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Número 555-556

Serie LV

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La historia como instrumento fundamental para comprender la realidad

 

1. Introducción

Para comprender en forma adecuada la realidad que nos circunda es necesario entender el valor de la historia. En el hombre, como explica San Agustín, se integran el pasado, el presente y el futuro: «Lo que sé, es que tengo una memoria presente de lo pasado, una percepción presente de lo actual y una expectación presente de lo venidero»[1]. El pasado, con su conocimiento acumulativo, nos da un criterio interpretativo del presente y es una fuente de una previsión para el futuro. Ahora bien, existe un Dios que no cambia y una naturaleza humana que es constante. Un Dios que es el máximo bien universal y, por lo tanto, el precepto que manda amar a Dios sobre todas las cosas es absolutamente universal y por lo tanto excluye toda excepción[2]. Tenemos también verdades permanentes, que son la consecuencia de la existencia de este Dios y la realidad de la naturaleza humana, que no pueden sufrir cambios y no están sujetas a las mutaciones históricas o a cualquier tipo de alteraciones. Este punto fundamental puede ser claramente demostrado mediante serias investigaciones filosóficas e históricas. Al mismo tiempo existe una mutabilidad de las circunstancias históricas. Ese cambio dependerá fundamentalmente de la mayor o menor fidelidad de los hombres a los planes permanentes de Dios y en particular del grado de fidelidad de los hombres de Iglesia.

2. Ignorancia de la historia

Hoy en día nos enfrentamos a una lamentable ignorancia de la historia, a menudo favorecida por quienes tienen el control de la sociedad. Es evidente que no puede haber civilización si no hay memoria, de modo que –para ser operativo– el conocimiento histórico debe formar parte de la experiencia vivida por la comunidad y no limitarse al recuerdo de sucesos del pasado que no tienen incidencia alguna sobre la vida contemporánea de la comunidad. La historia no es solamente una enumeración de hechos, sino un análisis de esos hechos a la luz de la filosofía permanente, que debe servir de criterio interpretativo de la experiencia histórica. Ese estudio tiene que permitir llegar a determinar la causa de los hechos acaecidos y sus consecuencias. Una civilización consiste en la incorporación de la historia social, «inmersa en una enorme nube de testigos»[3]. Por lo tanto, una sociedad que se ve aislada de sus etapas anteriores sufre una amnesia social masiva y la pérdida del conocimiento histórico hiere gravemente a la conciencia humana[4]. Una sociedad que se ve privada de su memoria viviente con toda probabilidad caerá en una anomia colectiva y, subsiguientemente, se hundirá en el caos. Una sociedad que se olvida de las cosas que han sucedido en el pasado tiene el serio riesgo de sufrirlas de nuevo. Una de las tragedias que estamos viviendo es el invierno demográfico, sobre todo en los países industrializados. Una de las causas de esta drástica reducción de los nacimientos es la pérdida del sentido de la historia. Entre las motivaciones que tienen las personas para traer hijos al mundo está el trasmitirles una herencia cultural de la cual se sienten orgullosos. Pero muchos miembros de la sociedad contemporánea han abandonado el patrimonio histórico y cultural que habían recibido de sus antepasados y, por lo tanto, no tienen nada que trasmitir salvo un desolado relativismo y un triste agnosticismo con respecto de la verdad. El relativismo y el agnosticismo generan desesperanza y sin esperanzas en el futuro nadie estará motivado para tener hijos.

También debemos tener en cuenta el enfoque utópico según el cual la evolución histórica de la humanidad ha alcanzado un punto que hace innecesario tomar en cuenta el pasado debido a los desarrollos políticos, sociales, económicos y tecnológicos que experimentamos a partir de fines del siglo XIX. Se trata de una posición determinista que habla en algunos casos del fin de la historia. Esta negación puede asimismo ser vista como parte de los esfuerzos actualmente desplegados para disminuir el nivel intelectual de la sociedad. Esto sucede porque «quienes ignoran el pasado pueden ser más fácilmente engañados y controlados en el presente por ideólogos ávidos de poder, o por sus propios peores impulsos»[5]. Esta ignorancia se ve fomentada por los gobiernos totalitarios o secularistas democráticos pero que en realidad demuestran crecientes tendencias totalitarias. Es particularmente preocupante la ignorancia histórica en los Estados Unidos[6], entre los que se encuentran muchos católicos[7]. Aun entre los católicos de cierta educación son pocos los que cuentan con una información de cierta precisión sobre la historia de la Iglesia. Tomando como base dicha ignorancia, diferentes ideologías promueven una representación distorsionada o simplemente selectiva de los hechos históricos para utilizarlos como justificación de dichas ideologías. Esto lleva a entender la importancia de profundizar nuestro conocimiento del pasado y en particular de la historia de la Iglesia, frente a las numerosas deformaciones ideológicas de la historia que se han dado en el pasado y se dan aún. Un ejemplo claro de estas distorsiones inmorales de la historia se encuentra en la leyenda negra levantada principalmente contra España[8]. Esta ignorancia de la historia y de la doctrina católica lleva a muchos católicos «conservadores» de los Estados Unidos y de otros países a entrar en acuerdos y compromisos inaceptables con los herederos intelectuales de la Ilustración o con los representantes contemporáneos del liberalismo decimonónico. Un ejemplo claro de estas deformaciones es la aceptación por parte de un sector de católicos «conservadores» en los Estados Unidos de parte de la doctrina «libertaria».

