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Número 173-174

Serie XVIII

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Semblanza de Ramiro de Maeztu

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS
ffiSPANOS
Conferencia leída en el Centro Gallego de Montevideo el 11 de
mayo de 1929 por
RAMIRO DE MAEZTU
precedida por la
SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
Discurso leído en representación de '1a Real Academia de Ciencias
Morales
y Polltiais, en el acto de CONMEMORACION DEL
CENTENARIO DE

DON RAMIRO DE
MAEZW, organizado
Po' el Instituto de España, el 18 de junio de 1974, ¡,or
EUGENIO VEGAS LATAPIE
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MA:EZTU
POR
EUGENIO VEGAS I..ATAPIE
Antes de enttar en el tema que se me ha señalado permitidme
que manifieste
p&licamente mi
gratitud a
la Mesa
del Instituto de
España por su decisión de honrar mediante este
acto la memoria del
que
fue académico de la Lengua y de Ciencias Morales y Políticas
don Ramiro de Maeztu.

Y de modo
muy particular por

haberme
dado oportunidad de testimoniar ante vosotros no sólo una admira­
ción, que, sin duda, compartís conmigo, sino también unos senti­
mientos de enttañabk y casi filial afecto, que el paso y la depura­
ción del tiempo no han
hecho perder

uno solo de sus quilates.
Traté muy fntim::imente a don Ramiro en los seis últimos años
de su vida y tal vez por eso ha recaído sobte mi el honor de parti­
cipar en este
acto, juntamente oon José María Pemán, que también
convivió

con él
de manera íntima en di reducto ideológico de Ac­
ción Española,
desde el cual libró Maeztu sus postteras y definitivas
batallas en

defensa
del espíritu.
No
!ha sido,

desde luego, la existencia
de los

hombtes de la
lla­
mada generación del 98 un modelo de rectilíoea fidelidad a unos
determinados principios doctrinales. Para confitmarlo
bastaría re·
cordar los conttadictorios avatares humanos y políticos de los más
genuinos representantes de aquel grupo, que a sí mismos se califi­
caron de ~os tres: Pío Baroja, Azorín y Maeztu. Pero aun recono­
ciendo la versatilidad conttadictorla que parece presidir sobre todo
la vida de alguno de esos
tres hombtes, resultaría injusto
no
perci­
bir eo ellos una cierta coherencia ética, e incluso espiritual. De
forma
muy acusada
en la vida y en la obra de Ramiro de
Maezru.
Entiéndase
bien

que hablo sólo de coherencia, y no de identidad.
Y coherencia hay,
,por supuesto, entte el ardor juvenil del anarquista
300
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
Maezru, movido por nobilísimos impulsos de regeneración mota!, y
la serena y oonsciente entrega que de su vida hace don Ramiro en
1936,
con un gesto de auténtico mártir. Es decir, de testigo de unas .
convicciones

religiosas que
transfiguran la
visión de la muerte,
cnando ésta es aceptada
y asumida eomo una ofrenda.
Y es ptecisamente esa
cdherencia la
que da complejidad a la bio­
grafía de
Maeztu, la

que hoy
constituye para mí

una
difícil barrera
al pretender esbozar su semblanza. Para sortearla de algún modo,
permitidme
que acote o, mejor
dkho, delimite __ el

terna que se me
ha asignado. No rehuiré, por supuesto, el esbozar la
semblanza de
don

Ramiro, pero
procnraré trazar. más

bien su
semblanza espiritual.
En
otras palabras: quisiera hacer el

relato de su aventura humana
en busca de la fe perdida.
Ramiro de
Maeztu nació en Vitoria, el 4 de mayo de 1874;
cinco
días más tarde recibió las

aguas del bautismo en la iglesia
parroquial de San Miguel, levantada por Sancho el Sabio, de Nava­
rra, en 1181. Era hijo de doña Juana
Whitney, de
nacionalidad
in­
glesa,

hija a su
vez del cónsul de la Gran Bretaña _en París, y de don
Manuel de

Maeztu,
rutcido en -Cuba,

aunque de ascendencia
naval!ra
muy

directa. Su padre -Francisco de
Maeztu y Eraso-, después
de formar
parte del

noble Cuerpo de
Guardias de Corps, se había
trasladado a la isla entillana, acompañando al general Pezuela, y allí
logró conquistar una brillante situación
económica y social.
Según la tradición de las familias acaudaladas de Hispanoamé­
rica, Manuel de Maeztu
füe enviado a_ París para completar
su edu·
cación; en esta
ciudad conoció además a

la joven inglesa que ha·
bría de ser . la madre de sus hijos. Fueron éstos cinco, a quienes se
bautizó con los
hombres de
Ramiro,
Angela, Miguel,
María
y Gus­
tavo.

Ramiro sintió
siempre una especial admiración

por su
herma­
na

María, mujer de gran talento y de sensibilidad e inquietudes in·
telectuales, que llegó a dirigir con. indudable tacto
y acierto la resi·
dencia de señoritas
de Madrid

dependiente de la Junta de
Amplia­
ción de Estudios. "María es muy inteligente -comentaba con un
cierto dejo de ironfa don Ramiro--, y por eso no se ha casado."
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LAT APIE
Precisamente yo tu,e ocasión de conocerla en alguna comida íntima
en casa de su hermano. También traté a Gustavo, notable pintor
y no

menos
buen grabador.
Recuerdo un
aguafuerte suyo,
hoy casi
olvidado, que representaba a! príncipe don Juan vestido de marino.
Aunque vivíamos cuando lo
hizo en

plena República y el gesto
podía tener un
elato sentido

político, no creo que en la decisión del
artista influyera la
pootura ideológica

de su hermano Ramiro.
Muy
poco hubiéramos podido conocer de la infancia y prime­
ra

juventud de
Maeztu a

no
ser por

artículos suyos, de
carácter auto­
biográfico, publicado el primero en 1904, con el título "Juventud
1I1enguante", y

el otro en 1908, después de
haber leído en los Recue<­
do.s de niñez 'Y mocedad, de Unamuno, que sus evócaciones empe­
zaban con las del colegio, "como es forzoso en niño de villa y criado
entre calles".
"¿Es esto forzoso?",

se pregunta
Maeztu, y al responder
en sentido negativo, nos dice que su primer recuerdo aparece
curio­
samente localizado a! aire libre, en la playa de Deva, con una deli­
cada
sensibilidad de

pintor impresionista: "En lo alto ... , una man­
cha aznJ y blanca, que después llamé cielo; a la i,,quierda, otra man­
cha aznl y verde, que después llamé mar, y en los pies, otra mancha,
ya
de oro,
ya morena, que después llamé arena."
Al mismo tiempo este
ardculo nos
permite conocer el sustra­
to
de las poderosas raíces étnicas de Maeztu. También entre sus
primeros recuerdos ve, siempre con mirada de pintor impresionista,
"las llamas de una cocina baja y una franela amarilla en el respaldo
de una silla;
ello fue en un caserío de Urrestilla, cerca de Azpeitia".
Y. junto

a
esa• raíces del

pueblo que le daría conciencia histórica, el
arquetipo humano de vida que desde muy pronto
Je sería impuesto,
más que señalado:
"Mi pobre padre solía decirme desde mis pri­
meros
años que
yo tenía que ser un caballero, un atleta y un sabio ... "
Ya en el
otrO artículo citado Maeztu nos había didho que fue
"un niño altanero y feliz; su padre, que le quería con cariño ambi­
cioso y exclusivo, le sometió en sp.s priimeros años a severa discipli­
na intelectual, mora! y ffsica, reglamenta férreamente su vida, suje­
tando a horario sus estudios, sus
ejercicioo y sus juegos, dándole
profesores de idiomas, cultura
general, gimnasia,
esgrima, equitación,
dibujo y
música", con

