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El verdadero mal actual

EL VERDADERO MAL ACTUAL
POR
ANTONIO SEGURA FERNS
Cuando el 11-IX-2001 se inmolaron los voluntarios islámicos
contra las Torres Gemelas
de Manhatan se acaba una época his­
tórica que con la ilustración empezó en la Revolución Francesa.
Para conocer el
verdadero mal que afecta a la que se inicia, ire­
mos al diagnóstico
que hace el único filósofo importante su­
perviviente del siglo
XX, el patriarca de la hermenéutica G. Gada­
mer
que en su última obra, La herencia de Europa, lo expone
sin ambages hablando de la sociotécnica que en los años seten­
ta el filósofo marxista
A. Schaff en La alienación como fenóme­
no social, dedica el capítulo N, titulado La utilidad de la alie­
nación para
la sociotécnica, dice: "estamos construyendo la
sociotécnica
por analogía a la técnica ingenieril". A esto contes­
ta Gadamer: "Formar seres humanos presupone ante todo y prin­
cipalmente manipular
la opinión pública. Vivimos hasta un
grado increíble en una política de opinión e información públi­
ca dirigidas y manipuladas científicamente ... Aquí estriban los
verdaderos peligros
que nos amenazan ... en un abuso que quizá
sea mucho más peligroso
que la amenaza de destrucción atómi­
ca ...
El peligro que amenaza a causa de la información de la opi­
nión pública ...
en la democracia masiva que se está formando,
es quizá más grave porque es imperceptible ... En esto se abusa
efectivamente del
poder de la ciencia". Gadamer, aunque no lo
diga, está realmente apostando
por la supremacía del espíritu (la
opinión) sobre la materia (la fuerza atómica),
porque ésta es
meramente instrumental y aquél está dirigido
por la ley del espí­
ritu, la libertad.
Verbo, núm. 409-410 (2002), m-78-0. m
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¿Cómo ha podido ocurrir esto en una civilización de raíz cris­
tiana? No otro es el proceso histórico
de la cultura occidental.
E. Gilson, en La Metamorfosis de la Ciudad de Dios, lo dice así:
Para Comte "la Edad Media se convertía en la •preparación cató­
lica• de la era positivista ... y la expansión del culto al Dios cris­
tiano
no había sido sino preparar la hora en que el verdadero
Gran Ser ocupe dignamente todo el planeta humano.
El Gran Ser,
es decir, el sustituto de hoy en la religión positiva es la Humani­
dad". No es sino "el Hombre Magno" de Hobbes,
que para Kant
esta "humanidad como fin para sí misma (es) ...
la idea de la
voluntad de todo ser racional como
una voluntad universalmen­
te legisladora ... Llamaré a éste el principio
de la autonomía de
la voluntad,
en oposición a cualquier otro que calificaré de hete­
rónomd' (Fundamento de la metafísica de las costumbres, cap.
m.
Y así, "es el tránsito de la filosofía moral popular a la metafísica
de las costumbres" (ibid.). Kant será superado
por Hegel que en
las Lecciones de filosofía de la Religión nos dice que "no hay dos
clases de razón,
la Razón divina y la razón humana, que fueran
absolutamente antitéticas". Efectivamente
no son antitéticas, sino
solo analógicas, diferentes y
por ello el verso de la Filosofía del
Derecho, "lo
que es real es racional y lo que es racional es real",
es cierto para la ilimitada Razón Divina, que crea
ex nihilo desde
sus Razones arquetípicas divinas; pero es falso para la limitada
razón humana cuyo conocimiento empieza subordinado a los
sentidos corporales y, además, sus razones imaginadas solo son
llevadas a la realidad efectiva según las leyes formales lógicas y
matemáticas y las leyes de fuerza. de necesidad de la materia
creada
por Dios. El idealismo dialéctico de Hegel ha sido des­
mentido
por la historia ocurrida creando un monstruo ideológi­
co, ya incoado
por Spinoza sobre la metafísica cartesiana del
cogito que es el
que crea el "sum • humano. La realidad ha traído
a dos monstruos efectivos, Hitler (por la derecha hegeliana) y
Lenin-Stalin (por la izquierda hegeliana).
