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El devenir histórico y el cambio

EL DEVENIR filSTORICO Y EL CAMBIO
Las ilusiones de los cambios según pretendía una ley univer·
sal del progreso en la que creen los clientes de la opinión
pública.
c... m,estra cwilizadón ll""a m si misma tales fermmtos, tales
''impulsos, tale.s inquietllde1 y tales aspiraciones, que una renovaci6n
"profunda por S# parte, a11nque /IIBSe r""olucionaria, piensan algu­
"nos, se prod11ce de suyo; basta dejarse conducif-, subrayan los clien­
"tes de
la opinión púbiic,,, basta confiarse "la ley universal del pro­
"greso que cambillrá el aspecto viejo del mundo 1 comeguwá llflO "1Hlt1Vo, 1in que nosotro.s nos oC#flemos áe aju.rtarnos a precursores
"de programas innovadores o a profetd.r de SNeflos inveroslmiles . ,,
•. • ¿q,,é será del hombre en esta metamorfosis gmeral? ¡ Cuán­
"tos fenómenos preconizados
como idílicos en. el siglo pasado han
"tenido después reperCNsiones perniciosas en el campo social, sani­
''ldno, moral dé 11Ne.iko siglo!>
PAULO v1: Afocuci6n en la audiencia general del miércoles 4 de julio («O. R.», 5 de julio de 1973; original italiano, traducción de Ectlesia nú­mero 1.650 del 14 de julio).
La moda, la maroha atrás y el . tiempo en la historia contem­
poránea ..
«Además,
en la historia contemporánea, lo nuevo, es decir, el "progre.so, da testimonio de sí mismo con tale1 conqui1tas y con ta­"les promesas en el campo del saber y del hacer, q,.. sale siempre
"triunfante en
la estimación psicológica de los jóvenes, incluso cuan­
"do lo """"º ha dejado de je, progreso auténtico y se ha conver­"túlo en clara marcha atrá.r, como, por ejemplo, en cierta.r expresio­
"ne.r 11rtlsticas degradadas y en ciertas costumbres licenciosas. Es
"nuevo y ba.rta; es el camino hacia el tiempo futuro, o P01' lo menos "es la forma, es deci,-, la moda para el tiempo real, para el presente. "La moda exteriM, lo sabemos, es 1"eina. Además, la 01'ientaci6n prag-
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"mática 'J utililaria de la esCM,la acl#tll f,wor,ce BSta m8fllalidad en
"detrimento de
otros valores qus p,wecen resistir a BSta inquieta 'Y
"contirma metamorfosis conce{Jttltll 'Y operativa, 'Y qus la historia,
"madre
del pasado y del futuro, comerva en su patrimonio como
"valores perennes, no tanto
por haber sido fJroducidos por ella c""'1-
"to por los que la engendran, Por