lo cual
hizo "del muchacho un primer pre-
302
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
mio del bachillerato y el mocete más duro y más intrépido de los
de su
edad y población".
Discrepa.ron igualmente
Maeztu y Unamuno en el alcance y sen­
tido de las evocaciones infantiles referidas al
primer encuentro con
el
misterio de

la fe. Quien
llegaría a

ser por antonomasia
rector
de Salamanca justifica así la mínima huella que en su espíritu dejó
la primeta comunión: "Tanto se nos
prepara pa.ra ella, tanto se le
habla al niño de delicias y consuelos que no necesita, porque no se
baila desconsolado y afligido; tanto se le quiere sugestionar, que
cuando llega el actO, el

niño,
poco sugestionable en realidad, se que­
da frío." Ramiro de Maeztu,

en los mismos años en que
se rebela
frecuentemente
contra la fo y la vida religiosa, rechaza de plano ta­
les

afirmaciones: "¿Por qué
generalizará Unamuno? ¿Qué demonio
ilógico

le moverá a
universalizar sus
experiencias? Yo no olvidaré
nunca no sólo mi
primeta comunión,

sino mis primeros años de
misticismo. Tampoco yo

estaba desconsolado
y afligido. ¿Quién lo
está a los
diez añoo/ ¿

Y
podrá darse

nada
tan inefable como recibir
la comunión con ojos llorosos en la capilla de
la Concepción de la
iglesia de San
Miguel, rerirarse unoo pasos, cerrar loo ojos y sentirse
volar,
· rejos ele

sí, mirar con ojos que lo abarcan todo a las ciudades
misteriosas de que sólo se conocen los nombres, remontarse
por el
azul y rodearse de unas estrellas grandes, como monedas de dos
reales?"
Ya he ·señalado la cruel pa.radoja de que el hombre que tan de­
licadamente
analizaba los efluvios espirituales de su alma infantil,
poniendo al descubierto un fervor místico que aún parece tener cier­
ta fragancia, alardeara al mismo tiempo de incredulidad y de anti­
clericalismo. Sin pretender violar el recinto sagrado de
la concien­
cia, quizá pudiérami.>s encontrar las .razones de esa interna contradic­
ci6n -en las dolorosas circunstancias humanas que truncaron el curso
de la existencia de Maeztu, dejándole indefenso en la lucha por la
vida, con una
explosiva carga de resentimientos y rebeldías justa­
mente
en una de las
más difíciles encrucijadas

de
la historia
de
España.
Entre los años 1887 y 1890 ha situado el infatigable investiga­
dor
Dionisio Gamallo

Fierros
la crisis económica de la familia, que
;o;
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LATAPIB
motiva el viaje de don Manuel de Maeztu a Cuba con el vano pro­
pósito de restaurar la situación
pauimonial. A la ruina definitiva se­
guiría la
muerte del infortunado cabeza de familia, en la ciudad de
Corrientes, el año 1894.
En el ya citado artículo autobiográfico de
1904 el
propio RamiJ.o de

Maeztu
ha referido así aquella catástrofe:
"...

Fueron
desapareciendo profesores particulares, sitvientes, caba·
!los,. coches, arneses, libreas, casa lujosa, muebles de precio, alhajas;
sedas, libros, mientras de diez en diez días se aguardaban del CO·
rreo de Cuba pliegos de valores que no lleg¡,ban nunca ••. Del esplen­
dot de la iDJfancia no quedaron más restos que algún látigo roto
y una vieja criada con !la lealtad de los criados del régimen anti­
guo."
El
dem,mba,niento, como
es
lógico, hubo de afectar grave­
mente a la formación intelectual, y, sin dnda, también, a la formación
religiosa del
joven Maeztu. El mismo lo confiesa con absolnta leal­
tad:
"Al curso natural de los estudios sucedieron años de inacción
forzosa,
y el niño alegre y decidido cambió de carácter; se hizo te-.
meroso y huraño... Hubiera resistido su voluntad a la aisis econó­
mica de su familia de
haber llegado ésta algo más tarde, pero esa
externa aisis se unía a la fisiQ!ógica de la pubertad, y entre las dos
acabaron con la cohesión íntima de un alma fuerte y un cuerpo de
atleta.··
Y también agostaron, por ·supuesto, los incipientes efluvios mís­
ticos del

alma infantil de
Ramiro. Fue demasiado dura la prueba
para el. adolescente. Decidido, sin embargo, a contribuir a .la solución
del
gravísimo problema familiar, mardia a París en

1890, con el de­
seo ilusorio de abrirse camino en el mundo _del oomercio; pero como
ha escrito él mismo, la persona que le recomendaba "observó un
día
que el joven español eta demasiado soñador para el comercio.
Y .•• pocos meses después Maeztu volvía a España, despedido por
sus
principales".
Arruinada
ya

por completo la familia, al año siguiente marcha
a
La Habana, donde habría de sufrir en carne viva las más duras
experiencias, en contaeto con los más bajos y degradados estratos
de la sociedad.
Según recordaría años más tarde, "pesó azúcar, pin­

chimenea& y paredes ai so~ empujó carros de masa cocida de seis
de
!la tarde a seis de la ~; cobró recibos por las calles de La
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE J1AMl1(0 DE MAEZTU
Habana, fue dependiente de una vidriera ... y desempeñ6 otros mil
oficios".
Uno de
ellos, el más extraño que pudiéramos imaginar,
"leaor
en

una
fábtica de tabacos ...
, en un salón de
atmósfera asfi­
xiante".
Mae,:n, lefa a los obreros, durante cuatro horas diarias, unas
veces novelas y dramas, otras libros de propaganda social y de vuJ.
garizaci6n científica. Y con esa mentalidad de "trapero del tiempo"
que tuvo el doctor Marañ6n, enconrr6 siempre
horas, robadas
al
sueño,
para traducit algunas obtas extranjeras o leet desntdenada­
mente

a
Kipling, Gald6s,

&hopenhauer,
D' Annunzio, Marx Kropot­
kine o Sundermann. En el ánimo de Maeztu se libraba así la bata­
lla entre el
esforzado intelectual

que siempre fue
y el humilde · paria
que vivía en cotltacto con las más irritantes lacras de una sociedad
en fa que ya fermentaba un espíritu revolucionario, que no tardaría
en manifestarse. Preciso.mente Maeztu regresa a la Península, reque­
rido

por su madre,
sólo tres meses antes de que en el caserío de Baire
estallara el 14 de febrero de 1895 el grito antiespañolista de ¡v;.,a
Cuba li!J1'e! No parece, pues, aventurado afirmar que fue en aquellos
tristes
y perturbadoc,s años donde se fragu6 su posterior anatquis­
mo destructor
y disc'lvente. ¿No se referiría también a ellos don
Ramiro cuando

en
más de una ocasión llegó a maldecir los años
que no pudo
dedica,-íntegramente
al estudio
y a
la
formación doc­
trinal?
Por

de pronto,
el recuerdo que de ellos consetv6 no debió ser
nada grato. Muy pocas veces hablaba de aquella etapa de su vida.
Por
eso un día nos sorprendió a todos en

la habitual tertulia vesper­
tina de Acción
Española al hablarnos do cuando trabajaba en La Ha­
bana, colocando ladrillos en lo alto de un andamio, "con un negro
a la derecha y un amarillo a la
i2quierda"; así

como
al referirnos
otra
tarde la inmensa ternura sentida al escuchar en la lejanía, mien­
tras
caminaba una

noche a
caballo bajo la

lluvia, los entrañables
sones del
Guernik,,l,o arbolt, .••
Minado por los amargos acontecimientos familiares y políti00$,
a

