Índice de contenidos

Número 451-452

Serie XLV

Volver
  • Índice

Las luces de la Ilustración penetran en España

LAS LUCES DE LA ILUSTRACIÓN PENETRANEN ESPAÑA
POR
JOSÉJAVIERECHAVE-SUSTAETA DELVILLAR(*)
Cómo se int ro d u j e ron en España, el más católico de los r e i n o s ,
las ideas anticristianas de la Il u s t r a c i ó n .
En la España de mediados del siglo
X V I I I, gracias a la vigilan-
cia de la Inquisición y al celo de las órdenes religiosas, en especial
de los jesuitas, no había ni “f i l ó s o f o s” corru p t o res de las costum-
b res, ni científicos deístas, ni economistas ateos, ni clérigos janse-
nistas. Tampoco había una corte corrompida como en París, pues
Felipe V, el Borbón de allí venido, y su hijo Fernando VI, se ha-
bían españolizado, y acomodado pronto al modo del reino más
católico de la Cristiandad en el que la vida social estaba imp re g-
nada hasta el tuétano por la religión.
Los doctrinarios europeos de las “ l u c e s”, sabiendo que la I g l e -
sia católica en España era su ve rdadera enemiga y su principal obs-
táculo, no veían cómo contrarrestar su influencia para in tro d u c i r
estas luces en el país presentándolas como necesarias re f o r m a s .
Hasta mediados el siglo
X V I I Ilos obispos españoles, pese a la polí-
tica regalista de Felipe V, seguían siendo tradicionales defensor e s
de la Santa Sede, amigos de los jesuitas, y reacios a las n ove d a d e s
doctrinales irradiadas de Francia, que gracias a su celo y al de la
Inquisición, no traspasaban los Pirineos. P e ro tras el concordato
____________
(*) Repr oducimos estas páginas de nuestro amigo J osé Javier Echav e-Sustaeta,
publicadas originalmente en el pasado número del mes de ener o de la revista Cristian-
dad de Barcelona (N. de la R.).
Verbo, núm. 451-452 (2007), 125-134. 125
Fundaci\363n Speiro

de 1753, sus nombramientos dejaron de depender de Roma, y
p a s a ron a serlo de la Corona.
Para que las “luces” penetraran en España hubo que espe rar a lallegada al trono de Ma d rid de un déspota ilustrado.
Carlos III, hijo de Felipe V, había nacido en España, pero
muy pronto fue llevado a Nápoles a ocupar el trono del re c i é n
c read o Reino de las Dos Sicilias, donde fue educado en la admi-
ración por las ideas que venían de Francia. Nombró Se c retario de
Estado a Be r n a rdo Tanucci, regalista impío y volteriano, jurado
enemigo de la Santa Sede, “después de Pombal, el mayor enemigo de
los jesuitas”, que escribía de Clemente XIII: “El pobre Papa tiene
poco cer e b ro, se deja conducir por la nariz por Torriggia ni, por su
sobrino y por los jesuitas”. Carlos patrocinó la publicación de la tra-
ducción del catecismo jansenista de M e s è n g u y, condenado ya dos
veces por Benedicto XIV, en que se negaba la infalibilidad del
Papa, e hizo que lo aprobara el arzobispo de Nápoles. Clemen-
te XIII condenó este catecismo en todos los idiomas, pero las cor-
tes borbónicas re c h a z a ron el b re ve.
A la muerte de Fernando VI en 1759, Carlos viene a España
como Carlos III, trayendo un cortejo de ilustrados italianos dis-
puestos a introducir también aquí los nuevos aires de reformas ya
ensayadas en su pequeña corte napolitana. Dejó allí como sucesor
a su segundo hijo, Fernando, que en su minoría de edad puso bajo
la tutela de un Consejo de Regencia dominado por Tanucci, con
quien mantendría ya siempre amistad y al que pediría consejo.
Sus mentores le con ve n c i e ron de que podía emular a su bisabue-
lo el Rey Sol haciendo que irradiaran las luces de la I l u s t r a c i ó n
s o b r e la atrasada España, elevándola a la altura del siglo, pero para
ello había que comenzar por re f o r m a r, es decir, someter, a la
Iglesia. Comenzaron a ser nombrados prelados eruditos e ilustra-
dos, y regalistas de tinte jansenista, deseosos de reformar el “u l t ra -
m o n t a n i s m o ” de la Inquisición, y que veían a los jesuitas como un
a d v ersario a quebrantar. A los dos años de su llegada, Carlos III
imponía ya el “e xequator r e g i u m” por el que las bulas y b re ves del
JO S É JAV IE R E C HAV E - S U S TA E TA D E L V I L L A R
126
Fundaci\363n Speiro

