Índice de contenidos
Número 131-132
Serie XIV
- Textos Pontificios
- In memoriam
- Estudios
- Actas
- Congresos
- Ilustraciones con recortes de periódicos

Autores
1975
De la sociedad a la termitera, pasando por la «disociedad»
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA PASANDO
POR LA "DISOCIEDAD"
(*)
POll
MAB.CEL DB CoRTB.
Catedrático de Filosofía: de la Universidad de Lieja.
I
En contra de la inmensa mayoría de los sociólogos actuales (y
de los intelectuales de
todas clases, laicos o eclesiásticos, que repiten
devotamente sus
doctas charlas),
planteamos el principio inme
diatamente evidente de que existe una
naturaleza humana, y de que
la definición del hombre como
animal social es válida en todos los
tiempos
y en todos los lugares. Si, más esencialmente todavía, es
cierto que el
hombre es
un
animal racional, su definición como
"won politikon" dependerá radicalmente
de la
esttuctuta de su in
teligencia y de las
diferentes categorías
de realidades que pueda
contemplar. Compuesta de hombres dotados de
razón, la sociedad
es, en todo tiempo
y lugar, un conjunto de seres humanos, cuyas
funciones en la "ciudad" se
clasifican según
los objetos de las di
versas actividades
que su
inteligencia es
capaz de realizar.
Así nos lo
demuestra la
historia. Georges
Dwnezil ha probado,
como conclusión de los
admirables análisis
realizados durante
lar
gos años, que la sociedad indo-europea, de la que proceden nuestras
sociedades occidentales y gran riúmero de otras asiáticas, americá-
(*) Discurso de apertura del «II Convegno Romano de la Fundazione
Gioachino
Volpe:
U11a sociedad contra el hombre, que tuvo lugar en Roma los
días 9 y 10 de abril de 1974 (cfr. en VERBO, f24-125, pág. 386, la reseña
de
dicho
Convegno y, en las páginas 387 y siguientes, la ponencia allí_ des
arrollada por Juan Vallet de Goytisolo «Líneas de defensa poüticq-jurídicas»).
La traducción la hemos efectuado directamente del texto francés, publicado
en L'Ordre Franrais, núms. 180 y 181 de .abril y mayo de 1974.
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MARCEL DE CORTE
nas u oceánicas, estaba basada en una división tripartita de las fun
ciones desarrolladas por sus miembros, de la cual es proyección sim
bólica, en el
dominio religioso,
la célebre
tríada capitolina
de
Jú
piter, Marte y Quirino. En todas estaS sociedades, "los principales
elementos
y rodajes del mundo y de la sociedad eslán distribuidos
en tres dominios armoniosamente ajushldos, que son, por orden
crecienu de dignidad: la soberanú,, con su aspecto mágico y juri
dico y como una especie de expresi6n máxima de lo sagrado; la
fuerza ji.rica y el valor, que #ene como manifestación más visible
la guerra victoriosa; la fecundidad
y la prosperidad, que son asegu
radas
por el trabajo de la tierra y el artesanado". A cada uno de los
dioses de esta triada corresponde una función específica de las tres
castaS que componen la sociedad: casta sacerdotal, encargada de po
ner a la comunidad en relación con lo divino; la casta de
los com
batientes, dedicados
a su
defensa; la
casta de los
trabajadores ma
nuales,
cuyo menester es la producción de los bienes materiales ne
cesarios pata la subsistencia
de todos sus miembros.
Esta
tripattición social
responde,
exactamente, a las tres ~vi
dades
propias
de la inteligencia humana, irreductibles unas y otras
por
razón del carácter específico
de sus respectivos objetivos:
con-
templar, actuar, hacer.
La primera se orienta a conocer por conocer, a descubrir las
causas y la "Causa" primera de toda realidad, a reunir los resultados
de la investigación en una concepción global del universo
y a tranS
mitir a los demás su contenido, mediante adecuada enseñanza.
La segunda tiene como finalidad la realuación de bienes propios
al hombre, que la voluntad iluminada por la inteligencia busca in
cansablemente, de los cuales el mej~r, hnroanam~te hablando, es
el bien común, que consiste en la unión de los diversos miembros de
la sociedad y su protección
contra las amenazas de
disolución inter
na o externa.
La tercera tiene la función de transformat el mundo exterior y
mediante
esta operación, producir todo cuanto es indispensable
al
hombre para subsisitr.
No existen otras actividades, específicamente humanas, que
ésias:
primera, la actividad filos6jica, teol6gica, científica, a cualquier nivel,
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Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
incluso embrionario, y aunque esté mezclada de esoorias, a la que
loi griegos
aplicaban la
bella denominación; hoy desacredit:acla, de
actividad teórica (theoriti)
en la cual la inteligencia, en su esfuerzo
para conformarse a la realidad y para ser verdadera se humilla, pot
así
decirlo, ante el
Ser y ante el Principio del Ser que la trascienden;
segunda, la actividad prJclica, que los griegos denominaban praxós,
en la cual, para conformarse a la definición del hombte como ani
mal político programado en la naturaleza humana, la inteligencia
y la volunt:acl, íntimamente fusionadas, se inclinan, a su
vez, ante
ese
fin último
que, hnroaoaro"'lte hablando, las supera y sin embargo
las constituye: el bien del todo social del que el individuo fotrna
parte;
y, tercero, la actividad que podríamos denominar, en senti
do amplio,
poética o laboriosa, por la cual la inteligencia. y la vo
lunt:acl,
oportunamente asociadas, producen (en griego: poiein y
poiesis) una serie de objeros artificiales y exteriores al agente que
este último necesita para vivir.
Tales son las actividades propias del hombte, como hombte: la
de
la inteligencia, cuyo objero es
lo verdadero; la de la inteligencia
y
la volunt:acl conjugadas, cuyo objero es el. bien de la ciudad, sin el ·
cual ningún otro bien humano, por alto que sea, puede existir; la
de la inteligencia y la volunt:acl
teunidas, aliadas
manualmente, y sus
desarrollos mecánicos, que tienen por objeto
lo tílil. Tal es, tam·
bién, su jerarquía: en el vértice, la actividad intelectual, que re
.cae
sobre
la universalidad del Ser J de lo verdadero; en el centro,
la actividad inteligente y voluntaria, cuyo fin último que
trata de
alcanzar tealroente aquí abajo, en el curso de nuestra exiscencia, no
puede
ser en plenitud sino
el bien del lodo social, que como bien
superior se impone a cualquier
otro tipo
de bien particular; en la
base, la actividad inteligente voluntaria y manual, cuyo fin es la
sa
tisfacción
de las necesidades materiales
inherentes a
la vida
humana,
que
de ese modo se encuentran radicalroente
particularizadas e ,,._
dividua/izadas,
pues sólo el individuo en carne y hueso puede con
swnit las utilidades económicas necesarias para su subsistencia.
AJ hallarse toda actividad diversificada y jerarqui2ada en fun
ción de su objetó, -no es de extrañar que la tripartición que acaba
mos. de descubrir en el seno del alma humana haya generado su
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MARCEL DE CORTE
correlativa en la Ciudad, que el hombre, animal político, construyó
en el curso de su paciente e infatigable
búsqueda del
vivir mejor.
Así, toda sociedad organi,ada ofrece, en todo tiempo y lugar, más
o menor . visible, más o menos enmascarada, la figura de un ttébol.
No es de
extraóiu: ver la ttíada capitalina de Georges Dumezil y
sus diversas encarnaciones arcaicas, extendiéndose hasta el final en
los ttes órdenes del
clero, la nobleza y el tercer estado, cuya articu
lación constituía
la sociedad ttadicional. A decir verdad, no es de la
sociedad tradicional de Jo que debería hablarse aquí, sino de la so
ciedad eterna, de
toda sociedad digna de este nombre y de la reali
dad que este nombre significa. El dinamismo propio de
la naturaleza
humana
no puede desplegarse más que
sub ratione veri o sub ratione
boni hones#,
o bien ,ub ratione boni utili,; se añadía a éstos el
bonum delectabile, según la famosa imagen de Aristóteles, como a
la faz la flor de su tez. Desde entonces, al nivel de la naturaleza
social
del hombre, este dinamismo
sólo puede producir como efecto
una
sociedad en
la que los miembros desplieguen sus actividades orien
ta
Solamenre así la sociedad puede hallarse ordenada y jerMqui
zada. Su estructura normal responde no solamente al conjunto de
los caracteres esenciales del hombre (inreligeocia, voluntad, cuerpo)
sino a su unión, a su complementarieclad, a las relaciones mutuas y
necesarias que se anudan entte eJJas. Por poca atención que se pon
ga
en examinar
estos ttes órdenes que componen
la sociedad según
la naturaleza y la historia, se les halla tan inseparables y tan ligados
unos con ottos, como Jo están
las ttes formas que hemos distingnido
en el
seno de la inreligencia,
única y
indivisible, de la que
cada ser
humano está provisto: inreligencia
especulativa, inteligencia
prácti
ca, inteligencia poética. Según
cual de estas formas sea· la que pre
domine en un individuo, éste adoptará tal
género de vida, diferen
te del de su vecino, o tal otto.
La noción de género de vida nada
tiene de exterior ni de arbittario. Se deduce del objeto, de la reali
dad a la cual se orienta el hombre en el curso de su existencia.
En toda sociedad que haya logrado un cierto punto de madurez
es fácil discernir, bajo las capas sedimentarias, bajo las lentas
ttans
formaciones tel6ricas, los plegamentos, los hundimientos y los al-
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DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
zamientos debidos a los seismos y a los cataclismos de la superficie,
la presencia, en diversos grados, a veces ínfimo5; jamás nulos, siem
pre efectiva, de tres clases de hombres, sin las cuales
ningnna co
munidad
es posible: la que los alimenta; la de quienes se cuidan
del mantenimiento,
de su defensa, de su concordia y de su existencia
colectiva,
y la de aquellos que les comunican una concepción religiosa
de la vida
y del mundo, con la cual sus inteligencias y sus voluniades
se adhieren a realidades consideradas como inmutables
respecto de
las cuales todos reconocen su trascendencia y unión. Sin la primera,
ninguna comunidad puede subsistir materialmente; sin la segunda,
ninguna comunidad subsiste histórica
y orgánicamente; sin la ter·
cera, ninguna comunidad subsiste espiritualmente. Los tres géneros
de vida que
ya reconocían los pitagóricos: la vida contemplativa, la
vida práctica y la vida "apoláustica", que procede de la industria
y
del comercio, son definidas por sus distintos objetos, aunque tam·
bién solidarios. El macrocosmos social resulta correlativo al micro
cosmos humano.
La tendencia de toda sociedad es durar y escapar de los golpes
del
a,ar, de lo arbitrario, de la relatividad del tiempo, tal · como
dura
la naturaleza, principio inmóvil del movimiento en el
ser en
que
se asienta. Siempre ha tratado de fundarse en un
factor que
es
capa radicalmente a los caprichos de los individuos y a la incons
tancia del
azar, a
saber sobre
la familia; fruto de la necesidad bio
lógica propia de la especie humana como
· de
cualquier otra espe
cie animal
y, por lo tanto, sobre el nacimiento, única realidad que,
en mi, escapa al impulso de
mi deseo, con mi naturaleza de hombre,
romo la etimología lo
demuestra.
Es.;; es la razón de que toda so
ciedad llegada a la existencia política, esté compuesta no de indi
viduo, o de personas, como cree la mentalidad equivocada de nues
tros contemporáneos,
Jino de familia,. No se hace lo social ron lo
personal;
no se hace lo
romún ron lo
que es propio de Juan, de
Pedro, de Pablo,
etc. Tal pretensión es rigurosamente contradicto
ria.
No se hace lo social más que con lo que es social, como no
. se
construye
un edificio
ron otra
cosa que con mortero
y ladrillos, no
con granos de arena yuxtapuestos.
Apoyada en la roca inquebrantable de la familia, que le asegu-
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MARCEL DE CORTE
ra su continuidad biológica, la sociedad política trató siempre de eternizarse, introduciendo en los tres órdenes que la componen el
determinismo del nacimiento. Como decía HOlderlin, "es el naci
miento
lo que decide en su mayor parte todo lo demás''. En la épo
ca medieval, cuando la tripartición social aparecía
casi en estado
puro,
cada ser humano nacía en un orden determinado y también
determinante.
Se nacía oralor, hombre de contemplación, de oración,
en virtud de una predestinación divina que situaba al elegido en el
orden
de Melquesidec; se nacía bellator, porque los antepasados se
habían dedicado siempre a
la defensa del
grupo y habían transmitido
ese honor a cada generación, el honor onus; se nacía laboratur por
que las circunstancias impulsaban al individuo a las tareas menos
gloriosas, pero menos peligrosas, de alimentar a los miembros de la
comunidad. El clero, cada vez que falta
a su
misión, pretende sustituir su
propio veredicto a las solicitaciones divinas y se siente tentado por
el nepotismo. En forma semejante, a su vez la nobleza se enorgu
llece de su nombre prestigioso, sin preocuparse de la sustancia que este nombre
significa, y
el tercer estado se ve irreductiblemente con
tinado a las tareas inferiores, propias de su estado. Cuando los órde
nes que componen la sociedad
se repliegan sobre sí mismos, no asu
miendo ya como fin el servicio al bien común, alzan entre sí barre ras que excluyen cualquier posibilidad de pasar del uno al
otro
nivel,
según sus vocaciones, y de rechazo impiden que los
mejores
de
sus miembros se
comuniquen entre
sí, llegando entonces la escle.
rosis y la muerte.
Esta es la razón por la cual las sociedades necesitan de un ele
mento
coordinador suprémo, de un regulador que sepa subordinar
el bien de los individuos y de los grupos
al bien
común del con
junto y a las exigencias
conjunt
de identidad
y de diferenciación propias para la vida y para su des
arrollo
orgánico. Ouk agathon poluk.oú-anie beis kowanos esto, el
poder de la multitud no es bueno, cantaba ya Homero, que no haya
más de un solo jefe.
Un rápido
y supersónico sobrevolar en la historia· nos muestra
que los tres órdenes
que componen la sociedad se han reducido fre-
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DE LA SOCIEDAD A LA TER.MITERA
cuentemente a dos. Es fácil comprenderlo. Los fines respectivos de
la inteligencia especulativa y de la inteligencia práctica son estric
tamente
obietivos, el primero en la línea del conocimiento y el se
g-ando en
la línea de
la acción. La verdad de la inteligencia especu
lativa se
define por la correspondencia del pensamiento con
la rea
lidad. La verdad de la inteligencia práctica resulta de su conformi
dad con el fin último que persigue y que no puede ser en esta vida
sino el bien común de la
sociedad, la unión, la concordia, el enten
dimiento, la armonía de todos los elementos que interfieren en su
síntesis. En el primer caso, el objeto está dado. En el segundo hay
que hacerlo, darle existencia: preexiste a la acción, es muy claro,
porque sin él y sin la atracción que ejerce, la acción jamás podría
realizarse, pero debe ser revigorizado sin cesar,
realizado y, por
decirlo así, resucitado mediante actos, de por sí efímeros, que re
nueven su existencia y,
al mismo tiempo, su atracción. La inteligen
cia poética obrera, fabricatriz de objetos útiles para la vida del agen
te, sólo -puede tener, como fin en sí mismo, el agente, el sujero
como tal. La magnífica expresión popular lo dice: se modifica el
mundo exterior, se trabaja para
"ganar la vida"', y la vida es lo
más intensa y más radicalmente personal del hombre, más irreducti
blemente incomunicable.
Finis cufuslilet fadentes, in quantum fa
cien#s
escribe, con todo rigor, Santo Tomás, est ipsemet. Así lo
quiere la
naturaleza de las cosas: la inteligencia especulativa 'se apo
ya
en lo
universal, la inteligencia práctica en lo público, que es su
correlativo a escala de la acción, la inteligencia obrera en lo
priva
do. El hombre es el único animal racional, el único animal político,
porque es el único animal capaz de vivir me¡01'. Pero participa con
los otros animales, en un grado muy superior, debido a la excelencia
de la inteligencia sobre el instinto, en el arte de transformar el
mundo
exterior para su uso, con el fin de
vivir y sobrevWir. Las
funciones de lo especulativo y de lo práctico se han confundido,
con frecuencia, en el curso de la historia, porque aseguran el
meior
vivir,
porque elevan al hombre a la esfera propiamente humana de
lo verdadero
y del bien universales. Los sacerdotes fueron, al mis
mo
tiempo, dirigentes
políticos,
y los dirigentes pollticos, con más
frecuencia todavía, fueron revestidos por sí mismos, o por la ciudad
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MARCEL DE CORTE
que regían, de un valor sagrado. Estas funciones se han distinguido
siempre
de la función obrera, fundada sobre el vwir. Toda la histo
ria de
la humanidad da testimonio de esto.
Se puede incluso decir que esta dicotomía fundamental fue la
regla durante la antigüedad, ya sea con el predominio de lo religioso
sobre lo profano, como en el pueblo judío, bien con la divinización
de
la Ciudad y el culto a los emperadores corno entre los griegos
y los romanos. La aparición del cristianismo restituyó la sociedad a
su
tripartición natural. Pero Cristo hizo infinitamente más que dar
al
César
lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, en el plano
que
resultaría
horizonlalmente común y que debían compartir confor
me normas generatrices de inevitables conflietos
en los cuales se halla
rían frente a frente. Con firmeza, Cristo proclamó, a la vez, su rea
leza
("Tu has dicho, 'Yº soy Rey") y el carácter esencialmente sobre
natural
de su reinado ("Mi reino no es de este mundo"). En la es
calada de las tres tentaciones a las cuales se somete su humanidad,
había ya rechazado la más fascinante, aquella que no cesará de se
ducir a sus discípulos, el reinado mesiánico universal de orden tem
poral: "El
diablo, de m,evo, le Uev6 sobre una mo11lafla mU'j eleva
da,
y mostrándole los reinos del mundo con su gloria ( omnia regna
mundi
et gloriam eorum), le dijo: Todo
esto te
daré si cayendo •
mis
pies (cadens) te prosternas ante mí (ador,weritis me). Entonces
Jesús le dijo: Retírate Satán, porque está escrito: Ttí adorarás al
Seiio,, tu
Dios, 'Y servirás s6lo a El (et illi soli servies)"_ Los teXtOs
son formales: por encima de la sociedad natural y en un plano dis
tinto, en
el vertical, hay otra so&iedad, radicalmente sobrenatural en su
origen y en su fin,
en
la que Cristo une, corno hijos de Dios
(filias
Dei),
a "todos aquellos que creen en su nombre, que no son na&i
dos de la sangre y del deseo de la carne, ni del deseo del hombre,
sino de Dios mismd'.
Dos sociedades, la Iglesia por una parte, el Estado por otra, es
una
innovación absoluta en
la Historia de la Humanidad. Esta irrup
ción de lo sobrenatural en
la naturaleza social del hombre no sólo
hubieta dejado de perturbarle, e incluso hasta destruirle, si lo
sobre
natural
y lo natural no permane&ieren al mismo tiempo diferentes
y éomplementarfos.
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DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
A este respecto, y aun a riesgo de recorrer los siglos de manera
abrupta
y apresurada, lo que hará dudar de la pertineocia de nues
tro juicio, no dudamos eo decir que la historia de la sociedad se
divide eo tres períodos hererogéneos. El primero es el de la Antigüedad
pagana, eo el cual el indivi
duo se subordina natural y espontáneameote a la sociedad, como una
parte al todo, y como el bien particular al bien.
comÚIL Es la épo
ca eo
que Sócrates, condenado a beber cicuta, rehusa ceder a las
pro
posiciones
de sus amigos, que
han planeado librarle de su prisión.
Desobedecer
las leyes de la ciudad no es un crimen, es un sacrile
gio. No hay otra moral que la política. Separar el destino de la per
sona del destino de la Ciudad es ioconcebible, no solameote en es píritu,
sioo de hecho. Y esta es la razón de que,. en la Antigüedad
griega y romana, eo su madurez aúrea, se ignore todo de nuestra
moral individualista.
Actuar moralmeote o conforme
al
bieo es obrar
sabiamente, es obrar conforme al único bien que aquí abajo trascien
de a la persona: el
bieo común. Aristóteles, fiel discípulo de Pla
tón en este punto, proclamó que la política es la ciencia ,wquitect6-
mca por excelencia. La sitúa en el vértice de la jerarquía de todos
los conocimientos propios del hombre como hombre, e incluso, en
cierto sentido, por. encima de la ciencia especulativa, cuya posesión
es, en ciertos aspectos, así nos lo dice, •• má.r que h#'l'IUl1la'1
, a causa
del movimiento que la eleva hacia
la inaccesible causa ttascendeote
del
ser que es Dios.
Separar su suerte de la suerte de la ciudad es
una aberración, una locura, cuyo
aeto es
inmediatamente sancionado
con el
exilio, que·
los antiguos consideraban como el peor de los
cas
tigos.
El
alma pagana de un Víctor Hugo no se equivoca en este
aspecto:
¡
Ah! ¡No exilemos a nadie! POf'que .el exilio es una impiedad.
La actividad de contemplación, la más alta, sólo es tarea de al
gunos: los
sabios. ¡ Y sin embargo! •.. El objeto supremo de su sabi
duría no se revela en ellos más que en algunos momentos. También
la rarísima sabiduría' especulativa debe,
humanamente hablando, ce
der su
puesto a la sabiduría práctica,
a. la política. El bien común del
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MAR.GEL DE COR.TE
Universo permanece, para los "happy few", distinta del bien común
tanto como del bien privado. La tripartición en
las funciones hwna
nas
es respetada,
en teoría, en el doble sentido de la palabra, pero,
de hecho, lo metafísico, lo religioso, para la inmensa mayoría, se
confunden con el único fin cuya trascendencia imita la trascenden
cia divina: el bien común de la ciudad. Así se
explica, pues, el
porqué la Antigüedad divinizó, no a los sabios, sino a los héroes
defensores e ilustradores de la ciudad: la política absorbe, en sí, el
dominio separado, prohibido
e inviolable que constituye el objeto
de una reverencia religiosa, que ·se
identifica con
lo
sagrado. Fuera
de
su recinto venerable no hay
más que lo profano, no hay más
que lo que es extraño a la religión y a la sociedad confundidas, no
hay más que lo privado,
lo individual, la búsqueda del · alimento, de
los bienes materiales, lo econ6mico.
La invocad6n de Antlgona, en relación con las leyes no escri
tas, nada tiene de reivindicación de la conciencia individual contra
la
ley común, como piensan los ignorantes. No se
trata de la expre
sión de
un conflicto entre la sociedad y
"el derecho imp,esoriplible
de
la
persona humana", sino que traduce simplemente el aotagonis
mo que siempre subsistió, a In largo de
la Antigüedad, entre el ele
mento religioso y el elemento político, a
pesar de su amalgama. La
ley no escrita es la ley de los dioses, que prescribe el enterramiento
de los muertos; la ley escrita es la
ley de la ciudad, cuyo destino
preside
Creón, y que tiene también un valor que trasciende a cual
quier reivindicación personal. La oposición entre Antlgona y Creón
es
el resultado remanente de la distinción entre el objeto de la in
teligeocia especulativa
y el objeto de la inteligencia práctica, entre
lo
religioso
y lo socia~ que la Antigüedad pagana ha querido siem
pre fusionar entre sí, en función de sus trascendencias idénticas, a
su manera de ver, una a otra.
Con el Cristianismo comienza el segundo período de la historia
de la sociedad. El Cristianismo inaugura un tipo de sociedad absolu
tamente único en la Historia, una sociedad sobrenatural de personas,
individualmente llamadas a participar en la vida divina.
La Iglesia
está constituida por el pueblo de los bautizados.
Sólo se
bautiza a
personas, no a grupos,
colectividades, pueblos
o naciones. El bau-
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DB l.A SOCIEDAD A LA TBR.MlTBRA
tismo es el naci.J;niento a una nueva vida, la vida de la gracia, y todo
nacimiento, como toda muerte, es_ individual. Se nace solo y se mue
re solo, los grupos no entran en la inmortalidad de fos bienaventu
rados. Todo lo más, la gracia implica la respuesta
final del hombre
a la llamada personal de Dios.
Proprias oves vocflt nominatim, dice
el Buen Pastor: este
llama a cada una de sus ovejas por su nombre.
La salvación es individual. No se concede a la sociedad, cualquiera
que sea la forma humana bajo la que se presente: familia, o, en el
límite, la humanidad. Se trata de una metáfora, pura y simple, la
de
"la salvación de la humanidad". Esta no se considera como enti
dad colectiva, sino como la suma de los elementos individuales ..
Elegi
vos,
yo os he elegido individualmente, uno a uno, dice Cristo a sus
discípulos. Lo comunitario de la Iglesia surge de la adhesión de cada
ser humano individual a la verdad revelada
y de su relación propia
con Dios, ya se trate del cristiano reducido a su
más simple
expre
sión, del
más grande
de los místicos o de la Santísima Virgen
María.
Lo que es verdadero en el seglar cristiaru¡ lo es todavía más en los
miembros del clero propiamente dicho: cada uno de ellos es llamado,
por vocación personal, a recibir el sacramento del Orden Sagrado.
La Iglesia, visible e invisible, es una sociedad de personas. Es la única sociedad de personas posible. Posible, sin lesionar
el principio de
contradicción, porqqe se
sitúa al nivel del misterio
de la elección divina: Cristo,
dándose como
objeto de amor a
cada
uno de los miembros de su Iglesia en particular, reúne a todos y los
comunica en su Persona, conforme la prodigiosa fórmula de Bos
suet:
"La Iglesia es Jesucristo derramado y comunicado". La per
sona no padría
jamás, por sí sola,
entrar en relación
reaL profunda,
ontológica,
con la persona del prójimo, sin la gracia dispensada por
el único Mediador: es, primeramente, por su comunicación con Dios,
por lo que comunica con el prójimo, en quien Dios e.rtJ presente,
como está presente en ella mism11-, y su Ser y el del prójimo se
unen así en Dios. Sólo sobrenaturalmente podernos
amar a
nuestro
prójimo, si amamos a Dios,
y si Dios nos ama. Del yo al tu el abis
mo es infranqueable si Dios no lo colma. Este es el sentido
exaeto
del
mandamiento
"ama a tu p,6¡imo como a ti mismo". Amar so
brenaturalmente al prójimo es
amar .su
relación sobrenatural en Dios,
103
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORJ'E
que lo constituye, y es amar a la vez como a uno mismo estando
el propio ser ligado sobrenaturalmente a Dios. Dios es el principio
sobrenatural que
incluye al otro, al
tercero; es el intermediario obliga
do entre la
persona y
la persona, porque
está en mí como en ti, se
gún
la
bella fórmula de
Claudel, alguien que está en mí y en ti es más
yo mismo y tú mismo que tú y que yo.
Esta es la razón por la que el reino de Dios no es de este muudo.
En este
mundo una sociedad de personas es rigurosamente imposi
ble, porque implicaría comunicación entre seres incomunicables. Tam
poco el amor sobrenatural del prójimo puede ser aquí abajo sino
imperfeao, terriblemente imperfecro, salvo
en los santos. Será
más
allá
de la muerte cuando podremos amar perfectamente a los otros,
porque
Dios será
"todo en todos".
La Iglesia, nuevo Israel, nueva figura terrenal del Reino, funda.
da sobre Pedro que recibió las llaves, es por consiguiente nna
SO·
ciedad estructural y . ontológicamente diferente de la sociedad de la
que somos miembros,
· a
título de
animales políticos.
Es una comu
nidad de personas destinadas a la vida sobrenatural, mientras que la
sociedad es nna comunidad de
familías y de grupos diversos, con
sistente en que sus
miembros puedan
vivir del mejor modo posible
en este mundo temporal.
