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Número 451-452

Serie XLV

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El derecho a la rebeldía: El ejemplo de los cristeros mejicanos

EL DERECHO A LA REBELDÍA:
EL EJEMPLO DE LOS CRISTEROSMEJICANOS
POR
EUGENIOVEGASLATAPIE(†)(*)
Y según la ley casi todas las cosas se purifican con san gre :
y sin derramamiento de sangre no se hac e la re m i s i ó n .
( Epístola de San Pablo a los He b reos, IX -12)
Son los católicos mexicanos los que, dando un ejemplo admi-
rable al mundo entero, han puesto por fin en práctica las palabras
del Apóstol y han hecho oferta generosa de su sangre y de su vida
en aras de la Religión y de la Patria. En pleno reinado del mate-
rialismo, cuando la conservación de la vida y de la hacienda se han
e l e vad o a la categoría de supremos ideales, los católicos mexica-
nos, en un heróico y prolongado alarde de valor físico y de encen-
dida caridad, solamente censurado por los prudentes, los templa-
dos y los acomodaticios, sacrificando conscientemente todas las
delicias de la cómoda existencia actual, han empuñado las armas
en defensa de la fe y de la moralidad de nuestra generación y de
las futuras. Sólo hay dos actitudes dignas para afrontar las horas
gravísimas porque atraviesa el mundo: una es la que nos enseñan
____________
(*) R eproducimos ahora con título de la redacción el prólogo que E ugenio Vegas
Latapie puso para la edición peninsular de la no vela de ambiente cristeroHéctor,firma-
do por J orge Grau. En ediciones mejicanas posterior es se reprodujo, con la advertencia
de que se había juzgado necesario suprimir algunos párrafos inspirados por una infor-
mación incompleta sobre los “ arreglos” de 1929. Se estampa aquí también con dichas
mutilaciones (N. de la R.).
Verbo, núm. 451-452 (2007), 27-36. 27
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los católicos del siglo X V I, que en una mano llevaban la cruz y en
la otra la espada; la otra es la de dejarse matar en voluntario mar-
tirio, sacrificar los provechos del gobierno antes que rendir plei-
tesía al error o ser su cómplice. Estas dos únicas actitudes que
h oy pueden adoptar los auténticos católicos se practicaron tam-
bién en el siglo
X V I. Los soldados de Felipe II que luchaban
en Flandes y en Lepanto fueron el instrumento de que la
Providencia se sirvió para que no quedara la religión católica
barrida de todos los Estados ante las acometidas del pr o t e s t a n-
tismo y del Islam, en tanto que los frailes españoles, amparados
por la espada de los conquistadores, daban a Roma veinte pue-
blos por cada uno de los que le arrebataba la herejía. La otra
actitud, igualmente lícita e individualmente más admirable, fue
la observada por los católicos ingleses frente a los impíos desig-
nios de Enrique VIII y de su hija adulterina Isabel. Cinco car t u-
jos inician la santa teoría que había de contar seiscientos már t i-
res que p re f i e ren perder la vida a obedecer los deseos ilícitos de
los r e yes herejes; pero estos sacrificios no pudieron impedir que
la herejía se impusiera en toda Inglaterra y que tardara más de
dos siglos en vo l ver el catolicismo a dar públicas señales de vida
en el país.
