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Más allá de la globalización del Estado moderno

MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN
DEL ESTADO MODERNO
POR
MIGUEL AYuso (')
l. El problema político entte la unidad y la pluralidad
"En lo más escondido, en lo más alto, en lo más sereno y
luminoso de los cielos reside un Tabernáculo inaccesible aun a
los coros de los ángeles:
en ese Tabernáculo inaccesible se está
obrando perpetuamente
el prodigio de los prodigios y el Misterio
de los Misterios. Allí está el Dios católico, uno y trino( ... ). Allí la
unidad, dilatándose, engendra la variedad; y la variedad, con­
densándose, se resuelve
en unidad eternamente (. .. ). Porque es
uno,
es Dios; porque es Dios, es perfecto; porque es perfecto, es
fecundísimo;
porque es fecundísimo, es variedad; porque es
variedad, es familia. En
Sll esencia están, de una manera inena­
rrable e incomprensible, las leyes de
la creación y los ejemplares
de todas las cosas. Todo ha sido hecho a su imagen; por eso la
creación es
una y varia" (1).
(•) Publicamos, a continuaéión, agradeciendo la autorización del profesor
Danilo Castellano, la
ponencia y comunicación presentadas por los profesores
Miguel Ayuso
y Félix Adolfo Lamas -a quien nos complace muy especialmente
dar la bienvenida a nuestras páginas-, respectivamente de las Universidades de
Comillas y Católica Argentina, al Convegna internacional celebrado en Bolzano el
pasado mes de octubre y del que nuestros lectores recibieron cuenta en crónica
del anterior número de Verbo (N. de la R.).
(1)
JUAN DoNoso CoRTÉS, "Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el
socialismo",
en Obras completas, vol. 11, Madrid, 1970, pág. 512.
Verbo, núm. 409-410 (2002), 781-801. 781
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Estas palabras de Juan Donoso Cortés, estampadas en su céle­
bre Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, tie­
nen la ventaja, más
allá de la retórica ochocentesca, de ponemos
con toda nitidez de frente al problema de lo uno y lo vario. Del
que rastrea una raíz teológica, desarrolla una perspectiva metafísi­
ca y apunta
un correlato político. No es éste el momento de abor­
dar, sistemáticamente, el tratamiento de la cuestión en sus diversos
ámbitos (2). Aunque
sí el de subrayar su trascendencia para el
correcto enfoque del asunto
que me ha sido encomendado tratar
en este Convegno, y aun de todos los trabajos que se han discuti­
do a lo largo del mismo. Para lo que,
en su desenvolvimiento,
habremos de echar mano
en ocasiones de materiales extraídos de
la gran cantera que es la ley de la unidad y la variedad.
En tal sentido, situándonos ya decididamente
en el terreno
político-jurídico, encontramos la tensión
que toda comunidad po­
lítica y todo orden jurídico portan entre unidad y pluralidad,
que
desvaídamente se suele presentar en nuestros días a través de la
pareja ideµtidad e integración.
Sin embargo, unidad y pluralidad,
o bien, si preferimos, identidad e integración, encierran distintos
significados
en función de sus diversas 'lecturas", de manera que
requieren para la elucidación del problema ulteriores precisiones.
En efecto, como he recordado con frecuencia, siguiendo un
agudo texto del profesor Enrique Zuleta (3). la "lógica" que
podríamos denominar clásica es una "lógica" en la que unidad y
pluralidad se componen.
El punto de partida, metafísico, reside
en el orden del ser, en que se funda todo deber y en el que yace
---concebido como comunicación--- el lazo social. Lo que en la
filosofía política y
aun en la doctrina social de la Iglesia se deno­
minan principios de totalidad
(o solidaridad) y principio de sub­
sidiariedad aparecen,
asf, profundamente implicados, en cuanto
(2) He ofrecido una aproximación en el primer capitulo de mi La ca.beza de
la Gorgona De la hybris del poder al totalitarismo moderno, Buenos Aires, 2001,
págs. 15 y sigs.
(3) Cfr. ENRIQUE ZULETA, ~El principio de subsidiariedad en relación con el de
tot.alidad: la pauta del bien comú.n", Verbo (Madrid), n.º 199-200 (1981), págs.
1171 y sigs.
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MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZAGIÓN DEL ESTADO MODERNO
que el primero remite a la naturaleza del todo social (una reali­
dad accidental de naturaleza relacional resultante del proceso de
actualización de la persona, complemento perfectivo
de la misma
y múltiple en sus concreciones), mientras que el segundo se
refiere a las relaciones dinámicas que median entre el todo
y sus
partes (sociedad de sociedades,
al fin, que difieren entre s! según
su grado y orden respectivos), encontrándose
en la pauta del
bien común. Por su parte, la "lógica" moderna, que pretende
excluir de su consideración cualquier elemento empírico no veri­
ficable científicamente, parte
de una "deconstrucción" de la rea­
lidad, operada por la razón racionalista en la búsqueda de ele­
mentos simples
y evidentes, aptos por tanto para operar como
axiomas sobre los
que basar la recomposición sistemática de la
totalidad social. Desde
un tal mecanicismo, entonces, en el que
el individuo no puede dejar de percibirse como realidad contra­
puesta
al Estado -subrogado de la comunidad, una vez que ésta
ha sido condenada sin
remisión-, son posibles tanto el "unita­
rismo" como el "pluralismo", que sólo en una visión ingenua
resultan opuestos, pero no la articulación de unidad y pluralidad.
2. Vna ojeada histórica: comunidad y coexistencia,
cristiandad
y sociedad plurallsta .laica
Lo que acabamos de abordar, bien ceñidamente, desde la
filosoffa política, bien merece una ilustración histórica, que
-aunque bien conocida-no está de más recordar, al objeto de
ir avanzando en nuestra indagación.