Defendemos al hombre real en su ubicación histórica concreta y no al «ciudadano» abstracto del liberalismo. Los hombres, contrariamente a lo que sostienen la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa y la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, no son iguales en sus circunstancias reales. El igualitarismo liberal está basado en ilusiones y en una fe optimista en la bondad básica de todos los seres humanos[9]. Las personas tienen diferentes talentos y virtudes y diferentes educaciones que los lleva a participar en la vida social en forma diversa. Debemos subrayar la igualdad sustancial de todos los seres humanos creados a la imagen y semejanza de Dios, pero al mismo tiempo sería utópico negarse a reconocer las diferencias accidentales que marcan la existencia de todos los seres humanos. La sociedad puede asegurar que todos sus miembros sean iguales ante la ley y que existan amplias oportunidades para recibir educación. Pero jamás puede asegurar la igualdad entre todos sus miembros. Al mismo tiempo podemos hablar de la evidente injusticia de tratar a todos sus miembros en la misma forma cuando son diferentes. La sociedad tiene que reconocer las evidentes desigualdades que existen entre sus miembros si la ley se va aplicar con un básico criterio de justicia. El insistir en la bondad básica de todos los seres desconoce la realidad del pecado original y la herida que sufrimos en nuestra naturaleza. Esta insistencia suena como una repetición de las ideas de la Ilustración y particular de Jean-Jacques Rousseau.

Una persona real tiene profundas raíces en una sociedad y una cultura dadas, donde en el pasado el mensaje salvador de Cristo se ha visto encarnado de múltiples maneras. Podemos estudiar sociedades del pasado en las que el respeto de la naturaleza humana tal como nos ha sido dada por Dios es reconocido por los diversos órganos políticos que están guiados por la ley natural y la revelación. Como señaló Strauss, cada gran época de la humanidad se desarrolló a partir de un determinado arraigo en la tierra[10]. La tierra que tenemos en mente es mucho más rica que aquella a la que se refería el profesor de Chicago, está formada por todo tipo de contribuciones positivas que se fueron acumulando con la conversión del Imperio romano a la religión católica. Si estudiamos con seriedad la historia de diferentes países europeos podemos ver cómo el mensaje cristiano se volvió un elemento constitutivo fundamental de las instituciones y costumbres de esos países. Lamentablemente hoy en día asistimos a una alienación progresiva del hombre respecto a cualquier tipo de arraigo en la tierra fértil de la experiencia histórica pasada, vista como una realidad viva y no como una mera idea. Estar arraigado en la tierra significa estar anclado en lo que es concreto y permanente y brinda un puente hacia lo que es eterno. Una realidad que puede ser tocada y experimentada. El hombre que no está arraigado en la tierra sufre la forma más aguda del desamparo y la alienación, y por lo tanto se inclina a dejarse llevar constantemente por experiencias pasajeras superficiales que en definitiva lo dejan más angustiado y vacío que antes[11]. El estar arraigados en la tradición nos preserva de volvernos prisioneros de las referencias de las presentaciones contemporáneas sobre lo que es real y lo que no lo es. Esto es así porque el arraigo en la experiencia histórica nos brinda los elementos interpretativos necesarios para permitirnos discernir lo que es real de lo que en definitiva no lo es. La virtud de la prudencia está anclada en la experiencia histórica y personal y debe llevarnos en forma sabia a adoptar las adecuadas disposiciones para el futuro[12].

Uno de los principales rasgos de la modernidad consiste en un olímpico desdén hacia el pasado, basado en la perversa esperanza de que, a través de un adecuado diseño social y tecnológico de la sociedad, todas las angustias humanas se verán satisfactoriamente resueltas. En el marxismo se puede ver cómo el modo de pensar ideológico-utópico está ligado a una artificialidad futurista que busca cambiar a los seres humanos y a la sociedad. El objetivo de esta ideología consiste en la modificación de la naturaleza humana, que es una idea central de Lenin[13]. A lo que debemos agregar la inquietud muy contemporánea de querer resolver los problemas del futuro a través de una buena planificación de la ingeniería genética de los seres humanos del mañana, con el fin de evitar la transmisión hereditaria de rasgos que en muchos casos son considerados ideológicamente negativos y favorecer los positivos. Aquí estamos frente a una eugenesia de grandes dimensiones que busca el cambio de la naturaleza humana. Esa ingeniería genética acompañada de una apropiada ingeniería social llevaría también a la eliminación de las angustias de orden religioso, que algunos de los más notorios representantes de este enfoque intelectual consideran una verdadera alienación patológica. Hoy en día, en que presenciamos el creciente fracaso del liberalismo en sus diferentes enfoques, podemos esperar que vuelva a aparecer un nuevo sentido del descubrimiento de la historia, porque como ya ha sido comprobado la indiferencia hacia el pasado lleva a una devastadora ignorancia de la verdadera naturaleza del hombre y no hay nada más alienante y patológico que el tratar de actuar en contra de la naturaleza humana. La angustia religiosa causada por la ausencia de Dios en la vida de una persona es un don del Señor para llevarnos a la conversión.