fines de
1894 regresa a la Península, "convencido de no ser iitil
para nada y resuelto ,. morirse tranquilo, después de haber dejado
en
las tierras de Atcérica el poder de los músculos y el color de
las mejillas". Muy poco después se recibe la noticia de la muerte
305
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LATAPIE
del padre, y doña Juana Whitney decide trasladarse a Bilbao, para
dedicw;e allí a la enseñanm. Indalecio Prieto, cuyos hijos se educa­
ron con
ella, la ha recordado ron sincero afecto: "Era menuda ..• , de
ojos
azules, de gran atracción personal por su simp,,tú, y por su ta­
lento. En Vitoria se ila conocía ~ la inglesita. Excelente amaz.ona,
desentonaba cabalgando gallardamente por el paseo de la Florida en
aquella
cindad militar y levítica ••. "
El establecimiento de la familia en Bilbao
marcaría un

huella
decisiva y pettlutable en el futnro de don Ramiro. Con su ingreso
en
la redacción del diario El Poroenú- Vascongado, inicia la activi­
dad a la que
dedicó por

entero su vida, en una honrosa
pero sacrifi­
cada
fabor de galeote de

la pluma. Aunque él se
limitara a

atribuir
al
azar este

encuentro con su auténtica y perdurable vocación, la
madre fue

roncho más
explícita en

unas
dedlaraciones hechas
en
1926:
"Ramiro era

casi un niño, y yo quería que fuese
periodista;
en

ello tenía
gran ilusión. Recuerdo que visité con tal motivo a:l
entonces director de El Poroenú- Vascongado, don Fermín Hertanz,
notable defensor de íos fueros,
e1 cual me preguntó qué sabía de pe­
riodismo mi hijo, y yo le repuse: «Saber, no sabe nada, pero yo quie­
ro que
sea periodista.»" A

partir de entonces el nuevo periodista
lo aprendería casi todo en las
salas de redacción, que entonces te­
nían muobo de

mentidero. Entre otras cosas, aprendería a hacer
almoneda de unas prácticas
y creencias religiosas, cuando no de
una
fe que no sal,,,..mos basta qué punto le había sido fuertemente
inculcada en
el hog.tt
Considerada

por muchos en aquel tiempo
la religión como un
simple soporte de estructuras políticas y sociales de
carácter aleato­
rio,
Maeztu no

dudó en sumarse a los
detractores de la· Iglesia, en
la que él quiso ver también uno de los principales factores del re­
traso moral
y económico del pueblo. De llhí que en un artículo pu­
blicado en 1901, en la
revista Elect párrafos
de
·Pompeyo Gener,

en los que se relacionaba
el ascetismo
con

el movimiento
de los •hielos polares, lleg¡,.ra a escribir: "La ex­
plicación es, cuando menos,
consoladora. Nos

permite esperar que el
cristfanismo se halle a su vez pasando, como las causas que lo hicie­
ron posible." Para añadir más adelante: "Por lo que hace a nuestro
306
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
pueblo, la religión, un tiempo monopofü.adora de su espíritu, hoy
sólo ocupa nuestra piel. Todo indica que las peesentes agitaciones
nacen del íntimo

deseo de libramos
de semejante CO La posible intención historicish> del exabrupto quizá alentara
también en los
conaptos, aún más violentos, emitidos en otros pá­
rrafos del mismo artíatlo: "Quédense fos solrlados en los cuarteles
o únanse
alguna vez al pueblo, y se vetá la serena alegría con que
serán arrojadas
las ¡,iedras de las antiguas catedrales sobre las cabe­
zas religiosas."
La alusión que del Ejército se hoce aquí, en cuanto
defensor de la Iglesia, nos permite planteamos el problema que no
dejó de afrontar
Maatu, en ocasión para mí inolvidal:ile. ¿Revelan
1'll1 brutales afitmaoones una efectiva falta de fe? ¿Sería posible ad­
mitir al mismo tiempo en su
autor alguna
sensibilidad
de caráctet
religioso?
Anticipemos que

el
propio Maeztu, en el artíatlo "Razones de
una convetsión", publicado en el
númetn de Acción Española de 1
de
octubre de

1934,
comienza diciendo a este respecto: "No
creo
que pueda llalillarme convetso,

porque nunca se rompieton del todo
los lazos que me unían a la Iglesia." ¿A
qué se debe entonces

el tí­
tulo del
artíatlo? Públicamente debo confesar

que el original que
me entregó don
Ramiro para su publicación llevaba un epígrafe dis­
tinto:

"Por
qué me ,hice más católico". Antes de entregar las cuar­
tillas a

la imprenta lo sustituí por
el que figuraría en la revista. El
autor no tuvo conocimiento de ello
hasta que el númetn estuvo im­
preso. Pronto percibí la falta que había cometido, pero ya eta wde
para illltentar
rectificaciones contraproducentes. Ni siquiera expnse
a

don
Ramiro las

razones
ideológicas en

que
podía fundamentarse
mi decisión. Muy presente
había tenido

yo
al adoptarla el recuetdo
de
Donoso Cortés cuando en 1849 expone a M. Albérich de Blanche,
marqués
de Raffin, h "historia lntima y secreta" de la "conversión
que

Dios ha obrado en mí por su
gracia". El =nocimiento ex­
preso de

esta convetsión no
es incompatible

con algunas otras
afir­
maciones hechas en

la
misma carta, que pudiera parecer que

la con­
tradecían o

atenuaban:
"Yo siempre

fui
creyente en

lo
íntimo de
mi
alma, pero mi fe era estéril... Creo, sin embargo, que si en el
tiempo de

mi mayor olvido de Dios me hubietan dicho:
«Vas a
307
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LA:r APIE
hacer abjuración del catolicismo o a padecer graves tormentos», me
hubiera resignado a !os
tormentl)S, por no ha= abjuración del ta·
tolicism.o."
Pero aunque no admitiésemos en Maeztu una conversión efecti­
va, siempre
teodríamos que sefialar en
él un marcado proceso de
evolución
espiritual desde la crisis religiosa, iniciada en 1913, hasta
el pleno reingreso en el seoo de
la Iglesia, en 1916. En esa laborio­
sa
busca de

la
verdad, de

la que no dejó de
percibir siempre
algún
vislumbre, incluso
enue las

tinieblas
del error, Dios

le
conoo:lió la
gracia

de llegar a
pisar tierra

firme.
A ello
contribuyó en gran
par­
te el acercamiento durante aquel mismo afio a la vida austera y
dramática de las
trincheras, donde
convive con los soldados britá­
nicos. Según ha
escrito su

hermana
María, "allí,
cara a cara ante el
dolor y
la muerte, concibe el tema que será desde aquel instante el
motivo central de su vida: «Todo fluye, todo
perece, todo pasa. Pero
el bien,
en sí, no·· pasa. Dios

es el bien, y permanece. El tránsito de
los bienes queridos es la nodhe mística en que tornamos contacto
con

lo
eterno»". Entre
las personas que más influyeron en ese reen­
cuentro con la
fe, el propio Maeztu cita al barón Von Hügel, quien
le
había hecho

ingresar en una sociedad londinense
para el estudio
de la

religión; asimismo menciona con
afecto y admiración a Hw­
me,

muerto
en el

campo de
batalla, del que aprendió "el reconoci­
mieoto
de
la trasceodeocia social y política de la doetrina del peca­
do original". En el año decisivo de 1916 podría Maeztu iniciar así
lA crisis del hurrumirm<>, una de sus principales obras: "Ya se ha
dicho que

las ideas centrales
de la Edad Media consistían eo mirar
al mundo como a un valle de lágrimas y al hombre como a Y o pe­
cador." Con esa idea del pecado original tenemos una de las prin•
cipales coordeoadas que delimitarán
su
encnadnmiento definitivo
en
la OrtOdoxia de la fe. Otras ignalmente muy importantes y decisivas
habían ido configurándose ya entre 1908 y 1910.
En la polémica sostenida en 1908 por Ortega frente a
Azotín des­
de la revista
Fdfo acerca de la base o fundameoto de los partidos
pollticos
terció

