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El espíritu tradicional

EL ESPIRITU TRADICIONAL
POR
Luis MA.R~ SANDOVAL
A Alberto,
«Mánuel de Santa Cruz»,
que intensamente ha vivido
y cultivado la Tradición;
y · 1a ha transmitido.
Estamos familiarizados con la idea de que la sociabilidad es
connatural
al hombre, y de que existen diversos . principios ge·
nerales que rigen
la existencia de todas las sociedades. Así, el
principio del bien común, que es
la norma suprema de todas ellas ;
el de autoridad, que todas
precisá1r para poder encaminarse a
aquél; los principios organizativos de totalidad y de subsidiarie­
dad, y
los principios animádores de la vida social: piedad y soli­
daridad. Sin embargo, ho se suele considerar que la tradición es
también un principio constitutivo y rector de las sociedades, y
de enortne importancia.
Como vamos a ver, la rradici6n
es un proceso por el que se
transmite un legado. Pero la mayor responsabilidad en la corisu­
maci6n de esa transmisi6n es de la generación que, llegado el
momento de recibirla, asume
dicha herencia o rompe la continui­
dad con ella.
Esa adhesi6n a lo recibido depende de un espíritu
tradicional, el cual se puede y debe fomentar y educar, de lo cual
nos vamos a ocupar en este artículo.
Ante todo, para adherirse sensatamente a la tradici6n hay que
comprender primero su
fundamento, su valor y sus límites. Pata
ello vamos a presentar, a ·modo de_ apuntes .escuetos, ~nas nociO­
nes principales acerca de ella.
Verbo, núm. 301-302 (1992), 81-91 81
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LUIS MARIA SANDOVAL
Debe hacerse una salvedad previa. Ni la comunidad patria, ni
la tradición de los mayores, son valores absolutamente supremos.
Aun dando por supuesta
la sumisión a Dios y su moral, conviene
recordar que la patria está subordinada a la familia humana
de
las naciones. Y que la tradición es un medio al servicio del bien
social, para su transmisión, perduración y progreso; por consi­
guiente, su depósito no puede convertirse en un valor independi­
zado y fijo, inmutable de una vez para siempre.
Con la voz tradición se entienden dos cosas ligadas pero
dis­
tintas. En primer lugar, la continuklad a lo largo del tiempo en
uná comunidad de usos e instituciones, esto es, el proceso de
transmisión entre generaciones ; de otra parte se llaman tradicio­
nes a dichas instituciones y costumbres concretas que han sido
heredadas y
se mantienen en vigor: el acervo acumulado y que
se transmite a su vez de nuevo. Pero la existencia de
tradición
en ambas acepciones, de modo que se aprecien y perpetúen en
vez
de disiparse, requiere un ánimo tradicional.
Propiamente,
la tradición es connatural a la vida social, y
más especificamente es elemento inexcusable de la civilización.
Pero en ella se puede ver una similitud con los
hábitos que con,
figuran la vida de los individuos. Las tradiciones equivalen ·a
hábitos sociales, y como el hombre es animal de costumbres las
sociedades son entidades de tradiciones.
Lo primero de toda tradición entendida como proceso es el
momento de conservaci6n ; s6lo después procurará depurar, · inno­
var y superar lo conservado. Pero lo más esencial de la tradición
es siempre la continuidad.
La tradición es el progresd social acumulado (1 }. La consti­
tuyen progresos que han cuajado en
éxitos (2). Por su mismo
( 1) Sin tradición todas las ·generaciones se encontrarían ante el des­
proporcionado ·reto_ de progresar por sí mismas y en el transcurso de su
vida partiendo siempre del Paleolitico. Desarrolló particularmente esta idea
Juan
Vázquez de Mella en su discurso en el Parque de la Salud de Bar­
celona (17-V-1903). Vid. Obras Completas, tomo XV (Politica Tradicio­
nalista, I), Barcelona 1932,
págs. 156-166.
