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Fenelon

FENELON
POR
MAuo SollIA
l. Escritor y cristiand eminente, el arzobispó de Cambray,
«gran desconocido para el pensamiento tradicional», como dice
Francisco José Femández de la Cigoña ( 1 ), ya ocupó las páginas
de esta revista, merced a la pluma de Juan. Carlos García de Pola­
vieja (2). Permítasenos, ahora,
afiadir algunas consideraciones.
2. Francisco de Fenel6n es de esos personajes que provoca­
ron en vida adhesiones
y enemistades entusiastas, y las. siguen
'provocando después· de muertos~ pcies· su 'carácter,-su genio, sus
vicisitudes, sus ideas atraen o rechazan, según los casos, a aquellos
que,
en cualquier tiempo y lugar, se familiarizan con los contro­
vertidos. Concretamente, del
arzobis)?O de Cambray se ocuparon,
y a menudo muy apasionadamente, Luis XIV, San Sim6n, Racine,
Boileau,
el canciller Daguesseau, La Bruyere, el cardenal Noris, los
duques de Beauvilliers y de Chevresuse,
el de Borgoña, el padre
De la Chaise, Bossuet, la señora de Mainten6n, Rancé, el car­
denal de Noailles,
la señora de Guy6n, Inocencio XII, el duque
de Orleáns, el cardenal de Bouill6n, Clemente XI, Leibnitz, los
jansenistas, la marquesa de Sevigné, el cardenal Sáenz de Aguirre,
Voltaire, el padre Juan Francisco de Caussade, d'Alembert, Vau­
venargues, el padre Juan Nicolás Grou,
Juan Franciscd de la
Harpe, los revolucionarios de 1789, el cardenal Maury, Cousin,
Víctor Hugo, Sainte-Beuve,
Gtatry,

Menéndez y Pelayo, Brémond,
los maurrasianos, Péguy, Hochhuth, etc. Pero, como se trata
de
un ingenio polifacético, . enemistad y afecto son a menudo pare­
cidos a círculos secantes, no tangentes, lo cual hace todavía más
atractivo a nuestro personaje y más interesante su relación con
los demás. Por ejemplo, Fenel6n y el duque
de San· Sim6n · son
(1) El liberalismo y la Iglesia católica (Madrid, 1990), pág. 36.
(2) «Meditación de la Revolución francesa», en Verbo, núm. 231-232,
págs. 172 y sigs.
Verbo, núm. 301-302 (1992), 125-190 125
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MARIO SOR/A
ambos partidarios de reformar la monarquía absoluta, pero dis­
crepan en teología: el primeto es amigo de los jesuitas; el se­
gundo, discípulo de monseñor de lprés. Asimismo, el crítico e
historiador Sainte Beuve exalta la escuela ultraagustiniana nacida
a
la sombra del monasterio cisterciense de Puetto Real, si bien
admira a un Fenelón dulce·y sentimental (3), lo que es, en rigor,
una idealización etrónea del
personaje, al que se le atribuyen
emociones y crispaciones prerrománticas, emparentándolo
con la
literatura
más falsa y azucarada del siglo XIX, como si el arzobis­
po fuera una criatura escapada de las páginas de Lamartine o del
peor Chateaubriand.
Filósofo, teólogo,
místico, político, director espiritual, gober­
nante,
arzobispo, pedagogo, predicador, estratega, polemista, re­
sulta casi imposible que algnno · de estos aspectos de Fenelón no
agrade o disguste al curiosd. Se han admirado las dotes literarias
del autor del Telémaco, ensalzado sus ideas políticas, de;fendido
sus teorías filosóficas, pero también se ha tachado de copia insí­
pida
de Homero su famosa novela, reprobado el tufilld cartesiano
de ciertos libros suyos, vituperado
a· él mismo como quimérico y
soñador, en lo que a
sistemas y formas de gobierno se refiere. Lo
han considerado de una sensiblería. casi femenina, débil, sinuoso,
intrigánte, ambicioso, corruptor
ele instituciones, maestro lejano
de Rousseau. No han
podidd, sin embargo, negarle el haber sido
amigo fiel, ni la caballerosidad con que defendió (

o se negó a
condenar) a la
señora Guyón, ni la firmeza de sus afectos, todo
lo cual
se compadece muy mal con la blandura y el oportunismo.
3.. be dtra parte, la idiosincrasia de Francisco ha despertado
también, merced
al análisis de su correspondencia, un extraordi­
nario interés.
Esta correspondentja manifiesta la cordialidad de un
hombre que parece distante y frío, pero cuya ternura le cuaja
de
lágrimas los ojos al recuerdo del abate de · Langerón, amigo abne­
gado y fiel, muerto meses atrás ( 4 ). En ella se revela su alma
afectuosa, el cariño que dedica a su sobrino, a sus amigos, a su
discípulo el duque de Borgoña, a sus allegados ; y esas cartas son
también testimonio del sufrimiento que le causan la muerte de
los seres queridos, la ausencia de los mismos, su silencio. La in­
quietud por un
amigo enfermo le arranca del corazón este grito:
«¡Ay, Dios
mío! De cuánto dolor es causa la verdadera amis-
(3) Port Royal, vol. JI (París, 1962), págs. 327 y sigs.
(4) Cardenal Lms FRANCISCO DE BAUSSET: Historia de Fenel6n, vol. IV
(París, 1817), págs. 364 y sigs.
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FENELON
tac!» (5). El recuerdo de los amigos fallecidos, esta queja: «Sólo
vivo de amistad, pero la amistad me hará. morir» ( 6 ). Y en otra
ocasión: «Cara cuesta la amistad, porque causa grandes dolo­
res» (7). Pero las cartas también descubren una sinceridad que
no disimula defectos, que reprende, previene deslices y
exige una
virtud heroica, si para ello
ya cree preparado al destinatario. Su
pluma, si es necesario, canta las verdades del barquero. Así, le
escribe al duque de Borgoña, hijo mayor del heredero del trono:
«Temería menos arriesgarme a disgustaros sirviéndoos, que agra­
daros sin serviros ... Nadie se atreverá a deciros esto; pero yo sí
me atreveré, no temiendo más que el ser desleal a Dios y a vos ...
Lejos de adularos, monseñocr, resumiré aquí lo peor que se dice en
el mundo contra vos». Y sigue
la lista de acusaciones ( 8 ). ¿De
dónde nace tal sinceridad? Para este hombre excepcional amistad
y amor se
apoyan· en un fundamento superior a cualquier conside­
ración mundana. «Es necesario alimentarse del
pan seco y duro
de la sola voluntad de Dios», le advierte a
su sobrino (9). Y a1
vidamo de Amiéns, hijo del duque de Chevreuse: «No quiero más
que vuestro corazón, y no quiero encontrarlo más que en Dios».;
«i Cuánto os amo y cuánto deseo veros formado por la mano de
Dios, según
Sus designios!» (10).
4.
De Fenelón quedan retratos, grabados y esculturas. Uno
de los más notables es el retrato de José Vivién, hecho probable­
mente cuando el arzobispo cuenta
ya cincuenta años. Menos pom­
posa
la pintura que las corrientes de aquella época, se ve que el
autor ha querido mostrar uo al prócer en actitud arrogante, ro­
deado de símbolos de poder o sabiduría y envuelto en ropaje sun­
tuoso, sino
el alma del personaje, quizá siguiendo el camino de
los
magníficos retratos de Felipe de Champaña, inmortalizador en
lienzo de Antonio Arnauld, de la madre Angélica, del abad de San
Cirán.
¿ Y cómo es el hombre que nos mira desde la tela de Vivién?
Figura de tres cuartos.
El aspecto del prelado ( cabeza sin peluca;
cabello abundante, que cae
ondulado y le cubre las orejas; sotana
episcopal, muceta y cruz pectoral)
es casi femenino. Sin embargo,
(5) Carta al duque de Chevreuse, de 27 de febrero de 1712.
(6)
Carta al abate de Beaumont, de 22 de .mayo de 1714.
(7)
Carta al abate Pucelle, de 24 de marzo de 1712.
(8) Carta al duque de Borgolia, de 24 de septiembre de 1708.
(9) Carta al marqués de Fenel6n, de mediados de abril de 1713.
(10) Carta de 6 de agosto de 1713. Vidamo, del latín vice domini? o
sea el oficial que, durante la edad media, mandaba las tropas de uo
obispo. En la época de Fenelón. mero título honorífico.
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MARlO SORIA.
apartada esa impresión chocante primera y fijándonos en la cara,
¡ cuánta inteligencia descubrimos y qué sutileza en aquellos no­
bles rasgos ! Se comprende que San Simón escribiese que había que
hacer un esfuerzo
para dejar de mirar a Fenelón ( 11) y que ha­
blase del «encanto indefinible de su. fisonomía» (12). El rostro,
alargado, aristocrático, vagamente parecido al de los santos bizan­
tinos, sólo que, en el casó del francés, d personaje· está delante
de nosotros en este
mundo, mientras que aquéllds miran desde la
eternidad. Frente ancha,. cejas bien perfilaclas, sin sombra de en­
trecejo. Los ojos, grandes, llenos de luz, penetrantes; los párpados
superiores, ligeramente caídos, acentúan la penetración, dando a
la
mirada una pizca de desdén, no tanto porque el retratadd nos
contemple desde lo alto de su dignidad de arzobispo, duque y par,
sino porque adviette·que no somos lo que deberíamos ser y apa­
recemos en toda nuestra desnudez ante esa mirada inquisitiva.
Alargada, la nariz ; recta en
la base y curva en la punta, de fosas
pequefias ; subraya la agudeza de los ojos, como una garra que
sujetara,
sin· permitirle moverse, lo observado. Las mejillas, fla­
cas, casi demacradas. La boca, mediana, de labios finos y rectos,
a punto
de abrirse pata amonestar sin acritud ni pasión, pero sin
piedad con el pecado. El mentón,
de ligera prominencia, indicári­
do firmeza. Cara donde se ha reducido al mínimo el elementd car­
nal, quedando sólo lo que sefia]a inteligencia y sensibilidad.
5. Francisco de Salignac de la Mothe Fenelón nació en el
castillo perigordino de Fenelón, año
de 1651, y murió en Cambray,
en 1715. Vástago de familia noble,
pero empobrecida, estudió en
el seminario de San Sulpicid; fue
superior de la escuela de «cató­
licos nuevos», o
sea los calvinistas recientemente convertidos al
catolicismo; predicador, durante las dragonadas, en Saintonge y
Poitou ; preceptor del duque de Borgoña, hijo mayor del delfín ;
miembro de la Academia Francesa;
arzcibispo de Cambray. Duran­
te este cursus honorum saboreó las mieles del éxito, la benevolen­
cia de los poderosos,
el halagó de la sociedad más distinguida de
la época. La persecución, a medias política, a medias religiosa,
lo
arrojó de sus cargos palatinos, recluyó en su diócesis, sometió· a
estrecha vigilancia y logró que lo hirieran en lo que más dolorosd
iba a serle:
la ortodoxia de sus doctrina .. Sumiso a Roma, no va­
cilando en el sacrificio de sus queridas opiniones ascéticas y nús­
ticas, granjeóse la estima' de aquélla y adquirió, a cambio de la
humillación, una especie de prestigio independiente de
la e<;Jrte
. (11) Memoriás, vol .. XXII (París, 1842), pág. 136.
(12) Cit. por BAUSSET: Op. · cite, III, pág. 249.'
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FENELON
francesa, que pocos de sus colegas tenían. De habet vivido Fene­
l6n unos años
más, con toda probabilidad Clemente XI lo habría
nombrado cardenal.
Estas vicisitudes, al mismo tiempo que le granjearon el favor
y
la simpatía vaticanos, lo enemistaron mortalmente con quien ha­
bía sido su protector y amigo: Bossuet, hasta el extremo de con­
vertirse ambos personajes, según la tendencia de lectores y discí­
pulos apasionados, en caudillos de dos
modos contrarios de con­
siderar eclesiología, política, literatura, misticismo; Huelga decir
que un criterio sensato nunca ahond6 la divergencia de tal
ma­
nera que fuese en realidad exclusi6n y casi excomuni6n, sino que
serenamente
reprob6 el error y aplaudi6 los aciertos de cada anta­
gonista.
6. El testimonio de los contemporáneos concuerda, por lo
general, en la admiraci6n a nuestro héroe. Otaremos unos cuantos
de esos testimonios, teniendo en cuenta que no los transcribiremos
íntegros, sino que los resumiremos, porque alguno abarca varias
páginas
de datos y juicios.
7.
Según el fiscal general de Luis XIV y canciller ( o mi­
nistro de justicia, en términos modernos) del regente y de Luis XV,
Enrique Francisco Daguesseau, «era el arzobispo de Cambray de
esos hombres extraordinarios destinados a brillar en su época y
que
honran a la humanidad por sus virtudes, como ensalzan la
literatura por su
gran talento ... Su elocuencia más insinuaba que
era
vehemente. Reinaba lo mismo · por la afabilidad de su trato
que por
la superioridad de su inteligencia. Se ponía a la par de ter
dos los ingenios y, sin nunca disputar, incluso pareciendo ceder,
conducía a los otros. .

.
La novedad que sin afectaci6n daba a sus
palabras, hada creer a muchas personas que dominaba todas las
ciencias como por inspiraci6n; diríase que las
habla inventado,
más bien que aprendido. Original, siempre· creador, sin imitar a
nadie, pareciendo
él mismo inimitable» ( 13 ). Todas estas flores, y
otras similares qúe no copiamos, no
le impiden a Daguesseau afir­
mar que Fenel6n era
más orador y literato que te6logo o fil6sofo,
de «ingenio
más· fértil en imágenes especiosas y seductoras que en
ideas claras y precisas», amén de haber sido ambicioso y encabe­
zado una facci6n o cábala mística que pretendía dominar la corte
y el estado (14).
( 13) «Memorias históricas sobre los asuntos de la Iglesia de Francia,
desde 1697 hasta 1710», en Obras, vot XIII (París, 1789), págs. 168 y sigs.
(14)
Op. cit., pág. 169.
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MARIO SORIA
Citando estos últimos juicios, el cardenal de Bausset sostiene
que Daguesseau los .escribe movido, en cierto modo, por el rencor
que guarda a Beauvilliers, pues está convencido de que
el padte
del duque había impedido al suyo ser canciller de Francia. Fene­
l6n, conforme a
la máxima de que los amigos de mis enemigos
son mis enemigos,
tampoco escapa a la censura del magistrado (15).
Sin embargo, al contrario de
lo que.sostiene el sabio autor, creemos
que
la oposición entre el fiscal general y el arzobispo de Cambray
está muy lejos de ser un accidente.
En reálidad, entraña dos diferen­
cias importantísimas: la que
separa, en primer lugar, al regalista y
galicano del defensor de la autoridad pontificia,
y, en segundo
término, la que enfrenta a un jansenista teñido (por
paradójico
que parezca) ya de racionalismo con un místico. Daguesseau -'no
hay que olvidarle>-es partidario del absolutismo y enemigo acé­
rrimo de las prerrogativas papales y la independencia eclesiástica,
tal como
ld demuestran, por ejemplo, sus observaciones y su me,
moria opuestas a dar curso al breve pontificio de 12 de febrero
de 1702, contra el llamado «Caso de conciencia»,
y sus memo­
.rias contrarias a la aceptación, sin examen: ni juicio previos, de la
bula Vineam Domini, de 6 de julio de 1705 (16). Por otra parte,
en medio de los elogios que derrama sobre Fenelón, censura, como
si se tratara de una falta, casi un vicio, la inclinación contempla­
tiva de aquél: «Si el gusto que tenía por
la mística. rio hubiese
traicionado el secreto de su
corazón y la debilidad de su inge­
nio» ( 17). En otra ocasión se refiere, de forma parecida, a la
«ilusión» del arzobispo ( 18). Firme en tal opinión, cuando ensal­
za las virtudes humanas y políticas de Pablo de Saint-Aignan, du­
que de Beauvilliers, presidente del consejo de finanzas, ministro de
estado, etc., no menos reprueba el aprecio
que del misticismo tie­
ne el poderoso personaje: «Prevención a favor de los místicos mo­
dernos», «Ilusión y deslumbramiento de piedad», «Debilidad ex­
cusable» (19).
El regalismo y la inquina a la forma
más elevada de espirituali­
dad demuestran que Daguesseau
es tanto discípulo de Bossuet
como. del Nicole autor de tratados contra el quietismo, donde el
gran moralista
se excede en sus impugnaciones y casi pone en solfa
a todos los místicos. El magistrado exagera todavía
más las ideas
de ambos
teólogos, supeditando sin ambages la potestad eclesiásc
(15) BAUSSET: Op. cit., II, págs. 30 ·y sigs.
(16) Obras, XIII, págs. 337 y sigs.
(17) «Memorias históricas ... », eo Obras, XIII, pág. 169.
(18) Op. cit., XIII, pág. 189.
(19) Discúrso sobre la vida y la muerte del señor d'Aguesseau (padre
de Enrique Francisco), en las obras de este último, vol. XIII, pág. 76.
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tica al rey y convirtiendo la religi6n cristiana en mera creencia y
moralismo, hasta donde sin duda no había llegado la doctrina del
Tratado de oraci6n y la Refutaci6n de los principales errores quie­
tistas.
No es, pues, sorprendente que Fenelón despierte la oje­
riza del procurador general del reino, igual que la despierta Beau­
villiers, amigo y secuaz
cónstante del arzobispo, y que además
tiende a no someterse, en último término, sino a la Iglesia, con­
forme observa San Simón ( 20)
y corrobora Daguesseau, sostenien­
do que el ministro abriga, respecto de la autoridad de la Sede
Apostólica, «casi la credulidad ultramontana» (21).
8. Pero,
¿ qué opina un acérrimo adversario del agustinismo
entendido
al modo de Jansenio? Nos referimos a Juan José Lan­
guet de Gergy, estimable escritor y polemista, protegido de la mar­
quesa de Maintenón, obispo de Soissons, académico de la Fran­
cesa, arzobispo de Sens, etc., cuya activa intervención en
los de­
bates teológicos de la época lo alinean en el mismo bando de mon­
señor de Cambray. Según Languet, el abate de Fenel6n hacía
todo lo posible para hacerse estimar,
al mismo tiempo que tenía
un sinfín de cualidades amables: de ingenio chispeante, de conver­
sación entretenida e inteligente, era también de exquisita cortesía
y de vida irreprochable. Colmado de dotes naturales, le faltaba,
sin embargo, haber estudiado teología, y esto
lo hizo caer en las
redes de ·una visionaria
intrigant.e, la condesa de la Mothe Guyón.
Filósofo, orador, literato, tenía
la tacha indeleble de no haber cur­
sado escolástica en la Sorbona y hasta de despreciar esa ciencia.
Por otra parte, el arzobispo de Sens cuenta, no sin malicia, cómo
Fenelón le había hecho asidua corte a Bossuet, para que este últi­
mo no pusiera trabas
al nombramiento del ptimeto como precep­
tor del duque de Borgoña, cargo importantísimo, porque podía
convertir al educador en ministro del rey futuro (22). ·
Es fría y ligeramente despectiva la descripción de Languet,
incluso teniendo en cuenta que los cronistas de la época, no
ex­
ceptuado San Simón, escriben casi siempre con minuciosa conten­
ción, redondeando aristas, de modo que descripciones y relatos
suelen enriquecerse con mil puntOS de vista distintos; están,· por
lo tanto, en las antípodas de la narración entretenida y ligera, pero
atropellada, arbitraria y henchida de falsedades de Voltaire, por
(20) Memorias, vol. IV (París, 1842), pág. 95; XXI, pág. 76.
(21) «Memorias históricas sobre los asuntos de la_ Iglesia de Ffan~
cia ... », en Obras, XIII, pág. 176.
(22) Memorias sobre la señora de Maintenón (París, 1863), págs. 350
y siguientes.
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ejemplo. Decíamos que, aun considerando lo anterior, el prelado
de
Sens se atiene a facultades de Fenelón que no revelan autén­
tica
grandeza y no se cuida de.indicar siquiera .un rasgo verdade­
ramente
original, como sí lo señala Daguesseau, aunque también
este último
baga hincapié en características que sobre todo sirven
para lucirse y progresar
en sociedad, Languet, ingenio mucho me­
nos brillante y feraz que el autor de T elémaco, siempre bien visto
en la
corte, durante medio siglo, quizá más cauteloso que exacto,
reserva
la veneración para su biografiada y protectora. Además,
parece olvidar que ésta había
admirado primero a quien iban a eon­
sagrar pronto arzobispo de Cambray y sido su discípula, hasta que
la polémica quietista ag¡::ió las relaciones entre ambos y acabó ene­
mistando definitivamente a
la marquesa eon el defensor de ideas
eontrarias a la ortodoxia. política, tal eomo se entendía durante el
reinado de Luis XIV, y religiosa, eonforme al juicio romano.
9. Otro testigd que llamaremos a declarar, de excepcional
talento, es advetsario
teológico de Fenelón, lo cual no quiere
decir que polemizara eon el último, sino que mantiene puntos de
vista eontrarios, siendo
por lo tanto convencido secuaz de Corne­
lio
J ansenio, así eomo el Cameracense defiende la doctrina opues­
ta
en lo que se refiere a soteriología, mística y eclesiologia. Ahc,e
ra bien; antifeneloniano en tales materias, está en cambio nues­
tro declarante aeorde con · el prelado · respecto de la reforma del
estado, ya que ambos
· son· éríticos del absolutismo y partidarios
de una monarquía moderada. Hablamos de Luis de Roovroy, du­
que de San Simón. Es larga
la semblanza que le dedica al. arzobis­
po el célebre memorialista, cuya
magna obra abarca desdé 1694
a 1723, desarrollada
en· forma de anales, capítulos y amplísimas
digresiones.
En el curso de ella, varias veces tropieza el duque
eon Fenelón ( al que, segÚn propia confesión, nunca conoció perso­
nalmente) (23 ), resultando curiosa la coincidencia entre los juicios
de 1695 y los de 1715, o sea entre el tiempo de la disputa quie­
tista y el año
en que muere el autor de las Máximas de los santos.
Comienza Roovroy cantándonos que «Fenelón era una persona
distinguida, peró pobre», consciente de su talento y de su .seduc­
ción, no en el sentido galante de la palabra, sino relativa a una
asombrosa capacidad de persuadir agradando. Muy ambicioso,
«golpeó largo tiempo todas las puertas, sin que ninguna
se le
abriera». Irritado con los jesuitas, de los que nada
habla eonse­
guido, unióse a los jansenistas, en cuyas reuniones semanales lo
admitieron. Enfrióse después. con ellos, viendo que eran un
cami-
(23) Memorias, XVII, pág. 183,
n2
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FENELON
no que a ninguna parte conducía, y se volvió a la congregación de
San
Sulpicid, muy bien vista del episcopado, que quería sacudirse
la sujeción
de. la Compañía de Jesús, .y profundamente adicta a
Roma. Allí
se hizo amigos que lo ayudaron a prosperar, pues se le
reconoció su extraordinario mérito. Efectivamente, cuando Beau·
villiers buscaba preceptor para el duque de Borgoña, nieto de
Luis XIV,
se dirigió a los sulpicianos, quienes le recomendaron
al abate de Fenelón. Así éste adquirió un puesto relevante en
la corte y entabló amistad
con una de las familias más poderosas
de entonces. Llevó a cabo el designio de captarse la voluntad de
Beauvilliers y de su concuñadd, Chevreuse; de las mujeres de
am­
bos; de la duquesa de Béthune, de la de Mortemart, de la señora
de Maintenón. «Ingenio coqueto, intentaba agradar por igual a
obreros y lacayos que a los personajes
más eminentes, teniendo
una soberana habilidad para ello». En suma, el retrato es de un
ambicidso sumamente capaz, que cautelosamente se convierte en
jefe de facción, reuniendo en torno suyo un puñado de amigos
fieles, ricos e influyentes.
La ojeriza de San Simón al arzobispo
no
se detiene en la persona, pues se extiende también al esctitor.
Al respecto, no es menos torcida la relación de la querella entre
Bdssuet y Fenelón, así como los juicios acerca del libro del últi­
mo,
Explicaci6n de las máximas de los santos: bárbaro, ininteli­
gible y otras lindezas, según la acibarada pluma del memorialis­
ta (24). Censura, sin embargo, completamente equivocada de la
prosa
clara y sutil del arzobispo (condena pontificia aparte), según
puede comprobarlo cualquiera, aun
con una simple ojeada de la
obra susodicha.
Estos son los juicios correspondientes a
1695 y 1697.
Después de
la muerte del delfín, hijo de Luis XIV (abril de
1711), el juez no es menos riguroso, pues califica la doctrina fene-­
lcJniana de «gnosis», continúa hablando con soma del puñado de
fieles del arzobispo, como si formaran el embrión de una secta,
y vuelve a mantener que al mentor· del grupúsculo lo mueve una
gran ambición, amén
de ser «más coqueto que cualquier mujer,
pero no en minucias, sino tocante a cosas de fuste» (25). En
1 714, sigue siendo reticente al mencionar la autoridad con que el
Cameracense dominaba a Beauvilliers y Chevreuse ( este último ya
había fallecido en noviembre de 1712), de los que «era alma de
(24) Op. cit., II, págs. 105 y sigs,; III, págs. 13 y sigs. Estos reproches
los repite casi literalmente -¿leyó la obra incriniúiada?-TEÓFILO LA­
VALLÉE, en su estudio La señora de Mainten6n y las Jam'as .de Saint.Cyr
(París, 1862), pág. 197. . . .
(25)
Op. cit., XVII, págs. 176, 181; 227.
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su alma y espíritu de su espíritu». Insiste en que el arzobispo es­
peraba «reinar a lo divino» sobre Borgoña; pero, muerto éste,
pretende hacer.lo mismo respecto de
Orleáns, que lo estima (26 ).
En 1715, año del deceso de Fenelón, cambia un poco el tono
del historiador, que escribe una espléndida necrología
de su per­
sonaje, aunque no varía el fondo condenatorid. Ensalza las limos­
nas del prelado, refiere sus visitas episcopales,
alaba su gobierno
de
la diócesis de Cambray, · hace hincapié en su humanidad con los
pobres y los soldados, pone
de relieve su firmeza en la desgracia,
particularmente al final
de su vida, cuandd pierde casi todos sus
amigos y muere en vísperas de lograr el
capelo de cardenal y quizá
el poder en su patria; esto último, gracias
al aprecio de quien seria
poco después el regente de Francia (27). Pero no deja de señalar
burlonamente su «autoridad de profeta» (28), ni de recalcar la
«ambición» del arzobispo, en
la que el historiador ve un peligro
para sus ideas religiosas y un obstáculo que puede apartarlo de
los favores que reparta el duque
de Orleáns. De semejantes celos
y suspicacias nace con seguridad la persistente prevención.
Con todo, .San Simón
es a menudo justo y de rumbosa Ida.
Reconoce de Fenelón que tenía «un talento notable y era un gran
hombre» (29). Asimismo, que estaba «dotado de una elocuencia
natural, dulce, florida;
de una cortesía sugestiva, pero noble y
pertinente;
de una conversación fácil, pura, agradable, embelleci­
da
de esa claridad necesaria para
ha=se entender en las materias
más abstractas y embrolladas ; persona que
no quetía nunca ser
más ingenídsa que su interlocutor ; que se ponía a la altura de
cada cual, sin hacérselo advertir; que hacía sentir
cómodos a sus
oyentes y casi los encantaba,
de modd que no podían dejarlo, ni
zafarse de su hechizo, ni dejar de buscarlo de nuevo. Este raro
talento, que en tan alto grado poseía, le valió el tener amigos fide­
lísimos toda
la vida, pese a su caída, amigos que, dispersos, los
reunía para que hablasen
de él, lo añoraran, se. sintieran más y
más unidos al ausente ... » (30). Y es curioso que, si bien San Si­
món nunca vio en persona al autor del T elémaco, se sintiera pro­
fundamente atraído, seducido casi podtíase decir, por la
excepcio­
nal fisonomía del arzobispo. «Hablan todos sus retratos -afir­
ma-, sin poder, no obstante, reproducit la extraordinaria armo­
nla
que llamaba la atención en el original y la delicadeza que ani,
(26) Op. cit., XXI, págs. 75, 78.
(27) Op. cit., XXII, p,lgs. 135 y sigs.
(28) Op. cit., XXII, pág. 136.
(29)
Op. cit., XXII, p,lg. 144.
(30)
Op. cit., XXII, pág. 136.
134
Fundaci\363n Speiro

