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Número 569-570

Serie LVI

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Homenaje a Guido Soaje

Con motivo del centenario del nacimiento del profesor Guido Soaje Ramos (1918-2005), ilustre filósofo del derecho argentino, fundador y presidente del Instituto de Filosofía Práctica de Buenos Aires, su familia y amigos han querido recordarle con la celebración de la Santa Misa, ofrecida a su intención el día 4 de noviembre pasado según el rito romano tradicional, al que siempre estuvo fieramente adherido, y también con un sencillo acto académico que tuvo lugar la víspera en el auditorio del Museo de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers. Hablaron en él los profesores Bernardino Montejano y Héctor Hernández, así como Juan Lagalaye y don Álvaro Calderón, HSSPX. Mandaron mensajes, a solicitud de la familia, por no poder hallarse presentes, al estar en el Méjico en el Congreso Mundial de Juristas Católicos, los profesores Juan Fernando Segovia y Miguel Ayuso.

Por nuestra parte, y aparte de la edición de su volumen sobre El grupo social, que ha sido acogido en la colección Prudentia iuris, de la editorial Marcial Pons, editada con la colaboración de la Fundación Francisco Elías de Tejada y que goza de la ayuda de la Fundación Speiro, o de la publicación en este número de Verbo de un significativo texto suyo sobre el bien común en Santo Tomás de Aquino, reproducimos a continuación las palabras enviadas por el profesor Miguel Ayuso:

«El hombre es un deudor que nunca podrá saldar la deuda. Por muchos títulos. En mi caso, uno de ellos es haber gozado del trato de grandes maestros, en las dos orillas del mundo hispánico, para empezar, pero también más allá de sus confines. Buena parte de estos maestros, además, fueron heredados de los más cercanamente míos. Ese es el caso de Guido Soaje, una de las cimas de la filosofía práctica de matriz clásica de la segunda mitad del siglo XX.

»Amigo de Francisco Elías de Tejada y de Juan Vallet de Goytisolo, en mi primera correría rioplatense le visité en el Instituto de Filosofía Práctica que fundó y que gracias a beneméritos amigos, Bernardino Montejano el primero, continúa su actividad. Esa primera visita se repitió año tras año, por lo general para almorzar junto con Juan Antonio Widow y Ricardo Dip, amigos también heredados, al igual que sus maestros el padre Osvaldo Lira y José Pedro Galvão de Sousa, a quienes también tuve la gracia de tratar.

»A esos recuerdos porteños anteriores y posteriores se suman los del año 1998, cuando en el seno de las II Jornadas Hispánicas de Derecho Natural tuvimos la dicha de tenerle junto con su esposa en la vieja Córdoba, natural él como era de la Córdoba de la Nueva Andalucía.

»Luego tendría también ocasión de conocer, en Pichi Mahuida, a parte de sus hijos (Guido, Alberto y Pablo), merced a los matrimonios de sus nietas Lucía e Inés con mis queridísimos amigos Chule y Juanito García Gallardo. O también, en Chile, de encontrar a su hija Raquel...

»Fue Soaje hombre de una pieza, que no dudó en renunciar a las vanidades del mundo por amor a la Sabiduría. A la que es dado alcanzar en este mundo, que en su caso excepcional no fue poca. Y a la que sobrepuja toda ciencia. Su arraigada Fe, en este sentido, le llevó a rechazar con firmeza los errores modernos y lo convirtió así en uno de los paladines de la Tradición Católica.

»Es justo, pues, y por tantos motivos, recordarle en este año de su centenario. Homenaje al que modestamente me adhiero con la alegría de haber puesto un granito de arena con la reciente edición madrileña de una de sus obras».

Y las de nuestro destacado colaborador Juan Fernando Segovia:

«Quisiera asociarme a este homenaje a don Guido Soaje Ramos, haciendo llegar mi saludo y agradecimiento a toda la familia, muchos de cuyos miembros conozco personalmente y tengo en altísimo aprecio. Lamento no poder acompañarlos personalmente en estos días, pero están todos presentes en mi espíritu […].

»Conocí la obra de Don Guido a través de Carlos Massini Correas, que fue profesor mío de Introducción al derecho y de Filosofía del derecho, en el primero y el quinto de la carrera. Debo haber estado en el segundo año de estudios (promediando la década de 1970) cuando tuve la ocasión de oír una conferencia de Don Guido sobre la filosofía del derecho de Hans Kelsen. Me quedé admirado no sólo por el buen decir del conferenciante y la profundidad de su saber –a más de la presencia imponente del gran hombre– sino por un dato particular que está grabado en mi memoria: dijo don Guido haber estudiado por décadas a Kelsen pero que no había escrito nada sobre él hasta ese momento, porque aguardó a poder leer la primera edición de su famoso libro, Teoría pura del derecho.

»Por supuesto que había leído otras ediciones, como él mismo confesó, pero su fineza de investigador y su justeza de analista y crítico requería de esa fuente original para poder expedirse. Lo otro que recuerdo es que fue la conferencia más larga a la que asistí: comenzó una tarde de viernes y acabó en la mañana del sábado.

»Esa fineza de investigador y la precisión en el análisis y en la crítica pude comprobarla más tarde con el estudio de un grandioso texto de don Guido: Sobre la politicidad del derecho, que conserva vigencia hasta el día de hoy no sólo porque es una demostración de perenne tomismo, también porque rescata la dimensión política de la vida humana, hoy tan vital como ayer y sobre la que existe mucha confusión.

»Después ratifiqué su autoridad (que no poder) y magisterio intelectuales con otros textos suyos como la introducción a Sobre la analogía de Cayetano (que él mismo tradujo), sus escritos para la revista Ethos (que él fundara) y varios manuscritos que con los años pude leer, en particular dos que recuerde: uno sobre el concepto y las causas del derecho, otro sobre el grupo humano.

»[…] Espero haber cumplido con el cometido. Sólo me resta reiterar mi feliz adhesión al homenaje a don Guido y repetir los saludos a su familia. Pero no me despido sin antes encomendar algo que ya les comenté en conversaciones anteriores: es imperioso recuperar [sus] manuscritos […] para editarlos cuidadamente. A mi ver, es la mayor y la mejor consideración que podríamos tener para con él».