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Número 577-578

Serie LVII

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Serafín Fanjul, Al-Andalus l’invention d’un mythe. La réalité historique de l’Espagne des trois cultures

Serafín Fanjul, Al-Andalus l’invention d’un mythe. La réalité historique de l’Espagne des trois cultures, Paris, Éditions de l´Artilleur, 2017, 709 págs.

El libro que nos ocupa responde a un desafío editorial complejo: la fusión en un texto único, escrito para franceses, de dos obras mayores del autor, Al-Andalus contra España: la forja del mito (2000) y La quimera de Al-Andalus (2005). El resultado es un volumen denso y docto sobre el pasado y el presente del binomio Al-Andalus-Andalucía. El autor, Serafín Fanjul, es uno de los glosadores de la realidad española más en vue actualmente, analista pertrechado de una erudición admirable, capaz de desgranar desde los puntos de vista más diversos cuantos temas atraen su atención. Así, en las páginas de Al-Andalus l´invention d´un mythe, Fanjul ofrece al lector, con pasmosa soltura, una imagen caleidoscópica de las entidades citadas, cuyas mutuas conexiones, entre sí y de ambas con España, tanto las reales como las quiméricas, identifica y caracteriza a través del análisis de sus respectivas trayectorias, desde la Protohistoria hasta la actualidad, así como de la fisonomía espiritual y material, demográfica y social, de sus pobladores de ayer y de hoy, atendiendo a las coincidencias, diferencias y antagonismos entre cada una de ellas. Un bagaje informativo que incluye el estudio comparativo de sus creencias religiosas, ideales y aspiraciones colectivas, modos de articulación política, social y económica, lenguas y culturas, hábitat y arquitectura, expresiones artísticas, literatura, música y danza, con especial atención al flamenco, gastronomía, indumentaria, paisajes, folklore y fiestas. En suma, un repertorio formidable de enfoques dirigidos a precisar lo que han sido y son, o han dejado de ser, una y otra, Al-Andalus y Andalucía; y, con intensidad singular, a identificar, para desmontarlos sin concesiones, cuantos mitos carentes de base, numerosos, han sido ideados en torno a ellas, especialmente aquellos que forman parte del acervo actual de «lo políticamente correcto» en esas materias.

Serafín Fanjul es arabista e historiador, catedrático de literatura árabe en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia de la Historia. Además de especialista de reconocido prestigio en temas del mundo islámico, lo es del desarrollo de España como Estado y un conocedor profundo de la historia de Hispanoamérica. Ha publicado numerosos libros y monografías académicas, también artículos de prensa, en Abc y otros periódicos, en los que fustiga, con enorme eficacia dialéctica, las posturas complacientes con el islam, abundantes hoy en las izquierdas españolas, y los llamados nacionalismos periféricos, otra de sus dianas predilectas. Al-Andalus l´invention d´un mythe está escrito en un perfecto francés. Se abre con una extensa introducción sobre la historia de España, dirigida a lectores del país vecino. Útiles notas a pie de página, obra del traductor, ilustran sobre términos de difícil interpretación. No es necesario insistir en el interés que un libro como éste puede despertar entre el público al que se dirige. Los franceses han sentido, desde el Romanticismo, vivo interés por Andalucía, y franceses son algunos de los autores que contribuyeron a sublimar la imagen de una Andalucía morisca de misteriosos encantos, contrapunto multicolor de la España restante, sórdida e inquisitorial. Piénsese en Théophile Gautier o Prosper de Mérimée. Además, como es de sobra conocido, Francia cuenta actualmente con una copiosa comunidad musulmana cuya asimilación supone un grave desafío cultural, social y político. Sin olvidar que, a escala de la Unión Europea, también la inmigración islámica es un tema mayor que compromete inclusive su supervivencia. Una referencia tópica entre los especialistas franceses en la materia es la convivencia ejemplar que, se dice, mantuvieron cristianos y musulmanes en la España medieval. Sobre esa teoría, y temas afines, el libro de Fanjul contiene explicaciones luminosas, muchas de las cuales sorprenderán a sus lectores.