La Historia de la Edad Media es la de su encuentro, o más exac
tamente, la del nacimiento de la Iglesia y del renacimiento de la
sociedad, a través de las
ruinas y la civilización antigua.
Por
paradójica que esta aserción parezca a nuestros oídos moder
nos, aturdidos por el viento de la historia, el Cristianismo, a pesar
de su radical novedad, no perturbó en absoluto el tradicional trino
mio social. Por el contrario, lo consolidó. Con su neta distinción entre
lo sobrenatural y lo natural, estableció una clara división entre
lo sagrado
y lo profano, entre el clero establecido para la difusión
del Evangelio, para la celebración de la Santa Misa
y la distribución
de los Sacramentos por una parte,
y por otra, la nobleza y el tercer
estado, aquél encargado de la
bien
oomún de
la socie
dad y este último del mantenimiento de sus miembros. No se trata,
repitámoslo, de clases en el sentido
marxista del término, ni
de di
visión arbitraria. Los tres órdenes son estamentos, status~ cuadros
104
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TBRMITBRA
jurídicos, que reúnen a quienes forman parte de ellos con exclusión
de los
demás.
Por razón incluso
de su respectiva
condici6n (en latín condere,
fijar-establecer) y de las exigencias obietwa, de sus funciones, que
les colocan en relación con realidades heterogéneas
-el bien
común
sobrenatural, el
bien común
temporal y
el bien privado temporal-,
los miembros de la sociedad no cambian de marco según su fanta
sía o de su subjetividad. Como advierte Jules Monnerot, esta es la
época en que cada
capa social
acepta su puesto, y cada individuo su situaci6n ... Antes
del siglo
XVIII, la idea de sociedad, en el pensamiento europeo,
no se distinguia de la idea de la sociedad· aceptada. El estado fl01'111
de una sociedad era la aceptaci6n, por cada hombre, del lugar en
donde
le hubiera puesto Dios. La realem universal de Crista· no se
extendía solamente sobre la Iglesia, sociedad
sobrenatural, sino
so
bre todas las comuuidades naturales en su reunión, en
uná Ciudad
temporal ordenada de tal manera que pudiera
impartir a
sus miem
bros, en
la
unión y la paz, los bienes de que tuviesen necesidad para
vivir y para vivir mejor. Dominaba la certeza de que la gracia no
destruye la naturalem, sino
que, por el contrario,
la. consolida
como
naturaleza, restaura
su orden perturbado por el pecado original,
fuente de todos los desórdenes, al hacer a los animales· pollticos
más
adecuados
a
realizar su
esencia.
La Edad Media conoció innumerables conflicros entre los diver
so,r órdenes
de la sociedad, entre las cuales no fueron las menores
la querella
_entre el
sacerdocio
y el imperio, o la de las corporaciones
contra el feudalismo y, sin embargo, no sucumbió a la subversión.
Los accesos de fiebre eruptiva,
las revoluciones, fueron numerosos.
Pero jamás hubo, ni siquiera en apariencia, esa fiebre continua, con
suntiva y permanente, signo precusor e infalible de la muerte de las
sociedades, que se
llama Revolución. Los diversos órdenes de la
Ciudad nunca se hallaron en estado de disidencia, unos frente a los
otros. Las secesiones que se manifestaban eran herejías religiosas,
y si sus ondas sísmicas se propagaban a la sociedad profana, su epi
centro
se encontraba
en la fe y no en la
naturalem social
del ser
humano, que, bajo su impulso, conserbaba
intacta su
vitalidad.
La
105
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
sociedad medieval respetó siempre; a pesar de sus taras, este "es
tado de reciprocidad de serflicios" y estas "servidumbres derivadas
de la desigualdad natura/." que, según la exacta fórmula de Maurras
constituyen la sociedad de los hombres. Individuos,
tan numerosos
como se quiera, pudieron tratar de romper el tejido social, pero ja
más intentaron edificar un sistema que pusiera la sociedad en ar
monía con su propia ruptura y la justificara, ni construir una so
ciedad nueva, fruro de su voluntad autónoma, libre respecro de rodas
las necesidades
de la
naturaleza.
Jamás
el cristianismo medieval puso en duda la
naturaleza so
cial del hombre. La aclaración perenroria de San Pablo: "No sois de
vosotros mismo.s", no tiene únicamente valor sobrenatural La obli
gación, el hecho de estar obligatus, ligado, atado a otro, es esencial
a la naturaleza del hombre.
El hombre pertenece, en primer lugar
a Dios,
y está ligado a Dios, está con relación a Dios en una con
dición de pertenencia de la que se derivan las reglas de conducra y
los deberes convenientes a este respecro. La virtud de la religión
consiste en dar a Dios el culto que le es debido, en razón de esta
obligaci6n, de este hecho de estar ligados a Dios de una manera
radical.
La razón humana reconoce esta situación porque ella reco
noce
lo que es, porque ve que la naturaleza del hombre consiste en
estar en sociedad con Dios, y que esto es un hecho permanente,
constitutivo de su esencia misma, jamás sujeto a cambio o mutación
alguna.
Ciertas criaturas, con relación a nosotros, participan en esta tras
cendencia divina, a la coa! estamos onrológicamente unidos. Son
nuestros padres, nuestros antepasados, nuestros muertos, nuestros
bienhechores, todos aquellos de quienes recibimos algo por el solo
hecho de que vivimos con ellos en
una misma comunidad de des
tino. Estamos obligados para con ellos, les debemos la vida, la
cul
tura, la civilización, la paz, el bien común, sin el cual ningún bien
privado existe, etc . ... , porque nos dan todos estos bienes, porque
recibimos de ellos rodas las posibilidades de alcanzar plenamente,
de mod.O" concreto, efectivo, tangible, nuestra naturaleza de hombre.
Por otra parte, en la medida en que nos encontrarnos obligados, de
bemos continuar su obra,
imitar lo
que
han hecho, tratar de segoir-
106
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
les. La estabilidad de los órdenes o de los estados deriva de esto,
como
asimismo el
equilibrio de la sociedad global.
La obligación hacia los otros que se encuentra en toda sociedad
real es un
hecho. de la natMakza que teje entte los miembtos de
una comunidad,
de tniba a abajo y de abajo a arriba, una setie de
debetes recíprocos. El siervo· alimenta al señor,
petO el señor está,
a su
vez, obligado
a dat!e ayuda y protección. El
sietv0 y el señor
deben asegurar
la subsistencia del cleto
y el esplendor del culto de
bido
a Dios, pero el clero les debe la ortodoxia de la fe y la vali
dez de
los sacramentos.
La natMa/,eza del hombre es la de un set obligado, de Jo cual
resultan sus
deberes: a un bien recibido corresponde un bien otor
gado, o, por Jo
menos, la
inclinación espontánea a reconocetlo
y a
recompensar
o
compensar el
bien recibido, de una maneta cualquieta.
Desde que
viene al mundo el hombre
está, por natura/,eza, en situa
ción de obligado,
y es por naturaleza un su;eto de deberes para ottos.
Para
el cristianismo medieval, el debet social es el
primero. La fe
cristiana jamás ha imaginado una declaración cualquieta de los de
rechos
del hombre y del ciudadano. La sociedad es un tejido de obli
gaciones mutuas, entte los órdenes que la
constituyen. Es la cons
titución de una especie de
lazo o de cordón umbilical que .nos liga
constitutivamente
unos a
ottos, que la libettad del individuo puede
cortar
tan pronto
como su capricho lo decida,
peco al
cual no puede
negarle,
sino vetbalmente, la existencia, porque ésta se reconstituye
tan pronto como se produce su fisura.
El tercet período . de la historia de la sociedad moderna, o de
aquello que nosotros designamos todavía con este nombre, co
mienza aquí.
En
las arterias vivas de la sociedad orgánica, rotas por
el individualismo, van a aparecet las cadenas insoportablemente pe
sadas de todas las formas del socialismo. Los aparatos de prótesis sus tituyen a los miembros y órganos del hombre. El
resultado se
des
arrolla ante nuestros ojos: .. nuestros contemporáneos no marchan
ya más que con la ayuda de muletaS, cada más numecosas, cada vez
más onerosas. Ruunt in seNlitNtem. Gritando a coro, los hombres
de hoy exigen del Estado, nacido d.e su locura, que se las multipli
que
y se las haga más pesadas y más dispendiosas todavía. Una
107
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
nueva esclavitud humana, mecaruca, inhumana, se instaura con el
asentimiento entusiasta de sus víctimas. En algunos siglos, la huma
nidad ha pasado del estado de
sociedad a su contrario, hip6crita e irri
soriamente denominado socialismo. Cualesquiera que sean los luga
res
y los tiempos, la lentimd o rapidez del proceso, su itinerario es
siempre el mismo en todas
partes: el
individualismo disociador con
método idéntico: la sustimción de la
namraleza por
el artificio con
el. mismo
resultado: la reducción del
animal político a bestia de
rebaño. Si bien
es· difícil,
cuando no imposible, determinar el origen ra
dical de esta temible enfermedad, que
alcanza tanta
profundidad en
la
namraleza humana y en los insondables decretos de la Providen
cia
que, segón el
adagio, borra para escribir mejor, es posible al
menos, fijar aproximadamente su
acta de
nacimiento
y subrayar sus
causas más visibles.
A este respecto, casi todos los historiadores son unánimes. La
dislocación de la sociedad occidental (y por ella de todas las otras
sociedades del planeta) comenzó en el
Renacimiento, continuó con
la Reforma, estalló con la Revoluci6n francesa y prosigue en nues
tro fin de siglo en
las formas asmtas o violentas de la subversión de
todos los valores,
que el genio de Nietzsche -decadente y lo con
trario de decadente, como el decía -de sÍ mismo- diagnosticó.
El Renacimiento -más allá de los esplendores artísticos que
disimulan el proceso- inauguró la
época del individualismo. Des
de Jacob Bnrkhardt, nadie niega esta evidencia. No dudamos, por
nuestra parte, en considerar que su causa se halla en el Cl'ÜIÚmismo,
pero no en el cristianismo tomado como vector sobrenamral que une
las almas a Dios, ni en el armazón social de la Iglesia, ni en sus dog
mas, su liturgia, sus sacramentos, sino en el oristiam.rmo ·desnatura
lizado, secularizado, humanizado, privado de su foco divino de gra
vitación. Apenas el hombre, por la gracia del
único Mediador y de
la única Iglesia, había sido puesto individualmente en
. armonía
con
Dios, con los miembros de las diversas sociedades de
las cuales for
ma parte, con la namraleza, con el Universo. He aquí que, cómo desde
Jo ve,lical de lo sobrenatural desciende a lo horizontal de lo temporal,
se queda solo frente a cada uno de sus semejantes, frente al mundo,
108
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIEDAD A LA TBRMITEM
frente a la inmensidad del cosmos, sin intermediarios capaces de ha
cerle comprender que se
encuentra situado
en sociedad con
cada
ser, con cada cosa, en la naturaleza, y en las comunidades de destino
concéntricas cuyo último rayo se extiende
hasta el
infinito.
Es más, helo ahí solo, frente a sí mismo, tomando por primera
vez conciencia de sí, considerándose por primera vez como el cen
tro. Es conocida la fórmula: al teocentrismo le sustituye el anttOpo
centrismo. El Dios hecho hombre es sustituido implicablemente por el hombre que se hace Dios, no por
la mediación de Cristo y de la
Iglesia a nivel de lo sobrenatural y de la eternidad, sino por las solas
fuerzas de su propia excelencia, al nivel de su única vida en el
tiempo. Habiendo excedido de su condición de criatura, el hombre
quiere convertirse en creador.
Como escribió Eugenio Garin, el Renacimiento es "un trdmito
de la vi,i6n del ,er cer,ado ,obre ,, mi,mo, a la realidad del hombre
poela, e, decir, credor, del hombre que no #ene que contemplar un
orásn á4do, sncarnar
una emtencia prefabricada por toda la eter
niád, ,ino que ái,pone de po,ibiliáde, infhulaJ
y que virtualmente
carece de límite,.
El mundo, lejo, de e,tar cri,talizdo en formas
fija,, e, maleable ha,la el infinito".
Tal exaltación del hombre nada tiene de pagano. Los griegos
nada temían tanto como el
hybri,, la desmesnra que pretende igua
lar el hombre a los dioses. Los romanos jamás cesaron de creer en
la absoluta trascendencia de Jo divino, incluso cuando lo encarna
ban en la persona de sus emperadores. El origen de esta. glorifica
ción del hombre es cristiana. Para que
la segunda persona de la San
tísima Trinidad baya alcanzado
la condición humana, por amor al
hombre,
era preciso
que
.el hombre
fuera, en ciertn modo,
comor,
divinas naturae,
y lo es en el sentido pleno del término, pero estric
tamente
por
la gracia. Si el anclaje del hombre en lo sobrenatural
ha llegado
a romperse, en cambio
la idea
de su divinización sub
siste en él pero
en hueco, sin que pueda llenar la prodigiosa pro
fundidad, sino imaginariamente, con
las construcciones de su
mente, en otras palabras, por sí mismo. No se escapa al cristianis
mo ni aun, y sobre todo, negándolo. El hombre que n.o adora ya a
Dios, no puede adorar sino a sí mismo. Debe ser su propio creador
109
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
y el creador del mundo, y espera ser, como pretende eo la época con
temporánea, su propio redeotor
y el redeotor de la humanidad.
Pata que
esta primera revolución tuviese
lugar, resulta
demasiado
claro que la noción de verdad debería tener un sentido nuevo, inédi
to
en la
historia humana.
La verdad de ahora eo adelante, no consistirá
ya eo la correspondencia del pensamiento con la realidad, sino, por el
contrario, en
la conformidad del mundo exterior al pensamieoto del
agente creador que lo adapta a sus ideas
y a sus deseos. Lo que impor
ta, de ahora eo adelante, no es
ya contemplar lo que es, ni adaptar la
acción humana a su fin real,
y al Soberano Bien al que el hombre
está ordenado, sino, por el contrario, en someter el objeto al sujeto
mismo a su actividad transformadora. Todos los humanistas, singu
larmente Pico de la
Mirandola, insisten
sobre la libertad que tiene
el hombre para construirse a sí mismo y
pata construir
el mundo
que le rodea,
para· conformar su ser y conformar las cosas a su es
tilo, como si la naturaleza del hombre y del mundo fuesen un puro
deveoir dócil a las formas que el pensamieoto
y la voluntad aspiran
a
imponer. El hombre es ahora el maestro
y el altísimo soberano, el
ser de todas las cosas.
Se puede condensar eo una fórmula la subversión de la jerar
quía de las tres actividades fundameotales de la inteligencia huma
na: la inteligencia
e,peculatwa y la inteligencia práctica (en el
seotido aristotélico del adjetivo) que degeneran cada vez más, son
sustituidas por la inteligencia poética, artesana, obrera, transformadora
del hombre y del mundo. En lugar de la contemplación y de la ac
ción,
que van retrocediendo al último plano, se va concediendo una
exclusiva
y desmesurada importancia a la de fabricación, a la idea de
la plasticidad de las cosas que el hombre transforma y domina a su
arbitrio.
La poesía, en toda la extensión del término, es el momento
supremo de sentir la experieocia que el hombre creador tiene de sí.
Poesía es teología dirá Boceado,
y Mussato afirmará incluso, que
aquella desbanca
y reemplaza a la teología:
110
Quisquis erat vate.s7 vas erat ille dei/
lila igitu,-. no bis stat contemplanda Poesis
Altera quae quondam Theologia fuit.
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
La consecuencia es inmediata: la actividad poética del hombre
va a inclinarse a la
fabricación de una Ciudad nueva, de la cual es,
a la vez, el artesano y el fin. Maquiavelo se
entrega por
entero a
este proyecto, del que la historia
jamás había
conocido
nada igual
y que hace de él el hombre político por excelencia de los tiempos
modernos.
La Ciudad, en adelante, será hecha por el príncipe, ya
sea el príncipe una persona determinada o bien esa multitud de in
dividuos sin rostro y sin nombre, que hoy todavía nos atrevemos a
llamar pueblo.
No es preciso buscar peras al olmo para comprenderlo. Una vez
la inteligencia contemplativa y la
razón práctica han sido elimina
das en beneficio sólo de la inteligencia fabricadora, ya no hay ri
gurosamente más mundo común ni más fin
. común
que la conducta
humana.
La inteligencia de los hombres se libera de . los límites de
lo real, que no ha
hecho ella, la voluntad de los hombres se eman
cipa de la
necesidad del Soberano Bien
y de un bien común, que
no es
obra suya. Todo lo que trasciende y por eso mismo reúne a
los individuos, se desvanece. Ya no queda a los hombres sino
trans
formar la natutaleza y la sociedad, como el artesano Jo hace para
asegurar su subsistencia con la materia que trabaja, tarea que es
privada por definición, en cuanto escapa al deber de asegurar el bien
común de la sociedad, reflejo de un universo en el
cual cada reali
dad se refleja la luz de un Dios único. El individuo, sea a título
privado, o asociándose .temporalmente con otros, no busca ya Otra
cosa que su propio bien.
El Renacimiento no es solamente el período brillante en que
todas
las artes de la actividad poética del hombre se han desplegado
libremente, es el primer momento de la
técnica triunfante, de la
cual sabemos hoy que aprisiona al planeta
en sus
redes.
La primacía
no se atribuye ya a la inteligencia contemplativa, y
al mundo común
donde todas
las inteligencias contemplativas se arraigan, ni a la
ra>.Ón práctica· que obedece en todos los hombres a la imperiosa
atracción del
bien común, natutal o sobrenautral, sino a
la inteli
gencia técnica, que se fabrica un mundo y una sociedad sin miste'
rios
y que conoce a fondo porque ese mundo
, y
esa sociedad sólo
dependen de su propio creador. No hay ya
naturale¾a del ser y de
111
Fundaci\363n Speiro
MAl{CEL DE CORTE
las cosas que resista a la investigación de la inteligencia. Basta en
contrar una técnica adecuada
para comprender, o más precisamente,
para tomar
los diversos sectores de lo real por sus hilos. Basta dis
poner de un buen
Di.rcurso del Método. Basta descubrir, por análisis
paciente, los hechos, las técnicas que hacen del hombre enterado,
capaz de
conquistar y guardar el poder sobre los otros hombres a
quie
nes
solo su carácter de persona privada reúne, en
una "pseudo-so
ciedad",
la sociedad no proviene ya de una naJuraleza social del hom
bre inexistenJe, sino de la voluntad del individuo o de los individuos.
La exaltación del individuo, reconocida unánimemente en el Renaci
miento, está
esencialmenJe ligada a la supremacía de la técnica de
las
diversas artes
que
transforman la
materia y producen bienes ma
teriales útiles. ¿Uciles
para quién? La respuesta viene inmediata
mente:
.para el
individuo, pues
lo útil es personal y es privado, ade
cuado
para uno
e impropio
para otro, y únicamente el ser humano
individualizado
por
su cuerpo material es
capaz de
producir y consumir
bienes materiales. El reino de la técnica es el reino del individuo
o de los individuos yuxtapuestos en
una colectividad, proyección
gigante de
la persona, que el derecho moderno denomina, precisa
mente, persona moral.
¿Cómo se llegó a este punto? Digámoslo otra vez, repetidarnen"
te: por
la secularización del cristianismo que, una vez amputado de
su Fin sobrenarural último, erige infaliblemente como fin al indi
viduo. En el cristianismo está el origen de
la realidad universal de la
técuica que alboreó su novedad en el Renacimiento, pero este cris
tianismo
no
es ya
aquel del que Cristo dio
la buena nueva al mun
do. No se trata del cristianismo de
la salvación sobrenaJural de la
persona, sino de la salvación, en el sentido !imitado, del individuo,
que instituyéndose corno fin de todos sus actos, ya no puede recu
rrir sino únicamente a
la inteligencia técnica, fabricadora de objetos
útiles
.. De
hecho, el desarrollo fabuloso de
la técnica tiene su centro
en el Occidente
cristianizado. Los
griegos e incluso los
romanos,
jamás
celebraron
la técnica como la forma más alta de la inteligen
cia, porque·
no. eran
personalistas, porque no conocían
la eminente
dignidad de
la persona humana, porque no conocían sino la majes
tad trascendente del bien común y de
la Ciudad.
112
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TER.MITERA
II
El advenimiento del individualismo fue el comienzo de la dis
locación de la sociedad
y de los tres órdenes de que su naturaleza
se compone. Con el advenimiento de
una casta nueva: la . inleJli
gentzia, el clero sufre su concurrencia, cuando no es eliminado,
por quienes la integran: intelectuales, sabios, i~ventores, artistas,
hombres de letras, poetas, poseedores, en grados diversos, de una
ciencia nueva o más bien de un arte. nuevo: el de asegurar a cada
hombre en particular, y ante todo,_ a sí mismo, su salvación perso
nal en este mundo, su excelencia, su gandeza, la posibilidad de h¡,.
cerse un nombre, de ser un hombre singula,r, µ.n. hombre único y
asegurar su superioridad sobre otro, ya no dedicándose al bien co
mún de la "Ciudad" sino cultivando su propia gloria o la de
los
poderosos
del día a quienes hubiera
alquilado sus
servicios.
La
nobleza, encargada de manrener y proreger el bien común de la so
ciedad, declina su papel
y sólo se preocupará, en adelante, .de "so:
tener s11 rango". Y he aquí como la burguesía, cuya función es !lli
mentar con su activiclad industriosa a los miembros de la sociedad,
ha ascendido lenta, pero firmemenre, hacia la cima.
En éste como en muchos otros ámbitos, la Italia del Renaci
miento
fue la
impulsora.
La jerarquía de los factores sociales se in
virtió. Fue establecida una alianza entre la casta de )os intelectuales y
la
burguesía ascendenre, bajo la
única directriz
de la inteligencia
poética, construcrora de un mundo nuevo y de una nueva sociedad.
La filosofía y las ciencias, hasta entonces todavía en cierto sentido
contemplativas de lo real,
y orientadas al conocimienro por el co
nocimiento, fueron perdiendo,-poco a poco, su carácter desinteresa
do. Prometeo se convierte en el símbolo del Renacimiento y del hu
manismo. El conocimiento se va orientando, sin cesar, hacia su apli
cación a la transformación del universo, a lo útil, al pragmatismo. La
literatura y las artes prestan su apoyo al Príncipe de Maquiavelo,
manipulador de
las fuerzas sociales en adelante desencadenadas. Y,
al mismn tiempo, en razón del desequilibrio que la inversión de
las funciones sociales y el creciente individualismo junto con la in-
• 113
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
sensible extenuación de la sustancia de los órdenes, provocan una nueva estratificación social, o
más bien
"disocia!". Surge así una es·
estratificación que agrupa a aquellos que destaean en el arte de transformar
los hombres y las cosas, los "'majOf'es", y orra que in
tegran quienes
se estancan en las artes mecánicas despreciables, los
"minores". Sólo los campesinos se aseguran la continuidad del viejo
mundo. Si la Reforma, según la fórmula incisiva de Jacob Burkhardt, es
"la fe de todos aquellos que desean liberarse de una obligación", es
manifiesto
que bajo
este
título se sitúe ella en el eje mismo del Re
nacimiento: el estallido de las
estructuras naturales
de la sociedad,
correlativo al · advenimiento del .. uomo unico". Sería vano resumir
un movimiento tan profundo a unas generalidades inconsistentes.
Pero sigue siendo cierta la afirmación de que la Reforma consiste
en la pretensión de instalar,
al nivel de la gracia, una relación direc
ta de la persona del fiel
.a Dios,
sin la mediación social de la Iglesia
y, en el plano de la naruraleza, tanto humana como mundana, en la
convicción de su dellcuescencia total, su disolución, su licuefacción,
dicho en orras
palabras, en el devenir y en el mal que caracretÍzan la
materia, según
las filosofías de tipo platónico y neo-platónico de
las que el agustinismo de Lutero seguía impregnado y de las cuales
la
radical oposición calvinista
entre naturaleza y gracia acentuó, to·
davía,
sus
características: la
justificación por la fe, es lo estable, lo in
móvil, lo
fijo; el
resto es
lo movedizo, lo acomodaticio, lo indeter
mínado, lo informe. Las consecuencias sociales no se hicieron espe
rar: cuanto más la naturaleza humana se haga, a pesar del pecado
original, para el Bien Soberano
comón que
satura su inteligencia
y
su voluntad, tantas más obras morales dan seguridad al fiel y le
confirman en la convicción de que lo sobrenatural cumple el deseo
de la naturaleza.
Es la devaluación de las dos funciones de la inte
ligencia, la especulativa
y la· práctica, y es la invasión de la fun
ción poética, fabricadora, obrera, técnica, la que en lo sucesivo ocu
pa todo el espacio espiritual, así rebajado, y al mismo tiempo la
determinante de la supremacía de lo privado sobre
lo social Cada uno
para sí,
en su relación con Dios; cada uno para sí, en su relación con
la Ciudad, o más bien, con lo que de ella resta, como lo atestiguan las
114
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TBRMITBRA
revueltas duramente dominadas y las guerras civiles porítico-religiosas
de
la
época. ¿Cómo, entonces, reunir los individuos que por definición
están
separados, unos
de
otrOS, sino en una paradójica resurrección
de la sociedad
pagana: "c11jus regio ejus reUgio" y por la .fuerza de
una
autoridad pública investida al mismo tieropo de la autoridad
religiosa?
'
Sebastián ·
Frank
lo
advirtió con
lucidez a propósito
de las . igle
sias nacionales evangélicas que. rompieron la túnica sin costuras de
la
cristiandad: "Caá,¡ 11no , tiene la &reencia q11e place a las autori
dades
'Y debe adorar al Dios nacional. Cuando m11ere el principe y
llega un """110 ordenador de la fe, la palabra de Dios no tarda en
cambiar tttmbién".
Dollinger lo repite: "La Iglesia fue completa-
mente incorporada
al Estado 1 considerad,¡ como 11n engranaje de
esta vasta máqllina
.
. .
Et Estado go;,:a de 11n poder absol#lo sobre
las conciencias,. lo q11B P,011oca la prol;Jeración de leyes, de regla
mentos, de la bmo«acia 1 11na creciente centralización administra
tiva''.