inesperadamente
Maeztu, para rechaur la afirma­
ción hecha por Ortega de que "la ..erdad sólo puede existir bajo la
figura de un sistema", proclamando, por el contrru:io; qne la "prio-
308
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTV
ridad ha de ser para el acto de fe, para los hombres buenos y para
la propaganda y difusión de esa vida de fe"; de ahí el axioma que
deja
establecido en otra fase de
la polémica: "La ignorancia se cura
con moralidad."
Estos fundamentales principios éticos de la evo!nción religiosa
de Maeztu aparecen aún mejor enunciados en un resonante y memo­
rable acto que tuvo lugar en Madrid, el 11 de diciembre de 1910.
Pocos días antes
había disertado

en
la tribuna del Ateneo sobre "La
revolución y los intelectuales". Para celebrar el éxito obtenido pot
don Ramiro, Augusro Barcia organizó en su honor un banquete en
el
restaurante Parisiana, al

que asistieron más de ciento cincuenta
personalidades
destaa?das de la vida cultural madrileña. En realidad,
el verdadero promotor había sido Ortega, que no dudó en proclamar
en

el discurso
allí pronunciado que fue Maeztu quien le infundió
su

inclinación a los estudios de filosofía
y que el ejemplo de aquel
·periodista que

deseaba
afianzarse sobre una base más sólida que la
puramente periodística le había servido a él de orientación pot el
camino de

su
pensamiento. Nadie pudo extrafiarse de las efusivas
palabras de Ortega. De
todos era

bien conocida
la amistad que les
unía.
m propio Ortega había dejado en 1908 constancia explícita
de
ella en las páginas de la revista Faro: " ... Me he puesto a recordar
los

tiempos, no muy
lejanos, en
que, unidos
por estrecha amistad,
lbarnos
a

lo
largo de estas

calles
torvas madrileñas, como un herma­
no

mayor
y un hermano menor, entrerejiendo nuestras puros y ar­
dientes
ensuefios de occión ideal

...
" Amistad reiterada en la dedica­
toria que figuró desde 1914 en tres
de
Medi­
taciones del Qu/iote
-"A Ramiro de Maeztu, ron un gesto frater­
nal"-,
pata aparecer extinguida en 1931. Recuerdo la profunda
emoción
ron que Maeztu me

refirió
su encuentro

con Ortega en el
portal de la casa nrunero 7 de la avenida de Pi y Margall, donde la
Revista de Occid-e tenía su sede y nosotros acabábamos de alqui­
lar una oficina para organizar la sociedad cultural Acción Española.
A

los
rpotos minutos del encuentro, don Ramiro se limit6 a comen­
tar: "No nos hemos saludado ... " En el lejano invierno de 1910 na­
die hubiera podido imaginar este
desenlace. Para el propio Ortega,
aún vivo el
entrañable afecto, ·habría resultado imprevisible. Por
309
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LATAPIE
eso acertó de manera tan significativa en la alusión, citada anterior­
mente, que
biz.o en

el
banquere del
restaurante
Parisiaoa.
¿Pero
sobre

qué base
pretend1a fundamentat Maeztu su

vida
y
su obta? De manera explícita lo dijo entonces, y nunca cesada ya
de
proclaimMlo: en

el triunfo de la
vi:rtud y de la moral sobre la
ciencia. De ahí que más adelante pueda un día obligarle el llanto
a interrumpir la
lectura que
de la
Stdutadón del op,thmsta hacía en
la
tertulia de Acción Española,

al
llegar a

los versos en que
Rubén
Darlo
exclama:

" ... la alta virtud resucita / que a la hispana
pro­
genie
hizo dueña de

siglos".
A través de esa nueva fundamentación
ética,
los anhelos regeneracionistas, que
en
las primeras actuaciones
póblicas de Miu2tu se orientaban hacia los objetivos materiales -aun­
que

no
materialistas- preconiz.ados por Joaquín Costa, llegan a ci­
frarse y asentarse en ideas y principios morales de inequívoca ins­
piración religiosa.
Y así· su encuentro con la fe se logra mediante un
proceso de espiritualización de
ios mismos impuloos vitales que
desde un principio le habían orientado. A
pesar de todo, en los años a

que me vengo refiriendo, no se
encuentra todavía
claramente definida la posición

religiosa de
Ma=u.
Cierto es que un nuevo espíritu, de mayor pureza y densidad reli­
giosa, respalda o
susténta ya
su vida.
Pero hasta algunos años más
tarde no encontraremos bien estructurado y expuesto un pensamien­
to de actuación p6blica inequívocamente religioso.
Organiz.ada por

el Ateneo de Sevilla,
Maeztu pronunció
el 7
de noviembre de 1923, en el
teatta Lloréns,

una
conferencia sobte
"La decadencia

de Occidente".
La famosa obta de Spengler, con el
mismo título, se
había convertido en uda especie de breviario de

la
intelectualidad
española. De la resonancia que

tuvo aquella confe­
rencia puede darnos

idea el hecho de que fue reproducida
íntegra­
mente

en
seis folletor.es del

diario madrileño
El Sol. Al margen de
la crítica adversa
que Maeztu hizo del libro del pensador alemán,
fueron
los últimos
p:l.rrrufos de
su disertación los que
hicieron que
ésta

adquiriese un especial
.t de glosar los versículos
del Evangelio de
San Mateo relativos al amar a Dios y al prójimo,
don

Ramiro se planteaba el grave
proMerna implícito
en la tesis, ya
sostenida por
Herodoto, de

que la única
ley que
prevalece en
los
310
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
negocios humanos es la de la a:lternación de las venganzas. Su res­
puesta
fue terminante: "Yo

no
conozco más que un .mroio para
evitado. Mis amigos se ríen cuando les hablo del l¼drenuestro. El
rosario de peticiones que contiene les parece cosa de niños. Pero se
olvidan de que en el Padrenuestro hay unas pa;lab.ras que no son pe­
ticiones, SÍllO una afirmaci6n. Son la8 que dicen: ••• así Comt) 1WSO•
tros perdonamos a nuestros deudores. Si no se perdona a los deudo­
res,
no se está rezando. Son palabras que sólo los escogidos pueden
pronunciar
sinceramente, sin esfuerzo. Hay veces -prosigue Maez­
tu- en que me han costado más de .mroia hora, más de una hora,
y en que no he llegado al cabo de ellas sin que el sudor me cubrie­
ra la
cara. Pero

al
decirlas con siceridad he
sentido que se
cambiaba
el

mundo no en el sentido de aparecer en un cielo
y en una tierra
nuevos, porque el mundo seguía siendo
el mismo, con las mismas
personas queridas en derredor de uno. Todo era lo mismo, y esto
era lo mágico. Sólo los enemigos habían desaparecido."
Y
a sé que no faltará algún avisado suspicaz que sonría con ir6-
nica

suficiencia al recordar la
fecha en

que esa conferencia
fue pro­
nunciada:
unos días antes de cumplirse los dos meses de la instau­
ración
en, España
de la
Dictadura militar del general Primo de Ri­
vera. Pero sería, además de injusto,
cailumnioso establecer
una míni­
ma concatenación entre esos dos hechos. Ya hemos visto que María
de Maeztu no dud,ba al afirmar que su hermano alcanzó en 1916
la ansiada meta, en esa
"peregrinación en
busca de la fe" de que
hablara
González de Amezúa al

recibirle en
la Academia Española
en 1935. "Fue
aquélla la hora ---ha escrito

María- del hombre que
encuentra su fe . .. , su ví~ su camino, el camino de Damasco, que
pocos hombres han recorrido con tan altanera vocación de martirio
como lo recorrió él"
Después de
haber contraído
matrimonio en Londres aquel mismo
año con la
distinguida dama inglesa Alice Mabe!l Hill, Maeztu re­
gresaría definitiwmente a España, una vez concluida

la guerra
mundial. Le
impulsa, sobre todo, el deseo de que su hijo único, Juan
Manuel,. nacido en 1918, no llegue a aprender el castellano con
acento inglés. Además de un sólido bagaje intelectual,
marcha con
la experiencia
adquirida a

través de
la dilatada serie de plantea-
311
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LATAPIE
mientos o idearios socio-pollticos a los que fue prestando sucesiva­
mente su
adhesión: el anarquismo, el 'liberalsocialismo, el fabianis­
mo
y, por último, el guildismo o greinialismo. De nuevo en su Patria
después de una
breve estancia en