(2) La frase es de Jean Royer. Debe entenderse que se trata de éxitos
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EL ESPIRITU TRADICIONAL
fundamento es de naturaleza dinámica, abierta. La generación
antetior,
de forma natural, lega; la genetación siguiente recibe,
conserva, continúa y -si puede, lo cual .nd ocurre .siempre-:­
mejora; o por el contrario, descuida y rechaza alguna de estas
acciones. Es claro que el protagonismo y responsabilidad de esta
última
es mayor (3 ).
El acervo de la tradición atraviesa una doble selección. Pri­
mero la natural: no todo lo
hecho posee fuerza intrínseca para
perdurar, ni aun siquiera en la memoria; y luego la moral: no
todo lo sobresaliente
se ha de juzgar merecedor de set perpetua­
do (4).
La tradición es una continuidad viva. Se trasmite en el interior
de un ambiente. En todo caso por maestros -ex auditu (Rom.
10,17)--, peto no por meros libros (5).
La tradición representa el arraigo en el tiempo, y, como la
biografía en el individuo, constituye la propia identidad social,
aquel pasado con el que sus miembros se identifican.
Precisamente, la petsonalidad del hombre
se constituye por
un proceso de entiquecimiento con nuevos lazos, en tanto que
una desvinculación absoluta, si se consumara, le· reduciría a la
nada (6).
formalmente considerados respecto de la cualidad que se pretende transmi·
tir: as{, hay derrotas militares que, sin embargo, ilustran una. tradición de
comportamiento heroico; son éxitos del sentido del deber, no de la suerte
de las armas.
(3) Vid. ALVARO D'ORS, «Cambio y Tradición», en Verbo, núm.. 231·
232 (1985), págs. 113-116.
(4) Vid. FRANCISCO ELiAs DE TEJADA y OTROS, ¿Qué es el carlismo?,
Ediciones llscélker, Madrid, 1971, págs. 93-96,
(5) Desde Ple.t6n se sabe que, siendo los escritos valiosísimos, la sola
escritura no garantiza ni siquiera una doctrina clara y duradera, pues no
es capai de redargüir y clarificarse de acuerdo con la necesidad del lector,
cuanto menos una forma de vida. Por eso hay que· repetir con Eugenio
D'Ors «¡Bienaventurado quien ha conocido maestro!» y comprender que
le. -madurez del hombre se expresa en la elección del propio maestro.
(6) Juan Pablo II pudo decir en Madrid (2-XI-1982) «La calidad de
una persona se puede medir por la categorfa de sus vfu.culos» (Vid. LuIS
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LUIS MARI.A' SANDOVAL
El valor apodíctico del ,acervo .de la. tradición se lo confiere
el ser un sistema
de soluciones ya probadas, mientras qúe el de
la revolución es un sistema de propuestas tentativas e hipotéti­
cas (7).
· La tradición '"--Continuidad perfectiva-debe ser la norma de
la vida social, y la revolución su excepción.
Es
lo que se ha denominado principio conservador: «Cuando
no es necésario cambiar, es necesario no cambiar» ( 8).
Al que se añade el principio reformista y gradual: «El creci'
miento paulatino de todas las cosas es una ley impuesta ·por la
naturaleza. Por tanto, en el campo de las instituciones humanas
no puede lograrse mejora alguna si no es partiendo paso a paso
desde el interior de las instituciones» (9).
La conciencia del proceso tradicional debe llevar a conside­
ramos, en idea de
: Bernardo de Chartres, enanos encaratnadcis a
los hombros de gigantes. Estamos
más altos y veinos más lejos;
esa ventaja
es real, pero muy poco del mérito de esa altura es
nuestro: los hombres de gran. talla ,son nuestros predecesores. El
tradicionalista es un hombre humilde y henchido de reconoci­
miento: piadoso.
La actitud tradicional se fundamenta en un sentido del deber
de la gratitud
-e incluso la fidelidad-para con los predeceso­
res, y en un sentido
del deber . de la solidaridad para con los su,
cesor.es, procúrándoles lo mejor, de que se dispone.
Peto también supone un deber ·para con nuestra propia esti-
MARÍA SANDOVAL, «La Iglesia ante los modernos intentos -de liberación•,
en Verbo, nfun. 267'268 (1988), págs. 1.001-1.002. ·
(7) Vid. GONZALO FERNÁNÓEz · DE LA MoRA, «Maeztu y·-la teoría -de
la Revoluci6n», estudio prelhninat al volumen Frente a la República de
Ramiro de Maeztu, Edicidnes Rialj,, Madrid;· 1956, pág[ 61.