¿No es acaso ya de la prefiguración de los Estados modernos? ¿ De
estos
· Estados
que están sobrepoblados por una masa de individuos
yuxtapuestos unos
a
otros, replegados
en su bien privado respectivo
y en su fuero interno, todavía lleno de las
enseñanzas de
Cristo, de
las
que cada uno por su cuenta son el papa y el sacerdote? ¿De estos
Estados sin sociedad subyacente, cuyos mierobros sólo están unidos
entre sí por un acco de fe? Aunqu~ este acto de fe se vacíe de su
sustancia sobtenatural y carezca de tradición social, no por eso deja,
sin embargo, de ser un
acto de fe, pero en adelante la creencia re
caerá
en una caricatura ideológica del cristianismo y su fervor se
convertirá tanto más en fanatismo cuanto más su objeto sobrena
tural se diluya en lo teroporal hasta oo ser sino ¡ un humanitarismo
abstracto! El humanitarismo propio de los países protestantes
co
rresponde
al humanismo del Renacimiento. Ambos son compen
saciones ideales, destinadas a llenar el vacío social dejado ¡x,r el in
dividualismo. Su sede está en el cerebro del individuo que las piensa
y las difunde en romo de sí. Son el
yo forjado por el individuo, su
uomo ,mico sobrenatural o-, temporal, que proyecta en el devenir,
cuya · inveoción expánde en torno suyo para construir una sociedad
115
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
artificial. Se aproximan los tiempos · en que este yo se sumergirá
completamente en esta sociedad imaginaria
cuyo espectro,
la casta
intelectual naciente y cada vez más necesaria lo agitará ante los ciu
dadanos desarraigados y reducidos en sí mismos a su yo. No bay
diferencia alguna entre tal príncipe, el cabecilla de multitudes pro
testantes
del tipo de Tomás Münzer, o el jefe de Estado al que
Ma
. quiavelo le da como máxima "Gobernar es hacerse obedece,''. La
política se convierte en el sustitutivo de la religión, de una religión
que a los ojos de los hombres arrancados de sus comunidades natura
les despliega los prodigios fascinantes de las utopías sociales, en las
cuales la Humanidad, con
mayúscula, es
la imagen divina.
la Reforma contribuye, así, a sumergir los dos órdenes superio
res de la sociedad tradicional en el Tercer Estado, que en virtud del
deseo de jerarquía
ineludible en toda la organización social se sub
divide, sistemáticamente; en alta burguesía creadora, standing, y en
una masa laboriosa, confinada
. a los trabajos serviles. la sociedad
de órdenes y de estados (Stiinde) se desenclaustra poco a poco en
su interior. Las apariencias· exteriores; dmante mucho tiempo, pa
recen salvadas; pero la sustancia social ya no está en ellas: el clero
es
el pueblo de los fieles; la nobleza y la burguesía se lanzan juntas
a las actividades lucrativas propias de la inteligencia laboriosa. Toda
la vida humana queda relegada, en adelante, al trabajo que
transforma
la namraleza de las cosas, según técnicas diversas, útiles al individuo
que las manipula. El trabajo y la técnica se convierten de ese modo
en
los principales modelos de vida de los países protestantes.
Max Weber lo ba demostrado claramente, a despecho de las crí
ticas de
detalle que
se le
han hecho.
El pensamiento de los Refor
mados resulta preparatorio: su desprecio por la naturaleza corrompida
en su transfundo
y abandonada por Dios les prepara para la nueva
física que se elabora y para la cual la naturaleza no es sino una
pura mecánica sin
alma y cuyos resortes el hombre puede explotar
para dominarla
y atraérsela para sí. El arte de fabricar instrumen
tos que hacen al hombre
"d#eño y poseedor' de la naturaleza, se
convierte en el prototipo de la ciencia. Galileo pronto publicó, en 1632, sus Diálogos
sobre los dos principales sistemas del Mflndo,
en los cuales la Naturaleza, exorcizada de todos sus tabús, degta-
n6
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TBRMITBRA
dada de su rango de Madre, es convertida en materia para explotarla.
Para los grandes filósofos
y sabios herederos del Renacimiento e
impregnados del individualismo de la Reforma que se insinúa en
ellos --a su pesar cuando son católicos-, conocer es fabricar meca~
nismos análogos a aquellos de los que se compone la grán Máquina
del mundo para apoderarse de ésra
y emplearla en beneficio del
hombre. Pero el hombre, entre tanto, repitámoslo, es el individuo,
único fin posible de las utilidades que invenra su genio industrioso.
º"Finis cuimlib# jacientis in quamum ja&ientis est IPSEMET".
Se quiera o no se quiera, el fin de las técnicas es el Yo individual
y colectivo.
Así perturbada, la estructura de la ciencia física, bajo la presión
de un cristianismo salido de sus
goznes, ¿cómo
no iba a serlo,
a su vez, la estructura de la
sociedad? El avance tecnológico de los
países protestantes fue ~mpañado, por consiguiente, ·de una ·con
cepción de la vida social en la cual la prosecución del bien privado
primará,
poco. a poco, sobre la del· bien común, y donde, por una
inevitable inversión de las cosas, la sociedad se pondrá al servicio
del individuo.
Apenas habrá
desacuerdo entre los historiadores acer
ca de este punto: la democracia hunde sus raíces en la Reforma. Pero la
cansa profunda
de la primacía que los
· Reformados
otor
gan a la democracia es,
con• demasiada .. frecuencia
poco conocida;
es su misma fe la que
las empuja a la elección de este sistema y, por
eso mismo, de hecho -se constiru.ye una-demóctacia .de un tipo com·
pletamente diferente a la que los griegos expresaron con este nom
bre. La democracia estará coronada, para · ·ellos, con un nimbo reli ·
gioso. La salvación eterna de la persona exige que el Reino de Dios
sea instaurado desde ahora en la cierra. Innumerables secras protes
tantes lo proclamarán, y de ello Roosevelt fue· como un eco con su
promesa de salvar
al mundo, haciéndolo cada vez más democrático:
"to make the W or/J sllfe jor Democracy". Un medio infalible para
construir esta democracia salvadora, desconocida de los antiguo~ es
la técnica, es la pi'oductiVidad creciente, la. conquista de los merca
dos, la universalización del "American way oj lije", estrictamente
fundado
sobre la excelencia del
Hácer. La política de inspiración
protestante estará siémpre, en mayor o · menor medida, impregnada
117
•
Fundaci\363n Speiro
"
MARCBL DB CORTE
de religión. O>mo escribió uno de sus más sagaces analistas, el pro
fesor Jacques Ellul,
"el protestante es un hombre serio, que se en
trega a fondo, y la polltica k parece un medio preminente para des
arrollar la seriedad de su creenda;
no hace dicotomía alguna entre
sus convicciones políticas 'Y sus convicciones religiosas, entre su.com
promiso con la ciudad y su compromiso con la Iglesitl', El presente,
como el pasado, lo
atestiguan.
Nos
parece imposible comprender la
.situaci6n actual del
hombre
en la. sociedad, o más bien lo que en ella ocurre, sin recurrir para
explicarlo a la hipótesis, confirmada por la historia, de una lenta y
progresiva degradación, en lo temporal, de la esrrucrura del Reino de Dios y de la Iglesia cristiana. El cristianismo dessobrenaturali
zado es el factor más
. potente
de destrucción de la naturaleza del
hombre
y de la sociedad. O,nforme el célebre verso de Peguy relativo
al primado del dinero en _el mundo moderno, se puede afirmar que,
a causa de un cristianismo degenerado, laico,. -humanizado u homi
nizado, el Estado . se ha . adueñado del. puesto que ocupaba Dios. El
genio de
Nietzsche lo
vió con
mirada de águila:. "La democracia es
el cristianismo natu,ralizado", es la pioyección-en la naturaleza so
cial
del· hombre de
ún. elemento
de disociación que la destruye y
que consecuentemente destruye el propio cristianismo. La gracia,
siempre personal, al no encontrar ya naturaleza humana donde im-.
plantarse cae en un pedregal,. en términos de la parábola evangélica.
Toda la historia de los dos o tres últimos siglos es preciso
recor
darla
aquí, en una visión panorámica de
perspectiva sobrevolando
los
episodios, con frecuencia notables,
pero siempre pasajeros, en
los
que
la naturaleza social del hombre toma lo superior, pero dete
niéndonos,
por el contrario, a observar el proceso plutoniano de di
sociación que lleva a la Revolución permanente,
comenzada en
1789,
y a la cual el Estado moderno (que la acompaña en
cada una de
sus fases) se esfuerza en restringir sus
efectos, pero sin
dejar de
atizar sus causas.
Lo propio del cristianismo secularizado consiste en destruir la
natural
división de
la sociedad en
órdenes diferenciados por
los ob
jetos de sus actividades respectivas; su resultado es la atomización individualista.
La relación fundamenral con Dios de cada ser hu-
118
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIEDAD A LA TERMITBRA
mano en particulat:, al quedar desprovista de materia sobrenatural
cuando
la naturaleza
humana todavía
apenas había sido sobreelevada
en Jo vertical, ya no reviste significación alguna, ella no es
ya lo que
no depende de nuestra libre decisión, lo que no es obra nuestra, lo que
me es esencial sin que yo
sea su
causa; es el producto de mi libertad; es
mi
obra, es
el resultado de mi poder creador autónomo. El ser
humano
es
el
efecro del
pensamiento:
"cog#o ergo sum". Sartre tiene razón al
decir que "Descartes comtatá su f»'opia fic#cidad", su carácter fic,
ricio, constituido, artificial, y negó, ál mismo tiempo, -su carácter na
tural y lo irreductiblemente dado, Jo dado por el nacimiento, que
es su
naturaleza social. Esta potencia creadora del ser en el. hombre,
esta
causa ,,,; es denominada la Razón y su primer acto no es ya
conformarse con
Jo real pata ser verdadero, sino destruir lo red
pata manifestar su poder creador y para engendrar, por.si misma, ha,
ciendo compatecer todas
las cosas ante su tribunal y ejerciendo la
facultad crítica, que constitnye en libre
examen, para disipat todas
las ilusiones que el peso del pasado, el nacimiento, la naturtlleza, la
tradición, han hecho recaer sobre ella.
Nunca se dirá suficientemente que el hombre moderno se de,
fine
por la
primacía absoluta
del pensamiento sobre el ser, y que
esta supremacía transfiere al hombre el
primer arrículo
del
Credo,
en el, que el cristiano debe crer, porque le ha sido sobrenaturalmen°
te revelado: Credo in· unum Deum¡ Pat,em ·omnipotentem, Creato
rem caeli et terrae, visibilium tft i111!iJibiliUm. Afirmar, con Descar
tes y con toda la filosofía moderna, la derivación del ser en relación
con el pensamiento, significa que el hombre, en cuanto es ser
pensante, consciente y actwu'lte, es un creador. Conocer y obrar es
hacer. Se es tanto más conocedor y actnante cuanto más libre se
es de
las constricciones de lo tea!. En el límite, el espíritu crea
el ser en su oposición al no ser, y todo lo reconduce a sí mismo.
Es la posición de Hegel, puro calco del dogma de la creación y
del dogma del juicio universal, en el que todas
las cosas retornan
a
la realización de la Idea, hecha Dios. Nuestra época está
impreg,
nada hasta la médula de hegelianismo .
.. Destruam/', en -primer lugar, "aedificaho''; después, esta · es la
divisa del racionalismo militante, cuyas consecuencias van a
ser mor4
119
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
tales para el animal político. Para ser creador es preciso que el hom
bre
sea libre respecto· de todo
lo que no sea el mismo, que no se
encuentre ligado a orro sino a sí mismo, que no dependa de nada que
no haya sido hecho por él mismo. El primer efecto de esta autono
mía es la duda, la negación de
lo que es, del orden de las esencias
y, como le
es imposible al hombre liberarse de todo, lo propio del
racionalismo será reducir toda resistencia por parte del ser y hacer
el mundo exterior inconsiitente. ¿Qué es lo real antes de ser sentido,
o pensado, para Kant? Un pulíado de polvo informe.
El segundo efecto será, inevitablemente, construir la realidad,
puesto que es preciso que exista una. Según· Kant, conocer será
hacer, como hacen el artista, el obrero, el técnico, o el industrial:
imprimir· en la pasta blanda de la materia las formas a priori de
la sensibilidad
y las categorías del pensamiento, a la manera de un
dibujo, de un molde; de una máquina, de una fábrica. Conocer el
mftndo· es' Conseruff' el mu-ndo.-En la misma forma, -obrar moralmen
té será" imprimir en los actos humanos, desprovistos de toda finali
dad natural, el imperativo categórico del·deber por erdeber: "Obra
siémpre de tal manera que la máxima particular de tu voluntad pue·
da vtder, al mismo tiemf.Jo, como principio_ 'de una legislación uni
ver1al.n. Por ello; todo fin cuya actuación se imponga anticipadamen
te a la voluntad, tal como la defensa y la ilustración del bien común
o de la prosecución del Bien Soberano,
se. halla excluido. Acruar
moralmente es construir la hurnanidad. La razón se convierte así
en una fuerza actuante que
transforma el
mundo y
la humanidad;
una actfflidad productora que construye, simultáneamente, el edifi
cio de la ciencia y el de la sociedad · de lo,; hombres, una potencia
prometeica que somete todas las cosas. "Sapere allde, ten el valor
de servirte de tu propio entendimiento ,.,. ,er dmgido por quien
quiera, salvo por tu propia raz6n, tal
es
la
divisa del Aufklarung",
escribió Kant.
El· siglO" francés de las luces no pensa.tá de -otra manera: será,
en primer lugar, crítico y no subsistirá nada de
la ciencia ni de las
instiruciones tradicionales. Reconstiuirá, después, el mundo y· la hu
manidad a partir solamente· de la razón liberada de los prejuicios
intelectuales y soéiales que paralizan su -movimiento creador. En el
120
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
prefacio , a la Enciclopedia, d'Alamberf Jo afirmó solemnemente:
"Se lf'ala de cambia, la manera común de pema,-" que se figu
ra que conocer es obedecer a lo real y a los fines imprescriptibles
de la naturaleza humana. Se trata de persuadir a la inteligencia de
que no comprende más que aquello que
ha construido por sus pro
pias fuerzas. El modelo del saber y de la acción
será, por
consiguien
te,
para la Enciclopedia, la técnica. De ello dan muestra los innu
merables
artículos que en ella le han sido consagrados. La fórmula
de
Bachelatd: "Para un e1plt-itu científico nada e, de pM si, nada
está dado, todo es construulo", se -situó, exactamente, en el desen
volvimiento de las Luces y del Aufkliirung.
El entusiasmo que inspira la naturaleza en el siglo XVIII signi
fica, simplemente, y según una · regla que no tiene excepciones, que
la cosa designada por esta palabra está en trance de desaparecer.
Cuando
más se
habla, menos existe. Así pasa con la persona huma
na,
coo su
dignidad y con la Iglesia de hoy. Santo Tomás
_de Aqui
no, de quien no se puede negar que las respetaba, apenas pronun
cia sus nombres en su obra inmensá. En realidad, como dan testi
monio los textos y las costumbres del siglo XVIII, la naturileza es
eliminada en beneficio del Arte; de la T echné, en todos sus domi
nios.
El
artículo· de
Voltaire, en su
Diccionario Filosófico, resulta
significativo a esre respecto. Interrogado acerca de lo que expresa
la palabra
naturaleza, el enciclopedista la hace responder de un ti
rón:
"Mi pob,e niño ¿quieres que te diga la verdm:I? Me ha sido
dado un nombre que no me" conviene: se me llama Naturaleza y
1oy por completo Arte". Diderot, más fino, más intituitivo, precur
sor en esto de Saint Si.mon, anuncia ya el romanticismo y lo sagra
do del hombre de letras, cuando proclama que '' están ya mm:luros
los tiempos en que los
sabios
cederán el paso a los poetas, a los mo
ralistas y a los pint
faz
de las cosas", porque ellos son más libres respecto de la natu
raleza y
sus técnicas la
transforman a
voluntad.
Releamos, hasta
el final del prefacio del
Leviathan, de Thomas
Hobbes, y veremos que en él no hay ya
naturaleza sociat del hom
bre, principio
inmutable de todos los cambios que afectan su so
ciabilidad original, sino pura técnica de manipulación dé los áto-
121
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
mos que componen la sociedad nueva y que,, a fin de cuentas, la
voluntad de potencia del Príncipe aglurina.
"La na,,,,-aleza, este ane
p01' el cual llios ba producido
el mundo y lo gobierna, es imitado
por el arte del hombre, en esto como en muchas otras cosas, que con
tal arte puede producir un
ar,hnal. artificial. Pero el arte 11a todavla
más lejos, imitando esta obra razonable y la. más excelente de la na
tMaleza: el hombre. Porque el arle cree ese gran Leviatban que se
llama
República o Estado, que no es smo un hombre artificial, au•
que de una estatMa y una fuerza may01'es que las del hombre natu
ral para la defensa
y protección del cual ha sido concebido. En él,
la soberanla es un alma artificial, puesto que da vida y m011imiento
al · con;unto del cuerpo;
los magistrados y los otros funcionarios, de
dicados a las tareas judiciales y ejecutwas son las articulaciones ar
tificiale,s;
la recompensa o el cestigo que, ligados a la base de la so
beranla, mueven cada articulación
y cada miembro · para el c,nnpU..
miento de su·tarea; ·.son los· nervios, pues desempeñan el mismo pa
pel que ~stos en la vida natural; la prosperidad y. la riqueza de todos
los miembros particulares constituyen su
fuerza; la sakaguardia del
pueblo es su .ocupación; los consejeros que proponen a su
a,,,.
ci6n todas la.r cosrJS que es preciso cono&er, ion 111 mBmoria,· 'la -eqln
dad y las leyes no son sino una voluntad ,y una razón mifjcial; la
concordia es su salud; los sobresaltos cwües su enfermedad,
y la
guerra cwil es su muerte. En
fin, los pactos y las con11enciones P°"
las cuales las partes del cuerpo cwil han sido originariamente pro
ducidas, ensambladas y unificadas, se parecen al Fiat o al Hagamos
al
hombre,
que pronunció· llios en el momento de la creación. Para
describir la natúraleza de
este
hombre
artificial consideraré prime
ramente: su materia y su artesano, es deci,,, a]. hombre que ei lo uno
y lo otro".
Este texto es capital, ya que proyecta una luz inagotable sobre
la crisis petmanente en la que ha entrado la conciencia europea a
partir del final del siglo
XVII, según la fecha fijada por las previ
siones
de Paul
Hazatd y después la de todo el planeta. Pero no se
ha advettidó jamás, que nosotros sepamos, que la creaci6n de la
sociedad · por el hombre, según· Hobbes, resulta de · una seculariza
ción
del dogma cristiano de
la cteación
del mundo
por Dios. No. se
122
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TBRMITBRA
ha subrayado nunca suficientemente que el postulado hobbesiano
del
"homo homim lupus", anterior al contrato social que los hom
bres se han visto obligados a establecer entre ellos
para salir del es
tado de "bellum omnium in omner' implica, precisamente, el re
curso a una
laicización del
Reino de Dios.
En efecto, si el hombre
es, ante todo, un lobo para el hombre, lo es por la
razón de que no
hay naturale~ social, porque no es sino un individuo, un ens indi
visum et ah omm divisum, una persona enteramente cerrada sobre
ella misma e incomunicable. Entonces,
¿cómo hacer
que los hom
bres entren en sociedad sin disponer de un poder divino
y absohi
to? Acabamos de ver antes que es imposible constituir, en el plano
natural, una sociedad de personas: no se crea una comunidad con
unos miembros que se suponen incomunicables. Una sociedad de
personas no es concebible más que a nivel de lo sobrenatural. Hob-·
bes y sus sucesores se vieron obligados a
dorar con
una
potencia
que
no pertenece
más que a Dios, a. un Soberano, unificador de las
voluntades individuales opuestas y creador de la sociedad de per
sonas.
Poco importa aquí que el Soberano no sea sino los mismos con
tratantes individuales o que lo sea algún otro individuo más potente
que todos ellos que les imponga la
paz social. Este Soberano, colec
tivo o personal, debe
hallarse provisto
del atributo esencial de la
Divinidad, la absolutividad; debe estar desligado, destacado, exento de vínculos
ab-solutus, es decir, lo contratio a hallarse obligado, de
pendiente, ligado por uo
cordón umbi1ical y por una relación cons
titutiva a otro, lo contrapuesto a un animal político. Pero, según la
profunda expresión de Aristóteles, el hombre que no vive en socie
dad es una bestia o uo dios. Para salir de la condición individual de lobo, que es, y para vivir en sociedad, el hombre
está, por
con
siguiente, condenado' a hacerse Dios. La. consecuencia o, más exac
tamente;
lo
presupuesto, es inevitable.
En esta dirección a. partir de la Revolución francesa va. a com•
prometerse Europa
y la Tierra entera. La evolución moderna intenta
la imposible
rarea de
construir uoa sociedad libre de
toda obliga
ci6n hacia otro, compuesta de individuos. completamente aut6no ..
mos, cuadratura del círculo de la de la que Rousseau traz6 el pro-
123
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
yecto insano, que todavía hoy fascina por doquier: "Encontrar una for
ma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común
a
la persona y los bienes de cada a.rociado y, por la cual, cada uno
al unirse a los demás no obedezca, sin embargo, sino a sí mismo, per
maneciendo tan libre como antes". La solución de este problema exige,
con toda evidencia, que el hombre sea ante todo libre, que no esté ya
ligado en sociedad, que no sufra contricción alguna por causa de su
naturaleza soéial, en
resumen, que sea ante todo un individuo
ab omni
dwisus y autónomo. Ello implica la igualdad entre todos los autores
del pacto; pues-·si uno fuese más fuerte, más inteligente o más volun
tarioso, etc., que el otro, este último no sería ya libre de asociarse con
él. Es preciso, en fin, que todo hombre sea bueno, humano respecto
al otro, tratándolo como ~ hermano, es decir, como su semejante
y como su igual, provisto de una entera autonomía. Libertad,
igualdad, fraternidad.
Con Rousseau, el Leviathan de Hobbes ad
quiere los trazos seductores de la diosa Democracia, madre adorable,
en opinión del mismo autor del Contrato Social, de un "pueblo de
dioses". Cada miembro de la "sociedad" nueva es
absoluto y "la
fuerza común" de la "asociación" radica en su devoción personal.
Para Rousseau, la "sociedad" tiene la persona como fin, pero
esta· persona es el dios más débil y el más desprovisto que existe,
ya que deberá todo su ser a la "sociedad" que instaura.
La conven
ción creadora de la "sociedad" implica, en efecto, bajo pena de no
existir sino verbalmente, "la alienaciOn total de cada asociado, con
todos
JNS derechos a la comunidad", según afirmó el mismo Rm1s
seau. No puede ser de otro modo, pues supouiendo que uno de sus
miembros mantuviera uno sólo de sus derecho, este no sería sino
un privilegio individual, puesto
que "la sociedad" de que se trata
está compuesta, por hipótesis, de hombres libres, iguales, hermanos,
y este privilegio individual destruiría la libertad, la igualdad, la fra
ternidad democrática, requeridas para que exista una "sociedad" se
mejante. Así, por un reenvío dialéctico previsible, si la sociedad tiene
como fin la persona, también la persona tiene como fin la sociedad.
Hallamos aquí la
cuadratura del chculo en la contradicción irreduc
tible a la que es conducida una sociedad de personas, desde el mo
mento en que se la transporta del plano sobrenatural al plano tem-
t 24
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
poral. Lo que es posible para la fuerza de la gracia no lo es para
las fuerzas de la naturaleza y menos todavía al artífice humano,
puesto que se les niega.
La abolición, por obra de la Revolución francesa, de los órdenes
sociales
y la desaparición de las funciones objetivas que la existen
cia de la sociedad les impone y que religan realmente a sus
miem
bros entre si por servicios recíprocos, la de las consecuentes de.s
igualdades tutelares, tienen, · como consecuencia inmediata., la muer·
te de la sociedad del Antiguo Régimen. No ha habido Sociedad del
Nuevo
Régimen por la razón de que no puede haberla. Después de
la Revolución,
la sociedad ya no existe. Segón la admirable senten
cia de .Maurras no hay Sociedad Nueva,
no hay ol1'a cosa que un es
tado de espíritu que impide que. la Sociedad nazca. A esta situa
ción anormal la hemos denominado
la disociedad.
Lo que nos enmascara este fenómeno de nenrosis social es la
aureola mística que ha heredado del cristianismo, del que es la
proyección mórbida en lo
temporal. Las tres virtudes teologales de
la democracia: la libertad, la igualdad
y la fraternidad, han drenado
hacia ellas la sustancia religiosa de
la fe, del espíritu y de la cari
dad cristianas y las han acaparado Marc Sangnier, con su • aire de
demócrata cristiano ávido de efluvios manidos lo supo percibir bien
cuando declaró, textualmente, que ""la filoso/la religiosa de Robes
pierre, de Danton, de Desmouli-n.r, era el .-cristianiJmo 'en el que
Francia vivid'. Larnennais y Chateaubriand ya lo habían proclaroa
do
antes. que él. Michelet
lo expresó
mejor que nadie:
"La revolu
ción aparece cada dla
más en 1970 como lo que es: una religión".
Las
bandas que marchan hacia París para
celebrar la
Fiesta de la
Federación del 14 de
julio lo
claman con evidencia:
"El pueblo en este dla sin cesar tepite:
¡ Ah! ¡ esto irál, ¡ esto 'irá!, ¡ esto irá!
Según las máximas del Evangelio,
¡ Ah!, resto U'á!,. ¡esto i1"á!
Del legislador todo se cumplirá;
Quien se· ensa/,za 1erá humillado;
Quien se· humilla· será ensalzado".
125
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
"Bste canto --eiía.de--fue ,m 11idtico1 un so1tén, como esas
prosas que contaban los peregrinos que comtr,vyeron revoluciona
riamente
(sic) en la Edad Media la, catedrales de Chart,es y de
Strasburgo
..
.
Lo, 1rabajt1dores que nivelaban la tü,,ra, cantaban
este cuento nivelador".
Está convencido de que la Revolución con
tinúa el
cristianismo y lo suplanta. ¿Acaso no suplicó Anacharsis
Oootz: "Nuestro Señor el Género humano" y proclamó "Parls, la
verdmlera Roma,
el Vaticano de la Razón", recibiendo los aplausos
de la Convención?
Edgar Quinet
hace
eco. a Michelet. Desde la muerte de Crist0,
escribió, el alma del género humano ha entrado en agonía y he aquí
que, con la Revolución, después de siglos:
"pesar de la ignorancia de
los hombres que cre/an esto imposible, el dogma ·cristiano desciende
poco a
poco a la polllica universal. La Humanidml, estupefeaa, ha
concluido por reconocer que Cristo se encarna, de siglo ensiglo en
la historia
.
. .
Los pueblos no ,e contentan ya con olr el Evangelio
como un murmullo procedente
de la ciudt1d de los muertos; quieren,
a sabiendas, realizarla en la vida social
.
. • El
cristianismo que que
dó encerrmlo en
la, tumbas heista la Revolución francesa, puede de
cirse que así resucita, q111J toma cuerpo, que por primera vez .se hace
tocar, palpar por las manos de los incrédulos, en las instituciones 'J
en el derecho vivo ... La Revoluci6n francesa se reencuentra, cara
a cara, en las l,ryes con el gran Cristo emancipmlor . . . El esplritu de
La Revolución francesa es identificarse con el "principio del cristianis
mo"
'J expandi,-lo fuera, según la p,omesei de Mi,-abeau: "Francia
emeñará a
las naciones que el Evangelio :JI la libertml son las bases
inseparables de la verdmlera legislación
:JI el fundamento eterno del
estmlo
más perfecto del género humano".