El profesor Rafael Gambra explana la contraposición entre
comunidad y coexistencia a través
de su concreción histórica en
la disyunción cristiandad y sociedad pluralista laica ( 4). La anti­
gua Cristiandad, explica,
no brotó de una federación ni de un
pacto, sino de una unidad superior originaria. Cuando Carlo­
magno consagra
en el año 800 el Sacro Imperio, aunque él ere-
(4) RAFAEL GAMBRA, "Comunidad y coexistencia", Verbo (Madrid), n.º 101-102
(1972), págs. 51 y sigs.
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MIGUEL AYUSO
yera restaurar el Imperio Romano, en realidad esta ba otorgando
a la Cristiandad la estructura diárquica (Imperio-Pontificado) aco­
modada a su espíritu y a las exigencias de su
fe. Desde entonces
existirá
de Jure la Cristiandad como comunidad, aunque de facto
preexistiese su génesis en el más remoto medievo, y una misma fe
Oa católica), una misma lengua (el latín) para la expresión de una
misma cultura y unas empresas comunes Oas Cruzadas, la Recon­
quista) definen a la Cristiandad como comunidad histórica.
Que
pervivirá de derecho como orden político-religioso y como idea­
fuerza paradigmática hasta la Paz de Westfalia,
en 1648, que puso
fin a las guerras de religión. A partir de ese momento, la noción de
Cristiandad como comunidad bajo una misma fe y poder se susti­
tuye
por la de una coexistencia de soberanías territoriales con diver­
sidad religiosa, sin otra garantía ni instancia
de paz que el llamado
equilibrio europeo.
Es cierto, sin embargo, que después de 1648 la
Cristiandad va a pervivir,
en primer lugar, en el mundo hispánico,
suerte
de christianitas minar --de alú la oposición entre Hispa­
nidad
y Europa, esto es, entre Cristiandad y Europa, frecuente en la
literatura tradicionalista-;
pero también, si bien en menor medida,
en el orden interno de las naciones que, aunque hayan dejado de
formar parte de un orden superior, conservan su unidad de fe en la
religión del
prlncipe, católica en la mayoria de los reinos, luterana
o anglicana
en otros. Y, sobre todo, en la Iglesia Católica romana,
que pervive, renovada después
de Trento, con su credo religioso
integro
y fiel al ideal político de la unidad religiosa.
Un segundo momento relevante
en la oposición entre el
modelo
de comunidad y el de coexistencia, esto es, entre la
Cristiandad histórica y la sociedad pluralista laica, adviene
con las
ideas
Oa Ilustración) que hicieron posible y las consecuencias que
manaron de la Revolución francesa.
La Revolución va a destruir la
unidad religiosa interna de las naciones y los poderes
en cierto
grado
aún sacralizados, para sustituidos por un nuevo orden cons­
titucional o democrático, laicista y puramente racional y humano:
el fundamento último
de legislaciones y poderes no va a residir
ya en principio religioso alguno sino en la convención o acuerdo
de los hombres. Pero aun entonces, la Revolución tampoco aho­
gará
por completo los fragmentos vivos de la antigua Cristiandad,
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MÁS AUÁ DE LA GLOBALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO
cada vez más aislados, eso si, pero que perviven en la aplicación
incongruente
de los principios revolucionarios, que tuvieron que
pactar a menudo con las realidades históricas (patrias, poderes,
instituciones) de origen cristiano, y
en la Iglesia, que nunca admi­
tió la laicidad del Estado ni la llamada libertad religiosa más que
como "hipótesis"
en paises en donde no era posible otra cosa,
pero
no como "tesis" deseable y teóricamente válida.
Sin embargo,
la idea democrático-laicista sigue avanzando
-muchas veces entre complicidades de quienes estaban llama­
dos a oponerle diques-a lo largo de la Edad contemporánea, y
sus objetivos últimos van a ser las dos entidades que,
por nece­
sidad táctica o falta de lógica,
la Revolución habfa respetado
hasta el momento:
la nación histórica y la persona humana. ¿Qué
puede haber más inadmisible para una mentalidad racionalista
-se pregunta Gambra-que la nación, fruto de azares y tradi­
ciones del pasado, y la persona individual, esa creación existen­
cial incomprensible e "inefable"
al decir de los filósofos? Sin
embargo, "hoy nos hallamos ya ante el final del proceso: el espi­
ritu del racionalismo y del laicismo, encarnizándose con lo que
su mentalidad considera el 'irracional histórico', dirige hoy su
asalto contra los tres bastiones últimos de todo orden humano: la
noción de patria, la institución familiar (ámbito de la conciencia
personal individual) y el fundamento religioso institucional" (5).
De lo anterior brota, sobre todo, en lo que a nosotros en este
momento interesa, la indagación del papel del Estado moderno
en los procesos políticos (e ideológicos, como hemos de ver
inmediatamente) de la modernidad y sus transformaciones.
3, El Estado moderno: entre el particularismo
y la primera globalización
El excurso anterior abre, a no dudarlo, una aparente parado­
ja que conviene comenzar a esclarecer. En efecto, el Estado, naci­
do como artefacto en la modernidad, y que vino a sustituir a la
(5) Id., loe. cit, pág. 54.
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venerable comunidad política natural, porta al tiempo que una
tendencia al particularismo otra a la universalización. Respecto de
la primera, ha quedado nota en lo dicho, en cuanto que el Estado
moderno nace de resultas de la fragmentación del corpus politi­
cum que fue la Cristiandad, dando lugar a un conjunto de enti­
dades encerradas sobre sí mismas y construidas
sobre el concep­
to de la soberanía. No en vano algunos de sus caracteres más
salientes fueron la unificación, centralización, secularización,
territorialización y objetivación del poder. Sin embargo, ha de
resultar, por el momento, más chocante el reclamo a la universa­
lización. Merece
la pena detenerse por lo mismo unos instantes,
pues se trata además de un modo de concebir lo universal que
enlaza con lo que hoy denominamos globalización.
