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La virtud teologal de la esperanza

LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA ESPERANZA
POI.
CAru.os ALBERTO SACHERI ( t).
Querría attaer nuestta atención hacia un aspecto de la realidad
contemporánea, que
. sin
duda está
presente en el espíritu de todos,
pero que es de una importancia tal que casi µos fuerza a retornar
a él sin cesar con el fin de
profundizarlo en todos sus aspe,;tps.
Puede

resumirse en
pocas palabras: asistimos al más formidable in­
tento de aniquilar la virtud teologal de la
esperanza en
la concien­
cia de los hombres. Hace algunos
a.(íos que

Jean
Madiran lo sub­
rayó en lo concerniente al pensamiento marxista. Asimi,¡mo com­
probamos que esta tentativa es una característica común a la ma·
yoría de las corrientes filosóficas conternporán~
Pero, ¿por qué se arremete con tal encarnizamiento a la "perite
filie espérance"", como le gustaba llamarla a Peguy? ¿Qué tiene esta
virtud
sobrenatural que
tan vivamente choca con el espíritu de la
Revolución Moderna? He aquí
las preguntas a las que es muy ur­
gente
dar respuesta. La razón consiste en que la esperanza --<ómo
por otta parte la fe- se refiere directamente a algo profundamen­
te humano. A diferencia de la caridad, que contempla al hombre en
la perspectiva de la posesión del bien sobrenatural
(pqr lo cual per­
manece siempre en nosotros), la esperanza contempla al hombre en
su propia condición, que es la de. un ser inacabado -hamo VÜltor­
itinerante, siempre en trance de esperar su fin, siempre preocupado
por su fin. Ahora bien, el objeto propio de la esperanza sobrepasa
al hombre y siempre lo
sobrepasará, pues
ese objeto es Dios mismo,
captado en
el reflejo de nuestro acto de fe como soberano nuestro
y nuestta eterna beatitud. San Pablo lo expresó. "Tenernos una es­
peranza que

nos hace penetrar hasta
el interior del velo. En la ma­
ravillosa
arquitectura de

la vida sobrenatural,
las tres virtudes in-
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CARLOS ALBERTO SACHEIU
fusas se ordenan una a las otras, de tal modo que la fe está al prin­
cipio de la esperanza (ya que no es posible esperar poder contem­
plar un día a Dios, "tal cual Es", si no creemos previamente en El
y en su palabra) e, igualmente la esperanza se halla en el principio
de la caridad (pues, ¿cómo amar ese Dios infinito sin confiar en su
socorro?:
•Mi gracia te basta").
No es preciso, pues, buscar más allá la raíz de
tantas prostitu­
ciones actuales del amor cristiano.
En ese tiempo de •hemofilia",
de insipidez y de decadencia universales, vemos la fe y la esperan­
za va:cías de su
contenido sobrenatural. La fe en Dios ha devenido
·Ja fe en el hombre" (esto hace.más '"compañero" e incluso ·cama­
rada"); la esperanza en el cielo es derivada hacia el ·paraíso en la
tierra". Es el enloquecimiento"' de las virtudes cristianas de que
ha­
blaba

Chesterton.
Asl, la caridad, perdidos sus apoyos, se transfor.
ma

rápidamente en simple
·humanitarismo" que
constiruye la más
grave falsificación de
la caridad y, en suma, del cristianismo, pues•
to· que

constitoye su núcleo.
Pero nuestros aprendices de revolucionarios, que
han aprendido
la lección de que nada se destruye verdaderamente sinn cuando es
reefilplamdo, se apresuran a hacer destellar ante nu~stros ojos de
cristianos ingenuos nuevas esperanzas y nuevos destinos. Y así el
mundo moderno ve desarrollarse diferentes formas de mesianismo temporal, una diversidad de nuevos mitos.
Razón, Estado, Nación,
Proletariado,
Soberanía popular, Ra2a, Igualdad, Progreso, Opinión
pública, Técnica, Socialización, Descolonización,
Pleromizáción, etc.
Sin

embargo, ya había dicho Moisés:
·No· adorará
la obra de
tos
manos" • . . Era preciso taparse con las criaturas para apagar en nos­
otros

la imagen del Creador.
Los filósofos modernos
han caído, unos tras otros, en los peca­
dos

contra la esperanza que Santo Tomás describe en su
Summa
Teologica: el primero es la presunción, el segundo es la desespera­
ción. La
· presunción,

que es uno de los pecados contra el Espítito
Santo, consiste en que el hombre se apoya en los poderes
dimanan­
tes

de Dios
para encontrar lo que le contradiga, o simplemente en
el hecho de exagerar nuestro
propio valor
personal. Comporta, pues,
la aversión
al· Bien

inmutable
y una conversión al bien perecedero.
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LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA ESPERANZA
En cambio, la desesperación proviene de · que el hombre no espera
participar

en sí de la divina perfección de Dios, Precisamente, ¿qué
bailamos cuando
exaroinaroos con esa luz

las corrientes
modernas de
la

filosofía?
Las más acabadas variantes de la presunción y del or­
gullo.
¿Cómo si

no calificar
Ja tentativa cartesiana y positivista de
oonocerlo todo

por el nuevo método universal? ¿ Y la erección del
"deber" kantiano

en única
norma moral? ¿Cómo designar el

Espíritu
Absoluto de Hegel, que hace real
toda. oosa por

el
sólo ·hecho de
pensarla?
Feuerbach designa su propia doctrina
oomo un "antro­
poteísmo". Marx declara: "El hon,bre es el ser absoluto para el
hombre", mientras
Nietzsche dice: ''Si hubiera