Podrían citarse centenares de declaraciones análogas, extraídas
de Buchez: º'El cristianismo es un mandamiento político, :JI la aso
ciación -entendamos
el .rocialismo-e1 .ru última etapd',· de Saint
Simon, autOr del "Nuevo cristianismo"; o de Proudon: "La civili
zaci6n
nos parecerá como una perpetua apocalipsis y la historia como
un milagro sin fin cuando, mediante la reforma de la ,ociedml, el
Cristianismo se haya elevado a .su segunda potencia" j "el socia/,ismo
nada tiene en tontra del ·catolicismo, en cuanto a la justicia y a las
126
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITBRA
costumbres es el calolicismo elwado a la· altura de una ciencia ri,.
gurosa y demostralwa", • el cristiamsmo ha sido la p,-ofecla, el so
cialismo es la realizaci6n" y, en fin, esta otra frase, que lo dice todo:
"No
adóramos sino la raz6n y la wtud viril, en ningún caso somos
ateos, no
hacemos sino
desplazar la Divinidad'
El
comunismo marxista no
es, como escribió Karl Loewith, otra
cosa que
"el dogma de la salvaci6n expresado en lengua¡e econ6mi
co". Es
el detalle tnismo de su doctrina que constituye la caticatu
ra del
cristianismo del que es, como demostró Jean Brun en su
"desmilificaci6n", la
primacía de
la Historia, en mayúscula, y libe
radora
.transportando a
lo temporal la conclusión celestial de
la Re
dención escatológica;
la alienación y la explotación del hombre por
el hombre son el pecado original de todas
las sociedades· anteriores
al comunismo; la Inteinacional
extendida a
los límites del género
humano es el Cristo encatnado para
la salvación de la hum.anidad;
el combate contra el capital es la lucha contra
las potencias satáni
cas, dueñas de este mundo, que es preciso reformar
radicalmente; la
sociedad sin clases es el Reino de Dios sobre la cierra; la guerra
revolucionaria
es la
Cruzada; la propaganda en la Coexistencia pa
cífica
es el Apostolado; el Partido es
la Iglesia; las células comunis0
tas son los monasterios; Moscú es la segunda Roma y la promesa cien
tífica de la Nueva
Jerusalem. No hay un solo artículo del Credo co
munista que no sea trasposición del Antiguo y del Nuevo
Testamento
en
lenguaje aparentemente profano. Un personaje del
"Primer ckcu
la" de Soljenitsyn Jo asegura: "El partido es lo más alto que existe.
No solamente es nue1tro· juez, .rino nuestra conciencia". Svetlana
Stalin insiste aún: "Lenin era nuestro icono, Marx y Engels nues
tros apóstoles, cada una de sus
frases eran la palab!'a de Dios. Y la
menor palab!'a de mi padre era aceptada
como la revelación del Al
tísimo".
El
diagnósticó de Balzac sobre
""el comunismo, como desemb_oca
dura l6gica de
la democracia" inaugurada por
la Revolución fran
cesa es
exacto. La Revolución de la libertad, de la igualdad y de la
fraternidad universal, que continúa hoy sus vendavales, está fun
dada en la sustitución del culto du:igido • a Dios por el culto · a
la
colectividad. En. 1793, el poetá André O,énnier se dú:igió en
127
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORJ'E
estos términos a los revolucionarios que le guillotinaron bajo el
Terror: "Vosotros sabréis fundar sobre los derechos de las supers
tidones destronadas
la única religión unwe,sal que aporta la paz
y no
la espada, que hace
de los
ciudadarws y
no de los
reyes
o súbditos, hermanos y no enemigos, que -no tiene sectas ni miste
rios, cuyo único dogma
es la igual.dad, cuyas órdene1 son los orácu
los, cuyos magistrados son los pontífices y que no hacen quema, el
incienso de la gran familia sino ante el alta, de la patria, madre y
divinidad común". Dionisia Mascolo no .hace sino reflejar esta ido
latría de la colectividad, cuando en
la Revolución comunista ve "una
democratización
de
lo
sagrado y una verdadera religión antropológi
ca".
El 31 de mayo de 1961, Kbruschev, dirigiéndose a Nasser le
declaró, sin rodeos:
"Con todo honor yo os pongo en gua,dia, yo
os advierto: el comunismo es sagrado". Diez años después, el 28
de octubre de 1971, Brejnev decía también:
"Para un comunista
soviético, todo lo. referente
a la vid,,, a la actividad y al nombre de
Lenin es sagrado".
En lo referente al izquierdismo heterodoxo, Jacques Ellul tiene
perfecta razón, en su
libro "Los nuevos posesos", al observar en él
"la gran fuerza religiosa de nuestro tiempo". Cuando París-Match
tituló
uno de sus ardculos:
"Jesús, !dolo", "es decir, lo contrario
de todo lo que la Biblia proclama", se trata del nuevo dios de la
sociedad permisiva de hoy, punto final de una sociedad cristiana
que se descompone bajo el impacto de
"La Revolución para la que
el Cristo es
el
pensamiento", dixit sin pestañear Alejandro Dumas,
Es el Cristo con el que se identifica todo yo, impregnado de un
cristianismo indeleble,
pero que se toma a sí mismo como fin. No
es el Cristo histórico, el Cristo de
la fe cristiana, sino aquella idea
de Cristo, aquella representación mental de Cristo que solamente
existe por
la imaginación del yo que la forja y que, como proyec
ción de este
yo, se identifica con él. El Cristo-ídolo es el yo ídolo,
porque no hay otro ídolo que el
yo.
De lo colectwo, bajo cualquiera de sus fórmulas: pueblo, pro
letario, raza, clase, humanidad, .etc., las religiones socialistas de nues
tro tiempo han heredado un cristianismo bastardeado. No es extraño
comprobar que se haya convertido en un objeto de veneración para
128
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIEDAD A LA TBRMITBRA
el hombre moderno, pues cprresponde adecuadamente al fin .que
persigue el
yo cuando se desliga de su Principio trascendente y del
bien común de la Ciudad. El
yo se hincha instantáneamente y pro
yecta hacia fuera las construcciones de -su espírin1 creador, las cua
les, por la misma razón del desarraigo del . yo fuera de las causas
de su realidad, no pueden sino imaginarias. Se
tra.ta de ente, de
razón que no tienen existencia sino en el pensamiento que las crea
y no son otra cosa que enmascaramientos del yo. Hegel habló, en
alguna parte, de los ardides de la razón, Sería aquí más correcto
hablar de las estratagemas de las que el
yo se vale para disimular,
a la sombra de las entidades colectivas que elabora, la infinita
vo
luntad de potencia de la q,ue es el centro, una vez ha cortado su
relación con su Fuente trascendente. Pero al ,yo le es imposible pro
clamarse a sí mismo crascendente a otro, y no porque sienta ver
güenza de ello, sino porque en el otro advierte otro ,yo, cuya volnn
tad de potencia correlativa podría entrar en concurrencia con su
apetito de dominación. El ,yo se disimula, entonces, bajo el velo
de
una colectividad que ha construido en todas sus piezas, en su es
píritu,
que es el yo mismo, pOt'que él es su padre o el heredero de
su padre;
y así, frente • masas desintegradas fuera de sus comuni
dades naturales, juega el mismo papel que el trapo rojo que agita
el torero ante el toro
para fascinarlo, engañarlo e inmolarlo a su
gloria.
En virtud de su
naturaleza social
inextricable, el hombre no
pue
de
ser radicalmente egoísta, sino que debe aparentar sociabilidad.
Lo colectivo se convierte, entonces, en Ersatz de la ciudad, en el su
cedáneo
del Bien común trascendente a los bienes particulares y, a
fin de cuentas, tal como ha advertido Simone Weil, es donde el
cristianismo se impregna del único producto que
reemplaza a
la Di
vinidad. Pero es preciso añadir que este
Ersatz envuelve y oculta al
único dios con que el hombre puede
sustituir al
verdadero Dios,
desde los
orígenes de
la humanidad: el
Y o. En este Y o divino que
emerge de la disociedad e intenta vanam.ente reconstruir una .. so
ciedad" nueva, en la que todos los demás se reconozcan y partici
pen de su dominio.
El caso de Napoleón es típico a este respecto.
De esto
climana una consecuencia tuya importancia apenas ha
• 129
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
sido subrayada. El yo solitario en el seno de la multitud o en su
vértice,
se ve obligdo a asegurar completamente su salvaci6n per
sonal
desde aquí abajo. El cristianismo, que lo impregna todavía en
muchos aspectos diversos, lo presiona. Su misma situación
lo pre
siona: no hay
otra salida para el yo en estado de disociación que
su divinización. Es preciso decir, y repetit sin descanso, las palabras de Aristóteles:
"el homlwe s6lo es una bestia o un Dios". Pero no
se trata de una empresa pequeña. El hombre en situación de disocia ción no tiene ya otra cosa a su disposición, como antes dijimos,
sino su inteligencia fabricadora. Se entrega sólo a la técnica, atado
de pies y manos. Para salir de su situación, se ve constreñido nueva
mente para crear esta
Técnica de todas las técnicas, que es el Es
tado moderno, muy diferente de lo que
las generaciones anteriores
designaban con este nombre. Mientras el Estado que corona una
sociedad sana es únicamente el garante y el gestor del bien común,
el Estado que gravita sobre una disociedad no puede tener
otro fin
que
el bien ¡,rivdo de los individuos que agrupa. Este tipo nuevo
de Estado
debe, por consiguiente, introducirse en lo más profundo
de
las personas, en el abismo de sus conciencias individuales, hasta
la fuente misma de todas sus actividades más íntimas. Mientras el
Estado normal es una obra del
arte de la política que desarrolla y
refuerza la inclinación natural del hombre a asociarse a fin de que sus miembros pasen de
vívi, a vivw mejor, el Estado moderno que
usurpa su nombre es una máquina enteramente prefabricada y des tinada a hacer
discurrir contra
corriente
la naturaleza social del
hombre hacia
la única satisfacción de las necesidades privadas de
aquellos a quienes somete a su molde embrutecedor.
Pero,
para invertir
el curso de la naturaleza,
es ,preciso un núme
ro
cada vez mayor de
artificios cada vez más potentes. Es preciso que
el
Estado tome
todas las iniciativas y
es preciso dotarle de una po
tencia legisladora
y coercitiva siempre creciente, prácticamente sin
fin Es conocido el adagio británico:
"El Parlamento de Inglaterra
lo puede todo, salvo cambiar un hombre en m,,¡er". La cosa, sin
duda, ya no es imposible en nuestros días. A este respecto, los Estados modernos denominados liberales
están, exactamente, en la línea de los Estados totalitarios: se trans-
130
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
forman manifiestamente, ante nuestros ojos, en agentes de las acti
vidades privadas de sus súbditos y manipulan a los hombres como
a cosas, con el consentimiento, cuando no con el bene~lácito de sus
víctimas. Cuanto más interviene un Estado, por ejemplo, en la eco
nomía cuyo fin es radicalmente privado, puesto que es el de sus tentar a individuos provistos de un cuerpo capaz
. de
producir
y
consumir bienes materiales, resulta, de modo general, que, bajo
la presión de estos mismos individuos reunidos en grupos de pre
sión diversos, tanto más debe multiplicar los resortes de su inmenso
mecanismo. Como escribió jnstamente Thomas Molnat "Uega un mo'.
mento
en que el Estdo democrático Jjberal no se distingue ya del
Estado socialista, como es claramente el caso de Suecia. Durante
todo
este
tiempo, el liberal;smo fue, sm duda, la co"ea de transmi
sión del .socia/.ismo, aunque los ttd.eptos de aquél continúen, por su
parte, rechazando semejante imputad6n. Pero, de hecho, la pobla
ción acepta el socialismo porque el liberalismo la ha ya acostum
lHdo a ello".
Que el socialismo marxista sea idéntico, en sus fines,
a
la democracia individualista y liberal lo hallamos afirmado con
claridad en sus textos
sagtadns. Mrux y Engels escriben sin amba
ges, en La Ideología Alemana que "el comunismo hará imposible todo
aquello
que exista independ;entemente de los individuos". Kautsky
reafirmó esta finalidad al definir "el sodalismo como indwidualis
mo 16gico y completo"". Al términn de la socialliación de la vida
humana no habrá
ya Estado: una vez que toda la "sociedad" nueva
quede puesta
al servicio
de la persona humana, ya no será necesaria
la máquina que habrá operado esta prodigiosa inversión del orden
natural. La utopía común a ambos sistemas es
la "sodedd" permi
swa.
En uno y otro todo sucede como si el Estado moderno .fuese
un "Deux ex machina" destinado a desaparecer entre los bastidores
del teatro de este mundo a partir del momento en que el individuo
haya conquistado el estatuto de divinidad.
Esto es así por
la razón de que ambos sistemas están estricta
mente orientados
hacia el p0f'1leni,, en que será lograda la cuadratura
del círculo del individuo socializado y la Ciudad personalista, situados
en
la única dimensión del tiempo que escapa al conocimiento del
hombre, y
tanto más
cuanto más
esté éste
en ruptura completa con
él
131
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
pasado. La razón es simple: el Estado moderno es un Estado sin socie
dad subyacente,
un Estado proyectado en razón de la disociedad que
domina. Está encargado de una tarea contradictoria, siempre diferida
en el tiempo: construir una sociedad con elementos que, en función
del cristianismo secularizado que le sirve de religión,
se niegan a
someterse al bien común del conjunto. Está aprisionado
entre el
monolitismo
que aplasta el hombre
y la anarquía que pretende Ji.
btarlo matando en él su naturaleza social. El rechazo del uno en
gendra automáticamente la adopción de la
otra, pero
la adopción
de la
otra engendra,
automáticamente, la reafirmación del primero.
Querer la desaparición del Estado monolítico sólo conduce tempo
ralmente a la anarquía. Su consecuencia casi inmediata es, siempre,
el reforzamiento de la máquina del Estado o la muerte pura y sim
ple. Cada vez que el Imperio romano se hundía más bajo la pre
sión de un individualismo destructor del bien común,
más se con
solidaba su máquina estatal
y se ·transformaba en una termitera,
cuyos
reglamentos minuciosos
y paralizantes reemplazaban el ins
tinto social desaparecido, hasta el momento en que los bárbaros hi
cieron tabla rasa de él y una sociedad sana pudo
germinar de modo
natural. Es la esencia del individualismo, escribía Louis Blanc en su
"Historia de la Revolución francesa", "cambiarse en rebelión cuan
do padece el poder y en tiranía cuando lo posee".
He aquí cómo nos encontramos con una caricatura de Estado
rigiendo una caricatura de sociedad, compuesta a su
vez de
una
caricatura de
los
tres órdenes
del
Antiguo Régimen
abolido.
No hay ya orden de clerecía, sino su sustitución por una paro
dia suya: la intelligentzia contemporánea, para la cual la v.erdad no
está ya en correspondencia del pensamiento real, y menos todavía
con el Principio trascendente de toda realidad visible o invisible,
sino
en la conformidad del pensamiento consigo mismo y con su
pura subjetividad. Esta clase aspira a
lá dominación del planeta por
la manipulación de los espíritus debilitados por su desarraigo fuera
del terreno social que les nutría
y mantenidos en una especie de
caricatura de
vida gracias al martilleo de
las re-adaptaciones socia
les
y de los mass-media. "Sabemos provocar las condicione, que con
ducirJn a mucho, individuo,
--,,,cribía Karl Rogers-a comiderar
132
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TBRMITBR.A
verdadera, unas informaciones contrarias al testimonio de sus senti
dos
y, por métodos selectwos, a formar un grn,po de gentes que ce
derán a esta, prssionps conformista,. Sabemos modificar en una
dirección determinada
las opiniones de . un indwiduo sin que éste
sospeche jamás los "stimuli' que le han P,01Jocado este cambio".
No es solamente la literatura la que ha recogido la herencia de la
religión, no es solamente el escritor quien se ha convertido en sa
cerdote, como al final de
la I Guerra Mundial pensaba Jean Rivie
re, sino también en su conjunto todos aquellos que escriben, hablan,
emplean los diferentes lenguajes humanos: poetas, novelistas, perio
distas, sabios, hombres de letras, artistas diversos, 1peaker~, cineas
tas, montadores de TV, etc., empeñados en destruir el pasado y en
construir pretenciosamente
el
porvenir, según la profecía de Hugo:
Toda la antigua historia, homble y deformada,
sobre el horizonte desierto, huye como el humo.
Los tiempos han llegado .••
Y añade: "El ideal moderno tiene su tipo en el ar/e y .su medio
en
la ciencia. Mediante la ciencia se realizará la obra augusta de los
poeta,, Se rehar4 el edén por A + B", Este nuevo clero no se en
carga ya de religar los hombres
a. la Trascendencia, sino a su propia
inmanencia, invadida por construcciones utópicas de la imaginación.
Les lleva entonces allí donde sus maestros quieren llevatles.
Ya no hay nobleza
encargada de la defensa y del mantenimiento
del
bien común, sino una clase de políticos innobles en el sentido
etimológico de la palabra, es decir,.
encargados de la defensa y del
mantenimiento del
bien
patticulat de partidos "pluralistas"
o del
partido único
contta
la amenaza de un renacimiento de la sociedad.
No hay ya
Tercer estado,
ni hay, incluso, burguesía (ahora que
todo el mundo se ha hecho burgués, decía Peguy), ni siquiera hay
eatnpesinado dedicado
a
la producción de los bienes materiales ne
cesarios para la vida humana, sino una clase, que aumenta sin cesar,
de
parásitos de la más diversa especie, cuyo designio consiste en
dirigir hacia sí
el flujo creciente de la producción. Tan pronto
cómplices como rivales, los productores de toda categoría, desde
la
133
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
finanza a los Sindicatos, pasando por rodas las coaliciones inter
medias, tienen a la vista mucho menos el servicio de los consumi
dores, que representan el interés general, que el de sus intereses
particulares. Tales son los tres "desórdenes" de la disociedad contemporánea
y del Estado que la cnbre en su conjunto prodigiosamente. Nos en
contraremos en presencia de un mundo al revés o, dicho de otro modo,
ante la Subversión: el animal político, constructor de ciudades que
responden a su naturaleza, es
reuogradado al
rango de insecto so
ciáL El
mal es universáL Por todas partes, las prótesis del socialismo
hao reemplazado los órganos vivos de la antigua sociedad.
La situación actnal es aún más grave que en la época del Impe
rio romano
y de su rígida y quebradiza armadura. No hay ya bárba
ros de fuera que puedan regenerar a una sociedad que, por ouo
lado,
ya no existe. Todos los
bárbaros están en
el interior. Asistimos
a la invasión vertical de la barbarie. No disponemos
ya del apoyo
de la Iglesia católica como los
días sombríos
del Imperio y de la
Alta Edad Media. Como está demasiado de manifiesto, la Iglesia parece que se
halla en trance de pasarse, con armas y bagajes, a
la Subversión. Ha renunciado a hacer surgir una verdadera socie
dad de las ruinas de
la antigua, fundada sobre la naturaleza so
cial del ser humano, como hizo en sus tiempos de vigor. No profesa
ya que las partes estén hechas para el todo. Bascula del lado del so cialismo y del Estado mundial que aquél quiere instaurar
para univer
salizar la enfermedad que ya lleva dentro de sí y para hacerla
pasar,
fraudulentamente, corno un estado fisiológico y mental bueno de las
sociedades humanas. Dicho de otro modo, puesto que el socfalismo
es
el último avatar de un cristianismo degradado, pero que está en
trance de extender epidémicamente su contagio a
todo el planeta,
utiliza las últimas fuerzas de su catolicidad, en alianza con un ecu
menismo y un sincretismo dU.dosos, para confundir su destino· con la
potencia de las tinieblas de su propia caricatura.
La "gracia" político-religiosa destruye, desde ese momento, la
naturaleza y se aplica desesperadam.erite a construir artificialmente
una sociedad nueva y a crear un hombre nuevo por el único y mi
lagroso cambio de las estructuras sociales, utilizando una mezcla al-
134
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TERMITERA
tamente explosiva -¡deswuam et aedificabo!-del evangelio desna
turalizado y
de la Revolución mensajeta de la salvación.
"No hisy ,.., •.
/ación sin rwolución", eructó un cietto R. P. Cardonnel, cuyo grito
histérico repercutió ensordecedor por
tantos altavoces, "la esencia
de la re,,olución no es owa que
la im,pci6n de la soberatúa de Dios
en
el mundo". Nada menos. Después del Vaticano II, se conoce el
sobresalto de la voluntad de potencia
cletical disfrazada
en
"apertura
al mundo", que en el curso de su historia fue siempre la tentación
de la Iglesia:
"Te daré todos los reinos si, poniéndole a mis pies,
me adoras".
"Es una. cosa chocante -escribió ya Heine en 1832-
ver a estos gazmoño, disfrazados hacer ahora de matamoros con len
gua¡e de «sam culottes», coquetear con awe feroz teniendo puesto
el
bonete ensangrentado del ¡acobino y sentir después la preocupación de
que hubieran podido ponerse, ·por diswacción, en su /ugar
el go"o
roio del prelado".
La vieja utopía romántica de Ballaoche, de Cbauteaubriand, de
Lamennais renace, petpetuamente,
cuando .Ja ley de la cletecía se
debilita en lugar de reconquistar su vigor sobrenatural:
la misión de
la era que se
abre
es
la de identificar la moral del Evangelio con el
sentimiento social".
Seducido por Jaures, el neo-catolicismo contempla con estupor,
con estupidez
arrebatada, la tetmitera socialista que se eleva y que
más adelante será laboratorio de
una amplia
renovación religiosa.
Y el tribuno dicta, proféticamente, a la Iglesia el
discurso que
debe
ría hacer escuchar a los pueblos y que hoy, efectivamente,
le hace
escuchar:
"Reivindicad, actuad, subid ( es ya la ascensión de las masas
en la historia de Maritain), no golpearé con
las varas del absolutismo
delirante (es
el
"No
más anatemas" de cuando Juan XXIII) a las am
plias democracias movedizas como el mar (es el cM.A.SD.O.U.» de
ahora), no. haré pesar una inmovilidad de estancamiento
sobre este
océano removido
por
el
viento, que viene de le¡os y que no es acaso
otra
cosa que el esplritu de Dios posado sobre las aguas de que hablan
mis Ubros antiguos
( es el progresi,mo delirante, cuyas tempestades
conocemos)".
¿Cómo una iglesia en aurodemolición podría ayudar al naci
miento de
una verdadeta sociedad
humana, como lo hizo en la
Edad
13~
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE COI/1'E
Media? Sí "humanamente no hay salvación pMa la Iglesia" como
confesaba el
cardenal Lienart,
uno de los coautores del desastre,
al ca
nónigo Vancourt, tampoco hay ya,
humanamente hablando,
salvación
para la Humanidad disgregada por el fermento sobrenatural averiado
que lleva en su seno. Hugo lo había previsto:
Uevdmos en nuestros corazones el cadáver podrido
·
De la religión en que vivlan nuestros padres.
Todas las · ideologías, todos los sistemas, todas las estructuras, las
praxeis, todos los regímenes políticos son, desde hace siglos, en gra
dos diversos, producto de
la descomposición del cristianismo. Sin
un
enderezamiento de las Iglesias cristianas, en particular de la Igle
sia católica, la
mutaci6n radica/, que experimenta la humanidad será
mortal, como
lo son todas las mutaciones según atestiguan desde el
carnero de
cinco patas
y la ternera de dos cabezas. Lo sobrenatural
es la
más poderosa garantía de la naturaleza de los seres y de las
cosas
y, singularmente, de la naturaleza social del hombre, sin la
cual su existencia sería inconcebible.
La primera condición de una renovación pasa por el vértice del
cristianismo, que
hace cuerpo desde hace 2.000 años con la historia
humana:
STAT Crux dum evolvitur orbis, insistimos sobre el STAT.
Hay una segunda condición precisa, ahogada hoy en un torren
te de discursos, de enseñanzas, de montones de papeles, cuyo origen
estatizante y
desencatnado no es dudoso, consistiría en
la puesta en
pie de una economía en la
cnaJ hoy los pies están por encima de la ca
beza, Si la inteligencia contemplativa y la inteligencia práctica, orien
tadas hacia
el fin último del hombre están en estado de hibernación
prolongada, la inteligencia
poética, fabricadora .de objetos útiles para
el
hombre, ha
adquirido una
expansión que la confunde con la imagi
nación, como si asi con sn despliegue espectacular, compensase la ansencia de sus hermanas. Un desequilibrio tal no deja de ser peligroso.
Es demasiado claro. Una sociedad que no fuese sino una inmensa fá
brica realizaría
la utopía socialista y, confundiendo lo público y lo
privado, llevaría
. como
hemos denunciado a la destrucción de lo
136
Fundaci\363n Speiro
DB LA.SOCIEDAD A LA TERMITBRA
uno y de Jo otro, Jo cual sería irremediable. La primacía que nues
tro tiempo
otorga a la inteligencia operativa en todos los dominios es,
precisa.triente,
· el
signo de que esta forma de inteligencia
es out of
joinls, sacada de sus goznes según la fórmula de Shakespeare. Se
debe tratar de ponerla nuevamente en ellos: El problema de nuestro
tiempo es,
por orden de urgencia, el problema económico. Una eco
nomía que se mueve al revés se debe intentar sustituirla por una
economía que gire derechamente .
... Se trata, en
otras palabras, de devolver
a. la
economía
su prin
cipio motor: la iniciativa privada, y su finalidad: el consumidor en
'carne y hueso, proviJto de a/,ma, inteligencia y voluntad y, en con
secuencia, de
libertad. Se
trata, en
otros
términos, de restituir la
eco
'nomía a su función
propia: la de
asegurar la
subsistencia de
Jos hom
bres, el
vivir, base y trampolín del mejor 'l'ivir, al desembarazar al
Estado
de la nociva grasa económica, en la que parásitos de todo
género germinan,
y que
obsraculizan su. función
propiamente polí
tica:
. velar
por
el bien común. Este apenas es ya hoy Otra cosa
que el bien común material
para la mayor· parte de los hombres.
No pueden asegurado ya
ni el slogan "libertad, igua/,dad, fraternidad"
ni su consecuencia: la termitera, sino simplemente la opci6n bien re
gulada del consumidor, capaz de hacer emerger los mejores produc
tores de ese caos perpernarnente movido o
perpernarnente cristali
zado de
los dos tipos
·de economía
i:ontemporánea. Para lograr este
:fin, que exige la natural-eza de las cosas, se requieren reglas, y éstas
precisan de un legislador
y un juez, que no sean parte interesada en
la vida económica como lo es (y
¡ de qué manera!) el Estado moderno.
E, preci,o un código corrector del parasitismo que vicia actualmente
la
producción de los bienes materiales
y que la pone en el riesgo de
cegar a su fuente, como muestra la experiencia. Si queremos con
servar y aumentar basta cierto límite, medido por la inteligencia y
la voluntad, los bienes materiales de la economía de nuestro tiempo,
será preciso conseguir que el Estado sea político
y que la economía
sea privada,
quedando subordinada ésta a
aquél como lo inferior a
lo superior.
Tales son las únicas perspectivas reaUJtas que se abren ante nos
otros. Nos corresponde, pues, trazar
la vía real por la que camina-
137
Fundaci\363n Speiro
MdRCEL DE CORTE
rá, acaso, la sociedad de mañana. La restauración de la Iglesia sobre
sus
bases
naturales y la restauración de la sociedad sobre sus funda·
mentos
naturales son las únicas garantías de la salvaguardia de la
persona humana
contra sus tendencias mellizas hacia la
anarquía y
hacia su contrario: la omnipotencia del Estado.
El Profesor de Filosofía de
la Universidad de Lieja, Mar·
cel de Corte, de cuyas principales publicaciones nos limitare
mos
a
citar ''L'HOMME CONTRB LUI MEMB", ''L'INTBLIGENCE EN
PllRIL DE MORT"
(Nouvelles Editions Latines, París, 1962 y
1969, respectivamente) y "DE LA JUSTICE" (Dominique Mar·
tin
Mario Editeurs,
París, 1973),
es evidentemente conocido y
admirado
por los
lectores de VERBO, lo que excusa toda
pre
sentación,
por lo
cual, aquf, simplemente recordaremos que
hasta ahora hemos tenido el honor de reproducir, traducién
dolos al castellano, los siguientes estudios del Profesor
De
Corte:
Núm. 40. '"LA INFORMACIÓN DEFORMANTE".
Núm. SS. "INTRÍNSECAMENTE PERVERSO".
Núm. 59. "LA EDUCACIÓN POLÍTICA".
138
Núm. 87-88. "EL EsTADO EN LA DINÁMICA DE LA Eco
NOMÍA".
Núm. 91-92. "LA ECONOMfA AL REVÉS".