Es de observar -para comenzar-que aunque el Estado no
sea inicialmente sino una forma política, pronto, por causa de sus
presupuestos doctrinales y de las circunstancias históricas, va a
exceder
de las mismas para incidir de lleno en una transforma­
ción sustancial de
la convivencia política, por mor de lo que
podemos llamar propiamente la ideología, esto es, la gravitación
de un racionalismo infundado. El profesor Dalmacio Negro lo ha
explicado certeramente en su ponencia al Convegno del año 2000
de nuestro Instituto.
La clave reside en el abandono de la lógica del gobierno y su
sustitución
por la estatal, producto del contrato y de su consecuen­
cia la soberanía.
La primera se basa en la sociabilidad natural del
hombre y divisa
el hecho del gobierno como algo natural inheren­
te a la sociedad con la pluralidad
de leyes fundamentales propias
de
un organismo político. La segunda, con la vista puesta en el
problema del origen del
poder político, se orienta por contra a
explicarlo desde el punto
de vista de la soberanía,. e ingresa en los
predios del constructivismo.
De ahí que se arribe a la conclusión
radical
de que no puede haber otra forma de orden humano o
extrahumano, sea natural o creado,
que no sea la del Estado mismo,
el modo político moderno, al igual
que los griegos no concebían la
vida fuera de la polis, aunque por razones bien diferentes en cuan­
to el origen de ésta era natural, producto de
una ordenación, mien­
tras que
en aquél la organización es mecánica. Y es que, al presu-
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poner una situación de desorden en que los hombres viven de un
modo, más que prepolítico, antipolítico, sea de lucha o de indife­
rencia, hasta
que por razones de utilidad instituyen el gobierno (el
Estado), son aquéllos los que
en definitiva generan el orden a tra­
vés de la institución artificial de lo político
por medio del pacto.
Y eso gracias
al concepto de soberanía, que legitima la forma
estatal haciéndola absolutamente soberana, a la vez politica y
jurí­
dica. En efecto, la soberanía bodiniana, aplicada al Estado, unifi­
có el concepto organicista
de superioridad relativa del gobierno,
incluso de supremacía politica, monopolizadora de la actividad
politica, con la capacidad
de legislar, al atribuir también el mono­
polio de la ley al soberano politico estatal. Pues el orden estatal
se organiza mediante leyes, que constituyen el derecho que crea
el espacio público
en el que impera. Se mezcló y confundió asi lo
político con lo jurídico. De momento, prevaleció lo
politico, mas
---{;On el tiempo--llegaron a prevalecer lo jurídico y la juridici­
dad,
en realidad la legislación, en detrimento de lo político y la
política,
la forma de actividad correspondiente a lo político: "Este
cambio, preparado
por Bodino y la doctrina contractualista, tuvo
lugar tras la Revolución francesa bajo la influencia de Rousseau y
su doctrina de
la soberanía popular. La soberanía había empeza­
do a oponer, desde el primer momento, al predominio
de la cos­
tumbre como medio de conocimiento del derecho, el de la ley,
autojustificándose así el Estado como soberano, cuando legitimi­
dad y legalidad significaban todavía lo mismo, por pertenecerle el
derecho, en tanto derecho legislado en su esfera de soberarúa,
cuya fuerza y vigencia depende de la del aparato estatal para
hacerlo valer. Por eso constituye la coacción
un requisito esencial
del derecho estatal,
en contra de la idea tradicional propia del
derecho. En
fin, la soberanía moderna hizo concebir la fonna polí­
tica,
no como una forma histórica de ordenación de lo político,
que es una esencia de la
que participan todos los hombres, sino,
según se ha indicado, como la
organización mediante el derecho,
en realidad las leyes, de un modo de vida que determina su pro­
pio orden y el de la sociedad.
Su resultado es lo político estatal
como el único orden posible y
el único modo de vivir humana­
mente, con seguridad. Mientras la ordenación presupone libertad
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política, la organización crea seguridad en detrimento de esa liber­
tad.
El gobierno no es aquí una institución política de lo político,
o sea, con capacidad de decidir, sino
una institución estatal que
se limita a desarrollar las consecuencias de la decisión originaria,
los contratos de sociedad y sumisión al Estado: es mero ejecutor,
poder ejecutivo"
(6).
Las consecuencias implícitas en el contractualismo se desa­
rrollaron, pues, progresivamente,
en el plano histórico, gracias a
la doctrina político-jurídica de la soberanía. Y se pueden resumir
-según el autor a quien hemos venido siguiendo en este último
trecho-en que, a medida que aumenta el grado de monopolio
de
la actividad política, y social, por parte del Estado soberano,
crece la identidad entre el Estado y el Gobierno, perdiendo este
último su carácter político a cambio de adquirir
un tono buro­
crático, administrativo.
El extendido uso indistinto de ambos tér­
minos así viene a indicarlo a las claras (]).
He ahí, pues, las dos caras del Estado bifronte: al tiempo que
rompía el antiguo universo de la Cristiandad originando un "plu­
riverso", impulsaba igualmente una tendencia
hada la universali­
zación del modelo estatal, al
oponer a esta unidad política uni­
dades gemelas de estructura. Pero se trata sólo de
una paradoja
-lo apuntábamos antes-aparente. Que es análoga a la apa­
rente paradoja del "pluralismo". Pues, respecto de éste, se ha
observado cómo
es ajeno a la pluralidad, mientras que en cam­
bio tiende a una unicidad,
bien alejada por cierto de la unidad.
Y es
que ambos -pluralidad y pluralismo, unidad y unitarismo-­
se desenvuelven
en planos diferentes, entre los que no cabe
encuentro. Son, respectivamente, los planos de la realidad y de
la ideología. Que también aparecen en el asunto que nos ocupa.
Asi, de un lado hallamos la tendencia a un orden universal basa­
do sobre la pluralidad de realidades políticas naturales; mientras
que, del otro, aparece el particularismo homogeneizador y
hoy
(6) DALMACIO NEGRO, Gobierno o Estado, Madrid, 2002.
(7) Cfr. MIGUEL AYuso, "Gobierno y Estado: las aporías de una relación com­
pleja a la luz de la actual experiencia europea", en el volumen de Danilo
Castellano (ed.), Quale Governo' per }'Europa?, Nápoles, 2002.