otra
parte, este {JrocBSo tiene su
"justificación
y sus ventajas; es el tiempo, el misterioso Jiempo, el
"que lo {Jromusve, y justamente por este dinamismo inexorable nos
"emeña la insuficiencia intrínseca
de las cosas y marca sobre las
"mismas su definición fundamental ccreaturas•; d,J;nición qu•,
de
"rechazo, lanza el esplritu inteligente hacia la pregunta eterna: ¿Dón­
"de est,l
el Cr,ador? Esta es metafísica 'Y es la puerta de la religión.»
PAm:.o VI: Audiencia general del miércoles 7
de agosto de 1974 (texto en «O. R.> del 8 de
agosto-; texto en castellano: Eulesia núm. 1.705,
del ·,1 de agosto).
El devenir his-tó~~' como Saturno, devora , sm hijos.
c... el proceso de ,.,,.stra. búsqueda continúa. ¿En el desierto?
"¿En torno a otras huellas?
La huella de la historia .. ¡ Cuánto se ha
"hablado en el mundo contemporáneo de historia! Es decir, de la
"evolución,
del devenir, del {Jrog,eso, d• la füosofía del espírit",
"como si-fuese una f'eveladó.n; en este continuo camino de tle.rarro­
"llo, capaz de apagar, me¡o, /Ucho, capaz de estimular la sed insa­
"ciable del
hombre. Podríamos recurrir a otra definición blblica del
"hombre moderno: «Pilius accrescens», un joven en camino de cre­
"cimiento (Gen., 49, 22). Una hermosa definición, si no estuviese
"también fundada sobre u;; falso destirlo: El tiempo, Saturno que
"devora a sus hijos.
El tiempo, ciertamente, es la atmósfera de nuss­
"tra vida que
se hace, y que, por ello, se. convierte en peregrirla por
"su naturaleza, en búsqueda, siempre en búsqusda, hacia el futuro,
"hacia _una_ esperanza ... »
4
PAULO VI: Alocución en la audiencia genetal
del miércoles t, de diciembre ( «O. R.», 14 de di­
ciembre de 1972; original italiano, traduccióri de
Ecclesia núm. 1.623 del 23 y 30 de diciembre).
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No todo cambia, algo permanece. ¿ Cómo discernirlo?
« ... ¿En el mundo en que vivimo1 e:dste, mejo, dicho, resiste
"toáavia un sistema moral, el C1kll imprime a la vida su rostro hu­
"mano, tal como nosotroJ hasta aho,a e.rtamo.s aco.stumbrados a con­
"siderar normal y auténtico? PongtmWs de reüe,,e algunos aspectos
"gene,ales de nuestra
época por los que se encuentra profundamente
"turbada nuestra
vida. Por ejemplo, uno de los aspectos más gene­
"rales
de la historia. presente es el cambio: todo cambia. No existe
"ángulo de nuestra vida que esté· inmune del cambio. Toda ciencia,
"todo arte, toda .actwidad, toda relaci6n social, todo fen6meno colec­
"two, como la escuela, los transportes, la economia, la asistencú, sa­
"nitaria y social, .los cuadros legislatwos 'Y políticos ... ; todo cambia,
"la mentalidad pública,
las costumbres ... , hasta tal punto que la his­
"toria de nuestra época

se
caracteriza por los térmmos de evoluci6n,
"de progreso,
de revoluci6n. ¿No cambia también .el ctipo» huma­
"no? ¿Qué permanece de humano,
de moral, en una tramformaci6n
"tan vertiginosa de la vida? Poseemos un patrimonio elevado de con­
"ceptos,. de valoraciones, de tradiciones. ¿Qué
debemos conservar?
"¿Qué
debemos cambiar? .