Algunos, con el fin de desechar el valor de la historia, tratan de demostrar que el pasado es demasiado complejo, demasiado expuesto a distorsiones ideológicas y anacronismos y demasiado remoto para poder servir de herramienta con vistas a tratar de resolver nuestros problemas contemporáneos. Al respecto debemos hacer notar que la historia no es utilizada para resolver problemas contemporáneos sino para entender la raíz de dichos problemas. Esto debería llevarnos a comprenderlos con mayor claridad y, de esta manera, lograr mejores soluciones acordes con la perenne naturaleza del hombre.

Una de las consecuencias de ciertos enfoques filosóficos de la antigüedad clásica y de los mitos de la Ilustración y luego del marxismo es el determinismo histórico. O sea, que la historia tiene una dirección predeterminada que el hombre no puede cambiar. Creo que ya me he referido a la vacuidad del mito del progreso continuo y la caída del marxismo real manifiesta el absurdo del determinismo marxista. El determinismo niega el libre albedrío de los seres humanos que es una de las principales características de su naturaleza.

Un elemento que merece consideración es el mito revolucionario que justifica y defiende el papel que han tenido diversas revoluciones en el curso de la historia. Este mito y al mismo tiempo su trágica realidad demuestra cómo los revolucionarios no creen en realidad en el determinismo histórico de su ideología ni en la fuerza lógica de las ideas que propugnan, que aparentemente las llevaría a su triunfo, ni en las libertades reclaman. Están siempre dispuestos a utilizar medios dictatoriales contra los que no aceptan sus dogmas. La Revolución francesa y la revolución comunista demuestran que la revolución puede derrotar sociedades que han sido erosionadas tanto por fuerzas externas como por un proceso de corrupción interna y por la incapacidad de sus dirigentes. El proceso revolucionario jamás tiene posibilidades de éxito contra sociedades fuertes que están ancladas en valores permanentes y que tienen buenos dirigentes.

3. Valor de la historia

La historia sirve para brindar una mejor comprensión de la naturaleza humana, enseñándonos cómo han actuado los seres humanos en diferentes circunstancias. Lleva asimismo a ver a la naturaleza humana no como una construcción teórica sino como algo que se ha puesto de manifiesto en períodos históricos concretos. Vivimos en una época de caos filosófico en que diversas ideologías combaten entre sí en un clima relativista que domina la sociedad contemporánea. Un serio estudio histórico nos podría ayudar a encontrar una salida de esa jungla, pero tendremos que luchar contra muchos obstáculos contemporáneos. El relativismo dominante, que conspira contra la posibilidad de una síntesis basada en principios permanentes, es un obstáculo a dar sentido de unidad objetivo a la realidad contemporánea. Ese relativismo ha entrado en la Iglesia, como denunciaba el cardenal Ratzinger[14] y como puede ver cualquier observador objetivo de la realidad contemporánea. Los prejuicios ideológicos que cierran la mente a las personas sobre una visión de conjunto van aunados a la superficialidad de tantas personas que aparentemente no desean enfrentarse a los problemas transcendentales de la existencia. El espectro de lo que es considerado «políticamente correcto» crea una barrera para tratar con honradez muchos problemas sociales. Debemos dejar de lado lo que es considerado políticamente correcto y enfrentar todos los problemas con total honradez. Estableciendo con claridad las causas de los tantos problemas con los que nos confrontamos sin temor de ofender a las sensibilidades contemporáneas.

En realidad, no es necesario un conocimiento serio de la historia para demostrar la total vacuidad y la mentira del mito del progreso indefinido esgrimido por la Ilustración y del liberalismo decimonónico. Un progreso concebido como un divorcio respecto a Dios y la naturaleza que Él nos ha dado es en realidad una regresión. Asimismo, cualquier estudio serio sobre la historia reciente muestra que, aunque la población de la mayoría de los países industrializados haya conseguido mejorar en forma significativa su nivel material de vida, el siglo veinte ha sido uno de los más sangrientos de la historia documentada. Si bien ahora el temor de una guerra atómica ha disminuido, ese riesgo sigue existiendo por lo que es posible que el hombre se autodestruya con la tecnología que ha inventado. Al mismo tiempo cualquier cristiano serio estaría de acuerdo en afirmar que la mayoría de los países occidentales han sufrido una terrible decadencia moral en los últimos ciento cincuenta años. Esta decadencia se ha hecho más aplastante en el siglo veintiuno. Este mito del progreso que busca liberar al hombre de sus raíces históricas es tan absurdo como querer liberarlo de su naturaleza. El cardenal Burke señala al respecto: «Totalmente volcados hacia su orgullo, el hombre y la sociedad moderna han vuelto la espalda a su pasado y a su historia. “Hagamos tabla rasa del pasado”, ved cómo ha sido reactivado el slogan adolescente de la Revolución y la Caída»[15]. Como consecuencia de ello, «en los intelectuales laicos se ha enquistado una actitud de aversión hacia la verdad trascendente»[16].