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diñamos globalizado. En este sentido, el Estado moderno prota­
gonizó la primera g)obalización.
4. El Estado, de agente de la primera globalizadón
a
paciente de la segunda
Pero el Estado no puede absorber el gobierno, ni logra
suplantar la comunidad política. En primer término,
el gobierno
nos descubre la naturaleza del
poder como fenómeno natural,
con
una naturalidad que deriva derechamente de la naturalidad
de la misma sociedad
-idea que es patrimonio de la filosofía
política occidental y que, siguiendo a Aristóteles, incorporaron a
la especulación cristiana Santo Tomás
de Aquino y Francisco de
Vitoria de modo original a través de la idea de creación
(8)-,
esto es, adecuado al orden de los seres creados, que constituye
una fuerza personalizada y como tal encauzada y limitada por el
derecho y reconocida socialmente. No hay, pues, escisión entre
poder y libertad, pues ambos viene delimitados por el orden
natural. De otro lado, la comunidad política, también natural, no
es eliminable. La hiedra no termina de sofocar la encina. El arte­
facto
no hace desaparecer al organismo. Por lo mismo, aun bas­
tardeados} los elementos que el Estado ayunta conservan su ser.
Sobre lo que no hay dudas es sobre el reconocimiento del
papel central del gobierno
en el fortalecimiento y progreso de las
condiciones de la vida
en sociedad. Pues, como ha escrito Zuleta
a principios de los ochenta, en el esquema clásico, lejos de con­
sistir en un artificio útil o en un guardián del libre juego de las
leyes de la economía, es la forma histórica
que reviste el poder
como principio de orden y unidad de la sociedad pol!tica. Si bajo
su forma estatal
ha llegado a presentarse ante nosotros, sobre
todo
en la edad contemporánea, como tendencialmente totalita­
rio,
no se ha debido al efecto de una dirección equivocada de los
(8) Cfr. Lms S!NCHEZ AGF.STA, Los principios cristianos del orden poUtico,
Madrid, 1962, págs. 141 y sigs. Véanse allí las referencias de autores clásicos, a.sí
como las de la doctrina social y política de la Iglesia.
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asuntos públicos o de una secreta conspiración universal, ni es
reflejo de una especial decadencia moral de las élites occidenta­
les, ni siquiera finalmente
de una tendencia permanente de las
sociedades humanas:
"Lo es más bien como resultado de esa lógi­
ca
de la totalidad como unidad que subyace a la historia del
poder
en la modernidad. Prueba de ello es que la afirmación de
la totalidad en términos de dominio despótico sobre la existencia
personal acontece tanto en los sistemas políticos autoritarios
como en los autodenominados pluralistas; tanto en los intentos
de uniformización y militarización de
la vida politica como en los
de reintegración del orden perdido a través de la ficción del
pacto social" (9).
En este sentido, hace decenios nada permitía pensar
que las
sociedades marcharan hacia la absoluta estatización, mientras
que sf lo hadan hada formas de uniformización y masificación
de la vida social en las que la lógica moderna de la totalidad ins­
taurarla formas de dominación seguramente peores que las actua­
les. Era posible incluso
-añadia el autor recién citado-que el
propio Estado-nación, instrumento principal, a la sazón, de dicho
proceso, terminara siendo su víctima tanto como los cuerpos
intermedios y demás formas de sociabilidad natural que vienen
desde antiguo padeciéndolo. Pues sufre
en su seno, conjugándo­
las, dos tendencias de sentido inverso que,
por un lado, llevan al
aumento de sus gastos, atribuciones competencias y patrimonio;
mientras que, por el otro, se produce una no menos sustancial
pérdida de su autoridad. En efecto, la evolución politica con­
temporánea ha venido signada
por la coincidencia de la hiper­
trofia de las funciones estatales con el crecimiento de gran varie­
dad de formas de resistencia y crítica al
poder estatal, al tiempo
que con el declinar de la confianza popular
en la validez de las
instituciones
y, en especial, los cauces de la representación polí­
tica.
La posterior disolución a que estamos asistiendo, tras el
espejismo del
"fin de la historia", producto del derrumbamiento
del "socialismo real", ha venido a confirmar sin la menor sombra
de duda la apreciación de
que la noción falsa de totalidad habría
(9) ENRIQUE ZULETA, loe. dt, pág. 1192-1193.
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MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO
ido apurando todos los desenvolvimientos de su lógica interna,
orillando incluso
al Estado, al confinarle a la situación de forma
anacrónica y superada de organización del
poder político en
cuanto ha dejado de ser útil o ha ofrecido resistencias impensa­
das a la masificación dirigida y uniformizada de la sociedad.
Desde
un prisma tal, permítaseme la digresión, no del todo
impertinente, la verdadera faz del "Estado
minimo" es, pues, el
"Estado débil". Pues no es el poder subsidiario, respetuoso de la
recta constitución social y supletivo allí donde ésta aparece insu­
ficiente.
Ni siquiera el Estado que, aun sin alcanzar lo anterior,
retrocede
-¿cómo? ¿con qué consecuencias?-de zonas que
nunca debió invadir. Es el Estado del neoliberalismo, esto es, el
Estado llamado pluralista, el Estado que, habiendo perdido su
dimensión moral y dejado de ser el lugar de concentración esta­
ble de las instituciones y los ciudadanos, se ha convertido
en el
lugar mismo del desorden.
En el inteligente diagnóstico del pro­
fesor Thomas Mo1nar, la "cosa pública" ya no es ni nna cosa ni
una realidad: se encuentra fragmentada, teórica y prácticamente,
en tantas opiniones como espíritus, habiendo llegado a conver­
tirse el Estado
en lo que de él percibían los ideólogos: violencia
institucionalizada para unos, expresión de los intereses burgue­
ses para otros, distribuidor de larguezas para los más y salteador
de caminos para casi todos.