Barcelona, fija su residencia en
Madrid. Reincorporado a las

actividades del Ateneo, no
tarda en ser
elegido presidente

de su sección de
Literatuta. Y como era de es­
perar, vuelve a
situarse en la primera fila de la intelectualidad de
aquella
época. Pero Maeztu era ya un hombre muy diferente del
que
blbía sido

a
comienzos de siglo. Aunque en ocasiones pudie­
ran verse en él destellos del agresivo temperamento de otros tiempos,
su
actitud humana, ahora mucho má., toleirunte y comprensiva, está
empapada de
aistiana caridad. La plena integración en la fe y el cam­
bio

consiguiente de ideas sociales y políticas se traslucen en sus con­
versaciones y
artículos. Muchos amigos comienzan por

ello
a dis­
tanciarse de

él, hasta convertirse algunos en enemigos
implacables
de

un hombre cuyo delito no
era otro

que el ser fiel
a unas
con­
vicciones evolucionadas.
Periodista por vocación y de profesión, colabora asiduamente en
el diario
El Sol, fundarlo por Urgoiti en 1917; pero el tono de sus
artículos se

apartaba, y aun disonaba, del que, en
general, daban
muestras

los
demás colaboradores del

periódico. Bastatía leer uno
cualquiera de
esos artículos suyos

publicados antes del pronuncia­
miento del general Primo de Rivera
para comprobar que

la implan­
tación de la
Dictadut• no influyó de roanera exclusiva en

su ideolo­
gfa. Cierto es que fue acogida
muy favorablemente

por
Maeztu;
lo mismo que 'hicieron todos los intelectuales españoles, con Or­
tega al frente. El 27 de noviembre de 1923, por ejemplo, esaibfa
éste

en
El Sol: "Alfa y omega de la faena que se ha impuesto el
Directorio
militar es acabar con

la vieja política.
El propósito
es tan
excelente que no cabe ponerle reparos." No dejaría, sin
embargo,
de

ponérselos Ortega, incluso en aquel
mimno artículo; pero

no an­
tes de que Jo
hubiera hecho Maeztu, quien supo matizar siempre
con
prudentes reservas sus elogios al
dictador.
Por
todo

ello su situación en
El Sol llegó a resultarle no sólo in­
c6moda, sino insostenible. Al fin, decidió. separarse del periódico.
Lo hi20 en carta dirigida a su director el 3 de febrero de 1927. En.
312
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
ella exponía Maeztu las nwines que le habían movido; no eran
otras
que

su empeño en
preparar un
ambiente que
permitietá con­
solidar el orden creado pot la Dietadura, "preparar el progreso fu.
turo
y necesa:rio, y canalizar la evolución y la dialéctica en un espí­
ritu

de armonía y mutua comprensión'.'.
"La agonía que esta reso­
lución me ha originado -<:onfesába también M=tu-es prueba
cierta de lo profuodos que etan los sentimientos de afecto y respe­
to

que a
El Sol y a ustedes me unían, y que llevaré· conmigo a doo­
de vaya."
A pesar de la nobleza de la despedida, quienes se habían con­
vetcido
ya
en sus
enemigos redoblaron los

ataques
cootta él, funda­
mentándolos

en la
campaiía que emprendieta desde La Nmón en
defensa
ele unos ideales contrarrevolucionarios· que pudietan setvit
de valladar a los ivances del pensamiento marxista. Incluso un de­
senvuelto

redactor de
La Gaeeta Liter'1ria se atrevió • preguntarle
si

no se
debetía su

salida de
El Sol a "algún motivo apetitosO mate­
rial",

a lo que
el agraviado se limitó a responder: "HcmnJ soit qui
mal y pense. Yo sólc puedo decitle que este mes gané menos que
el
pasado." Deslizada la insidia, un conocido coplero asalariado de
La Ubertad no tendría ya reparo en afirmar poco después que el
antiguo colaborador de
El Sol se i>rbía acercado como "logrero a· los
Podetes". Lo que la respuesta de Maeztu encetraba de vetdadeta­
mente

ejemplar es
muy difícil

que llegara a percibirlo
el procaz li­
belista: "Si usted tuviera algún motivo -le dioe--para sostener
en contra mía la
ok:usación de

logrero,
nombre a un amigo de con­
fian:m, que yo nombraré a

otto. No es necesario que
anden los
Tri­
bunales
pot medio. Encomendemos el asunto a la conciencia de dos
caballeros, y si
hallao acusación justificada, le prometo cortarme la
mano derecha, con la que me beneficio de esos ]ogros. Y si su acu­
sación se hubiese
~cho sin fundamento,

su sacrificio sería más
li­
gero: una suma paro el Mooteplo de la Prensa." No otta fue la
respuesta
ele quien ha podido decir Salvador de Madariaga, en sus
recientes
Memorias: '"Como hombre de honor, pocos los ha habido
que
!e igualaran."
Quizá como desagravio· por aquella
campaiía, pero con evidente
miopía

política, el
general Primo

de Riwra propuso al rey el nom-
313
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LATAPIE
bramiento de Maezn¡ para em:bajador en la República .Argentina.
Fueron

inútiles todos
loo argumentos que

expuso para
rechazar la
designación.
Con ábsoluta sinceridad alegó que su verdadero pues­
to de combate
estaba en la Prensa y en la tribuna pública. Pero la
ciudadela
confiada
y alegre que era la Monarquía de Alfonso XIII
prefitió utilizar a 1'faeztu como

figura decorativa en el mundo di­
plomático. De nada
sitvió que desempeñarn el catgo con

acierto
y dignidad. En cuanto supo la caída del
dictador, se

apresuró a en­
viar al nuevo Gobierno su dimisión y a regresar a España. Poco an­ tes de abandonar Buenos
Aires confesaría a

su amigo Ricardo
Ro­
jas: "Lo que allá me espera no lo sé ni quiero saberlo; voy a cum­
plit con mi deber."' Y el mismo autorizado testigo añade que, al
llegar a Madrid, una persona muy querida le reprochó amablemente:
"ll) rey quería que tú continuaras en el puesto ... ¿A qué has veni­
do?"
"Vengo a que me crucifiquen", fue la escalofriante
respuesta
de Maeztu.
Cuando al poco tiempo sorprende a los españoles la noticia de
la
inesperada muerte
del
general Primo
de Rivera, su antiguo
emba­
jador

se apresura
a testimoniar desde las

páginas de la revista
bo­
naerense Criterio, en el artículo titulado "El entierro del general",
no sólo el dolor que
embargaba su
ánimo, sino
también la insobor­
nable

fidelidad
al recuerdo del "centinela'" desaparecido y a los idea­
les que
encatoara y defendiera en vida. Nunca supo hacer Maeztu
leña del árbol caído. A nadie pudo sorpreuder, por lo tanto, su
acrisolada
lealtad al monarca destronado y a la Institución política
der:rocada. Fui testigo
excepcional de

ello desde el
primer momento.
En la tarde del 14 de abril de 1931, después de ver ondear una
bandera
roja
en el Palacio de Comunicaciones, ante la presencia
pa­
siva de la fuerza pública, pude cerciorarme de la triste realidad del
desahucio de
la Monarquía, abandonada incluso por .quienes debe­
rían haber sido sus más interesados defenoo.res. Con el ánimo entris­
tecido quise refugiarme en ' alguna iglesia para pedir a Dios luces
y fuerzas en ran difíciles momentos. Todos los templos a que acudí
--San José,

oratono de
Caballero de
Gracia, Calatravas, Jesús de
Medinaceli ...
-se hallaban previsorarnente cerrados.