Papa, antes de publicarse debían ser previamente autorizados por
el Consejo de Castilla.
“ El pernicioso y deplorable pr u rito de nove d a d e s” .
Presentada como urgencia de reformas, se padecía entonces la
epidemia del “pernicioso y deplorable prurito de nove d a d e s”, del
que León XIII dice que “después de trastornar las cosas de la re l i-
gión cristiana, como consecuencia obligada, vino a trastornar la
filosofía, y de ésta pasó a todos los órdenes de la sociedad civil ” .
I m m o r tale Dei ( 3 1 ) .
Esta fiebre reformista, que alcanzaba a extremos tan ridículos
como disponer del atuendo de los españoles, provocó que los
m o r a d o res de la Villa y Corte, el 23 de marzo de 1766, secunda-
ran el famoso motín contra el ministro venido de Italia mar q u é s
de Squilacce, conocido aquí como Esquilache. El re y, asustado,
t u vo que salir al balcón de palacio y acceder a todas y cada una de
las exigencias de los amotinados que, a su lado y crucifijo en
mano, iba leyendo el fraile gilito padre Cuenca, y que el monar c a
iba prometiendo cumplir. Carlos huyó de noche con su familia a
A r a n j u e z, donde estaba muy dolido y humillado de haberse visto
en aprietos nunca sufridos por la monarquía española. El embaja-
dor inglés Keene le dijo que la sedición había sido urdida por los
jesuitas para asesinarle con toda su familia y poner en el trono a
su hermano Luis, que les era muy afecto. Resolvió r e l e var al obis-
po Diego de Rojas de la presidencia del Consejo de Castilla, sus-
tituyéndole por el enérgico aragonés Conde de Aranda, al que
nombró también Capitán General de Castilla la N u e va, quien
designó fiscales de lo criminal y civil en el Consejo de Castilla a
sus amigos José Moñino y P e d ro Ro d r í g u e z de Campomanes.
Tanucci, desde Nápoles, aconsejaba a sus amigos españoles:
“Los jesuitas son siempre los mismos, en todas partes son sedicio-
sos, enemigos de los soberanos, y de las naciones; ladrones públi-
cos, llenos de vicios, y principalmente ateos. No sé qué se aguar-
da para destruir al Colegio de L oyo l a” (Carta a Azara de 15 de
agosto de 1766); y apuntaba ya el procedimiento a seguir: “La
L A S LU C E S DE L A I L U S T R ACI Ó N PE NE T R A N E N E S PA Ñ A
127
Fundaci\363n Speiro