Si del desarrollo dialéctico totalitario pasamos al mundo libe­
ral
de raíz crítica kantiana, tenemos que recordar con Pieper lo
que dice
en El realismo metódico, "L~ ética idealista del siglo
pasado
ha olvidado la determinabilidad de la moral por la reali-
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dad". Efectivamente, lo que no es y no puede ser, no es ni bueno
ni malo, simplemente no es. Y esto es importante cuando ahora
se hacen continuamente juicios
de valor que reclaman como de
Justicia
debida a la dignidad humana cosas ·imposibles. Esto es
así pues la demacrada masiva señalada por Gadamer expresa el
paso del pueblo (6oiµo0 a la masa (otloO; y la masa, como dice
G. Le Bon su primer estudioso en la Psychologie des foules: "las
masas no conocen más que sentimientos simples y extremos ...
solo por analogía se les puede calificar de razonamientos". Lo
cual es corroborado hoy por Ph. Lersch en La estructura de la
personalidad cuando dice: "en la masa el individuo deja de ser,
provisionalmente, una persona".
Con esto podemos entrar en el iter señalado por Gilson que
se ha seguido para pasar de una cultura cristiana al momento
actual. Todo radica
en la manipulación del lenguaje, único medio
de pasar de las personas individuales a la Humanidad,
en la que
se ha situado la dignidad humana. Los procedimientos dialécti­
cos van desde
el uso del potencial, el podría ser que se transfor­
ma
en deber ser, tomar la parte por el todo, el algunos dicen trans­
formado
en todos dicen; el sutil uso de los términos preformatl­
vos o dadores de sentido, que maximizan o minimizan el mensa­
je de una frase en orden a la ideología del que habla; la demo­
nización de determinadas palabras
-i. e. Fascismo, energía nu­
dear-o, por el contrario, su beatificación -i. e. los margina­
dos, los desheredados, etc.-. En este juego de palabras es parti­
cularmente interesante para el católico la trampa que tiende el
término
persona humana. Es normal, incluso entre católicos cul­
tos, hablar de
la dignidad de la persona humana, cuando lo cier­
to es
que la persona humana en abstracto no existe, pues enton­
ces seña la Humanidad. Los que existimos realmente somos "las"
personas humanas, pues "persona didt semper singularis' (I S. Th.
ds 29, q 1, co), dice Tomás de Aquino. Y si dignidad emana no
de ser racional (Kant) sino que "radix libertatls est voluntas sicut
subjectum"
(I-II S. Th. ds 17, ar 1, ra 2). Es decir, Dios hizo al
hombre responsable; y para ello Jo hizo libre (A. d'Ors). El tomar
a
/a persona abstractamente es caer en el idealismo filosófico
autónomo que rechaza la Heteronomía Divina. Así es como 779
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parece la verdad y solo quedan opiniones. O, alternativamente,
la fuerza de la verdad es sustituida por la verdad de la fuerza, el
Leviatán de Hobbes que impone qué sea
bueno y qué sea malo
que propuso Spinoza y
ha sido jurídicamente desarrollado por
Kelsen. O la fuerza estadística de la opinión mayoritaria con­
vertida
en verdad legal intentando así una base de certeza mate­
mática, el ~Ot µa6eµmpa (Heidegger), Jo calculable.
Veamos ahora
la doctrina de la Iglesia sobre estos temas.
Empezaremos señalando que para muchos que se profesan cató­
licos, hoy es políticamente incorrecta. Leamos lo
que dice el
Beato Pío
IX sobre lo que, de acuerdo con Gadamer, llama liber­
tades de perdición
que empieza citando la Encíclica Mirari Vos de
Gregario
XVI: "•Los ciudadanos tienen derecho a la más absolu­
ta libertad para manifestar y defender públicamente sus opinio­
nes de palabra,
por escrito o por cualquier otro medio sin que la
autoridad eclesiástica o civil
pueda limitar esta libertad•. Ahora
bien, al sostener estas libertades temerarias
no consideran que
proclaman
una libertad de perdición" (Quanta Cura, § 3). Lo cual
es reafirmado
por León XIII en la Libertas, § 18, encíclica que
es citada como autoridad por el Concilio Vaticano II en la nota
núm. 2 de la Dignitatis Humanae. Y
El Beato Juan XXIII es aún
más taxativo: "Esta dolorosa situación debe llevar a las autorida­
des
... a una conclusión lógica y obligada .. , que en el ejercicio
de la libertad de prensa se imponen limitaciones" (Siamo parti­
colarmente,
§ 18).
Gilson termina su obra antes citada así: "La serie de las meta­
morfosis de la Ciudad de Dios, no tiene otro sentido. Esta es la
Historia de
un esfuerzo obstinado para hacer de esta ciudad eter­
na
una ciudad temporal, sustituyendo la fe por cualquier otro
lazo natural concebido como fuerza unitiva de esta sociedad
...
Pero el fin es el que manda: la ciudad de los hombres no puede
alzarse a la sombra de la Cruz, sino como el suburbio de la
Ciudad de Dios" (Jbid. Final).
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