Los católicos mexicanos han vuelto a empuñar la espada que
en 1929, por obediencia a la autoridad eclesiástica, se vieron obli-
gados a enfundar a conciencia de que por esta causa muchos de
ellos habían de perder su vida. Y esta vez, aleccionados por el
c ruelísimo tr o p i ezo pasado… saben a dónde van y hasta dónde
alcanzan sus derechos de ciudadanos y de católicos. Fechado el 12
de diciembre de 1934 en San Antonio de Texas, el De l e g a d o
Apostólico en México, monseñor Leopoldo Ruiz, Arzobispo de
M o rel ia, dirigió una instrucción al Episcopado, clero y católicos
de México, que remitió igualmente a todos los obispos esp arc i d o s
por todo el mundo “a fin de que todos los católicos de la tierra
—son palabras del Delegado Apostólico— conozcan nuestra
situación y pidan a Dios el remedio de nuestros males”, en cuya
In s t r ucción, en su apartado II leemos: “Por esto, en nombre de
Dios y de nuestro santísimo P a d re el Papa Pío XI, y de acue rd o
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plenamente con el venerable Episcopado Mexicano, damos las
siguientes normas de conducta, según las cuales obraremos los
Prelados y deberán también obrar el Clero Secular y Regular y
todos los fieles:“ 1 . º La Iglesia Católica no reconoce ningún poder humano
que le pueda impedir nada de lo que Ella misma juzgue necesario
para la salvación de las almas; por lo mismo, en las cosas espiri-
tuales, a nadie está subo rd i n a d a …
” P or lo mismo no debe de extrañarle al Gobierno que siem-
p r e que dé una orden atentatoria contra los derechos que la
Iglesia tiene, como Sociedad perfecta que es, se hagan las debi-
das protestas; pues no porque la fuerza y la violencia nos impi-
dan el libre uso de nuestros derechos dejen éstos de existir, y por
lo mismo de clamar justicia. Deberá, pues, protestarse siempre
contra todo acto atentatorio de las libertades inalienables de la
Iglesia, haciendo esto con toda prudencia y con todo valor cris-
t i a n o .
” 2 . º Teniendo como tiene la Iglesia la misión de civilizar,
siendo como es Ma d re de los pueblos libres, necesariamente debe
hacer saber y re c o rdar a sus hijos que tiene grave obligación de
trabajar y de sacrificarse por la libertad de México en todos los
ó rdenes y valiéndose de todos los medios, con tal de que se guar-
den siempre las normas inmutables de la moral y de la justicia. El
p e l i g r o del comunismo es inminente, y sólo la acción decidida,
unánime y constante de todos los buenos mexicanos podrá sal va r
a nuestra desventurada P a t r i a .
”Las normas de su Santidad, si se cumplen debidamente, pro-
ducirán, sin duda, excelentes resultados. Por lo que se re f i e re al uso
de medios violentos, como sería el recurso a las armas, ni el Ep i s c o -
pado ni el Clero debemos ent ro m e t e rnos, pro m ovién dolo o pro h i b i é n -
d o l o ”.
¿ Quiénes son los insensatos que sostienen que la Iglesia pro-
híbe defender la Religión y la fe de los niños y de las generaciones
futuras con las armas en la mano? Si nos es lícito e incluso, legal,
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luchar por defender nuestros bienes y derechos materiales, ¿cómo
no iba a ser lícito luchar y morir en defensa de los va l o res espiri-
tuales y eternos?
Tras dos siglos de ideología enciclopedista y liberal que
t e r m i n a r on por materializarlo todo, incluso los ideales de los
que nos decimos católicos, vuelve la luz de la v e rdad a dejarse
ver y a pregonar por todas partes que sólo a fuerza de sacrificios
y de sangre se hacen las cosas grandes. El nicaragüense P a b l o
Antonio Cuadra, en Hacia la Cruz del Su r, lanza desde su P a t r i a
una ardiente plegaria que va encontrando eco en todos los
pechos jóvenes y generosos. Dice así el heredado grito conquis-
t a d o r :
¡Ay Virgencita! que luces
ojos de dulces miradas:
pues viste venir espadas
que dieron paso a las cruces,
¡mira tus tierras amadas!
y si hoy arrancan las cruces,
¡brillen de nuevo las luces
del filo de las espadas!
“Todo hombre que está decidido a morir —escribía Ed o u a rd
Drumont— puede influir en los acontecimientos. Detrás de
todos los acontecimientos hay un hombre que está decidido a
m o r i r … ” . Nad ie sabe nada de lo que pasa en México. P a rece que no
sólo no lo sabemos, sino que tampoco queremos saberlo. Y, sin
embargo, no sólo tenemos obligación de enterarnos, sino que,
además, deberíamos de haber acudido en ayuda de nuestros her-
manos los católicos mexicanos, víctimas desde hace varios lus-
t ros de las más crueles y refinadas persecuciones. P e ro los cató-
licos en general, y más especialmente los católicos españoles,
vivimos totalmente ajenos a la constante vigencia del divino pre-
cepto del amor al prójimo. Si permanecemos totalmente indife-
rentes a que en nuestra misma casa, calle o ciudad, sea ma yo r
cada día el número de las personas que desconocen el nombre de
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Dios y sus enseñanzas sapientísimas y a que sea enormemente
superior el número de quienes desean instruirse en las ve rd a d e s
de la fe que el de mae stros dispuestos a enseñarla, ¿cómo nos
vamos a interesar por la suerte de los católicos mexicanos?
