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Número 55

Serie VI

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Intrínsecamente perverso

INTRINSECAMENTE PERVERSO(*)
por
MARCEL DE CoRTi.
l. La Encíclica Divini Redemptoris ha visto exactamente al declarar al comunismo intrínsecamente perverso. El comunismo no solamente es perverso, lo es por su mismo fundamento, en su trasfondo, por todo su ser, si se puede hablar así de la nada, por todo lo que tiene de negación, que lleva consigo, por la sub­
versión devastadora
y exterminadora que lo constituye, por la negación de la realidad qne es su íntima realidad. El comunismo
es el Mal absoluto, subsistente, entronizado.
Es la mientira meta­
físicamente instititida, porque es, por su principio, lo subjetivo,
bajo su forma suprema, separada de toda relación con una rea­
lidad distinta de
la del sujeto, erigida en norma soberana del co­
ñocimiento y de la acción.
Así, el primer hecho del comunismo, desde que se desarrolla en un e·spíritu, desde que se adhiere a él, es su mentira inicial,
que comanda todas las demás y
que les da su sentido : el ateísmio.
"Dios no existe." Pero esta exigencia y esta reivindicación radi­
cales de independencia reposan en el umbral de una afirmación
abierta o secretamente
triunfante: "No hay Principio de la rea­
lidad
ni realidad, puesto que yo soy la sola realidad." Se trate de Marx, de Lenin, de Stalin, cuyas autoapoteosis se transparen­
tan a través de sus palabras y sus actos, o del último de sus acólitos que segregue su "pensamiento", según los reflejos men­
tales condicionados que el
Partido le suministra mecánicamente,
el orgullo, la soberbia, la altivez, la suficiencia,
la fatuidad, la jac­tancia, la vanidad, la megalomanía, estallan desde el momento en que especula_ u opera en comunista.
Si esta idolatría de sí mismo, cuyo origen idealista es patente, se sostiene como afirmación vivida, es into·lerable como afirmació::1 pensada lúcidamente, pues es propiamente infernal: ningún ser
humano puede
soportar un solo instante bajo su propia mirada
(*) Recogemos en el presente estudio los epígrafes 5 al 10, inclusive,
del trabajo publicado con este mismo título en Itinérai-res, núm. 111, por el Profesor Marcel de Corte.
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MARCEL DE CORTE
la imagen de su yo divinizado sin hundirse en la demencia. El co­
munismo es el expediente que tamiza y atenúa subjetimamente el
terrible estallido, dándole una potencia objetiva de seducción y de
fascinación· espantosamente acrecentada.
En efecto, el comunismo transfiere a la ·colectividad los atribu­
tos teóricos de la divinidad que
el yo con.Serva celosamente. en la
práctica. "El ateísmo es, en tanto que supresión de Dios -escribe
Marx____., el devenir del humanismo teórico, como el comunismo es,
en tanto que supresión de la propiedad privada, la reivindicación
de la vida humana real como si fuera su propiedad, reivindicación
que -es el devenir del humanismo práctico. En otras palabras, el
ateísmo es el humanismo mediatizado por la supresión de la re­
ligión, y el comunismo es el humanismo mediatizado
por la su­
presión de
la propiedad privada. No es sino por la supresión
de esta mediación, siendo ésta
una presuposición necesaria, como
nace el humanismo procediendo positivamente de sí mismo,
el
humanismo positivo."
Desembarazado de su galimatías hegeliano, este texto :.Jgnifica
claramente que la supresión
de la propiedad privada es en d plano
práctico lo que la supresión
de Dios en el nivel teórico, y -que las
dos son las condiciones necesarias
para la autosuficiencia del hom­
bre.
El ateísmo y la abolición de la propiedad privada significan
"la vuelta del hombre a-sí mismo, la supresión de la alienación
propia del hombre".
Las dos engendran "la apropiación real del
ser humano para
y por el hombre". El hombre tiene, en esos dos
aspectos de
su comportamiento teórico y práctico indisolublemen­
te ligados uno a otro,
el punto de partida de su desarrollo total.
Ha. tomado posesión de sil entero ser. Entre él mismo y la na­
turaleza, entre
él mismo y el hombre, entre el sujeto y el objeto,
nada se interpone.
Pero para llegar a la total identificación del
ser humano individual con
el universo y la humanidad, es pre­
ciso emprender la conquista del mundo
y la conversióri del pla­
neta
en un esfuerzo colectivo que no afloja jamás, y llevarlos a
buen fin.