La experiencia histórica interpretada a la luz de la filosofía permanente y la revelación es el elemento clave para poder interpretar nuevos acontecimientos y asimismo tener la capacidad de determinar si son realmente una novedad. Ella preserva la sabiduría recibida en herencia por la comunidad en la cual el hombre ha crecido y en la cual vive[17]. En su Exposition super Job ad litteram, Santo Tomás muestra cómo el valor de la experiencia histórica es un medio para recibir la sabiduría de las generaciones pasadas con el fin de poder interpretar los eventos contemporáneos. El Doctor Angélico observa que en ciertos casos la experiencia tiene un alto valor de prueba, especialmente si es de larga duración, caso en que tiene un valor infalible. Subraya la importancia de recurrir a la sabiduría acumulada por las generaciones pasadas, poniendo énfasis en la brevedad de la vida del ser como individuo[18]. Esto nos permite ver el valor de la tradición, que nos habilita a pensar porque nos proporciona un marco de referencia válido y universal. La historia nos permite profundizar nuestro conocimiento de la naturaleza humana. Ese conocimiento manejado por un buen historiador o por una persona que conozca bien el desarrollo de los hechos en el pasado, puede permitir entrever las consecuencias futuras de ciertas tendencias o acciones contemporáneas[19]. O sea que en cierta medida la historia puede tener un valor profético.

Desde el Renacimiento el hombre ha experimentado una aceleración del proceso de cambio y a partir de comienzos del siglo veinte dichas aceleraciones se han incrementado en forma notable a través de cambios ideológicos, sociales y tecnológicos[20]. A estas alturas debemos establecer una distinción ente los cambios que conducen a separarse de la naturaleza que Dios ha dado a los hombres, y de su Revelación, y los cambios que llevan a una conversión hacia la verdad. Resulta evidente que, si es llevado a cabo de conformidad con la naturaleza, el progreso científico debe ser siempre apoyado y estimulado. El proceso de cambio negativo se debe en gran medida a fuerzas ideológicas que eran o son ajenas u hostiles a la existencia de los valores permanentes. Estas mismas fuerzas han tratado de hacernos creer de manera dogmática que el proceso de cambio que nos lleva a alejarnos de la naturaleza que Dios nos ha dado es irreversible. Como consecuencia de todo esto hemos visto que se ha hecho demasiado hincapié en el valor positivo de lo nuevo, aun adentro de las filas de la Iglesia.

4. La permanencia de la naturaleza humana

Para contrarrestar esta tendencia debemos recalcar los elementos de continuidad en la condición humana, el hecho de que el hombre tiene una sed permanente de los mismos valores universales y que es atacado por las mismas angustias constantes, dondequiera se encuentre y cualquiera sea el período histórico en que le toque vivir. La realidad accidental puede cambiar, pero la sustancia de la condición humana sigue siendo la misma, o sea que la naturaleza humana no cambia. Hay quienes se preguntan si a través del proceso de selección natural podemos encontrar cambios fisiológicos y psicológicos. En primer lugar, la teoría que tiene su origen en Darwin sobre la selección natural no ha sido probada. En segundo lugar, la historia que conocemos nos demuestra que no hay alteración en la conducta de la humanidad. Los instrumentos pueden cambiar, pero los motivos y los fines cambian poco. Solamente encontramos un cambio en los motivos y fines cuando la verdad del cristianismo se encarna en una sociedad.

Si cada período histórico llegara a provocar cambios sustanciales en la naturaleza del hombre, nos encontraríamos inmersos en diferentes círculos hermenéuticos a partir del hombre del pasado. Esto impediría la comprensión seria de las sociedades pasadas. Asimismo, nos impediría beneficiarnos de la sabiduría acumulada por las generaciones anteriores y, como consecuencia, haría de todo estudio histórico un ejercicio inútil. La experiencia histórica pasada y presente en lo que se refiere a los grupos extranjeros tiene sentido porque compartimos la misma naturaleza y las mismas inclinaciones básicas de aquellos hombres que vivieron o están viviendo en circunstancias diferentes. Más aún, si no afirmamos la permanencia sustancial de la misma aspiración trascendental de la humanidad, el mismo mecanismo racional y los mismos deseos y aspiraciones básicos, este trabajo carecerá en sí de fundamento porque no habrá ningún parámetro permanente de comparación.