Si ha sobrevivido se debe sólo a los
grandes feudalismos interesados
en disimularse detrás del Estado,
al igual que algunos grandes señores se escondían detrás
de la
corona: "Los feudalismos modernos aceptan entrar en simbiosis
con el Estado y unir su burocracia a la de él, con el fin de cons­
tituir
ese inmenso Estado tutelar descrito por Tocqueville, entidad
monstruosa que
no se percibe en ningún lugar porque su pre­
sencia se halla
en todas partes. Estado frágil y todopoderoso,
coloso de pies de barro, presa de
no importa qué minoría actuan­
te y prevaleciente que hace suyo
-como ya lo constató Burck­
hardt-el programa de cada uno sin contentar a nadie. Su debi­
lidad para afrontar las situaciones concretas
-¿cómo iba a hacer­
lo, asociando la fuerza y la agresividad con el
poder?-multipli­
ca las burocracias, porque
es más fácil acallar un problema que
resolverlo. Esa es, justamente, la situación del ciudadano del Bajo
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Imperio, que recibe antes al bárbaro que al recaudador de
impuestos" (10).
Con la ayuda de su red de alianzas con los grandes feudalis­
mos, el Estado reduce los ciudadanos a clientes, ya directa o indi­
rectamente, encuadrándolos
en alguno de los grupos de intere­
ses actuantes y manteniéndolos así dentro de la obediencia, pues
o se es funcionario del Estado o de alguna de las Administracio­
nes territoriales o institucionales, o incluso de las burocracias
supranacionales, o se es miembro de Ún sindicato, o militante de
un partido, o empleado de una gran empresa pública o mixta, o
se tiene relación con los medios de comunicación, etc. Pero, al
mismo tiempo que sufre el peso del Estado, apenas mitigado por
la pertenencia a los grandes grupos de interés, el espacio políti­
co existente entre el individuo y el Estado se encoge catastrófi­
camente a causa del debilitamiento de
las instituciones y de los
cuerpos sociales básicos. Eso es,
en el fondo, el liberalismo: la
sustitución de las institucioa.es, llamadas tiránicas en el siglo XVIII,
por los grupos de presión que nadie controla y frena. Como ha
escrito Molnar, el liberalismo lo demolió todo en nombre de la
libertad y después alentó la reconstrucción de poderes encubier­
tos. Todo, hasta el propio socialismo, tienen su origen
en esta fal­
sificación liberal, habiéndose convertido en un feudalismo, en
una demagogia, en un grupo de presión, muchas veces -ay­
popular porque promete la vuelta de una mayor humanidad, de
una mayor solidaridad que, desde luego, nunca vienen de su
mano.
5. Más allá de la globalización del Estado moderno
En numerosas ocasiones, alguna vez en esta misma sede, me
he ocupado de la coyuntura política presente, caracterizada por
la crisis del Estado, en términos de una situación fluida sellada
(10) Thomas Molnar, "Ideología y pensamiento de derechas", en el volumen
Convivencia y respeto social, vol. III, Madrid, 1980, págs. 419 y sigs. Puede verse,
también, mi
¿Después del leviathan? Sobre el Estado y su signo, Madrid, 1996,
págs. 85 y sigs. y 148 y sigs.
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MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO
por signos contradictorios (11). De donde la necesidad de modu­
lar con gran cuidado los juicios ofrecidos. Porque,
al mismo tiem­
po que los fenómenos que en distintos campos se perciben
apuntan de modo convergente a una disolución del artificio esta­
tal, la orientación que exhiben
no es tanto la de la recuperación
de la comunidad politica natural, cuanto la del apuramiento de la
lógica que lo instrumentalizó.
Asi, en primer lugar, los Estados
nacionales
-en especial los más antiguos y consistente sentan bases más sólidas
que las de los nacionalismos separatis­
tas puramente disolventes
y que las del amoralismo de las insti­
tuciones tecnocráticas (también criptocráticas) supranacionales.
En el balance pesan quizá más estas tendencias que
la también
indudable de apertura a la recuperación de una articulación terri­
torial
y comunitaria desligada de la soberanía estatal y basada
sobre el gobierno
y el régimen (12). Lo mismo ocurre, en segun­
do término, con el retorno de la sociedad civil y el discurso de la
subsidiariedad,
que pese al acierto de poner nuevamente en pri­
mer plano la responsabilidad social,
ha dejado libre el camino a
la fortuna anónima
y vagabunda (13). En un mismo sentido mili­
ta también la crisis
de la mitología de los mecanismos represen­
tativos modernos
y de los parlamentos, sin portar como seria
deseable al redescubrimiento de la representación politica, y sus­
tituidos
por la manipulación de la comunicación de masas (14).
Finalmente, el llamado "pluralismo",
que parecerla quebrar la
religión civil del laicismo "republicano",
no conduce tanto al
reconocimiento de la pluralidad de ordenamientos juridicos o del
principio de personalidad, pues ambos
-en puridad fenómenos
(11) Cfr. MIGUEL AYUSO, ¿Despuds del I.evtatán?, cit.; lo., "Del Estado moder­
no a la Europa del bien común", en el volumen de Dani1o Castellano (ed.),
L'Europa dopo Je sovranJta, Nápoles, 2000.
(12) Cfr. DANIW CASTBLLANo, la venta della poUtfca, Nápoles, 2002.
(13) Cfr. MIGUEL AYuso, "Tres calas sobre la problematización de la expe­
riencia pol1tico-jurídica europea actual: derechos humanos, subsdiariedad
y
democracia", en el volumen de Danilo Castellano (ed.), Unione Europea: pros-­
petti.ve e problemJ, Nápoles, 2002; FRANCESCo GENTILR, El ordenamiento jurídico
entre la virtualidad y la realidad, Madrid, 2001.
(14) MIGUEL AYuso, El tlgora y la pirámide. Una visitJn problemr:J.tlca de la
Constitución española, Madrid, 2000, págs. 155 y sigs.