Es la colectividad la que diviniza al hombre a medida
que se hace dueña de
la naturaleza y de sus medios de produc­
ción.
La sociedad es divina en su principio y en su término. Es
la diosa madre de los orígenes, cuyo ser crece y se perfecciona
según leyes históricas ineluctables cuyo secreto
ha descubierto
( según pretende) el marxismo y que
el cmnunism,o traduce en
existentes a través de su política. Sobre este punto esencial, como
en todo, no
hay corte entre la teoría y la práctica en el sistema.
Par esta, todas las actividades del comunismo, cualesquiera que
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INTRINSECAMENTE PERVERSO
sean, de la estrategia a la táctica, de la operación de envergadu­
ra a las mJás sutiles intenciones ( comprendidas las palinodias y
hasta las derrotas admitidas), están inspiradas pw el NON SltR­
VIAM inicial y por el deseo vehemente de instaurar el principado
del
hombre sobre todas las cosas~ sin la menor excep'Ción; exac­
tamente
i!ftw), que todas las wctimdades del cristianismo, con vistas
a su salvación son inspiradas por la Gracia y por las 'Virtudes
teologales infusas.
Se puede decir, sin exageración, que los hechos y gestos del
comunista, cualquiera que sea, desde
la cima a la masa, tiene
siempre como motor la socialización y
la divinización del hombre.
Estas dos no son más que la proyección desmesurada del eritis
sicut dei propio del ser humano individual que ha roto su rela­
ción fundamental con lo real y con el Principio de toda realidad,
pero que no osa afirmarlo por su cuenta: transfiere .entonces su
apoteosis a la sociedad universal de la que forma parte y bajo la
cual se esconde.
La Colectividad usurpa todos los atributos de la
Divinidad,
y el hombre se diviniza bajo la cubierta de la Co­
lectividad.
La socialización de la que tantos cristianos se proclaman pro­
motores y por cuya difusión no vacilan en hacer (lun largo paseo"
con los comunistas, es así el signo positivo del ateísmo militante,
cuya
otra cara, igualmente positiva e idéntica a la colectivización,
es
la autodivinización del hombre por el hombre. Socializar es li­
berar al hombre de toda unión que le es impuesta por la natura­
leza y por su nacimiento, es ponerlo corno creador de su ser, del
mundo, de
la sociedad, de Dios mismo. Divinizar el hombre, si­
tuarlo como autosuficiente en una perfecta asepsia, eso es socializar
de una miamera revalucionario~ aboliendo todas las alienaciones que
caracterizan a
la antigua sociedad, y al crear una sociedad nueva,
un Paraíso en la tierra, en que el hombre sea finalmente el Dios.
El movimiento del ateísmo, el movimiento de la deificación, el
movimiento de la socialización no son más que un solo y único
movimiento que se
arrastra en tadas las em:presas com'rUnÍStas y
que brota del ansia que el hombre moderno, sumergido en un
ambiente indivisiblemente idealista y materialista, siente hasta en
la misma raíz de su ser, amputada de su relación con el mundo y
con Dios, de erigirse en-dominador del universo y en divinidad
todopoderosa. ·
2. El carácter iritrínsecamente perverso del comunismo salta
aquí a
la vista hasta de los ojos menos avisados. Se trata de un pro­
yecto sin par de subversión radical de la 1naturaleza humana en
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sus dos facultades específicas: la inteligencia y la voluntd, ex­
tendido a todos los campos de la vida y en todas las direcc'ones.
El fin del comunismo es único en toda la historia: no se trata
de instaurar uno de los regímenes clásicos, monarquía, aristocra­
cia, democracia; ni siquiera de comprometerse en las desviaciones
propias de estos sistemas, tiranía, oligarquía, demagogia; se tra­
ta de engendrar un tipo de hombre integralmente socializado que
se crea a sí mismo por todas sus actividades dirigidas al -solo acto
de hacer, de fabricar, de trabajar la materia, y que conquista su
independencia al imprimir a
esta materia la imagen de un hom­
bre libre de toda enajenación con respecto a toda la realidad ex­
terior y a toda trascendencia. El comunismo tomado en este sen­
tido,
que es el de toda su política, no es un humanismo: es sa­
tanismo, el estallido de la condición humana en la apropiación de
la totalidad del ser por el hombre.