FENELON
maba cada rasgo de ese rostro extraordinario» (31). A mayor abun­
damiento, con la .imaginación del genio (porque hay que confesar
que
el. biógrafo era digno del biografiado), describe con sorpren­
dente acierto la cara del arzobispo: «Este prelado era alto,
del­
gado, bien constituido, de nariz grande, ojos de donde el fuego
y la inteligencia brotaban como un torrente, y de una
fisonomía
tal que ninguna he visto parecida, hasta el extremo de no poderse
uno olvidar de ella cuando la había visto
... Era necesario hacer
un esfuerzo para dejar de mirarla» (32).
10. Curiosamente,
los tres escritores citados no se asoman al
alma
de Francisco. Pasan de largo delante de ella, como si Fene­
lón sólo hubiera sido un personaje de la jerarquía social y
ecle­
siástica. Le suponen ambición, ductilidad, astucia, capacidad de
intriga, amor casi desmesurado de su reputación, hasta violencia
latente, que se hubiera manifestado en circunstancias propicias;
ensalzan sus maneras distinguidas, su porte atrayente, su elocuen­
cia, su capacidad de desempeñar cualquier cargo de la Iglesia o
del estado; pero
se les escapa el hombre profundo, el de la fe,
el sentimiento y la inteligencia religada. Y, sobre todo,
se les es­
capa el cristiano extraordinariamente humilde, que habla de su
persona con expresiones que, de una parte, demuestran un agudo
conocimiento de sí.mismo y,
de otra, concuerdan:con cuanto en~
señan los grandes autores ascéticos y morales del siglo XVII fran­
cés (Pascal, La Rochefoucauld, Bossuet, Berulle, Senault, Nicole ... ).
Tanto más sorprende el hecho, porque Daguesseau y San Simón;
jansenistas o jansenizantes, deberían tener una concepción clara­
mente sobrenatural de las cosas, concepción que en este caso nun­
ca aparece, como si escribieran al dictado del jesuita Antonio Sir­
mond. Y aunque Rouvroy sea profundamente religioso, como lo
demuestra relatando la muerte del duque de Borgoña,
al que apre­
cia tanto como Fenel6n y por motivos similares, no discierne
la presencia divina sino en
la tragedia y el aparato: ciertas finuras
de la gracia parecen serle desconocidas.
11. Otro autor de
la época, el jesuita I vo María Andrés, juz.
ga así a nuestro hombre, coincidiendo en parte con los anteriores
y rindiendo tributo a los prejuicios de entonces y
al gusto casi
fanático por la raz6n y la claridad: «Tenía gran talento (bel sprit),
pero ante todo
sobresi¡lia su vivaz imaginaci6n, delicada y subli­
me, vasta, brillante, rica, fecunda en ideas s~d.uctoras, acompañada
(31) Ibídem. (32) Op. cit., XXII, págs. 135 y sig.
135
Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA
de una memoria feliz, que :la. servía a maravilla, mostrándole sin
cesar
el aspecto, ex
llordinario de cuanto había él leído, fuesen
cosas
grandes,· fuesen finas y .sutiles. Júzgt1ese por esto cuán atra­
yente era
su conversación. Pero si tenía las buenas cualidades de
la imaginación; también adolecía de algunas malas: poca precisión
de las ideas, casi.siempre desorbitadas; escasa claridad en los prin­
cipios, poquísimas veces
claros, ni bien fijados, ni consecuente­
mente seguidos,
ni purgados de fantasmas sensibles. También se
le notaba escasa inteligencia y falta de penetración en la mayor
parte de
los razonamientos, que pertenecían más a un dialéctico
puntilloso respecto de las palabras que a
un lógico sólido y pro­
fundo. Igualmente, irregularidad en la manera de escribir, que, aun
siendo muy hermosa, a veces se expandía como un torrente y rom~
pfa sus diques. Y por lo que atañe a su carácter, definámoslo di­
ciendo que, dotad0 de genio, nutrido además de la lectura de los
poetas, se empecinaba en lo prodigioso, sin atender conveniente­
mente a la naturaleza, que, sin embargo, forma el fondo de
lo su­
blime auténtico. En suma, para contentarlo se necesitaba algo no­
velesco» (33).
12. Junto a estos elogios, o semielogios, juntemos un
juicio
netamente desfavorable: el del gran adversario político, místico,
eclesiológico y hasta literario de nuestro autor.
Si creemos al aba­
te Francisco Le Dieu, secretario de Bossuet, el diocesano de Meaux
califica a Fenelón de «hipócrita consumado», que, desde
el prin­
cipio,
había respondido a la amistad y franqueza de Bossuet con
argucias y disimulos para
conseguir sus pretensiones, y que de
tales imposturas también están
. convencidos dos ex amigos· del
Cameracense: el cardenal de Noailles y monseñor Godet
des Ma­
rais, obispo de Cbartres (34), Como este juicio es posterior a la
disputa del quietismo y a la publicación de las Aventuras de T ti­
lémaco, objeto también la última de áspera crítica por parte del
autor de la
Polltica sacada de la Sagrada Escritura (35), hay que
tomarlo
cum modio salís.
Adviértase que el abate Le Dieu, después de muerto su patrón,
visita al arzobispo y cuanto escribe al respecto es muy laudatorio
para el exiliado de la corte. Especiálmente en una carta a la señora
de
la Maisonfort (sobrina de la señora Guyón), donde refiere di-
(33) «Vida del padre Mal~branclíe», en Obras completas de Male­
hrancbe,
vol. XIV (París, 1978), págs. Xlv y sigs.
(34) FRANCISCO LB Dmu: Memorias y diario, vol. II (París, 1857),
pág. 242, correspondiente al año de 1701, día 29 de octubre.
(35) Op. cit., II, págs. 12 y sigs., año de 1700, día 24 de enero.
136
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FENELON
cha visita, se hace lenguas de la bondad, modestia y piedad de su
anfitrión; de
la cortesía con que trata a propios y extraños; del
prestigio de que goza en la diócesis y fuera de ella; de su perfecta
sumisión a Dios ; de su ejemplar sobriedad ; de su desprecio a
la
vida. «Hermoso modelo de prelados -lo llama-, del cual he
visto
y admirado más cosas de las que me había contado su repú­
tación» ( 36
). Y aunque pudiera parecer que, en una comunicación
a persona partidaria de la
doctrina mistica de Fenelón y que por
ella había suftido, no
cabía esperar censuras, sin embargo, del
mismo modo habla en su diario, si bien mucho más detalladamen­
te.
La enemistad de Bossuet no ha nublado los ojos del observador
frío
y prosaico que es Le Dieu (37).
13. Volviendo al estigma con
_que marca el obispo de Meaux
a su antagonista,
¿ es justa la dureza de tal reprobación? El hom­
bre así descalificado, si fuera exacta
la descalificación, tendría que
dejar traslucir por lo menos
alguna-_ vez su contento de sí, sus
pretensiones, su vanidad; tendría que estat ufano de sus propias
cualidades, para las cuales buscaría
honor y recompensa. Lo que
transparenta, en cambio,
es una especie de humildad esencial que
más debe conducir a la modestia que a la artería con que se ganan
dignidades. Aun sin poder asomamos
al alma del arzobispo, en
los escritos del mismo vislumbramos un profundo pesimismo, pre­
servado sólo por la fe de abismarse en la apatía y la desespera­
ción. Porque Fenelón se halla muy lejos de glorificar
la naturaleza
humana. Como tantísimos contemporáneos suyos, considera
al
hombre profundamente viciado por la caída original y, basándose
en esta verdad, desarrolla lo que podemos llamar su antropologfa.
14. Escruta su propia alma
y no se siente satisfecho de ella.
Es fundamentalmente humilde. Se
ve a la luz de Dios y descubre
en
si mil manchas y motas de polvd, como cuando el sol cae de
plano sobre una mesa. Además, nos lo hace saber.
No oculta sus
defectos. Los declara
y lamenta. Lejos de pensar como -Rousseau
que nadie
es mejor que él (soberbia y estupidez racionalistas), se
(36) Carta de 30 de octubre de 1704, en Memorias de LE DIEU, vol. 1,
págs.
233· 'y sigs. Respecto de María. Francisca de la Maisonfort (notabi­
bilísima mujer por su ardiente curiosidad intelectual; su seducción, que le
granjeaba amigos fieles; su penetración para las materias más abstrusas),
véanse _LE Drnu: Diario, de 3 de agosto de 1705 (III, pág, 275 y sigs.);
LAN_GUÉT DE GERGY: Op. cit., págs. 344 y sigs.; LAVALLÉE, Op. cit., capítu-
lo· noveno.
· ·
(37) LE Dmu: Op. cit., 16 de septiembre de 1704 (III,_ págs. :154
y siguientes) ...
137.
Fundaci\363n Speiro

MARIO, SORIA
reconoce culpable y se confiesa públicamente, él, solicitadísimo
director espiritual y
admirado asceta. Así escribe a un ignoto des­
tinatario
(ignoto, porque muchas de las cartas. de nuestro. autor
sólo se han conservado
por fragmentos): «Estoy todo hecho de
ci.eno y advierto que a cada momento cometo fallos, porque no
obro movido por la gracia. Evito empequeñecerme, a causa de mi
altivez. Me obstino en todo hasta cierto punto, pero no soy cons­
tante, pues fácilmente me apartan de la mayor parte de las cosas
que me halagan. Y no menos me siento atado con todas mis fuer­
zas a nú mismo. Por lo demás, no puedo explicar mi carácter. Me
elude; parece cambiar de
hora en hora. No podría asegurar nada
que,
un momento después, no me pareciera falso. Este es el único
defectd persistente y fácil de señalar: que sigo aferrado a nú mis­
mo y el amor propio es el que decide» ( 38 ). Quien de forma
tan dura se describe, añade todavía estas pinceladas en otra oca­
sión: «Tomadme tal como soy: seco, desagradable, de humor carn,
hiante, negligente, falto de atención y delicadeza. Quiero corregir­
me por vos y el deseo de proceder bien con vos me enmenda­
rá» (39).
La narración de sus faltas concretas tampoco se halla ausente
de sus cartas. He aquí una prueba: «Ayer fui indiferente y duro
con
un desgraciado con el que debo set amable .. Lo hice varias
veces y en presencia de terceros, que debieron de qnedar de ello
muy poco edificados.
Esta petsona me causaba tal disgusto y has­
tío, que no me pude veni:er y el propio Dios, cuya presencia
siento de ordinario, nada
""° hizo sentir en aquel momento» ( 40).
De todas estas misetias· saca el autor una consecuencia ascé­
ti1>1 de gran rigor,· a la que él intenta · someterse y someter a sus
amigos, más cuanto más los arna:
«Sed nada en todo y para todo;
pero no .es necesario añadir nada a esta pura nada. La nada no
es objeto de despojo alguno. No puede perdet nada. Nunca se
resiste
y carece de yo (moi) del cual se ocupe» (41). Y uno se
pregunta como corolario:
¿ Puede un hombre que así habla de sí
mismo,
que de tal forma aconseja el despojo absoluto, abrigar la
ambición astuta y tenaz que le atribuyen Bossuet y San Simón, y
que no han dejado de imputarle otros escritores, más modernos
que aquéllos?
«Todo yo estoy hecho
de cieno», escribe, como acabarnos de
(38) «Cartas espirituales», 194, en Obras, vol. 1 (París, 1870), pág. 555.
(39) Carta a la condesa de Montberón, de 13 de .marzo de 1702.
(40) Carta a la sefiora Guy6n, en Obras espirituales (París, 1954),
edici6n del jesuita Ftancisro V ari116n, pág. 371.
(41) «Cartas espirituales», 165, en Obras, 1 (París, 1870), pág. 540.
138
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FENELON
ver;,_y otra vez_: «Cuan.to más muráis a vos misma, .abandonándoos
a la inspiración clivina, más capaz será vuestro corazón de sopor­
tar las faltas ajenas y compadecerlas sin restricción alguna. No
veréis por doquiera sino miseria. Más agudos serán vuestros ojos
y os descubrirán todo lo que hoy no veis_; pero nada podrá es­
candalizaros, ni sorprenderos, ni entristeceros (resserrer). Veréis
la corrupción en el hombre como el agua en el mar» ( 42). Tales
expresiones muchísimo distan de ser mera retórica. Fenelón las
repite y desarrolla a menudo.
El barro de que, según la concepción
bíblica, está formado el hombre, adquiere en
la_ doctrina de nues­
tro autor categoría metafísica:
es la corrupción ontológica, moral
y material que inficiona a los hijos de Adán. Así describe
Fene­
lón al «hombre viejo», o sea al aún no convertido por la gracia:
«Hecho de lodo y de corrupción, celoso, vano, ambicioso, inquie­
to, injusto, anhelante de placeres» (
43 ). Y la expresión retorna en
otros lugares de su obra: «Dios, que conoce el barro de que
.nos
ha hecho y tiene piedad de sus hijos, etc.» ( 44 ). «¿ Qué importa
que este vaso frágil, este
cuerpo de lodo, se rompa y reduzca a
cenizas un poco antes o un
poco después?» ( 45).
Si el hombre está hecho de ese barro físico y metafísico que
acabamos de indicar, desde el punto de vista moral
es el amor
propio, que todo lo impregna, viciador astuto de nuestras mejo­
res obras,
el constitutivo esencial de cuanta tendencia anida en el
ser humano: «El fondo de nuestro mal consiste en amarnos con
un amor ciego, que
va hasta la idolatría» ( 46 ), porque el hombre
«ha nacido con un corazón completamente opuesto a la ley de
Dios» y «su alma, que debería gobernar el cuerpo,
se ha vuelto
esclava de este último» ( 47).
D.e tal desequilibrio y de su rectificación dimana nuestra debi­
lidad:
es el hombre «la más fragi] de las criaturas», ya que, «cuan­
to
más ha Dios elevado el alma del hombre, más ha rebajado su
cuerpo y vuéltolo corruptible» (48). Tal fragilidad
se traduce en
(42) Carta a la señora de Maintenón, de 1690 (edición de 1870, I,
pág. 479).
(43) Obros espirituales, I, 32, pág. 705 del volumen primero de la
edición de París de 1983. (44) Explícaci6n de las máximas de los santos, art. 1, «verdadero>.
(45) Obras espirituales, I, 21, pág. 652, edición de 1983.
(46)
Op cit., I, 13, pág. 613. El asunto lo tratan de -forma similar
otros grandes moralistas de la época. Así, PASCAL (Pens(}111ientos [Buenos
Aires, 1948), art. 19. § 9), LA ROCHEPOUCAULD (Máximas, § 563), BossUET
(Tratado de la concupiscencia, caps. 11 y sigs.). (47) De la educaci6n de Úls i6venes (versión primera), pág. 1.211 de
la edición citada. ·
( 48) Obras espirituales, I, 8, pág. 584, edición de 1983.
139
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MARIO ·SORJA
el carácter efímero de la existencia: «La vida corre como un to­
rrente. El pasado no es más que un sueño; el presente, en el ins­
tante mismo que creemos
haberlo asido, se nos escapa y se pt<>­
cipita en el abismo del pasado. El porvenir no tendrá distinta na­
turaleza; se irá tan rápidamente como aquéllos. Días, meses, años
se empujan unos a
otoos romo las olas de un torrente. Dentro de
breves momentos, dentro de un
poco, todo habrá terminado» ( 49).
Y también: «No hay
más que muerte aquí abajo. Donde quiera
que miremos, vemos desmoronarse al
género humano. Este se ha
construido un mundo nuevo sobre las ruinas del que nos vio na­
cer; pero este mundo nuevo, ya envejecido, está a pique de desa­
parecet. Cada uno de nosotros muere insensiblemente todos los
días. El hombre, como la hierba del campo, florece por la mañana,
se aja al atardecer, etc.» (50). ¿ Qué de extraño, entonces, resulta
deducir la insustancialidad del hombre? Y esto, lógicamente, lo
hace nuestro filósofo: «El hombre de ayer no
es precisamente el
de hoy, ni en cuanto a las partes del cuerpo, ni en cuanto a los
pensamientos del alma. No tengo ninguna consistencia. No soy
más que. trozos separados que no pueden mantenerse unidos en­
tre sí. Mi existencia del momento actúa! no me garantiza la del
momento posterior. El
yo del instante en que hablo no existe, y
otro yo que lo empuja para reemplazarlo, apenas tiene tiempo de
aparecet;
ya no existe; un tercero, tan poco durable como el an­
tarior, lo aniquila ... Soy algo fluido que corre sin cesar, que pier­
de
de continuo una parte de su entidad y no tiene nada de pre­
ciso ni de permanente» (51). Por lo tanto, «cualquier acto del en­
tendimiento o de la
voluntad-es esencialmente pasajero. Para amar
a Dios durante diez momentos son necesarios diez actos sucesivos
de amor, de los cuales uno no es. de ninguna manera el otro ni po­
dría seguirlo, porque el primero ha pasado de tal modo que nada
resta de
él cuando el siguiente comienza a ser» (52).
15. En
las palabras del arzobispo de Cambray se escuchan
clarameute
ecos de Séneca y de la Biblia, de San Agustín, de He­
ráclito, de Plat6n, si bien sus ideas sobre el hombre y el tiempo
(49) Op. cit., I, 21, pág. 653.
(50) Op. cit., III, 6, núm. 21.
(51) «Sobre el culto ·interior y exterior», editado por Griselle, en
Revista de Filosofía (París), tomo IV (1904), pág. 42. Una versión algo
distinta, en las cartas al duque de· Otleáns (F'E.NEtóN: Obras escogidas
(París, 1894), págs. 236 y sigs).
(52) Explic<1dón de las máximas Je los santos? art., XXV, «falso».
Nótese que «falso» se refiere a la proposición discut_ida en d texto, ·no a
la refutación :de la · misiria,. de la que. ~ parte la -cita.
140
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FENELON
son también patrimonid de otros moralistas y pensadores de su
época, no sólo franceses: Quevedo. y Mañara, por ejemplo. Y aún
cabe señalar una característica
más de su pensamiento, importan­
tísima: el movimiento, que, según los cartesia:µ.os, es meramente
relativo y puede descomponerse .en un esquema transparente para
la razón, el Cameracense lo
collcibe, por el contrario, como una
degradación ontológica imparable. Quien de
tal proceso se per­
-eata no es la razón sola, sino juntamente la inteligencia, el senti­
miento y la fe religiosa. ¡ Qué lejos, pues, estamos aquí de la or­
gullosa razón sustancializadora de Espinoza ; de la razón que apre­
hende naturalezas sin necesidad
de apelar a Dios, como Grocio;
de la demiúrgica razón cartesiana! Porque el curso de los aconte­
cimientos
de la naturaleza y de la vida humana no se reduce a una
línea recta, evidente, sino que constituye un enigma: «Dios
oculta
su actividad, lo mismo en el orden de la gracia que en el de la
naturaleza, bajo una serie inaprehensible de sucesos. Por
estd nos
mantiene en la oscuridad de la fe... Tal estado de fe es necesario
no sólo para ejercitar a
los buenos, induciéndolos a sacrificar su
razón en una vida llena de tinieblas, sino también para cegar a
quienes merecen, por su
presullción, cegarse a sí mismos» (53 ).
El tiempo, por lo tantd, depende de Dios; no puede preverlo el
conocimiento humano: «De Dios es el porvenir, no vuestro; Dios
lo arreglará convenientemente, conforme a vuestras necesidades;
pero si queréis escudriñar ese porvenir empleandd vuestra sabidu­
ría, no
sacaréis de ello otro fruto sino la inquietud y la previsión
de ciertos males inevitables»
(54 ). De tales premisas es consecuen­
cia lógica
la confianza ilimitada en el señor del tiempo, el aban­
dono en sus manos
(55), no teniendo el paso de las horas otra
utilidad genuina sino la de dedicarlás a Dios:
«Tddo nuestro cora­
zón y nuestro tiempo no son demasiado para Dios, que no
nos los
ha dado
más que para servirlo y amarlo, sin restar )lada de am­
bos» (56). Esta nación moral y realista se opone, como el cielo a
la tierra, a la idea naturalista
y subjetiva de ser el tiempo no otra
cosa que medida del movimiento,
y este último, traslación rela­
tiva de algo de
la vecindad de unos cuerpos a la vecindad de
otros (57). El punto
de vista