limpia del país de jesuitas debe madurarse con mucho deteni-
miento, pero una vez resuelta, debe llevarse a cabo en un solo
momento en todo el re i n o” (Carta a Losada de 18 de nov i e m b re
de 1766); y les apremiaba: “Mi deseo sería que los jesuitas salie-
ran de Madrid antes de que entrase el Rey (no quiso vo l ver a
Madrid hasta diciembre) y que cuanto antes fueran expulsados de
E s p a ñ a ” (Carta a Losada de 9 de diciembre de 1766). Sus conse-
jos serían atendidos, y pocos meses después, el 3 de abril de 1767,
los cinco mil miembros de la orden de San Ignacio serían extraña-
dos de España y sus dominios.
Tras expulsar a los jesuitas, los regios consejeros deciden r e f o r-
m a r , es decir, someter, a la In q u i s i c i ó n .
Al año siguiente los auxiliares de Aranda Campomanes y M o -
ñino, redactaban una memoria censurando el ultramontanismo
del Santo Oficio, aún dominado, según ellos, por los jesuitas, exi-
giendo que “ p e rdiera sus garras”, mediante su reforma, es decir, su
sometimiento: “En el día, los tribunales de Inquisición componen
el cuerpo más fanático a favor de los re g u l a res expulsos de la
Compañía de Jesús, tienen total conexión con ellos en sus máxi-
mas doctrinas, y, en fin, que necesitan re f o r m a c i ó n”. Carlos III
atendió este parecer e impuso su regio patronato sobre la In q u i -
sición, garantizando la impunidad de sus colaboradores, pues
cuando el proceso se dirigiera contra Grandes de España, minis-
t ros o ser v i d o res reales, el expediente se sometería a su real exa-
men. Nombró nuevos inquisidores generales más tolerantes, limi-
tó su jurisdicción sólo a crímenes de herejía y apostasía, y, “p a ra
evitar prohi biciones injustas ”, dictó nuevos criterios para la censu-
ra de libros. Su omnipotente valido Conde de Aranda, ensoberbecido por
el aplauso de la E u ropa ilustrada por su éxito en la expulsión de
los jesuitas de la tierra en que nacieran, proyectó como siguiente
paso abolir la Inquisición, una vez reformada. P e ro la indiscre c i ó n
de su amigo V o l t a i re, que en sus escritos la anunció como próxi-
ma, hizo que sus alertados defensores acudieran al rey en deman-
JO S É JAV IE R E C H AV E - S U S TA E TA D E L V I L L A R
128
Fundaci\363n Speiro

da de protección, y cuando el conde le propuso abolirla como
había hecho su hijo Fernando en Nápoles, el monarca dicen le
contestó: “Los españoles la quieren y a mí no me molesta ” .
Ello no fue óbice para no proseguir la decidida política de aca-
bar con la influencia de la Iglesia católica, y a propuesta de M o -
ñino se dio a la nueva Junta de Estado en 8 de julio de 1787 una
i n s t r ucción para reformarla, proponiendo, entre otras medidas,
reducir la extensión de los obispados; someter los concilios pro-
vinciales al control de las audiencias; buscar inquisidores cultos
e ilustrados, capaces de extirpar las supersticiones en lugar de
aumentarlas, ilustrar al clero, instruyéndole en matemáticas, cien-
cias, economía política y derecho civil, para que pudiera ser ins-
t r umento útil en su labor de educar al pueblo, y vo l ver a las órd e-
nes religiosas a su estado primitivo, extinguiendo la orden de Sa n
Antonio Abad y reduciendo el número de frailes de las ó rd e n e s
m e rcedarias, calzados y descalzos, trinitarios y carmelitas.
Estas intromisiones regalistas de Carlos III en el gobierno de la
Iglesia no prov ocaron mayor oposición por parte del cler o ni pro-
testa del pueblo fiel, pues no pasaba por sus cabezas que el rey cató\
-
lico pudiera pr etender cosa contraria a la Iglesia, máxime, siendo de
todos conocida su piedad y su intachable castidad tras su larga viu-
de z desde los cuar enta años. Pero Carlos III, un pobre hombre cuya
principal preocupación diaria era la caza, no era un r ey católico sino
un beato inconsecuente con su fe, que asistía diariamente a misa y
pedía insistentemente a R oma la beatificación de un hermano lego
franciscano del que era muy devoto, per o que se rodeaba de conse-
jeros y ministros impíos y volterianos, y que, mientras publicaba
pragmáticas contra los masones, entregaba el gobierno de la nación
en manos de su G ran Maestre el Conde de Aranda.
Aranda, gran maestre de la masonería, Urquijo promotor del cisma, y Olavide, “ m i e m b ro podrido de la r e l i g i ó n”.
P e d ro Pablo A b a rca de Bolea, Conde de Aranda, militar ara-
gonés, real mentor que proponía a Carlos III emular en sus r e f o r-
mas a su ídolo Federico de Prusia, fue el más poderoso de sus pri-
L A S LU C E S DE L A I L U S T R ACI Ó N PE NE T R A N E N E S PA Ñ A
129
Fundaci\363n Speiro