(8) De este princlÍ;iio se deriva ef ·que ·«La instituci6n de nuevas leyes
debe reportar una evidéhte· utilidad ·~ue. jhstifi(Jue el abandono de ·aquellas
otras i::¡ue durante mucho-ti.eJnpó-"fueron ·consideradas equitativas» (DigeSto;
libro I, título IV, 'ley 2). Doctrina 'luego desarrollada pór SANTO' TOMÁS
DE AQUÍN'o ·en la SUma·Teológictl;.'1~IJae;-q .. 91, 'a:. 2
(9) 1uAN XXIII, Pacein f,nerris, § 162.
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EL ESPlRITU TRADICIONAL
mación: no desmerecer dd imponente prólogo que a nuestro
protagonismo
ha puesto la historia entera. Por eso, cuando la
palabra pasa a nosotros,
es preferible adherirse a lo ya dicho que
improvisar dislates por mor de originalidad
(10).
La tradición se apoya en la noción de la igualdad sustancial
de todos los hombres, no sólo espacial y racial, sino temporal. No
es lícito, ni tampoco sostenible, pensar que, durante milenios, a
los antiguos se les han
. ocultado las grandes reflexiones filosófi­
cas y morales, como si por sus diferencias de medios y experien­
cias hubieran carecido totalmente de intdigencia o sensibilidad.
Para la neolatría progresista existen realmente generaciones
su­
periores e inferiores, pero es soberbia ridícula y desprecio igno­
rante e iníusto pensar que el mundo comienza a pensar, por fin,
en nuestro tiempo.
Por d. ~ontrario, ~l pensar que generaciones de semejantes
nuestros han puesto en
práci:ic;a, aprobado y conservado una tra­
dición es lo que le confiere
llena pr;,.unción No
se puede ~er verdadero tradicionalista sin apreciar los es­
labones intermedios de una tradicién, .Sólo ellos !106 ligan natural­
mente a los origenes ; toda apelación exclusiva y directa a éstos
prescindiendo
de aqudlos será,, l!rtificiosa .. y pasible de manipula,
ción. Y en cambio, las generaciones intermedias representan ya
respecto de los orígenes una mayor:'experiencia acumulada, al
tiempo
más daborada y más próxima a nosotros ( 11 ).
Las. tradipones tienen origen, pero no se crean a voluntad:
las soluciones qúe se inventan, si re_sultan y perduran, llegan a
(10) En palabras de EUGENIO ffORs; «La vi_sión de la citltura como
una asamblea eri que todo e8t~ dicho a 'medias, Y donde, tras de habérse
oído
a Platón· .y Aristóteles, y a .San Pablo Y. a .Dante, y a Newton y hasta
Auguste
Comte; 'la. palabra pasa a .nosotros' es extraña aJ. Romanticismo.
Tan extraña a él. como a nosotl'Os llena dC atractivos _i~eales esta maner~
de la· tradición». (Int,oducd6n q · la vida calegial,J 1950).
(11)
Vid. Lurs MARÍA SANDOVAL, «Cultiv-ando el amor a la Iglesia»,
en Verbo, núm. 275-276 (1989), págs. 894'8%.
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LUIS MARJA_SANDOVAL
incorporarse a las, tradiciones, Las modas son tradiciones frustra­
das (12).
En cambio,
1118 tradiciones pueden truncarse en cualquier mo­
mento, por ruptuta deliberada o mera dejadez. Es necesario apli­
car actiyamente la voluntad a
velar por la tradición (por su legado
y por su continuidad), sin desmayar ni un instante.
La noción de tradición goza de un lugar preeminente en la
Iglesia Católica.