A título introductorio, Fanjul repasa las teorías en boga sobre la realidad global española que, conexas entre sí y vindicativas del pasado islámico peninsular, han generado una imagen de España que se pretende alternativa de la versión tradicional, la que identifica la forja de la nación española con un proceso multisecular de afirmación cristiana y lucha contra los moros. Y, en conexión con ella, otra específica de Andalucía, cuya españolidad se cuestiona al vincular su personalidad con el extinto Al-Andalus que, según demuestra Fanjul, fue una entidad extraña a España en lo fundamental, circunstancia de la que sus habitantes fueron plenamente conscientes. Se trata de planteamientos de signo anti-tradicional y anticatólico que componen un repertorio de tópicos ampliamente utilizados y difundidos hoy por quienes, miembros de la intelligentsia izquierdista, pugnan por desarticular lo que sobrevive de una España unida en la fe común y en un pasado compartido.

Fanjul relaciona el auge actual de ese tipo de especulaciones de signo filoislámico con la deriva centrífuga que ha traído consigo, desde hace cuarenta años, el sistema autonómico vigente hoy en España. El carácter pendular de la historia, patente en el caso español, entre cuyas manifestaciones destaca una estructura psicológica ciclotímica conducente de la euforia a la depresión, ha determinado que tras la muerte de Franco se haya asistido a un renacimiento del pesimismo al que se ha sumado un pragmatismo grosero, dispuesto a sacrificarlo todo a cambio de una modernidad mal asimilada. Y así se ha pasado sin transición de «la Nación imperial de cartón piedra» a «otra nación dominada por las tendencias centrífugas», y ello «como si fuéramos inconscientes del peligro mortal que representa la fragmentación de un país ya debilitado». El despliegue de ese pluralismo artificial ha generado, con un trasfondo netamente político, una proliferación insensata de mitos, viejos y nuevos, destinados a justificar y reforzar la personalidad de cada región autónoma, en detrimento de las demás y de la propia España. A ese respecto y en ese contexto viciado, Fanjul observa que la «necesaria racionalización de los mitos ancestrales sobre el pasado español» ha progresado de forma disimétrica: el pensamiento conservador, amilanado, ha terminado por renunciar a los mitos fundacionales más arraigados y se ha autoexcluido del debate, mientras que las interpretaciones izquierdistas, por lo general tendenciosas e ignorantes, no han dejado de multiplicarse y difundirse hasta alcanzar el arraigo de verdades inconcusas. Se trata de un diagnóstico que ocupa un lugar destacado en la argumentación de Fanjul, uno de cuyos ejes es la denuncia del entramado mítico que distorsiona la realidad presente de España.

Entre los componentes destacados en ese proceso de autodestrucción de la noción genérica de España, Fanjul denuncia la ideación de un Al Andalus mítico, que ha servido de «varita mágica» en Andalucía «para ocultar los graves problemas socioeconómicos de la región». Señala, con acopio de referencias, que la enorme producción literaria acerca de Al-Andalus posterior a 1970 se presenta desorganizada y sin resultados válidos, obra de especialistas en temas ajenos o de eruditos locales, de modo tal que la imagen resultante de la historia de Andalucía es hoy más pobre aún que en siglos pasados. «Consideraciones generalistas y sin real contenido –dictamina– dominan el panorama: teorías que no tienen otro fundamento que repetir hasta la náusea enunciados imprecisos que corroboran la idea de que para fabricar una verdad basta con repetir una mentira cien veces».

Tres son los temas principales que sustentan, según Fanjul, el mito de Al-Andalus y la reinvención presente de Andalucía, urdida en los mentideros culturales y políticos de esa región, con la intención de proporcionarle, en el actual marco constitucional, un marchamo similar al de las regiones que cuentan con título oficial de nacionalidad histórica.