feneloniano concibe el tiempo como
historia trascendental, directamente enlazada
con la salvación del
hombre, y el
movimiento, como actividad de la gracia divina o
(53) Obras espJrituales, I, 21, pág. 650, edición de 1983.
(54)
Op. cit., I, 46, pág. 756.
(55)
Ibldem. (56) Op. cit., Il, 36, ¡,ág. 800. ·
(57)
DEscARTBS: Principia philosophiae, I, §§ 55, 57; II, § 25.
141
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MARIO 'SORIA
expresión de la caducidad del mundo. Está, pues, vinculado con
la doctrina mística y metafísica de
los grandes contemplativos del
siglo
XVIII, entre los que cabe citar a los jesuitas Milley, Grou y
Caussade, cuya
filosofía forma la antítesis del racionalismo enton­
ces en boga. Y otra consecuencia derivada de la tesis cronológica
del arzobispo de Cambray,
la de la santa indiferencia, polémica
y errores excluidos, ha dado origen, si no directamente, al menos
-creemos-en forma de esa influencia difusa que a veces resulta
tan duradera y efectiva como
la inmediata y precisa, a la doctrina
de la infancia espiritual, patrocinada por Santa
Teresa del Niño
Jesús.
16.
De todos sus obras: filosóficas, literarias, teológicas, pe­
dagógicas, místicas, políticas, son estas últimas las que más nos
interesan en este momento
.. Dig'linos, sin embargo, que las otras,
extraordinari'linente
merit9rias, son de conocimiento necesario para
disipar cursilerías tales
como llamar a Fénelón «el cisne de Cam­
bray», oponiéndolo a Bossuet, «águila de Meaux», tontería debida
a Voltaire (58),
como si el primero fuera una especie de ingenio
decorativo, bonito y fútil; al contrario del segundo, acostumbrado
a cernerse en
fas alturas y desde allí otear los secretos del uni­
verso. El señor de
Ferriey, igual que todas las mentes frías, cuando
se entusiasma para en ridkuld. Necesarias, también; para 110 ima­
ginarse a Fenelóri como un · agnóstico travestido d" obispo, que
es lo que sugiere, con su habitual superficialidad, el
ya citado
Voltaire
(59). Necesarias, en fin, para penetrar en el pensamiento
de una centuria cuyos mayores, ·sino no únicos, representantes pare­
cen ser Descartes y Espinoza, vale decir los precursores del ilu­
minismo racionalista del siglo
xvm. Particularmente los libros de
Fenelón, no obstante rendir el escritor pleitesía
más de una vez
al cartesianismo, demuestran la existencia de una vigorosa -corrien­
te doctrinal que no filosofa sólo con la razón, ni reduce k rea­
lidad a unas pocas ideas claras,
sino. que cala hondo en el mundo
metafísico, barrunta su complejidad, lo concibe como cimiento de
la experiencia cotidiana y del conocimiento más sencillo, y afirma
tocar constantemente con el ápice del espíritu la esencia suprema.
Como dice el oratoriano Luis Thomassin, contemporáneo de nues­
tro autor:
Supra vim intelligendi est sensus quidem arcanus quo
Deus tangitur, magis
quam cernitur aut intelligitur (60).
(58) Citado por JosÉ DE MAISTRE: De la Iglesia galicana, 11, cap. 12.
(59) El siglo de Luis XTV, vol. II (París, 1966), págs. 141 y sigs.
(60) _Dogmata theologica~ «De Deo»,· I; ·19. Este-hallarse fundamen-
talmente religado a Dios también ·-10 sostiene, áunque desde un punto de
142
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FENELON
17. Fenelón tiene elocuencia, capacidad de vislumbrar el
objeto de
la experiencia mística y una extraordinaria fuerza razo­
nadora.
Estos tres elementos dan se cita en su Tratado de la exis­
tencia de Dios, en sus cartas al duque de Orleáns sobre la religión,
en su Instrucci6n sobre el conocimiento de Dios, en los sermones,
exhortaciones, cartas, resúmenes
de conversaciones, opúsculos,
«fragmentos espirituales», tratados de ascética y mística que de él
nos quedan. Y, precisamente, en el Tratado susodicho se hallan
expuestas con asombrosa claridad las pruebas correspondientes,
pero sobre todo
se desarrolla de modo que nos parece in-efutable
el argumento de San Anselmo, fundado, como se sabe, en la idea
misma de Dios, de la cual
se deduce, sin necesidad de referencia
alguna a los seres finitos,
Su existencia ( 61 ). Como San Agustín
y San Buenaventura (maestros de Fenel6n en este aspecto, mucho
más que Descartes) ( 62 ), el arzobispo de Cambray expone una sa­
biduría afectiva, sabiduría que a la vez instruye y eleva, al con­
trario de lo que
realiza el autor de los Principia philosophiae, cuya
apelaci6n a un ser infinito desemboca a
las pocas páginas en una
especie de cosmología epicúrea.
Y la prueba misma mediante
la cual Descartes demuestra la
existencia de Dios, deduciéndola de la idea de infinito que
en­
cuentra en nosotros, Fenel6n la acepta; pero, lejos de emplear
la existencia así establecida como simple fundamento de la cet­
teza y, en suma, de
un rampl6n racionalismo, la concihe como
contraste para exaltar la grandeza
· de Dios y la inanidad del
hombre, conforme a
la mejor piedad teocéntrita. Dice nuestro
fil6sofo: «¡Oh Dios! S6lo vos existís. Yo mismo no soy; no
puedo encontrarme en esta multitud de pensamientos sucesivos
que constituyen todo lo que puedo encontrar en mí»: «Todo es
sucesivo en la
criatura, no s6lo la variedad de las modificacio­
nes, sino incluso la renovación continua de una existencia limi­
tada. Esta impennanencia del ser creado es lo que llamo tiempo.
Así, pues, no pretendamos conocer
la eternidad por el tiempo,
como estoy tentadd de hacerlo, sino que es necesario conocer el
vista -digámoslo así-sentimental, el capuchino Ivo de París, nacido
hacia 1590 y muerto en 1679; casi contemporáneo, por lo tanto, de Fe­
nelón y Thomassin. (Cf. ENRIQUE BREMOND: Historia literaria del senti­
miento religioso en Francia, vol. I (París, 1924), ·págs. 421 y sigs).
(61) Tratado de la existencia de Dios, parte segunda, capítulo segun·
do, prueba tercera.
(62) Cf. de San Buenaventura, el importantísimo tratadito Itinerarium
mentis
in Deum, cap. V, así. como Collationes in hexaemeron, III, párra­
fos 4 y 6 y sigs. Del obispo de Hipona: De ordine, De magistro, Con­
fesiones, De Trinitate, etc.
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MARIO SORlA
tiempo por la eternid;,,d,. porgue cabe conocer lo finito .por lo
infinito, limitando o. negando a este último, pero nunca se puede
conocer lo infinito por.
lo finito... Esta impermanencia de la
criatura es, pues, lo que llamo tiempo; por consiguiente, la per­
fecta y absoluta
permanencia del ser necesario e inmutable es
lo c¡ue tengo que denominar eternidad»; «i Oh Ser!,. ¡ oh Ser!,
vuestra eternidad,. que no es sino: ·vuestro ser mismo, me asom­
bra, pero me consuela. Delante de vos me encuentro como si no
fuera; me abismo en vuestro infinito; lejos. de medir vuestra
permanencia por mi continuo fluir, comienzo a. perderme de
vista, a
no encontrarme más, a no ver en._: todo más que aquello
que es, o sea .vos
mismo»1; «Yo que soy lo que no es o, a lo
sumo, aquello que es· un 11.0 sé qué que_ no se puede encontrar
ni.nombrar, -y que en un instante ya no es_más; yo, nada,. som­
bra de ser, veo al que es y llamándolo 'el que es' lo digo
todo» (63).
18. Antes
de tratar de la doctrina política de Fenelón, ad­
virtamos que éste se ha fortnado una concepción muy clara y
determinada acerca de lo que debe· ser la vida humana, no ya
en su aspecto sobrenatural o religioso, conforme lo explanan
sus opúsculos de esta materia,
parte de su. correspondencia, et­
cétera, sino en el natural,
como se desprende de sus Fábulas y
del
Telémaco. Tal concepción se traduce en una serie de prin­
cipios que podemos resumir
.como sabia contenci6n del apetito
físico e intelectual, con objetd de evitar
la curiosidad excesiva,
el afán inmoderado
de aventuras, la autoridad desorbitada, el
prurito de cambiar
de condición, .el anhelo de riquezas y goces
excesivos, y, por .el contrario, el .intento de exaltar el trabajo
temperado, la
comunidad familiar, los goces de 1a vida campes­
tre (64). El autor, nutrido de la literatura griega (consérvase de
él una traducción casi completa de
la Odisea, entre ·otras prue­
bas
de una afición cuyos indicios son múltiples, sobre todo
en las obras predominantemente literarias), idealiza la antigüe­
dad, sacando de ella modelos de costumbres sencillas y existen­
cia apacible. A esto cabe añadir una extensa aplicación de la
aurea mediocritas horaciana. Cuanto en las Tablas de Chaulnes,
en sus·' cartas y sermones' -dirá al respecto; _ se ·éncuentra · yá in
nuce en esos cuentos escritos para d dutj_ue de Borgoña, donde
(63) ·Tratado_ de la existencia. de Dios, en Obras escogidas (edici6n
de 1894), págs. 173, 177, 181, ·191. (64) fübulas y opúsculos ped4gógicos, I, II, IV, VII, VIII, XII,
XX, XXXI, XXXV', etc.; Las aventuras de Tttlémaco, ·p"assim."
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FENELON
nunca falta la moralización, porque el arzobispo, que tanto cui­
da la forma y está. seducido por la hermosura del paganismo
grecorromano ( su gran rival, Bossuet, lo está sobre todo por el
Antiguo Testamento), no
es literato puro: siutetiza a la perfec­
ción elegancia, belleza y fantasía con la enseñanza ética.
Por otra parte, esta moderacióu de los deseos, mesura
clá,
sica, es como una preparación, lo mismo para la gran revolución
pacífica de
la sociedad que para el desasimiento que, en plano
distinto, propugna el autor.
Nd existe, pues (al menos, a juicio
nuestro), ninguna contradicción en la enseñanza feneloniana
en­
tre una vida apegada a la naturaleza, sencilla, frugal, de una cdfl,
tencióu casi estoica, sujeta a la obligación de estado de cada
cual, y la doctrina del amor puro.
Si se quiere, hay tanta seve­
ridad en la vida natural como en la sobrenatural, aunque para
guiarlas y corregirlas aporten sus gracias la mitología y su finu­
ra el estilo más depurado. Los juegos del Cameracense, vale
decir
sus cuentos, apólogos y fábulas, son serios como los juegos
de Hétcules. El filósofo
y el pedagogd no pierden tiempo: se
entrenan para los grandes proyectos de reorganización del esta­
do
y reforma social, pero también siembran las semillas de las
que recogerá el místico los frutos.
Nótese, además, que la exhortación a mantenerse cada cual
contento con su condición ( «el villano en su rincón», diría Lope
de Vega)
y a cumplir en ella los preceptos de la ley natural
y los mandamientos cristianos, considerando también dicha con­
dición como camino de santidad, se basa en un juicio realis­
ta de la vida, acorde con la
variedad de clases sociales. Tal
consideración jamás ha sido ajena
al cristianismo genuino: si se
formula de modo explícito en la I ntroduc.ci6n a la vida devota,
de San Francisco de Sales, fácilmente puede rastrearse en obras
de tratadistas muy anteriores, como San Nicolás Cabásilas, el
gran
místico del siglo XIV bizantino ( 65). Modernamente, y apar­
te de interpretaciones políticas, esta doctrina desemboca en la
deontología profesional.
19. En
sus innumerables consejos a toda clase de perso­
nas,
Id mismo principiantes que proficientes en la senda de la
(65) De la vida en Cristo, VI, §§ 6, 27 (edición de Sal6nica, 1979).
El sistema diario de oraci6n y meditación, tal como lo planea San Juan de Avila, también es una perfecta adaptación de los ejercicios piadosos a
la vida cristiana ordinaria (Epistolario, carta 236, en Obras- del Beato Juan
de Avila, I (Madrid, 1952), págs. 1.008 y sigs.). Fruto del mismo, caso
de cumplirse los -requisitos, ha de ser uila altísima virtud, ·sin descttido
de ningún deber-temporal.
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MARIO SORIA
virtud, hombres y mujeres, religiosos y seglares, militares, corte­
sanos y
madres · de familia, allegados y extraños, el ,u:zobispo
explana
sus ideas sobre los ejercicios piadosos y forma de vida
que tiene que llevar a cabo cada cual ( oración, lectura, medita­
ción,
examen de conciencia, amabilidad de trato, anústad, con­
tención de la curiosidad, recepción de sacramentos, etc.), pero
siempre
haciendo hincapié en la armonía de tales prácticas con
los
deberes propios de estado. Por lo tanto, la piedad patroci­
nada es --digámoslo así~ predonúnantemente «espiritual». A
un señor de la corte, aconsejándole una vida dedicada a la
oración, le
recuerda que . «respecto de Dios basta una palabra,
un suspiro,. un pensamiento, un sentimiento; incluso no es. ne­
cesario siempre tener transportes y ternuras sensibles. La buena
voluntad desnuda y seca, sin gusto, vivacidad ni
placer, . es. a
menudo lo más puro a los ojos de Dios» ( 66
). Indicaciones
parecidas llenan
la correspondencia de. nuestro autor. Téngase
en cuenta que sus corresponsales son ( cómo ya dijimos) sobre
todo seglares y religiosos que tratan con
él de los asuntos más
variados (muchos, muy de este mundo) o a él acuden en busca
de consejo
y dirección. En tales citcunstancias, invariablemente
exhorta a cumplir los deberes correspondientes a cada cual. De
esta forma, a un ansiosd de dejarlo todo para vacar a
la oración,
le pide evitar, sí,
las tentaciones que pudiera causarle su cargo
de la corte, pero no abandonarlo ( 67), y
a
otra persona, que
desea entrar
en un cdnvento, con toda . claridad la disuade de
hacerld, instándola a «mantenerse
exactamente en nuestros limi­
tes ordinarios» ( 68).
Fin de todas estas amonestaciones y prácticas religiosas
es
el perfecto abandono en Dios, tal como lo recomienda, por ejem­
plo, el arzobispo a su sobrino, militar, sometido a una dolorosa
operación en una pierna: «Cuando se es valiente,
complácese
uno en ello, está de ello satisfecho, se honra con ello; pero esto
oculta el veneno del
orgulld. Es preciso, por el contrario, sen­
tirse débil, a punto de caer, y considerarlo apaciblemente; ser
paciente con
la propia impaciencia, dejarla ver a los demás, no
sentirse
sostenido en todo momento más que por la mano de
Dios y vivir de prestado.
En tal situación se catnina sin piernas,
se es fuerte sin fuerzas, no se tiene nada. de sí, pero todo· se
(66) «Cartas espiriruales», 61, en Obras, edición de 1870, vol. 1, pá-gina 495. . .
· (67) «Carias espiritúiles», 38, en Op, cit., I, pág. 474. ·
(68) «Cartas espirituales», 110, en Op. cit., 1, pág. 517.
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FENELON
encuentra en el Bien Amado. Uno lo. hace todo sin ser nada,
porque
el Bien Amado lo hace todo solo en nosotros ... » (69).
20. Volviendo a las ideas políticas de Fenelón, advirtamos
que ellas
se exponen sobre todo en las cartas del prelado, en
memorias, proyectos y en muchísimos pasajes del
Telémaco. Los
asuntos tratados son de toda índole: reforma agraria, impuestos,
educación del rey, ejércitos, relaciones internacionales,
campa­
ñas militares, comercid, organización de la justicia, asambleas
nacionales, nombramiento de cargos
del estado y eclesiásticos,
etcétera. Todo ello, naturalmente, referido al reino de Francia
en las circunstancias de entonces {aproximadamente, entre 1693
y 1715), pero sin que los proyectos resulten inservibles fuera
de esa situación concreta; puesto que tienen un ·alcance univerM
sal. El Cameracense no es un político profesional que viva al
día y trate de resolver
dificultades con expedientes de valor
efímero, sino que aplica los principios eternos de justicia
y bien
común, amén de aportar con mucho tino soluciones para los
casos urgentes.
21. Llama la atención cómo una persona absorbida por la
administración de su diócesis y por la relación con Dios, conside­
rada esta última desde el punto de vista
del discurso filosófico,
el dogma, la vida sacramental y la exaltación mística, dé mues­
tras de tal ductilidad de ingenio
y· sea capaz de abarcar los asun­
tos más dispares con soberano acierto. Ernesto Helio decía que
los santos, embebidos de ideas y modos de ser radicalmente di­
versos de los que animan a los demás hombres,
sou por esto
mismo eximios negociantes, cuando tienen que ocuparse de asun,.
tos terrenales. Diríase que gozan de una percepción mucho más
aguda que la corriente y aprendida en otra escuela que la de
las trapisondas de tejas abajo. Santa
íeresa de Jesús fue, sin
duda, de tal tesis irrefutable confirmación. Y también el extá­
tico Juan
de la Cruz compraba, vendía, construía, administraba,
enseñaba, asistía a capítulOS, gobernaba, etc., y parece que no
mal, sino todo lo contrario, a juzgar por los biógrafos. Quizá
el caso de Fenelón, aparte de la inclinación politica peculiar del
prelado,
sea similar al de los dos carmelitas citados y al de tantos
otros contemplativos que cabría mencionar.
22. Las opiniones de nuestro autor las dividiremos, según
el fin de este esctitd, en
dos grandes grupos: el que versa sobre
(69) Carta al marqués de Fenel6n, de primero de abril de 1713.
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!rJARIO SOR/A
las relaciones entre la Iglesia y el estado, y el que se refiere a
la organización del gobierno y la sociedad.
El autor -huelga
decirlo--presenta todos estos asuntos mezclados. Además, como
ya observamos, Fenelón no desarrolla sus ideas sistemática ni
abstractamente, sino que las pone por escrito un poco al compás
de los acontecimientos.
·
23. Antes, sin embargo, de entrar en materia, hay que sen­
tar un principio general, si se quiere entender correctamente al
arzobispo de Cambray: éste apoya en Dios
su doctrina política,
igual que sus teorías filosóficas y su práctica de la amistad.
Continúa con ello la tradición de
los tratados acerca del prínci­
pe cristiano, hecho que resulta más notable, si se considera que,
en la época · del Cameracense, había decaído este género de lite­
ratura política y aparecido numerosas obras donde asoma un
espíritu contrario, que pretende derivar,
en última instancia, mo­
ral, política y derecho de la sola razón y del mero comercio
humano, sin apoyarlos en Dios, creador de
la naturaleza y la
sociedad,
ni en saber sobrenatural ni revelación alguna. Recuér­
dense el Tratado teol6gico-politico, de Espinoza; El
critic6n, de
Baltasar Gracián; Leviatán, de Hobbes; De jure
belli ac pacis,
de Grocio; Tratado del gobierno civil, de Locke; Robinson Cru­
soe, de Daniel de Foe; Fundamenta juris naturae et gentium, de
Cristián Thomasius, etc.
Y a Las aventuras de Telémaco, bajo el velo de Mentor,
dis­
fraz de la diosa Minerva, expone una larga serie de ideas econó­
micas, máximas de derecho privado y de gentes, normas de cos­
tumbre, principios éticos, doctrinas de buen gobierno, etc., que
parecen generalmente olvidados o abandonados en la época del
autor, y que, para ponerse ele nuevo en vigor, necesitan de la
persuasión de un maestro por cuya boca hable una lengua más
elevada que la mortal. Aparte de entretener é:on las aventuras
del atolondrado héroe ( en el cual no
· es difícil de ver un . trasun­
to del duque de Borgoña, así como en Idomeneo el de Luis XIV),
la gran lección del novelista no estriba sólo en los éonsejos y ex­
hortaciones de que está sembrado el libro. Consiste particular­
mente en la enseñanza tácita que
impregna todas las páginas de
la epopeya: Dios acompaña de continuo
al hombre y no lo aban,
dona ni siquiera durante los peores embates de la suerte, pues
lo anitna, le muestra la verdad o incluso lo arrastra hacia el bien,
cuando aquél
se muestra demasiado débil (70). Tal doctrina
(70) Telémaco, libro VI, cap. 5. Curioso resulta que el teólogo anti­
jansenista que-es Fenelón· adopte, sin··embargo,. gracias eficaces ah ·;ntrin-
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FENELON
háll11$e latente desde el nau&agio. de Telémaco y Mentor en la
isla Ogigia, dominio
de .la ninfa Calipso, hll$ta el último discurso
del guía divino, discurso que. se cierra con .una exhortación re­
capituladora: «Teme a los dioses, ¡oh Telémaco! Este temor es
el mayor tesoro del corazón humano. Con él obtendras la sabi­
duría, la justicia,. la paz, el gozo, los placeres puros, la verdadera
libertad, la dulce abundancia,
la gloria sin tacha» (71). El Men­
.tor que acompaña a su discipulo en todas 111$ circunstanCÍII$, de­
jándolo úrucamente cuando lo ve convertido en adulto, es figura
de la Providencia. Se despide de Telémaco con palabras que
recuerdan a la
vez otras de San Pablo y la pedagogía de los mís­
ticos: no me separo de ti «más que para acostumbrarte a la
privación de la dulzura de mi presencia, como se desteta a los
ruños, cuando es tiempo de quitarles la leche y darles alimentos
sólidos» (72).
El término del libro entraña el fin sólo de la
presencia tangible de la diosa ;
permanecen sus consejos como
una asistencia
no por imponderable menos real. De otra parte,
¿ qué son las incesantes advertencias de Mentor, sino transposi­
ción literaria de teorías
filosófi= y teológicas de Fenelón, tales
como el constante y multiforme socorro sobrenatural, la corrup­
ción
de la naturaleza humana, la afinidad de la inteligencia del
hombre. con la luz divina, la doctrina que concibe el ente univer­
sal de la lógica y la idea de
infiruto como virtualmente iguales al
ser mismo de Dios?
Esta concepción política teocéntrica está firmemente anclada
en la tradición cristiana y nada tiene que
ver con la docrrina
revolucionaria posterior, por mucho que celebraran al arzobispo
de Cambray d'
Alembert. y los subversores de 1789. Fenelón es
enemigo del absolutismo monárquico, de la arbitrariedad mi­
nisterial, del despotismo ilustrado, como lo es de la tiranía de­
magógica y de la política atea. De otra parte, el respeto y la
veneración revolucionarios
al nombre de nuestro autor demos­
tráronse palpablemente con la destrucción de la magnífica .cate­
dral cameracense, donde aquél tantas veces había predicado, y
con la ejecución de uno de sus deudos, el abate Juan Bautista
de Fenelón, anciano de ochenta años, resobrino del arzobispo,
seco sui, aunque bajo velo literario, para arrancar a Telémaco de su
pasión por Calipso. El pasaje correspondiente lo hubiera firmado sin va­
cilación, .desde el putito de vista _ teológico, An~onio Arnauld. Le sucede
al arzobispo lo mismo que al padre Coloma, cuando en Pequeñeces re­
fiere la conversión de Currita Albornoz.
(71) Aventuras de Telémpco (París, 1928), libro XVIII, cap. 3, in
fine.
(72) Ibídem.
Fundaci\363n Speiro