Los principios de la religión cristiana no son fru­
to de una especulación racional ahistórica, sino que proceden de
la Revelación Divina a lo largo de
la historia de Israel, m)minada
con la Encamación del Verbo en tiempos de Augusto. Y no sólo
han sido transmitidos por Dios a Israel y a
los primeros apósto­
les, sino que
los· designios de la Providencia han encomendado a
los fieles su transmisión
de generación en genetación, y sn pro­
pagación por el mundo entero. A este aspecto tradicional se
re­
fiere la nota de Apostólica de su Santa Iglesia, la cual remonta
y certifica su
testimonio· por· la sucesión apostólica.
Este sentido tradicionalde la fe cristiana está
ya recogido en
la Sagrada
Escritura, especialmente en las epístolas paulinas: re­
cordemos su «tenete traditiones» (II Tes., 2.14-15) entre otras
alusiones a las enseñanzas procedentes del Señor que
se han trans­
mitido y
se han de consetvar ( 13 ).
Y no sólo la Iglesia proclama la Tradición como fuente de
la Revelación ( 14
), sino que ha ido constituyendo una serie de
{12) MANuEL DE SANTA CRuz~ Apuntes y documentos para la historia
del tradicionalismo español 1939-1966, Tomo XXIII, pág. 163.
«Sólo puede crear una moda. Ahora bien, una moda es simplemente
algo que no ha podido llegar a ser una costumbre. Se la cambia como .una
moda porque ha fracasado como una costumbre», G. K. CHESTERTON, La
paradoia andante y otros ensayos, Ediciones Troquel, Buenos Aires, 1956,
pág. 45.
(13) Entre otros pasajes, pueden ·verse Rom. 10, 17; 1 Cor. 11, 2; 11,
23 y 15, 3; II Tes. 2, 15 y 3, 6; I Tim. 6, 20 y II Tim. l. 14; 2, 2 y 3, 14.
También Le. 1, 14.
(14) «Admito y abrazo fimúsimameD.te las.tradiciones de ·los -Apóstoles
y .. de "la Iglesia, y· las restantes· observancias Y constituciones de la misma
Iglesia, Admito igualmente
la Sagrada Escritura conforme al sentido que
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EL ESPIRITU TRADICIONAL
tradiciones exegéticas, espirituales y disciplinarias en su interior,
especialmente por los Santos Padres
y los Concilios, que custodia
con veneración (15).
Finalmente, todo ello explica las preferencias que proclama
en otros órdenes:
«. , . que la Iglesia, que nunca ha traicionado
la dicha del pueblo con alianzas comprometedoras, no tiene que
separarse del pasado,
y que le basta volver a tomar, con el con­
curso de los verdaderos obreros de la restauración socisl, los or,
ganismos rotos por la Revolución y adaptarlos, con el mismo es­
píritu cristiano que los ha inspirado, 111 nuevo medio creado por la
evolución material de la sociedad contemporánea, porque
los ver­
daderos amigos de los pueblos no son ni revolucionarios
ni in­
novadores, sino tradicionalistas» ( 16).
* * *
Una vez conocidos los antedichos fundamentos de la tradi­
ción, estamos en
condiciones de abordar el modo de cultivar el
sentimiento tradicional, para lo
que proponemos algunas, normas
prácticas
como las siguientes (17):
-El sentido de la tradición sólo se adquiere y percibe ple­
namente dentro de
la continuidad de la vida familiar.
Ser adecuadamente tradicional en la vida privada
y familiar
conducirá a que lo sea nuestra sociedad pública.
sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia,_ a quien compete juzgar del -ver~
dadero sentido e interpretación ·de las Sagradas Escrituras, ni jamás la
tomaré e interpretaré, sino conforme
al sentir _unánime de los Padres».
Profesión tridentina de Fe, 1564. (Vid. Denzinger, § 995).
(15) Hasta
el punto de que en el II Concilio de Nicea (año 787) se
estableció: «Si alguno rechaza toda tradición _eclesiástica, escrita o no es­
crita, sea anatema». (Denzinger, § -308).
(16) SAN Pío X (Notre charge 4JX)stolique, 1910, § 44).
(17) En su redacción nos hemos illSpirado, en ocasiones casi a la le-­
tra, en las Normas para «-sentire cum Ecclesia» de San Ignacio de ;Loyola
en sus Ejercicios Espirituales, a modo- de contribución al cumplido año
ignaciano.