Primero, la quimera de un Al-Andalus idealizado, tema sobre el que Sánchez Albornoz llamó hace tiempo la atención, señalando la existencia de lectores numerosos que se dejan arrastrar, por frustración o por aversión a España y al catolicismo o, en el caso de europeos, por cierta solidaridad con los musulmanes con motivo del odio contra la España imperial, hacia el sueño de un Al-Andalus esplendoroso, tanto por la exquisitez exótica de su estilo de vida como por la riqueza singular de su cultura. Espejismo en el que incurrieron ocasionalmente autores prestigiosos como Levi-Provençal o García Gómez, equiparando a Córdoba con la Bagdad de las Mil y una Noches, sin que falten quienes han visto en Al-Andalus una prolongación luminosa del mundo clásico. Ensoñaciones románticas protesta Fanjul, que, excelente conocedor del islam español, trae a colación una extensa retahíla de precisiones reveladoras de una realidad más prosaica. Entre otras, las referentes a la situación de las mujeres árabes en Al-Andalus, recluidas en casa en situación de enclaustramiento e ignorancia permanentes, a la vez que los varones acomodados agasajaban a un sector femenino independiente, caracterizado por su belleza e inteligencia, educación y costumbres abiertas o licenciosas, que integraban esclavas y concubinas cuyo estilo libre sí estaba bien visto. Ilustrativo es un texto de Averroes en el que subraya que la pésima situación de la mujer musulmana era la causa de «la miseria que devora nuestras ciudades, siendo así que las mujeres son dos veces más numerosas que los hombres». Fanjul documenta también ampliamente el carácter restrictivo en materia moral del islam, impregnado de una concepción totalizante que pretende condicionar la conducta humana mediante la presión abusiva del colectivo sobre el individuo.

Un segundo tema, conexo con el primero, pero singular por su orientación más social –étnica diríase–, que propiamente cultural e histórica, consiste en la idealización de los moros, que los medios autorizados han asumido sin reservas y sin que nadie se atreva a emitir objeción alguna por temor a la acusación de racismo. Fanjul habla de «maurofilia». Se ha impuesto la dialéctica entre ellos y nosotros, convertida en una visión irrefutable, poco documentada y por entero acrítica. Exaltación del moro frente al español cristiano que se centra en retorcidas comparaciones de orden sociológico y cultural entre los españoles del presente y los magrebíes.

La maurofilia ocupa un lugar singular en la trayectoria intelectual de la España contemporánea. Se trata de un fenómeno que guarda relación con un proceso de deterioro intelectual de largo recorrido. El «sano regeneracionismo» de la generación de 1898 se frustró en su momento y ha servido de pretexto a muchos imitadores actuales, que suplantan su legítimo impulso por un complejo de culpabilidad enfermizo y obsesivo, una interiorización colectiva de nuestro «pecado original respecto de los moros y judíos», necesitado de expiación. Américo Castro, «precursor involuntario de lo políticamente correcto», sirvió de trampolín a otros autores contemporáneos, Antonio Gala y Juan Goytisolo entre ellos, para entregarse a todas las distorsiones imaginables que poco tienen que ver con la sociedad real de Andalucía ni con su pasado. Goytisolo sostuvo que España, país devastado hoy según él, necesitaba rearabizarse. En un contexto más cercano, Fanjul denuncia una maurofilia de signo político, pragmática a la vez que quimérica, cuyos supuestos señaló en una tercera de Abc («Izquierda e islam», 11.2.2018): «Santiago Carrillo auguraba muy serio que los inmigrantes musulmanes constituirían el nuevo proletariado, puesto que la izquierda se había quedado sin clase obrera a la que echar a las calles para armar bronca, por el progreso económico general. Y en eso siguen las izquierdas y los separatistas catalanes, persuadidos de que los inmigrantes no tienen otro sueño sino la independencia de Cataluña o acabar con la propiedad privada».