. • . . . . . . . .
• . . . . . . . . . . . . -.....
". . . nos encontramos ante .un deber nuevo, propio de nuestra
"época,
el deber del discernimiento entre lo que está caldo o, acaso
"mejor:
lo que es perfeccionable, y lo q'fle, en cambio, debe ser es­
"table y fijo, queremos decir que tiene la raz6n de ser inalienable y
"permanente. Digamos en seguida: este discernimiento no lo pode­
"mos realiZM arbítrariamente por nosótro1 mismo1. Miembros como
"somos de un cuerpo social . organizado 'Y ciflü, deberemos reflexio­
"nar
y respetar todo lo que la sociedad legitima 'Y establecida nos or­
" dena y nos exige; un problema de autoridad se impone inmediata­
"mente,
si bien éste no impide soluciones evolutwas, que hoy las
"constituciones cioües admiten 'Y promuB11en. Y esto, tanto más en
"el cuerpo social y místico, que se llama la Iglesia, en el cual el ele­
"mento divino exige un continuo esfuerzo
de perfecci6n, y al propio
"tiempo impone una obediencú, fiel, hasta
el heroísmo, a su iden­
"tidad dogmática y ortodoxa, defendida.
'Y guardada, enseñada e in­
"terpretada por una autoridad legítima, a la que dwinamente
ha sido
"confiado este sBrflicio de caridad para la verdad.»
PAULO VI:· Alocución en la audiencia general
del 5 de julio de 1972 («O. R.>, 6-VIl-72; ori­
ginal italiano, traducción de
Ec:c/esia núm. 1.601
del sábado 22 de julio).
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La historia, el hombre como factor de ella y la Providencia.
c ••• entendemos por historia, ante todo, el arte de descubrir el
"curso ,y el entrelaz"11'iento de los acontecimientos humanos y de
"fiiar obiethlrnnente su rec-do.
" .................
"Estos acontecimientos están, por sí mismos, llenos de misterios
"interesantes a explorar; son, frecuentemente, el resultado de facto·
"res numerosos 'Y distintos, 'J a veces se presentan a nf.?.SOtro.s como
"como ¡erogUficos aparentemente indescifrables, atendido el núme­
"ro
y la variedad de los coeficientes, de los que resulta lo que se ha
n convenido en llama, el marco . histórico, Por fortuna, uno de lo.r
"componentes, el hombre que actúa, es muy fácilmente cognoscible,
"y constituye el obieto más interesante para quien quiere describir
"el desarrollo de los mismw acontecimientos.
"Así, pues, identificar con exactitud al hombre, artlfice de la
"historia; poner en (Widencia su característica, qus es la de un ser
"libre, y,_ en cOmecuencia, lleno de
IMP,esar 'Y Neo de revelaciones
"que pueden brotar del espíritu humano; he aquí -pensamos-lo
"que califica el valor de verdadero historiador, el cual merecg alabanza
"y admiración si, en una descripci6n literaria concreta y al mismo
"tiempo clara y elegante, sabe poner en evidencia al
hombre, prota­
"gonista de la escena hist61-ica
que ¿1 describe y si, al menos, de¡a
"entrever
el elemento creador la personalidad en acci6n, en el ejer­
" cicio
de su libertad responsable.
"
"Pero el hombre no es el único actor que domina el curso de las
"vicisitudes humanas. Estas están dominadas también por otro fac­
"tor, para nosotros imponderable, pero, cierktmente, .ruperiM 'Y de­
"terminante para el designio áefinithlo de la historia humana: es la
"acci6n de Dios,, de la Providencia, cuya presencia secreta en el tiem­
"po y entre los hombres hace de la historia un misterio. Y, cuando
" se trata de la historia de la Iglesia, el misterio se convierte en ob­
''jeto de contemplaci6n, se cofWierte en 11,na especie de sacramento,
"cuya identificaci6n y desciframiento son extremadamente delicados
"y diflciles.»
6
PAULO VI: Mensaje en la reunión de estudio de
la Escuela francesa ( «O. R.», 25 de mayo de 1973;
original ffancés:; traducción de Ecclesia número
L655, 18-25 de agosto de 1973),
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Los cambios en eL mundo y la plenitud más allá del tiempo
a la que nuestra religión se halla ordenada.
«El mt1ndo Ctlmbú, 'Y restJ/ta sUf>erflflo documentar un hecho tan 11g,t111e y tan amplio: cultura, costumbres, o,denamientos, eco110mía, "técnica, eficacia, necesidades, polltica, memaüdrJd, cwilización ... ; "todo está en movimiento, todo en fa.re de cambio.
"Por ello, la Iglesia trop,eza con d;Jictdtades . . .
"
". • . • Ahora bien, en el mundo actual, la religión en ge­"neral 'Y, sobre todo, una religión como la nuestra, determinrlda y "organizrJda, que vive en la escena hist6rica del tiempo presente, r "está ordenrlda a un fin escatológico, es decir, que se realiza en ple­
"n#ud
más allá del tiempo, en una vida futura, niJ parece que pue­
"da tener una existencia próspera.
Se trata, rldemás, de una religión
"que pretende inte,pretar,
más a,ln, preparar los destinos de la Hu­"manidad, y que se coloca como verdad sobre Dios y sobre el hom­"bre, matJstra de nNestra saUJación, y que hasta se alreve a hacer d'el
"amor a Dios --invisible Padre nuestro-y a los hombres -no ya
"lobos, sino hermanos-la ley futidamental, tanto para el ser i1'1Ü­"vidual· como para el social. Una religión seme¡ante, que introduce
"en
el plan natural de la · vida un extraordinario plan sobrenatural,
"que con,vh,e 'Y allfflUI al primero, parece, a. quien ·ob1éroa las cosas "superficialmente, hnpen1able en nrtestro.s dúu,-parece una lglesiti "destinada a extinguirse y a de¡arse sustitw por una más fácil 1
"experimentable concepción racional
'Y científica del mt1ndo, sin dog­
"mas, sin jerarquías, sin límites al posible goce de la existencia, 1in "cruz de Cristo. Y, si cae la Cruz de Cri,to, con todo lo que ella im­
"plica, ¿qué queda de nuestra religión?, ¿qué queda de
la Iglesia?
,,Vistas
ast ltJJ cosas, se comprende por qué la Iglesia se encuen-
"tra en difictJ/tades.
.