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MIGUEL AYUSO
preestatales-no se fundaban sobre la neutralidad o la indife­
rencia de los ordenamientos, sino sobre el respeto a la naturale­
za de las cosas, mientras que aquél, al reclamar el reconocimien­
to de las creencias y deseos individuales, termina simplemente
por hacer de
la justicia algo verbal y carente de contenido y de
sentido (15).
En este sentido, de entre esos signos contradictorios, se dis­
tinguen los que señalan al apuramiento de la lógica que introdu­
jo el Estado, por más que se opongan in concreto a algunas de
sus concreciones. Por eso
puede hablarse de una globalización
que supera, más coherentemente
que la anterior, protagonizada
por el Estado, las realizaciones de éste. Y es sobre la que debe­
mos detenemos unos instantes antes de concluir
con la posibili­
dad de reconstrucción que los signos opuestos también señalan.
Para comenzar puede destacarse el matiz lingüístico
que
supone la dualidad de términos, mundialización y globalización,
para denotar el proceso
y la realidad a que estamos refiriéndo­
nos.
Es cierto que el lenguaje es convencional, lo que deja amplio
margen para
la discusión, pero no lo es menos que trata de
expresar el ser de las cosas, lo que introduce la exigencia de
venir referido a la verdad
y su búsqueda. Quiero decir con ello
que
no pretendo absolutivizar en modo alguno la distinción de
significado de ambas palabras, sino
que simplemente la utilizo en
cuanto conducente al esclarecimiento del problema que, en lo
posible, nos
ha sido confiado.
Aunque
en la práctica se utilizan indistintamente ambos tér-
1ninos, en francés suele preferirse el primero, mientras que el pre­
dominio creciente del inglés ha contribuido a difundir el segun­
do
en el resto de las lenguas (castellano, italiano, portugués, ale­
mán, etc.).
En general se aprecia un primer matiz diferencial en
virtud del cual la mundialización se percibe negativamente, mien­
tras
que la globalización comporta un valor de aprecio. Ahora
bien,
en un segundo momento la diferencia se ha relativizado
(15) lo., "¿Unidad o pluralidad del ordenamiento juridico?", Derecho y opi­
nirJn (Córdoba), n.º 8 (2002)¡ PIETRo GIUSEPPE GRASso, Costftuzione e secolarizaz­
zione, Padua, 2002.
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MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO
notablemente y así se habla de movimientos o ideas "antigloba­
lización".
Se puede, sin embargo, encontrar otro matiz concep­
tual, más allá de las preferencias lingüísticas. Entonces mundiali­
zación viene a indicar, sobre todo, la tendencia a considerar el
planeta como
una unidad a todos los efectos, incluido el plano
político. Globalización,
en cambio, alude a la presencia omní­
moda y ubicua
de mecanismos o soportes impersonales como las
redes tecnológicas de comunicación, los 1nercados financieros y,
en general, los aparatos ajustados a "elecciones racionales" con­
forme la fórmula binaria coste-beneficio, portadores de su propia
lógica interna, cuyas conclusiones resultan de sistemas expertos
y que se satisfacen a ellos mismos en el desenvolvimiento de su
propio juego. Aquélla. se asocia a expresiones como
one world e
incluso "gobierno mundial" y evoca a
la toma de las decisiones
por un pequeño grupo en la sombra. Ésta, de forma aún más
inquietante, se refiere a una malla impersonal, autosuficiente e
inexorable que puede incluso intentar prescindir del hombre (16).
No cabe duda de que,
en una primera consideración, la glo­
balización
-así entendida-es una especie de la mundializa­
dón, que busca unificar políticamente el mundo, así como que a
través de aquélla ésta avanza hacia sus últimos objetivos. Más
aún, los soportes tecnológicos integrados en una red virtual, y
que ponen entre paréntesis a los sujetos responsables, se desa­
rrollan entre ruinas: la de la sociedad internacional,
por débil que
fuera, la de las comunidades políticas, la de las economías y
ordenamientos
jurldicos nacionales, etc. Ruinas que potencian y
multiplican los conflictos. También es cierto, sin embargo -y
aquí aparecen de nuevo los "signos contradictorios" que caracte­
rizan a las situaciones de crisis--, que la nueva tecnología, de
suyo, tiende a descentralizar, como la vieja técnica mecánica, la
que coincidió cori el asentamiento del Estado, unificaba. Pero tal
descentralización, al
no venir ligada con la responsabilidad, y al
no operar sobre la organicidad, ha de conducir en un primer
(16) Lurs MARfA. BANDIERI, ª¿Soberania global versus soberanía nacional? Hacia
una micropolítica federativa", Actas de las I Jornadas Nactona!es de Derecho
Natural, San Luis, 2002.
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MIGUEL AYUSO
momento a una fragmentación que engloba después, en un
segundo momento, a través de un dominio que no por postmo­
demo deja de transparentar su matriz totalitaria.
Esta conexión entre universalización y tecnificación abre, en
sus múltiples aristas, una perspectiva bien interesante. Pues, a
propósito de la llamada "aldea global", se
ha podido escribir que
la técnica se caracteriza por aproximar lo distante a la vez que
por distanciar lo próximo; la aldea, en cambio, comunica estre­
chamente a sus miembros a
la vez que los incomunica de lo leja­
no. Se trata, pues, de una contradicción en los términos. Pues
bien, paralelamente, se equivoca quien piense que la globaliza­
ción produce
una razonable unidad: "Es precisamente la idea de
continuidad indiferenciada
que inspira la globalización la que
impide la radical y coherente unidad de un orden común. Para
que éste exista, se requiere el reconocimiento formal de
la dis­
continuidad; tanto la horizontal, entre los distintos miembros
y
partes que integran el conjunto, como la vertical, entre los dis­
tintos niveles de decisión.
La indiferencia de la continuidad es
incompatible con
un orden razonable; sólo con una clara deter­
minación de la discontinuidad resulta posible
un orden coheren­
te
de libertad. El mundo requiere aldeas, grandes y pequeñas, y
éstas requieren un mundo, pero la aldea convertida en mundo es
una contradicción aniquilante' (17).