Según Santo Tomás el hecho de que el conocimiento humano esté influenciado por la historia no lo condena a la historicidad[21]. Para él resulta claro que el hombre va más allá del horizonte de su tiempo. La única patria verdadera del hombre se eleva sobre tiempo y, sin embargo, el hombre se encuentra también innegablemente arraigado en el ámbito temporal. Por cierto, la parte sensible del alma está sometida al tiempo, mientras su parte spiritual, de por sí, está por encima del tiempo[22]. Para Santo Tomás, el hombre es capaz de pensamiento abstracto, capaz de pasar del momento sensible que está viviendo a lo universal. Por lo tanto, en cierto modo el hombre es capaz de liberarse de la determinación de las circunstancias temporales concretas[23]. El Doctor Común afirma claramente: «El intelecto está por encima del tiempo, tomado como medida del movimiento de las realidades corpóreas»[24]. Y esto es debido a que «siendo el alma humana tan elevada, no se trata de una forma inmersa en la materia física o totalmente tragada por ésta. Por lo tanto, nada le impide desempeñar ciertas actividades no corpóreas»[25]. Esto significa que con su inteligencia el hombre es capaz de ir más allá del tiempo y de la historia, y por lo tanto es capaz de tener conciencia de cómo las circunstancias históricas en las que vive pueden crear limitaciones o distorsionar su conocimiento, pero también elevarlo a un mejor conocimiento del Señor de la Historia a través de su experiencia del actuar de Dios en el tiempo. Con su actividad temporal el hombre busca y se orienta hacia las realidades eternas que constituyen su verdadera patria.

A nivel teleológico podemos ver que todos los agentes actúan de conformidad con una intención y un objetivo[26]. Lo que diferencia al hombre de las demás criaturas de la tierra es que él es el señor de su teleología, no está determinado por la naturaleza como las criaturas irracionales, ni por circunstancias históricas. A través del uso de la voluntad libre es su propio señor[27]. Sus poderes intelectuales analíticos y críticos basados en su naturaleza racional e debidamente formada por la ley natural y la revelación, le permiten liberarse de las diferentes ideologías que conforman a la sociedad contemporánea. También esa capacidad racional les permite liberarse de las consecuencias de una educación basada en un humanismo laico. Ahora bien, esa capacidad racional natural deberá ser ayudada por los que comprenden los graves problemas de la educación liberal secularista que domina las escuelas públicas y que tiene una gran influencia en las escuelas católicas[28]. Para dar algunos ejemplos, estos poderes intelectuales le pueden permitir a la persona humana ver los problemas causados por la forma en la que hoy en día se entienden la libertad, los derechos humanos o el concepto de la democracia humanista laica contemporánea con todos sus defectos básicos. De resultas de su libre albedrio y en la medida que se libera de las influencias deletéreas del humanismo secularizado y de tantas otras tendencias hacia el mal, el hombre purifica y fortalece su libertad y está en condiciones de forjar el bien en la historia. La voluntad ha de reafirmar su condición de libre en la elección entre el bien verdadero y el bien aparente; es la opción entre su propia perfección y su caída[29]. El hombre cuando escoge el mal o entra en compromisos con malas ideologías como desgraciadamente se ve en muchos casos históricos, debilita su voluntad. Pero el libre albedrio en sí mismo jamás desaparece, pues ello implicaría una alteración radical de la naturaleza humana.

En la misma forma en que la naturaleza humana no cambia, tampoco lo hace la ley natural, pues está inscrita en esa naturaleza. Aquí se debe hacer una distinción entre normas primarias y normas secundarias de la ley natural. Es evidente que el conocimiento de las normas secundarias de la ley natural se puede mejorar con el tiempo por medio de la Revelación y de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Un caso concreto de este perfeccionamiento del conocimiento de la ley natural lo tenemos en el matrimonio. Jesucristo enseñó con claridad que el matrimonio jamás puede ser disuelto.

5. La historia y la trasmisión de la fe

La historia es la memoria debidamente organizada y estructurada del actuar humano. Pero siempre debemos recordar que el actuar humano comienza con la creación que es el don básico de Dios y a este don de base se le agrega el don de la redención. Se señala que los seres superiores al hombre –los ángeles y Dios– no son históricos[30], afirmación que debemos matizar por diversas razones. Pues al mismo tiempo se debe tener presente que Dios interviene en la historia y la segunda persona de la Trinidad se encarna. Con respecto de los ángeles en primer lugar tenemos sus múltiples intervenciones en la historia. En segundo lugar, la fe y la razón nos conducen a creer en la creación de los ángeles. Hubo un momento de la creación en que no existían y debido al acto creador de Dios obtuvieron su existencia. También la fe nos conduce a creer en la realidad fáctica de la rebelión de un grupo de ángeles por medio de la cual entró el mal en la creación. Así que con respecto de la creación y de la acción de los ángeles podemos hablar en cierta medida de un tiempo del cual tenemos información de su devenir por medio de la revelación. Esa información entra en la historia y en cierta forma, por lo tanto, es parte de la historia de los hombres.