¿ Qué hombre? Cada uno de nosotros, desde el mio-mento que
cedemios a la atracción del yo. La más elemental mirada de com­
placencia lanzada
por mí mismo sobre mí es una repulsa de Dios,
una aversión con respecto a la finalidad propia de mi naturaleza
de hombre orientada
por sí hacia Dios, con el mismo carácter
que cualquier
otra naturaleza cre;1da y en la cual la realización
de mi ser y la tendencia hacia el Ser de que depende se identifi­
quen.
Es imposible que yo llegue a ser lo que soy sin volverme
al mismo tiempo hacia Dios, causa de mi ser, y es imposible vol­
verse hacia Dios sin llegar a ser lo que soy,
un animal racional,
dotado de voluntad y liln-e, sin cumplir la tarea asignada por mi
definición y mis límites de hombre.
Toda mirada deliberadamente reflexiva sobre mí mismo, en
tanto que separado de todo lo demrá,s, es un compromiso furtivo
con el comunismo.
En efecto, esa mirada no refleja en mí mi ser,
sino la idea e imagen que yo
me hago de él. No puede ser de otra
manera. La inteligencia humana está constituida para captar el
ser y, unida a un cuerpo, no puede, desde luego, captar más que el
ser del mnndo sensible exterior. Si yo me aparto de este ser para
coger el mío con exclusión del resto, no lo alcanzo de ninguna
manera, no puedo posar mi mirada más que sobre la idea o i!Ilagen
que me forjo a mi gusto, según la decisión de mi voluntad libre
de toda, relación con lo que no sea yo mismo.
Eso es el comunismo: en su doble negación del ser de Dios
y del ser del hombre. Para poseerse a sí mismo, el hombre co­
munista suprime a Dios y suprime la propiedad privada, prolon­
gación natural de su cnerpo. Se instala en la negación radical de
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INTRINSECAMEHTE [El/VERSO
toda la realidad exterior, en lo que quiere poseer y que es su es­
píritu,
su conciencia, hasta diríamos que su alma .. En él se rea­
liza a la perfección
la predicción: "Quien quiere poseer su ;;i.lma la
perderá." El comunismo es la acumulación de subjetividades re­
plegadas sobre sí mismas en
su imposible empresa de deificación
y de salida fuera de la condición humana.
El yo que pretende ser autónomo se repliega sobre su propia
realidad (ésta no escapa a su ley, que es el volver a Dios, sino que
se
encierra en la idea o en la imagen espectacular que se hace de
ella y que se di"lata inmiediatamiente hasta el inifinito, englobando
en su esferw y apüderándMe de todo lo que no es ella misma. Des­
pojado de
su condición encarnada y limitada, el espíritu se iden­
tifica con la idea o imagen de sí mismo que se distiende sin
lí­
mites porque no encuentra obstáculos en la imaginación: el es­
píritu se funde así en "espíritu universal" cuya jurisdicción se
despliega
sobre todas las cosas. Ya se trate de elaboración cons­
ciente del filósofo o del sueño interior más o menos despierto del
hombre de
la calle, es siempre el mismo proceso de deificación
imaginaria que se revela
en la afirmación del yo independiente
y en su vuelta a sí mismo. El yo no es juzgado por nada y es
juez de todo.
No es medido por nada y mide todas las cosas. Pero
solamente en /,a imaginación. Tal es la realeza del yü, tal es su
divinidad:
fictieúu, rigurosOl/nente fictieias. El yo no fabrica más
que
una ilusión. Es sinónimo de ilusión.
Por eso el comunismo que se arraiga en el yo no es más que
una inmensa quimera,
una pura creación del espíritu que no pue­
de en ningún caso sobrepasar los límites del cerebro. Nunca se
dirá suficientemente que el comunismo es irreal no solamente en
tanto
que sistema teórico, sino sobre todo .en el práctico. El filó­
sofo realista lo sabe: Todo pensamiento
y toda acción que se
fundan en
la negación del ser y del principio de identidad son
irreales.
No existen como tales. El comrunism,o no existe como
comunismo.
Existe como otra casa., diferente del com;u.ni.snw.
3. Antes de describir este tipo de existencia propia del co­
munismo, conviene señalar que lo
que constituye su debilidad le da
asimismo
su fuerza, su terrible fuerza.