Núm. 101-102. "FILOSOFfA ECONÓMICA Y NECESIDADES
DEL HOMBRJ!".
Fundaci\363n Speiro
POR LA "DISOCIEDAD"
(*)
POll
MAB.CEL DB CoRTB.
Catedrático de Filosofía: de la Universidad de Lieja.
I
En contra de la inmensa mayoría de los sociólogos actuales (y
de los intelectuales de
todas clases, laicos o eclesiásticos, que repiten
devotamente sus
doctas charlas),
planteamos el principio inme
diatamente evidente de que existe una
naturaleza humana, y de que
la definición del hombre como
animal social es válida en todos los
tiempos
y en todos los lugares. Si, más esencialmente todavía, es
cierto que el
hombre es
un
animal racional, su definición como
"won politikon" dependerá radicalmente
de la
esttuctuta de su in
teligencia y de las
diferentes categorías
de realidades que pueda
contemplar. Compuesta de hombres dotados de
razón, la sociedad
es, en todo tiempo
y lugar, un conjunto de seres humanos, cuyas
funciones en la "ciudad" se
clasifican según
los objetos de las di
versas actividades
que su
inteligencia es
capaz de realizar.
Así nos lo
demuestra la
historia. Georges
Dwnezil ha probado,
como conclusión de los
admirables análisis
realizados durante
lar
gos años, que la sociedad indo-europea, de la que proceden nuestras
sociedades occidentales y gran riúmero de otras asiáticas, americá-
(*) Discurso de apertura del «II Convegno Romano de la Fundazione
Gioachino
Volpe:
U11a sociedad contra el hombre, que tuvo lugar en Roma los
días 9 y 10 de abril de 1974 (cfr. en VERBO, f24-125, pág. 386, la reseña
de
dicho
Convegno y, en las páginas 387 y siguientes, la ponencia allí_ des
arrollada por Juan Vallet de Goytisolo «Líneas de defensa poüticq-jurídicas»).
La traducción la hemos efectuado directamente del texto francés, publicado
en L'Ordre Franrais, núms. 180 y 181 de .abril y mayo de 1974.
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Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
nas u oceánicas, estaba basada en una división tripartita de las fun
ciones desarrolladas por sus miembros, de la cual es proyección sim
bólica, en el
dominio religioso,
la célebre
tríada capitolina
de
Jú
piter, Marte y Quirino. En todas estaS sociedades, "los principales
elementos
y rodajes del mundo y de la sociedad eslán distribuidos
en tres dominios armoniosamente ajushldos, que son, por orden
crecienu de dignidad: la soberanú,, con su aspecto mágico y juri
dico y como una especie de expresi6n máxima de lo sagrado; la
fuerza ji.rica y el valor, que #ene como manifestación más visible
la guerra victoriosa; la fecundidad
y la prosperidad, que son asegu
radas
por el trabajo de la tierra y el artesanado". A cada uno de los
dioses de esta triada corresponde una función específica de las tres
castaS que componen la sociedad: casta sacerdotal, encargada de po
ner a la comunidad en relación con lo divino; la casta de
los com
batientes, dedicados
a su
defensa; la
casta de los
trabajadores ma
nuales,
cuyo menester es la producción de los bienes materiales ne
cesarios pata la subsistencia
de todos sus miembros.
Esta
tripattición social
responde,
exactamente, a las tres ~vi
dades
propias
de la inteligencia humana, irreductibles unas y otras
por
razón del carácter específico
de sus respectivos objetivos:
con-
templar, actuar, hacer.
La primera se orienta a conocer por conocer, a descubrir las
causas y la "Causa" primera de toda realidad, a reunir los resultados
de la investigación en una concepción global del universo
y a tranS
mitir a los demás su contenido, mediante adecuada enseñanza.
La segunda tiene como finalidad la realuación de bienes propios
al hombre, que la voluntad iluminada por la inteligencia busca in
cansablemente, de los cuales el mej~r, hnroanam~te hablando, es
el bien común, que consiste en la unión de los diversos miembros de
la sociedad y su protección
contra las amenazas de
disolución inter
na o externa.
La tercera tiene la función de transformat el mundo exterior y
mediante
esta operación, producir todo cuanto es indispensable
al
hombre para subsisitr.
No existen otras actividades, específicamente humanas, que
ésias:
primera, la actividad filos6jica, teol6gica, científica, a cualquier nivel,
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Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
incluso embrionario, y aunque esté mezclada de esoorias, a la que
loi griegos
aplicaban la
bella denominación; hoy desacredit:acla, de
actividad teórica (theoriti)
en la cual la inteligencia, en su esfuerzo
para conformarse a la realidad y para ser verdadera se humilla, pot
así
decirlo, ante el
Ser y ante el Principio del Ser que la trascienden;
segunda, la actividad prJclica, que los griegos denominaban praxós,
en la cual, para conformarse a la definición del hombte como ani
mal político programado en la naturaleza humana, la inteligencia
y la volunt:acl, íntimamente fusionadas, se inclinan, a su
vez, ante
ese
fin último
que, hnroaoaro"'lte hablando, las supera y sin embargo
las constituye: el bien del todo social del que el individuo fotrna
parte;
y, tercero, la actividad que podríamos denominar, en senti
do amplio,
poética o laboriosa, por la cual la inteligencia. y la vo
lunt:acl,
oportunamente asociadas, producen (en griego: poiein y
poiesis) una serie de objeros artificiales y exteriores al agente que
este último necesita para vivir.
Tales son las actividades propias del hombte, como hombte: la
de
la inteligencia, cuyo objero es
lo verdadero; la de la inteligencia
y
la volunt:acl conjugadas, cuyo objero es el. bien de la ciudad, sin el ·
cual ningún otro bien humano, por alto que sea, puede existir; la
de la inteligencia y la volunt:acl
teunidas, aliadas
manualmente, y sus
desarrollos mecánicos, que tienen por objeto
lo tílil. Tal es, tam·
bién, su jerarquía: en el vértice, la actividad intelectual, que re
.cae
sobre
la universalidad del Ser J de lo verdadero; en el centro,
la actividad inteligente y voluntaria, cuyo fin último que
trata de
alcanzar tealroente aquí abajo, en el curso de nuestra exiscencia, no
puede
ser en plenitud sino
el bien del lodo social, que como bien
superior se impone a cualquier
otro tipo
de bien particular; en la
base, la actividad inteligente voluntaria y manual, cuyo fin es la
sa
tisfacción
de las necesidades materiales
inherentes a
la vida
humana,
que
de ese modo se encuentran radicalroente
particularizadas e ,,._
dividua/izadas,
pues sólo el individuo en carne y hueso puede con
swnit las utilidades económicas necesarias para su subsistencia.
AJ hallarse toda actividad diversificada y jerarqui2ada en fun
ción de su objetó, -no es de extrañar que la tripartición que acaba
mos. de descubrir en el seno del alma humana haya generado su
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MARCEL DE CORTE
correlativa en la Ciudad, que el hombre, animal político, construyó
en el curso de su paciente e infatigable
búsqueda del
vivir mejor.
Así, toda sociedad organi,ada ofrece, en todo tiempo y lugar, más
o menor . visible, más o menos enmascarada, la figura de un ttébol.
No es de
extraóiu: ver la ttíada capitalina de Georges Dumezil y
sus diversas encarnaciones arcaicas, extendiéndose hasta el final en
los ttes órdenes del
clero, la nobleza y el tercer estado, cuya articu
lación constituía
la sociedad ttadicional. A decir verdad, no es de la
sociedad tradicional de Jo que debería hablarse aquí, sino de la so
ciedad eterna, de
toda sociedad digna de este nombre y de la reali
dad que este nombre significa. El dinamismo propio de
la naturaleza
humana
no puede desplegarse más que
sub ratione veri o sub ratione
boni hones#,
o bien ,ub ratione boni utili,; se añadía a éstos el
bonum delectabile, según la famosa imagen de Aristóteles, como a
la faz la flor de su tez. Desde entonces, al nivel de la naturaleza
social
del hombre, este dinamismo
sólo puede producir como efecto
una
sociedad en
la que los miembros desplieguen sus actividades orien
ta
zada. Su estructura normal responde no solamente al conjunto de
los caracteres esenciales del hombre (inreligeocia, voluntad, cuerpo)
sino a su unión, a su complementarieclad, a las relaciones mutuas y
necesarias que se anudan entte eJJas. Por poca atención que se pon
ga
en examinar
estos ttes órdenes que componen
la sociedad según
la naturaleza y la historia, se les halla tan inseparables y tan ligados
unos con ottos, como Jo están
las ttes formas que hemos distingnido
en el
seno de la inreligencia,
única y
indivisible, de la que
cada ser
humano está provisto: inreligencia
especulativa, inteligencia
prácti
ca, inteligencia poética. Según
cual de estas formas sea· la que pre
domine en un individuo, éste adoptará tal
género de vida, diferen
te del de su vecino, o tal otto.
La noción de género de vida nada
tiene de exterior ni de arbittario. Se deduce del objeto, de la reali
dad a la cual se orienta el hombre en el curso de su existencia.
En toda sociedad que haya logrado un cierto punto de madurez
es fácil discernir, bajo las capas sedimentarias, bajo las lentas
ttans
formaciones tel6ricas, los plegamentos, los hundimientos y los al-
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DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
zamientos debidos a los seismos y a los cataclismos de la superficie,
la presencia, en diversos grados, a veces ínfimo5; jamás nulos, siem
pre efectiva, de tres clases de hombres, sin las cuales
ningnna co
munidad
es posible: la que los alimenta; la de quienes se cuidan
del mantenimiento,
de su defensa, de su concordia y de su existencia
colectiva,
y la de aquellos que les comunican una concepción religiosa
de la vida
y del mundo, con la cual sus inteligencias y sus voluniades
se adhieren a realidades consideradas como inmutables
respecto de
las cuales todos reconocen su trascendencia y unión. Sin la primera,
ninguna comunidad puede subsistir materialmente; sin la segunda,
ninguna comunidad subsiste histórica
y orgánicamente; sin la ter·
cera, ninguna comunidad subsiste espiritualmente. Los tres géneros
de vida que
ya reconocían los pitagóricos: la vida contemplativa, la
vida práctica y la vida "apoláustica", que procede de la industria
y
del comercio, son definidas por sus distintos objetos, aunque tam·
bién solidarios. El macrocosmos social resulta correlativo al micro
cosmos humano.
La tendencia de toda sociedad es durar y escapar de los golpes
del
a,ar, de lo arbitrario, de la relatividad del tiempo, tal · como
dura
la naturaleza, principio inmóvil del movimiento en el
ser en
que
se asienta. Siempre ha tratado de fundarse en un
factor que
es
capa radicalmente a los caprichos de los individuos y a la incons
tancia del
azar, a
saber sobre
la familia; fruto de la necesidad bio
lógica propia de la especie humana como
· de
cualquier otra espe
cie animal
y, por lo tanto, sobre el nacimiento, única realidad que,
en mi, escapa al impulso de
mi deseo, con mi naturaleza de hombre,
romo la etimología lo
demuestra.
Es.;; es la razón de que toda so
ciedad llegada a la existencia política, esté compuesta no de indi
viduo, o de personas, como cree la mentalidad equivocada de nues
tros contemporáneos,
Jino de familia,. No se hace lo social ron lo
personal;
no se hace lo
romún ron lo
que es propio de Juan, de
Pedro, de Pablo,
etc. Tal pretensión es rigurosamente contradicto
ria.
No se hace lo social más que con lo que es social, como no
. se
construye
un edificio
ron otra
cosa que con mortero
y ladrillos, no
con granos de arena yuxtapuestos.
Apoyada en la roca inquebrantable de la familia, que le asegu-
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Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
ra su continuidad biológica, la sociedad política trató siempre de eternizarse, introduciendo en los tres órdenes que la componen el
determinismo del nacimiento. Como decía HOlderlin, "es el naci
miento
lo que decide en su mayor parte todo lo demás''. En la épo
ca medieval, cuando la tripartición social aparecía
casi en estado
puro,
cada ser humano nacía en un orden determinado y también
determinante.
Se nacía oralor, hombre de contemplación, de oración,
en virtud de una predestinación divina que situaba al elegido en el
orden
de Melquesidec; se nacía bellator, porque los antepasados se
habían dedicado siempre a
la defensa del
grupo y habían transmitido
ese honor a cada generación, el honor onus; se nacía laboratur por
que las circunstancias impulsaban al individuo a las tareas menos
gloriosas, pero menos peligrosas, de alimentar a los miembros de la
comunidad. El clero, cada vez que falta
a su
misión, pretende sustituir su
propio veredicto a las solicitaciones divinas y se siente tentado por
el nepotismo. En forma semejante, a su vez la nobleza se enorgu
llece de su nombre prestigioso, sin preocuparse de la sustancia que este nombre
significa, y
el tercer estado se ve irreductiblemente con
tinado a las tareas inferiores, propias de su estado. Cuando los órde
nes que componen la sociedad
se repliegan sobre sí mismos, no asu
miendo ya como fin el servicio al bien común, alzan entre sí barre ras que excluyen cualquier posibilidad de pasar del uno al
otro
nivel,
según sus vocaciones, y de rechazo impiden que los
mejores
de
sus miembros se
comuniquen entre
sí, llegando entonces la escle.
rosis y la muerte.
Esta es la razón por la cual las sociedades necesitan de un ele
mento
coordinador suprémo, de un regulador que sepa subordinar
el bien de los individuos y de los grupos
al bien
común del con
junto y a las exigencias
conjunt
y de diferenciación propias para la vida y para su des
arrollo
orgánico. Ouk agathon poluk.oú-anie beis kowanos esto, el
poder de la multitud no es bueno, cantaba ya Homero, que no haya
más de un solo jefe.
Un rápido
y supersónico sobrevolar en la historia· nos muestra
que los tres órdenes
que componen la sociedad se han reducido fre-
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DE LA SOCIEDAD A LA TER.MITERA
cuentemente a dos. Es fácil comprenderlo. Los fines respectivos de
la inteligencia especulativa y de la inteligencia práctica son estric
tamente
obietivos, el primero en la línea del conocimiento y el se
g-ando en
la línea de
la acción. La verdad de la inteligencia especu
lativa se
define por la correspondencia del pensamiento con
la rea
lidad. La verdad de la inteligencia práctica resulta de su conformi
dad con el fin último que persigue y que no puede ser en esta vida
sino el bien común de la
sociedad, la unión, la concordia, el enten
dimiento, la armonía de todos los elementos que interfieren en su
síntesis. En el primer caso, el objeto está dado. En el segundo hay
que hacerlo, darle existencia: preexiste a la acción, es muy claro,
porque sin él y sin la atracción que ejerce, la acción jamás podría
realizarse, pero debe ser revigorizado sin cesar,
realizado y, por
decirlo así, resucitado mediante actos, de por sí efímeros, que re
nueven su existencia y,
al mismo tiempo, su atracción. La inteligen
cia poética obrera, fabricatriz de objetos útiles para la vida del agen
te, sólo -puede tener, como fin en sí mismo, el agente, el sujero
como tal. La magnífica expresión popular lo dice: se modifica el
mundo exterior, se trabaja para
"ganar la vida"', y la vida es lo
más intensa y más radicalmente personal del hombre, más irreducti
blemente incomunicable.
Finis cufuslilet fadentes, in quantum fa
cien#s
escribe, con todo rigor, Santo Tomás, est ipsemet. Así lo
quiere la
naturaleza de las cosas: la inteligencia especulativa 'se apo
ya
en lo
universal, la inteligencia práctica en lo público, que es su
correlativo a escala de la acción, la inteligencia obrera en lo
priva
do. El hombre es el único animal racional, el único animal político,
porque es el único animal capaz de vivir me¡01'. Pero participa con
los otros animales, en un grado muy superior, debido a la excelencia
de la inteligencia sobre el instinto, en el arte de transformar el
mundo
exterior para su uso, con el fin de
vivir y sobrevWir. Las
funciones de lo especulativo y de lo práctico se han confundido,
con frecuencia, en el curso de la historia, porque aseguran el
meior
vivir,
porque elevan al hombre a la esfera propiamente humana de
lo verdadero
y del bien universales. Los sacerdotes fueron, al mis
mo
tiempo, dirigentes
políticos,
y los dirigentes pollticos, con más
frecuencia todavía, fueron revestidos por sí mismos, o por la ciudad
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Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
que regían, de un valor sagrado. Estas funciones se han distinguido
siempre
de la función obrera, fundada sobre el vwir. Toda la histo
ria de
la humanidad da testimonio de esto.
Se puede incluso decir que esta dicotomía fundamental fue la
regla durante la antigüedad, ya sea con el predominio de lo religioso
sobre lo profano, como en el pueblo judío, bien con la divinización
de
la Ciudad y el culto a los emperadores corno entre los griegos
y los romanos. La aparición del cristianismo restituyó la sociedad a
su
tripartición natural. Pero Cristo hizo infinitamente más que dar
al
César
lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, en el plano
que
resultaría
horizonlalmente común y que debían compartir confor
me normas generatrices de inevitables conflietos
en los cuales se halla
rían frente a frente. Con firmeza, Cristo proclamó, a la vez, su rea
leza
("Tu has dicho, 'Yº soy Rey") y el carácter esencialmente sobre
natural
de su reinado ("Mi reino no es de este mundo"). En la es
calada de las tres tentaciones a las cuales se somete su humanidad,
había ya rechazado la más fascinante, aquella que no cesará de se
ducir a sus discípulos, el reinado mesiánico universal de orden tem
poral: "El
diablo, de m,evo, le Uev6 sobre una mo11lafla mU'j eleva
da,
y mostrándole los reinos del mundo con su gloria ( omnia regna
mundi
et gloriam eorum), le dijo: Todo
esto te
daré si cayendo •
mis
pies (cadens) te prosternas ante mí (ador,weritis me). Entonces
Jesús le dijo: Retírate Satán, porque está escrito: Ttí adorarás al
Seiio,, tu
Dios, 'Y servirás s6lo a El (et illi soli servies)"_ Los teXtOs
son formales: por encima de la sociedad natural y en un plano dis
tinto, en
el vertical, hay otra so&iedad, radicalmente sobrenatural en su
origen y en su fin,
en
la que Cristo une, corno hijos de Dios
(filias
Dei),
a "todos aquellos que creen en su nombre, que no son na&i
dos de la sangre y del deseo de la carne, ni del deseo del hombre,
sino de Dios mismd'.
Dos sociedades, la Iglesia por una parte, el Estado por otra, es
una
innovación absoluta en
la Historia de la Humanidad. Esta irrup
ción de lo sobrenatural en
la naturaleza social del hombre no sólo
hubieta dejado de perturbarle, e incluso hasta destruirle, si lo
sobre
natural
y lo natural no permane&ieren al mismo tiempo diferentes
y éomplementarfos.
100
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
A este respecto, y aun a riesgo de recorrer los siglos de manera
abrupta
y apresurada, lo que hará dudar de la pertineocia de nues
tro juicio, no dudamos eo decir que la historia de la sociedad se
divide eo tres períodos hererogéneos. El primero es el de la Antigüedad
pagana, eo el cual el indivi
duo se subordina natural y espontáneameote a la sociedad, como una
parte al todo, y como el bien particular al bien.
comÚIL Es la épo
ca eo
que Sócrates, condenado a beber cicuta, rehusa ceder a las
pro
posiciones
de sus amigos, que
han planeado librarle de su prisión.
Desobedecer
las leyes de la ciudad no es un crimen, es un sacrile
gio. No hay otra moral que la política. Separar el destino de la per
sona del destino de la Ciudad es ioconcebible, no solameote en es píritu,
sioo de hecho. Y esta es la razón de que,. en la Antigüedad
griega y romana, eo su madurez aúrea, se ignore todo de nuestra
moral individualista.
Actuar moralmeote o conforme
al
bieo es obrar
sabiamente, es obrar conforme al único bien que aquí abajo trascien
de a la persona: el
bieo común. Aristóteles, fiel discípulo de Pla
tón en este punto, proclamó que la política es la ciencia ,wquitect6-
mca por excelencia. La sitúa en el vértice de la jerarquía de todos
los conocimientos propios del hombre como hombre, e incluso, en
cierto sentido, por. encima de la ciencia especulativa, cuya posesión
es, en ciertos aspectos, así nos lo dice, •• má.r que h#'l'IUl1la'1
, a causa
del movimiento que la eleva hacia
la inaccesible causa ttascendeote
del
ser que es Dios.
Separar su suerte de la suerte de la ciudad es
una aberración, una locura, cuyo
aeto es
inmediatamente sancionado
con el
exilio, que·
los antiguos consideraban como el peor de los
cas
tigos.
El
alma pagana de un Víctor Hugo no se equivoca en este
aspecto:
¡
Ah! ¡No exilemos a nadie! POf'que .el exilio es una impiedad.
La actividad de contemplación, la más alta, sólo es tarea de al
gunos: los
sabios. ¡ Y sin embargo! •.. El objeto supremo de su sabi
duría no se revela en ellos más que en algunos momentos. También
la rarísima sabiduría' especulativa debe,
humanamente hablando, ce
der su
puesto a la sabiduría práctica,
a. la política. El bien común del
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Fundaci\363n Speiro
MAR.GEL DE COR.TE
Universo permanece, para los "happy few", distinta del bien común
tanto como del bien privado. La tripartición en
las funciones hwna
nas
es respetada,
en teoría, en el doble sentido de la palabra, pero,
de hecho, lo metafísico, lo religioso, para la inmensa mayoría, se
confunden con el único fin cuya trascendencia imita la trascenden
cia divina: el bien común de la ciudad. Así se
explica, pues, el
porqué la Antigüedad divinizó, no a los sabios, sino a los héroes
defensores e ilustradores de la ciudad: la política absorbe, en sí, el
dominio separado, prohibido
e inviolable que constituye el objeto
de una reverencia religiosa, que ·se
identifica con
lo
sagrado. Fuera
de
su recinto venerable no hay
más que lo profano, no hay más
que lo que es extraño a la religión y a la sociedad confundidas, no
hay más que lo privado,
lo individual, la búsqueda del · alimento, de
los bienes materiales, lo econ6mico.
La invocad6n de Antlgona, en relación con las leyes no escri
tas, nada tiene de reivindicación de la conciencia individual contra
la
ley común, como piensan los ignorantes. No se
trata de la expre
sión de
un conflicto entre la sociedad y
"el derecho imp,esoriplible
de
la
persona humana", sino que traduce simplemente el aotagonis
mo que siempre subsistió, a In largo de
la Antigüedad, entre el ele
mento religioso y el elemento político, a
pesar de su amalgama. La
ley no escrita es la ley de los dioses, que prescribe el enterramiento
de los muertos; la ley escrita es la
ley de la ciudad, cuyo destino
preside
Creón, y que tiene también un valor que trasciende a cual
quier reivindicación personal. La oposición entre Antlgona y Creón
es
el resultado remanente de la distinción entre el objeto de la in
teligeocia especulativa
y el objeto de la inteligencia práctica, entre
lo
religioso
y lo socia~ que la Antigüedad pagana ha querido siem
pre fusionar entre sí, en función de sus trascendencias idénticas, a
su manera de ver, una a otra.
Con el Cristianismo comienza el segundo período de la historia
de la sociedad. El Cristianismo inaugura un tipo de sociedad absolu
tamente único en la Historia, una sociedad sobrenatural de personas,
individualmente llamadas a participar en la vida divina.
La Iglesia
está constituida por el pueblo de los bautizados.
Sólo se
bautiza a
personas, no a grupos,
colectividades, pueblos
o naciones. El bau-
102
Fundaci\363n Speiro
DB l.A SOCIEDAD A LA TBR.MlTBRA
tismo es el naci.J;niento a una nueva vida, la vida de la gracia, y todo
nacimiento, como toda muerte, es_ individual. Se nace solo y se mue
re solo, los grupos no entran en la inmortalidad de fos bienaventu
rados. Todo lo más, la gracia implica la respuesta
final del hombre
a la llamada personal de Dios.
Proprias oves vocflt nominatim, dice
el Buen Pastor: este
llama a cada una de sus ovejas por su nombre.
La salvación es individual. No se concede a la sociedad, cualquiera
que sea la forma humana bajo la que se presente: familia, o, en el
límite, la humanidad. Se trata de una metáfora, pura y simple, la
de
"la salvación de la humanidad". Esta no se considera como enti
dad colectiva, sino como la suma de los elementos individuales ..
Elegi
vos,
yo os he elegido individualmente, uno a uno, dice Cristo a sus
discípulos. Lo comunitario de la Iglesia surge de la adhesión de cada
ser humano individual a la verdad revelada
y de su relación propia
con Dios, ya se trate del cristiano reducido a su
más simple
expre
sión, del
más grande
de los místicos o de la Santísima Virgen
María.
Lo que es verdadero en el seglar cristiaru¡ lo es todavía más en los
miembros del clero propiamente dicho: cada uno de ellos es llamado,
por vocación personal, a recibir el sacramento del Orden Sagrado.
La Iglesia, visible e invisible, es una sociedad de personas. Es la única sociedad de personas posible. Posible, sin lesionar
el principio de
contradicción, porqqe se
sitúa al nivel del misterio
de la elección divina: Cristo,
dándose como
objeto de amor a
cada
uno de los miembros de su Iglesia en particular, reúne a todos y los
comunica en su Persona, conforme la prodigiosa fórmula de Bos
suet:
"La Iglesia es Jesucristo derramado y comunicado". La per
sona no padría
jamás, por sí sola,
entrar en relación
reaL profunda,
ontológica,
con la persona del prójimo, sin la gracia dispensada por
el único Mediador: es, primeramente, por su comunicación con Dios,
por lo que comunica con el prójimo, en quien Dios e.rtJ presente,
como está presente en ella mism11-, y su Ser y el del prójimo se
unen así en Dios. Sólo sobrenaturalmente podernos
amar a
nuestro
prójimo, si amamos a Dios,
y si Dios nos ama. Del yo al tu el abis
mo es infranqueable si Dios no lo colma. Este es el sentido
exaeto
del
mandamiento
"ama a tu p,6¡imo como a ti mismo". Amar so
brenaturalmente al prójimo es
amar .su
relación sobrenatural en Dios,
103
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORJ'E
que lo constituye, y es amar a la vez como a uno mismo estando
el propio ser ligado sobrenaturalmente a Dios. Dios es el principio
sobrenatural que
incluye al otro, al
tercero; es el intermediario obliga
do entre la
persona y
la persona, porque
está en mí como en ti, se
gún
la
bella fórmula de
Claudel, alguien que está en mí y en ti es más
yo mismo y tú mismo que tú y que yo.
Esta es la razón por la que el reino de Dios no es de este muudo.
En este
mundo una sociedad de personas es rigurosamente imposi
ble, porque implicaría comunicación entre seres incomunicables. Tam
poco el amor sobrenatural del prójimo puede ser aquí abajo sino
imperfeao, terriblemente imperfecro, salvo
en los santos. Será
más
allá
de la muerte cuando podremos amar perfectamente a los otros,
porque
Dios será
"todo en todos".
La Iglesia, nuevo Israel, nueva figura terrenal del Reino, funda.
da sobre Pedro que recibió las llaves, es por consiguiente nna
SO·
ciedad estructural y . ontológicamente diferente de la sociedad de la
que somos miembros,
· a
título de
animales políticos.
Es una comu
nidad de personas destinadas a la vida sobrenatural, mientras que la
sociedad es nna comunidad de
familías y de grupos diversos, con
sistente en que sus
miembros puedan
vivir del mejor modo posible
en este mundo temporal.
La Historia de la Edad Media es la de su encuentro, o más exac
tamente, la del nacimiento de la Iglesia y del renacimiento de la
sociedad, a través de las
ruinas y la civilización antigua.