Vagué incons­
ciente por las calles, sin otro afán que procurar informarme del
314
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
lugar y de la hora de la marcila del rey, que ya se daba por segura;
no
queda dejar de

acudir a rendirle mi último y anónimo homena­
je. El conde de los Andes, a quien
encontré en la puerta del Hotel
Palace, me

dijo que
Don Alfonso no tardaría en salir hacia Portugal
desde la estación de las Delicias. Después de comprobar personalmen­
la
inexactitud de la iaformacióo, decidí acudir

a casa del marqués
de
Quintanar, en la pla2a de Santa Bárbara. Allí encontré a Maez.
tu, quien me estrechó entre sus hraros cou un afecto que pretendía
mitigar el

dolor que
traicionaban mis lágrimas. Siempre recordó con
emoción don
Ramiro aquel

instante.
Más de una vez me dijo,. en
presencia siempre de
algunos amigos: "Yo le vi llorar a usted el 14
de abril."
Aa>mpañando a Maeztu y al marqués de Quintanar, me dirigí
en
las primeras horas de la noche al domicilio del conde de Gua­
dalhorce, donde
se bailaban reunidos con José Antonio Primo de
Rivera
y Calvo Sotelo algunos otros políticos destacados de la Dic­
tadura. No
faltó siquieta en

aquel auréntico velatorio de
la Monar­
quía el comentario, cuando menos
desdeñoso, con

que
José Antonio
recordó
a,! monarca ya destronado. También don Ramiro aludirla
al

carácrer ligero
y frívolo de Don Alfonso, a1 referirnos la primera
entrevista que

con él tuvo en Palacio; pero
muy pronto acertó a
superar la

anécdota, para
exponer profundas y atinadas razones sobre
las
causas de la caída de la Monarquía. A su juicio, fueron, funda­
mentalmente, dos. Una, la
excesiva publicidad

que en
la Prensa se
había hecho de
la figura del ney, siempre entregado a los más di­
versos pasatiempos y diversiones: cacerías, regatas de balandros, tiro
de pichón, carreras de caballos, partidos de polo... Otra, de mucho
más fondo
y trascendencia política, la facultad constitucional que el
monarca tenía de nombrar y separar a sus ministros. Según Maeztu,
quienes resultaban agraciados no se creían en el deber de sentir gra­
titud hacia
el rey, puesto que atribulan el nombramiento a sus propios
méritos
y a su fuerza política; pero, en cambio, aquellos que cesaban
en algún puesto

quedaban automáticamente
convertidoo en enemigos
de

la Corona, así como todos sus familiares
y amigos. Los antiguos
ministros que aquella triste noche le escuchaban parecían limitarse
a poner a sus palabras el contr•punto del más profundo desaliento.
315
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LATAPIE
Quizá fuéramos el marqués de Quinta.nar y yo los únicos que dispo­
níamos

de los elementos necesarios de juicio
para valorar debidamente
la
gallardía y

clarividencia de don
Ramiro, y para saber que sus co­
mentarios no ernn, ni mucho menos, el producto de una brillante
improvisación.
En septiembre de 1930, ante la absoluta indefensión en que se
encontraba la Institución
monáxquica en el terreno doctrinal, había
iniciado

yo las
gestiones para fundar una revista de ideología contra­
rrevolucionaria. Las primeras promesas de colaboración que obtuve
fueron las de Víctor Pradera y el
marqués de Loroya, catedrático
entonces de la Universidad de Valencia. Al recabar la de Miguel
Artigas, director de la
Biblioteca Nacional,

me sugirió que estable­
ciese contacto con
Maeztu, quien le había hablado no hacia mucho
de
un
proyecto parecido al mío. Sin demasiada confianza en el re­
sultado de la gestión, acudí una tarde a su domicilio, en la calle de
Espalter, con

el
propósito de hacerle una
mera
visita-de
cumplido.
Después de estar hablando durante casi tres horas,
quedamos en
volvernos a ver el domingo siguiente.
Se inició así la costumbre de
reunimos
en su casa todos los
domingos por
la tarde, acompañados
de algunos jóvenes amigos que yo llevaba. Los objetivos últimos, mejor dicho, los sueños ambiciosos a que
tendían nuestras conversaciones, quedaron magistralmente plasmados por don Ramiro
a>.· el banquete que en honor suyo organicé el 17
de
marzo de

1931, con motivo de su elección
para nuestra Academia
de

Oencias
Morales y Políticas. En el discurso allí pronunciado se­
ñaló

a todos los presentes
el camino que deberíamos seguir. "Lo que
tenemos que

hacer
-
a la revolución. Esto supone
dos cosas : que la
hemos de

vencer con fortaleza, y
al mismo

tiempo
vencerla
con el pensamiento, en justicia social y en capacidad téc­
nica

... " Si estas palabras pudieron convencer
a algunos
de que era
necesario secundar tales planes de actuación, las que pronunció in­
mediatamente después conmovieron a todos los oyentes, con su
estre­
mecedor vaticinio de la muerte: "Aquí se ha hablado de la masculi­
nidad. Yo -¡ay, Dios mío!- no me creo valiente. Quizá lo contrario.
Pero recuerdo
lo que dije a tres sacerdotes que acudieron a despedirme
al puerto de Buenos Aires, cuando regresaba a
España: no

lo que
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
pasará en mi Patria. R«en ustedes, que yo tambíén rezaré. Lo que
pido

a
Dios es que si vieran mis ojos que iba a cerrarse la iglesia a
que acudo,

si
esov:base. que pretendía impone me díera fueaas para. oponerme y me coocediera, si no una muerte
heroica, al menós una muerte digila."
La muerte dígna le llegaría despnés de haberse opuesto con todas
sus
faenas a la política secta.ria que cerraba o permitía quemar las
iglesias e imponía el ateísmo en las escutjas. Por de pronto, fue real­
mente

sublime su
labor de apostolado en los meses precursores de la
República. Impulsados por aquel ardor proselitista,
decidímos no
retrasar más tiempo, en espera de unos medíos que no acababan de
llegar,
la aparición de nuestra ansiada
revista. Para ello aceptam<» ·
el

ofrecimiento del Consejo de
Administración del díario La Nación,
que nos permitiría disponer semanalmente de cuatro páginas en aquel
periódico,
dírígidas por
el
marqués de Quintanar, be.jo el

título de
"La contrarrevolución". Pero "La cootrarrevolución" no llegó a apa­
re:er. A los cinco dias de haberse publicado su anuncio en La Na­
ción
quedaba implantada en España la República.
Después de
las incidencias -bien trágicas algunas-de los pri­
meros meses

de vida del nuevo
régimen y de

haber cumplido yo en
el castillo de
San Cristóbal, de Badajoz, llll arbitrario arresto que se
me impuso,
estaba aún más plenamente convencido de la necesidad
de

contraponer a las ideas revolucionarias una
adecuada plataforma
ideológica.