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LUIS--MARIA-SANDOVAL
-Estar. atento á todo síntoma que percibimos en nosotros
de. prurito de novedades o de manía extranjerizante, ya sea por
simple espíritu de imitación, o por tendencia a la evasi6n del pro­
pio entorno,
para dominarlos y rehuirlos ( 18 ).
Preferir, mientras no sea.itnprescindible, la reforma paulatina
a la innovaci6n brusca.
Comenzar toda resoluci6n buscando precedentes, y atender a
ellos procurando aplicarlos.
- Tener
ánimo pronto para buscar razones a favor de las
instituciones y costumbres heredadas, y de ningún modo para
impugnarlas o relativizarlas. Procurar descifrar su valor, y en todo
caso evitar el escándalo que fácilmente produce su rechazo pú­
blico.
Ser adicto de la historia. Y dentro de ella, más
de la pró­
xima y propia que de la remota y ajena. Y más por aprender y
tdtnar ejemplo que por V"1)ll curiQSidad.
lgualmente, gustar de. con.ocer las gentes y cosas nacionales
con preferencia
a las foráneas.
- Cultivar todas
las formas' de sentimiento piadoso. Es de-
(18) Es evidente que· hay qúe estar abiertos a las innovaciones-·que;
en cierto_ sentid~, ·acos~umb1't\11 fk venir de · fue.ta. No son es.casas las-inno­
vaciones tomadas
del_ exterior y. cultivadas. por la tradición hasta oonside­
rarse paradigma de la nación adoptiva. Lo que aquí se combate es una
actitud espiritual bien conocida (véanse las advertencias de San Pablo a
Timoteo, 11 Tim. 3, 7 y 4, 3), que Ilada tiene qrie ver con la serena amplitud
de criterio, sino que es un nervioso y enfetm.iro afün de ciunbiar: gentes ...
del mal asiento espiritual.
Le sobra fundamento a Menéndez Pelayo para· asegurar: «Donde no
se
conserva· piadosameilte la herencia de lo pasado, · pobre' o rica, grande o
pequeña,
no ·es-peremos qúe brote un pénsamieiito 'original ni una idea
dominadora».
(Dos pa/,abras sobre el i:éntenario de Balmes, 1910. Vid. An­
tologia general de Menlndei. Pe'tayá-· a · cargo de JOSÉ MARíA SÁNCHEZ DE
MuNIAIN, tomo l. BAC; Madrid, 1956, pág. 220). Y es que, como ácuñó
D'ORs, «El genio siempre tendrá, · como Originalidad, bastante. El común
de· los hombres no Puede ·abandoriar la ·tradición sin caer en el plagio. 'Todó
lo que no es tradición, es plagio'» (Introducci6n a la vida colegial; 1950).
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EL ÉSPJ:R:IT-U' TRADICIONAL
cir, practicar la húmildad de sentirse deudor insolvente de todo
cuanto se ha recibido, ya desde el nacimientd.
- Respetar, honrar y venerar la memoria de los hombres y
rr.ujeres que nos precedieron.
Proponérlos como ejemplo en toda
oportunidad
cdn preferencia a O'tros. No dejar pasar ocasi6n para
recordar nuestra deuda para
con ellos.
Tal principio tiene su
primera aplicaci6n con los mayores que
aún viven:
el respeto, la veneraci6n, la gratitud y aun la prece­
dencia deben ser otorgados por
la sociedad en cada ocasi6n al
senado de los mayores.
Por
el contrario, evitar toda comparaci6n desproporcionada
de nuestros tiempos
y sus protagonistas con los pasados.
- Apegarse a
la tradici6n íntima y cálidamente, con amor y
emoción estética y no sólo por raz6n y conveniencia (19). El amor
a
.la tradición, siendo ésta concreta, ha de ser también concreto
y carnal, y por ello patriótico
y con. manifestaciones externas.
Y por
elld, respetar usos y costumbres; gustar de exterioriza­
ciones cual conmemoracirn.ieS, monumentos y otros signos, como
banderas, escudos, emblemas, uniformes, medallas, himnos, pro­
tocolos, ceremonias y desfiles; participar de ellos y alabarlos.