Por
paradójica que esta aserción parezca a nuestros oídos moder
nos, aturdidos por el viento de la historia, el Cristianismo, a pesar
de su radical novedad, no perturbó en absoluto el tradicional trino
mio social. Por el contrario, lo consolidó. Con su neta distinción entre
lo sobrenatural y lo natural, estableció una clara división entre
lo sagrado
y lo profano, entre el clero establecido para la difusión
del Evangelio, para la celebración de la Santa Misa
y la distribución
de los Sacramentos por una parte,
y por otra, la nobleza y el tercer
estado, aquél encargado de la
bien
oomún de
la socie
dad y este último del mantenimiento de sus miembros. No se trata,
repitámoslo, de clases en el sentido
marxista del término, ni
de di
visión arbitraria. Los tres órdenes son estamentos, status~ cuadros
104
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TBRMITBRA
jurídicos, que reúnen a quienes forman parte de ellos con exclusión
de los
demás.
Por razón incluso
de su respectiva
condici6n (en latín condere,
fijar-establecer) y de las exigencias obietwa, de sus funciones, que
les colocan en relación con realidades heterogéneas
-el bien
común
sobrenatural, el
bien común
temporal y
el bien privado temporal-,
los miembros de la sociedad no cambian de marco según su fanta
sía o de su subjetividad. Como advierte Jules Monnerot, esta es la
época en que cada
capa social
acepta su puesto, y cada individuo su situaci6n ... Antes
del siglo
XVIII, la idea de sociedad, en el pensamiento europeo,
no se distinguia de la idea de la sociedad· aceptada. El estado fl01'111
donde
le hubiera puesto Dios. La realem universal de Crista· no se
extendía solamente sobre la Iglesia, sociedad
sobrenatural, sino
so
bre todas las comuuidades naturales en su reunión, en
uná Ciudad
temporal ordenada de tal manera que pudiera
impartir a
sus miem
bros, en
la
unión y la paz, los bienes de que tuviesen necesidad para
vivir y para vivir mejor. Dominaba la certeza de que la gracia no
destruye la naturalem, sino
que, por el contrario,
la. consolida
como
naturaleza, restaura
su orden perturbado por el pecado original,
fuente de todos los desórdenes, al hacer a los animales· pollticos
más
adecuados
a
realizar su
esencia.
La Edad Media conoció innumerables conflicros entre los diver
so,r órdenes
de la sociedad, entre las cuales no fueron las menores
la querella
_entre el
sacerdocio
y el imperio, o la de las corporaciones
contra el feudalismo y, sin embargo, no sucumbió a la subversión.
Los accesos de fiebre eruptiva,
las revoluciones, fueron numerosos.
Pero jamás hubo, ni siquiera en apariencia, esa fiebre continua, con
suntiva y permanente, signo precusor e infalible de la muerte de las
sociedades, que se
llama Revolución. Los diversos órdenes de la
Ciudad nunca se hallaron en estado de disidencia, unos frente a los
otros. Las secesiones que se manifestaban eran herejías religiosas,
y si sus ondas sísmicas se propagaban a la sociedad profana, su epi
centro
se encontraba
en la fe y no en la
naturalem social
del ser
humano, que, bajo su impulso, conserbaba
intacta su
vitalidad.
La
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Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
sociedad medieval respetó siempre; a pesar de sus taras, este "es
tado de reciprocidad de serflicios" y estas "servidumbres derivadas
de la desigualdad natura/." que, según la exacta fórmula de Maurras
constituyen la sociedad de los hombres. Individuos,
tan numerosos
como se quiera, pudieron tratar de romper el tejido social, pero ja
más intentaron edificar un sistema que pusiera la sociedad en ar
monía con su propia ruptura y la justificara, ni construir una so
ciedad nueva, fruro de su voluntad autónoma, libre respecro de rodas
las necesidades
de la
naturaleza.
Jamás
el cristianismo medieval puso en duda la
naturaleza so
cial del hombre. La aclaración perenroria de San Pablo: "No sois de
vosotros mismo.s", no tiene únicamente valor sobrenatural La obli
gación, el hecho de estar obligatus, ligado, atado a otro, es esencial
a la naturaleza del hombre.
El hombre pertenece, en primer lugar
a Dios,
y está ligado a Dios, está con relación a Dios en una con
dición de pertenencia de la que se derivan las reglas de conducra y
los deberes convenientes a este respecro. La virtud de la religión
consiste en dar a Dios el culto que le es debido, en razón de esta
obligaci6n, de este hecho de estar ligados a Dios de una manera
radical.
La razón humana reconoce esta situación porque ella reco
noce
lo que es, porque ve que la naturaleza del hombre consiste en
estar en sociedad con Dios, y que esto es un hecho permanente,
constitutivo de su esencia misma, jamás sujeto a cambio o mutación
alguna.
Ciertas criaturas, con relación a nosotros, participan en esta tras
cendencia divina, a la coa! estamos onrológicamente unidos. Son
nuestros padres, nuestros antepasados, nuestros muertos, nuestros
bienhechores, todos aquellos de quienes recibimos algo por el solo
hecho de que vivimos con ellos en
una misma comunidad de des
tino. Estamos obligados para con ellos, les debemos la vida, la
cul
tura, la civilización, la paz, el bien común, sin el cual ningún bien
privado existe, etc . ... , porque nos dan todos estos bienes, porque
recibimos de ellos rodas las posibilidades de alcanzar plenamente,
de mod.O" concreto, efectivo, tangible, nuestra naturaleza de hombre.
Por otra parte, en la medida en que nos encontrarnos obligados, de
bemos continuar su obra,
imitar lo
que
han hecho, tratar de segoir-
106
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
les. La estabilidad de los órdenes o de los estados deriva de esto,
como
asimismo el
equilibrio de la sociedad global.
La obligación hacia los otros que se encuentra en toda sociedad
real es un
hecho. de la natMakza que teje entte los miembtos de
una comunidad,
de tniba a abajo y de abajo a arriba, una setie de
debetes recíprocos. El siervo· alimenta al señor,
petO el señor está,
a su
vez, obligado
a dat!e ayuda y protección. El
sietv0 y el señor
deben asegurar
la subsistencia del cleto
y el esplendor del culto de
bido
a Dios, pero el clero les debe la ortodoxia de la fe y la vali
dez de
los sacramentos.
La natMa/,eza del hombre es la de un set obligado, de Jo cual
resultan sus
deberes: a un bien recibido corresponde un bien otor
gado, o, por Jo
menos, la
inclinación espontánea a reconocetlo
y a
recompensar
o
compensar el
bien recibido, de una maneta cualquieta.
Desde que
viene al mundo el hombre
está, por natura/,eza, en situa
ción de obligado,
y es por naturaleza un su;eto de deberes para ottos.
Para
el cristianismo medieval, el debet social es el
primero. La fe
cristiana jamás ha imaginado una declaración cualquieta de los de
rechos
del hombre y del ciudadano. La sociedad es un tejido de obli
gaciones mutuas, entte los órdenes que la
constituyen. Es la cons
titución de una especie de
lazo o de cordón umbilical que .nos liga
constitutivamente
unos a
ottos, que la libettad del individuo puede
cortar
tan pronto
como su capricho lo decida,
peco al
cual no puede
negarle,
sino vetbalmente, la existencia, porque ésta se reconstituye
tan pronto como se produce su fisura.
El tercet período . de la historia de la sociedad moderna, o de
aquello que nosotros designamos todavía con este nombre, co
mienza aquí.
En
las arterias vivas de la sociedad orgánica, rotas por
el individualismo, van a aparecet las cadenas insoportablemente pe
sadas de todas las formas del socialismo. Los aparatos de prótesis sus tituyen a los miembros y órganos del hombre. El
resultado se
des
arrolla ante nuestros ojos: .. nuestros contemporáneos no marchan
ya más que con la ayuda de muletaS, cada más numecosas, cada vez
más onerosas. Ruunt in seNlitNtem. Gritando a coro, los hombres
de hoy exigen del Estado, nacido d.e su locura, que se las multipli
que
y se las haga más pesadas y más dispendiosas todavía. Una
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MARCEL DE CORTE
nueva esclavitud humana, mecaruca, inhumana, se instaura con el
asentimiento entusiasta de sus víctimas. En algunos siglos, la huma
nidad ha pasado del estado de
sociedad a su contrario, hip6crita e irri
soriamente denominado socialismo. Cualesquiera que sean los luga
res
y los tiempos, la lentimd o rapidez del proceso, su itinerario es
siempre el mismo en todas
partes: el
individualismo disociador con
método idéntico: la sustimción de la
namraleza por
el artificio con
el. mismo
resultado: la reducción del
animal político a bestia de
rebaño. Si bien
es· difícil,
cuando no imposible, determinar el origen ra
dical de esta temible enfermedad, que
alcanza tanta
profundidad en
la
namraleza humana y en los insondables decretos de la Providen
cia
que, segón el
adagio, borra para escribir mejor, es posible al
menos, fijar aproximadamente su
acta de
nacimiento
y subrayar sus
causas más visibles.
A este respecto, casi todos los historiadores son unánimes. La
dislocación de la sociedad occidental (y por ella de todas las otras
sociedades del planeta) comenzó en el
Renacimiento, continuó con
la Reforma, estalló con la Revoluci6n francesa y prosigue en nues
tro fin de siglo en
las formas asmtas o violentas de la subversión de
todos los valores,
que el genio de Nietzsche -decadente y lo con
trario de decadente, como el decía -de sÍ mismo- diagnosticó.
El Renacimiento -más allá de los esplendores artísticos que
disimulan el proceso- inauguró la
época del individualismo. Des
de Jacob Bnrkhardt, nadie niega esta evidencia. No dudamos, por
nuestra parte, en considerar que su causa se halla en el Cl'ÜIÚmismo,
pero no en el cristianismo tomado como vector sobrenamral que une
las almas a Dios, ni en el armazón social de la Iglesia, ni en sus dog
mas, su liturgia, sus sacramentos, sino en el oristiam.rmo ·desnatura
lizado, secularizado, humanizado, privado de su foco divino de gra
vitación. Apenas el hombre, por la gracia del
único Mediador y de
la única Iglesia, había sido puesto individualmente en
. armonía
con
Dios, con los miembros de las diversas sociedades de
las cuales for
ma parte, con la namraleza, con el Universo. He aquí que, cómo desde
Jo ve,lical de lo sobrenatural desciende a lo horizontal de lo temporal,
se queda solo frente a cada uno de sus semejantes, frente al mundo,
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DB LA SOCIEDAD A LA TBRMITEM
frente a la inmensidad del cosmos, sin intermediarios capaces de ha
cerle comprender que se
encuentra situado
en sociedad con
cada
ser, con cada cosa, en la naturaleza, y en las comunidades de destino
concéntricas cuyo último rayo se extiende
hasta el
infinito.
Es más, helo ahí solo, frente a sí mismo, tomando por primera
vez conciencia de sí, considerándose por primera vez como el cen
tro. Es conocida la fórmula: al teocentrismo le sustituye el anttOpo
centrismo. El Dios hecho hombre es sustituido implicablemente por el hombre que se hace Dios, no por
la mediación de Cristo y de la
Iglesia a nivel de lo sobrenatural y de la eternidad, sino por las solas
fuerzas de su propia excelencia, al nivel de su única vida en el
tiempo. Habiendo excedido de su condición de criatura, el hombre
quiere convertirse en creador.
Como escribió Eugenio Garin, el Renacimiento es "un trdmito
de la vi,i6n del ,er cer,ado ,obre ,, mi,mo, a la realidad del hombre
poela, e, decir, credor, del hombre que no #ene que contemplar un
orásn á4do, sncarnar
una emtencia prefabricada por toda la eter
niád, ,ino que ái,pone de po,ibiliáde, infhulaJ
y que virtualmente
carece de límite,.
El mundo, lejo, de e,tar cri,talizdo en formas
fija,, e, maleable ha,la el infinito".
Tal exaltación del hombre nada tiene de pagano. Los griegos
nada temían tanto como el
hybri,, la desmesnra que pretende igua
lar el hombre a los dioses. Los romanos jamás cesaron de creer en
la absoluta trascendencia de Jo divino, incluso cuando lo encarna
ban en la persona de sus emperadores. El origen de esta. glorifica
ción del hombre es cristiana. Para que
la segunda persona de la San
tísima Trinidad baya alcanzado
la condición humana, por amor al
hombre,
era preciso
que
.el hombre
fuera, en ciertn modo,
comor,
divinas naturae,
y lo es en el sentido pleno del término, pero estric
tamente
por
la gracia. Si el anclaje del hombre en lo sobrenatural
ha llegado
a romperse, en cambio
la idea
de su divinización sub
siste en él pero
en hueco, sin que pueda llenar la prodigiosa pro
fundidad, sino imaginariamente, con
las construcciones de su
mente, en otras palabras, por sí mismo. No se escapa al cristianis
mo ni aun, y sobre todo, negándolo. El hombre que n.o adora ya a
Dios, no puede adorar sino a sí mismo. Debe ser su propio creador
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MARCEL DE CORTE
y el creador del mundo, y espera ser, como pretende eo la época con
temporánea, su propio redeotor
y el redeotor de la humanidad.
Pata que
esta primera revolución tuviese
lugar, resulta
demasiado
claro que la noción de verdad debería tener un sentido nuevo, inédi
to
en la
historia humana.
La verdad de ahora eo adelante, no consistirá
ya eo la correspondencia del pensamiento con la realidad, sino, por el
contrario, en
la conformidad del mundo exterior al pensamieoto del
agente creador que lo adapta a sus ideas
y a sus deseos. Lo que impor
ta, de ahora eo adelante, no es
ya contemplar lo que es, ni adaptar la
acción humana a su fin real,
y al Soberano Bien al que el hombre
está ordenado, sino, por el contrario, en someter el objeto al sujeto
mismo a su actividad transformadora. Todos los humanistas, singu
larmente Pico de la
Mirandola, insisten
sobre la libertad que tiene
el hombre para construirse a sí mismo y
pata construir
el mundo
que le rodea,
para· conformar su ser y conformar las cosas a su es
tilo, como si la naturaleza del hombre y del mundo fuesen un puro
deveoir dócil a las formas que el pensamieoto
y la voluntad aspiran
a
imponer. El hombre es ahora el maestro
y el altísimo soberano, el
ser de todas las cosas.
Se puede condensar eo una fórmula la subversión de la jerar
quía de las tres actividades fundameotales de la inteligencia huma
na: la inteligencia
e,peculatwa y la inteligencia práctica (en el
seotido aristotélico del adjetivo) que degeneran cada vez más, son
sustituidas por la inteligencia poética, artesana, obrera, transformadora
del hombre y del mundo. En lugar de la contemplación y de la ac
ción,
que van retrocediendo al último plano, se va concediendo una
exclusiva
y desmesurada importancia a la de fabricación, a la idea de
la plasticidad de las cosas que el hombre transforma y domina a su
arbitrio.
La poesía, en toda la extensión del término, es el momento
supremo de sentir la experieocia que el hombre creador tiene de sí.
Poesía es teología dirá Boceado,
y Mussato afirmará incluso, que
aquella desbanca
y reemplaza a la teología:
110
Quisquis erat vate.s7 vas erat ille dei/
lila igitu,-. no bis stat contemplanda Poesis
Altera quae quondam Theologia fuit.
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
La consecuencia es inmediata: la actividad poética del hombre
va a inclinarse a la
fabricación de una Ciudad nueva, de la cual es,
a la vez, el artesano y el fin. Maquiavelo se
entrega por
entero a
este proyecto, del que la historia
jamás había
conocido
nada igual
y que hace de él el hombre político por excelencia de los tiempos
modernos.
La Ciudad, en adelante, será hecha por el príncipe, ya
sea el príncipe una persona determinada o bien esa multitud de in
dividuos sin rostro y sin nombre, que hoy todavía nos atrevemos a
llamar pueblo.
No es preciso buscar peras al olmo para comprenderlo. Una vez
la inteligencia contemplativa y la
razón práctica han sido elimina
das en beneficio sólo de la inteligencia fabricadora, ya no hay ri
gurosamente más mundo común ni más fin
. común
que la conducta
humana.
La inteligencia de los hombres se libera de . los límites de
lo real, que no ha
hecho ella, la voluntad de los hombres se eman
cipa de la
necesidad del Soberano Bien
y de un bien común, que
no es
obra suya. Todo lo que trasciende y por eso mismo reúne a
los individuos, se desvanece. Ya no queda a los hombres sino
trans
formar la natutaleza y la sociedad, como el artesano Jo hace para
asegurar su subsistencia con la materia que trabaja, tarea que es
privada por definición, en cuanto escapa al deber de asegurar el bien
común de la sociedad, reflejo de un universo en el
cual cada reali
dad se refleja la luz de un Dios único. El individuo, sea a título
privado, o asociándose .temporalmente con otros, no busca ya Otra
cosa que su propio bien.
El Renacimiento no es solamente el período brillante en que
todas
las artes de la actividad poética del hombre se han desplegado
libremente, es el primer momento de la
técnica triunfante, de la
cual sabemos hoy que aprisiona al planeta
en sus
redes.
La primacía
no se atribuye ya a la inteligencia contemplativa, y
al mundo común
donde todas
las inteligencias contemplativas se arraigan, ni a la
ra>.Ón práctica· que obedece en todos los hombres a la imperiosa
atracción del
bien común, natutal o sobrenautral, sino a
la inteli
gencia técnica, que se fabrica un mundo y una sociedad sin miste'
rios
y que conoce a fondo porque ese mundo
, y
esa sociedad sólo
dependen de su propio creador. No hay ya
naturale¾a del ser y de
111
Fundaci\363n Speiro
MAl{CEL DE CORTE
las cosas que resista a la investigación de la inteligencia. Basta en
contrar una técnica adecuada
para comprender, o más precisamente,
para tomar
los diversos sectores de lo real por sus hilos. Basta dis
poner de un buen
Di.rcurso del Método. Basta descubrir, por análisis
paciente, los hechos, las técnicas que hacen del hombre enterado,
capaz de
conquistar y guardar el poder sobre los otros hombres a
quie
nes
solo su carácter de persona privada reúne, en
una "pseudo-so
ciedad",
la sociedad no proviene ya de una naJuraleza social del hom
bre inexistenJe, sino de la voluntad del individuo o de los individuos.
La exaltación del individuo, reconocida unánimemente en el Renaci
miento, está
esencialmenJe ligada a la supremacía de la técnica de
las
diversas artes
que
transforman la
materia y producen bienes ma
teriales útiles. ¿Uciles
para quién? La respuesta viene inmediata
mente:
.para el
individuo, pues
lo útil es personal y es privado, ade
cuado
para uno
e impropio
para otro, y únicamente el ser humano
individualizado
por
su cuerpo material es
capaz de
producir y consumir
bienes materiales. El reino de la técnica es el reino del individuo
o de los individuos yuxtapuestos en
una colectividad, proyección
gigante de
la persona, que el derecho moderno denomina, precisa
mente, persona moral.
¿Cómo se llegó a este punto? Digámoslo otra vez, repetidarnen"
te: por
la secularización del cristianismo que, una vez amputado de
su Fin sobrenarural último, erige infaliblemente como fin al indi
viduo. En el cristianismo está el origen de
la realidad universal de la
técuica que alboreó su novedad en el Renacimiento, pero este cris
tianismo
no
es ya
aquel del que Cristo dio
la buena nueva al mun
do. No se trata del cristianismo de
la salvación sobrenaJural de la
persona, sino de la salvación, en el sentido !imitado, del individuo,
que instituyéndose corno fin de todos sus actos, ya no puede recu
rrir sino únicamente a
la inteligencia técnica, fabricadora de objetos
útiles
.. De
hecho, el desarrollo fabuloso de
la técnica tiene su centro
en el Occidente
cristianizado. Los
griegos e incluso los
romanos,
jamás
celebraron
la técnica como la forma más alta de la inteligen
cia, porque·
no. eran
personalistas, porque no conocían
la eminente
dignidad de
la persona humana, porque no conocían sino la majes
tad trascendente del bien común y de
la Ciudad.
112
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TER.MITERA
II
El advenimiento del individualismo fue el comienzo de la dis
locación de la sociedad
y de los tres órdenes de que su naturaleza
se compone. Con el advenimiento de
una casta nueva: la . inleJli
gentzia, el clero sufre su concurrencia, cuando no es eliminado,
por quienes la integran: intelectuales, sabios, i~ventores, artistas,
hombres de letras, poetas, poseedores, en grados diversos, de una
ciencia nueva o más bien de un arte. nuevo: el de asegurar a cada
hombre en particular, y ante todo,_ a sí mismo, su salvación perso
nal en este mundo, su excelencia, su gandeza, la posibilidad de h¡,.
cerse un nombre, de ser un hombre singula,r, µ.n. hombre único y
asegurar su superioridad sobre otro, ya no dedicándose al bien co
mún de la "Ciudad" sino cultivando su propia gloria o la de
los
poderosos
del día a quienes hubiera
alquilado sus
servicios.
La
nobleza, encargada de manrener y proreger el bien común de la so
ciedad, declina su papel
y sólo se preocupará, en adelante, .de "so:
tener s11 rango". Y he aquí como la burguesía, cuya función es !lli
mentar con su activiclad industriosa a los miembros de la sociedad,
ha ascendido lenta, pero firmemenre, hacia la cima.
En éste como en muchos otros ámbitos, la Italia del Renaci
miento
fue la
impulsora.
La jerarquía de los factores sociales se in
virtió. Fue establecida una alianza entre la casta de )os intelectuales y
la
burguesía ascendenre, bajo la
única directriz
de la inteligencia
poética, construcrora de un mundo nuevo y de una nueva sociedad.
La filosofía y las ciencias, hasta entonces todavía en cierto sentido
contemplativas de lo real,
y orientadas al conocimienro por el co
nocimiento, fueron perdiendo,-poco a poco, su carácter desinteresa
do. Prometeo se convierte en el símbolo del Renacimiento y del hu
manismo. El conocimiento se va orientando, sin cesar, hacia su apli
cación a la transformación del universo, a lo útil, al pragmatismo. La
literatura y las artes prestan su apoyo al Príncipe de Maquiavelo,
manipulador de
las fuerzas sociales en adelante desencadenadas. Y,
al mismn tiempo, en razón del desequilibrio que la inversión de
las funciones sociales y el creciente individualismo junto con la in-
• 113
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
sensible extenuación de la sustancia de los órdenes, provocan una nueva estratificación social, o
más bien
"disocia!". Surge así una es·
estratificación que agrupa a aquellos que destaean en el arte de transformar
los hombres y las cosas, los "'majOf'es", y orra que in
tegran quienes
se estancan en las artes mecánicas despreciables, los
"minores". Sólo los campesinos se aseguran la continuidad del viejo
mundo. Si la Reforma, según la fórmula incisiva de Jacob Burkhardt, es
"la fe de todos aquellos que desean liberarse de una obligación", es
manifiesto
que bajo
este
título se sitúe ella en el eje mismo del Re
nacimiento: el estallido de las
estructuras naturales
de la sociedad,
correlativo al · advenimiento del .. uomo unico". Sería vano resumir
un movimiento tan profundo a unas generalidades inconsistentes.
Pero sigue siendo cierta la afirmación de que la Reforma consiste
en la pretensión de instalar,
al nivel de la gracia, una relación direc
ta de la persona del fiel
.a Dios,
sin la mediación social de la Iglesia
y, en el plano de la naruraleza, tanto humana como mundana, en la
convicción de su dellcuescencia total, su disolución, su licuefacción,
dicho en orras
palabras, en el devenir y en el mal que caracretÍzan la
materia, según
las filosofías de tipo platónico y neo-platónico de
las que el agustinismo de Lutero seguía impregnado y de las cuales
la
radical oposición calvinista
entre naturaleza y gracia acentuó, to·
davía,
sus
características: la
justificación por la fe, es lo estable, lo in
móvil, lo
fijo; el
resto es
lo movedizo, lo acomodaticio, lo indeter
mínado, lo informe. Las consecuencias sociales no se hicieron espe
rar: cuanto más la naturaleza humana se haga, a pesar del pecado
original, para el Bien Soberano
comón que
satura su inteligencia
y
su voluntad, tantas más obras morales dan seguridad al fiel y le
confirman en la convicción de que lo sobrenatural cumple el deseo
de la naturaleza.
Es la devaluación de las dos funciones de la inte
ligencia, la especulativa
y la· práctica, y es la invasión de la fun
ción poética, fabricadora, obrera, técnica, la que en lo sucesivo ocu
pa todo el espacio espiritual, así rebajado, y al mismo tiempo la
determinante de la supremacía de lo privado sobre
lo social Cada uno
para sí,
en su relación con Dios; cada uno para sí, en su relación con
la Ciudad, o más bien, con lo que de ella resta, como lo atestiguan las
114
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TBRMITBRA
revueltas duramente dominadas y las guerras civiles porítico-religiosas
de
la
época. ¿Cómo, entonces, reunir los individuos que por definición
están
separados, unos
de
otrOS, sino en una paradójica resurrección
de la sociedad
pagana: "c11jus regio ejus reUgio" y por la .fuerza de
una
autoridad pública investida al mismo tieropo de la autoridad
religiosa?
'
Sebastián ·
Frank
lo
advirtió con
lucidez a propósito
de las . igle
sias nacionales evangélicas que. rompieron la túnica sin costuras de
la
cristiandad: "Caá,¡ 11no , tiene la &reencia q11e place a las autori
dades
'Y debe adorar al Dios nacional. Cuando m11ere el principe y
llega un """110 ordenador de la fe, la palabra de Dios no tarda en
cambiar tttmbién".
Dollinger lo repite: "La Iglesia fue completa-
mente incorporada
al Estado 1 considerad,¡ como 11n engranaje de
esta vasta máqllina
.
. .
Et Estado go;,:a de 11n poder absol#lo sobre
las conciencias,. lo q11B P,011oca la prol;Jeración de leyes, de regla
mentos, de la bmo«acia 1 11na creciente centralización administra
tiva''.
¿No es acaso ya de la prefiguración de los Estados modernos? ¿ De
estos
· Estados
que están sobrepoblados por una masa de individuos
yuxtapuestos unos
a
otros, replegados
en su bien privado respectivo
y en su fuero interno, todavía lleno de las
enseñanzas de
Cristo, de
las
que cada uno por su cuenta son el papa y el sacerdote? ¿De estos
Estados sin sociedad subyacente, cuyos mierobros sólo están unidos
entre sí por un acco de fe? Aunqu~ este acto de fe se vacíe de su
sustancia sobtenatural y carezca de tradición social, no por eso deja,
sin embargo, de ser un
acto de fe, pero en adelante la creencia re
caerá
en una caricatura ideológica del cristianismo y su fervor se
convertirá tanto más en fanatismo cuanto más su objeto sobrena
tural se diluya en lo teroporal hasta oo ser sino ¡ un humanitarismo
abstracto! El humanitarismo propio de los países protestantes
co
rresponde
al humanismo del Renacimiento. Ambos son compen
saciones ideales, destinadas a llenar el vacío social dejado ¡x,r el in
dividualismo. Su sede está en el cerebro del individuo que las piensa
y las difunde en romo de sí. Son el
yo forjado por el individuo, su
uomo ,mico sobrenatural o-, temporal, que proyecta en el devenir,
cuya · inveoción expánde en torno suyo para construir una sociedad
115
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
artificial. Se aproximan los tiempos · en que este yo se sumergirá
completamente en esta sociedad imaginaria
cuyo espectro,
la casta
intelectual naciente y cada vez más necesaria lo agitará ante los ciu
dadanos desarraigados y reducidos en sí mismos a su yo. No bay
diferencia alguna entre tal príncipe, el cabecilla de multitudes pro
testantes
del tipo de Tomás Münzer, o el jefe de Estado al que
Ma
. quiavelo le da como máxima "Gobernar es hacerse obedece,''. La
política se convierte en el sustitutivo de la religión, de una religión
que a los ojos de los hombres arrancados de sus comunidades natura
les despliega los prodigios fascinantes de las utopías sociales, en las
cuales la Humanidad, con
mayúscula, es
la imagen divina.
la Reforma contribuye, así, a sumergir los dos órdenes superio
res de la sociedad tradicional en el Tercer Estado, que en virtud del
deseo de jerarquía
ineludible en toda la organización social se sub
divide, sistemáticamente; en alta burguesía creadora, standing, y en
una masa laboriosa, confinada
. a los trabajos serviles. la sociedad
de órdenes y de estados (Stiinde) se desenclaustra poco a poco en
su interior. Las apariencias· exteriores; dmante mucho tiempo, pa
recen salvadas; pero la sustancia social ya no está en ellas: el clero
es
el pueblo de los fieles; la nobleza y la burguesía se lanzan juntas
a las actividades lucrativas propias de la inteligencia laboriosa. Toda
la vida humana queda relegada, en adelante, al trabajo que
transforma
la namraleza de las cosas, según técnicas diversas, útiles al individuo
que las manipula. El trabajo y la técnica se convierten de ese modo
en
los principales modelos de vida de los países protestantes.