El tercer tema fundacional del mito es un clásico de la leyenda negra antiespañola: el muy mentado de la coexistencia pacífica y fecunda en el mundo andalusí de las culturas cristiana y musulmana, antes y después de la reconquista del Guadalquivir, que se quebró avanzada la Edad Media, cuando el exclusivismo cristiano impuso políticas segregadoras. Versión mítica de los hechos una vez más, según explica Fanjul, fruto de las especulaciones sectarias de Américo Castro y sus discípulos. Lo cierto es que los contactos culturales entre cristianos y musulmanes nunca superaron el estadio de la pura utilización por los dominantes de los valores prácticos de los sometidos, sin que se registrara nunca un mutuo reconocimiento de valores morales o religiosos. Es el caso de los «estudios generales de latín e arábigo» que Alfonso X fundó en Sevilla, con solo el designio pragmático de aprovechar los saberes sobre medicina y ciencias de profesores musulmanes, nunca por una especial consideración hacia la cultura islámica. Se trató invariablemente de relaciones semejantes, mutatis mutandis, a la que mantuvo la administración norteamericana con Wernher von Braun. Una prolongación de dicha tesis, fruto también de las especulaciones de Américo Castro, consiste en su extensión al conjunto de España, con protagonismo incluido de la comunidad judía, en la aseveración de que se dio una cohabitación leal y culturalmente fecunda entre las tres religiones peninsulares. Piénsese en las experiencias contemporáneas en Líbano, Turquía o Yugoeslavia. Los textos manifiestan que tan exquisita tolerancia se asemejaba más al apartheid sudafricano que a otra cosa. Siempre el poder dominante oprimió concienzudamente a las minorías sumisas, asevera Fanjul, de modo que se impuso la «antibiosis» de que hablaba Sánchez Albornoz, en oposición a la simbiosis reivindicada por Américo Castro. La contradicción que evidencia un estudio serio del tema ha sido resuelta hoy por escritores, profesionales de la comunicación y sociólogos, mediante la atribución de la culpa, de forma injustificada y cómoda, a un supuesto oscurantismo cristiano o a una tara congénita de los españoles.

Sobre tales doctrinas se ha tejido, con el respaldo de potentes intereses políticos, singularmente de la izquierda hegemónica en Andalucía durante más de treinta años, el componente nuclear del mito que denuncia Serafín Fanjul: la pretensión rotunda, adobada de lacrimosa nostalgia, de que el sustrato vital de la Andalucía de hoy y de siempre no es otro que Al-Andalus, y de que la tradición andalusí y morisca se mantiene viva, de forma patente o emboscada, en los pliegues del alma andaluza, en sus costumbres, su espiritualidad y su estilo de vida. Teoría que viene sirviendo para justificar, a título de compensación histórica, actuaciones descomunales en Andalucía, tales como el despliegue sostenido de prácticas económicas multimillonarias abusivas o fraudulentas, la perpetuación en el poder de la izquierda merced a métodos propios del caciquismo clásico, o la pretensión de despojar a la Iglesia, tildada de verdugo de la población andalusí genuina, y un largo etcétera. La soflama, henchida de agresividad impostada, que ha pronunciado recientemente la coordinadora andaluza de Podemos con motivo de la toma de posesión en Sevilla del nuevo gobierno no socialista, es una buena muestra de ese estilo: Isabel la Católica fue la causante de la ruina del renacimiento andaluz. Ni más ni menos.

Una vez identificado el repertorio de mitos al uso sobre la identidad del binomio Al-Andalus-Andalucía, Serafín Fanjul centra su atención en el motivo central de Al-Andalus l´invention d´un mythe: la afirmación de que la Andalucía actual, en contra de la doctrina oficial en la materia, es un espacio humano y cultural rigurosamente español, en el que no sobreviven elementos apreciables de signo andalusí. Lo cual es así en virtud de un proceso histórico que dio comienzo en el siglo XIII y culminó a mediados del siglo XVI. En el análisis de ese recorrido Fanjul se vale de un repertorio documental amplísimo, cuyo inventario ocupa una parte principal del libro. Los datos disponibles permiten distinguir el desarrollo de dos procesos paralelos, diferenciados a la vez que conexos en el tiempo y en el espacio.