¡Amaos los unos a los otros! ¡Amar al prójimo como a ti mismo!
Son preceptos fundamentales que N u e s t ro Señor pr o m u l g ó
durante su vida mortal y, sin embargo, en la práctica, no hay
p r eceptos que con más constancia y universalidad se conculquen
que éstos. Es inútil que nada ni nadie intente romper la r u t i n a
materialista de las sociedades contemporáneas. ¡Qué nos impor-
ta que un poder tiránico sojuzgue a un pueblo, persiga y asesine
a los sacerdotes, destruya los templos, deshaga hogares y pr e p a-
re conscientemente la sistemática corrupción de la infancia y de
la juventud! ¡Qué nos importa que, cuando nuestros hermanos
los católicos mexicanos, en cumplimiento de sagradas obligacio-
nes se vieron forzados a lanzarse al campo para defender viril-
mente la fe de sus hijos y los derechos imprescriptibles de la
Religión y de la Patria, carecieran de armas, de dinero e incluso
de apoyo moral! El mundo católico contempla insensible el mar-
tirio de un pueblo c re yente, y desde las columnas de sus r o t a t i-
vos, servidos por el sectarismo de las agencias yanquis, califica
de “bandidos” y “ c r i m i n a l e s” a los héroes de la epopeya que con
su sangre generosa están escribiendo en estos momentos los
católicos mexicanos. El 12 de feb re ro de 1929, el Obispo de Huejutla lanzó desde
el destierro un conmovedor documento, que titulaba Mensaje al
mundo civilizado, en el que, para nuestra vergüenza, podemos leer
lo siguiente: “ ¿ Será posible que el mundo civilizado nos siga mirando aún
con el más irritante desp re c i o ?
” Y a en nuestro anterior Mensaje decíamos que, fuera del A u -
gusto Pontífice de la Cristiandad, que sí se ha preocupado ve rd a-
deramente por México y hecho todo lo humanamente posible por
aliviar nuestra inmensa miseria, todos los pueblos que integran la
gran familia cristiana nos han mirado con la más completa indi-
f e ren cia.
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”Al presente, después de más de dos años de prolongada ago-
nía, en que hemos perdido lo más granado de nuestra juventud y
consumido en la lucha gran parte de nuestra energía; después de
haber demostrado con la elocuencia de los hechos que los mexi-
canos sabemos morir por la fe y por la libertad, y de haber des-
mentido solemnemente los embustes del tirano que soñaba acabar
para siempre con la Religión de nuestros padres; después de haber
p rob ado, en pleno siglo
X X, que la Religión Católica, A p o s t ó l i c a
Romana es la únic a re s u r rección para el mundo en medio del nau-
fragio universal, éste no ha sabido tener ni siquiera una palabra de
aliento para los heroicos católicos de México, ni un gesto de
indignación para la casta de asesinos y bandidos de todo pr o g re s o
y de toda civilización que nos esclavizan ” .
Y continúa, enardecido, el ejemplar Prelado: “Sería un crimen
en los Estados Unidos, por ejemplo, enviar armas y parque a los
l i b e r t a d o r es, aunque no lo sea el apoyar con todas las fuerzas a los
f a c i n e r osos que desgarran las entrañas del pueblo mexicano.
” N o sabemos qué pánico se apodera en estos momentos de
toda la familia humana que impide tender una mano generosa a
un pueblo civilizado que sucumbe en las garras de la tiranía y del
d e s p o t i s m o . No s o t r os creemos que es vano temor a los grandes de
la tierra; pero esto mismo causa en nuestro ánimo la más p ro f u n-
da tristeza, porque vemos que el mundo actual re t rograda violen-
tamente al paganismo arrastrado por la corriente impetuosa de la
f u e r za bruta.
” El mundo civilizado ha sido muy cruel para con el pueblo
m e x i c a n o . Viéndole aherrojado, azotado y herido de muerte por
sus poderosos enemigos, lo ha aban donado y despreciado; viéndo-
le caído en tierra, ha seguido de fiesta con sus ve rdugos, celebran-
do y aplaudiendo los actos de barbarie y salvajis mo que ignor aro n
los siglos pasados”.