m e ros ministros. En 1880 celebraron los masones españoles el
centenario de la fundación del Grand Oriente Nacional de Espa-
ña, acuñando una medalla con esta leyenda en su re verso: “Gr a n d
Oriente Nacional de España fundado en 1780 por el Conde de Ar a n -
da, 1.
e rGran Ma e s t r e”. La logia se reunía en casa del conde bajo su
p r esidencia, y de entre sus recomendados escogió Carlos III su
regia camarilla de ministros, consejeros, gobernantes y embajado-
res, que debían llevar a cabo su iluminada misión de modernizar
España. Ejemplo de ellos es su paisan o aragonés y diplomático de
c a r r era José Nicolás, caballero de Azara, marqués de N i b b i a n o ,
enciclopedista, volteriano y ateo, enviado por Carlos III a Ro m a
como su “ a g e n t e” en la época de más tensas relaciones con la
Santa Sede, donde permaneció durante treinta años, primero
como ministro y luego como embajador. Cuando Villahermosa en
1776 pide a Azara le alcance del Papa licencia para leer y r e t e n e r
l i b r os prohibidos, éste desvergonzado y cínico le contesta: “Estoy
dispuesto a mandar a vuestra merced cuantos pergaminos quiera,
p e ro el permiso del Papa para leer libros prohibidos no es posible
alcanzarlo en el pontificado de este tartufo (Clemente XIII). F e -
lizmente no nos incomodará mucho tiempo, pues está muy pró-
ximo a tender el vuelo a su paraíso… mientras tanto puedo
enviarle cuando quiera el despacho de la Congregación general
del Índice, que para el efecto es lo mismo… para que salga cuan-
to antes del mal estado en que se encuentra por haberse comido
tantas excomuniones. Yo me he tragado tantas como vuestra mer-
ced, y a pesar de todo me encuentro muy bien… pese a ser un
p rof ano que huele a dos leguas a pecado mor t a l” (Carta de 17 de
s e p t i e m b r e de 1776).
Pablo de Olavide fue nombrado en 1767 intendente de los
c u a t ro reinos de Andalucía, el segundo puesto de la monar q u í a
después del de Presidente del Consejo de Castilla, por su amistad
con Aranda y Campomanes. “Tengo a mi disposición todos los
bienes de los jesuitas de la mitad de España”, escribía tras su
expulsión. En 1768 recibe por el puerto de Bilbao 19 cajones de
l i b r os con obras de V o l t a i re, Montesquieu, Rousseau, D’Alambert
y otros, que dice son para su biblioteca personal, pero, caído en
desgracia, la Inquisición le acusa de introducir libros i rre l i g i o s o s
JO S É JAV IE R E C HAV E - S U S TA E TA D E L V I L L A R
130
Fundaci\363n Speiro

