
cidio de la historia. Es muy dura esta afirmación. Pero así, sin
paliativos,
nos lo afirma el autor y trata de explicarla y confirmar-
la. Este
es su artículo. Dice asf: ·
70
El genocidio y la masacre que comenzó en 1492 no hu­
biera sido posible sin una teología adecuada.
La violencia
histórica fue acompañada por
la violencia teológica. No po­
demos .entrar aquí en la compleja discusión teológica del
siglo
XVI. Quisiera concentrarme a manera de ejemplo en un
teólogo de este
siglo: Juan Ginés . de Sepúlveda. Y en una
de
sus obras: «Tratadd sobre las justas causas de la guerrá
contra los indios». Sepúlveda nació en España alrededor 1490 y terminó de escribir su tratado en 1545. ¿Por qué
elegir a este teólogo? Primero, porque
es normalmente ig­
norado. Segundo, porque representa la antítesis de Bartolo­
mé de Las Casas. Tercero, por ser un teólogo tremendamente
lúcido y universal ( dice claramente lo que todos piensan
y
hacen) y, por último, y lo más importante: es un teólogo
que usa la teología para romper con la tradición bíblica y
teológica y
para someter la teología a la racionalidad histó­
rica de la conquista, que él llama «derecho natural» ... Usaba
la teología
para impedir que se hiciera una crítica teológica
de
la dominación» (pág. 4).
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
Violencia de Dios, violencia de la Teología. ¿De qué Teolo­
gía se trata? ¿Cuál fue esa Teología, cuya «violencia» sirvió de
criterio a la España descubridora y colonizadora para acabar con
e1 indio, su ambiente, su cultura, su religión? El autor se «con­
cwtra únicamente» en Ginés de Sepúlveda, como representante
de
esa Teología. ¿Por qué olvida o deja de un lado a un Vitoria
y a toda la gran escuela salmanticense, fundadora del derecho
internacional, que nació, precisamente al definir y defender los
derechos de los indios de América?
Si algún teólogo, si alguna
Teología tuvo parte e influyó en el comportamiento de
xeyes y
legisladores en lo que España hizo o dejó de hacer en América,
fueron sin duda los brillantes teólogos de la escuela de Salaman­
ca. ¿Y esa teología fue violenta? ¿Fue violenta contra los indios?
Si esa teología algo enseñó a los Reyes de España y ellos tuvie­
ron buen cuidado de observar y aplicar, fueron
los derechos ina­
lienables de
los indios, derechos cuyo desarrollo constituye todo
el meollo del derecho internacional actual, llamado entonces «de­
recho de gentes». Para nuestro articulista lo mismo le da un teó­
logo que otro. Es verdad, puesto que la teología de cualquiera
de ellos
es la que llevaron los españoles a América y . con ella el
anuncio salvador del Evangelio de Cristo. «El español, hasta
el
aventurero, llevaba a Jesucristo en el fondo de su alma y en la
médula de su vida y era por naturaleza apóstol de su fe» ( Car­
denal
Gomá, 12-X-1934 ). El testimonio que a este respecto da
Motolinia
al Emperador Carlos V, en carta del 2 de enero de
1555, sobre Hernán Cortés
es extraordinario. Es tan hermoso el
testimonio y tapa de tal manera la boca a nuestro articulista, que
no puede menos
de transcribir algunas líneas; todo él, por lo lar­
go,
es imposible. Si alguien conoció a Cortés y fue testigo de sus
hechos es, sin duda, Motolinia. Dice así:
Siempre que
el capitán tenía lugar, después de haber
dado a
los indios noticia de Dios, les decía que lo tuviesen
por amigo, como a mensajero de un gran rey, y en cuyo
nombre venía, y que de su parte les prometía serían
ama­
dos y bien tratados, porque era grande amigo del Dios que
les predicaba
... Amonestaba y rogaba mucho a sus compa­
ñeros que no tocasen a los indios ni a suS cosas, y estando
toda la tierra llena de maizales, apenas había español que
osase coger una mazorca y porque un español, llamado Juan
Polanco, cerca del puerto
entro en casa de un indio y tomó
cierta ropa, le mandó dar cien azotes, y

a otro llamado
Mora, porque tomó una gallina a indios de paz, le mandó
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BALTA-SAR PEREZ' ARGOS
ahorcar y si Pedro de Alvarado no le cortase la soga, allí
quedara
y acabara la vida. No quería que nadie tocase a
los indios y
los .·cargase, so pena de cuarenta pesos ... Por
este capitán nos abrió Dios la puerta para predicar su Santo
Evangelio;.