La fe está arraigada en la historia sagrada, las historias de la Biblia, las tradiciones del pueblo judío y de la Iglesia; por lo tanto, si negamos la importancia de la historia, la fe se vuelve imposible[31]. En el Nuevo Testamento vemos cómo los apóstoles y los predicadores apostólicos hacen frecuente referencia a los acontecimientos del Antiguo Testamento. Un ejemplo muy interesante lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles, en el discurso del diacono San Esteban ante el Sanedrín[32]. Como indicó Ratzinger en su estudio sobre la teología de la historia en San Buenaventura: «La Escritura mira hacia el futuro; pero sólo cuando se ha entendido el pasado se puede captar la interpretación del futuro, porque la historia se extiende a lo largo de una línea de significado único según la cual lo que vendrá puede ser captado en el presente sobre la base del pasado»[33]. Más adelante Ratzinger concluye esta sección subrayando: «De esta manera, la exégesis de la Escritura se vuelve una teología de la historia; la clarificación del pasado conduce a profetizar el futuro»[34]. No debemos tampoco olvidar que Jesús, siendo a la vez portador del mensaje y Él mismo el mensaje, reunió en su propia persona la historia y la revelación que en Él se completa[35]. Tanto en la revelación del Antiguo Testamento como en su perfeccionamiento en la revelación de Jesucristo, vemos cómo el hombre que acepta este mensaje se coloca en un tránsito temporal hacia Dios. El Señor nos ha dado a cada uno una misión en la tierra y si la cumplimos con fidelidad entraremos en el Reino eterno.

Como señala San Lucas, cuando Jesús retorna con sus padres de Jerusalén después de que lo encontraran en el templo discurriendo con los doctores y los ancianos, «Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres»[36]. Tenemos que tener en cuenta que «como ser humano, él no vive en una omnisciencia abstracta, sino que está enraizado en la historia concreta, en las diferentes fases de la vida humana, y esto le da una forma concreta a su conocimiento»[37]. Negar que Cristo adquiriese conocimiento en una forma humana sería negar su naturaleza humana. De la misma forma que es difícil distinguir entre la relación de estas dos naturalezas, es difícil distinguir el conocimiento que Jesús adquiere en forma divina y el conocimiento que obtiene en forma humana. Ahora bien, se podría convenir que viviendo bajo sus padres Jesús crece en conocimiento adquirido en forma humana, pero en sus discusiones con los doctores en el Templo se manifiesta la sabiduría que Él recibe en forma divina.

La fe está arraigada en el recuerdo constante y agradecido de las acciones históricas de Dios en beneficio de Sus criaturas. Todo lo que el Señor nos ha comunicado por el Señor Jesús sobre nuestra relación con la sociedad ha sido vivido por la Iglesia. Desde su fundación, la Iglesia y su enseñanza de cómo organizar la realidad política y social han estado siempre presentes en la historia humana. Un conocimiento serio de la historia de la Iglesia nos permite discernir cómo Dios ha actuado en diversos periodos históricos a través de las causas segundas que son los miembros de la Iglesia, en particular de los que han tenido un papel de liderazgo o por posiciones jerárquicas o por dones particulares de santidad o por un conocimiento y la enseñanza de la teología. Él es el Señor de la historia, quien con sus continuos dones de gracia misericordiosa hace revivir en la memoria humana la conciencia de todo lo que ha hecho desde el comienzo de los tiempos, como garantía de lo que hará por nosotros en el futuro[38]. No hay duda de que la experiencia histórica de las acciones del Señor fortalece la virtud sobrenatural de la Esperanza.

Debemos ver la rebelión antinatural del hombre en el contexto de la historia de la Iglesia y dentro del marco de referencia de la historia de la redención humana. Lamentablemente se trata también aquí de la «historia de la frustración de los propósitos de Dios»[39]. Se ha hablado de un progreso general en la Iglesia[40], pero desgraciadamente, viendo las realidades históricas, se pueden tener dudas sobre este supuesto progreso. Es correcto decir que la Iglesia ha recibido del Señor nuevas luces y carismas que en muchos casos se reflejan en la historia de las órdenes religiosas[41], o quizás podremos hablar de un desarrollo del dogma, pero un progreso general en la Iglesia es difícil de demostrar sobre bases fácticas, en particular después del triste otoño de la Edad Media y de la revolución protestante. La frustración de los planes de Dios en gran parte fue causada y lo sigue siendo por eclesiásticos que no han sido fieles a su llamada, como lamentablemente la historia nos enseña, dejándose afectar por diversas ideologías incompatibles con el cristianismo y que influenciaron la historia en un momento determinado o la siguen influenciando. No debemos tener miedo de afrontar también esas etapas desgraciadas de la historia de la Iglesia, tanto aquellas lejanas en el pasado como las que ahora estamos viviendo. Todavía estamos viviendo la crisis del post-Concilio Vaticano II[42] y en gran medida podemos decir que esa crisis se ha agravado por una visión errónea que quiere hacer tabla rasa del pasado de la Iglesia y de su magisterio y en cierta forma establecer un «Tercer Testamento». Sobre esto el Papa Benedicto XVI señalaba que «de hecho, sabemos que después del Concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo era nuevo, de que había otra Iglesia, de que la Iglesia pre-conciliar había acabado e iba a surgir otra, totalmente “otra”. ¡Un utopismo anárquico!»[43]. Si bien en esta crisis hubo algunos que defendieron la unidad y la continuidad de la Iglesia, quizás hubo una mayoría dentro de la jerarquía eclesiástica que dio más importancia a los elementos de cambio contenidos en los documentos del Concilio Vaticano II. Confrontados con esta crisis tenemos siempre la esperanza de que los cristianos se levantarán nuevamente y retornarán al camino de la fidelidad, como nos enseña la promesa de la redención hecha por Dios a Adán y Eva después de la Caída. Nuestra esperanza está anclada en la gesta Dei, las grandes acciones de Dios que hemos experimentado a lo largo de la historia y nos sirven de referencia para interpretar los acontecimientos actuales. Debemos mirar nuestros tiempos recientes con visión de fe, buscando lo que da testimonio de la intervención de Dios en los asuntos humanos. Para eso debemos conocer la fe y la historia en profundidad. La fe y la historia nos dan la firme esperanza de que Dios está llamando diversos agentes humanos para que actúen como sus causas segundas en la restauración de la Iglesia.

