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Número 387-388

Serie XXXIX

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Salvador Abascal Infante

INMEMORIAM
SALVADOR ABASCAL INFANTE
Ha muerto un soldado de Cristo. Un valiente, un heróico sol­
dado
de Cristo. Y no estoy utilizando una metáfora o un amable
y exagerado calificativo, sino diciendo la pura verdad. El 29 de
marzo de
2000, a punto de cumplir los noventa años, pues había
nacido
en Morelia el 18 de mayo de 1910, falleció en Méjico
Salvador Abascal
Imante. Y bien podemos decir que "la parte
principal volóse
al cielo" para recibir allí el abrazo amoroso de
Aquel a quien, desde muy joven hasta su fallecimiento, consagró
su vida. Una vida hermosa, valiente, noble, diria que casi invero­
símil
en estos días de fe flaca y descaecida, utilizando las pala­
bras de otro de nuestros clásicos.
Bien sabía Salvador Abascal que a él sólo le cabía la gloria
del combate.
La victoria estaba en manos de Dios. Y Este parecía
querer probar a Méjico mucho más, con la sangre de los mártires
y los sinsabores de la persecución. Hoy, con el
PRI derrotado des­
pués de setenta y
un años de absoluta dictadura sobre el pueblo
y las conciencias mejicanas, algún espíritu sin fe, sin esa inmen­
sa y profunda fe teologal que inundaba a este mejicano insigne,
podria hablar de la cicateria de Dios que quiso privar ----,;ólo
hubiera tenido que prolongar su vida menos de cuatro meses­
ª su soldado más valiente, a su soldado más entregado, del día
más maravilloso de su vida. De ver la caída estrepitosa del ene­
migo contra quien siempre luchó.
Yo creo, estoy convencido de
ello
-¿quién sabe el peso de las cosas que Dios mide en sus altas
balanzas de cristal?-, que más bien quiso llevárselo con
Él para,
desde
el cielo, presenciar juntos -siervo bueno y fiel-, la cul­
minación victoriosa de todos sus esfuerzos en la tierra, de toda
su vida, de todo su inmenso amor a Cristo. Junto
al padre Pro,
Verbo, núm. 387-388 (2000), 671-678. 671
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junto al medio centenar de mártires de la Cristiada elevados a los
altares
por Juan Pablo II, junto a los miles de mártires cristeros
que forman una verdadera guardia de honor alrededor de Cristo
resucitado.
Dios recompensó hermosamente la vida y
el combate de
Salvador Abascal. Y el día grande y glorioso del hundimiento de
lo
que se inventara Plutarco Elías Calles, nombre maldito para
todo católico, ese día Abascal lo celebró
en el cielo con Dios y
con la legión incalculable de mártires, de sus mártires, que murie­
ron por Dios y por Méjico. Como siempre, aunque no sepamos
cuándo ni cómo, aunque tantas veces parezca imposible, al final
la victoria es de Cristo Rey.
Yo no conoá personalmente a Salvador Abascal, pero bien
puedo enorgullecerme de una larga y profunda amistad, a la que
el, con absoluta generosidad, inmerecida por mi parte, añadía
gratitudes no debidas y admiraciones absolutamente injustifica­
das. Y
esa amistad se mantetúa y erecta de un modo originaHsi­
mo. Tan original
que bien puedo decir que con ninguna persona
me
he comunicado de ese modo. Nunca hablé por teléfono con
él ni nos hemos intercambiado fax o correos electrónicos. Cartas,
muy escasas. Nuestra relación, para mí impagable, era a golpe de
notas bibliográficas
por mi parte y de dedicatorias por la suya.
¿Verdad que es original?