MARIO .SORIA
personaje extremadamente caritativo, al cual no pudieron salvar
del cadalso ni las súplicas de
sus favorecidos, los numerosos sa­
boyaniros a los cuales había el abate dado cobijo y educación en
París (73
).
24. En la novela o epopeya la verdad se manifiesta me­
diante nociones y personas fabulosas. Distinto es el caso del
Examen de conciencia acerca de los deberes de la realeza, escrito
aproximadamente en 1697
y destinado al duque de Borgoña.
Aquí las cosas se llaman con su nombre. Pero Fenelón no desa­
rrolla un-· sistema moral abstracto, sino que, en cierto modo,
conversa con su discipulo o lo amonesta, como si éste se hallara
presente, dando a
un asnnto de por si algo tedioso, extraordinaria
vivacidad. Desde el comienzo se establece el fundamento superior a
cualquier razón o utilidad, de
la política. El arzobispo rechaza
in limine cualquier diferencia entre la moral pública y la pri­
vada. Ambas se rigen
por idénticas leyes eternas. A príncipe y
súbdito los mide Dios con el mismo rasero y les impone,
mu­
tatis mutandis, las mismas obligaciones. ¿ «No os habéis ima­
ginado· alguna vez -le pregnnta Fenelón al príncipe--que el
Evangelio no debe ser
la regla de los reyes, como lo es de los
súbditos; que la politica dispensa a aquéllos
de ser humildes,
justos, sinceros, moderados, compasivos, prestos a perdonar las
injurias?·¿ No os ha dicho algún despreciable adulador, y vos no
os habéis sentido tentado de creer, que los reyes necesitan go­
bernar sus estados conforme a ciertas máximas de soberbia, du­
reza, disimulo, elevándose por encima de las reglas comnnes de
justicia y humanidad?» (74). El cristianismo es, pues, la regla
que debe regir a grandes y pequeños y la doctrina que ha
de
inspirar los actos de gobierno. Consiguientemente, Fenelón no
sólo baja
al príncipe del pedestal sobre el cual lo habían enca­
ramado los aduladores cortesanos y los teóricos de la escuela
de Maquiavelo y Bodino, sino que intenta dar a toda la admi­
nistración del estado un carácter paternal que, de haberse lle­
vado a cabo, hubiera sido incapaz de realizar proyectos grandio­
sos o gloriosos, pero habría hecho felices a los gobernados.
25. Por otra
parte, el · gobernante feneloniano es nna espe­
cie de piadoso coronado, y en esto el arzobispo hace hincapié
(73) CARLOS LEDR!: La Tglesia francesa durante la revolucí6n (París,
1949), pág. 153. (74) Examen de candencia acerca de los deberes de-la realeza, § 2.
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FENELON
con un vigor que casi vuelve pálidas las páginas de Mariana,. de
Ribadeneyra, de Quevedo.
No hay que extrañarse, entonces, de
que reprenda al heredero del trono, señalándole sus debilidades:
«¿No habéis desdeñado rezar, pidiendo a Dios el conocimiento
de su voluntad?.. . Poco
es conocer de leídas las verdades eter­
nas, si no
se obtiene el don de entenderlas. bien ... La negligen­
cia, la tibieza, la distracción voluntaria en la plegaria, que se
consideran de ordinario faltas muy leves, son, sin embargo, la
verdadera fuente de la ignorancia y la ceguera funesta en que
viven los príncipes» (75). Además, Fenelón
se percata muy bien
de la autoridad o prestigio de que suelen gozar, para bien o para
mal,
los gobernantes, aparte de su poder. Los ciudadanos, que
refunfuñan cuando tienen que obedecer, en cambio siguen encan­
tados los malos ejemplos, sobre todo si con ello satisfacen
sus
inclinaciones. Por lo tanto, el predicador exhorta a Borgoña a
ser dechado de
virtud para todo el reino, soñando quizá con
entronizar a un nuevo San Luis en Versalles, después de una
época de corrupción, lujo e intrigas.
«Los súbditos -escribe-­
son serviles imitadores de su príncipe, sobre todo en lo que
halaga
las pasiones de aquéllos. ¿Les habéis dado el mal ejem­
plo de un amor deshonesto y criminal? Si lo habéis hecho, vues.
tra autoridad ha honrado la infamia» (76).
26. Fenelón no
se limita a exaltar los principios éticos su­
premos. Sabe que los mismos no son fruto · del mero razona­
miento, sino que existe una
institución que los propone y de­
fiende, siendo además intérprete y juez de ellos: la Iglesia. Por
lo tanto, si dichos principios dominan la política y rigen las
cos­
tumbres, es también la Iglesia la que ha de, en cierto modo,
gobernar la sociedad, gozando de libertad
para cumplir su co­
metido, aunque salvada la legítima autonomía del poder tem­
poral. En el
Telémaco, Mentor reprende a Idomeneo por la ten­
dencia de éste a inmiscuirse, creyendo que de ese modo cumple
su función de rey, en los asuntos eclesiásticos, concretainente en
la disputa entre Diófanes, sacerdote de Júpiter, y Heliodoro, · de
Apolo, acerca de
los presagios sacados del vuelo y las entrañas
de las víctimas. Casi huelga indicar que la transparente alegoría
a
lude a las discusiones habidas entre el autor y Bossuet, discu­
s!ones que quizá hubieran wnéluido m·enos estrepitosamente, · de
no mediar la porfía de Luis XIV para obtener una condenación
(75) Op. cit., § 5.
(76) Op. cit., § 10.
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AIARIO SORIA
del arzobispo en Roma, donde seguramente hubieran preferido
una retractación discreta o diferir
la decisión del asunto hasta
tiempos no tan apasionados.
Así, Minerva recomienda al rey de
Salento, personificación del césaropapismo
galicano: «¿Por qué
os mezcláis en las cosas sagradas? Dejad la decisión de ellas a
los etruscos, que guardan
la tradición de los más antiguos orácu­
los y están inspirados para ser intérpretes de los dioses. Emplead
vuestra autoridad sólo
para ahogar las disputas nacientes. No
mostréis parcialidad ni prevención ; contentaos con apoyar
la de­
cisión, cuandd se determinare. Acordaos de que un rey debe
hallarse sometido. a la religión y que nunca debe intentar gober­
narla.
La religión viene de los dioses ; está por encima de los
reyes.
Si éstos se entrometen en asuntos religiosos, en lugar de
protegerla, la volverán sierva suya. Son tan poderosos los reyes
y tan débiles los demás hombres, que todo se verá en peligro
de alterarse a voluntad de los reyes,
si se permite a éstos inter­
venir en los asuntos sagrados. Dejad, pues, plena libertad a la
decisión de los amigos de los dioses
y contentaos con reprimir
a quienes no .obedecieren el juicio
de aquéllos, cuando el mismo
fuere promulgado» (77). También
es cristalina la referencia a los
etruscos.
27. Profesa Fenelón un principio poco común entre los
obispos franceses de la época: el de la independencia de lo es­
piritual respecto de lo temporal. Para él, la unión del trono y el
altar es ante todo
soberanía del segundo. Y actúa consecuente­
rr.ente. Cuando
se trata de· nombrar canónigos del capítulo de
V alenciennes, nombramiento que pretende arrogarse el rey en
perjuicio del arzobispo de Cambray, éste reivindica enérgicamen­
te el derecho de colación, recordando algo que frecuentemente
se olvida entonces: «¿ Acaso el poder secular dará a un obispo
el derecho de ejercer la jurisdicción espiritual, que este último
no puede recibir
más que de Jesucristo?. .

.
Su Majestad ama
demasiado a la Iglesia para pretender, mediante un acto solemne,
que gracias a su poder secular da a un arzobispo poder de ejer­
cer la jurisdicción puramente espiritual, y que este
arzobispo
no tiene otra jurisdicción que la que el rey le acordare» (78).
Con no menor claridad exhorta a los canónigos de Toumay a
obedecer un breve del papa, en contra de las pretensiones del
gobierno holandés, no obstante los peligros que puedan
acoro-
(77) Telémaca, XVII, cap. 3.
(78) Memoria dirigida en 1714 a Daniel Francisco Voisin, ministro
y secretario de estado, §§ 2, 6.
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FENELON
pañar a dicha obediencia: «Dichosos aquellos que sufran por
la justicia. Cuánto importa ver que haya ministros del altar que
sepan sufrir con
paz, dulzura y sumisión, para mantener las leyes
y la libertad de la Iglesia. La causa de Santo Tomás de Cantórbery
no estaba tan bien fundada como la vuestra» (79).
Todavía con mayor claridad habla en otra ocasión, cuando
consagra arzobispo elector de Colonia a José Clemente de
Ba­
viera. Las palabras de Fenelón, junto con la altiva afirmaci6n
de independencia eclesiástica,
hállanse esta vez preñadas de so­
brentendidos que tácitamente forman una amarga reprensión des­
tinada a Luis XIV, porque el prelado al que va a ungir el
autor del Telémaco había sido objeto de ásperas disensiones en­
tre
Inocencio XI y el rey francés: el pontífice lo designó para
la sede coloniense a despacho de la tenaz oposición de Luis, que
quería ver en
el importante arzobispado renano a Ul)O de sus
partidatios, el cardenal de Fürstenberg. Que, no obstante dife­
rencias teol6gicas, Clemente elija a
Fenelón para que lo consa­
gre, al Fenelón desterrado de Versalles por sus ideas políticas,
también entraña un desplante
al monarca enemigo de ambos,
Dice monseñor de Cambray: «Que no se jacten los príncipes de
que la Iglesia sucumbiría, si ellos no la sujetaran.
Si ellos cesa­
ran de sostenerla, sería el Todopoderoso quien la sostendda.
Suspendida entre el cielo y
la tierra, no necesita más que esta
mano invisible y omnipotente. Pese a las tempestades exterio­
res
y los escándalos del interior, la Iglesia es inmortal. Para
vencer, se contenta con obedecer, sufrir y morir.
«En vano se sostiene que la Iglesia está en el estado. La
Iglesia,
es cierto, se encuentra en el estado y obedece al prín­
cipe en todos los· asuntos temporales ; pero, aunque esto sea así,
ella no depende del estado cuando tiene que llevar a cabo su
función puramente espirirual. El mundo, sometiéndose a .la Igle­
sia, no tiene derecho de supeditarla a sí.
Los príncipes, . vueltos
hijos de la Iglesia, de ningún modo
se han convertido en sus
amos. 'El emperador
---decía San Ambrosi<>-'-está dentro de
la Iglesia, pero no por encima de ella. Convertidos los empera­
dores, la Iglesia permanece tan libre como lo era en tiempo de
los emperadores idólatras
y perseguidores' ...
«La Iglesia ejerce su ministerio espirirual con entera inde­
pendencia de los hombres. Igual que los pastores
. deben dar a
los pueblos ejemplo de la más perfecta sumisión e inviolable fide­
lidad a los príncipes en cuanto respecta a lo temporal, del mismo
modo los príncipes, si quieren ser cristianos; habrán a su vez
(79) Carta a los canónigos de Toumay, de 1711.
153
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MARIO SORIA
de dar a los pueblos ejemplo de. humildísima docilidad y estric­
tísima
obediencia a los pastores espirituales •..
«No solamente los príncipes nada pueden en contra
de la Igle­
sia, sino que
tampoco en lli\da pueden favorecerla, tocante a las
cosas espirituales, más que obedeciéndola.
«Ciertamente,
al príncipe pío y celoso lo llamamos "obispo ex­
terior y protector de los cánones" (l'év¿que du dehors et le pro­
tecteur des canons ), expresiones que repetimos gozosos, confor­
me
al sentído moderado de los antiguos que de ellas se servían;
pero el "obispo de fuera" no debe arrogarse jamás las funciones
del obispo de dentro. El primero,
al mismo tiempo que protege,
obedece; protege
las decisiones, pero no decide ninguna. El pro­
tector de la libertad no la di,sminuye jamás; su protección no sería
tal, sino
yugo disfrazado, si pretendiera dirigir la Iglesia, en vez
de dejarse guiar por ella. Por este exceso funesto Inglaterta ha
roto el sagrado lazo de
unidad, pretendiendo dar al príncipe auto­
ridad de jefe de la Iglesia, de la que aquél nunca debió ser más
que protector. Por mucha necesidad que tenga la Iglesia del apoyo
de
los príncipes, mucho más necesita conservar su libertad» (80).
28. Esta independencia
,de lo espiritual encuentra, natural­
mente, su base en una adhesión inquebrantable
a Roma. Tal sen­
timiento resulta más-meritorio, si se recuerda que ciertas ideas
místicas de Fenelón las condenó el papa Inocencio XII, mediante
el breve
Cum alias, de 12 de marzo de 1699, condena a la que
de inmediato se sujetó el arzobispo. Precisamente en muchos
do­
cumentos escritos después de la publicación de dicho breve, ma­
nifiesta Fenelón una encendida devoción a la Santa Sede. Quizá
el
más conmovedor de esos testimonios, fechado pocos meses
antes
de la muerte de , Francisco, sea el segundo mandamiento
hecho para instar a la aceptación de la bula
Unigenitus, con­
dena ( que tanta controversia había levantado) de las Reflexiones
(80), Serm6n pronunciado el primero de mayo de 1707, en Lila, con
_motivo. de.Ja· consagración del arzobispo elector de Colonia, José Oemente
de
Baviera._ Este _ había querido que lo consagrara el Cameracense, no obs-­
tante no estar acordes ambos -en ciertas materias teológicas, porque el
bávaro era proclive al jansenismo y amigo -de algunos discípulos del obispo
de_Jprés. Véase la alocución en-Obras escogidas, págs. 260 y sigs., de la
edición de 1894. Si alguien quiere conocer más de cerca las circunstancias
del pleito de
.Coloniá, .consulte a _PASTOR: Historia de los papas, vol. XXXII
(Barcelona, · 1952), 'págs. 304 y sigs. -Para algunos contemporáneos france­
ses, la disputa nació de la tcstatudez de Inocencio XI y su odio a la nación
gala. Así al menos opina ia señora de 1AFAYETTE: Memorias (París, 1890),
págs. 144 y sigs. Curiosamente, Voltaire ve más claro: El siglo de Luis XIV,
vol. I (París, 1966), pág. 179.
154
Fundaci\363n Speiro

FENELON
morales sobre el Nuevo Testamento, del oratoriano Pascasio Ques­
nel. De forma casi
lírica se expresa el Calneracense, ex abundan,
tia cordis, con mayor énfasis y sentimiento, cuanto .más se discute
la decisión papal: «i Oh Iglesia Romana! ¡ Oh ciudad santa 1· ¡ Oh
querida y común patria de todos los cristianos verdaderos I No
hay en Jesucristo ni griego, ni escita, ni bárbaro, ni judío, ni gen­
til ; todos
se han transformado en un solo pueblo en vuestro seno,
todos son conciudadanos de Roma, y
todo católico es romano. He
ahí el gran árbol plantado por la mano misma de Jesucristo. Toda
rama que de él se separa, langnidece, se marchita y muere. ¡Oh
madre! Quienquiera que sea hijo de Dios, también lo es vuestro,
porque después de tantos siglos continuáis
siendo fecunda. ¡ Oh
esposa! Dais a luz sin cesar para vuestro esposo, en todos los con­
fines del mundo. Pero, ¿ de dónde nace el hecho de que tantos hi­
jos desnaturalizados desconozcan hoy a su
· madre, se levanten
contra ella,
la miren como a madrastra? ¿ Por qué su autoridad
suscita tanta desconfianza?...
¡ Oh Iglesia, mediante la cual Pe­
dro siempre confirmará a sus hermanos, que mi mano
derecha se
olvide de
sí misma, si os olvidare. jamás ! ¡ Que se seque mi len­
gua y se quede inmóvil, si vos
no fuereis, hasta el último suspiro
de mi vida,
el objeto principal de mi alegría y de mis cánti­
cos!» (81).
29. Cabe sostener que, a medida que envejece
y va desenga­
ñándose de toda esperanza
y autoridad terrenal, pásale a Francisco
de Fenelón
lo mismo que les sucede a tantísimos otros cristianos:
para ellos sólo se mantiene indemne el prestigio
de las cosas que
Dios mismo ha fundado. Y decimos esto, porque la opinión del
arzobispo cambia con el tiempo, Su memoria acerca de
la corte
romana, escrita
en 1689 y enviada al marqués de Seignelay, secre­
tario de estado, con el fin de soslayar las consecuencias extremas
del galicanismo, contiene numerosos juicios despectivos respecto
de
la Santa Sede, aunque en medio de las reservas se muestre una
notable consideración a aquélla.
El opúsculo tiene, pues, dos ten­
dencias divergentes: de una parte, exalta la infalibilidad de
lá sede
romana, si bien no
la personal del pontífice; pero, de otra, repite
contra las prerrogativas del Vaticano
los argumentos historicistas
que ya habían empezado a circular y
que tan comunes iban a ha­
cerse mediante la pluma de Fleury, Van Espen,
Buenaventura Ra­
cine, Febronio, Pereyra, etc. Además de. ello, el autor también
propugna aumentar
la autoridad episcopal, disminuir las exencio-
(81) Mandamiento de nueve de junio de 1714. El autor muere el
siete
de enero del año siguiente.
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Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA
nes de· que gozan las órdenes religiosas, «criaturas y emisarios»
del papa (82),
y emplear medidas de cautela que parecen más
propias del trato con una corte secular que con la curia apostólica.
Igualmente, en su instrucción pastoral de 10 de febrero de
1704, cuyo objeto
es también combatir ciertos aspectos del janse­
nismo, el arzobispo parece hacer depender la infalibilidad de una
decisión pontificia, de la adhesión de la Iglesia entera a la sen­
tencia o condena. Así efinna, por ejemplo: «Un juicio de la Santa
Sede, recibido unánimemente
por todas las iglesias, tiene tanta
autoridad en la Iglesia como los cánones del concilio de Tren­
to ...
» (83 ). Para bien juzgar esta opinión, que en el fondo repite
el punto cuarto
de la célebre declaración del clero francés, de 19
de marzo de 1682, coincidiendo además con las tesis de
Bos­
suet (84), Claudio Fleury (85) y Tournely (86), galicanos todos,
hay que tener
eu cuenta que el autor de la instrucción pastoral ci­
tada trata de rebatir co~ sus -mismas armas a los adversarios, que
pedían la convocación de un concilio ecuménico para zanjar la polé­
mica
acerca de las cinco proposiciones atribuidas a Jansenio. Fene­
lón intenta demostrar que no es necesario
reunir concilio alguno
donde estuviese representada· la Iglesia universal,
ya que ésta había
juzgado, aceptando los obispos por unanimidad el fallo· romano.
Justamente en otra contienda doctrinal,
la del quietismo,
en
la cual hállase Fenelón personalmente envuelto, el autor del
libro
Explicación de las máximas de los santos acerca de la vida
interior, somete
la discusión al dictamen de Inocencio XII con
estas palabras, que parecen atribuirle al papa
la discutida infalibi­
lidad personal: «Tuum
est judicare, Sanctissime Pater; meum vero
in Te Petrum, cujus
Hdes nunquam deficiet, viventem et loquen­
tem audite
et reveriri» (87). La actitud del condenado por el bre­
ve Cum alias demuestra la sinceridad de tales palabras, pero tam-
(82) Memoria respecto de la corte de Rom·a, en Obras de Fene16n
(París, 1983), pág. 523. En las Tablas, art. II, § 4, núm. 11, también
propugna el aumento del poder episcopal sobre las congregaciones exen­
tas; sin embargo, eri la práctica,. o sea d gobierno de la diócesis de Cam­
bray, se le reprocha cierta laxitud acerca de las pretensionés de las ór­
denes religiosas. Al menos, eso asegura el abate Le Dieu (Memorias y
diario, 16. de septiembre de 1704, III, págs. 167 y sigs.).
(83) Instrucción pastoral de 10 de febrero de 1704.
(84)
Defensio declarationis cleri gal!icani (Colonia, 1776), parte III,
libro 7, caps. 2 y sigs.; libro 10, cap. 32. (85) «De las libertades de la Iglesia galicana», § 13, en Discursos so­
bre la historia universal· (Nimes, 1785), págs. 433 y sigs.
(86)
Praelectiones theologicae de Ecclesia Christi, tomo V-(París, 1765),
paste 2, q. 5, art. 3, págs. 82 y sigs.
(87) Carta de 27 de abril de 1697.
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FENELON
bién el valor absoluto, inapelable, que concede el Cameracense a
un fallo pontificio, sin necesidad de ninguna otra sanción
poste­
rior, ni espiscopal, ni conciliar, ni estatal. Juzgada en contra suya
la polémica, el arzobispo publica .un mandamiento para los fieles
de su diócesis.
En él, después de declarar que acepta el breve
pontificio en todos sus términos, que condena cuanto Roma ha
condenado y prohíbe que en el territorio de Cambray se lea o
guarde su propio libro, exhorta a los
dio.cesanos: «Porro vos om­
nes ex animo adbortamur ad sinceram submissionem et intimam
docilitatem, ne sensim marcescat
illa erga Sedem Apostolicam obe­
dientiae simplicitas, in qua praestanda, Deo misericorditer adju­
vante, ad extremum usque spritum vobis exemplo erimus. Absit
ut umquam nostri mentio fíat, nisi forte ut meminerint aliquando
fideles pastorem ínfima gregis ove
se dociliorem praebendum du­
xisse, nullumque obedientiae limiten fuisse pdsitum» ( 88 ).
30. En realidad, nuestro autor no evoluciona, en el sentido
de
ir abandonando ciertas ideas y patrocinando otras ; más bien
fluctúa o pone de relieve, según las circunstancias, este o aquel
aspecto de la eclesiologfa.
Si textos de 1697, 1699, 1704 (De
summi pontificis auctoritate), 1714, ensalzan con diversos matices
la infalibilidad pontificia, otros, como las
Cartas sobre la autori­
dad de la Iglesia, escritas aproximadamente en 1708, hablan de
dicha autoridad y de su carácter infalible en términos tan gene•
rales, que parecen referirse a toda la institución reunida en con~
cilio, más que a órganos especiales de la misma, amén de que una
curiosa síntesis de consideraciones místicas
y argumentos eclesio­
lógicos le permite al escritor no mencionar ni una sola vez al
episoopado ni al papa.
De todos modos, a pesar
de conceptos ocasionalmente simila­
res a los de
la eclesiología antipapal, Fenelón pertenece a una
escuela opuesta a la regalista
y galicana, atribuida esta última abu,
sivamente a la Sorbona, aunque varios doctores de la universidad
(Andrés Duval, Nicolás Isamberto, Antonio Charlas) fueran filo­
rromanos. Cabe sostener, pues, que Fenelón es una especie de
mirlo blanco entre los teólogos franceses de su tiempo. Esto lo
saben de sobra en la Ciudad E terna, donde aprecian sobremanera
al arzobispo y le hubieran otorgado la correspondiente recompen­
sa en forma de capelo cardenalicio, de no mediar• circunstancia¡;
políticas adversas al gran escritor (89).
(88) Mandamiento 4e nueve de abril. de 1699.
(89)
JuAN Got-rIGNY: «La infalibilidad pontificia en la teología de
Fenelón», en Scripta theologica (revisté de Pamplona), vol IV, enero a
junio de 1972, págs. 174 y sig., y nora 5.
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MARIO SORIA
No nos extrañemos, entonces, de que su sueño de reforma del
estado y
la sociedad incluyera un cambio radical en las relaciones
de la Iglesia
ton la monarquía. Tales planes, sin embargo, no hizo
el autor más que esbczatlos en muchas de sus obras. Incluso en las
llamadas
Tablas de C/,aulnes, donde trata con mayor extensión de
la anómala situación de la Iglesia, se limita a resumir telegráfica­
mente sus ideas.
Por desgracia, Fenelón nunca escribió una ecle­
siología; la esbozó,
como Pascal había bosquejado una apologética.
Diríase que, o
no· se sentía capaz de concebir un gran sistema, con
todos sus detalles
y consecuencias, apoyado por la erudición que
tan familiat les era a sus amigos Bossuet y Fleury, o prefería,
más literato que doctor, la
forma elegante y fácil de presentat ta­
les ideas en novelas·, ensayos breves, memorias, aforismos o exhor­
taciones.
31. Sin embargo, un punto muy controvertido a la sazón sí
lo trata con cierta amplitud en su libro ya mencionado,
De summi
pontificis auctoritate, de 1704. Aquí patrocina la tesis que, sin
duda,
es poco menos que excepcional en la Iglesia francesa de esta
época: la supremacía del papa sobre los concilios ecuménicos,
la
infalibilidad de la Sede Apostólica, la irreformabilidad de sus jui'
cios, amén de señalat indignado la abyección en que se encuentra
entonces
la autoridad espiritual. Esta doctrina, que choca fron­
talmente
con las pretensiones regalistas y galicanas, se desarrolla
con nervio y claridad notables. El autor demuestra,
además, tener
la erudición necesaria
para superar los argumentos históricos es­
·grimidos contra Roma, pero no abruma al lector con citas, narra­
ciones ni morosos análisis, al
estilo de Bossuet y los historiadores
favorables a la escuela predominante.
, El tratadito es; casi punto por punto, un breviario opuesto a
cuanto
preconiza el obispo de· Meaux, iban a propugnat Pereira,
Febronio,
Valla, etc., y hablan sostenido Gersón, d'Ailly, Juan
Mayor,
Almaino, Richer y otrOs. Concebida desde el púnto de
vista de la teología y la historia, más bien que basada en el · de­
recho canónico, la obra llamada modestamente por su autor
«dis­
sertatio», parece tener presente la Apología de la declaración del
clero
galicano de 1682, como si el arzobispo hubiera leído o su­
piera al dedillo qué sostenía su ilustre rival.
Refuta, pues, Fenelón explícitamente las opiniones del Mel­
dense acerca de la reformabilidad de los juicios romanos por una
decisión de las demás iglesias (Caps. 7, 8,
9); pone de relieve la
futileza de
la distinción de dicho escritor entre la infalibilidad y
la indefectibilidad del Papado (ibídem); rechaza los razonamien-
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FENELON
tos antirromanos sacados de la historia eclesiástica y el concilio
de Constanza (Caps. 26, 27 y
28); se opone expresamente al pa­
tronato regio y reprueba el concordato de 1516 (Caps. 40,
44);
defiende la inenarrancia de las decisiones ex cathedra, si bien dis­
tingue la infalibilidad de la Sede Apost6lica de la de su titulat,
afirmando la primera y negando la segunda. En ditas palabras, se­
gún nuestro autor, la condici6n de ser romano pontífice y actuar
en calidad de juez del
máximo tribunal o doctor de la cátedra pri­
mada del catolicismo,
es lo que da al papa la :facultad de no equi­
vocarse. Por el contrario, toda vez que obre como doctor privado
puede errar e incluso caer en herejía, tal como sostenía Belarmino,
afirmaci6n con la que Fenelón concuerda en general (Caps. 2, 3, 4).
A este respecto, mediante palabras que nuestro autor finge
poner en boca
de Gilberto de Choiseul-Praslin, obispo primero de
Con:uninges y después de Touruay, uno de los adversarios más
decididos de la inerrancia romana durante la asamblea de 1682,
expresa la opinión de
los «transalpini», c¡ue es la suya propia:
«Atque transalpini, dum infallibilitatem asserunt, nihil volunt
praeter hanc conclusionem, scilicet Apostolicam Sedem unquam
de­
finire posse contra catholicam fidem, atque adeo Papam ex ca­
thedra solemni ritu definientem nunquam contra fidem errare
posse» (Cap. 7). Y después, ya en su nombre, remacha la aser­
ci6n anterior, refutando cualquiet posibilidad de equivocación
pontificia, supuestas las condiciones necesarias, y descartando toda
rettactaci6n, con lo que rechaza por igual la doctrina conciliarista
extrema,
al estilo del ya citado Choiseul, como la media de Bos­
suet: «Haec sedes (Roma) citca fidem definire consuevit, ut mi­
niine parata sit palinodiam decantare, et ejurare sententiam solem­
ni ritu emissam» (Cap. 8). Por lo tanto, en las cartas que escnbió
al cardenal Carlos Agustín Fabroni ( secretario de la congregación
de propaganda fide y prefecto del Indice) y al también cardenal
Juan
María Gabrielli ( ex general cistetciense, filojesuita y uno de
los
te6logos de la