Max Weber lo ba demostrado claramente, a despecho de las crí
ticas de
detalle que
se le
han hecho.
El pensamiento de los Refor
mados resulta preparatorio: su desprecio por la naturaleza corrompida
en su transfundo
y abandonada por Dios les prepara para la nueva
física que se elabora y para la cual la naturaleza no es sino una
pura mecánica sin
alma y cuyos resortes el hombre puede explotar
para dominarla
y atraérsela para sí. El arte de fabricar instrumen
tos que hacen al hombre
"d#eño y poseedor' de la naturaleza, se
convierte en el prototipo de la ciencia. Galileo pronto publicó, en 1632, sus Diálogos
sobre los dos principales sistemas del Mflndo,
en los cuales la Naturaleza, exorcizada de todos sus tabús, degta-
n6
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TBRMITBRA
dada de su rango de Madre, es convertida en materia para explotarla.
Para los grandes filósofos
y sabios herederos del Renacimiento e
impregnados del individualismo de la Reforma que se insinúa en
ellos --a su pesar cuando son católicos-, conocer es fabricar meca~
nismos análogos a aquellos de los que se compone la grán Máquina
del mundo para apoderarse de ésra
y emplearla en beneficio del
hombre. Pero el hombre, entre tanto, repitámoslo, es el individuo,
único fin posible de las utilidades que invenra su genio industrioso.
º"Finis cuimlib# jacientis in quamum ja&ientis est IPSEMET".
Se quiera o no se quiera, el fin de las técnicas es el Yo individual
y colectivo.
Así perturbada, la estructura de la ciencia física, bajo la presión
de un cristianismo salido de sus
goznes, ¿cómo
no iba a serlo,
a su vez, la estructura de la
sociedad? El avance tecnológico de los
países protestantes fue ~mpañado, por consiguiente, ·de una ·con
cepción de la vida social en la cual la prosecución del bien privado
primará,
poco. a poco, sobre la del· bien común, y donde, por una
inevitable inversión de las cosas, la sociedad se pondrá al servicio
del individuo.
Apenas habrá
desacuerdo entre los historiadores acer
ca de este punto: la democracia hunde sus raíces en la Reforma. Pero la
cansa profunda
de la primacía que los
· Reformados
otor
gan a la democracia es,
con• demasiada .. frecuencia
poco conocida;
es su misma fe la que
las empuja a la elección de este sistema y, por
eso mismo, de hecho -se constiru.ye una-demóctacia .de un tipo com·
pletamente diferente a la que los griegos expresaron con este nom
bre. La democracia estará coronada, para · ·ellos, con un nimbo reli ·
gioso. La salvación eterna de la persona exige que el Reino de Dios
sea instaurado desde ahora en la cierra. Innumerables secras protes
tantes lo proclamarán, y de ello Roosevelt fue· como un eco con su
promesa de salvar
al mundo, haciéndolo cada vez más democrático:
"to make the W or/J sllfe jor Democracy". Un medio infalible para
construir esta democracia salvadora, desconocida de los antiguo~ es
la técnica, es la pi'oductiVidad creciente, la. conquista de los merca
dos, la universalización del "American way oj lije", estrictamente
fundado
sobre la excelencia del
Hácer. La política de inspiración
protestante estará siémpre, en mayor o · menor medida, impregnada
117
•
Fundaci\363n Speiro
"
MARCBL DB CORTE
de religión. O>mo escribió uno de sus más sagaces analistas, el pro
fesor Jacques Ellul,
"el protestante es un hombre serio, que se en
trega a fondo, y la polltica k parece un medio preminente para des
arrollar la seriedad de su creenda;
no hace dicotomía alguna entre
sus convicciones políticas 'Y sus convicciones religiosas, entre su.com
promiso con la ciudad y su compromiso con la Iglesitl', El presente,
como el pasado, lo
atestiguan.
Nos
parece imposible comprender la
.situaci6n actual del
hombre
en la. sociedad, o más bien lo que en ella ocurre, sin recurrir para
explicarlo a la hipótesis, confirmada por la historia, de una lenta y
progresiva degradación, en lo temporal, de la esrrucrura del Reino de Dios y de la Iglesia cristiana. El cristianismo dessobrenaturali
zado es el factor más
. potente
de destrucción de la naturaleza del
hombre
y de la sociedad. O,nforme el célebre verso de Peguy relativo
al primado del dinero en _el mundo moderno, se puede afirmar que,
a causa de un cristianismo degenerado, laico,. -humanizado u homi
nizado, el Estado . se ha . adueñado del. puesto que ocupaba Dios. El
genio de
Nietzsche lo
vió con
mirada de águila:. "La democracia es
el cristianismo natu,ralizado", es la pioyección-en la naturaleza so
cial
del· hombre de
ún. elemento
de disociación que la destruye y
que consecuentemente destruye el propio cristianismo. La gracia,
siempre personal, al no encontrar ya naturaleza humana donde im-.
plantarse cae en un pedregal,. en términos de la parábola evangélica.
Toda la historia de los dos o tres últimos siglos es preciso
recor
darla
aquí, en una visión panorámica de
perspectiva sobrevolando
los
episodios, con frecuencia notables,
pero siempre pasajeros, en
los
que
la naturaleza social del hombre toma lo superior, pero dete
niéndonos,
por el contrario, a observar el proceso plutoniano de di
sociación que lleva a la Revolución permanente,
comenzada en
1789,
y a la cual el Estado moderno (que la acompaña en
cada una de
sus fases) se esfuerza en restringir sus
efectos, pero sin
dejar de
atizar sus causas.
Lo propio del cristianismo secularizado consiste en destruir la
natural
división de
la sociedad en
órdenes diferenciados por
los ob
jetos de sus actividades respectivas; su resultado es la atomización individualista.
La relación fundamenral con Dios de cada ser hu-
118
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIEDAD A LA TERMITBRA
mano en particulat:, al quedar desprovista de materia sobrenatural
cuando
la naturaleza
humana todavía
apenas había sido sobreelevada
en Jo vertical, ya no reviste significación alguna, ella no es
ya lo que
no depende de nuestra libre decisión, lo que no es obra nuestra, lo que
me es esencial sin que yo
sea su
causa; es el producto de mi libertad; es
mi
obra, es
el resultado de mi poder creador autónomo. El ser
humano
es
el
efecro del
pensamiento:
"cog#o ergo sum". Sartre tiene razón al
decir que "Descartes comtatá su f»'opia fic#cidad", su carácter fic,
ricio, constituido, artificial, y negó, ál mismo tiempo, -su carácter na
tural y lo irreductiblemente dado, Jo dado por el nacimiento, que
es su
naturaleza social. Esta potencia creadora del ser en el. hombre,
esta
causa ,,,; es denominada la Razón y su primer acto no es ya
conformarse con
Jo real pata ser verdadero, sino destruir lo red
pata manifestar su poder creador y para engendrar, por.si misma, ha,
ciendo compatecer todas
las cosas ante su tribunal y ejerciendo la
facultad crítica, que constitnye en libre
examen, para disipat todas
las ilusiones que el peso del pasado, el nacimiento, la naturtlleza, la
tradición, han hecho recaer sobre ella.
Nunca se dirá suficientemente que el hombre moderno se de,
fine
por la
primacía absoluta
del pensamiento sobre el ser, y que
esta supremacía transfiere al hombre el
primer arrículo
del
Credo,
en el, que el cristiano debe crer, porque le ha sido sobrenaturalmen°
te revelado: Credo in· unum Deum¡ Pat,em ·omnipotentem, Creato
rem caeli et terrae, visibilium tft i111!iJibiliUm. Afirmar, con Descar
tes y con toda la filosofía moderna, la derivación del ser en relación
con el pensamiento, significa que el hombre, en cuanto es ser
pensante, consciente y actwu'lte, es un creador. Conocer y obrar es
hacer. Se es tanto más conocedor y actnante cuanto más libre se
es de
las constricciones de lo tea!. En el límite, el espíritu crea
el ser en su oposición al no ser, y todo lo reconduce a sí mismo.
Es la posición de Hegel, puro calco del dogma de la creación y
del dogma del juicio universal, en el que todas
las cosas retornan
a
la realización de la Idea, hecha Dios. Nuestra época está
impreg,
nada hasta la médula de hegelianismo .
.. Destruam/', en -primer lugar, "aedificaho''; después, esta · es la
divisa del racionalismo militante, cuyas consecuencias van a
ser mor4
119
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
tales para el animal político. Para ser creador es preciso que el hom
bre
sea libre respecto· de todo
lo que no sea el mismo, que no se
encuentre ligado a orro sino a sí mismo, que no dependa de nada que
no haya sido hecho por él mismo. El primer efecto de esta autono
mía es la duda, la negación de
lo que es, del orden de las esencias
y, como le
es imposible al hombre liberarse de todo, lo propio del
racionalismo será reducir toda resistencia por parte del ser y hacer
el mundo exterior inconsiitente. ¿Qué es lo real antes de ser sentido,
o pensado, para Kant? Un pulíado de polvo informe.
El segundo efecto será, inevitablemente, construir la realidad,
puesto que es preciso que exista una. Según· Kant, conocer será
hacer, como hacen el artista, el obrero, el técnico, o el industrial:
imprimir· en la pasta blanda de la materia las formas a priori de
la sensibilidad
y las categorías del pensamiento, a la manera de un
dibujo, de un molde; de una máquina, de una fábrica. Conocer el
mftndo· es' Conseruff' el mu-ndo.-En la misma forma, -obrar moralmen
té será" imprimir en los actos humanos, desprovistos de toda finali
dad natural, el imperativo categórico del·deber por erdeber: "Obra
siémpre de tal manera que la máxima particular de tu voluntad pue·
da vtder, al mismo tiemf.Jo, como principio_ 'de una legislación uni
ver1al.n. Por ello; todo fin cuya actuación se imponga anticipadamen
te a la voluntad, tal como la defensa y la ilustración del bien común
o de la prosecución del Bien Soberano,
se. halla excluido. Acruar
moralmente es construir la hurnanidad. La razón se convierte así
en una fuerza actuante que
transforma el
mundo y
la humanidad;
una actfflidad productora que construye, simultáneamente, el edifi
cio de la ciencia y el de la sociedad · de lo,; hombres, una potencia
prometeica que somete todas las cosas. "Sapere allde, ten el valor
de servirte de tu propio entendimiento ,.,. ,er dmgido por quien
quiera, salvo por tu propia raz6n, tal
es
la
divisa del Aufklarung",
escribió Kant.
El· siglO" francés de las luces no pensa.tá de -otra manera: será,
en primer lugar, crítico y no subsistirá nada de
la ciencia ni de las
instiruciones tradicionales. Reconstiuirá, después, el mundo y· la hu
manidad a partir solamente· de la razón liberada de los prejuicios
intelectuales y soéiales que paralizan su -movimiento creador. En el
120
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
prefacio , a la Enciclopedia, d'Alamberf Jo afirmó solemnemente:
"Se lf'ala de cambia, la manera común de pema,-" que se figu
ra que conocer es obedecer a lo real y a los fines imprescriptibles
de la naturaleza humana. Se trata de persuadir a la inteligencia de
que no comprende más que aquello que
ha construido por sus pro
pias fuerzas. El modelo del saber y de la acción
será, por
consiguien
te,
para la Enciclopedia, la técnica. De ello dan muestra los innu
merables
artículos que en ella le han sido consagrados. La fórmula
de
Bachelatd: "Para un e1plt-itu científico nada e, de pM si, nada
está dado, todo es construulo", se -situó, exactamente, en el desen
volvimiento de las Luces y del Aufkliirung.
El entusiasmo que inspira la naturaleza en el siglo XVIII signi
fica, simplemente, y según una · regla que no tiene excepciones, que
la cosa designada por esta palabra está en trance de desaparecer.
Cuando
más se
habla, menos existe. Así pasa con la persona huma
na,
coo su
dignidad y con la Iglesia de hoy. Santo Tomás
_de Aqui
no, de quien no se puede negar que las respetaba, apenas pronun
cia sus nombres en su obra inmensá. En realidad, como dan testi
monio los textos y las costumbres del siglo XVIII, la naturileza es
eliminada en beneficio del Arte; de la T echné, en todos sus domi
nios.
El
artículo· de
Voltaire, en su
Diccionario Filosófico, resulta
significativo a esre respecto. Interrogado acerca de lo que expresa
la palabra
naturaleza, el enciclopedista la hace responder de un ti
rón:
"Mi pob,e niño ¿quieres que te diga la verdm:I? Me ha sido
dado un nombre que no me" conviene: se me llama Naturaleza y
1oy por completo Arte". Diderot, más fino, más intituitivo, precur
sor en esto de Saint Si.mon, anuncia ya el romanticismo y lo sagra
do del hombre de letras, cuando proclama que '' están ya mm:luros
los tiempos en que los
sabios
cederán el paso a los poetas, a los mo
ralistas y a los pint
de las cosas", porque ellos son más libres respecto de la natu
raleza y
sus técnicas la
transforman a
voluntad.
Releamos, hasta
el final del prefacio del
Leviathan, de Thomas
Hobbes, y veremos que en él no hay ya
naturaleza sociat del hom
bre, principio
inmutable de todos los cambios que afectan su so
ciabilidad original, sino pura técnica de manipulación dé los áto-
121
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
mos que componen la sociedad nueva y que,, a fin de cuentas, la
voluntad de potencia del Príncipe aglurina.
"La na,,,,-aleza, este ane
p01' el cual llios ba producido
el mundo y lo gobierna, es imitado
por el arte del hombre, en esto como en muchas otras cosas, que con
tal arte puede producir un
ar,hnal. artificial. Pero el arte 11a todavla
más lejos, imitando esta obra razonable y la. más excelente de la na
tMaleza: el hombre. Porque el arle cree ese gran Leviatban que se
llama
República o Estado, que no es smo un hombre artificial, au•
que de una estatMa y una fuerza may01'es que las del hombre natu
ral para la defensa
y protección del cual ha sido concebido. En él,
la soberanla es un alma artificial, puesto que da vida y m011imiento
al · con;unto del cuerpo;
los magistrados y los otros funcionarios, de
dicados a las tareas judiciales y ejecutwas son las articulaciones ar
tificiale,s;
la recompensa o el cestigo que, ligados a la base de la so
beranla, mueven cada articulación
y cada miembro · para el c,nnpU..
miento de su·tarea; ·.son los· nervios, pues desempeñan el mismo pa
pel que ~stos en la vida natural; la prosperidad y. la riqueza de todos
los miembros particulares constituyen su
fuerza; la sakaguardia del
pueblo es su .ocupación; los consejeros que proponen a su
a,,,.
ci6n todas la.r cosrJS que es preciso cono&er, ion 111 mBmoria,· 'la -eqln
dad y las leyes no son sino una voluntad ,y una razón mifjcial; la
concordia es su salud; los sobresaltos cwües su enfermedad,
y la
guerra cwil es su muerte. En
fin, los pactos y las con11enciones P°"
las cuales las partes del cuerpo cwil han sido originariamente pro
ducidas, ensambladas y unificadas, se parecen al Fiat o al Hagamos
al
hombre,
que pronunció· llios en el momento de la creación. Para
describir la natúraleza de
este
hombre
artificial consideraré prime
ramente: su materia y su artesano, es deci,,, a]. hombre que ei lo uno
y lo otro".
Este texto es capital, ya que proyecta una luz inagotable sobre
la crisis petmanente en la que ha entrado la conciencia europea a
partir del final del siglo
XVII, según la fecha fijada por las previ
siones
de Paul
Hazatd y después la de todo el planeta. Pero no se
ha advettidó jamás, que nosotros sepamos, que la creaci6n de la
sociedad · por el hombre, según· Hobbes, resulta de · una seculariza
ción
del dogma cristiano de
la cteación
del mundo
por Dios. No. se
122
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TBRMITBRA
ha subrayado nunca suficientemente que el postulado hobbesiano
del
"homo homim lupus", anterior al contrato social que los hom
bres se han visto obligados a establecer entre ellos
para salir del es
tado de "bellum omnium in omner' implica, precisamente, el re
curso a una
laicización del
Reino de Dios.
En efecto, si el hombre
es, ante todo, un lobo para el hombre, lo es por la
razón de que no
hay naturale~ social, porque no es sino un individuo, un ens indi
visum et ah omm divisum, una persona enteramente cerrada sobre
ella misma e incomunicable. Entonces,
¿cómo hacer
que los hom
bres entren en sociedad sin disponer de un poder divino
y absohi
to? Acabamos de ver antes que es imposible constituir, en el plano
natural, una sociedad de personas: no se crea una comunidad con
unos miembros que se suponen incomunicables. Una sociedad de
personas no es concebible más que a nivel de lo sobrenatural. Hob-·
bes y sus sucesores se vieron obligados a
dorar con
una
potencia
que
no pertenece
más que a Dios, a. un Soberano, unificador de las
voluntades individuales opuestas y creador de la sociedad de per
sonas.
Poco importa aquí que el Soberano no sea sino los mismos con
tratantes individuales o que lo sea algún otro individuo más potente
que todos ellos que les imponga la
paz social. Este Soberano, colec
tivo o personal, debe
hallarse provisto
del atributo esencial de la
Divinidad, la absolutividad; debe estar desligado, destacado, exento de vínculos
ab-solutus, es decir, lo contratio a hallarse obligado, de
pendiente, ligado por uo
cordón umbi1ical y por una relación cons
titutiva a otro, lo contrapuesto a un animal político. Pero, según la
profunda expresión de Aristóteles, el hombre que no vive en socie
dad es una bestia o uo dios. Para salir de la condición individual de lobo, que es, y para vivir en sociedad, el hombre
está, por
con
siguiente, condenado' a hacerse Dios. La. consecuencia o, más exac
tamente;
lo
presupuesto, es inevitable.
En esta dirección a. partir de la Revolución francesa va. a com•
prometerse Europa
y la Tierra entera. La evolución moderna intenta
la imposible
rarea de
construir uoa sociedad libre de
toda obliga
ci6n hacia otro, compuesta de individuos. completamente aut6no ..
mos, cuadratura del círculo de la de la que Rousseau traz6 el pro-
123
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
yecto insano, que todavía hoy fascina por doquier: "Encontrar una for
ma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común
a
la persona y los bienes de cada a.rociado y, por la cual, cada uno
al unirse a los demás no obedezca, sin embargo, sino a sí mismo, per
maneciendo tan libre como antes". La solución de este problema exige,
con toda evidencia, que el hombre sea ante todo libre, que no esté ya
ligado en sociedad, que no sufra contricción alguna por causa de su
naturaleza soéial, en
resumen, que sea ante todo un individuo
ab omni
dwisus y autónomo. Ello implica la igualdad entre todos los autores
del pacto; pues-·si uno fuese más fuerte, más inteligente o más volun
tarioso, etc., que el otro, este último no sería ya libre de asociarse con
él. Es preciso, en fin, que todo hombre sea bueno, humano respecto
al otro, tratándolo como ~ hermano, es decir, como su semejante
y como su igual, provisto de una entera autonomía. Libertad,
igualdad, fraternidad.
Con Rousseau, el Leviathan de Hobbes ad
quiere los trazos seductores de la diosa Democracia, madre adorable,
en opinión del mismo autor del Contrato Social, de un "pueblo de
dioses". Cada miembro de la "sociedad" nueva es
absoluto y "la
fuerza común" de la "asociación" radica en su devoción personal.
Para Rousseau, la "sociedad" tiene la persona como fin, pero
esta· persona es el dios más débil y el más desprovisto que existe,
ya que deberá todo su ser a la "sociedad" que instaura.
La conven
ción creadora de la "sociedad" implica, en efecto, bajo pena de no
existir sino verbalmente, "la alienaciOn total de cada asociado, con
todos
JNS derechos a la comunidad", según afirmó el mismo Rm1s
seau. No puede ser de otro modo, pues supouiendo que uno de sus
miembros mantuviera uno sólo de sus derecho, este no sería sino
un privilegio individual, puesto
que "la sociedad" de que se trata
está compuesta, por hipótesis, de hombres libres, iguales, hermanos,
y este privilegio individual destruiría la libertad, la igualdad, la fra
ternidad democrática, requeridas para que exista una "sociedad" se
mejante. Así, por un reenvío dialéctico previsible, si la sociedad tiene
como fin la persona, también la persona tiene como fin la sociedad.
Hallamos aquí la
cuadratura del chculo en la contradicción irreduc
tible a la que es conducida una sociedad de personas, desde el mo
mento en que se la transporta del plano sobrenatural al plano tem-
t 24
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
poral. Lo que es posible para la fuerza de la gracia no lo es para
las fuerzas de la naturaleza y menos todavía al artífice humano,
puesto que se les niega.
La abolición, por obra de la Revolución francesa, de los órdenes
sociales
y la desaparición de las funciones objetivas que la existen
cia de la sociedad les impone y que religan realmente a sus
miem
bros entre si por servicios recíprocos, la de las consecuentes de.s
igualdades tutelares, tienen, · como consecuencia inmediata., la muer·
te de la sociedad del Antiguo Régimen. No ha habido Sociedad del
Nuevo
Régimen por la razón de que no puede haberla. Después de
la Revolución,
la sociedad ya no existe. Segón la admirable senten
cia de .Maurras no hay Sociedad Nueva,
no hay ol1'a cosa que un es
tado de espíritu que impide que. la Sociedad nazca. A esta situa
ción anormal la hemos denominado
la disociedad.
Lo que nos enmascara este fenómeno de nenrosis social es la
aureola mística que ha heredado del cristianismo, del que es la
proyección mórbida en lo
temporal. Las tres virtudes teologales de
la democracia: la libertad, la igualdad
y la fraternidad, han drenado
hacia ellas la sustancia religiosa de
la fe, del espíritu y de la cari
dad cristianas y las han acaparado Marc Sangnier, con su • aire de
demócrata cristiano ávido de efluvios manidos lo supo percibir bien
cuando declaró, textualmente, que ""la filoso/la religiosa de Robes
pierre, de Danton, de Desmouli-n.r, era el .-cristianiJmo 'en el que
Francia vivid'. Larnennais y Chateaubriand ya lo habían proclaroa
do
antes. que él. Michelet
lo expresó
mejor que nadie:
"La revolu
ción aparece cada dla
más en 1970 como lo que es: una religión".
Las
bandas que marchan hacia París para
celebrar la
Fiesta de la
Federación del 14 de
julio lo
claman con evidencia:
"El pueblo en este dla sin cesar tepite:
¡ Ah! ¡ esto irál, ¡ esto 'irá!, ¡ esto irá!
Según las máximas del Evangelio,
¡ Ah!, resto U'á!,. ¡esto i1"á!
Del legislador todo se cumplirá;
Quien se· ensa/,za 1erá humillado;
Quien se· humilla· será ensalzado".
125
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
"Bste canto --eiía.de--fue ,m 11idtico1 un so1tén, como esas
prosas que contaban los peregrinos que comtr,vyeron revoluciona
riamente
(sic) en la Edad Media la, catedrales de Chart,es y de
Strasburgo
..
.
Lo, 1rabajt1dores que nivelaban la tü,,ra, cantaban
este cuento nivelador".
Está convencido de que la Revolución con
tinúa el
cristianismo y lo suplanta. ¿Acaso no suplicó Anacharsis
Oootz: "Nuestro Señor el Género humano" y proclamó "Parls, la
verdmlera Roma,
el Vaticano de la Razón", recibiendo los aplausos
de la Convención?
Edgar Quinet
hace
eco. a Michelet. Desde la muerte de Crist0,
escribió, el alma del género humano ha entrado en agonía y he aquí
que, con la Revolución, después de siglos:
"pesar de la ignorancia de
los hombres que cre/an esto imposible, el dogma ·cristiano desciende
poco a
poco a la polllica universal. La Humanidml, estupefeaa, ha
concluido por reconocer que Cristo se encarna, de siglo ensiglo en
la historia
.
. .
Los pueblos no ,e contentan ya con olr el Evangelio
como un murmullo procedente
de la ciudt1d de los muertos; quieren,
a sabiendas, realizarla en la vida social
.
. • El
cristianismo que que
dó encerrmlo en
la, tumbas heista la Revolución francesa, puede de
cirse que así resucita, q111J toma cuerpo, que por primera vez .se hace
tocar, palpar por las manos de los incrédulos, en las instituciones 'J
en el derecho vivo ... La Revoluci6n francesa se reencuentra, cara
a cara, en las l,ryes con el gran Cristo emancipmlor . . . El esplritu de
La Revolución francesa es identificarse con el "principio del cristianis
mo"
'J expandi,-lo fuera, según la p,omesei de Mi,-abeau: "Francia
emeñará a
las naciones que el Evangelio :JI la libertml son las bases
inseparables de la verdmlera legislación
:JI el fundamento eterno del
estmlo
más perfecto del género humano".
Podrían citarse centenares de declaraciones análogas, extraídas
de Buchez: º'El cristianismo es un mandamiento político, :JI la aso
ciación -entendamos
el .rocialismo-e1 .ru última etapd',· de Saint
Simon, autOr del "Nuevo cristianismo"; o de Proudon: "La civili
zaci6n
nos parecerá como una perpetua apocalipsis y la historia como
un milagro sin fin cuando, mediante la reforma de la ,ociedml, el
Cristianismo se haya elevado a .su segunda potencia" j "el socia/,ismo
nada tiene en tontra del ·catolicismo, en cuanto a la justicia y a las
126
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITBRA
costumbres es el calolicismo elwado a la· altura de una ciencia ri,.
gurosa y demostralwa", • el cristiamsmo ha sido la p,-ofecla, el so
cialismo es la realizaci6n" y, en fin, esta otra frase, que lo dice todo:
"No
adóramos sino la raz6n y la wtud viril, en ningún caso somos
ateos, no
hacemos sino
desplazar la Divinidad'
El
comunismo marxista no
es, como escribió Karl Loewith, otra
cosa que
"el dogma de la salvaci6n expresado en lengua¡e econ6mi
co". Es
el detalle tnismo de su doctrina que constituye la caticatu
ra del
cristianismo del que es, como demostró Jean Brun en su
"desmilificaci6n", la
primacía de
la Historia, en mayúscula, y libe
radora
.transportando a
lo temporal la conclusión celestial de
la Re
dención escatológica;
la alienación y la explotación del hombre por
el hombre son el pecado original de todas
las sociedades· anteriores
al comunismo; la Inteinacional
extendida a
los límites del género
humano es el Cristo encatnado para
la salvación de la hum.anidad;
el combate contra el capital es la lucha contra
las potencias satáni
cas, dueñas de este mundo, que es preciso reformar
radicalmente; la
sociedad sin clases es el Reino de Dios sobre la cierra; la guerra
revolucionaria
es la
Cruzada; la propaganda en la Coexistencia pa
cífica
es el Apostolado; el Partido es
la Iglesia; las células comunis0
tas son los monasterios; Moscú es la segunda Roma y la promesa cien
tífica de la Nueva
Jerusalem. No hay un solo artículo del Credo co
munista que no sea trasposición del Antiguo y del Nuevo
Testamento
en
lenguaje aparentemente profano. Un personaje del
"Primer ckcu
la" de Soljenitsyn Jo asegura: "El partido es lo más alto que existe.