. . . . . . . . . . . .
,, .................
"fecunda siempre con energía nueva, con; un pueblo mmze,oso, de "hombres insignes, de hijos devotos,

de
reC#f'sos imprevistos; ·pero,
"abramos
los ojos, ella se encuentra ahora, bajo ciertos aspectos, en
''sufrimientos graves, con radicales oposicione.r, con contestaciones
"corrostfJas.
" .......... ' ......... .
"¿Acaso no se habrá producido ,,,. abi,mo, que parece in,a/.va­
"ble, entre
el pensamiento moderno y la vie7a mentalidad religiosa
"y eclesial? ¿No habrá sido absorbido en la cultura profana el ttnoro
"de sabidurid, de bondad, de ,ociabilidad, que parecfa ,.,. patrimo­
" nio caraeteristico de la religión católica; hasta casi vaeiarla · y pri-
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"varia de sus itmumerables razones de ser, para trasvasar este palri­
"monio a las costumbres laicas
y civiles de nuestro tiempo? ¿Existe
"todavía necesidad de que la Iglesia nos enseñe a amar a
los

pobres,
"a curar y a asistí.- a los que sufren, a inventar los alfabetos para
"los pueblos anafabetos?- ·
" . . . . . . . . . . ....
"Y entonces, ¿no están acaso claros los motwos de la irreligio­
" sidad moderna, del laicismo, celoso de la propia emancipación, del
"abandon.o de
los deberes religiosos por parte de pueblos enteros, del
"materialismo de las. masas, insensible a toda invitación espiritual? Sí,
"la Iglesia
se encuentra en dificultades. He aquí incluso que algunos
"de stis hijos le han jurado amor
'Y fidelidad y se alejan de ella; he
"aquí no _pocos seminarjot casi de1iertos, familias religiosas que,
"difícilmente, encuentran nue11os miembros; 'Y he aquí fieles que
"ya no temen ser infieles · . . . . . . . . . . . . . . ,
" .................
". . . . . ¿Puede la Iglesia superar las dificultades actuales?
"Por suerte para nosotros la respuesta
es fácil, porque no está for­
"mulada por la prudencia humana, ni fundada sobre nuestras pobres
"fuerzas; la respuesta está en la promesa de Cris10:
« .•• non pr-a­
"lebunl» (Mal.,
16,

18);
cesloy con vosotros» (Mal., 28,

20);
«en el
"mundo tendréis apuros; pero confiad.
Yo 11encl al mundo» (Juan,
"16,
33); «el cielo y la li""a pasarán, pero mis palabras no pasarán»
"(Mal., 24, 35). MJr allá de los resultados problemáticos, que pue­
"dan tener nuestras fatigosas vicisitudes, recordad ahora que éstas
"son palabras verdaderas, palabras divinas.»
PAULO VI: Alocución en la audiencia general
del miércoles 11 de septiembre de 1974 (original
italiano «O. R.». 12-IX-74; traducción de Ecclesia
núm. 1,709 del 28 de septiembre).
La resurrección de la carne, según la escatología, incom,pren­
sible para el laicismo. ·
«Escalologút, es un término que, como se sabe, procede del grie­
"go, 'Y quiere decir «último», final, extremo; 'Y en el lenguaje bíbli­
"co puede tener un doble significado, el de ulterior, superior, de su­
,, pervwiente, de sobrenattlf'al, cuando 1.e refiere a una existencia, que
"1obrepasa, en la forma 'Y en la duraci6n, la vida presente, temporal
"y mortal; o. bien puede 1igmficar,
'Y más normalmente, el estado
"prófélii;o concerniente al fin de este mundo, la situación c6smica
"y existencial, como será al término de la · historia, cuando Cristo
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"vuelva, cubierto de gloria, para j,,zg,w a «los vivos y a los muer­
"tos», como no.r permite imagi_nar el--disetw.10 de Cristo sobre la .es­
"cena grandiosa y. misteriosa del ¡,,icio final y de la discriminaci6n
"fa/tal de la Humanidad
(Mal., 25,.31-46). Nuestros textos tradicio­
"nales, siempre auténticos, nos hablan de estas sublimes
y tremendas
"cosas, en un tratado titulado «lo.r novísimos», que trata cuako for­
"midables capítulos: Muerte, ¡uicio, gloria e infierno, a los cuales
"está unido
el del purgatorio, todos documentados con· referencias
"concretas
y enseñanzas dogmáticas del magisterio eclesiástico.
". . . . . . . . . . . . . ahora limitamos nue.rtro inte-
11ré.r 10lamente a tres alusiones .robre este imnenso -cuadro ·e1catoló­
"gico.
"Primero. Sobre la resurrección de Cristo: ¿Realidad, y qué rea-
''lidad,? . . . . . . . . .
" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
". . . . . . . Nuestra doctrina, bíblica, hist6rica, teo/6gi­
"ca, litúrgica, espiritual
-lo sabéis-no admite dudas sobre este
"acontecimiento: ]esuoristo resucitó vsrdatleramente, es decir: des­
" pués de la muerte, una verdadera muerte. El, por virtud divina, vo/.
"vió realmente a la vida, alma 'J CNe,po, pero en un estado nusvo,
"como «hombre celestial» (], Cor., 15, 47), o sea: vivificado incluso
"en su humanidad
por una acci6n superior del Espiritu divino. Es­
"tamos, ciertamente, en lo sllf'f'eal, pero en la verdad, de la que a/.gu­
"nos (Act., 10, 41), y no poco.r (más de quinientos, dice San Pablo
"-1,
Cor., 15, 6-) fueron testigos oculares, " de la que nosotros
"creyentes debemos ser valientes defensores
(