Pe ro ¿qué sucede en México? La historia de la República me-
xicana sería, aproximadamente, la misma relación de re vo l u c i o-
nes, motines y tiranías que la que constituye la de las demás re p ú-
blicas hispanoamericanas, de no tener la vecindad espantosa del
m o n s t r uo yanqui, dedicado, desde la independencia de México, a
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descristianizar este país y a asegurar por todos los medios la esta-
bilidad de los demagogos en el poder. El territorio mexicano ha
sido, desde siempre, presa codiciada de todos los políticos nort e -
americanos, que en el desorden interior y la total descatolización
del país ven los medios indispensables de adueñarse de él por
c o m p l e t o . La enemiga a la Religión católica por parte de los polí-
ticos yanquis ha sido constante desde la independencia de México,
por estimar indispensable la muerte del catolicismo para acabar
con el espíritu nacional y hacer posible que todo México siga la
s u e r te de California y Texas.
La persecución religiosa se inicia poco después de la inde-
pendencia, como consecuencia de la instauración de las institu-
ciones liberales y democráticas, que, como en todos los demás
países, ha llevado aparejad a la guerra a la Iglesia. La persecución
religiosa se presentaba, al correr de los años, unas veces con for-
mas crueles y otras persiguiendo solapadamente sus designios;
p e r o al subir a la presidencia P l u t a rco Elías Calles se decidió
la destrucción radical y completa de la Religión católica en
M é x i c o. Pacientes y sumisos hasta entonces, los católicos tratan
de impedir que se les prive de sus últimas libertades, y, al efec-
to, dentro de la legalidad y fieles a la más pura doctrina demo-
crática, elevan innumerables solicitudes, peticiones y pr o t e s t a s
a los poderes públicos, algunas de las cuales iban autorizadas
por millones de firmas. P e ro todo fue inútil. Al fin, cuando se
c r e y e r on cargados de una razón que desde un principio les había
asistido, tras no poco tiempo perdido en esas ingenuas re c l a -
maciones, decidieron acudir a las vías de hecho, a esas peligro-
sas vías de hecho tan censuradas por los cobardes y pr u d e n t e s
egoístas, pero sin las cuales nada grande se hubiera hecho en el
m u n d o .
P r i m e r o fue el “boy c o t” pacífico a la vida económica del país,
restringiendo hasta lo absurdo todos los gastos superfluos e inclu-
so los necesarios, constituyendo una imponente manifestación de
p r otesta de la inmensa mayoría del país. Más tarde, ante el des-
p recio del gobierno tiránico decidieron apelar, por fin, a las
armas.
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Lo que fue aquella guerra esperamos que se escribirá algún
día, para asombro y ejemplo de las generaciones venideras. De
1926 a 1929, a despecho de los contratiempos y de la carencia de
armas y dinero, a precio de sangre y de heroísmo se va organizan-
do un aguerrido ejército, que recibe el título de “Liber t a d o r”, que
llegó a contar con treinta mil va l e rosos cruzados, y en nada estu-
vo que no lograse derrocar la tiranía imperante. De este ejér c i t o
dice el Obispo de Huejutla: “Por entre los escombros de nuestras
humeantes ruinas, a lo largo de los inmensos valles sembrados
de cadá ve res, por entre los escarpados montes de la sierra de
Anáhuac, en aquellas cavernas donde ha ido siempre a re f u g i a r s e
la justicia cuando se ha visto perseguida en las grandes ciudades,
se ve por doquier a los soldados de la libertad. Éstos no roban, ni
asesinan, ni ultrajan a mujeres, ni son carga pesada para el Estado,
ni se compran con dinero, ni se rinden al cansancio, ni se abaten
por la adversidad.
Ӄstos no son soldados asalariados que combaten por el pan,
sino nobles ciudadanos que luchan por la conquista de un ideal.