Uno de ellos es el relativo a la resistencia cristiana en el norte peninsular y a su prolongación en forma de recuperación territorial hasta alcanzar su fase final en la reconquista de Andalucía. El choque de la invasión musulmana fue –afirma Fanjul– un cataclismo que afectó a una parte de la península a lo largo de siglos y provocó en la población resistente un odio inextinguible hacia los invasores y su religión, así como una voluntad, que se manifestó pronto y devino férrea con el paso del tiempo, de recuperar la Hispania perdida y con ella la tradicional cultura hispanorromana, visigótica y cristiana. La misión histórica de España, consistente en recuperar la integridad territorial, fue ante todo para sus principales actores un acto de justicia, obligatorio para todo rey, que al llevarla a cabo podía contar con el socorro divino. España no es el único país donde el islam se implantó para luego desaparecer, pero «ningún otro país europeo ha sentido de una forma tan imperiosa como España la necesidad colectiva de combatir a los infieles».

La antipatía mutua era inevitable. En la Edad Media la identificación entre religión y patria estaba ligada a la experiencia duradera de las comunidades, lo que les imprimía un carácter particular y definitivo en el modo de ser español; por eso, el rechazo a parecerse a los musulmanes orientaba toda la dinámica identitaria de los cristianos españoles frente a lo que percibían como un antimodelo. De ahí también la asunción por los reinos y principados cristianos de denominaciones comunes que significaban unos mismos objetivos: el término España servía para identificar una entidad suprapolítica compartida, porque aquellas gentes tenían afinidades y propósitos comunes, en primer lugar el deber de erradicar a la comunidad musulmana; y el término godos, que hacía referencia a un mismo origen, con el que se sentían ampliamente identificados no obstante el impreciso fundamento histórico de ese dato, porque tenían la necesidad desesperada de aferrarse a símbolos.

Andalucía fue desde el siglo XIII obra de los reconquistadores y de la repoblación cristiana. A la vez que los moros, derrotados, abandonaban el valle del Guadalquivir, advenía una población nueva, masiva, procedente del norte, y con ella una época completamente distinta. Los nuevos pobladores, adversarios mortales del islam, lo cubren todo, y, animados por una voluntad decidida de reconciliación con el pasado cristiano y gótico, generan un modo nuevo de vida que se consolidó a medida que la implantación arraigaba. Coherentes con su identidad latina recuperada, marginaron cada vez más los elementos árabes de su cultura, reducidos finalmente al recuerdo de un pasado residual superado por la fuerza de la voluntad. El proceso concluyó en 1570 en las Alpujarras y la región de Granada y supuso la instauración de una nueva vida sobre viejas tierras: la renovación de la propiedad, de los trabajadores, de la lengua, de la religión, e incluso de los topónimos.

El segundo proceso consistió en el desplazamiento de los musulmanes, que se llevaron consigo de Andalucía su religión y su cultura. Su emigración hacia el norte de África y el Reino de Granada fue promovida, desde la reconquista de Toledo, por los fuqaha que no soportaban la idea del mestizaje y por los propios conquistadores cristianos a medida que la repoblación se completaba. Los mudéjares fueron tolerados en el marco de la política ambigua de Alfonso X hasta la rebelión de 1264, luego cada vez más incitados a desaparecer.

Los invasores musulmanes nunca se mostraron dispuestos a identificarse con la sociedad hispano-visigótica y cristiana preexistente. No se sintieron españoles y no veían en la península más que una noción geográfica y una vaga continuidad de dar al-Islam. De ahí, observa Fanjul, la falta de tenacidad en la defensa de España por parte de los musulmanes. Los andalusíes pensaban que participaban en un pasado árabe mítico con el que soñaban dado el prestigio racial que implicaba a sus ojos. De donde su pasión por inventarse genealogías árabes, lo que demuestra que les resultaba por completo ajena la idea de continuidad de la España romana y visigótica. Les importaba rivalizar en la riqueza del conocimiento y lengua de los orientales y les humillaba su condición de locutores periféricos del árabe, lengua sagrada del islam. La socorrida afirmación de la españolidad de Al-Andalus es una deformación, motivada a veces por el deseo de atribuir a España los méritos de su cultura.