Nada hay, en efecto, más extendido que esta propensión del
yo, que separarse de todo para ser
todo: Es el estigma del pecado
original sobre nuestra naturaleza. A este respecto el comunismo
aparece netamente como la explotación
y la exaltación del pecado
original en
el hombre. Su precepto es el que descubrió hace más
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MARCEL DE •CORTE
de un cuarto de siglo la policía belga en un documento tomado
en el curso de una investigación en un centro de agitación comu­
nista en el Puerto de Am beres : Procurar mantener la herida
siempre abierta. ¿ Por qué extrañarse entonces de ver extenderse
el comunismo con la rapidez de un incendio alimentado constan­
temente
por materiales nuevo's hasta los últimos confines del Pla­
neta? Es significativo que el catolicismo se abre cada vez más a la
infiltración comunista a medida que el progresismo le impulsa a
repudiar el dogma del pecado original; mientras que el protestan­
tismo, que
exagera el alcance de éste -"no hay mal que por bien
no venga"-, está menos contaminado.
Hay estrechas afinidades entre el mal y la propaganda. No es
una casualidad que el comunismo se haya calificado como maes­
tro en publicidad y en poner nubes de humo delante de los ojos.
El bien llama al silencio y el mayor bien que existe, que es la
unión mística con Dios, es inefable. La naturaleza y lo sobrena­
tural se lleva mal con el ruido de la publicidad. Lo artificial, sin
embargo, recurre a ello sin cesar.
Cuando más artificial es. un
producto más necesario es el reclamo para mantenerlo en el
mercado.
Lo mismo.exactamente ocurre con el comunismo. Siendo todo
lo antinatural que es posible, fabricado en todas sus piezas por
la imaginación, despojado de toda correspondencia con lo real e
incapaz de traducirse sin negarse inmediatamente· a sí mismo, no
puede tomar
un aspecto de existencia más que en la palabra,
no en aquella que nos dirige hacia las cosas, sino en aquella que
expresa la existencia infinita e inagotable de la subjetividad pro,
que las especifica, obligada de golpe a la fabricación de objetos
tan ficticios que no existen sino en el lenguaje.
El comunismo es un universo de palabras, de tinta y de sali­
va. Responde a la
tt:;ndencia del hombre a huir de la dura y resis­
tente realidad, la dificultad, el obstáculo; en resumen, de todo
!o
que exige para ser superada la tensión de nuestras facultades más
elevadas
y más humanas: la inteligencia y la voluntad. Todo está
de acuerdo con la tendencia del hombre a ser más hombre desde
el pecado de
Adán. En cuanto hay una tendencia preparada hacia
la nada,
la acentúa por una propaganda, cuyo único objetivo es el
fomento de la subjetividad,
de la nada, en el hombre. La idea que
hoy el hombre moderno se
ha forjado de :5u ser no existe, por otra
parte, más qu_e a título verbal, más que en el interior del pensa­
miento imaginativo.
Para prolongar su existencia le es necesaria
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su expresión hacia el exterior, y puesto que lás palabras vuelan, la
reiteración incesante de palabras que, a falta de significar alguna
cosa real, impiden al sujeto
-al que inundan publicitariarnente
por su frecueucia y por su masa-toda posibilidad de llegar a
conocer el mundo objetivo.
4.
No estoy muy lejos de creer, por mi parte, que el comu­
nismo
y la propaganda son idénticos: Apuntan, uno y otra, a crear
reflejos mentales que dispensen al individuo, _en el que radican el
pensamiento y la voluntad, de pensar y creer, tomar conocimiento
del
ser y asumir la responsabilidad de sus actos. Los dos impiden
al hombre salir de sí, fuzgar, verificar la correspondencia entre la
mente y lo real. Le fermentan su subjetividad. Le alimentan la
subjetividad de una manera intensa. Presentan entonces al indi­
viduo sus productos prefabricados, de
una forma verbal, la única
de que disponen. El hombre se lanza hacia ellos con frenesí y avi"
dez, sin el menor control, en la medida en que está hambriento~
Este alimento huero excita su hambre. Se hace insaciable, exige
sin cesar más palabras, más imágenes. La propaganda comunista
se la suministra incansablemente.
En su línea, ésta está segura de
no alcanzar jamás el punto de saturación. Solamente la rralidad
puede colmar las facultades del hombre. Lo imaginario y verbal
no lo pueden. Para. distinguirlos de lo real sería preciso que la
subjetividad no fuera subjetividad, sería necesario que el hombre recuperase su relación fundamental con lo real, sería necesario
que
pudiera pensar y querer.
La propaganda le subyuga, le paraliza. No descansa un mo­
mento. Cuando se relaja, el comunismo retrocede en los espíritus.
