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Número 451-452

Serie XLV

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El derecho público cristiano

EL DERECHO PÚBLICO CRISTIANO
POR
EUGENIOVEGASLATAPIE(†)(*)
No se oculta al autor de esta memoria el carácter re vo l u c i o n a-
rio, si se le perdona la frase, que presentan con respecto a la
moderna U n i versidad española las páginas que anteceden en
o rden a demostrar el carácter confesional del Estado. La pr u d e n-
cia de la carne y la consagrada rutina le hubieran aconsejado silen-
ciar este tema en aras de la facilidad y del precedente. P e ro la cues-
tión no podía soslayarse por consideraciones de género alguno, ya
que afecta a la entraña del concepto de la asignatura. O el De -
recho Público y, por tanto, el De recho Político, es católico, o no
lo es. Son dos posturas radicales, absolutas, antagónicas. El De re -
cho Público “ni católico ni p ro t e s t a n t e”, es el De recho moderno,
el De recho re vo l u c i o n a r i o . En t re los cult iva d o res de este D e r e c h o
moderno neutralista o laico, existen a su vez grandes d ive r s i d a d e s
y matices, entre los que merecen citarse los afiliados al malmino-
rista e internacional grupo del catolicismo liberal, que tratan
inútilmente de conciliar lo inconciliable. Quizá por falta de per-
sonalidad y alientos para desafiar el ambiente de la época y luchar
contra la corriente de su tiempo, muchos católicos, personalmen-
____________
(*) E l profesor J erónimo M olina, de la U niversidad de M urcia, estudioso de la
disciplina del “D erecho Político”, ha tenido la amabilidad de hacernos llegar la “M e-
moria ” redactada por E ugenio Vegas Latapie para las oposiciones a cátedra de esa disci-
plina de 1941. H emos escogido unas páginas vibrantes, reveladoras de la intención \
con
que nuestro maestro intentó vanamente incorporarse a la U niversidad. P uede encon-
trarse el testimonio r eferente a las mismas en el tomo III y último de sus Memorias, La
frustr ación en la Victoria, Madrid, A ctas, 1995 (N. de la R.).
Verbo,núm. 451-452 (2007), 19-22. 19
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te estimables, dedicaron sus actividades y esfuerzos a la doctri-
naria empresa que la historia de las ideas políticas registra con el
n o m b re de catolicismo liberal, quienes, muy desde el principio,
vieran sus laudables, pero equivocadas intenciones desautoriza-
das por Roma. De estos católico-liberales llegó a decir el inmor-
tal Pontífice del Syllabus y de la Inmaculada que en el o rd e n
práctico eran “ p e o res que los mostruos de la C o m m u n e”. No
ignora el autor de la Memoria que los ámbitos de las aulas de
esta madrileña Facultad de D e recho extrañarán las ideas y con-
ceptos por él sustentadas, tan distintas y contrarias a las expues-
tas por los Santa María de P a redes, Posada, Fernando de los Ríos
y Pérez S e r r a n o. Estos autores, en efecto, son caracterizados
exponentes del estado de envenenamiento espiritual y moral que
llevó a nuestra propia Patria al 14 de abril de 1931, y después,
como desesperada reacción, al 17 de julio de 1936. Los maestr o s
de la Re volución no figurarán, sino para ser refutados y comba-
tidos, en cuantas publicaciones, conferencias o cursos hag a el
autor de esta Memoria. P e ro no por ello estará solo. En su ayuda
acudirán, abandonando la prisión del silencio a que el Estado
moderno les había condenado, los viejos autores de los tiempos
gloriosos del Imperio, de nombres tan ilustres como Gu e va r a ,
Fox Mo rcillo, Ginés de Se p ú l veda, Valle de la Cerda, M e r o l a ,
R i vadeneyra, Núñez Coronel, Cerdán de Tallada, Ho ro z c o ,
M á r q u e z, Alvia de Castro, Fray Juan de Santa Mar ía, S a l a z a r,
N a v a r rete, Q u e vedo, Claudio Clemente, S a a vedra F a j a rd o ,
Z e vallos y también los que valientemente lucharon para impedir
nuestra decadencia y sistema agravado de catástrofes como
Z e vallos, He rvás, V é l ez, el Rancio, Donoso, Bal mes, A p a r i s i ,
Nocedal, Me n é n d ez Pe l a y o, V á z q u e z de Mella, Pradera y
Ma ez t u . Alguna satisfacción produce al autor pensar que frente al frío
e impotente desdén que hacia él sientan algunos eruditos escép-
ticos y extranjerizados, escandalizados del contenido de esta tesis,
cuenta sin embargo con la aprobación de un pensador también
escéptico, pero dotado de una dialéctica concluyente y de una
p rov idad intelectual no común para reconocer sus fallas y tr o p i e-
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zos, cuyo nombre y doctrinas re s o n a ron frecuentemente durante
varios lustros en nuestras aulas. Aludo al profesor Kelsen, quien
termina su obra sobre la Democracia narrando en parte el capí-
tulo XVIII del Evangelio de San Juan en el que Pilatos, dirigién-
dose a Jesús, le pregunta: “¿Qué es la ve rdad?”. “Y —añade
Kelsen— como Pilatos no sabe lo que es la V e rdad y por ser
romano está acostumbrado a pensar democráticamente, apela al
pueblo y provoca un plebiscito”. Éste se pronunció, como es
lógico, contra Jesús y el pueblo pidió la libertad de Barrabás y la
m u e r te de Cr i s t o. Y, según hac e constar el Evangelista, Ba r r a b á s
era un bandido. “Es posible que algunos arguyan —comenta
Kelsen— que puede ser que los c re yentes, los cre yentes políticos
objeten que este ejemplo se pronuncia precisamente más bien en
contra de la Democracia que en su f avo r. Y es preciso r e c o n o c e r
el valor de esta objeción, pero con una condición: que esos cre-
yentes estén tan seguros de su ve rdad política —que debe, llega-
do el caso, ser también realizada por una violencia sangrienta—
como el Hijo de Di o s”.
La condición que Kelsen puso se ha cumplido plenamente en
la España de nuestros días. Por Dios y por España, por una
España mejor, por un Estado más cristiano y digno, que no fuera
enemigo de la Religión, que no envenenara las conciencias, que
no dividiera en fratricidas luchas de clases a los españoles, que no
desconociera o pisoteara sus santas y gloriosas tradiciones, se alza-
ron en armas unos beneméritos españoles para derribar los pode-
res respublicanos y constitucionales. En aquellos primeros mo-
mentos del Alzamiento Nacional tan sólo había fanáticos, c re ye n-
tes enardecidos, desafiando el plomo marxista y anticatólico. Los
escépticos no estaban todavía en la lid. Se incorporaron más tard e
a los hechos consumados para hacer olvidar o perdonar pasados
o b s c u r os o tomar posiciones para el mañana. Aquellos cr u z a d o s
de la primera hora que se p ro p u s i e ron rectificar los desastr o s o s
d e r ro t e r os políticos de España, luchaban y morían en aras de la
religión y de España.
En cumplimiento de un deber sagrado para la memoria de
aquellos que murieron en la Cruzada, con la fuerza que le p re s t a
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el saberse port a voz de los mismos, el autor de este trabajo no va c i-
la en sostener abiertamente, desafiando críticas librescas y pedan-
tes, el sistema de ve rdades fundamentales por las que, consciente
o inconscientemente, los voluntarios de la hora prima ofr e n d a ro n
g e n e ros amente sus vidas.
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