cornisi6n examinadora de las
Máximas de los
'Santos, favorables al autor), para explicar ciertos puntos doctri­
nales suyos, siempre que se refiere a la «infalibilidad pontificia»
y rehúsa definirse acerca de ella, a causa de la situación francesa,
de lo incierto del asunto y de las polémicas que suscita, habla en
·realidad 'de la inerrancia del papa como doctor privado, según la
entendían algunos autores medievales, no como doctor supremo de
la Iglesia ni órgano ( diríamos, en el sentido de Gierke) de la
Sede
Apostólica (90). . '
(90) Carta a Gabdelli, de 25 agosto de 1704, §§ 1 y 3, y a Fabroni,
de seis de abril de 1707, §§ 5 y sigs.
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MARIO SORIA
Tal prudencia no le impide, con todo, tomar partido de ma­
nera inequívoca en una de las susodichas aclaraciones a Gabrielli
(la de 6 de abril de 1707,
§ 1 ), donde habla de las prerrogativas
de la Santa Sede, aunque eludiendo nominalmente la batallona
cuestión de la infalibilidad: «Esta diferencia
es notoria entre la
Iglesia. que tiene
ofici.o y función de cabeza y todas las demás
iglesias privadas, porque las últimas, individualmente considera­
das, son
com.o partes integrantes ... , pero aquella iglesia singular
es parte esencial
... Supuesto lo anterior, resulta patente que no
se reúne concilio ecuménico ,alguno, vale decir un concilio en que
esté debidamente representada. la Iglesia universal, salvo que lo
presida aquella sede o iglesia a la que todas las demás reconocen
como cabeza suya» {
«Id autem discriminis est ínter Ecclesiam
hanc. quae capitis officio· fungitur, et caeteras om.nes privatas ec­
clesias, quod caeterae, singillatim susceptae, sint tantum partes
integrantes ... , haec autem singularis Ecclesia sit pars essentialis
...
His positis, liquet concilia non esse oecumenica, id est, concilio
Ecclesiam universalem non rite repraesentari, nisi praesit
ea sedes,
sive ecclesia, quae caeterarum omnium caput agnoscitur» ).
No obstante, el Cameracense admite,. como concesión a los ga0
licanos, la. apelación del papa al concilio, pero no para que este
último repruebe o reforme juicios de aquél, sino. para que
con­
firme y repita la sentencia papal, con objeto de que «palpabilis
fiat omnium ecclesiarum consensio ... Absit ut in ultima hac sen­
tentia caput ipsum a reliquo corpore detruncato judicetur» (91).
Lo mismo sostiene en una de las cartas aclaratorias dirigidas
al
cardenal Gabrielli (92).
En el opúsculo que examino, también denuncia la postración
del poder espiritual, casi con las mismas palabras
-justo es seña"
larlo-del abate Fleury, esa postración qué iría agravlÍndose a
lo largo del siglo
XVIII hasta extremos inauditos, no sólo en Fran­
cia, sino en todas las naciones católicas, cuando el regalismo diese
sus frutos más granados en forma de despotismo ilustrado. «De
la voluntad de uno sólo
----observa huestro autor-depende · la
condición de los obispos. Sin pulso yace la jurisdicción
espiritual.
Nada {salvo los pecados dichos en .el confesonario) existe de lo
cual no juzguen en nombre del rey los magistrados laicos y res­
pecto de lo cual no desprecien las decisiones de la Iglesia. Aquel
frecuente recurso a la Sede Apostólica, por el que cada obispo,
cuando
se trataba de asuntos tocantes a la fe y las costumbres,
acudía a Pedro
para consultarlo, de tal modo ha decaído, que
(91) ,De summi pontificis auctoritate, cap. 38.
(92) Carta de seis de abril de 1707, § rI, núms. 5 y 6.
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FENELON
apenas subsiste ya vesttg¡o de tan admirable disciplina. Cuanto
al fondo mismo de las cosas, los reyes a su arbitrio todo lo dis­
ponen y gobiernan. A la Sede Apostólica se .la menciona sólo como
vacía formalidad y raramente: nombre que suena a a]go ingente,
pero que en realidad es apenas sombra de
un gran nombre. Y ya
ni siquiera se sabe por experiencia qué es lo que puede Roma,
salvo cuando se pide. instanteniente ser dispensado de los · cáno­
nes. De donde nace que los propios laicos culpen y desprecien a
esta excelsa autoridad, a
la que no acuden sino para que lds com­
plazca» (93).
32. Todas estas ideas reaparecen en el esquema
de gobierno
escrito
para ser propuesto al duque de Borgoña, y que el arzo­
bispo y Chevreuse, reunidos en la· finca de Chaulnes, propiedad
del último, formulan en noviembre de 1711,
sin presentir que el
destinatarid, heredero del
trono, en el cual ambos habían puesto
todas sus
esperanzas, iba a morir tres meses después, el 18 de
febrero de 1712 (94).
El programa abarca escuetamente
gran cantidad de materias,
siendo. una de ellas las relaciones entre la Iglesia y
.la monarquía.
Las tesis que en los mandamientos del arzobispo y en el tratado
De summi pontificis auctoritate se desarrollan y razonan, este bre­
ve pero revolucionario documento las resume, aunque sin variarlas
un ápice.
33. Fundamento de la oclesiología feneloniana es, sin duda,
Roma, «centro de unidad,
ca~a de institución divina para con-
(93) Episcoporum quippe sors ·ex solo· regum nutu omnino pendet.
Spitltualis jurisdictio prostrata. jacet¡ nihil est, si sola peccata clam con ..
fessario dicta excepetis, de quo laici · magistratus ex nomine regís non
judicent,
et Ecclesire judicia non vilipendant, Frequens vero ac jugis ille
recursus ad Sedem Apostolicam, quo singúli · episcopi, singulis tum fidei
tum. morum qurestionibus, Petrum adire et consulere consueverant, ita jam
inolevít ut vix supersit mire.bilis hujlJS, ~iplinree vestigium. Quantum
ad rem ipsam, reges ad nutum omnia regunt et ordinant. Sedes vero Apos ...
tolica inaní tantum forma et raro compellatur. Nomen est, quod ingens
aliquid sonat et suscipítur ut magni nominis umbra. Neque certe quid
possít bree Sedes jam usu nomnt, nísi dum ·efflagitant ·:a ca.nonum disciplina
dispensari. Unde ipsi laíci culpant
·et ludibrio vettunt hanc prrecelsam
auctoritatem quam non adeunt, nisi ut commodo suo i~erviat. (De sum'f/1Í
pontificis auctoritate, cap. 45). (94) Nos referiremos a la edici6n parisiense de las Tablas de Chau~
nes, de 1921, incluidas en el volumen Escritos 'J cartas políticos de Fene­
lón, compilados por Urbain. Siempre que en el texto apareciere _entre
paréntesis wia indicación de párrafo_ y número, corresponderá a dicpa
edición. ,
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MARIO .SORIA
firmar a sus hermanos todos .los días, hasta la consumaci6n de
los -siglos», ya que se necesita -sostiene nuetro autor-«un cen~
trd de unidad independiente de los príncipes particulares y de las
iglesias nacionales» (art.
II, § 4, n. 7). Establecida así la institu­
ción,
el punto visible de· referencia, define la potestad espiritual
como «autoridad no coactiva para enseñar la fe, administrar los
sacramentos, hacer practicar, gracias a la persuasión, las virtudes
evangélicas, con
el fin de alcanzar la salvación eterna» (art .. II,
§ 4, n . .2). Esta potestad «procede de Dios, mediante la misión
de su fundador y de los apostóles» (art.
II, § 4, n. 1). Por el con­
trario,
la potencia temporal es «la autoridad coactiva que tiene
como fin hacer vivit a los hombres. en sociedad, sujetos a la obe­
diencia, justicia y honestidad de costumbres»
(ibídem), pero que
de por sí
«carece de toda autotidad en los asuntos religiosos»
(ibídem). De esta forma, en contra de la unión de ambos poderes,
que llevó a la supeditación de lo espiritual, el arzobispo propugna
la soberanía
de las dos potencias en su campo correspondiente. De,
fiende expressis verbis la autoridad indirecta de la Iglesia en
asuntos
seculares,, tal COino habla propugnado San Roberto Be­
larmino (art. II, § 4, n. 8), aunque tiende a limitar ese poder y
niega que llegue hasta
el extremo de deponer a los reyes, según
pretendían
algunos canonistas ultramontanos (art. II, .§ 4, n. 8).
Ahora bien ; sosteniendo
que los obispos son . «naturalmente los
primeros señores y consejeros del estado» (art. II, § 4, n. 11);
que los gobernantes, por su condición de laicos, hállanse someti­
dos a
los sacerdotes en materia espiritual ; que aquéllos deben
proteger a la Iglesia; que ésta domina mediante la
conciencia e
induce a
los pueblos a elegir príncipes cristianos y " obedecer­
les, etc., notoriamente inclina la balanza del lado opuesto .al poder
secular (art. U,§ 4, n. 3, 4).
Comd el opúsculo carece de estructura orgánica, no deja de
subsistir
cierta ambigüedad en lo que respecta al ámbito propio
de la Iglesia
y. el estado y a las relaciones entre. ambos. El autor
pasa del predominio>de ·la primera hasta una especie de radical
indepéndencia recíproca, sosteniendo
que «el príncipe · es dueño
de lo temporal; como
si no hubiera Iglesia, y ésta lo es de lo es­
piritual, como si no existiera el príncipe» (art. II, § 4, n. 4); no
obstante, puesto que el último ha de obedecer los cánones, res­
paldar fas decisiones eclesiJsticas y estar sujeto a otras obligacio­
Il\:S similares, de hecho prevalece la religión .
.34. Si se comparan las tesis de Pendón con las de otros es­
critores de la época, se advertirá la peculiaridad del Cameracense,.
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FENELON
que, pese a sus fluctuaciones, mantiene, sí, la unión del trono y
el altar, pero preocupándose
sobré todo de guardar la autonomía
de la Iglesia. Al respecto, palmaria resulta la diferencia con la
doctrina de Bossuet: «Ministros de los reyes, ministros del Rey
de reyes, unos y otros, aunque establecidos de forma distinta,
¿por qué os dividís? ¿ Es un mandato de Dios opuesto a otro
mandato de Dios ? . . . Servir al estado
es servir a Dios y servir
a Dios
es servir al estado. Pero .la autoridad es ciega, siempre
quiere subir, siempre extenderse, y se cree humillada cuando
se
le señalan sus límites» (95). El obispo de Meaux patrocina una
especie de césaropapismo donde
es muy difícil discernir lo espi­
ritual de lo temporal, pero que, en
última instancia, exalta el po­
der seculat a costa de la autoridad. episcopal y pontificia. En cam­
bio, el galicano Juan Opstraet, profesor de Lovaina (1651-1720),
distingue, como Fenelón, el fin
del estado. del fin de la Iglesia,
pero separándolos completamente
y dando a la autoridad tempo­
ral una independencia
y superioridad que presagia las sociedades
secularizadas posteriores (96). Basten
los dos autores señalados
para la comparación con el de Cambray. Otros que
se adujeran,
coincidirían con uno u otro.
35. Por lo tanto, Fenelón resulta contrario, pero sin mani­
festarlo en esta ocasión, al concordato de 1516, entre León X y
Francisco
I, concordato que de hecho había convertido al rey en
patriarca del catolicismo francés.
Tal desacuerdo se traduce en
la reivindicación del derecho de la Iglesia. a revocar concordatos,
elegir
y deponer a sus pastores, reunirse en concilio, administrar
los sacramentos, comunicarse libremente con Roma, juzgar sin tra~
has los asuntos propios de su competencia (art, II, § 4, ns. 8, 11).
El arzobispo tacha también de abuso el no permitir
los concilios
provinciales, aunque llame «peligrosos» a los nacionales (art.
II,
§ 4, n. 9). A este último respecto conviene advertir que el absolu­
tismo monárquico, que sin cesar había intentado disolver cualquier
asociaci6n que
se sustrajera a su autoridad absorbente, abriga una
enorme desconfianza respecto de las reuniones eclesiásticas. Por
esto,
no permite ningún concilio sin licencia del poder secular,
licencia que el propio Fleury juzga abusiva para los concilios pro­
vinciales, aunque necesaria para los nacionales, que son prácti­
camente asambleas presididas
por el rey o sus representantes (97).
(95) Serm6n predicado a la asamblea del clero de 1682.
(96)
De locis theologicis, II (Veoecia, 1795), págs. 208 y sigs.
(97) «Discurso sobre las libertades de la Iglesia galicana», § 9, pág. 275,
del romo
IV de Opúsculos del señor abate Fleury (Nimes, 1781).
163
Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA
El carácter secular ele estas últimas reuniones sugiere esa condición
de «peligrosa» con que
las tacha Fenelón, ya que probablemente
le recuerden los estadds
generales de 1302 y la asamblea de Bour'
ges, de 1438, donde el clero se plegó mansamente a las exigencias
tiránicas de la corona, poniendo las semillas de lo que con el tiem­
po
podía convertirse en cisma.
Nd menos opuesto se muestra nuestro autor al encumbramien­
to excesivo
ele uno de los obispos franceses, llegando a tildar de
gran error de la Santa Sede

el
haber exaltado la diócesis parisiense
al rango ele arzobispado, pues con ello se despiertan ambiciones
patriarcales que pueden conducir
al cisma (art. II, § 4, n. 9). Dé
otro lado, el prestigio de la capital y su proximidad al gobierno
hacen del prelado respectivo un instrumento óptimo en
m.ano de
los políticos, que nunca permitirán que ocupe
tal sede sino un
eclesiástico dócil a cuanto se le ordenare, justo o injusto, tal como
había sucedido hasta 1695 con
Harlay de Champvallón (98).
36. Otros aspectos de la situación religiosa que irritan a
Fe­
nelón refiérellse a las causas que, infringiendo el fuero eclesiás­
tico, conocen los jueces seculares
(art. II, § 4, n. 9); a la facultad
que
se arrogan los parlamentarios de examinar, aprobando o re­
chazando, en su caso, documentos pontificios (ibidem); a la usur­
pación,
por lo menos verbal, con que los reyes promulgan manda­
tos eclesiásticos, diciendo «ordenamos,
prescribimos, queremos»
(art. II, § 4, n. 4); a las intrigas de las cortes en los cónclaves.
Tajante
brota la conclusión: «En la práctica, es el rey más jefe de
la iglesia francesa que el papa», «Los lakos dominan a los obis­
pos» (art.
II, § 4, n. 9). Es de recordar que las notas fugaces de
Fenelón
mncuerdan con lo que, meditado y pulido, en momentos
de
franqueza ·confiesa el abate Claudid Fleury, historiador merito­
rio,
pero infectado de galicanismo. Especialmente por lo que se
refiere a las regalías o disposición que hace el rey ele los frutos
de beneficios vacantes ; a
la extensión abusiva del patronato seglar ;
a la competencia desmedida de los jueces laicos en materia espiri­
tual, lo mismo tocante a causas civiles que criminales ; a la deci­
sión,
por parte de dichos jueces, acerca del nombramiento de fun­
cionarios episcopales y hasta de curas, etc., quitando al episco­
pado la potestad no sólo de administrar sus bienes, sino de regirse
a: sí mismo como institución; respecto de todo lo anterior -deci­
mos--, Fleury reconoce que son «los franceses, los agentes rea­
les, quienes hablan más alto de libertad, los que la han infringido
más de una vez, ampliando excesivamente los derechos ddrey».
(98) Memoria respecta· de la corte de Roma~ § 7.
i64
Fundaci\363n Speiro