No sólo no había
cedido mi fe, sino que se hallaba ro­
bustecida por la carta que don Ramiro me habla dirigido al ca,,tillo
de Badajoz, en la que me decía· " ... No hay que pensar en expa­
triarse. El espíritu tieoe también ralees, y las nuestras están en el
suelo,· en la historia y en la sangre del pueblo español. Ello no tiene
remedio. Lo que esté en nuestro poder hemos de hacerlo; algunos,
como
yo; deplorando

con toda el
alma que el perdón de los pecados
no

rija para las
cosas de

este mundo. Todo se
paga, y los cincuenta
y siete
años de edad no

tienen ya vuelta.
Pero los

que me quedan, en
todo
lo posible, para. España. Usted y yo podemos tener una satisfac­
ción íntima.
Las cosas no nos han tomado de sorpresa. Lo único sor­
prendente ha sido
la ceguera de los que tenían ojos y no veían ... "
Muy

pronto,
inesperadamente, nuestras ilusiones comenzaron
a
317
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEG45 LATAPIE
plasmar en realidades. Aquel mismo verano me llegó a Santander una
carta en

que
ellllOltqués de Quintanar me comunicaba haber conse­
guido ya los fondos precisos para publicar la proyectada revista. Pro­
cedían
de un donativo. que los marqueses .de Pelayo habían hecho al
general
Orgaz
para sus trabajos de propaganda.
Mientm.S preparábamos
la. publicación de la revista, procedimos
a, constituir

la
sociedad cultural Acción Española, cuyos estatutos fue­
ron
presentados en

la
Direroón General de Seguridad ron las firmas
de

Luis
Rivoir Alvarez y Estanislao Núñez Sa:avedra, estudiantes
ambos de Cienáas Químicas. Por fin, el 15 de diciembre de 1931
vio
la luz p6blica el primer núme que

Jo
encabezaba tenía

el mismo título que
la propia revista, puesto
que
. en

él se
bosquejaba el programa . de la empresa iniciada. No
llevaba
firma,
pero había sido •escrito por Ramiro de Maeztu. Tres
meses
más tarde el autor recibiría por ese artículo editorial el premio
Luca de Tena. A
partír de ese momento don Ramiro sería pieza clave no só.to
de la revista, sino también en la vida de nnestra sociedad. Durante
aquellos intensos
años fue, además, cimentándose entre nosotros la
entrañable amistad cuyo recuerdo nubla todavía hoy mis ojos al tender
la
mirada hacia atrás con nosta.Igia compensadora de tantos desenga­
ños. Allá en la lejanía siempre aparece la altanera figura de Maeztu,
con ese gesto, muy suyo también,
de modestia y !humildad, con que
aproximaba hacia él a quienes éramos entonces

unos jóvenes
inex­
pertos,
y quizá algo petulantes. El nunca

dogmatizó ante
nosotros,
ni jamás pretendió imponer su .criterio, sino por el poder suasorio
del
convencimiento y

de
la razón. Y en todo instante su palabra
S01'(Jfosa, de acuerdo ron el calificativo de Azorín, supo vibrar enar­
decida, y· logró enardecer a los más variados· auditorios. Especial re­
lieve tuvo, precisamente por la .emotiva cima que alcanzara su .-verbo,
el banquete que en junio de 1932 ofrecimos a Pradera, Goicoechea
y Sainz Rodríguez por el éxito obtenido en los ciclos de confe de aquel curso en Acción Española. Nos reunimos en los amplios
salones del
restaurante Sicilia-Molinero,
en la cuesta de
las Perdices,
un grupo
.de comensales. que excedía con mucho al de los nume asistentes
a

los cursillos.
318
Fundaci\363n Speiro

SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
La figura de Maeztu parecía haber adquirido ya definidos con­
tornos
bíblicos;
de sus
labios sallan con frecuencia
exclamaciones de tono· profético, premonitorias del trágico desenlace que tendría su
vida.

Bien
es verdad que no era nuevo en él ese instinto premonitorio.
Parecía como si a través de los juicios que alentaban aquellas pro­
fecías quisiera también refrendar Maeztu su propia condición de
intelectual. "Intelectual que

no acierta no es intelectual", había afir­
mado en el
discurso que

proouoció en
el banquete ofrecido al pintor
J= de Echevattía por la Sociedad Bilbaína· en la villa del Nervión
el
27 de septi~ de 1919. Y Maeztu ace.-16 plenamente en sus
reiteradas previsiones acerca del fin que le esperaba. En el año 1921
había escrito en el álbum que Ramón Górnez de ]a Serna guardaba
en

la
"sagrada cripta"

de
Pon,ho: "¡Greguería, greguería, / que la
conciencia del
mal y el pecado original / me hagan acabar mis días /
como uo cordero pasrual ! " No se formulaba en estos malos. versos
sino
uoa

simple aspiracióo o deseo. Pero muchas
veces le

oiríamos
después
comentar en la tertulia de Accióo Española que esperaba
morir aplastado cualquier noche contra su biblioteca, como uoa cbio­
che. En pleno hemiciclo del Congreso interrumpirla uoa tarde las
amenazas
encubiertas

de Indalecio Prieto, escupiéndole al rostro: "¡ Ya
me doy por muerto!" Y con el mismo ímpetu enfebrecido se plantaba
otro

día ante Víctor. Pradera en
Accióo Española, para requerirle
abruptamente: "¿Y
cuándo nos

matan a usted y a mí?" Pero en el
banquete de 1932,
que ahora rememoro con la misma emoción de
entonces, las palabras de
Máeztu fueron mucl,o más clarividentes y
estremecedoras. Para percibir su verdadero significado, debemos re­lacionarlas con otras que pronunció, algunas fochas antes, en una
cena de
carácter privado.
A
mediados de mayo de aquel afio, ilos más caructerizados direc­tivoo de Accióo Española

fuimos invitados en el castillo de Viiiuelas
por la ilustre poetisa Cristina de Arteaga -hoy sor Cristina de la Cruz-para celebrar unos recientes triunfos literarios de su cuñado
el marqués
de la Eliseda. Entre los múltiples oradores que a los
postres
intervinimos, recuerdo que el duque del Infantado, después
de congratularse de los
éxitos literarios de

su
yerno, hizo hincapié
en que,

a su juicio, tenían mayor
interés las

actividades iodustriales
319
Fundaci\363n Speiro

EUGENIO VEGAS LATAJ'IE
y económicas. Hilo le dio pie a don Ramiro para afirmar que él opi­
naba, por el contrario, que todo& los males de España se deblan al
hecho de que los señOf'it,,, hubieran desertado de las cátedras de
Historia,
para dedicane a los Consejos de · Administración. Era otra
de las ideas clave en el pensamiento de Maeztu. Cuantos le conocieron
y
trataron en los alejados años de su vida londinense le recordarían
siempre rodeado de

españoles,
a quienes adoctrinaba y alentaba al
estudio. Constituía aquel
círculo una verdadera. cátedra libre. Por
ella pasaron figuras tan destacadas como Julio Ló¡,ez Oliván, José
Pla Cárceles, Luis Olariaga y José Félix de Lequerica. En 1952 pudo
éste rememorar as! el inolvidable cenáculo: "Don Ramiro nos acu­
ciaba
con

su
tenacidad de pedagogo. A veces

le
acompañábamos a
pie,

a
la manera. madrileña tertuliana, hasta su casa de Bayswater.
Y allí lela en un atril textos de Herman Cohen, trabajosamente tra­
ducidos del alemán para nuestra edificación ... •
Dentro de la misma línea de tenacidad pedagógica, y en directa
conexión

con
las afirmaciones hechas en el castillo de Viñuelas, en
el banquete de la cuesta de las Perdices subrayaría, ante todo, que
no se le
ocultaba la censura que para muchos de los asistentes pu­
dietan encerrar sus palabras. "No saben los jóvenes aristócratas ---;úia..
dió-'---que si bien los Consejos de Administración están mejor retri­
buidos, es con las cátedras y con las corresponsalías ... y ... colabora­
ciones de los diarios como se
forma la opinión." Para refon:ar el
tono