6. Hacia un nuevo ordo orbis
Asf pues, la mundialización no se agota en la globalización,
asf como ésta no asegura aquélla sino en cuanto contrafigura del
verdadero orden.
Se trata más bien de un interregno entre la des­
trucción de los Estados nacionales y
la edificación de un nuevo
nomos del mundo. Y si no ha de llorarse la primera, sf han de
aprontarse materiales para contribuir a la segunda. Me explicaré.
Para empezar,
no es la primera vez que recuerdo la aguda
exposición
de la que el filósofo contemporáneo Rafael Gambra
(17) ÁLVARO o'ORS, Bien común y enemigo público, Madrid, 2002, págs. 60-61.
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MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO
denomina "te01fa de la superposición y evolución de los vúicu­
los nacionales" y que halla implícita en la obra del escritor de
finales del siglo xrxJuan Vázquez de Mella (18). Según la misma,
en la naturaleza de los vúiculos que determinan la existencia de
un pueblo se da un progreso en cuanto. mayor es la espirituali­
zación o el alejamiento del factor material, sea racial, económico
o geográfico.
Asf, de las nacionalidades primitivas, determinadas
generalmente
por una estirpe familiar prolongada en sentido
racial, se va pasando
-por una especie de depuración progresi­
va de los
vúiculos-a nacionalidades que ligan a pueblos de
raza, medio o vida diferente. Por eso, se explica que en el seno
de
una gran nacionalidad actual, como la española, en la que
ejemplifica la tesis, pervivan y coexistan en superposición y
mutua penetración, regionalidades de carácter étnico, como la
eúskara; geográfica, como la riojana; de antigua nacionalidad
polftica, como la aragonesa o la navarra. Y de ahf
que en nues­
tra patria
-"que es un conjunto de naciones que han confundi­
do parte de su vida en una wúdad superior (más espiritual) que
se llama España" (19)-no esté constituido el vinculo nacional
ni
por la geografia, la raza o la lengua, sino por una causa espi­
ritual, superior o directiva, de carácter predominantemente reli­
gioso.
Pero este
vinculo superior

que
hoy nos une -continúa
Gambra-no debe proyectarse al futuro como algo sustantivo e
inalterable, porque entonces se diseca la tradición
que nos ha
dado vida. Es cierto que el principio de las nacionalidades sin ins­
tancia superior procede cabalmente de la confusión moderna
entre el Estado y la nación, y su concepción como una única
estructura superior y racional de la que reciben vida y organiza­
ción las demás sociedades.
El proceso federativo de nuestra Edad
media
cristiana y la progresiva espiritualización de los vfnculos
unitivos, por contra, no tiene por qué truncarse, máxime cuando
el principio y el punto de vista nacional conducen siempre a la
(18) CTr. RAFAEL GAMBRA, "Estudio preliminar" al libro Véizquez de Mella,
Madrid, 1953, págs. 31 y sigs.
(19)
JUAN VÁZQUBZ DE MEll.A, Obras Completas, tomo x; Madrid, 1932, pág. 320.
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MIGUEL AYUSO
guerra permanente. Porque, según la doctrina de la espiritualiza­
ción y superposición de los
vmculos nacionales, que responde a
la práctica de los siglos cristianos, el proceso de integración
habría de permanecer siempre abierto, hallándose al
final, como
vínculo de unión para todos los hombres, la unidad superior
.
y última de la catolicidad, libre de toda modalidad humana.
Proceso que,
en definitiva, supondría no tanto la imposición de
una parte, como
una libre integración o federación vista por
todos los pueblos como cosa propia y que para nada mataría las
anteriores estructuras nacionales (20).
Es posible, sin embargo, que un tal proceso de integración,
respetuoso con las instancias sobre las que se va construyendo,
deba limitarse a unos "grandes espacios", sin
que en recta doc­
trina deba acceder a la pretensión de trabar
una unidad política
del mundo. En este sentido, el profesor
Alvaro d'Ors, nos ha deja­
do
una serie de reflexiones orgánicas con varios ejes cardinales.
En primer lugar,
en cuanto a su presentación que llama geo­
dierética, y
no geopolítica -aquélla simple distribución racional
del espacio según el doble criterio de la necesidad y la capaci­
dad técnica, ésta simple estrategia estatal-, de la "posesión del
espacio", encuentra que la virtud de la justicia también postula
"dar a cada pueblo su suelo", pero
no como dominio absoluto,
sino como preferencia real compatible con la de otros grupos
sociales menores y mayores según
el principio de subsidiariedad.
En efecto, las preferencias posesorias, desde las más elementales
de la familia y la empresa, llegan a los grandes espacios atrave­
sando las ciudades, las comarcas, las regiones y las naciones. Es
precisamente entre las dos últimas donde surgen algunas dificul­
tades de intelección, primero, y
-consiguientemente-de inte­
gración. Pues
si bien en un uso del lenguaje que no resulta forzado
se podría decir que la "región" es el territorio de
una "nación"
(20) Cfr. MIGUEL .AYUso, "O principio de subsidiariedade e os agruparoentos
supranacionaís", Digesto EconomJco (San Pablo), n.º 342 (1990), págs. 65-70; lo.,
"OÍden supranacional y doctrina católica", Verbo (Madrid), n.º 303-304 (1992),
págs.
305 y sigs.