Un día muy lejano, nuestro común amigo Juan Vallet de
Goytisolo, con quien Abascal sí tenía frecuentísima relación,
me
da un libro del mejicano para que escribiera una recensión
bibliográfica del mismo. Yo apenas
tetúa noticia de él, aunque
sabía de su combate
en defensa del Papa que algunos, en aque­
llos días postconciliares, combatían desde
un integrismo sedeva­
cantista. Pero Abascal, ya
en su ancianidad, cuando tan merecido
se tenía un descanso tras tantos combates, no fue autor de un
libro. No recuerdo, ni vale la pena enumerarlas, cuántas de sus
obras fueron objeto de mis comentarios.
Lo cierto es que, a par­
tir de aquella primera nota mia, todos los años llegaban a casa de
Juan Vallet nuevos envíos, pero ya siempre con dos ejemplares,
uno para .él y otro para mí. Ahora leo emocionado tantas gene­
rosas dedicatorias
de quien me ha hecho conocer la historia del
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Méjico contemporáneo. Y amar la triste historia, la hermosísima
historia
de un pueblo, hijo de España, decidido a conservar la fe
católica frente a todos sus enemigos. No hace mucho entregué a
Verbo, porque los libros de Salvador Abascal eran más rápidos
que el tiempo, el comentario de tres o cuatro que se habían acu­
mulado
sobre mi mesa. Desconoc!a que ya había muerto el
amigo. Asumo, con tristeza, que no van a ser correspondidos con
nuevas, hermosas
y entrañables dedicatorias. Si no vemos con los
ojos de la fe, es duro. Pero con ellos, es consolador. Las leerá
desde el cielo.
Siempre
pensé que su letra era muy parecida a la de mi inol­
vidable maestro Eugenio Vegas. Otro abnegado y heróico solda­
do de Cristo. Lo que me produc!a una doble emoción leerlas.
Uno
de los once hijos de Abascal se llama Héctor Eugenio.
Héctor, la novela cristera
que Eugenio Vegas publicó en España
en días trágicos como los de Méjico. ¿Por qué ese nombre? A mí
me parece hermosa la coincidencia.
Salvador Abascal
pasó a la historia de Méjico con una gesta
heróica e inverosímil al reconquistar el Estado
de Tabasco para
el catolicismo cuando la persecución religiosa lo había conver­
tido
en un erial. Su actuación al frente del Sinarquismo, movi­
miento
que tras la Cristiada quiso aglutinar a las masas católicas
mejicanas, tras logros memorables, fracasó. Como su intento
colonizador en Maña Auxiliadora. Después fue la pluma su
¡trma de combate. Al principio desde la Editorial Jus y después
en su combativa Editorial Tradición. Desde ella reescribió la his­
toria
de Méjico. Creo que sobre todos estos últimos libros, o
sobre casi todos, he escrito en Verbo. A ello me remito. La Hoja
de Combate
era su humilde revista y en verdad hac!a honor a
su nombre. En ella
el progresismo tuvo un rival de talla. Como
la
de él.
Con el tiempo, esta gloria del catolicismo mejicano se hizo
incómodo para los transaccionistas, los dispuestos a echar agua
al vino, los "prudentes" . . . Siempre los hombres
de Dios son
molestos a los hombres de los hombres. Allá ellos. Los primeros
mueren hermosamente. Los segundos viven indignamente. Tra­
gándose su propia basura moral.
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No conozco a su viuda ni a sus once hijos. A ellos, a sus nie­
tos y bisnietos mi condolencia humana y mi orgullo por haber
sido amigo y correligionario de su marido, padre, abuelo y bisa­
buelo. Tienen
un deber moral de ser dignos herederos de tan
valiente soldado de Cristo. Y a
mi queridísimo amigo Nemesio
Rodríguez
Lois, discípulo de tan egregio maestro, de quien he
leído dos hermosas necrológicas en FueIZa Nueva y en la revis­
ta mejicana Cumbre, le pido que muerto "el Jefe", él, y tantos
excelentes católicos mejicanos, intenten llenar su hueco porque
el combate por Cristo Rey continúa. Salvador Abascal Infante nos
ayudará desde
la cercanía de Dios.