Estos hombres pálidos y demacrados, hambrientos y cubier t o s
de andrajos que montan endebles caballos y devoran inmensas
distancias, que vuelan durante la noche, y al amanecer se v e n
c u b i e r tos por el humo del combate, que gimen, que lloran, que
saben sentir las desdichas de la Patria, son los honrados y cultos
mexicanos que han trocado las delicias del hogar por los azar e s
de la guerra; que han abandonado mujer, hijos e intereses por
s e r vir a la Patria, y que saben morir valientemente para ser v i r
a Dios.
” Si el E j é rcito Libertador hubiera sido apoyado por el elemen-
to acaudalado del país, si los ricos hubieran cumplido, siquiera en
p a rte, con su deber, dando a los liber t a d o res unas cuantas mone-
das, en muy poco tiempo habrían derribado éstos a la infame tira-
nía que nos oprime; pero no, no son los ricos a quienes el pueblo
deberá su futura liberación, ni son ellos los que se han sacrificado
por la Patria: es la clase media, es el pueblo humilde de donde han
surgido los már t i res de la fe. Muchos jóvenes, principalmente de
la benemérita A.C.J.M., han cortado su carrera, o bien re n u n c i a-
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do a un brillante porve n i r, por irse a engrosar las filas de la liber-
tad; otros se hallan en el destierro, y muchos han sido descuar t i-
zados por el enemigo de nuestra fe”.
Pe ro esta guerra religiosa, que pudo ser para México tan faus-
ta y saludable como, según la Biblia, fue la revuelta de los Ma c a -
beos para Israel, no tuvo los resultados que eran de esperar por la
i n t e r vención en la lucha, de la política, las negociaciones y las tor-
pes componendas… La escuela seguiría ignorando a Dios, la
infancia seguiría siendo iniciada con miras corruptoras en todos
los misterios de la vida sexual; el d ivo rcio continuaría deshacien-
do hogares; en una palabra seguiría vigente toda la legislación
a n t i r r eligiosa, reconociéndose de hecho unas leyes que para los
católicos no tienen de ley más que el nombre, a cambio de que
algunos templos continuaran abiertos, no se persiguiera a los
s a c e rdo tes y otras ínfimas conquistas…
Durante dos años, el modesto statu quo no se vio grandemen-
te violado. Alguna vez lograban filtrarse en las columnas de la
p ren sa telegramas perdidos, dando la noticia de haber apare c i d o
asesinado un jefe “ c r i s t e ro” a poco de haber re g resado a su aldea.
Así fueron cayendo centenares de jefes del ejército liber t a d o r,
estando indefensos por haber depuesto las armas obedeciendo…;
de tal modo, que el número de muertos habidos en tiempo de paz
e xcedió al de los que c aye ron en el campo de batalla.
Deshecha la resistencia católica, desalentados los cruzados y
sin medios humanos para poder de nuevo levantar cabeza tras el
rudo golpe que les infligió el “ p a c t o” de 1929, el Gobierno mexi-
cano ha vuelto a imprimir ritmo acelerado a la política antir re l i-
giosa y comunista. P e ro lo que a juicio de las gentes frívolas era
imposible, no lo es para los hombres de fe. La fe mueve las mon-
tañas, y sólo pensando en esta fuente inagotable de energías espi-
rituales podemos concebir que los católicos mexicanos hayan
logrado sacar de la nada otro E j é rcito libertador que, cuando se
escriben estas páginas, está riñendo combates en más de nueve
Estados. El libro, al que las precedentes consideraciones sirven de pró-
logo, no es, como a primera vista parece, una ingenua nove l a
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mejor o peor escrita y más o menos inspirada. Son una serie de
estampas rigurosamente históricas tomadas de la situación por
que atravesó México de 1926 a 1929, y que hoy se están re p i t i e n-
d o . Hechos históricos, argumentos y conversaciones que nos dan
una impresión exacta de la situación de México en aquellos días,
de la mentalidad de los recios va rones y las esforzadas muje re s
mexicanas. La doctrina defendida a lo largo de sus páginas es la
misma que sostiene en El De r echo a la Rebeldía el Magistral de la
Catedral de Salamanca, Sr. Castro Albarrán. Puede decirse de
Héctor que es la forma novelada de El De r echo a la Rebeldía. El
a u t o r , cuya sólida cultura queda bien patente con la lectura de este
l i b r o, se ha visto obligado, por residir en México, a ocultar su
n o m b re bajo el seudónimo de Jorge Gram.
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