FENELO.N
Y continúa: «Sobre todo la injusticia de Desm01Jlins resulta int1>­
lerab!e. Trátase de ceosurar al papa: aquél. -,,se refiere a Desmou­
lins-. no habla ,sino de ]os. c,ín<>nes antiguos ; pero cuall de los derechos regios, nipgún uso es nuevo ni abusivo. DesmOllillis
y todos los jurisconsultos que sigueo sus máximas, se inclinan a la
opinión de los herejes modernos, que gustosos· someterían el. po,
de.r espiritual al temporal del príncipe» (99).
3 7. El ~rzobispo de Cambray abomina de las llamadas liber­
tades de la iglesia galicana, tildándolas,
con una expresi6n céle­
bre,
de «lihertac!es. respecto del papa, servidumbre delante c;!el
rey» (art. ll, § 4, n. 9). Pero, ¿ c¡ué son. las susodichas libertades?
En. geoeral, ios cánones, usos, costumbres ·y. leyes seculares que
limitan, eo el caso francés; la potestad de la Sede Apostólica,
transformando el gobierno
monátqnico de la iglesia eo una rnd­
narquía temperada de aristocracia, como s0$tiene, por ejemplo, el
abate de Toumely (100). Tales principios ya eo 1594 los
hábía
d~ado Pedro Pithou, en una serie de 83 artículos, eo su
libro acerca de
Las libertades de la Iglesia galica111J. Algunos
años después (y sin meocionar a autores propiamente
episcopalis­
tas, con su punta de presbiterianos, caso de . Edmundo Richer,
que se saleo de los
limites dentro de los que preteoden moverse
los teorizantes del galicanismo ), nos topamos con otros secuaces
de esta
corríeote: Pedro Dupuy, autor de Pruebas de las liberta­
des de la Iglesia galicana (1639), comeotario a su Tratado de los
derechos
y libertades de la Iglesia galicana (también de 1639),
as! como Pedro de Marca, que escribió la Concordia sacerdotii .. et
i,nperii seu de libertatibus Ecclesia ga/licanae (1641), si bieo,
ya arrepentido, acabó su vida como arzobispo de París. Todos
estos escritores inspiran la declaración sorbónica de 1663, los. ar­
tículos de 1682 y las investigaciones de historiadores de indiscuti­
ble mérito
-piénsese eo Claudio Fleury y Natal Alejandro-,
quieoes, aun limando fas asperezas que había tomado la tesis eo
(99) «Discurso sobre las libertades de ]¡, Iglesia galicana», §§ 23 y 24,
en el volumeo cuarto (Nhnes, 1781) de ]¡, Colecci6n de opúsculos del
señor_ abate Fleury, págs. 294 y sigs. Adviértase, como detall~ curioso,
que la edición citada· más arríba (nota 85), de 1785, con .,! titulo de
Discursos-sobre .la historia universal; no contiene ninguna de las crlticas
señaladas, sino una apología irrestricta del césaropapismo tal como se prac~
ticaba en Francia, Parece que la versión · última fue arreglada conforme a
la doctrina habitual del gobierno de Versalles, para soslayar molestas
(:Cnsuras contra quien había· sido siempre· regalista y galicano de estrecha
observancia, peco cuya tectitud .innata corrigió, al menos por· un instante,
prejuicios y· errores.
(100) Op. cit., tomo V, parte primeta, págs. 266 y sigs.
165
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MARIO SORIA
la pluma del curial Dupuy y del abogado Pithou, no consiguen
hacerla más aceptable al paladar ortodoxo.
El artículo tercero de la declaración galicana de 1682 en'.
cierta la quintaesencia de tales libertades: «El ejercicio de la po­
testad apostólica tiene que regularse conforme a los cánones dic­
tados por el Espíritu Santo y consagrados mediante el respeto
general ; iguahnente, -conservan su fuerza las normas, tradiciones
e instituciones aceptadas por el reino de Francia y la Iglesia gali­
cana, así como se mantienen inconcusos los límites que fijaron los
padres. A la grandeza de la Sede Apostólica correspoode que ob­
tengan definitivo afianzamiento estatutos y costumbres que han
confirmado
el consenso de tan ilustre Sede y de las demás igle­
sias» (101). Más en detalle, Fleury resume en 13 puntos las traí­
das y llevadas libertades, entre las cuales señalamos: no haberse
recibido en Francia
el tribunal de la Inquisición; negar al papa la
potestad
de ordenar de forma lícita a un clérigo, sin la carta dimi­
soria del obispo correspondiente; no
admitir bulas nuevas, más
que después de haberlas examinado; rechazar el aumento de tasas
sobre los
beneficios en provecho de Roma, etc. (102). Además de
los 13 puntos, Fleury señala en su opúsculo otras importantes fa­
cultades que se arrogan los franceses, como la de no dar por váli­
das fas decisiones de las congregaciones romanas ( 103 ), con lo cual
se recorta drásticamente la facultad de decisión pontificia, dado
que
el papa actúa siempre, como todo gobierno, mediante sus mi­
nisterios, que son ·dichas congregaciones.
Entre las libertades mencionadas cuéntase también la que
impide, conforme a la voluntad
real, que un obispo acuda a Roma,
sea llamado por
el papa, sea de motu proprio. Fenelón mismo,
que intenta viajar a la Ciudad Eterna
para defender personalmente
su libro
Explicaci6n de las máximas de los santas, se ve obligado a
(101) He aquí el texto original latino: «Hinc, apostolicae potestatls
usum moderandum per ca.nones -Spiritu Dei conditos et totius mundi re­
verentia consectatos; valerf! etiam regulas, mores et instituta a regno et
Ecclesia gallicana recepta, Patrumque terminos manere inconcussos. Atque
id pertinere ad amplitudinem ~postoliCae Sedis, Ut statuta et consuetudi­
nes
tantae Sedis et ecclesíarum consensione firmatae, propriam. stabilita·
tetQ. obtineant) (BoSSUET: Defensio, etc., pág. XXIV; CARLOS GÉRIN: Investi­
gaciones
históricas sobre la asamblea del clero francés de 1682 (París, 1870)',
pág. 318). El «bine»· 'que encabeza _el artículo enlaza a éste con el anterior,
donde se mencionan ciertas d.ecisione·s del concilio de Constanza, en las
que basaban los galicanos . su doctrina.
(102) Discursos sobre la historia universal, § 25, VOLTAIRE (Op. cit.;
cap. 35) y JosÉ DE MA:rsTRE (Op. cit., II, 13), también resumen las suso­
dichas libertades, pero sólo parcialmente coinciden con el abate.
(103) Op. cit., § 20, pág. 289.
166
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FENELON
permanecer en Francia, obedeciendo una orden de Luis XIV (104).
Semejante libertad, establecida
so pretexto de defender a los súb­
ditos franceses y proteger la competencia de los tribunales de ese
país, en realidad sólo intenta restringir la jurisdicción pontificia,
dejando a los interesados
sin protección alguna contra la arbitra­
riedad del monarca, los ministros o los legistas cortesanos, de tal
manera, que la pretensión
de cortar demasías romanas, reales o
hipotéticas, prepara otras incomparablemente mayores.
En suma, el conjunto de tales derechos exalta la autonomía de
los obispos nacionales, a expensas de la función universal de
la
Santa Sede, pero también tiene como consecuencia facilitar la in­
tromisión del poder secular
en mil asúntos concretos, entre los
que menciona Fleury, además de los ya citados, el que ningún
extranjero pueda ser superior de monasterio ni gozar de
benefi­
cios ni pensiones eclesiásticos franceses, sin permiso del rey (105),
Id cual no significa otra cosa que una seminacionalización de los bie­
nes de · la Iglesia y· una secularización encubierta, correspondién-
dose el aspecto institucional y el económico.
·
38. Esta situación subleva al arzobispo; pero el crítico no
suele mostrar su -indignación; expone serenamente sus principios,
caso de la memoria de Chaulnes d del ya citado sermón que pro­
nuncia
con motivo de la consagración del elector de Colonia. No
obstante, en una ocasión sí da rienda suelta a
la cólera, cuando
es preceptor del duque de Borgoña, mediante una carta escrita
aproximadamente en diciembre de 1693 a Luis XIV, donde son
tan duras las verdades y tan
agresivamente dichas, que parece in­
creíble que el súbdito de un poder absoluto pudiera sin peligro
manifestarlas. En ese documento Fenelón denuncia la pésima si­
tuación del reino: «Francia no es más que un· hospital desolado y
desabastecido» ; pero también condena, con toda
la fuerza de su
saber
y su elocuencia, · la religiosidad insustancial de un monarca
para el cual habíase convertido la fe más que en rutina, en parte
de la administración pública. Y
~¡ censurar tal sentimiento, Fe­
nelón no sólo enuncia ideas que muy pronto iba a desarrollar en
la
Explicación de las máximas de los santos, como si en su· espl·
ritu estuvieran inescindíblemente unidos misticismo y política,
sino que incluso coincide
cdn quienes serían pronto implacables
enemigos
suyos: los discípulos de Jansenio. Así le reprocha al
soberano, cristian!simo de título: «No amáis a Dios. Sólo lo té-
(104) BAUSSET: Op. cit., II, págs. 64 y sigs. a. FLEURY: Op. cit.,
§§ 10 y 25.
(105) Op. cit., § 25.
167
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MARJO SORIA
roéis con temor de esclavo. Es el Infierno y no Dios a quien te­
méis. Vuestra religión no consiste más que en supersticiones, en
practiquillas superficiales .. Sois como, los judíos, de los que ·dice
Dios: Mientrás ·me honran wn los labios, su corazón está lejos de
Mí. Sentís escrúpulos de bagatelas, pero estáis endurecido cuando
se trata de males terribles». Luego, con un furor extraño en él,
estigmatiza
al principal culpable de la supeditación de la Iglesia al
poder civil: el arzobispo .de París, Francisco Harlay de Champ­
vallón. Y he aquí c6mo pinta a este prelado, de noble nacimiento,
bieri parecido, de bigotillo
de mosquetero, galante, cultoi de ex­
traordinaria. elocuencia: «Tenéis -le dice al monarca-un arzo­
bispo corrompido, escandaloso, incorregible, falso, maligno, arte­
ro, enemigo de toda virtud y por cuya causa gimen todos los bue­
nos, Estáis contento con él, .puesto que no hace otra cosa que
agradaros· por
sU adulación. Desde hace veinte años, prostituyendo
su horior,
goza de vuestra confianza. Le entregáis inermes los. bue­
nos; le. dejáis tiranizar a la Iglesia y a ningún prelado virtuoso
lo tratáis tan bien como.a
.él» (106). Los contemporáneos no di­
sienten, en el fondo, del terrible retrato. Si San Simón, en sus
Memorias, no .es tan severo .como el autor de -la Carta; en cambio
esta especie de epitafio que dedica a Harlai (muerto súbitamente
de apoplejía, y no celebrando misa, como el cárdena! de Berulle)
una
árriiga de la señora de Sevigné, lo significa tddo: «Ahóra se
trata de encóntrar .a alguien que· se encargué de la oración fúnebre.
Dicen que sólo hay
dos pequeñeces que hacen difícil el decirla: la
vida y la. muerte» del arzobispo (107). Otro contemporáneo;, el
yá citado abate Le Dieu, escribe de Harlay que, por lo que se re­
fiere a las reláciones entre la Iglesia y la monarquía,. «no. hacía
más
que adular a la corte, eséuchar a los ministros y 'ciegamente
obedecerlos, como un lacayo» (108), siendo dichas palabras tanto
más· de sopesar, cuanto que proceden de

quien, como secretario de
Bossuet, favorece
el· galicanismo, · al nienos conforme se expresa en
la célebre declaración de 1682. Siglo y medio más tarde,
no se ha
perdido
la memoria de la prevaricación. Sáinte-Beuve describe así
a este obispo cortesano:· «El católico y el cristiano se eclipsaron
delante del súbdito. Dios y el papa vinieron únicamente después.
El rey ante todo,
fue su divisa.». · . · · . ·
39. Diríase, a veces, que Fenelón
propugna la. absoluta se­
paración de la Iglesia .· y el . estado, especialmente· cuando parece
(106) «Carta a Luis XIV•, en Obras (París, 198}), pág. 549.
(107)
Carta de la señora de Coulanges, dé 12: de agosto de 1695, a
la
marquesa de Sevigné. ·
(108) LE Drau: Op. cit., II, 9.
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FENELON
alabar la independencia de que gozaban para administrarse los prQ'
testantes ·franceses, antes de la revocación del edicto de Nantes,
o los cristianos sometidos
a los turcos (art. 11, § 4, n. 2); sin em­
bargo,
.esas. consideraciones .hay que completarlas con · las que ha,
blan de la sujeción del príncipe a la Iglesia y su deber de prote­
gerla. La unión del trono y el altar la entiende el ruzobispo no ron
reconocimiento de cortesano, sino con la altivez de quien tiene un
derecho irrefutable y lo reivindica, de tal manera que acabe res­
tableciéndose la . supremacía justa. El Cameracense no es precur,
sor del liberalismo, como no Jo es tampoco de ninguna filantropía
sensiblera, ni cabe señalar corriente
política ni filosófica alguna
que, naciendo de San Francisco de Sales, corra, acrecentándose,
por Fenelón,
se embalse en Rousseau y desemboque en el abate
de
la Mennais (109). ·
40. El último párrafo de esta sección de las Tablas consiste
en un proyecto para desarraigar la
. escuela ultraagustiniana, pro­
yecto que
se resume en medidas drásticas, talés como destituir a
los obispos que
no habían aceptado la bula Yineam Domini, de
julio de 1705, y expulsar de su cargo a
tocios los profesores de
seminario, tutores ·de estudios, etc., «imbuidOS de jansenismo»
(art. 11, ·§ 4, n. 11). Si semejante traza chocaría con la sólita cau­
tela
romana, aún resulta más discutible. la idea de pedir al papa
úna decisión relativa a las disputas soteriológicas (ibídem), deci­
sión que en realídad hubiera zanjado precipitádamente
la vieja
discusión
de auxiliis en perjuicio de tomistas y agustinianos, y
dado la razón a los amigos jesuitas del arzobispo. Obsérvese que
éste probablemente apoye muchas de sus ideas místicas en un con­
cepto de la libertad tomado de
Luis de Molina (

y quizá del
nci­
minalismo ), cosa que ya había denunciado con ásperas palabras el
teólogo Luis Habert,
en 1709, ·fundándose en una antropología y
un concepto de
la libertad respaldados por la ddctrina de San
Agustín ( 110). Fenelón no dejó de replicar al ataque, pues a
principios de 1711 condenó, mediante una instrucción pastoral, la
Teologia dogmática y moral, de Habert. El bosquejo represivo de
las Tablas remacha el clavo.
A quienes se extrañen de la rudeza
de. estos dimes y diretes
teológicos y de la intransigencia del arzobispo, les recordamos
que de largo
venia la disidencia entre aquél y los jansenistas y
(109) Obsérvese que, tocante a este _,último, de personalidad muy
compleja, nos referimos 'Únicamente a aquello condenable y condenado .
. . (110) Lms HABERT: Theo/ogia dogmatica · et mora/is, vol. II (Augs-
burgo, 1781), p,lg. 420. ·
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MARIO. SORIA
que la cortesía o, al menos, la consideraci6n con que solían en­
tonces tratarse los adversarios doctrinales, casi siempre miem­
bros del clero, .la nobleza y la burguesía rica o cultivada, no se
guardó por lo general en este caso. Para verificatlo citaremos
sólo un ejemplo más, porque no es
.del caso amontonar pruebas.
Dicho ejemplo
lo tomamos de 1695, cuando ya se habían em­
pezado a enturbiar las relaciones entre Bossuet y Fenelón por culpa
de los
libros de la señora Guy6n y había Nicole escrito su Re­
futaci6n de los principales e"ores quietistas, contra aquella dama
y
sus amigos. Por ese tiempo, Boileau compuso su sátira duodécic
ma, donde se leían versos quizá dirigidos contra Miguel de Molí­
.nos, pero que quizá apuntaban a otro blanco, mucho más próximo,
teniendo en cuenta que
el abate J acobo Boileau; hermano del
poeta, era amigo y correligionario de Nicole, consejero a su vez
de Bossuet, que indujo al doctor jansenista a redactar el tratado
que acabamos de citar.
He aquí los susodichos versos:
«C'est ainsi quelquefois qu'un indolent mystique,
Au milieu . des péchés tranquille fanatique,
Du plus parfaite amour pense avoir l'heuteux don,
Et croit posséder Dieu, dans les bras du démon» ( 111).
La enumeración que de los fenelonianos hace el jesuita Ivo
María Andrés, contribuye a
delimitat el campo de batalla: «Pron­
to se vio a Francia entera dividida. Monseñor de Cambray ganó,
merced a la gracia de sn estilo y la sublimidad especiosa de sus
ideas, un gran número de .persorias,-muchísimos j6venes, varias
damas, buena cantidad de religiosos, algunos doctores, casi todos
los jesuitas ... » (112).
.
41. Observemos, pata terminat esta patte, que evidentes
parecen hoy las ideas eclesiológicas de Fenelón y hasta nos ex­
trañamos de que en algún tiempo se las hubiera discutido; pero
hay que tener
en cuenta que no eran aceptadas unánimemente
a fines· del siglo xvrr, cuando reyes, ministros, juristas,
patlamen­
tarios,

leguleyos·
se inmiscuíán en los negocios eclesiásticos, lo
mismo de orden dogmático que meramente disciplinar; cuando,
además, una parte
del clero justificaba la intrusión, y canonistas,
historiadores y teólógos aportaban argumentos para cohonestar­
la.
Por otra patte, no· hay que engañarse, juzgando la situación
moderna
muy distinta de la de antaño y segura la independencia
(111) Bon.EAU: SJtiras, XII, vs. 83 y sigs.
(112) «Vida del padre Malebranche» pág. xvn, eri Obras de Male­
branche, vol. XIV, París 1978.
170
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FENELON
del cristanismo. Dejados aparte los regímenes comunistas, donde
es
. obvia la opresión de los fieles, sí resulta inaudito que un
ministro o jefe de gobierno
se entrometa, al menos abiertamente,
en la administración eclesiástica. Con todo, se rechazan áspera­
mente ciertas decisiones pontificias;.
se. intenta · reglamentat abu­
sivamente la actividad educativa de
la Iglesia; se impugnan.cier­
tos institutos y personas eclesiásticos ; empleando los medios de
comunicación,
se llevan a cabo catnpañas de aleccionatniento que
equivalen a las intervenciones arbitrarias de los ministros
. y pan­
lamentos de otro tiempo. Antes .se apelaba a la autoridad real,;
ahora, pata impugnar el derecho. natural, la doctrina social ca­
tólica, la constitución de la Iglesia o cualquier dogma o idea
juzgada inaceptable
. pata la civilización moderna, aducen parti­
dos políticos y gobiernos
. la ideología democrática y la opinión
pública, de las que se arrogan la
representación. E incluso en el
clero serpean las viejas ideas. Quienes quizá nunca hayan
escu­
chado hablar de Bossuet, ni de Fleury, ni de Febronio, ni de
Pereyra, ni de Bernardo van Espen, opinan como ellos: nos
re­
ferimos a las tendencias neoconciliatistas y a los partidarios de
la democratización del catolicismo. El resultado, de aceptarse
tales teorías, sería librar la Iglesia, atada de pies y manos, a los
poderes del siglo actuales, a los vaivenes de
la moda, a los anta'
jos de una opinión dependiente, hasta uri extremo que apenas
se sospecha, de la prensa, la radio y la televisión. Por eso, Fe­
nelón no nos
parece una antigualla ni recordarlo anacrónico,
fuera del interés que despierta un gran cristiano y notable es,
critor.
42. El otro aspecto que de Fenelón nos interesa es su pro­
yecto de reforma política,
esbozado. principalmente, como el de
restauración religiosa, en la memoria de Chaulnes. También
se
apuntan medidas de toda clase en el Telémaco, la Carta a
Luis
XIV, la correspondencia con los duques de Beauvilliers y
de Chevreuse, amén de las memorias dirigidas a los mismos,
así
como en la disertación acerca de la necesidad de convenoer
al monarca para que establezca un consejo de regencia, en el
proyecto de dicho consejo, en el escrito sobre la educación de
quien iba a ser
pocos años más tarde Luis XV y en el documento
relativo al duque de Orleáns. Estos cuatro opúsculos datan de
matzo de 1712.
4 3. Fin de los proyectos fenelonianos
es extirpat los vicios
que desfiguran a
la monarquía, haciéndola absoluta. Por lo tanto,
la
reforma que intenta el arzobispo abatca toda la organización del
171
Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA
país: justicia, agricultura, ejército, asuntos internacionales, cargos
y empleos de
la corte, gastos públicos, impuestos, gobierno provin­
cial, estatuto de la nobleza, comercio, industria, marina, etc. Reali­
zado
el plan que nos ocupa, seguramente se habría transformado
sin·. alteraciones notables el régimen. francés, de tal modo que «el
monstruoso endiosamiento
de un pecador público y escandaloso»,
para usar
las palabras con que Menéndez . y Pelayo · se refiere a
Luis XIV (113), hubiese cedido el paso
aun gobierno mixto, donde
tddas las clases sociales estuvieran representadas, tal como se había
propugnado desde Polibio y
Ocer6n hasta los llamados monarcó­
maros
y los grandes publicistas católicos y protestantes del si­
glo XVI, cuya doctrina todavía resuena en el arzobispo de Cambray.
Ya en las Alfenturas de Telémaco el autor impugna el abso­
lutismo, condenandd el afán del gobernante supremo de inter0
venir en todo, con la pretensión de. que nada se le escape. Si
el autor tiené ;;, mente el sistema de Luis XIV, al censurado
debieron de
escocerle estas líneas: «La habilidad de un rey, que
se encuentra
por encima de los demás hombres, no consiste
en
hacerlo todo por sí mismd. Es de una vanidad grosera el pen­
sar que uno llevará a cabo tal cosa o qrie persuadirá al mundo
de que
es capaz de ello .• , El gobierno suptemo consiste en go­
bernar a quienes gobiernen» (114), En otra .parte del libro, tam­
bién dispara sus andanadas contra
el · gobierno absoluto: «Los
países donde
la soberanía nd conoce límites, son aquellos donde
son
los reyes menos poderosos. Lo tienen todo, lo arruinan todo,
poseen solos todo el estado ;
pero el estado languidece.. . El rey,
que no puede serlo sold y cuya grandeza estriba en la de su
pueblo,
se debilita pocd a poco con el debilitamiento de sus
súbditos, de donde saca riquezas y poder... Desprecio, odio,
resentimiento, desconfianza, en una palabra todas las pasiones se
aúnan contra tan odiosa autoridad: .. Ella ha·cansado e irritadd to­
las las instituciones del estad.o y las obliga a anhelar el cambio, Al
primer golpe que se le aseste, rodará el ídolo hecho añicos» ( 115).
(113) Historia de las idea, estéticas en España, vot II (Madrid, 1974),
pág. 596. m histotiador Agustín Gazier no es menos_ severo, cuando hal;,la
del Rey Sol: «El cri,,tianismo de este prlndpe era completamente rudi­
mentario. Consistía -dice San Simón-en temer al diablo y al infierno,
y los escándalos de su vida privada lo indujeron a apreciar la ·mora1
acomodaticia y relajada de los jesuitas» (Historia del movimento ians~
nista, vol. I (París, 1923), pág. 186).
(114)
. Lib. XVII, cap. l. _(115) _Lll>:, X'., cap. 4. Esta pfutura está lejos de ser exagerada, aunque
parezca. corresponder· más a un régimen totalitario que a la monarquía.
de· Luis XIV,·· donde0se reconoce la propiedad-privada de tierras; comer--
172
Fundaci\363n Speiro

FENELON
Poco antes de escrito el T elémaco, había Fenelón advertido
de fonna, si se quiere, todavía más enérgica, los peligros del
absolutismo, con términos que anticipan la célebre afirmación
de lord Acton: «Siempre corrompe el poder, y absolutamente, el
poder absoluto».
He aquí lo que afirma el escritor francés, re­
firiéndose aparentemente a los reyes persas, artificio que tam­
bién le
setviría, años más tarde, a Montesquieu para expla­
yar sus críticas:
«Sus reyes, incensados como ídolos, no pueden
ser rectos
ni conocer la verdad. La humanidad es incapaz de
sostener con
mdderación un poder tan desordenado como el de
aquéllos, que
se imaginan estar todo hecho para su provecho y
gusto. Juegan y se burlan del bien, el honor y la vida de otros
hombres. Ningún signo de barbarie es tan notorid en una nación
como esta forma de gobierno, puesto que .no hay leyes, siendo
la voluntad
de un hombre solo, cuyas P":siones se adulan, la ley
cio, industrias, etc. Sin_ embargo Fenelón no debe de ignorar que .el rey
sostiene
ser el estado dueño absoluto_ de todos los bienes, tanto seculares
como
eclesiásticos, y que puede usar de ellos como sabio ecónomo, vale
decir SCgún las necesida_des del -mismo (LUIS XIV: Memorias o Instruccio·
nes para la educación del del/In (México, 1988), pág. 152). También Toc­
queville escribe que «largo tiempo antes ( de la revolución), Luis XIV
había enseñado públicamente en sus edictos que todas_ las ti~as del
reino habían sido concedidas condicionalmente por el .estado, que as(
resultaba el único propietario verdadero, en tantO que todos los demás no
eran sino meros poseedores, cuyo titulo carecía de solidez y-el derecho era
defectuoso» (El régimen antiguo y la revolución (París, 1952), pág. 293).
Tales teotlas no arraigaron sólo en Francia. Igualmente hubo quienes las
defendieron en Inglaterra, como lo demuestra Hume (Historia de Gran Bre·
taña. Los reinados de Jacobo I y de Carlos I (edición de 1970), págs. 305 y
siguientes). En España no falt6 quien exagerara el poder del soberano, de lo cual
se derivaba fáciltn.ente la arbitrariedad económíca, como en la práctica
Ilevábase a
cilbo especialmente respecto de los bien~ de · la Iglesia.
(Cf. BALMES: El protestatismo comparado con el catolicismo (Madrid, 1967),
cap. 53, pág. 575, y MAcANAZ: Informe de don Melchor de Macanaz, fis­
cal-del conseío de Castilla, pres.entado en-el mi¡mo consejo en diecinueve
de diciembre de
1715, sobre abusos. de la curia romana. y su remedio¡
§§ 13, 28). La exageración no dejaría .de estar bien mirada en muy alto
lugar. Al partir Felipe V de Versalles, su abuelo trató de imbuirle de las
ideas que él profesaba y que, en el fondo, no-difieren de las de Pedro
el Grande, Stalin o Sadam Hussein, respecto. de la cosa pública: «Debéis
estar convencido de que los feyes ... son señores absolutos y que1 na_tUl'al·
mente, tienen la completa· disposición de _todos los bienes, -lo mislllO aque:
llos que posea la Iglesia que los pertenecientes a los seglares. Todo lo
que se halle en la superficie de nuestros estados, de cualquier naturaleza
que
fuere, os pertenece por el mismo título» (Citado por MELCHOR FER­
NÁNDEZ Ar.MAGRO: «Del antiguo régimen a las cortes de Cádiz», en Re·
vista de Estudios Políticos, núm. 126-(noviembre-diciembre de 1962),
pág. 14).
173
Fundaci\363n Speiro