Sólo me queda concluir esta despedida emocionada,
que no
es un adiós sino un hasta luego, con algo muy personal de mi
relación con él. Bien se
que su generosidad y el afecto que me
tenía le hacían exagerar méritos inexistentes. Pero yo me siento
orgulloso de ello. Del cariño que me tenía Salvador Abascal al
que yo correspondía con gratitud asombrada. Asombrada
por su
capacidad de trabajo, traducida
en una veintena de libros, escri­
tos tras muchas horas de estudio y mil lecturas, y que, curiosa­
mente, los trabajó y escribió todos después de haber cumplido
los sesenta años. Asombrada
por esa nueva y militante historia de
su patria que reescribió, desde
un catolicismo de combate, con­
tra el Méjico revolucionario, apóstata y antiespañol. Porque el
españolismo es otra de las constantes
en la pluma de este egre­
gio mejicano. Asombrada
por su valentía en la batalla, su digni­
dad ante los fracasos, su fe
en la causa católica, su disponibilidad
permanente hasta el
filo mismo de los noventa años.
Por eso, como digo,
con orgullo legítimo y emocionado de
que me considerase su amigo, su compañero de trinchera en las
batallas de Dios, aunque fuera ya de la última hora, transcribo las
dedicatorias
que su afecto me dedicó. Muchas están firmadas en
su casa de El Palmar, por lo que omitiré este extremo.
La primera que conservo, aunque hay un par de libros que
no he localizado en el desorden de mi biblioteca, es de 1988:
"Para
don Francisco José Femández de la Cigoña, notable histo­
riador y noble critico, afectuosamente".
Al año siguiente me
decfa: "Para don Francisco José Fernández de
la Cigoña, ante
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cuyo juicio de historiador me inclino con respeto". Cabe incluso
percibir alguna reticencia ante mis juicios acerca de sus obras.
Pronto se desvanecería conforme aumentaba el afecto. "Para
el
señor don Francisco José Fernández de la Cigoña, gran paladin
de la verdad histórica y teológica
de la España inmortal" (8-II-
1992). "Para don Francisco José Fernández de la Cigoña, con pro­
funda gratitud" (18-XI-1994). "Para don Francisco José Fernández
de la Cigoña con
mi gratitud y deseándole que la Sagrada Familia
le proteja con los suyos"
(24-XII-94). "Para el señor don Francisco
José Fernández de la Cigoña, providencial historiador de
la His­
panidad, con
mi admiración y mi gratitud" (25-XII-97). "Para mi
maestro
en Historia de España don Francisco José Fernández de
la Cigoña, con mi más agradecido reconocimiento"
(12-III-98).
"Para don Francisco José Fernández de la Cigoña, con mi grati­
tud
por sus singulares bondades" (30-III-98).
Maestro en tantas cosas, ejemplo en el combate por la causa
católica ... Gracias ... Gracias a Dios
por ti. Gracias a ti por ti.
FRANCISCO Jost FERNÁNDEZ DE LA CIGO&A
BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. J.
En el pasado verano ha fallecido en la Residencia San Igna­
cio de Alcalá de Henares,
donde vivió los últimos veinte años.
Nuestro querido colaborador
el padre Baltasar Pérez Argos, de la
Compañía de Jesús, a
la edad de ochenta y nueve años. Nacido
en Burgos, hijo de militar, donde es bautizado, recibe la confir­
mación
en Melilla a los siete años. Ingresa en la Comparua de
Jesús
en 1927, ordenándose de sacerdote en Granada en 1939
tras una completa formación primero en el Puerto de Santa María
y después
-por la expulsión de los jesuitas durante la
República-en Bélgica, Italia y Portugal. A partir de entonces
una larga docencia, casi todos los cuarenta y los cincuenta en el
filosofado de la Compañía en Chamartin, y luego Méjico (1958-
1961) y los Seminarios de Guadix (1961-1966) y Sigüenza (1967-
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