Los moriscos que permanecieron en la península terminaron por marcharse o fueron expulsados. Con ellos se extinguieron la cultura andalusí y el componente étnico moro, del que no quedó nada. Fanjul dedica un capítulo a dirimir si los moriscos eran españoles o no. Se les expulsó porque se negaban denodadamente a asimilarse y simpatizaban con los turcos en quienes ponían sus esperanzas de revancha. El tipo de política oficial que más les irritaba, hasta incitarles a la insurrección armada, era el que propiciaba o imponía su asimilación al resto de la sociedad, pues preferían mantener su condición diferente en régimen de segregación, de conformidad con los principios del Corán y la jurisprudencia islámica, categórica a ese respecto. Las autoridades terminaron por asumir la exclusión a pesar de su elevado coste económico porque no quedó otro remedio. Su expulsión, en todo caso, no fue la catástrofe que se ha dicho, porque es falso que en su gran mayoría residían en las huertas fértiles de Levante. Fanjul entiende que es una ligereza imperdonable tratar el problema morisco de colonial, aplicando al siglo XVI criterios propios del imperialismo contemporáneo.

Partiendo de esas constataciones de orden histórico, Serafín Fanjul examina los componentes significativos de la sociedad y cultura del mundo andaluz posterior a la extinción del islam en España. En sucesivas disertaciones aborda la cuestión de forma caleidoscópica, y acredita la no existencia en la Andalucía actual de vestigios de la cultura andalusí, salvo pocos y de carácter arqueológico; esas exposiciones constituyen uno de los componentes más seductores del libro porque, en un estilo vivo y convincente, familiarizan al lector con una versión fiable de la realidad andaluza, emancipada de cuantas leyendas vacuas y artificios moralizantes la desfiguran en la vigente versión oficial. Se enterará así de que el 90 por ciento del léxico del español estándar en Andalucía –por ejemplo el correspondiente al campo de la cerámica, tan propio de los mudéjares– es de origen latino, predominio que responde a la evolución del castellano traído por los colonos venidos del norte; de que la exuberante decoración de la Mezquita de Córdoba y de la Alhambra recubren estructuras arquitectónicas de reducido valor; que no existe un modelo preciso de casa andaluza, siendo el sevillano y cordobés trasunto del arquetipo romano, asumido por los constructores del Renacimiento, y careciendo el tipo más sencillo y popular de elementos árabes; también de que la tradición vestimentaria andaluza no ofrece sino escasos elementos hispanoárabes, y que lo mismo sucede con el folklore festivo, ámbito extraño al islam ortodoxo en su abstracción religiosa pura; tampoco los espectáculos taurinos, cuya evolución se localiza en los siglos XVII a XIX, ni las fiestas de moros y cristianos, expresivas de la antibiosos evocada por Sánchez Albórnoz, ni las chirigotas de Cádiz, inconcebibles absolutamente en un país árabe, porque constituyen un grito de libertad para el individuo frente a las tendencias dominantes. La retahíla de temas que disecciona Fanjul es interminable: las ferias de Sevilla no tienen tradición previa a su autorización por Isabel II; la gastronomía española y andaluza, que Fanjul analiza detenidamente porque entiende que es un factor identitario importante, sólo contiene pocos elementos moriscos, siendo así que en la variadísima carta de tiempos de Felipe IV sólo figuran la almojábana y el cuscús; y en lo que respecta al flamenco, precisa que, frente a la idea dominante, no tiene en sus orígenes, situados a fines del siglo XVIII en Cádiz, Jerez de la Frontera, San Fernando y El Puerto de Santa María, ninguna relación probada con los moriscos, cuyos cánticos sólo se han conservado en África del Norte; y no le merece crédito el supuesto papel transmisor de tradiciones moriscas que ciertas teorías atribuyen a los gitanos, porque la conexión histórica entre ambas comunidades, muy cerradas, no se documenta sino muy limitadamente. También la novela histórica inspirada en Al-Andalus suscita acerada crítica en Fanjul, que disecciona la copiosa producción existente y formula un catálogo sistemático de las fantasías más usuales. En suma, Fanjul despliega un repertorio crítico cuantioso, del que lo señalado es sólo una pequeña muestra. Al lector corresponde bucear en ese arsenal de erudición, seductor tanto por la riqueza de contenidos como por su estilo vibrante.

Andrés Gambra