Hace mucho tiempo que se ha notado: No es la miseria ni el
analfabetismo la que engendra el comunismo, sino únicamente la
propaganda difundida por los intelectuales y los seudointelectuales
especialistas en la manipulación del lenguaje. Se aplica estricta­
mente el proverbio a todos los que sufren: "A falta de pan buenas
son tortas." Desprovistos de realidad se resignan a las represen­
taciones interiores que la propaganda les propone.
El comunismo
es el calmante de la subjetividad sin objeto, la morfina que dnerme
el mal y lo prolonga indefinidamente haciéndose pasar como si
fuera un bien, el opio de la inteligencia y de la voluntad. La pro­
paganda comunista es la enfermedad hecha crónica, lo que impide
que la enfermedad se revele como tal enfermedad y que se intente
recuperar la salud, la salvación, la resurrección, el camino, 1a ver­
dad, la vida.
La propaganda mantiene el mal. Si es necesario lo crea. Des-
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pués lo atiza incansablemente, soplando sobre él palabras, slogans~
fórmulas hechas, abstracciones vacías, imágenes que lo irritan
cada vez más, lo exasperan, lo estimulan. Se extiende y el ciclo
infernal vuelve a empezar.
El comunismo no quiere curar el mal porque no puede, y no
puede porque
no quiere. Lo que quiere, en virtud de su partida
de nacimiento y de su estructura, es otra cosa completamente di­
ferente.
Lo que puede, también es diferente. Pero para captarlo
y comprenderlo es necesario hacerse inaccesible a la publicidad
que lo constituye; no fiarse de las palabras para nada; no tolerar
en sí, alrededor de sí, ninguna ilusión; hay que ser realista y
"cosista", la res es trascendente en todas las raíces de su ser y
en todas las facultades; no conceder al comunismo la menor
parcela de verdad, puesto que no la tiene y es la mentira por ex­
cd.enci,a,,
Para curar el mal del que sufre la sociedad moderna sería ne­
cesario
que el comunismo existiera. No existe. Lejos pues de po­
der curar el mal, lo acentúa y lo eterniza. Esto es evidente.
5. Según el texto de 1\/Iarx citado anteriormente y según to­
dos los
turiferarios del régimen, la abolición de la propiedad pri­
vada, la colectivización de los bienes de producción, constituyen
el
eje positivo del comunismo y su aportación decisiva a la historia
del humanismo.
Gracias a esta socialización, la sociedad surgida
de la Revolución puede, como un solo hombre, emprender en paz
la conquista de la naturaleza por la ciencia y la técnica: Habiendo
asegurado el ateísmo la liberación del hombre con respecto a lo
divino, el colectivismo lo fundamenta frente a los explotadores. Ya
sea científico o más vulgar, el comunismo se concreta a fin de
cuentas a
la supresión de la "explotación" en todos los dominios.
Pero, lejos de haber liquidado la explotación del hombre por
el hombre, el comunismo la ha instaurado de una manera tan
sólida que uno se pregunta por qué milagro el hombre podrá li­
berarse de ella. Esto no es accidental al comunismo. Esto no es
debido a los residuos
de la reacción. Esto no tiene por causa la
lentitud en la liberación. Es la mism~ esencia del comunism'O, ré­
gimen inédito
en la historia, que instaura por primera vez la
explotación universal de la inmensa mayoría de los hombres por
un grupo de privilegiados llamado "el Partido".
El hombre ha podido ser explotado anteriormente por el hom­
bre de forma esporádica. Es falsa, absolutamente falsa, la afirma­
ción
de que la clase obrera haya sido explotada durante el curso
de los siglos, y particularmente en los siglos xrx y xx, por la cla~e
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burguesa. Es cierto, por el contrario, que la explotación de la cla­
se
obrera por la clase dirigente de los monopolistas comunistas es
la innovación
más espectacular y más ignorada del siglo xx.
Esta es la aportación del comunismo a la historia: su· propia
negación. Por otro lado, esto era de temer: un sistema y un
régimen que se funda en la anulación del principio de identidad,
primera ley del ser y del pensamiento, debe desembocar en bdo lo
contrario.
El comunismo debe negar el principio de identidad
puesto que es la negación del ser,
ruptura de relación fundamental
del pensamiento con
lo real, mentira instituida. Pero. al presen­
tar su mentira constitutiva como verdad, no puede esperar ia ver­
dad de su mentira.