~ Salvar en tanto sea posible la presunción a favor de .cuales­
quiera autoridad, y la primera la de los antepásados: ktradición.
- Pese a que la tradición se apoya en la adhesi6n, no descar­
tar
el recurso a las censuras y condenas de ·errores e impiedadeS:
para preservar las tradiciones, como paso previo para que puedan
ser positivamente amadas y asumidas ..
- Estar en actitud permanente. de reclescubrir y conquistar
la tradición. Participar en todo momento de la emodón que lleva.
consigo el participar de su continuidad (20).
(19) Sobre un aspecto concreto de esta idea, véase' el artículo de RA-·
FAEL GAMBRA, «Monarquía instnnnental» (revista Siempre, VII-1963), re­
cogido en MANUEL DE SANTA CRuz, Apuntes y docunientOs para la hiStoriq
del tradicionalismo español 1939-1966; tomo XXV-1, págs. 88-91.
(20) «En la História ·universal ha habido tantas generaciories jóvenes
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LUIS MARIA SANDOY:A!,,
Siempre habrá quien obje,te que el referido espíritu tradicio­
nal, y la aplicación de algunas de la máximas expuestas, entraña
riesgos graves del inmovilismo y otros males semejantes. Conce­
diendo que eso puede acontecer, pero rechazando igualmente que
los excesos
-reprobables y reprobados-afecten a la cosa en
sí, conviene advertir que los males de la fijación por
el pasado
no son precisamente mayores que los de la avidez de novedades,
y eso sin contar cuando dicho prurito llega a convertirse en
fre­
nesí revolµcionario.
Es impulso automático de ingenuos e ignorantes exaltar su
época por encima de las demás, porque no conocen épocas ante­
riores y porque ésta tiene el mérito de haberles engendrado:
siempre hay arrogantes que
creen que el mundd les esperaba a
ellos para comenzar de veras. En cambio, los enamorados del
pasado, si Caen en excesos, al menos se apoyan en una cultura
seria, que recuerda y conoce el pasado, y mi sentido crítico agu­
zado, que les ha permitido juzgar su siglo en contra de su instinto;
de modo que fácilmente llegan a valorar las cuestiones sociales
con independencia de la
época, antigua u hodiema, por aquello
que las trasciende a todas, del mismo modo que prefieren lo que
perdura: la tradición.
Y como ejemplo supremo de la recomendación del espíritu
tradicional, por la Iglesia, en este
mismo siglo, y con motivo de
la crisis modernista, y
pdr lo tanto mucho más actual todavía
hay que entonces por su rebrote presente, brindamos este pasaje
de Benedicto
XV:
«Nos no deseamos solamente que los católicos detesten los
errores modernistas, sino también que eviten sus tendencias y
espiritu: quien está infectado de ellos rechaza con repugnancia
todo lo que da la sensación de antiguo, busca ávidamente
y .en
como viejas, y muchísimas olas nuevas ( ... ). Lo que da personalidad a
nuestras
juventudes. es-la emoci6n bist6rica, y aun la noble emoción· ·esté­
tica,
·de sentirse continuadores de una gran obra humana que tiene una
indudable vocación divina». Josf MARiA_vALmNTE, Estella, 5-V-1963 (apud
MANUEL DE SANTA· CRUZ, Apuntes y documentos para la: historia del tra­
dicionalismo sepañol 1939-1966; tomo ·XXV-1; pág. 167).
9<>.
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EL ESPIRITU TRADICIONAL
todas partes la novedad, en la manera de hablar de las cosas di­
vinas, en la celebración del culto sagrado, en las instituciones ca­
tólicas y hasta en el ejercicio de la piedad privada. Deseamos,
pues, que permanezca sagrada esta regla de nuestros pdares: 'Que
nada
sea innovado, si no es en el sentido de la Tradición', y esta
regla,
si debe ser seguida inviolablemente en las cosas de la fe,
debe también servir de norma en todo lo que está sujeto a cam­
bio» (21 ).
(21) Apud }ACQUES PLONCARD n'AssAc, L'Eglise occupée. Diffusion de
la Pensée Fran,aise, 1975, pág. 250.
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