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Número 569-570

Serie LVI

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Tamar Sharon, Human nature in an age of biotechnology. The case for mediated posthumanism

Tamar Sharon, Human nature in an age of biotechnology. The case for mediated posthumanism, Dordrecht, Springer, 2014, 239 págs.

La autora de este interesante libro ejerce la docencia universitaria en la Facultad de Artes y Ciencias Sociales de la Universidad de Mastrique, Países Bajos. Su área de trabajo es definidamente interdisciplinar: biotecnología, salud médica, bioética, filosofía y política, entre otras. No tengo otras noticias suyas, como tampoco sé de otras publicaciones de las que es autora. Pero este libro que comento –La naturaleza humana en una era de biotecnología. A favor de un posthumanismo mediado– hace innecesarios otros datos.

Todo el libro está penetrado por la intención de  «ver más allá»: más allá de la naturaleza y de la naturaleza humana, más allá de éticas al uso, más allá del sujeto, etc. Un ver más allá que está impulsado, casi exigido, por las biotecnologías que cuestionan lo que significa hoy ser humano   «más allá» del posthumanismo. Porque, así lo cree Sharon, lo que se conoce como posthumanismo no da una respuesta correcta al desafío biotecnológico desde que tiene por base –este actual posthumanismo– una ontología humanista (sic) que presupone la radical separación entre los objetos tecnológicos y los sujetos humanos.

Para saber de qué hablamos cuando nos referimos al posthumanismo en un mundo regido por la biotecnología, el capítulo 2 nos propone una cartografía diagramada sobre tres coordenadas. La primera es la del binomio pesimismo/optimismo, que da lugar a tres formas de posthumanismos, el pesimista distópico (es decir, indeseable por antiutópico), el optimista liberal que afirma el derecho a la autodeterminación mediante el uso de las tecnologías, y el optimista radical que nos libera de todos, incluso de eso que se llama naturaleza humana. El segundo eje está dado por otro binomio materialismo histórico/ontología filosófica, y produce tres posiciones: el materialismo que es común a las tres formas anteriores de posthumanismo, el materialismo del posthumanismo metodológico (un posthumanismo cognitivo que desarrolla aparatos analíticos para analizar la interrelación del hombre y la tecnología) y el ontológico del posthumanismo radical que enraíza en la tradición antihumanista de Marx, Nietzsche y Freud. Finalmente, el binomio humanista/no humanista que despliega una multitud posible de humanismo, tomando como central la opción de un posthumanismo no humanista que corresponde a las versiones radicales y metodológicas.

Confieso que esa cartografía es bastante confusa y en algunos puntos equívoca o errada. Pero lo que hasta aquí es casi un juego taxonómico que nos revela la complejidad teórico-práctica del posthumanismo, es analizado en los capítulos siguientes a la luz de ciertos problemas clave: la cuestión del mejoramiento humano (capítulo 3), el problema de la constitución protésica del hombre y las tecnologías (capítulo 4), la cuestión del cuerpo (¿molar o molecular?) de cara la biología hodierna o el biopoder, etc.

La profesora Sharon encuentra que todos estos estilos del posthumanismo son insatisfactorios por lo que plantea una nueva posibilidad que establece una relación también nueva entre el hombre, las tecnologías y la naturaleza. Esto es lo que llama posthumanismo «mediado» que formula basándose en la filosofía de la tecnología, la sociología de la biomedicina y la doctrina de Foucault sobre la constitución ética del sujeto (constructivismo personalista). El rasgo central de este posthumanismo mediado consiste en no aislar a la tecnología, no considerarla neutral sino ponerla al servicio del humano desarrollo, de la experiencia cotidiana de ser humano pues –esta afirmación me parece fundamental– el ser hombre es un constituirse como tal a través de la afirmación de la subjetividad y un transformarse en la interrelación con las tecnologías de la vida.

En suma, más allá de la utilidad que el libro pueda prestar para conocer la(s) naturaleza(s) del(os) posthumanismo(s) –que a mi entender no es poco mérito– queda no obstante el lector con la sensación de asistir a ejercicios cartesianos que definen al posthumanismo desde una posición nítida: la cosificación u objetivación del hombre, la degradación y la destrucción de su naturaleza por la biotecnología, la redefinición de lo humano como polo de lo tecnológico, y así. Lo que revela la deriva auténticamente diabólica que tiene sus puestas en un hombre reducido a la dimensión corporal y extendida esa dimensión por la tecnología, ambas sometiendo al alma espiritual.

Juan Fernando SEGOVIA