6.
Es el marxismo el que ha forjado en todas sus piezas la
noc10n
de clase y la ha introducido en el vocabulario político y
social.
Es el que ha suscitado su espectro. Este espejismo es real
en tanto que espejismo y es precisamente corno tal que actúa. Lo
único que pasa es que no es más que un espejismo y la realidad
de la cual es representación no existe.
La clase es un mito y, como escribe M. René Bertrand-Serret,
este mito es "una temible máquina que se presta a una explotación
peligrosa,
con vistas a la cual ha sido-montada por lo dem'ás''.
Proclamar con el marxismo que la clase es la conciencia de
clase y que se pertenece a la clase
obrera en tanto que se ·es -soli­
dario con el pensamiento
y la acción con "los camaradas" obreros,
es hacer
de la clase una pura representación mental cuyo contenido
no puede ser llenado m,ís que por el subjetivism,o mxwxista. La
clase .obrera es la idea o la imagen que el marxismo se hace de
los
obreros; la clase burguesa es la idea o la imagen que se forma
de los burgueses con vistas a su anta{J'onismo irieductible presu­
puesto-p' tos operacionales" que
no responden a ninguna realidad objetiva,
pero que facilitan la acción sobre la realidad objetiva, de tal modo
que
la encapsulan en estas dos nociones y la modelan según las
intenciones
de que están cargadas.
La observación de la realidad muestra, en efecto, que ha habi­
do
patronos que han explotado a obreros, pero muestra igualmen­
te que patronos y obreros, lejos de estar c;ontrapuestos unos a
otros,
por lo contrario son solidarios unos a otros en el seno de
esta comunidad de destino que es la empresa. La clase burguesa
y
la clase obrera no existen, pues, en tanto que realidades so­
ciales, puesto que numerosos
patronos y numerosos obreros, lejos
de estar separados y hostiles, viven, por el contrario, unos para
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MARCEL DE CORTE
los otros en realidades sociales que les son comunes. La lucha de
clases no estalla-más que raramente en
el seno de la empresa, lo
más a menudo es que sea introducida desde fuera con engaños,
por persuasión o por violencia, en la empresa bájo cubierta de una
propaganda que hincha hasta el máximo extremo los pequeños
incidentes de que toda vida en comunidad está tejida.
"La conciencia de clase" es el artificio-P'or excelencia que el
m'arxism¡o im¡pone desde el exterior a los hechos SO'ciales desde el
miomento en que pasa a la práctica ¡,or la propaganda y se trans­
form~
en comunismo de lucha.} comiq en los j>a'Íses aún no con­
quistados, o ya estalYlecido, comro en Rusia, en China y en los
pmí,Ses satélites. Es fabricada en laboratorios para uso externo, en
las centrales de pensamiento,
en los centros de investigaciones y
en las industrias ideológicas del Partido, por medio de diversos
moldes que todos se reconducen al de la "liberación". Estos mol­
des ·quieren alojar
sus miembros en una sociedad constituida de
manera tal
que nos impulsen unánimemente contra aquellos a
quienes su modelo excluye a priori, y destruir de esta forma los
lazos sociales,
Es pues el ariete que golpea incansablemente la
imk'.lginación de los _hombres, los aporrea psicológicamente, los
desarraiga de la realidad social en que se encuentran por naci­
miento y vocación, y los hunde en otra sociedad ficticia y postiza:
La clase en la que se sitúan en sueños, mentirosamente, por m.-i's­
tificación, en la algazara ensordecedora de la propaganda.
El carácter irreal de la clase está demostrado por la necesidad
que acosa
al comunismo de suscitar con incesantes artificios la
conciencia de clases
--esa tripa que inflan como el odre de las
tempestades-y de mantenerla a presión por todos los medios.
Nos encontrarnos aquí en presencia de un mecanismo auxiliar
que tiende a dirigir la imaginación en el sentido que le imprimen
los mecanismos de la propaganda, de tal manera que
la atención
de los hombres se encuentre dirigida hacia la sola representación
mental
de la clase y que ésta les magnetice hasta un punto tal
que formen cuerpo con ella no apercibiéndose de que en ella di­
luyen su personalidad. Identificado así a
su conciencia de clase,
el hombre no es más que una marioneta de la que los manipula­
dores del régimen pueden
tirar las cuerdas a su gusto, según el
fin de la estrategia general y las finalidades de las tácticas par­
ticulares.
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