franceses para su distribución, siendo condenado por “herético,
infame y miembro podrido de la re l i g i ó n”.
Por su amistad y protección del gran maestre Aranda y de
Floridablanca, sería enviado como embajador a Londres el jove n
vasco Mariano Luis de Urquijo, que luego, al reemplazar a Go d oy
como primer Se c retario de Estado, mandaría editar el tratado de
F e b r onio y propondría a las potencias despojar al Papa de sus
Estados. Pietri dice de él que era: “Ateo notorio, enciclopedista
a rdiente, volteriano, francmasón, adversario activo del Papa y de
los jesuitas, y era inaudito que hubiera podido mantenerse duran-
te tres años y medio a la cabeza de los asuntos de España”. Tras la muerte de Pío VI en el destierro, Urquijo arrancaría a
Carlos IV el decreto de 5 de septiembre de 1799 que llevaba a la
Iglesia española al borde del cisma: “He resuelto que hasta que yo
les de a conocer el nuevo nombramiento del Papa, los ar zo b i s p o s
y obispos usen con toda plenitud de sus facultades, conforme a la
antigua disciplina de la Iglesia. En cuanto a la consagración de
obispos y arzobispos… me consultará la Cámara… y determina-
ré lo conveniente, siendo este tribunal el que me r e p resente y a
quien acudirán todos los prelados de mis dominios, hasta una
o rden mía”.
“ He resue lto e xtrañar de todos mis domi nios de Es paña, In d i a s ,
Islas Filipinas y demás adyacentes a los re g u l a res de la
Compañía de Je s ú s”( De c r eto de Carlos III).
La obra emblemática de los ilustrados ministros de Carlos III
fue la expulsión de los jesuitas, culminada con su posterior coacció\
n
al papa Clemente XIV hasta lograr la extinción de la Compañía de
J esús como orden de la I glesia. Manuel de Roda, ministro de Gracia
y J usticia, el más impío, quizás, de los ministr os de Carlos III, había
decidido con Aranda, Campomanes y F loridablanca, acabar con los
jesuitas. P ara ello contaron con la colaboración de los clérigos ilus-
trados que atribuían el atraso de la enseñanza a la escolástica y a los
jesuitas, a los que tenían por enemigos de la modernización, con
ex cepción del cír culo de Cervera, próximo a F inestres.
L A S LU C E S DE L A I L U S T R ACI Ó N PE NE T R A N E N E S PA Ñ A
131
Fundaci\363n Speiro

Uno de ellos, Gregorio Mayans, había sido alumno del cole-
gio de los jesuitas de Cordelles cuando su familia se trasladó a
B a r celona por su adscripción al Archiduque de Austria, y estudió
luego derecho en Salamanca. Admirador del obispo jansenista de
Soissons F i t z - James, cuyo catecismo hizo traducir a su hermano
por indicación de Campomanes, decía mordaz: “Los jesuitas fue-
ron primero santos, luego sabios, luego políticos, luego nada”; y
tras su expulsión, apoyaba su extinción: “Desterrados los bárba-
ros, falta ahora desterrar la barbarie”. Como los jansenistas fran-
ceses, metía en el mismo saco a sus odiados jesuitas y a la devo-
ción al Corazón de Jesús, de la que decía que era fanática y “a n t o-
jo de entendimientos indiscretamente devotos y caprichos os” .
Aprovechando como pretexto el motín de Esquilache, y aña-
diendo a las tradicionales críticas de molinismo, regicidio, intriga y
ambición política, una falsa car ta del general de los jesuitas P. Ricci,
en r ealidad redactada por el duque de Alba, sobr e la bastardía del
rey , le hicier on a éste firmar el 27 de febr ero de 1767 el decreto
or denando “ extrañar de todos mis dominios de España, I ndias, Islas
F ilipinas y demás adyacentes a los r egulares de la Compañía”… Las
causas, que se r eservaba el monarca “ en su real pecho ” le obligaban
“ a emplear el poder que el Omnipotente ha puesto en mis manos
para proteger a mis súbditos y conservar el honor de la Corona ”.
La expulsión, llamada en clave “o p e ración ces áre a”, fue lleva d a
a cabo en la madrugada del 2 al 3 de abril de 1767. El cor re g i d o r
de Toledo pagó con la cabeza el haber comunicado su contenido
a las víctimas al haber abierto el real pliego dos horas antes de la
hora dispuesta. En la mañana del 3 de abril todos los jesuitas de
España sin excepción, novicios y profesos, jóvenes y ancianos,
sanos y enfermos, eran desalojados de sus colegios y re s i d e n c i a s
sin más bagaje que su libro de rezo y una muda. Conducidos por
la fuerza pública a distintos puertos, fueron de allí embar c a d o s
hacia el destierro. Tras varios meses a bordo re c a l a ron en Córc e g a ,
donde permanecieron más de un año entre grandes penurias.
Cuando en marzo de 1768 Génova vendió la isla a Francia, y al
estar también expulsados de dicha nación, los millares de jesuitas
españoles fueron trasladados a las legaciones pontificias, donde a
lo largo de más de cuarenta años morirían casi todos.
JO S É JAV IE R E C H AV E - S U S TA E TA D E L V I L L A R
132
Fundaci\363n Speiro