y éste puso ,a los indios que tuviesen reverencia
a los
Santos Sacramentos, y

a los ministros de
la Iglesia
acatamiento, .. (Colee. docum inédito, tomo XX, pág. 213,
Motolinia
).
Pero esta teología, que llevó España a Amética fue, a los ojos
de nuestro autor, una teología de la violencia, que produjo un
genocidio y masacre de millones de indios.
Lo peor es que aque­
lla «situación de muerte de los indígenas, hoy día sigue siendo la
rr.isma desdé 1492. El genocidio sigue en países como Guatema­
la.
En casi todas partes, a los indígenas se les quita la tierra d
son reducidos a "reservas indígenas", en donde las etnias viven
como en tierra
prestada o hipotecada, pues no tiene mayor pro­
tección jurídica .•.
Las Iglesias dominantes siguen siendo europeas,
occidentales, blancas. Se prohíbe
y se reprime el surgimiento de
una Iglesia india.
Se prohíbe una liturgia indígena. Se margina
la
religión indígena, se reprime una teología de la vida del indíge­
na.
Hay muy pocos obispos y presbísteros indígenas» (pág. 436).
Es claro. La teología que llevaron los españoles a América,
causante del mayor genocidio de la historia, que desgraciadamente
continúa, es la teología
de la cristiandad -como la llama el
autor-, la teología europea y occidental, que contrapone a la
Teología de
la Liberación. Esta es la teología que salvará a Amé­
rica, salvará al indio ; a condición de que expulse y se oponga
dialécticamente a aquella Teología
que apareció en América en
1492; teología que prohibió la lituriga indígena y marginó la re­
ligión indígena, su cultura, sus sacrificios, en una palabra, su vida.
De ahí que el autor hable de genocidio. A la Iglesia no le queda
otro remedio, concluye nuestro autor, si quiere recuperar su cre­
debilidad ante el indio, que renunciar a aquella «teología de la
violencia»
y lanzarse, sin paliativos, por la Teología de la Libera­
ción, que es la teología que nació en América Latina y salvará a
América Latina;
y dejar de ser una Iglesia, inserta en un régimen
de cristiandad, aunque ya no sea
colonial.
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Si · la Iglesia, inserta en el régimen de cristiandad colo­
nial, participó y legitimó la conquista y el genocidio indíge·
na, esta Iglesia sólo puede
recuperar su credibilidad en la
defensa de
la vida del indígena. No se trata solamente de una
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ANTE EL V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
obra de caridad, de compasión o de opción puramente pre­
ferencial.
En la vida del indígena está comprometida la gloria
de
Dios, la esencia del Evangelio y el futuro de la Iglesia.
Después de 500 años la vida o muerte de la Iglesia está
esencialmente ligada a la vida o muerte
del indígena.
La Iglesia entró definitivamente en la historia del indí­
gena ; como cristiandad, entró para su muerte ; como Igle­
sia, sólo puede ser signo de vida
al intetior de su historia,
si salva la vida del indio.
Salvar la vida del indio
es salvarlo como pueblo, como
etnia, como raza; es salvar su vida física, salvar su tierra,
su trabajo, su salud, su casa, su educación, su cultura y re­
ligión, su medio ambiente, su participación, su identidad, su
espiritualidad, su libertad, aquí se juega la vida de la Iglesia
y la credibilidad de Dios (pág. 436).
Más claro, agua. Todo, menos la salvación del alma, menos
vida sobrenatural, único objeto de la auténtica teología, la que
impulsó
y motivó la gran gesta de España en América, instrumento
escogido por la Divina Providencia para llevar la Buena Nueva del
Evangelio a aquellas gentes e implantar allí la Iglesia de Cristo.