6. Conclusiones

La historia nos da un instrumento valioso para comprender la realidad, las acciones de Dios en el tiempo y las respuestas de los hombres. Si bien la historia sigue un curso que va cambiando ciertas circunstancias externas de la vida, debemos subrayar que la naturaleza humana no cambia en el transcurso de la historia, así como la enseñanza de Cristo sigue siendo siempre la misma. Cuando estudiamos diferentes períodos de la vida de la humanidad en los cuales esta naturaleza ha sido respetada en conformidad con la recta razón y la revelación, podemos utilizar dichos estudios como elemento fundamental para restaurar el presente.

 

[1] SAN AGUSTÍN, Confesiones, XI, 20.

[2] José Luis WIDOW, Ley y acción moral, Madrid, Marcial Pons, 2016, pág. 59.

[3] Heb., 12,1.

[4] Cfr. George William RUTLER, The Seven Wonders of the World. Meditations on the last Words of Christ, San Francisco, Ignatius Press, 1993, pág. 120. Este autor señala que «es evidente hoy en día la casi total desaparición de la historia en las escuelas, y [que] son numerosas las grandes figuras de la cultura de las que no tienen memoria, “que han perecido como si nunca hubieran nacido” (Sir., 44, 9). La conciencia de la historia se ha vuelto oscura, y ahí donde aún permanece el vocabulario científico de la historia, el mismo ha sido desviado para fines ideológicos».

[5] Carlos EIRE, Reformations. The Early Modern World, 1450-1650, New Haven, Yale University Press, 2016, pág. viii.

[6] Según Dariel Colella, sólo un dieciocho por ciento de los colegios y universidades tienen un curso básico de historia de los Estados Unidos o sobre su forma de gobierno. Dariel A. COLELLA, «Inauguration Day. Let it be peaceful», The Hour, miércoles 18 de enero de 2017, pág. A7.

[7] John RAO, Black Legends and the Light of the World. The War of Words with the Incarnate Word, Forest Lake, Remnant Press, 2011, pág. 5.

[8] Ignacio BARREIRO CARÁMBULA, La Leggenda nera contro la Spagna, Quaderni degli Incontri Tradizionalisti di Civitella del Tronto, 2015.

[9] John KEKES, The Illusion of Egalitarianism, Ithaca, Cornell University Press, 2003, pág. 204.

[10] Leo STRAUSS, «Philosophy as Rigorous Science and Political Philosophy», en Studies in Platonic Political Philosophy, Chicago, University of Chicago Press, 1983, pág. 33.

[11] Cfr. para un análisis de esta plaga social contemporánea: Ricardo YEPES STORK, Las claves del consumismo, Madrid, Palabra, 1989; y también Enrique ROJAS, El hombre light. Una vida sin valores, Madrid, Temas de Hoy, 1992. Debemos asimismo tener en cuenta que «muchas de las víctimas de la saturación mediática moderna se limitan a echar una ojeada a sus experiencias sin tener la voluntad o la capacidad de ir más allá para entenderlas o interpretarlas» (Joseph O’COLLINS, S.J., Retrieving Fundamental Theology. The Three Styles of Contemporary Theology, Londres, Geoffrey Chapman, 1993, pág. 115). Esta afirmación hecha hace más de veinte años es más cierta que nunca hoy en día en que la saturación mediática se ha multiplicado debido a la prevalencia de la web y de las diferentes s formas de comunicación electrónica.

[12] S.th., II-II, 47, 1.

[13] Dalmacio NEGRO, «Pueblo, soberanía y partidos», Verbo (Madrid), núm. 549-550 (2016), pág. 767.

[14] Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger, decano del colegio cardenalicio, en la Misa «pro eligendo Pontifice», l8 de abril de 2005. Este texto del Cardenal Ratzinger tiene algo de profético pues tras su renuncia se ha visto cómo esas tendencias se han manifestado con una fuerza peligrosa.

[15] Raymond Leo CARDENAL BURKE, Hope for the World. To Unite all Things in Christ. An interview with Guillaume d’Alançon, San Francisco, Ignatius Press, 2016, pág. 47.

[16] Donald HAGGERTY, The Contemplative Hunger, con una presentación del Cardenal Raymond Burke, San Francisco, Ignatius Press, 2016, pág. 28.

[17] Dermont A. LANE, The Experience of God, Dublín, Veritas, 1981, pág. 7.

[18] In Iob, 8, 8, 127-161.

[19] Russell KIRK, «Regaining Historical Consciousness», en Reclaiming a Patrimony. A collection of lectures by Russell Kirk, Washington, The Heritage Foundation, The Heritage Lectures 13, 1982, pág. 98.