cfr. F.
Prtd, Théol. de
"St. Pattl, 1, 157, ss.; sobre las discusiones actuales: C. Porro, la Ris.
"de Cr. oggi, ed. Pattlinas, 1973). Certeza, pues; bienaventurada cer­
"teza sobre

el hecho
de la resu"ecci6n del Señor .
• . . . . . . . . . . . . . . .
"Segundo punto: Nuestra relaci6n personal y eclesial con Cristo
"resucíttJdo. Esto dice n11estra doctrina: También nosotros, como Cris­
"to, en Cristo, re111cilaremo1. Es extraordinario. Pero es así: La fe
"en Cristo y el bautismo, instituido por El, en el nombre de Dios
"vivo, Padre e Hi¡o
y Espíritu Santo, nos garantizan, si somos fie­
"les, una victoria análoga sobre la muerte; decimos, con inmenso
"asombro 'J con inmenso gozo, .robre la muerte. La muerte, 1111estra
"snemiga suprema, será vencida al fin (1, Cor., 15, 26). ¡También
"nosotros resucitaremos! Cristo es
el principio de este prodigio; El
"es la causa ,¡emplar ( en Cristo, como El debemos resucitar); El BJ,
"además, la causa meritoria (por Cristo, por causa de El, podremos
"resucitar). Este es el csm,plimienlo de IN misi6n me.riJnica, J1te es
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"el milagro de la redenci6n. Este, si queremos co"e.rponder al de­
".rignio ,-edentor, es nusstro · de1tino final; m1estra escatologú,. ,,
"Tercer punto. Nos preguntamos: ¿Pero cómo? ¿Pero cuándo? ,,
" . . . . . . Debemos pregunlarnos sobre la influencia que
"nueska
fe en la vida fUlura, tal como ha sido anunciada por Cris­
"to
y enseñada por la Iglesia, liens sobre nueswa vida en. el tiempo.
"Otras veceJ, este pensamiento Je mantenÍ4 latente, como una
"luz encendida en la oscuridad, tan compleja y tan engañosa, de la
"peregrinaci6n del hombre a lo largo del tiempo. Ahora, en cambio,
"se dma que
se intenta todo para ocultar o para apagar aquella luz,
"para separar de la mentalidad humana. el pensamiento
de la vida fu­
"tura
y para acostumbrar al hombre moderno a formarse una con­
,, ciencia purr,menle temporal, actualista, y para hacer los cálculos
"oriemadores
de la vida denwo, y no fuera, del horizonte de la hora
"actual.
El laicismo radical cierra la mirada sobre el misterio y sobre
"el destino a la inmortalidad del
alma, y mucho más sobr• la visi6n
"de la res=ecci6n prometida.»
10
PAmo VI: · Alocución en la audiencia general
del miércoles 22 de mayo de 1974 (original ita­
liano «O. R.», 23 de mayo de 1974; traducción
de Ecdesia núm. 1.694 del 8 de junio).
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