dioses, ¿cómo
acep­
taría
yo

no ser Dios. Por lo tanto, Dios no
existe". ¿Y Te.ühard,
que

nos instala gratuitamente en el confortable
tranvía de

la evolu­
ción
pleroroizante y

nos
oonduce en línea recta al En-Adelante? •.•
Con
razón el

historiador
Ernest Cassirer ha

dicho que, a
partir del
Renaciroi•nto,

la filosofía moderna no ha hecho sino
atribuir al
hombre

todas
las perfecciones que la teología cristiana atribuía a
Dios. Si,
por otra
parte, volvemos la mirada hacia las formas de pe­
simismo, ¿cómo calificar a los filósofos relativistas, historicistas, al
psiooanálisis
freudiano, a
los filósofos del devenir
y de los valores, la
ética de la situación, que niegan al hombre toda posibilidad
de ac­
ceso a las verdades "absolutas" -¿Y nuestro caro Jean-Paul Sartre,
que

define al hombre
oomo una
"pasión inútil"? (digamos de pa­
sada que si es inútil, ¿por qué
poner tanta

pasión respecto a
él?).
Esta
son

las filosofías de la desesperación, del absurdo y, por
oonsi­
guiente,
de

la nada.
En vista de
esto" el padre De Foucauld decía: "Siempre había
creído, antes de comenzar mi ministerio, que me era preciso supli­
car la humildad y la paciencia. Nunca había sospechado que más
necesitaría pedir la audacia
y el valor".
En un
cuadro as~ la palma oorresponde, sin

duda,
al modernis­
mo progresista, puesto que ha conseguido sintetizar los dos peca­ dos en una roisroa
· doetrina.· De

una
parte, vacía el dogma de

toda
su substancia, exigiendo nuevas fórmulas, todas provisionales, a pre­
texto de adaptación, de superación, de renovación; de Otra parte,
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CARLOS ALBER1'0 SACHERJ
nos propone que salvemos la Iglesia (no a todos, no a nosotros es­
pecialmente) convirtiéndola al Mundo ...
La menor cosa que a este respecto puede decirse es que estos
amantes de novedades se
engañan grandemente ( como la mayoría
de los amantes) ya que este orgullo, que es la negación de la
espe­
ranza
cristiana,

es
tan viejo como el mismo Adán. No significaba
o,:ra cosa

Peguy cuando decía. que "el
más viejo error de la huma­
nidad" era la creencia de que nunca había habido nada
tan bueno,
tan bello, como Jo alcanzado en nues,:ros días. Esa bobada -qne Jo
e&-consiste en no saber ver que todo esto, que buscan ciega y
desesperadamente, nos Jo había
prometido Cristo ya hace mucho
tiempo. Pues, ¿qué "sobrepasar" es superior al logro de la visión
de Dios cara a cara? ¿Qué "desarrollo"
más elevado puede haber
que el
logro desde

aquí de la participación en la vida divina por la
gracia?
La ciencia del bien y el mal no es sino la sabiduría de Cris­
to ¿Qué dicha es superior a la vida virtuosa? ¿Qué orden social es
más
armonioso q_ue el

de la Ciudad cristiana
respetuosa de
Dios y
de la ley natural? A
todas aquellas divagaciones , la conciencia cristiana opone un
NO simple y radical. Rechazamos los
"landemaim qui chantent",
púes se convierten en rechinar de dientes, rechazamos la sociedad
sin clases qne no es sino una nueva
máquina del despotismo totali­
tario

y
tecnocrático, y
por encima de todo
r,,cba:ramos que
la Igle­
sia deba

intentar salvarse convirtiéndose al Mundo, puesto
q_ue '-como
aprendimos

en el humilde catecismo de
nuestra niñez-solamente
la

Iglesia ha recibido la promesa de la
vida eterna, y

siempre res­
ponderemos a este mundo
sin brújula, con estas palabras de Ber­
nanos: "No son nuestra
angustia ni nues,:ro temor
Jo que nos hace
aborrecer al mundo moderno; lo aborrecemos con toda nuestra es­
peranza.''.
El cristiano, animado por la esperanza sobrenatural, se halla más
allá del pesimismo y del optimismo. Sabemos que nuestra vida es
una
mezcla de
Pasión
y de Resurrección, y en este afio de nuestra fe
(que

también es el de
nuestra esperanza),
con Job (pues Job
y el
Apocalipsis son las
lecturas para

los tiempos de
grandes pruebas),
repetimos en alta voz: "Se que mi Redent0r Vive·"y, por eso, que
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LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA ESPERANZA
resucitaré de la tierra en el último día, esta esperanza descansa en
mi seno". Todos somos peregrinos, viatores, itinerantes que goza­
mos desde aquí del goro de nuestro destino Spe gaudentes: "Tened
el goro que da la esperanza", dijo el Apóstol. Debemos pedir, pues,
a Nuestra Señora de
la Santa Esperanza que nos consiga a todos la
gracia de nuestra mutua conversión.
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