[20] Como indica Alvin Toffler en sus dos conocidas obras: Future Shock, Nueva York, Bantam, 1971, y The Third Wave, Nueva York, Bantam, 1981. Sin duda alguna estos dos trabajos documentan el hecho histórico de este proceso de cambio acelerado, pero sería difícil estar de acuerdo con Toffler en las interpretaciones normativas e ideológicas que da sobre dicho proceso.

[21] Cfr. Battista MONDIN, «Storia/Storicità», en Dizionario Enciclopedico del Pensiero di Santo Tommaso D’Aquino, Bolonia, ESD, 1991, pág. 38.

[22] S.th., I-II, 53, 3., ad 3.

[23] S.th., I, 16, 7, ad 2.

[24] S.th., I, 85, 4, ad 1.

[25] S.th., I, 76, 1, ad 4.

[26] I Sent., 35, 1, 1.

[27] S.th., II-II, 64, 5, ad 3.

[28] Ahora bien, este no es un problema contemporáneo. Ya en el siglo XVIII se podía constatar la influencia de la Ilustración en la enseñanza católica, luego en el siglo XIX la influencia del liberalismo y en la segunda mitad del siglo XX del marxismo, sobre todo en Hispanoamérica.

[29] Juan Antonio WIDOW, La libertad y sus servidumbres, Santiago de Chile, Centro de Estudios Tomistas-Ril editores, 2014, pág. 65.

[30] José Luis WIDOW, Ley y Acción Moral, cit., pág. 103.

[31] Robert ROYAL, A Deeper Vision. The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century, San Francisco, Ignatius Press, 2015, pág. 27. Royal agrega que «cualesquiera sean las incertidumbres, las lagunas y los conflictos de interpretación que puedan existir respecto a la historia bíblica y los eventos significativos de la historia católica, si no nos esforzamos por aferrarnos al hilo dorado de la tradición y a la acción de la Divina Providencia en la historia, en medio de las vueltas y recodos del laberinto, es sencillamente imposible conservar la fe católica».

[32] Hch., 7, 2-53.

[33] Joseph RATZINGER, The Theology of History in St. Bonaventure, Chicago, Franciscan Herald Press, 1971, pág. 8.

[34] Ibid., pág. 9.

[35] Benedicto XVI, presentando las enseñanzas de San Buenaventura, explica: «Jesucristo es la última Palabra de Dios; en él Dios ha dicho todo, donándose y diciéndose a sí mismo. Dios no puede decir, ni dar más que a sí mismo. El Espíritu Santo es Espíritu del Padre y del Hijo. Cristo mismo dice del Espíritu Santo: “Él os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn., 14, 26), “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (Jn., 16, 15). Así pues, no hay otro Evangelio más alto, no hay que esperar otra Iglesia» (BENEDICTO XVI, Audiencia General del 10 de marzo 2010).

[36] Lc., 2, 52.

[37] Joseph RATZINGER-BENEDICTO XVI, The Infancy Narratives. Jesus of Nazareth, Nueva York, Image, 2012, pág. 127.

[38] Cfr. RUTLER, The Seven Wonders of the World. Meditations on the last Words of Christ, cit., pág. 121.

[39] H. J. A. SIRE, Phoenix from the Ashes. The Making, Unmaking and Restoration of Catholic Tradition, Kettering, Angelico Press, 2015, pág. 1.

[40] Esto no significa que la Iglesia sea inmóvil, que esté anclada en el pasado y no pueda haber novedad en ella. «Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt», las obras de Cristo no retroceden, no desaparecen, sino que avanzan, dice el santo en la carta De tribus quaestionibus. Así formula explícitamente San Buenaventura la idea del progreso, y ésta es una respecto a los Padres de la Iglesia y a gran parte de sus contemporáneos. Para San Buenaventura Cristo ya no es el fin de la historia, como para los Padres de la Iglesia, sino su centro: con Cristo la historia no acaba, sino que comienza un período nuevo. Otra consecuencia es la siguiente: hasta ese momento dominaba la idea de que los Padres de la Iglesia eran la cima absoluta de la teología, todas las generaciones siguientes sólo podían ser sus discípulas. También San Buenaventura reconoce a los Padres como maestros para siempre, pero el fenómeno de San Francisco le da la certeza de que la riqueza de la Palabra de Cristo es inagotable y de que incluso en las nuevas generaciones pueden aparecer luces nuevas. La unicidad de Cristo garantiza asimismo la novedad y la renovación en todos los períodos de la historia (BENEDICTO XVI, Audiencia general del 10 de marzo 2010).

[41] Al mismo tiempo debemos constatar que muchas órdenes religiosas que fueron una fuente de esperanza en la Iglesia, en nuestros días se encuentran en decadencia.

[42] Es claro que este no es sólo un problema causado por la mala aplicación de los documentos de ese acontecimiento eclesiástico, sino que es causado también por las ambigüedades que se encuentran en los documentos de ese Concilio.

[43] BENEDICTO XVI, Audiencia general del 10 de marzo 2010.