conminatorio de sus
palabras, quiso presenl!Use a sí mismo como
testimonio: "Cuando yo tenía veinte años se me decía ... desde el
campo
conservador: «¡Venga usted con nosotros,
porque aquí
están
los
buenos casamientos y las buenas carreras!» Y yo, naturalmente,
teniendo veinte años, me iba hacia la i>x¡uierda. Pero ahora yo digo
a los jóvenes de veinte años: «¡Venid con nosotros,
porque aquí,
a
nuestro lado,
está el crunpo del honor y del sacrificio; nosotros somos
la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en lo
más
alto del Calvario está la Cruz!»."
Nos

encontrábamos,
tomo he dicho, en ia cuesta de las Perdices,
·a dos

kilómetros escasos del pueblecito de Aravaca, en cuyo
cemen­
terio hay una tumba innomina.da, en la que espera. la resurrección de
la
carne el cuerpo de Maeztu, posiblementé inmolado en alguno de
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SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
aquellos altozanos que señalara su mano extendida al exhortamos
cuatro

años
antes con

el
supremo ejemplo del Calvario.
El

asesinato de Calvo Sotelo. en
la ardiente madrugada del 13 de
julio de

1936 nos
sumió a

todos en el
más absoluto desamparo. No
recuerdo haber visto a don Ramiro en el domicilio de la víctima
aquella misma maña.na, cuando se confirm6 la triste realidad de lo
ocurrido.
Le enrontré en el cementerio de la Almudena, en la tarde
del

entierro. Al
desfilar por
delante del
féretro abierto quise concen­
trarme unos

segundos ante el cadáver, pero sentí
que alguien me
cogía

fuertemente del brazo. Era
M=tu, triste y abatido, que me
oblig6 a

colocarme a su lado, en la presidencia del
. duelo.. Después
no

sé cuándo ni
romo nos separamos. Ya no volví a verle sino un
momento en
la tertulia de Acci6n Española, el día 16. Unas horas
más tarde abandonaba yo Madrid por orden superior, para ponerme
en Vitoria a las órdenes de coronel Ortiz de Zárate.
Aquella noche, cargada

ya de tristes presentimientos, José Luis
Vázquez Dodero

le
hi>o ir
a su
casa, en
la calle de
Velázquez. En
ella vivió don Ramiro las últimas horas de su libertad; lo mismo
que las del
resto de

su existencia, hubo de consagrarlas por entero
al
trabajo. Leyó y anotó

con sumo cuidado un libro de Abe!
Boona.rd,
titulado '!.,es modérés, sin interrumpir la redacción de los capítulos
que
deberían formar la Defensa deJ espirit11, alguno de los cuales
hablan sido ya
publicados en Acción Español"-
La placidez de aquella vida quedó truncada el día 30 de julio.
Al registrar unos milicianos la
casa de Vázquez Dodero,
pensaron
que
Maeztu podía ser

un
sacerdote. El

mismo se identificó ante ellos,
con su

pasaporte diplomático. Juntamente con
Vázquez Dodero,
fue
conducido en el acto

a la
Dira:ción General de

Seguridad,
para pasar
poco
después a la cárcel de las V en tas. A pesar del temor que a
todos
embargaba el ánimo, tampoco interrumpirla a.qui don Ramiro
sus costumbres habituales. El párroco de San
Ginés, don

José
Ignacio Marln, convivió

con
él en

la misma sala,
denominada de "madres lactantes". Maeztu teri.la
su

petate muy
cerca. del suyo;

"sentado en
· él, pasaba largas horas
escribiendo

con
apretada letra

en los
más inverosimiles y pintórescos
papeles

que podía encontrar". A todos
sorprendla su

extraordinario
~2i
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EUGENIO VEGAS LATAPIE
pode< de coru;entración, lo mismo en el traba.jo que en el rezo del
rooario, asi como la dignidad y entete;:a de .que en lodo momento
'dio muestras. No hace mudhos días, José María de Antíñano le cali­
ficaba su
inmensa capacidad

de renunciación.
En la última fase de aquel
peregrinaje que vimos iniciarse en 1913, Maeztu parece haber al­
ca.nzado las más altas y sublimes cimas de la espiritualidad. Su alma,
siu duda, habfa encontrado de nuevo el consuelo del misticismo, pero
sublimado
mora por una conciencia Olllcho más lúcida y responsable.
En este sentido resulta conmovedora la carta que escribió a su mujer
el
dia 22 de apo:
"Todas las .noticias son buenas, y no me ha abandonado un solo
momento el buen ánimo; verdad que re,o mocho.
"Aqui las necesidades se limitan hasta tail punto que me parece
que cuando me pongan en libertad podré vivir con dos reales al dia. .. "
Pero
aún es más reveladora la carta dirigida por su hermana
María
a José Pla Cárceles el 14 de abril de 193 7, en fa que le dice,
entre
otras CO\SaS: "Yo estaba en Francia cuando estalló el Movimien­
to,
y fui a reintegrarme a mi puesto en la Residencia de Madrid. Alli
vivi nueve
semanas la revolución comunista, hasta que me destitu­
yeron de mi cargo
y conseguí salir. Antes de mardiarme de Madrid,
a me esta
última entrevista

con
aquel hombre,

que
parecía un
iluminado.
Empezaba a hacer mucho frio; él no tenía más que un ttajecillo de
verano, y era imposible mandarle jerseys de lana, porque lo impedían
las milicias.

Tampoco
se le podía enviar comida. El frío y el hambre
habían dejado

en su
rostro una

huella
magnífica de santidad... Mi
emoción era tan profunda que no dejaba paso a fa indignación. Me
parecía estar en presencia de uno de esos seres que Dios elige para
que
sirvan de nuncios y precursores de una nueva era. No se quejaba
de
nada, no pedía nada ... "
Acudieron a buscarle unos
milicianos en la noche del 28 de oc­
tubre. Don
José Ignacio Marín ha dejado testimonio fehaciente del
momento: "Cuatro

nombres fueron
pronunciados, rajando el

silencio
aterrador .de todos
nosotros. Le ordenaron vestirse. Al ponerse . la
americana, yo pensé en su libro; llevaba el paquete con sus ,,.,,,mk,s
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SEMBLANZA DE RAMIRO DE MAEZTU
en el bolsillo. La idea de pedírselas saltaba en mi alma, pero me
frenaba
la

compasión
y la delicadeza. Decirle a don Ramiro en aque­
Ilos momentos
«Deme usted esos papeles» era decide que los quería
salvar de

la
podredumbre de
la
tumba, y no tuve valor." Sí lo tuvo,
en cambio,
Maeztu para

arrodillarse ante el párroco de Getafe, que
se
hallai?a en una sala próxima a la puerta de salida, y pedirle hu­
iruldemente su

absolución ...
Formaban
parte aqueIIos papeles del original de la Defensa del
espíritu. Pocas veces habrá tenido ningún escrito más noble destino.
Al ser enterrado con su autor,
quedó vivificado
el pensamiento con­
tenido en la letra muerta con la más
auténtica defensa del espíritu
que

hubiera podido
concebirse .
• * *
Cuando en ocasión memorable José María Pemán se pregu,ntaba,
angustiado,

en Salamanca:
" ...
¿Dónde
estabas ayer,
mi
dulce amigo, /
que no pude encontrarte? ¿Dónde estabas", un poeta español del
Siglo de Oro
podría ooherle dado la más luminosa respuesta con
aquel verso que dice
escuetamente: "La parte principal volóse al
cielo."
En el cementerio del pueblo de Aravaca no quedó sino la envol­
tura carnal de don Ramiro ... ¿Por qué no nos dirigimos a aquel lugar,
señores académicos,
para salvar al esp!ritu, cuya defensa está allí
también enterrada, y para depositar al mismo tiempo una simple rama
de

laurel, símbolo de la gloria
humana, sobre la tumba de quien
podemos piadosamente

pensar que
goza ya

de
la gloria eterna?
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