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MÁS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO
-en cuanto el primero de los términos viene referido al reparto
local y el segundo se contrae a la identidad del grupo personal
que lo ocupa-, el uso más extendido ha dado a éste -identifi­
cado con el actual Estado-mayor amplitud que a aquél (21). Así
pues, aunque la pretensión del maestro afincado en Pamplona
sea precisamente la de prescindir del Estado,
en lo recién plan­
teado se estaría dando a "nación" el ámbito de los actuales
Estados y a "región" el
de una parte autonómica dentro de la
"nación". La actual Constitución española, por lo mismo, al enten­
der algunas regiones como naciones ha terminado por crear una
confusión entre la "nación" (española) y esas "naciones" con
autonomía, a la vez que un cierto complejo de inferioridad en las
"regiones". Lo primero, como antes quedó apuntado, se agrava
donde la población regional tiene conciencia de su identidad per­
sonal de
un modo similar a la total de la nación, pues el término
que comprende ambos sentimientos es el afectivo de patria, que
alude a la comunidad de origen y tradición, y resulta compatible
para los dos niveles regional y nacional, salvo cuando el conflic­
to separatista o
el centralista quiere hacer desaparecer uno a
costa del otro. Sobre estas tensiones, concluye finalmente, no
caben las afirmaciones a prtori, porque dependen de actitudes
sentimentales coyunturales,
que la razón no puede desconocer
pero tampoco tomar como fundamento constitutivo: así, no
puede excluirse que la región se convierta en nación o -más
infrecuentemente-que la nación se convierta en región de nna
nación mayor.
La construcción se cierra en el nivel de los grandes espacios,
confederación de naciones que ni constituyen
en su integración
un Estado ni siquiera lo son sus integrantes. Garantía de libertad
que,
en cambio, desaparece con el superestado universal, potes­
tad
de suyo inevitable. Las naciones, pues, se incorporan libre­
mente a un gran espacio, por más que razones de diversa natu-
(21) Cfr. ÁI.vARo o'ORS, La posesfdn del espacio, Madrid, 1998, págs. 42 y sigs.
Es cierto que nuestro autor efectúa todo su desarrollo al margen de la realidad
estatal,
aggiornando el de hace más de cuarenta años --que enseguida hemos de
recordar-sobre el brotar de un "regionalismo funcional" ante la "aisis del
nacionalismo". Puede
observarse, en todo caso, un cierto giro terminológico.
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MIGUEL AYUSO
raleza la favorezcan: geográficas, religiosas o incluso -donde
existió una unidad religiosa, hoy perdida, de la que una ética
común se configura como
un resto--éticas (22).
Así pues, tal articulación se encuentra con el límite de la uni­
dad política del mundo. Y es que si es cierto que, partiendo
en
una visión teológica del dato de la universalidad, una visión cris­
tiana
no puede ambicionar la derrota de una superpotencia por
otra, ni el triunfo de unos terceros infieles, sino la reintegración
de todos
en el unum ovile: por ello, todo acto que conduzca a
ese fin ha de verse como históricamente valioso, y toda fuerza
que aspire a ser históricamente valiosa debe aplicarse sin excusa
a ese fin (23).
Sin embargo, no debe dejar de añadirse que esa
concepción
en modo alguno se resuelve en el Imperio o en algu­
na forma más o menos leviathánica de Estado, pues la función
histórica del cristianismo
no puede reducirse a la producción y
conservación de
un Imperio, sino que resplandece en la plenitud
gloriosa de la Iglesia.
Así pues, desde el punto de vista cristiano,
la unidad del mundo está incoada en la vocación universal de la
Iglesia,
por más que· desde el ángulo político resulte un designio
pérfido precisamente
por contrario a la unidad de la Iglesia.
Porque la unificación del
mundo ha de entenderse como contra­
figura de la Iglesia, lo
que abre una perspectiva de "pluralis­
mo" político -con un significado bien diferente del hoy acu­
ñado
(24}-, que ha bautizado con la expresión por él mismo
acuñada de "regionalismo funcional" (25), y que evoca
ese pro­
ceso federativo
al qué Gambra se refería.
Este último, desde la imagen
de una Cristiandad histórica,
pondera sobre todo la integración
que acompaña a una sociedad
(22) Cfr. lo., op. ult. cit., págs. 52-ÓO.
(23) Cfr. ID., "Carl Schmitt en Compostela", Arbor (Madrid), n.0 73 (1952),
págs. 46-59, o en su volumen De Jaguerraydelapaz, Madrid, 1954, págs. 181-204.
(24) Cfr. MIGUEL AYuso, "Pluralismo y pluralidad ante la fdosof'ta jurídica y
polftica", en Homenaje a Juan Berchmans Vallet de Goytisolo, volumen V, Madrid,
1990,
págs. 7-29; lo., "En torno al pluralismo político y cultural", en el volumen
Breve diagndsUco de la cultura española, Maddd, 1992, págs. 213 y sigs.
(25) Cfr. ÁLvARo o'Oits, Papeles del ofido untversltarlo, Madrid, 1961, págs.
310 y sigs.
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MAS ALLÁ DE LA GLOBALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO
de sociedades, en la que, como en la vida, se procede de abajo
hacia arriba, construyéndose a partir de los escalones inferiores.
En este cuadro, el Estado-nación, concebido según la lógica polí­
tica moderna de la
soberanía bodiniana o hobbesiana, la visión
jacobina de la nación y
su corolario que es el principio de las
nacionalidades y el dogma rousseauniano de la
volonté générale,
no puede sino constituir un fenómeno patológico (26). Amén de
incoherente, si lo contemplamos desde el rigor de los dogmas del
racionalismo político
.. Quizá no pueda decirse en puridad, es
cierto, que el nacionalismo sea una fase menos avanzada que el
internacionalismo en el desenvolvimiento de la ideología revolu­
cionaria. Probablemente,
en cambio, se ajuste más a la realidad
de las cosas reconocer
que nacionalismo y mundialismo pueden
considerarse como los dos brazos de una misma tenaza cuyo
designio
no es otro que es el aprisionamiento y destrucción de la
constitución cristiana
de los pueblos (27).
(26) CTr. MIGUEL AYuso, "Acerca de la crisis de la nación», Verbo (Madrid),
n.º 309-310 (1992), págs. 1044 y slgs.; ID., "Le temps des nations: les formes mo­
dernes de subvernion", Permanences (París), n.º 298-299 (1993), págs. 77 y sigs.
(27) Cfr. lo., ¿Después del leviathan? Sobre el Estado y su signo, cit., págs.
75 y sigs.
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