MÁRIO SORIA
única» ( 116 ). Y esta censura se aplica con asombrosa libertad a
los estadistas que
habían gobernado conforme a las máximas que
combate el
arzobispo, por lo cual salen muy mal parados Luis XI,
Francisco I, Richelieu, Enrique III ( 117).
El soberano, por lo tanto, sólo debe elegir,-vigilar, cotregir,
coordinar. A este
papel exclusivamente animador y arbitral de
la monarquía habrá de
unirse la lícita autonomía de los servido­
res del estado;
que, cuando la teoría pase de la fábula a la rea­
lidad,
·se buscarán entre los cuerpos sociales y las instituciones
ya existentes, con objeto de devolverles· a unos y otros el papel
que les usurpó
el. gobierno despótico. Así se establece en el
conjunto de propuestas denominado
Tablas de Chaulnes.
44. La vieja institución de los estados generales, o sea la
reunión de quienes representan a los
· estamentos franceses ( cle­
ro, nobleza y estado llano), resulta ímprescindible ·para· resta­
blecer el orden de la
monarquía. Habrán, por lo tanto, de con­
gregarse
con regularidad, independientemente de la voluntad del
monarca, cada tres años en una ciudad determinada, y podrán
sus deliberaciones durar
cuanto tiempo se juzgare necesario. Se
compondráh del obispo de cada diócesis, de la nobleza elegida
por
sus·'iguales y de los burgueses designados de idéntico modo.
Su competencia se e,ctenderá a la justicia, policía, finanzas, gue­
rra, alianzas internacionales, agricultura, comercio, impuestos, et­
cétera. (Art. 11, § 3, núm. 5). Se sabe que los estados generales
no
poseíatl atribuciories legislativas, sino sólo daban a entender
al
soberanQ la opinión pública y presentaban memoriales de
agravios, si bien los es.tados de 1312 consagraron el principio
del
consentimiento libre y necesario de los tres órdenes para la
percepción de
ímpuestos,
'y en 1357 exigieron reu:riirse dos ve­
ces por año. (Ambas conquistas contra .la arbitrariedad real con­
virtié.ronse rápidamente en letra muerta). A la discreción regia
quedaba decidir si
se admitían o no las sofü;itudes de los dipu­
tados. Fenelón, por
el. contrario, no detéJ:lllina si los estados
generales
tendrán facultad legislativa; pero, como establece una
época fija para su convocatoria, les asigna· la capacidad de pro­
longar sus sesiones cuanto les pareciere y les concede una am­
plísíma competencia, que sin duda exc.ede del antiguo mandato
ímperativo,
parece dar el paso primero que transfoJ:lllará dichos
estados en un parlamento moderno. Por otra parte, recomienda
(116) Diálogos de los muertos, XVII.
(117) Op. cit., LVIII, LXIII, LXIV, LXVII, LXXII.
174
Fundaci\363n Speiro

FENELON-
establecer en todas las provmoas estados · similares a los exis­
tentes en el Languedoc, Bretaña, etc., lugares donde tales cuer­
pos se reúnen periódicamente, encargándose, con cierta .auto­
nomía, de regular la administraci6n de la provincia respectiva y
votar los subsidios demandados por los comisarios reales (Art. II,
§ 3, núms. 1, 2, 3 ). La importancia de imitar las asambleas lan­
guedocianas se entiende considerando que en esta regi6n las
tres clases sociales trabajan de consuno en los asuntos comunes,
que las relaciones entre ellas son buenas
y que alguna exenciones
odiosas, por ejemplo, la tributaria, casi no existen. De este modo,
la talla, que despierta especialmente la animosidad del pueblo,
por estar exentos de ella clérigos y arist6cratas, amén de
magis­
trados y habitantes de urbes como París y Li6n, es real, no
personal, vale. decir que grava
el bien, no la condici6n del pro:
pietario. De haberse seguido en todo el país tal armonización
de intereses, que en el fondo· era de estricta justicia, segura,
mente se hubiera evitado la revoluci6n, que estall6 setenta y cinco
años después de muerto Fenel6n ( 118 ).
45. El arzobispo también esboza una amplia reforma de la
administraci6n pública.
Respecto de las provincias,
apoya -según dijimoS-'-la des­
centralizaci6n gubernamental, tomando como ejemplo el. Langue­
doc, donde existe una asamblea propia de la regi6n. Las insti­
tuciones provinciales se encargarán de recaudar los impuestos,
con arreglo a la riqueza de cada zona, y de pagar al tesoro la
parte proporcional de las cargas generales del estado. Se le qui­
tará,
por lo tanto, al fisco el poder de fijar contribuciones. Como
Fenel6n indica que los gravámenes
se determinarán de acuerdo con
el. catastro, la riqueza natural y el· comercio provinciales, no es
aventurado deducir que apunta una tributaci6n
regular de t0 las propiedades, incluidas las del clero y de la nobleza (Art. II,
§ 3, núms. 1, 2). Propugna, asimismo, la abolici6n de los recau­
dadores reales, que arrendaban la percepci6n de los impuestos y
cuya tiranía pretende substituir por
la función tributaria de los
estados particulares, consecuencia
16gica desde el momento que
son los diputados quienes señalan la
cuantía de los gravámenes.
Además,
al patrocinar la supresi6n de impuestos como la ga­
bela, prácticamente suprime el odiado monopolio de la sal.
Desaparecida la capitaci6n, tributo
al que también se opone
nuestro autor, se fomenta el aumento de la población, etcétera
(Art.
II. § 3, núm. 3 ).
(118) Cf. TocQUEVILLE: Op. cit., págs. 336 y sig.
Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA
Por Id que al comercio se refiere (art Il, § 7), favorece el
Cameracense el incremento y
circulación de todas las mercancías
necesarias
para la .vida. Aprueba la ganancia como recompensa
del esfuerzo y el riesgo, pero condena la usura, o sea el présta­
mo remunerado del dinero.
Pro,POne fundar montes de piedad
que adelanten los capitales necesarios para el desarrollo del
e°"
mercio. Patrocina el consumo de los particulares y aboga por
que la endeudada monarquía restrinja gastos hasta haber abona­
do cuanto debe. Es también
partidarid de la libertad internaci°"
na! de las transacciones; enemigo del proteccionismo, cree más
útil crear industrias capaces de competir con las extranjeras.
A ello añade el abolir o disminuir los aranceles de importación
y exportación. No menos notable resulta
su proyecto de permitir
a la aristocracia, sin perjuicio de su rango, dedicarse
al negocio
mayorista (art.
Il, § 5, núm. 3), que, según las preocupaciones
imperantes y pese
al ejemplo contrario de la república venecia­
na, no
se podía realizar, so pena de que el interesadd, caso de
ser noble, decayera de su condición.
El autor es, como se verá a continuación, menos favorable
a los comerciantes de lo que parece par estas medidas, o, mejor
dicho, tiene respecto del comercio del dinero y de los banqueros
la profunda desconfianza que subsiste a fines
del siglo XVIII e
induce a atribuir a aquéllos muchos de los males que sufre
la
sociedad, lo mismo el encarecimiento de los víveres que las
revoluciones (119). (Tal apreciación pervive aún hoy y muy
lejos
está de extinguirse). Como notamos antes, reprueba el arzobis­
po la usura, entendiendo por tal, de acuerdo con lo que se
juzga entonces,
cualquier remuneración de préstamos que no
nazca del
lucro cesante o del daño emergente, y recomienda
permitir únicamente las ganancias nacidas del riesgo
(art. Il, § 7).
Hasta propugna una especie de policía económica, para «indas
gar los medios de enriquecimiento de cada cual»
(ibídem). Con
todo ello no
discrepa de los moralistas de su época y, a nuestro
juicio, se inclina
más hacia el rigor que hacia la laxitud. Como
católico y
arist6crata, ve en la necesidad ajena no ocasión de
negocio y de explotación, sino,
éonfortne al mandato cristiano y
a los viejos cánones de caballerosidad, motivo de cumplir debe-
res de justicia y de amor al prójimo.
· ·
(119) Cf. los juicios del príncipe de Montbarey, acerca de Law, Nec­
ker y los financieros en general, en sos Memorias, vol. III (París, 1825),
págs. 114 y sigs. y 224. No menos desdeñoso con Necker, y no sólo por
razones económicas y políticas, es el duque de MontmorencycLuxemburgo:
Memorias, §§ 4, 24 y sígs. ·
176
Fundaci\363n Speiro

46. El orden segundo del ~stado, o sea la nobleza, también
reclama la
atención de nuestro autor (art. II, § 5.). La refortna
feneloniana tiende
más bien a restringirla que a difundirla,· y
le. deja el privilegio de ciertos .cargos, al contrario de lo hecho
por Luis XIV, durante
cuyo reinado se habían ennoblecido varias
familias burguesas y llegado a. puestos relevantes de la Iglesiá
y el estado (Colbert, Le Tellier, Arnauld, Bossuet ..•. ) (art. II, § 5;
núm. 1); propone, además, un registro general de la nobleza, que
abarque, provincia por provincia,. a todas las familias de esta
clase social. Disminuye
el número de duques, hasta convertir a los
mismos en.miembros de una.especie de cámara cerrada, supeditan·
do el
título. al numerus dausus, puesto que nadie podrá obtener
dicha dignidad de no haber una vacante (art.
II, § 5, núm. 3).
Los nobles tendrán prácticamente el monopolio de los cargos
militares y los más relevantes de la casa real, así como la pre­
ferencia
para los superiores de la magistratura (art. II, § ·5,
núm: 2; § 6, núm. 3 ). Con el fin de consolidar la independencia
de la aristocracia, cada familia deberá poseer un mayorazgo, más
cuantioso
conforme a la importancia de la casa respectiva. Esto
evitará el matrimonio con señoritas ricas procedentes de una
clase social
inferior, cosa que, dicho sea de paso, habían llevado
a cabo Chevreuse y Beauvilliers, amigos
·del arzobispo, casados
con sendas hijas del burgués
Colbert, del cual también son hi,
jos otros dos amigos íntimos de Fenelón: Mariana ( que matri,
monió
con el duque de Mortemart, sobrino de la Montespán)
y el
marqués de Blainville. Habrán de disminuirse drásticamente
los ennoblecimientos, salvo en el
caso de servicios notables al
estado (art.
II, § 5, núm. 3). Todas estas medidas, que parecen
reforzar
los. privilegios nobiliarios, Fenel6n las contrapesa con la
exigencia de moralización de una clase cuyo libertinaje, en mu·
chas ocasiones, era escandaloso. Así, proyecta quitar a los bas­
tardos el título de gentilhombre y vedarles el uso de las armas
y apellidos de su familia nátural. Esta severidad la extiende a
los hijos adulterinos del rey, a los cuales nunca.
se les concederá
el título de príncipes, en contra de lo que había hecho Luis XIV
con su descendencia extramatrimonial (art. II, § 5, núm. 4).
47.
El lujo y la reforma agraria son dos asuntos en los que
siempre piensa Fenelón. Y

a en el
Telémaco refirióse a ellcls más
de una vez, pergeñando su estado . ideal. En el proyecto de
Chaulnes se señala expresamente una
ley · suntuaria que limite
los gastos de cada clase social, «puesto que .se arruina a los
nobles en beneficio de los mercaderes y por ese lujo se
corrOm-
177
Fundaci\363n Speiro

MA-RIQ SQRIA
pe a la nación entera» (art. II, § 7). En cuanto a la agricultura,
atribuye nada menos que a los estados generales la capacidad
de deliberar sobre los medios de no dejar ninguna tierra incul­
ta, «reprimir el abuso de los parques .. nuevos», fijar la extensión
de. los mismos, supuesto que en. ellos no existiera cierta labora­
ble; reprimir
el abuso de los derechos de caza, que constituyen
para
.los labriegos· una amenaza. peor que el granizo o una inun­
dación, toda vez que las cuadrillas
· venatorias se meten en los
sembrados
(art. II, § 3, núm. 5). Esta drástica reducción del
derecho de propiedad agraria o, por mejor decir, su vuelta a la
concepción antigua de uso y consumo, desvirtuada por
el fasto
moderno, Fenelón la completa, al menos en su
Telémaca, por
ulia limitación de la cantidad de tierra que haya de poseer cada
estirpe, según su rango
(120). Fin de la propiedad -determina
el legislador-es «alimentar las personas de que una familia
está compuesta»; además de ello, prohíbe el acrecentamiento de
las fincas por compraventa
(121). Huelga señalar la moderni­
dad de tales proyectos, coincidentes con ciertos aspectos de la
propiedad social patrocinada por
las encíclicas .pontificias.
48. Contrario a la venalidad de los cargos judiciales, pro­
pugna también simplificar las leyes· civiles y penales y
el proce­
dimiento (art.
II, § 6, núms. 3, 6). Pero lo que quizá resulte
más interesante. en este puntd, es el proyecto de revisión de
todas las leyes y costumbres, mediante una comisión de juriscon­
sultos, y
la posibilidad de redactar «un buen código» ( art. II,
§ 6, núm. 5).
49. El detroche de la corte es también otra lacra que in­
tenta Fenelón
corregir, sin que con ello le importe privar al jefe
del
estado de ese brillo que tanto le gusta. a Luis XIV (art. II,
§ 2). Y propone disminuir los gastos de· vestuario, ceremonias,
séquitos, mobiliarios, comidas; suprimir la construcción de
edifi­
cios .suntuosos y jardines, pasión que arruina al monarca; so­
meter los gastos de la casa res! y la corte a estricta contabilidad,
sin que
se permita el aumento de los mismos bajo ningún pre­
texto; abolir
los empleos dobles; expulsar a «todas las mujeres
inútiles», de entre las cuales
se .reclutan las queridas .del sobe­
rano. También desea que se revoquen todos los encargos hechos
por el
rey, de manera que fl=an las artes gracias a la obra
de los particulares ricos.
Pretende calcular minuciosamente las
178
(120) Lib. X, cap. 4.
(121) Ibidem.
Fundaci\363n Speiro

FENELON
deudas reales, ver cuáles deben pagar intereses, declarar nulas
las que nazcan de convenios leoninos
y, en general, rebajar todas
un treinta por ciento, cosa que significa
la semibancarrota del
estado, de acuerdo con
la situación verdadera de Francia en ese
momento. También proyecta comparar los gastos cortesanos con
los ingresos totales obtenidos de
la agricultura, el comercio y la
industria, seguramente para adecuar la dotación del rey a la ren­
ta nacional.
50. Una de las mayores preocupaciones del arzobispo es
la política internacional de una monarquía que se había enreda­
do en largas disputas con
el resto de Europa, prácticamente de
forma ininterrumpida desde 1672. Ya en el
afio de 1693, como
antes dijimos, dirigió Fenelón una aspérrima carta al soberano,
carta que parece entregó a la señora de Maintenón, con objeto
de que ésta la hiciera llegar a su
destinatario, cosa que probable;
mente no sucedió por temor o prudencia
de la marquesa. En
el escrito pinta el autor con vivos colores la desastrosa situación
de Francia, a causa de
las guerras emprendidas por Luis XIV,
guerras cuyo fundamento no fue más que . vanagloria, codicia
y venganza, innecesarias
al estado, porque «los bienes de otro
nunca los necesitamos; lo que -sí necesitamos .es guardar una
exacta justicia». El resultado de la ambición real. es la ruina
del reino:
« Vuestro pueblo, al que deberíais amar como a vues­
tro. hijo y que hasta ahora os adoraba, se muere de hambre.
Casi abandonado está el cultivo del campo. Despobladas, las
ciudades y la campiña. Todos los talleres languidecen y
ya no
alimentan a
los obreros. Se ha aniquilado el comercio. Por lo
tanto habéis destruido, dentro del estado, la mitad de
sus fuer­
zas reales, con el fin de defender vanas conquistas exteriores ...
Los magistrados están envilecidos y empobrecidos. La nobleza,
cuyos bienes hállanse embargados, respira gracias a la suspensión
temporal del embargo» (122).
(122) Carta a Luis XIV, págs. 545, 547. No es Fenelón el único
autor u hombre público que deplore el desastroso _ estado de su país.
Tocqueville habla de la gran cantidad de informes que los intendentes
dirigen al duque de Borgoña, incluso antes de iniciada Is guerra de suce­
sión española. La riqueza general ha mermado notablemente desde hace
algunos años, afirman todos ellos; han decaído las ciudades; del suelo
se saca mucho menos de lo que antes se obtenía; multitud de industrias
han. cerrado sus puertas, etc. (Op. cit., págs. 269 y -sig.). Monsefíor de
Cambray no
se deja, pues, arrastrar de la exageración ni la ret6rica. En
SUS-escritos la pasión no se divorcia de la exactitud. Pero el autor tam·
poco se detiene en la fríe. irresponsabilidad de los documentos adminis-
179
Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA.
Pero también en este punto los anhelos de Fenelón divet'
gen diametralmente de la política que sigue Versalles y de los
acontecimientos. La paz, penosamente conseguida en 1697, en
Riswisck, dura apenas algo más de tres afíos. Otra larguísima
lucha se avecina.
51.
La sucesi6n espafíola y las hostilidades que a conse­
cuencia de la misma estallan, constituyen el acontecimiento·
más
notable de los quince afíos últimos del Rey Sol. No es, entonces,
extraño que atraigan poderosamente la atención del
ar20bispo
de. Cambray, que en multitud de cartas, muchas de las cuales
forman verdaderos estudios por
su extensión· y su minuciosidad,
recomienda, a partir de 1701, las soluciones que le dicta su
in­
genio a las innumerables .dificultades. Nuestro prelado, como
ya advertimos, no se limita a lás generalidades; aporta un núme­
ro asombroso de proyectos y juicios; fruto quizá de una· intuí'
ción genial o del conocimiento profundo de la materia. En la
correspondencia
éon los duques de Beauvilliers y de Chevreuse
se explayan las ideas. Como de estos dos personajes, amigos ínti'
mos del arzobispo, el primero tiene el cargo de ministro de estado;
d · ""ª de asuntos exteriores, y el segundo, concuñadd de aquél
fambós están casados con hijas de Colbert), es amigo de Bor­
goña y conoce al dedillo los asuntos tratados en el consejo real,
las censuras, exhortaciones
y. planes de Fenelón, a pesar de ha,
liarse su autor desterrado de V ersalles, pen.eiran hasta el cora'
zón mismo
de la corte. Hay que observar, ádemás, que los juicios
de Fenelón no son rígidqs sino en los principios, nunca en las
consecuencias.
El arzobispo no está preso de una solución concreta,
pues
fa adapta con genial JIIaleabilidad, propia de ·un estadista de
raza, a
las circunstancias,· temporibus callidissime serviens (123)
podría decirse, aunque sin sombra .de sentido peyorativo.
MencionaretnOs algunas trazas
· y actuaciones · del· político ca'
meracense.
En la comunicación de 8 de agosto de 1701, ditigida a Beau­
villiers, procura conjurar la torinent_a que se_ cierne ·sobre Francia
con motivo. de haber aceptado · el duque de Ap.jou el cetro espa­
ñol. Alli desgrana· los consejos para· granjearse amigos en el exte­
rior, disipar temores, gobernar con tino los. reinos recientetnente
tfatiVOs, J¡üi! eluc,'ie!l. _-;it:idicar las cati$as de-l~ -crisis naci~nal; limitándose _a
la-indicición de los sfu.tonias. _-(12,3) ·-cORNELiO ·NE;i>orE: Liher de eXcellentibus · ducibús exterarum
gentiui#, VII, !, § 3.
iso
Fundaci\363n Speiro

FENELON
adquiridos, elegir los generales adecuados para una campaña inmi­
nente, analizando las cualidades de cada uno de los candidatos.
Como el duque
de Borgoña · interviene repetidamente en la
guerra, durante las campañas de 1702, 1703 y 1708, Fenelón si­
gue con
la mayor atención la actuación de su pupilo, al que am:a
profundamente y del que espera la regeneración de Francia. Bien
sea
en cartas al príncipe, bien en el intercambio con sus corres­
ponsales
de costumbre, juzga, censura, aconseja, aplaude, condena.
Borgoña tiene poderosos enemigos ; su padre siente
celos de su
talento y su vivacidad;
es apasionado, brillante, piadoso, pero a
veces incurre
en el defecto de sus cualidades, am:én de ser inde­
ciso, descuidado y sujeto a escrúpulos.
Todo esto lo advierte des­
de lejos
· el mentor y· da su dictamen. Aconseja al joven para com­
portarse
respecto del delfín, del rey, de la Maintenón; en lo to,.
cante al público, por lo que se· refiere a los espectáculos, religión,
diversiones, conducta de sus oficiales, su propio régimen
de comi­
da y sueño durante la guerra.
Si
en los dos áños primeros de · operaciones había T elémaco
conseguido algunos laureles, el año de 1708 es desastroso, tan­
to por causa suya como de la imprevisión del duque de V ando­
ma, a cuyas órdenes, como
d~ general experimentado, está en
realidad el heredero del trono. Añádase a los errores la honda an­
tipatía que separa a los dos personajes, nacida
del. increíble desor­
den
moral del uno, en contraste · con la religiosidad del otro.
V andoma pertenece a una facción cortesana que, previendo la
muerte del rey, ha apostado po:r el delfín, celoso, como ya dijimos,
de
un hijo cuyas notables cualidades contrastan con su mediócri­
dad, y
de la benevolencia del abuelo, . que le permite al nieto re­
presentar en el mundo. un papel que el padre nunca había podido
tener, Quizá, además, se barrunte en estas banderías cortesanas
una oposición más honda,
entr~ dos sistemas políticos y filosófi­
cos, aún no claramente formados, de los que acabaría triunfando
el niás deleznable y de. peores consecuencias, gracias a la prematu­
ra muerte de Borgoña. A decirverdad, parece que el joven gene­
ral se encontró
frente ª una tarea. demasiado pesada para .. sus hom­
bros, descontando sus vacilaciones y
la precipitación y el descuido
de su asociado
al mando suptemo. La. pérdida de la ciudad de
Lila,
el 8 de diciembre de 1708, fue el resultado de la campaña
de ese año.
A1 discípulo, Fenelón no le ahorra el detal1e .de las censuras y
acusaciones que contra
él se hacen por todas partes y que debieron
de ser muy
a,uargas de leer para . el interesado_ Pero no se limita
a referir cuanto se dice, sino que explícitamente
le reprocha · su
181
Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA
indecisión, sus descuidos, su temor de indisponerse con V ando­
ma ( 124 ). Lejos de molestarse por las acusaciones del arzobispo,
da el príncipe muestra
de una paciencia tanto más notable cuanto
que
segurámente se halla irritado por la opinión genetal adversa,
y responde a las cartas
de su maestro justificándose puntualmente,
con sencillez no exenta de humildad (125).
Como crece la indignación del público, alimentada por cartas,
conversaciones y rumores, Fenelón sigue velando por su discípulo
e indicándole
.cuál tiene que set. su conducta vuelto a la corte, lo
mismo respecto del rey que del pueblo
(126 ). A la sensatez de
dichos consejos probablemente deba Luis de Borgoña haber resta­
blecido
al menos de forma patcial su reputación. Por otra parte,
.tales imputaciones se. divulgan fuera de Francia, agravándose al
pasar los Pirineos, merced a las pasiones políticas, conforme lo
demuestra el marqués de San Felipe, que llega a acusar al prín­
cipe
de haber deliberadamente petdido la campaña de Flandes y
la ciudad de Lila, porque, de «advettida negligencia», tenía «el
sistema
de quetet con desgracias obligar a su abuelo a la paz» (127).
Después, las
detrotas ya no dejan ocasión sino de desear el
final de
las hostilidades.
52. Al aceptar la corte de Vetsalles (en contra del parecer
de Borgoña y de Beauvilliers) la
hetencia de Carlos II de España
en favor del duque de Anjou,
se forma una gigantesca coalición
que junta a los perjudicados por el testamento del último Habs­
burgo español y a los temerosos de que
~ rompa el equilibrio
europeo, merced a la alianza de un imperio marítimo y colonial
con una potencia continental.
La entronización de Felipe V signi­
fica, además, en la propia España el estallido de una guerra civil
cuyas heridas todavía no se han cicatrizado del todo, tres siglos
más tarde. La contienda debilita a los españoles, que toman par­
tido por el pretendiente francés
o el austríaco ( segúo las regiones
de la península,
los inteteses y las fidelidades) y que, a la postre,
ya consolidada la casa de Borbón, ven perderse Flandes e Italia,
ocupadas Menorca y Gibraltar, encontrándose
además forzados a
otorgar privilegios comerciales a Inglaterra, los cuales, aparte de
perjudicar
el tráfico de bienes entre la península y ultramar, per­
miten llevar a cabo un descarado contrabando en las Indias. Pero
( 124) Cartas al duque de Borgoña, de 15 de octubre, 25 del mismo
mes y noviembre de 1708.
-(125) Carta a Feoel6n, de 5 de diciembre de 1708.
(126)
Carta a Cbevreose, de 31 de diciembre de 1708.
(127) MARQUÉS DE SAN FELIPE: ComentarioS a la guerra de ·España
(Madrid, 1957), año de 1708, págs. 163, 165.
182
Fundaci\363n Speiro