Pero una Iglesia, la de Cristo,
no «esencialmente ligada a la vida
o muerte del indígena», co'mo quiere nuestro autor; ni que «sólo
puede ser signo de vida al interior de su historia, si salva la vida
del indio», salvación que consista en «salvarlo como pueblo, como
etnia, como raza; salvar su vida física ... su cultura, su religión ... »
Nada de eso. Pero, ¿cómo se puede disparatar así? Sencillamente
defendiendo
y afirmando nna Teología de la Liberación, que «como
tal
es nna perversión del mensaje cristiano tal como Dios lo ha
confiado a la Iglesia», nos dice el Cardenal Ratzinger en la Ins­
trucción que sobre
algunos aspectos de la « Teología de la Libera­
ción», publicó la Sda. Congregación para la Doctrina de la Fe
el
6 de agosto 1984 {IX, 1: Traducción «teológica» de este núcleo).
Si no hemos comprendido alguna vez. lo que es la Teología
de la Liberación, en su interpretación genuina
y original -fenó­
meno importante en estos momentos para los católicos de Hispa­
ndamérica-, ahora tenemos la ocasión; nos la facilita este artícu­
lo, presentándola como la antítesis de la que llevaron allá los es­
pañoles. Su último párrafo, con el que se cierra el artículo, es más
que elocuente: Lo titula: «Una ·hermenéutica bíblica indígena».
Copiemos
el comienzo:
Juan Pablo
II, cuando visitó el Perú, recibió nna carta
abierta de varios movimientos indígenas, donde
se deda:
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BALT ASAR PEREZ .ARGOS
Nosotros, indios de los Andes y de América, decidimos apro­
vechar la visita de Juan Pablo II para devolverle su Biblia,
porque en cinco siglos no nos ha dado
ni amor, ni pa.z, ni
justicia. Por favor, tome de nuevo su Biblia
y devuélvala
a nuestros opresores, porque ellos necesitan sus preceptos
morales más que nosotros. Porque desde la llegada de Cris­
tóbal Colón
se impuso a la América, con la fuerza, una cul­
tura, una lengua, una religión y unos valores propios de
Europa. La Biblia llegó a nosotros como parte del cambio
colonial impuesto. Ella fue
el arma ideológica de ese asalto
colonialista. La espada española, que de día atacaba
y asesi­
naba el cuerpo de los indios, de noche se convertía en la
cruz, que atacaba
el alma india».
Este texto nos desafía y nos urge a la conversión, pero
yo creo que debemos tomar una actitud más radical y dia­
léctica: no devolver la Biblia, sino apropiamos de ella. El
problema no está
en la Biblia misma, sino en la interpreta­
ción que
se hizo de ella. Los indígenas deben definir una
nueva hermenéutica para descolonizar la interpretación de la
Biblia
y apropiarse de ella desde la perspectiva indlgena.
La Biblia nos
da testimonio de la palabra de Dios, pero
también es
el canon o criterio de discernimiento de la pala­
bra de Dios hoy día. Es importante que
el pueblo de Dios
indígena
se apropie de este canon para hacer con la Biblia
un discernimiento
· profético del cristianismo y una crítica
radical a la cristiandad, para que la Biblia
y el cristianismo
recuperen su credibilidad destruida por la cristiandad
colo­
nial» (págs. 437-438).
Sí; esa es la gran meta de la Teología de la Lliberación, ha­
cerse del «criterio de discernimiento de la palabra de Dios hoy
día» ;
y darle con ello un codazd al Magisterio auténtico de la
Iglesia. Así «la Biblia y el cristianismo recuperarán su credibili­
dada» y
se pondtán en línea con lo que ese «pueblo de Dios in­
dígena» quiera. Democráticamente, se entiende. Hoy, evidentemen­
te,' es el marxismo. Porque, ¡ojo!, el marxismo ideológicamente
nd ha caído, como nos los quieren hacer creer, o por ignorancia
o. por astucia.
Que todos los «genocidios» de la historia sean como el que
realizó España en Hispanoamérica: llevar al indio la vida
sobre­
natural de hijos de Dios, hundiéndole consiguientemente en la
muerte, que simbdliza
el bautismo cristiano. Todo fue poco.
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