No solamente es nue1tro· juez, .rino nuestra conciencia". Svetlana
Stalin insiste aún: "Lenin era nuestro icono, Marx y Engels nues
tros apóstoles, cada una de sus
frases eran la palab!'a de Dios. Y la
menor palab!'a de mi padre era aceptada
como la revelación del Al
tísimo".
El
diagnósticó de Balzac sobre
""el comunismo, como desemb_oca
dura l6gica de
la democracia" inaugurada por
la Revolución fran
cesa es
exacto. La Revolución de la libertad, de la igualdad y de la
fraternidad universal, que continúa hoy sus vendavales, está fun
dada en la sustitución del culto du:igido • a Dios por el culto · a
la
colectividad. En. 1793, el poetá André O,énnier se dú:igió en
127
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORJ'E
estos términos a los revolucionarios que le guillotinaron bajo el
Terror: "Vosotros sabréis fundar sobre los derechos de las supers
tidones destronadas
la única religión unwe,sal que aporta la paz
y no
la espada, que hace
de los
ciudadarws y
no de los
reyes
o súbditos, hermanos y no enemigos, que -no tiene sectas ni miste
rios, cuyo único dogma
es la igual.dad, cuyas órdene1 son los orácu
los, cuyos magistrados son los pontífices y que no hacen quema, el
incienso de la gran familia sino ante el alta, de la patria, madre y
divinidad común". Dionisia Mascolo no .hace sino reflejar esta ido
latría de la colectividad, cuando en
la Revolución comunista ve "una
democratización
de
lo
sagrado y una verdadera religión antropológi
ca".
El 31 de mayo de 1961, Kbruschev, dirigiéndose a Nasser le
declaró, sin rodeos:
"Con todo honor yo os pongo en gua,dia, yo
os advierto: el comunismo es sagrado". Diez años después, el 28
de octubre de 1971, Brejnev decía también:
"Para un comunista
soviético, todo lo. referente
a la vid,,, a la actividad y al nombre de
Lenin es sagrado".
En lo referente al izquierdismo heterodoxo, Jacques Ellul tiene
perfecta razón, en su
libro "Los nuevos posesos", al observar en él
"la gran fuerza religiosa de nuestro tiempo". Cuando París-Match
tituló
uno de sus ardculos:
"Jesús, !dolo", "es decir, lo contrario
de todo lo que la Biblia proclama", se trata del nuevo dios de la
sociedad permisiva de hoy, punto final de una sociedad cristiana
que se descompone bajo el impacto de
"La Revolución para la que
el Cristo es
el
pensamiento", dixit sin pestañear Alejandro Dumas,
Es el Cristo con el que se identifica todo yo, impregnado de un
cristianismo indeleble,
pero que se toma a sí mismo como fin. No
es el Cristo histórico, el Cristo de
la fe cristiana, sino aquella idea
de Cristo, aquella representación mental de Cristo que solamente
existe por
la imaginación del yo que la forja y que, como proyec
ción de este
yo, se identifica con él. El Cristo-ídolo es el yo ídolo,
porque no hay otro ídolo que el
yo.
De lo colectwo, bajo cualquiera de sus fórmulas: pueblo, pro
letario, raza, clase, humanidad, .etc., las religiones socialistas de nues
tro tiempo han heredado un cristianismo bastardeado. No es extraño
comprobar que se haya convertido en un objeto de veneración para
128
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIEDAD A LA TBRMITBRA
el hombre moderno, pues cprresponde adecuadamente al fin .que
persigue el
yo cuando se desliga de su Principio trascendente y del
bien común de la Ciudad. El
yo se hincha instantáneamente y pro
yecta hacia fuera las construcciones de -su espírin1 creador, las cua
les, por la misma razón del desarraigo del . yo fuera de las causas
de su realidad, no pueden sino imaginarias. Se
tra.ta de ente, de
razón que no tienen existencia sino en el pensamiento que las crea
y no son otra cosa que enmascaramientos del yo. Hegel habló, en
alguna parte, de los ardides de la razón, Sería aquí más correcto
hablar de las estratagemas de las que el
yo se vale para disimular,
a la sombra de las entidades colectivas que elabora, la infinita
vo
luntad de potencia de la q,ue es el centro, una vez ha cortado su
relación con su Fuente trascendente. Pero al ,yo le es imposible pro
clamarse a sí mismo crascendente a otro, y no porque sienta ver
güenza de ello, sino porque en el otro advierte otro ,yo, cuya volnn
tad de potencia correlativa podría entrar en concurrencia con su
apetito de dominación. El ,yo se disimula, entonces, bajo el velo
de
una colectividad que ha construido en todas sus piezas, en su es
píritu,
que es el yo mismo, pOt'que él es su padre o el heredero de
su padre;
y así, frente • masas desintegradas fuera de sus comuni
dades naturales, juega el mismo papel que el trapo rojo que agita
el torero ante el toro
para fascinarlo, engañarlo e inmolarlo a su
gloria.
En virtud de su
naturaleza social
inextricable, el hombre no
pue
de
ser radicalmente egoísta, sino que debe aparentar sociabilidad.
Lo colectivo se convierte, entonces, en Ersatz de la ciudad, en el su
cedáneo
del Bien común trascendente a los bienes particulares y, a
fin de cuentas, tal como ha advertido Simone Weil, es donde el
cristianismo se impregna del único producto que
reemplaza a
la Di
vinidad. Pero es preciso añadir que este
Ersatz envuelve y oculta al
único dios con que el hombre puede
sustituir al
verdadero Dios,
desde los
orígenes de
la humanidad: el
Y o. En este Y o divino que
emerge de la disociedad e intenta vanam.ente reconstruir una .. so
ciedad" nueva, en la que todos los demás se reconozcan y partici
pen de su dominio.
El caso de Napoleón es típico a este respecto.
De esto
climana una consecuencia tuya importancia apenas ha
• 129
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
sido subrayada. El yo solitario en el seno de la multitud o en su
vértice,
se ve obligdo a asegurar completamente su salvaci6n per
sonal
desde aquí abajo. El cristianismo, que lo impregna todavía en
muchos aspectos diversos, lo presiona. Su misma situación
lo pre
siona: no hay
otra salida para el yo en estado de disociación que
su divinización. Es preciso decir, y repetit sin descanso, las palabras de Aristóteles:
"el homlwe s6lo es una bestia o un Dios". Pero no
se trata de una empresa pequeña. El hombre en situación de disocia ción no tiene ya otra cosa a su disposición, como antes dijimos,
sino su inteligencia fabricadora. Se entrega sólo a la técnica, atado
de pies y manos. Para salir de su situación, se ve constreñido nueva
mente para crear esta
Técnica de todas las técnicas, que es el Es
tado moderno, muy diferente de lo que
las generaciones anteriores
designaban con este nombre. Mientras el Estado que corona una
sociedad sana es únicamente el garante y el gestor del bien común,
el Estado que gravita sobre una disociedad no puede tener
otro fin
que
el bien ¡,rivdo de los individuos que agrupa. Este tipo nuevo
de Estado
debe, por consiguiente, introducirse en lo más profundo
de
las personas, en el abismo de sus conciencias individuales, hasta
la fuente misma de todas sus actividades más íntimas. Mientras el
Estado normal es una obra del
arte de la política que desarrolla y
refuerza la inclinación natural del hombre a asociarse a fin de que sus miembros pasen de
vívi, a vivw mejor, el Estado moderno que
usurpa su nombre es una máquina enteramente prefabricada y des tinada a hacer
discurrir contra
corriente
la naturaleza social del
hombre hacia
la única satisfacción de las necesidades privadas de
aquellos a quienes somete a su molde embrutecedor.
Pero,
para invertir
el curso de la naturaleza,
es ,preciso un núme
ro
cada vez mayor de
artificios cada vez más potentes. Es preciso que
el
Estado tome
todas las iniciativas y
es preciso dotarle de una po
tencia legisladora
y coercitiva siempre creciente, prácticamente sin
fin Es conocido el adagio británico:
"El Parlamento de Inglaterra
lo puede todo, salvo cambiar un hombre en m,,¡er". La cosa, sin
duda, ya no es imposible en nuestros días. A este respecto, los Estados modernos denominados liberales
están, exactamente, en la línea de los Estados totalitarios: se trans-
130
Fundaci\363n Speiro
DE LA SOCIEDAD A LA TERMITERA
forman manifiestamente, ante nuestros ojos, en agentes de las acti
vidades privadas de sus súbditos y manipulan a los hombres como
a cosas, con el consentimiento, cuando no con el bene~lácito de sus
víctimas. Cuanto más interviene un Estado, por ejemplo, en la eco
nomía cuyo fin es radicalmente privado, puesto que es el de sus tentar a individuos provistos de un cuerpo capaz
. de
producir
y
consumir bienes materiales, resulta, de modo general, que, bajo
la presión de estos mismos individuos reunidos en grupos de pre
sión diversos, tanto más debe multiplicar los resortes de su inmenso
mecanismo. Como escribió jnstamente Thomas Molnat "Uega un mo'.
mento
en que el Estdo democrático Jjberal no se distingue ya del
Estado socialista, como es claramente el caso de Suecia. Durante
todo
este
tiempo, el liberal;smo fue, sm duda, la co"ea de transmi
sión del .socia/.ismo, aunque los ttd.eptos de aquél continúen, por su
parte, rechazando semejante imputad6n. Pero, de hecho, la pobla
ción acepta el socialismo porque el liberalismo la ha ya acostum
lHdo a ello".
Que el socialismo marxista sea idéntico, en sus fines,
a
la democracia individualista y liberal lo hallamos afirmado con
claridad en sus textos
sagtadns. Mrux y Engels escriben sin amba
ges, en La Ideología Alemana que "el comunismo hará imposible todo
aquello
que exista independ;entemente de los individuos". Kautsky
reafirmó esta finalidad al definir "el sodalismo como indwidualis
mo 16gico y completo"". Al términn de la socialliación de la vida
humana no habrá
ya Estado: una vez que toda la "sociedad" nueva
quede puesta
al servicio
de la persona humana, ya no será necesaria
la máquina que habrá operado esta prodigiosa inversión del orden
natural. La utopía común a ambos sistemas es
la "sodedd" permi
swa.
En uno y otro todo sucede como si el Estado moderno .fuese
un "Deux ex machina" destinado a desaparecer entre los bastidores
del teatro de este mundo a partir del momento en que el individuo
haya conquistado el estatuto de divinidad.
Esto es así por
la razón de que ambos sistemas están estricta
mente orientados
hacia el p0f'1leni,, en que será lograda la cuadratura
del círculo del individuo socializado y la Ciudad personalista, situados
en
la única dimensión del tiempo que escapa al conocimiento del
hombre, y
tanto más
cuanto más
esté éste
en ruptura completa con
él
131
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
pasado. La razón es simple: el Estado moderno es un Estado sin socie
dad subyacente,
un Estado proyectado en razón de la disociedad que
domina. Está encargado de una tarea contradictoria, siempre diferida
en el tiempo: construir una sociedad con elementos que, en función
del cristianismo secularizado que le sirve de religión,
se niegan a
someterse al bien común del conjunto. Está aprisionado
entre el
monolitismo
que aplasta el hombre
y la anarquía que pretende Ji.
btarlo matando en él su naturaleza social. El rechazo del uno en
gendra automáticamente la adopción de la
otra, pero
la adopción
de la
otra engendra,
automáticamente, la reafirmación del primero.
Querer la desaparición del Estado monolítico sólo conduce tempo
ralmente a la anarquía. Su consecuencia casi inmediata es, siempre,
el reforzamiento de la máquina del Estado o la muerte pura y sim
ple. Cada vez que el Imperio romano se hundía más bajo la pre
sión de un individualismo destructor del bien común,
más se con
solidaba su máquina estatal
y se ·transformaba en una termitera,
cuyos
reglamentos minuciosos
y paralizantes reemplazaban el ins
tinto social desaparecido, hasta el momento en que los bárbaros hi
cieron tabla rasa de él y una sociedad sana pudo
germinar de modo
natural. Es la esencia del individualismo, escribía Louis Blanc en su
"Historia de la Revolución francesa", "cambiarse en rebelión cuan
do padece el poder y en tiranía cuando lo posee".
He aquí cómo nos encontramos con una caricatura de Estado
rigiendo una caricatura de sociedad, compuesta a su
vez de
una
caricatura de
los
tres órdenes
del
Antiguo Régimen
abolido.
No hay ya orden de clerecía, sino su sustitución por una paro
dia suya: la intelligentzia contemporánea, para la cual la v.erdad no
está ya en correspondencia del pensamiento real, y menos todavía
con el Principio trascendente de toda realidad visible o invisible,
sino
en la conformidad del pensamiento consigo mismo y con su
pura subjetividad. Esta clase aspira a
lá dominación del planeta por
la manipulación de los espíritus debilitados por su desarraigo fuera
del terreno social que les nutría
y mantenidos en una especie de
caricatura de
vida gracias al martilleo de
las re-adaptaciones socia
les
y de los mass-media. "Sabemos provocar las condicione, que con
ducirJn a mucho, individuo,
--,,,cribía Karl Rogers-a comiderar
132
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TBRMITBR.A
verdadera, unas informaciones contrarias al testimonio de sus senti
dos
y, por métodos selectwos, a formar un grn,po de gentes que ce
derán a esta, prssionps conformista,. Sabemos modificar en una
dirección determinada
las opiniones de . un indwiduo sin que éste
sospeche jamás los "stimuli' que le han P,01Jocado este cambio".
No es solamente la literatura la que ha recogido la herencia de la
religión, no es solamente el escritor quien se ha convertido en sa
cerdote, como al final de
la I Guerra Mundial pensaba Jean Rivie
re, sino también en su conjunto todos aquellos que escriben, hablan,
emplean los diferentes lenguajes humanos: poetas, novelistas, perio
distas, sabios, hombres de letras, artistas diversos, 1peaker~, cineas
tas, montadores de TV, etc., empeñados en destruir el pasado y en
construir pretenciosamente
el
porvenir, según la profecía de Hugo:
Toda la antigua historia, homble y deformada,
sobre el horizonte desierto, huye como el humo.
Los tiempos han llegado .••
Y añade: "El ideal moderno tiene su tipo en el ar/e y .su medio
en
la ciencia. Mediante la ciencia se realizará la obra augusta de los
poeta,, Se rehar4 el edén por A + B", Este nuevo clero no se en
carga ya de religar los hombres
a. la Trascendencia, sino a su propia
inmanencia, invadida por construcciones utópicas de la imaginación.
Les lleva entonces allí donde sus maestros quieren llevatles.
Ya no hay nobleza
encargada de la defensa y del mantenimiento
del
bien común, sino una clase de políticos innobles en el sentido
etimológico de la palabra, es decir,.
encargados de la defensa y del
mantenimiento del
bien
patticulat de partidos "pluralistas"
o del
partido único
contta
la amenaza de un renacimiento de la sociedad.
No hay ya
Tercer estado,
ni hay, incluso, burguesía (ahora que
todo el mundo se ha hecho burgués, decía Peguy), ni siquiera hay
eatnpesinado dedicado
a
la producción de los bienes materiales ne
cesarios para la vida humana, sino una clase, que aumenta sin cesar,
de
parásitos de la más diversa especie, cuyo designio consiste en
dirigir hacia sí
el flujo creciente de la producción. Tan pronto
cómplices como rivales, los productores de toda categoría, desde
la
133
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE CORTE
finanza a los Sindicatos, pasando por rodas las coaliciones inter
medias, tienen a la vista mucho menos el servicio de los consumi
dores, que representan el interés general, que el de sus intereses
particulares. Tales son los tres "desórdenes" de la disociedad contemporánea
y del Estado que la cnbre en su conjunto prodigiosamente. Nos en
contraremos en presencia de un mundo al revés o, dicho de otro modo,
ante la Subversión: el animal político, constructor de ciudades que
responden a su naturaleza, es
reuogradado al
rango de insecto so
ciáL El
mal es universáL Por todas partes, las prótesis del socialismo
hao reemplazado los órganos vivos de la antigua sociedad.
La situación actnal es aún más grave que en la época del Impe
rio romano
y de su rígida y quebradiza armadura. No hay ya bárba
ros de fuera que puedan regenerar a una sociedad que, por ouo
lado,
ya no existe. Todos los
bárbaros están en
el interior. Asistimos
a la invasión vertical de la barbarie. No disponemos
ya del apoyo
de la Iglesia católica como los
días sombríos
del Imperio y de la
Alta Edad Media. Como está demasiado de manifiesto, la Iglesia parece que se
halla en trance de pasarse, con armas y bagajes, a
la Subversión. Ha renunciado a hacer surgir una verdadera socie
dad de las ruinas de
la antigua, fundada sobre la naturaleza so
cial del ser humano, como hizo en sus tiempos de vigor. No profesa
ya que las partes estén hechas para el todo. Bascula del lado del so cialismo y del Estado mundial que aquél quiere instaurar
para univer
salizar la enfermedad que ya lleva dentro de sí y para hacerla
pasar,
fraudulentamente, corno un estado fisiológico y mental bueno de las
sociedades humanas. Dicho de otro modo, puesto que el socfalismo
es
el último avatar de un cristianismo degradado, pero que está en
trance de extender epidémicamente su contagio a
todo el planeta,
utiliza las últimas fuerzas de su catolicidad, en alianza con un ecu
menismo y un sincretismo dU.dosos, para confundir su destino· con la
potencia de las tinieblas de su propia caricatura.
La "gracia" político-religiosa destruye, desde ese momento, la
naturaleza y se aplica desesperadam.erite a construir artificialmente
una sociedad nueva y a crear un hombre nuevo por el único y mi
lagroso cambio de las estructuras sociales, utilizando una mezcla al-
134
Fundaci\363n Speiro
DB LA SOCIBDAD A LA TERMITERA
tamente explosiva -¡deswuam et aedificabo!-del evangelio desna
turalizado y
de la Revolución mensajeta de la salvación.
"No hisy ,.., •.
/ación sin rwolución", eructó un cietto R. P. Cardonnel, cuyo grito
histérico repercutió ensordecedor por
tantos altavoces, "la esencia
de la re,,olución no es owa que
la im,pci6n de la soberatúa de Dios
en
el mundo". Nada menos. Después del Vaticano II, se conoce el
sobresalto de la voluntad de potencia
cletical disfrazada
en
"apertura
al mundo", que en el curso de su historia fue siempre la tentación
de la Iglesia:
"Te daré todos los reinos si, poniéndole a mis pies,
me adoras".
"Es una. cosa chocante -escribió ya Heine en 1832-
ver a estos gazmoño, disfrazados hacer ahora de matamoros con len
gua¡e de «sam culottes», coquetear con awe feroz teniendo puesto
el
bonete ensangrentado del ¡acobino y sentir después la preocupación de
que hubieran podido ponerse, ·por diswacción, en su /ugar
el go"o
roio del prelado".
La vieja utopía romántica de Ballaoche, de Cbauteaubriand, de
Lamennais renace, petpetuamente,
cuando .Ja ley de la cletecía se
debilita en lugar de reconquistar su vigor sobrenatural:
la misión de
la era que se
abre
es
la de identificar la moral del Evangelio con el
sentimiento social".
Seducido por Jaures, el neo-catolicismo contempla con estupor,
con estupidez
arrebatada, la tetmitera socialista que se eleva y que
más adelante será laboratorio de
una amplia
renovación religiosa.
Y el tribuno dicta, proféticamente, a la Iglesia el
discurso que
debe
ría hacer escuchar a los pueblos y que hoy, efectivamente,
le hace
escuchar:
"Reivindicad, actuad, subid ( es ya la ascensión de las masas
en la historia de Maritain), no golpearé con
las varas del absolutismo
delirante (es
el
"No
más anatemas" de cuando Juan XXIII) a las am
plias democracias movedizas como el mar (es el cM.A.SD.O.U.» de
ahora), no. haré pesar una inmovilidad de estancamiento
sobre este
océano removido
por
el
viento, que viene de le¡os y que no es acaso
otra
cosa que el esplritu de Dios posado sobre las aguas de que hablan
mis Ubros antiguos
( es el progresi,mo delirante, cuyas tempestades
conocemos)".
¿Cómo una iglesia en aurodemolición podría ayudar al naci
miento de
una verdadeta sociedad
humana, como lo hizo en la
Edad
13~
Fundaci\363n Speiro
MARCEL DE COI/1'E
Media? Sí "humanamente no hay salvación pMa la Iglesia" como
confesaba el
cardenal Lienart,
uno de los coautores del desastre,
al ca
nónigo Vancourt, tampoco hay ya,
humanamente hablando,
salvación
para la Humanidad disgregada por el fermento sobrenatural averiado
que lleva en su seno. Hugo lo había previsto:
Uevdmos en nuestros corazones el cadáver podrido
·
De la religión en que vivlan nuestros padres.
Todas las · ideologías, todos los sistemas, todas las estructuras, las
praxeis, todos los regímenes políticos son, desde hace siglos, en gra
dos diversos, producto de
la descomposición del cristianismo. Sin
un
enderezamiento de las Iglesias cristianas, en particular de la Igle
sia católica, la
mutaci6n radica/, que experimenta la humanidad será
mortal, como
lo son todas las mutaciones según atestiguan desde el
carnero de
cinco patas
y la ternera de dos cabezas. Lo sobrenatural
es la
más poderosa garantía de la naturaleza de los seres y de las
cosas
y, singularmente, de la naturaleza social del hombre, sin la
cual su existencia sería inconcebible.
La primera condición de una renovación pasa por el vértice del
cristianismo, que
hace cuerpo desde hace 2.000 años con la historia
humana:
STAT Crux dum evolvitur orbis, insistimos sobre el STAT.
Hay una segunda condición precisa, ahogada hoy en un torren
te de discursos, de enseñanzas, de montones de papeles, cuyo origen
estatizante y
desencatnado no es dudoso, consistiría en
la puesta en
pie de una economía en la
cnaJ hoy los pies están por encima de la ca
beza, Si la inteligencia contemplativa y la inteligencia práctica, orien
tadas hacia
el fin último del hombre están en estado de hibernación
prolongada, la inteligencia
poética, fabricadora .de objetos útiles para
el
hombre, ha
adquirido una
expansión que la confunde con la imagi
nación, como si asi con sn despliegue espectacular, compensase la ansencia de sus hermanas. Un desequilibrio tal no deja de ser peligroso.
Es demasiado claro. Una sociedad que no fuese sino una inmensa fá
brica realizaría
la utopía socialista y, confundiendo lo público y lo
privado, llevaría
. como
hemos denunciado a la destrucción de lo
136
Fundaci\363n Speiro
DB LA.SOCIEDAD A LA TERMITBRA
uno y de Jo otro, Jo cual sería irremediable. La primacía que nues
tro tiempo
otorga a la inteligencia operativa en todos los dominios es,
precisa.triente,
· el
signo de que esta forma de inteligencia
es out of
joinls, sacada de sus goznes según la fórmula de Shakespeare. Se
debe tratar de ponerla nuevamente en ellos: El problema de nuestro
tiempo es,
por orden de urgencia, el problema económico. Una eco
nomía que se mueve al revés se debe intentar sustituirla por una
economía que gire derechamente .
... Se trata, en
otras palabras, de devolver
a. la
economía
su prin
cipio motor: la iniciativa privada, y su finalidad: el consumidor en
'carne y hueso, proviJto de a/,ma, inteligencia y voluntad y, en con
secuencia, de
libertad. Se
trata, en
otros
términos, de restituir la
eco
'nomía a su función
propia: la de
asegurar la
subsistencia de
Jos hom
bres, el
vivir, base y trampolín del mejor 'l'ivir, al desembarazar al
Estado
de la nociva grasa económica, en la que parásitos de todo
género germinan,
y que
obsraculizan su. función
propiamente polí
tica:
. velar
por
el bien común. Este apenas es ya hoy Otra cosa
que el bien común material
para la mayor· parte de los hombres.
No pueden asegurado ya
ni el slogan "libertad, igua/,dad, fraternidad"
ni su consecuencia: la termitera, sino simplemente la opci6n bien re
gulada del consumidor, capaz de hacer emerger los mejores produc
tores de ese caos perpernarnente movido o
perpernarnente cristali
zado de
los dos tipos
·de economía
i:ontemporánea. Para lograr este
:fin, que exige la natural-eza de las cosas, se requieren reglas, y éstas
precisan de un legislador
y un juez, que no sean parte interesada en
la vida económica como lo es (y
¡ de qué manera!) el Estado moderno.
E, preci,o un código corrector del parasitismo que vicia actualmente
la
producción de los bienes materiales
y que la pone en el riesgo de
cegar a su fuente, como muestra la experiencia. Si queremos con
servar y aumentar basta cierto límite, medido por la inteligencia y
la voluntad, los bienes materiales de la economía de nuestro tiempo,
será preciso conseguir que el Estado sea político
y que la economía
sea privada,
quedando subordinada ésta a
aquél como lo inferior a
lo superior.
Tales son las únicas perspectivas reaUJtas que se abren ante nos
otros. Nos corresponde, pues, trazar
la vía real por la que camina-
137
Fundaci\363n Speiro
MdRCEL DE CORTE
rá, acaso, la sociedad de mañana. La restauración de la Iglesia sobre
sus
bases
naturales y la restauración de la sociedad sobre sus funda·
mentos
naturales son las únicas garantías de la salvaguardia de la
persona humana
contra sus tendencias mellizas hacia la
anarquía y
hacia su contrario: la omnipotencia del Estado.
El Profesor de Filosofía de
la Universidad de Lieja, Mar·
cel de Corte, de cuyas principales publicaciones nos limitare
mos
a
citar ''L'HOMME CONTRB LUI MEMB", ''L'INTBLIGENCE EN
PllRIL DE MORT"
(Nouvelles Editions Latines, París, 1962 y
1969, respectivamente) y "DE LA JUSTICE" (Dominique Mar·
tin
Mario Editeurs,
París, 1973),
es evidentemente conocido y
admirado
por los
lectores de VERBO, lo que excusa toda
pre
sentación,
por lo
cual, aquf, simplemente recordaremos que
hasta ahora hemos tenido el honor de reproducir, traducién
dolos al castellano, los siguientes estudios del Profesor
De
Corte:
Núm. 40. '"LA INFORMACIÓN DEFORMANTE".
Núm. SS. "INTRÍNSECAMENTE PERVERSO".
Núm. 59. "LA EDUCACIÓN POLÍTICA".
138
Núm. 87-88. "EL EsTADO EN LA DINÁMICA DE LA Eco
NOMÍA".
Núm. 91-92. "LA ECONOMfA AL REVÉS".
Núm. 101-102. "FILOSOFfA ECONÓMICA Y NECESIDADES
DEL HOMBRJ!".
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