FENELON
si España termina reducida al solar patrio y a sus colonias, aparta­
da
de. la política europea, donde se decide el destino continental,
y decaída así de su poderío anterior,
en· beneficio de Inglaterra y
de Francia, ésta también acaba sensiblemente agotada, pues
la gue­
rra emprendida en 1701 pata defender los derechos de Felipe V,
ha agravado
el quebranto causado por luchas precedentes. En ta­
les circunstancias resulta inevitable que, no obstante la voluntad
del rey, apatezca en la corte francesa un pattido resueltamente
favorable a la paz.
Esta
facción la anima el arzobispo de Cambray, cuyas ideas
de justicia y cuya compasión por la miseria de un pueblo que
soporta el peso de las diversas contiendas,
ya se habían expresado
en el
Telémaco y la Carta a Luis XIV. La correspondencia con el
duque de Chevreuse y las Tablas de Cbaulnes aplican princi­
pios anteriores a la situación creada por la muerte del soberano
español. Y sostenemos que
Fenelón anima tal tendencia pacifica­
dora, porque el arzobispo es, en cierta forma, heredero de la vieja
idea de
paz entre los príncipes cristianos, que todavía perdura a
principios del siglo
XVII y aflora entre los católicos más ilustres,
como el sueño de juntar a los soberanos
para que combatiesen jun­
tos
la herejía protestante y el peligro turco. Fracasan tales proyec­
tos, derrotados por
la política nacionalista y agresiva que preco­
niza sobre todo Richelieu, aunque también por
la torpeza y tiranía
de que da sobradas muestras
el emperador Fernando II de Ale­
mania. Con todo, el designio de una alianza de los soberanos cató­
licos todavía sigue, en cierta forma, vigente a mediados de siglo,
como lo demuestra el hecho de
haber combatido en la batalla de
San Gotardo, en 1664, contra los otomanos, soldados franceses
codo a codo con el ejército imperial. A tales consideraciones, que,
a
decir verdad, no aparecen claramente expresadas en los escritos
de Fenelón, donde predomina la preocupación por el estado de
Francia, se suman argumentos nuevos, como la situación campe­
sina, la ruina nacional, el peligro de una invasión desastrosa para
la monatquía, la posibilidad de sublevaciones populares. El arzobis­
po, no obstante las ideas universales que lo inspiran, parece
mo­
verse en un ámbito más seculatizado que el catdenal de Berulle,
por ejemplo,
el gran rival de Rkhelieu. Y esta circunstancia de­
muestra también que el Cameracense no es hijo sólo de los gran­
des principios que aún
se mantienen vivos, no obstante el flore­
cimiento de las monarquías nacionales, sino que apuntan en él
consideraciones sociales y económicas que, por lo menos de forma
tan acuciante, no se habían manifestado entre los cristianos ante­
riores, preocupados de especial modo por la unidad de la fe.
183
Fundaci\363n Speiro

MARIO SORIA
53. Pero;. si en los años de la guerra de sucesión, Pendón
se.alarma sobre todo por los peligros que corre la monarquía gala,
en los
Diálogos de los muertos, obra compuesta entre 1692 y 1695,
apunta
consideraciones generales de otra índole, incomparablemen­
te más generosas,
donde late Uh espíritu filantrópico que prdudia
muchas ideas posteriores en este asunto (por ejemplo, las desarro­
lladas en 1713 pc>l' d abate de Saint Pierre en su Proyecto de paz
perpetua), si bien nuestro autor se mantiene todavía libre de las
exageraciones que, a la postre, por obra de los encidopedistas
y
· sus discípulcis, habrían de tener resultados contrarios a cuanto
en principio
se· pretendía. El atrevido preceptor dd duque de
Borgoña, tiene, sin duda,
en mente los planes y campañas dd Rey
Sol para consolidar
d predominio francés y la seguridad nacional
por medio de la violencia y la gueria. Y debe también de recordar
las atrocidades cometidas con ese objetd, de las que la que más
tardó en
borrárse de la memoria fue la devastación del Palatinado:
incendio y
destrutción: ele ciudades, talado de extensas regiones,
degüello
dé 1a l"'blación urbana y campesina. Así, pone en boca
de Sócrates lljl"' acre condena de la política belicosa de Versailes,
condena
qúe, · de otro modo, también expresará en el Te/émaco,
en
la correspohdeµcia con Chevreuse, en sus memorias, en las Ta,
bias de Chau/nes:' «,El derecho .ele conquista está subordinado "1
de humanidad. Lo que se llama conquista resulta el colmo de la
tiranía y la execración
deLgénero ·humano, a menos que d con­
quistador nd haya hecho su conquista mediante · una guerra justa
y nó haya dado .. al pueblo . conquistado. la felicidad promulgando
leyes atinadas •.
, Igual que un jefe de fatnilia no debe nunca empe­
cinarse en hacer prósperos a los suyos turbando la paz y la liber­
tad dd pueblo, del cual su familia es un miembro más, igualmen­
te
procede de forma insensata, brutal y perniciosa el jefe de una
nación,
si hace estribar su gloria en .aumentar el poder de sus
súbditos a costa
del reposo y 1a libertad de los pueblos vecinos.
Un pueblo es miembro de .. 1'! sociedad general, como lo es una
familia de
.una nación particular. Cada. cual debe infinitamente más
al género humano, que es la
gran patria, que a la patria particular
en
la cual ha nacido. Por lo tanw, es infinitamente más pernicioso
infringir la justicia que
un. pueblo debe a otro, que la que obliga
a una familia· respecto
de la. rerública. Renunciar a esta. certeza
(sentiment) no sólo siguifica éarecer de cortesía y educación,
amén de recaer en la barbarie: también demuestra
la ceguera des­
naturalizada de salteadores. y salvajes ;
ho ser más hombre, sino
antropófago
... La guerra es un mal que deshonra al género huma-
184
Fundaci\363n Speiro

FENELDN
no ... Todas las. guerras son civiles, porque siempre son de hom­
bre contra hombre, siempre es el hombre .que derrama su propia
sangre, desgarra sus entrañas. Más extendida la guerra, más
fu.
nesta es; por lo tanto, la de los pueblos que componen el género
humano
es todavía peor que la de las familias que turban una na­
ci6n. Es lícito declarar la guerra s6lo en último extremo, a rega­
ñadientes, para rechazar la violencia enemiga»
·(128). Y, en otro
lugar del mismo libro, hace hablar al cardenal Besari6n con estas
palabras que constituyen un ataque personal al rey: «Prefiero ser
un sabio que nada
ss.be de los asuntos mundanos y que no co­
noce sino lo que ha leído, a ser inquieto, ·artificioso y docto en
maquinaciones, incapaz de admitir
la justicia y la buena fe y tras-
tornador de todo el género humano» ( 129). ·
· 54. Consecuentemente, la paz es uno de los anhelos cons­
tantes de nuestro personaje, lo mismo cuando triunfa el ejército
de su ambicioso rey, que cuando es derrotado una. y otra vez,
como sucede durante la guerra de sucesi6n
espaliola. Y, sobre
todo, en esta última circunstancia exhorta
el arzobispo a la paz, la
invoca, espolea a sus correspOnsales para que la obtengan a
cual­
quier precio, porque de ella depende la salvaci6n del país, no s6lo
por lo que a prosperidad
se refiere, sino a su ser mismo como na­
ci6n, a la que amenazan igual los enemigos exteriores que los ad­
versarios interiores del régimen, Teme; por ejemplo, Fenel6n.· la
invasi6n de
Provenzá y el Delfinado, donde bullen los hugonotes,
que recuerdan todavía
las brutales dragonadas, además de que los
encamisados de las Cevenas
podrían convertirse en eficaces (J.liac
dos del duque de Saboya y del príncipe Eugenio, ya que también
ellos habían sufrido una tremenda persecuci6n
por parte del · go­
bietno de Versalles (130).
Las apuradas circunstancias --decimos-lo urgen a reclamar
la paz. A fines de 1709, se lamenta por la situaci6n de los sol­
dados, que «languidecen y mueren», careciendo no s6lo de dinero,
sino
hasta de un mendrugo ( 131). Por la misma época redacta una
, (128) Ditilogos de, los muertos) XVII. De esta obrita de9a Bossuet
ser de estilo poco brillante y cons.ist!f los diálogos en injurias de ·unos
personajes a otros (LE Drau: Op. cit.,. n, 22). Quiz,I lo primero sea cierto
a trechos; en cuanto a lo segundo, no advierte el Meldense que su ad~
versario sigue una tradición literaria y doctrinal que arranca de Luciano
de Samosata,
conforme a la cual la muerte descubre la verdad y permite
decir cuanto· se había callado en vida: ·No hay, pues, injuria, sino· una
especie de sinceridad póstuma.
(129) Op. cit., LVII.
(130) Carta al duque de Chevreuse, de 12 de noviembre de 1706."
(131) Al mismo, de 5 de diciembre de 1709.
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MARIO SORIA
extensa memoria para sus dos consabidos corresponsales y ami­
gos. En ella recalca la precarísima situación de la tropa y previene
acerca de los peligros que
la indisciplina y. el desánimo de aquélla
pueden, acarrear.
al país. Llama la atención respecto de las abru­
madoras prestaciones de los campesinos, a los que el estado arre­
bata sus carros y cuyos caballos se sacrifican para alimento
de los
soldados. Termina deseando que el rey «triunfe
de sí mismo y
generosamente lo sacrifique todo para salvar el reino que Dios le
ha confiado» ( 132), vale decit que se sobreponga
a sus afectos fami­
liares y haga triunfar. el interés común, induciendo a Felipe de
Anjou a
abdicar;(Hay que decir también que, tocante a la inquie­
tud del ejército, ya habla apaciguado Fenelón, a principios de
1708, una revuelta de la guarnición de Saint Omer, furiosa por
no habérsele abonado la soldada) ( 133 ). El arzobispo todavía puede
añadir a sus quejas la incautación de vino, carne y forraje para la
gente de armas, amén de
la venta de trigo impuesta a los propie­
tarios, llevada a cabo mediante requisas y que, provocando el
acaparamiento y
la ocultación, hace subir los precios y provoca· el
hambre y
la miseria de los tnás pobres ( 134 ).
55. A la derrota de Malplaquet (octubre de 1709) sigue un
año
ctirico, con la caída de Douai y Bethune, a algo más de 200
ldlómetros al norte de París, en manos de la coalición de ingleses
e imperiales, fuera del
triunfo de éstos en el frente español, bata­
llas de Zaragoza y
Almenara, que entregan todo el reino de Ara­
gón a los austriacos y expulsan
de Madrid· al duque de Anjou.
Los desastres agudizan la censura de la política inveteradamente
agresiva
de Versalles, incluso por parte de las personas más alle­
gadas al rey. Así, el duque de
Borgoña sostiene que los males de
Francia son expiación
de faltas pasadas, censurando tácitamente a
su abuelo, cosa que, sin embargo, disgusta a Fenelón, aunque éste
se halle de acuerdo en el fondo con su disdpulo (135). ¿No es­
ctibe
él, acaso, estas palabras condenadoras de una política cuya
ambición
había revuelto Europa y sido ocasión de opresión y su­
frimiento en el interior y de incontables barbaridades en el exte­
rior: «No
puedo desear más que la paz que nos salve, acompa­
ñada de una humillación de la que demando a Dios
un uso santo.
Sólo la humidad y la confesión. de la insolencia
.en la prosperidad
(132) Memoria sobre la situación de Francia, de principios de 1710.
(133) BAUSSET: Op. cit., IV, págs. 53 y sig.
(134)
Cf. LE Dmu: Op. cit., año de 1709, meses de junio a octubre,
vol. IV, págs, 235, 240 y sigs., 257, 263, etc.
(135) Carta a Chevreuse, de 7 de abril de 1710.
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FENELON
pueden aplacar a Dios»? (136). Por otra parte, el juzgar imposi­
ble la victoria hace aflorar en las filas francesas iniciativas lindan­
tes con la traición e indicadoras de un peligrosisimo estado de
ánimo, que puede poner en peligro la existencia misma de la
mo­
narquía. De aquí surge el plan del duque de Orleáns. El regente
fururd habla sido, desde abril de 1707 a abril de 1709, generalí­
simo del ejército francés en España.
La dificultad de asegurarle
la corona a su sobrino, quizá la ambición y el despecho por haber
sido llamado a Francia, destituyéndoselo
del mando, lo indujeron
a urdir una intriga de las
más graves consecuencias. Pensando que
iba a recuperar el imperio de
las tropas destacadas en la penínsu­
la, comprometióse Orleáns con los enemigos de su rey a perder
arteramente una batalla, entregar plazas fuertes,
etc. Desamparado,
Felipe V veríase obligado a evacuar suelo español; la parte
ptincipal del país
se entregarla a ingleses y austriacos; constituidas
en reino separado Valencia, Navarra, Murcia y Cartagena,
se da­
rían como botín al de Orleáns; que tomaría el título de rey (137).
Las exigencias de los aliados en las negociaciones · de · Gertru­
demberg, iniciadas en marzo de 1710, conforme a las cuales debe
Luis XIV abandonar a su
!Úeto o hasta obligarlo por la fuerza a
dejar el trono español, resarciéndose al perjudicado con
algunos
territorios italianos, reciben el apoyo del arzobispo, que sostiene
la
conve!Úencia de suspender la ayuda a Felipe V y forzarlo a
abdicar, con objeto de lograr la
paz (138). Estas propuestas hácen­
se casi en víspera de las batallas
de Brihuega y Villaviciosa, don­
de la pericia del duque de V andoma termina asegurando la corona
del primer
Borbón. español. Más tarde llegaría, sí, la paz, pero
llegaría a una España enflaquecida, sujeta en parte a una odiosa
dictadura militar, que además sería ,semillero
de inacabables luchas
y hostilidad contra Castilla;
y llegaría también a una Francia ex­
hausta, cuya monarquía habíase desprestigiado por las arbitrarieda­
des
y aventuras de un soberano más soberbio y ambicioso que
prudente.
El invierno de 1709 unió a los desastres de la guerra un
frío tan intenso, que murió casi todo el ganado y heláronse los sem­
brados. La paciencia del pueblo llegaba as.u límite. Una multitud
iracunda cantaba al pie mismo
de las ventanas de Versalles:
«Le grand ¡,ere est un fanfaron,
Le fils un imbécile,
(136) Al mismo, de 24 de junio de 1710.
(137)
SAN FELIPE: op. cit., año de 1709, págs. 185 y sigs.
(138) Carta a Chevreuse, de 2 de noviembre de 1710.
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MAR-10 SORIA
Le petit-fils un grand poltron.
Oh ! La helle fan:iille !
Que je vous
plains, pauvres fra~s,
.Soumis a cet empire !
Faites comme ont fait
les anglais,
C'est assez vous en dire!» (139).
56.
Es de mencionar otra idea, que se adelanta varios dece­
nios a su época y con la cual intenta Pendón salvar a su patria,
abrumada por el despotismo y los desastres bélicos. La misma
está desenvuelta, como tantas otras del autor,
en una carta a
Chevreuse, Hasta entonces (agosto de 1710) --- po--, la guerra se ha considerado sólo como un asunto del rey;
pero es necesario que se la convierta en «asunto de la nación
entera». y que se ·persuada a todos los franceses de que ellos sos­
tienen por su interés el peso de la contienda, de manera que «la
nación habrá de salvarse a sí
misma». ¿ Y cómo hacerlo? Conforme
al
. proyecto de Pendón, intentando convenoer a un rey tan celoso
de su autoridad
como_Luis XIV para que convoque una asamblea
de notables. Por lo
tanto, consultaríase. a los obispos, señores,
magistrados, comerciantes ricos y hacendistas, «no solamente
para
pedirles consejo, sino para hacerlos participar de la responsabili­
dad del gobierno y convencer al público de que las cabezas más
sabias del reino intervienén en cuanto se lleva.a cabo .por el bien
común». Resalta también la
·prudencia con que el arzobispo re,
chaza, en circunstancias tan agitadas, la convocatoria de estados
generales., temeroso. de_ los disturbios que podrían sobrevenir, no
obstante
su conviccion de que !,.abía que restablecerlos en tiempo
más tranquilo (140). Si Luis XVI_,_ como sosti~e desdeñosamente
el maurrasiano Pedro-Gaxótte, foe discípulo de Fenelórt, debemos
observar
que siguió a su maestro sólo en cuanto a la cáscara de
la enseñanza, no a la nuez de la misma, y que nunca procedió
con el tacto, ni
la decisión,, ni la inteligencia del· supuesto mell­
tor (141).
57. Esta inquietud
pro pace ocupa el lugar primero de las
Tablas. La paz -'-sostiene el autor.:_ hay que conseguirla a toda
costa, incluso cediendo Arrás y
Cambray, joyas de Francia (art. I,
(139) Citado por SIMÓN HARCOURT-SMITH: Alberoni, obra traducida
al español con
el títnlo Una conspiración en la corte de Felipe V (Valen-
cia, s/d),
pág. 84. ·
(140) Carta a Chevr~use, de 4 de agosto de 1710.
(141)
GAxdTTE: La Revoluci6n _ francesa (Madsid, 1975), págs. 48 y
siguiente, 76, 81. ·
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FENELON,
§ 1, n. 1). Si, coa todo, no es posible lograr el cese de hostilidades,
se debe buscar
un buen genetal, al que habían de asesorar. tenien­
tes generales de reconocida competencia
(art. I, § 1, n. 2). Y. el
arzobispo pasa revista a los candidatos a dichos cargos, amén de
pi:oponer un consejo de guetra en la corte, compuesto de marisc;a,
les y otras personas experimentadas, «que sepan lo que no ·puede
saber. un secretario de estado, critiquen libremente los inconvenien'
tes y abusos, concierten los planes de campaña, de acuerdo con el
general
en jefe, etc.» (art. I, § 1, n. 2), todo lo cual significa qui,
tarle al ministerio, vale decir al rey, la direcci6n de lds asuntos
bélicos o, por
lo menos, disíminuír el poder del monarca.
58. Para después de la guerra tiene Fenel6n el designio· de
reducir el ejército a 150.000 hombres, no declarar jamás la
gue­
rra a toda Europa, aliarse con «la mitad del Imperio» ( es dé creér
que con los. príncipes adversarios de los Habsburgos ), mantener
pocas plazas fuertes y guarniciones, porque unas y otras,,cuando
son oumerdsas, arruinan a la nación. Igualmente, aspira a reducir
el número de regimientos, peto los que quedaren, bien disci¡:,lina,
dos, cuyos jefes no sean bisoños ni hayan logrado venalmente el
c.rgo.
Desea que reciban los soldados trato humano, amén de te­
ner suficientes víveres y alojamiento, hospitales y soldada
adecua•
dos. También proyecta la creación de milicias por todo el reino,
en las cuales se enrole la tropa con toda libertad y poseyendo· la
certeza de licenciarse al cabo de cinco años, en contraste con la
cdnscripción forzosa entonces usual y que llenaba las filas milita­
res de descontentos, a los cuales había que sujetar con puño de
hierro ( art.
II, § 1 ).
59. Fenelón, en suma, por su idea de la vida cristiana, sus
proyectos políticos, sus tesis acerca
de la relación entre Iglesia y
estado, su concepción económica y social, etc., pertenece a, la raz~
de los grandes estadistas que ha nutrido la Iglésía, a la vez poii'
tífices y gobernantes, maestros de doctrina sagrada ·Y dé asuntos
terrenales, al modo de Císneros, Bonifacio VIII, Pío XII, Berulle,
Inocencio
III y mil otros más, entre los cuales también hay que
contar a los escolásticos del siglo áureo español, autores de síntesis
que, de
fdrma magistral, unen el saber teológico y el profano.
De otra parte, Fenelón se adelanta a los prelados regeneradores
dieciochescos, a esos que una crítica superficial e ignorante llama
jansenistas, entendiendo por tal doctrina una mezcla turbia de ilu­
minismo racionalista, preocupación
por el bienestar material y an­
helos de reforma eclesiástica que, por ld general, consisten en cor-
189
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MARIO, SORIA
tar lazos con Roma, empobrecer el dogma y supeditar el clero al
poder civil. Y decimos que el Cameracense se adelanta a ellos,
no porque preconice los
errores qne acabamos de indicar, pues
obviamente
se opone a los mismes, sino en lo que· se refiere a la
mejora de la sociedad
y la ad.ministración pública. Sin embargo,
hay que señalar una importantísima diferencia entre el autor de
las
Tablas de Chaulnes y los gobernantes {a veces, demagogos) pos­
teriores de mitra y pectoral, tales como esos obispos franceses. que
fomentan industrias, tienden caminos y puentes, gobiernan mi­
nisterios y· se sientan en el consejo de los príncipes, o los prelados
españoles de la clase de don Manuel Abad y don Antonio Tavira,
o los italianos al estilo de Juan
Serrad, obispo de Potenza, y Esci­
pión Ricci, de Pistoya; el diocesano de
Cambray tiene un sentido
de ;lo sobrenatural y una sumisión a la Sede Apostólica que no se
e!lCUentran en los aseglarados reformadores que lo siguieron, casi
tddos ellos descuidados de sus deberes propiamente pastorales ( sal­
vo para preconizar alteraciones litúrgicas y eclesiológicas inopor­
tunas, cuando no claramente equivocadas) y sumisos al despotismo
ilustrado hasta
.i:I extremo de convertirse en simples funcionarios
de sus respectivas monarquías.
Demuestra
nnestrd autor la falsedad de .muchas clasificaciones
progresistas, nacidas de la ignorancia y
el prejuicio, y demuestra,
asimismo, que un sensato criticar y corregir abusos
es compatible
con la
más estricta ortodoxia católica, además de no oponerse a
las inspiraciones de la gracia, sino que, por
el ·contrario, saca de
las mismas fuerza y acierto. En la valiente adhesión a Roma del
Cameracense estriba el que los catalogadores, caterva de historia­
dorcillos afanosos de husmear cualquier personaje eclesiástico de
quinta fila para cantarle aleluyas, no lo hayan contado entre los
suyos, calificándolo de jansenista y aun de erasmiano, aunque
se­
gún los principios usuales de clasificación a estas facciones perte­
neciera. Esto significa que· nd se ensalza . tanto la . sana enmienda
de
las . institucione$ ni el amor al prójimo, comd la heterodoxia y
el
desvlo respecto de. la Sarita Sede.
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