Al recibir en abril de 1767 la noticia de la expulsión, Clemen-
te XIII escribe a Carlos III: “¡Tú también, hijo querido, ofreces a
los enemigos de Dios y de la Iglesia tu poderoso brazo, que D i o s
te ha dado para conservar y p ro m over el honor de la Iglesia y
la salud de las almas, para derrocar de raíz una orden re l i g i o s a
que es para la misma Iglesia tan cara y tan útil, la cual debe su ori-
gen y esplendor a aquellos santos héroes que Dios se escogió de la
nación española para propagar por todo el mundo su m ayo r
g l o r i a ” . Carlos III no sólo hizo caso omiso de la petición del Papa de
que reconsiderase su decisión, sino que, concertado con las demás
c o r tes borbónicas, se prestó a culminarla hasta lograr la extinción
de la Compañía de Jesús por el Papa. Lo que era impensable en
vida del inflexible Clemente XIII, anciano y enfermo, esperaba
conseguirlo de su sucesor, para cuya elección enviaría en su
momento como embajador a su colaborador de máxima confian-
za, José Moñino, al que, como premio a su eficaz gestión logran-
do la extinción por el nuevo Papa, otorgaría el título de Conde de
Floridablanca.
“ Expulsó de Es paña a cinco mil jesuitas, de lo q ue habría de da r cuenta ante el Juez que juzga a l os re yes, sin admiti r re s p o n-
sabilidades de ministros que se imponen ”(Luis Coloma, S.I.).
M odernos historiador es liberales presentan a Carlos III como
estadista de talento a la altura de los tiempos, pero M enéndez
Pelay o le califica: “ Testa férr ea de sus consejeros. Hombre de cor tí-
simos entendimientos, más dado a la caza que a los negocios, ter co
y duro, bueno en el fondo y muy piadoso… pero ¿qué importa que
tuviera virtudes de hombre privado y de padre de familia, y que
fuera casto, sobrio y sencillo, si como r ey fue más funesto que cuan-
to hubiera podido serlo por sus vicios par ticulares?”.
El padre Elías, S.I., en su Historia de la Compañía de Jesús, s e
lamenta: “De los cinco mil y más jesuitas expulsados por Car-
los III de todos sus dominios de España, Asia y América en 1767,
al tiempo del restablecimiento de la Compañía, en 1814 queda-
L A S LU C E S DE L A I L U S T R ACI Ó N PE NE T R A N E N E S PA Ñ A
133
Fundaci\363n Speiro

ban cuatrocientos sesenta averiguados en Italia, España y Améri-
c a”, mientras que, en 1823, tras el paréntesis del trienio constitu-
cional, sólo sobrevivían ya cuarenta… el que menos con setenta y
t r es años”; y el padre Coloma, S.I. escribe: “En la madrugada del
14 de diciembre de 1788 expiró Carlos III, llevándose a la eterni-
dad aquellos “grandes secretos que encerró en su real pecho” por
los que expulsó de España a cinco mil jesuitas, y de los que habría
de dar cuenta ante el J u ez que juzga a los re yes, sin admitir re s-
ponsabilidades de ministros que se imponen, ni subterfugios de
c o n f e s o r es que transigen con regias flaque z a s”.
Podría aplicarse a esta primera expulsión lo que el ilustre polí-
grafo dominico padre Luis Alonso Getino escribía en su chispean-
te libro Incendio de conventos en España, tras la expulsión de los
jesuitas por la II República: “… me da envidia cuando los enemi-
gos del catolicismo p re f i e ren a los jesuitas para blanco de sus t iro s ,
p o r que se me antoja que es porque los otros les estorbamos
m e n o s ”; o lo que en 1932 diría de ellos el papa Pío XI: “Ibant gau -
dentes… quia digni habiti sunt pro nómine Jesu contumeliam pati ” .
“ M a r chaban gozosos… porque habían sido tenidos por dignos de
padecer persecución por el nombre de J e s ú s”.
JO S É JAV IE R E C H AV E - S U S TA E TA D E L V I L L A R
134
Fundaci\363n Speiro