Índice de contenidos

Número 173-174

Serie XVIII

Volver
  • Índice

El sentido del hombre en los pueblos hispanos

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS
IDSPANOS (*)
POR
RAMIilo DE MAl!zru
SUMARIO: l. Estoicismo y trascendentalismo; U. El ·humanismo es-­
pafio}; m. El humanismo moderno; IV. El humanismo del orgullo;
V. El humanismo materialista; VI. Nuestro humanismo en las cos·
tumbres, y VII. Nuestro humanismo en la historia.
EXORDIO
Empiezo por invocar el nombre amado de Rodó, no sólo porque
hablo en su
patria uruguaya, sino porque

la tesis que voy a desarro­
llar
en esta

conferencia es uua
de las posibles variaciones de la que
vuestro
pensador propuso

en su
obra maestra. Don Enrique Rodó
concibió Ariet a raíz del desastre español de 1.898. En aquella hora
de angustia,
cuando apar,cia sobre la faz de. la tierra una pujanza
superior.

a la de los pueblos hispánicos, no quiso vuestro Rodó acla­
mar
al victorioso y escoltar su carroza, sino que prefirió concentrarse
en sí
mismo, para preguntatse si
no
había ó no podía haber en su
propia raza uua razón de ser que justificase su
existencia. Creyó
hallarla en.su sueño de amor, de ciencia y de belleza, al que no fal­
taba sino el "poder" para que "pudiera" realizarse.
· El poeta Rubén expresó el mismo sentimiento, plantándose en
España al finalizar aquel triste aiio de 1898. Fue a.llí para llorar
nuestros dolores. con lo que sacó de nuestra
pena . y

desesperación
(•) Conferencia leida en el Centro Gallego de Montevideo ol l1 de
m,ayo de 1929,. en el IY _Y. V cursos de Conferencias sQbre prob_lemas
Iberoamericanos.
Fundaci\363n Speiro

RAMIR.O DE MAEZTU
aquellos Cantos de Vida y Esperanza, en los que también el poeta
nos ofrecla, a su manera lírica, una razón de ser. Los dos espíritus
más altos de la América española se significaron, en aqnellos momen­
tos de zozobra para la hispanidad, por el concurso de su espíritu para
la urgente reconstrucción de un ideal hispánico. El mejor modo de
expresarles nuestro agradecimiento
será continuar con su faena, que
cada generación
deberá renovar,

en la
esperanza y en el deseo de que
las almas
jóvenes la

recojan también de nuestras manos,
como los
corredores de

los juegos olímpicos,
en la inmortal imagen de Lu­
crecio, se transmiten unos a otros las antorchas : Et qudSi c11rsores vitai
lamp,,da tradtmt.
l. &toiail!mo y traocendentalismo
Empieza Ganivet su Idearium Español asentando la tesis de que:
"Cuando se
examina la constitución ideal de España, el elemento
moral
y, en cierto modo, religioso más profnndo que en ella .se des­
cubre, como sirviéndole de cimientó, es el estoicismo; no el estoi­
cismo brutal y heroico de Catón, ni el estoicismo sereno y majes­
tuoso de Marco Aurelio, ni el . estoicismo rígido y extremado de
Epicteto,
sino el estoicismo natural
y humano de Séneca. Séneca no
es
español, hijo de
España por azar: es español por
esencia;
y no
andaluz, porque

cuando
nació aún no hablan venido a España los
vándailos ; que. a

nacer más tarde,
en la Edad Media quizás, no
naciera en Andalucla, sino
en Castilla. Toda la doctrina de Séneca
se condensa en

esta
enseñanza: "No
te dejes
venéer por
nada
ex­
traiio
a

tu espíritu; piensa,
en medio de los accidentes de la vida, que
tienes dentro

de ti
nna fuerza madre, algo_ fuerte e indestructible,
como
nn eje diamantino, alrededor del cual giran los hechos mezqui­
nos

que forman
la trama del diario vi,;ir; y sean cual fueren los
sucesos que

sobre ti
caigan, sean de los que llamamos prósperos, o
_de los

que
llamamos · adversos, o ele los que parecen envilecernos con
su contacto, mantente de tal modo firme y ergnido, que al menos se
pueda decir siempre de ti que eres un hombre."
Estas
palabras son merecedoras dé reflexión y análisis; y no lo
326
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN WS PUEBLOS HISPANOS
serían si no dijeran de nuestro espíritu wlgo importante, que la intui­
ción

de
nosotros mismos y los ejemplos de la Historia nos aseguran
ser ciertísimo. Y

lo
que en el]a¡s hay de cierto e importantlo es que,
en
efecto, CUándo cae sobre. los españoles un suceso adverso, como
perder una guerra,
por ejemplo, no adopta.moo actitudes exageradas,
como la de

suponer que la justicia del Universo se ha violado
porque
la suerte de las batallas nos haya sido contraria, o que .toda la civi­
lización se encuentra en
&:cadencia, porque se hayan , frustrado . nues,
tros planes, sino

que nos
conducimos de tal modo que "siempre se
puede
decir de

nos.otros que
somos hombres", porque ni nos abate
la

desgracia,
ni perdemos

nunca, como pueblo, el sentido de
nuestro
valor

relativo en la totalidad de los pueblos del mundo. Por esta
condición o por este hábito, ha podido
decir de nosotros Gabriela
Mistral,

en memorable
poesía, que somos buenos perdedores. Ni
juramos odio eterno al venCédor, ni nos Jiummamos ante su éxito,
al punto de considerarle como de madera superio< a fa nuestra. Ar­
gentina es la frase de que: "La victoria no concede derechos", pero
su abolengo es
netamente hispánico, porque nosotros no creemos que
los

pueblos o los hombres
sean mejores por haber vencido. Y no es
que
menospreciemos el

valor de la victoria
y la equiparemos a la
derrota. La victoria es buena;
pero el vencedor no la debe a intrín­
seca superioridad sobre el vencido, sino a estar mejor preparado o
a
que las circunstancias le han sido favorables. Y en torno de esta
distinción, que me parece fundamental,
ha de elaborarse el
ideal
hispánico. Lo que no
hacemos los

españoles,
y en esto se engañaba Gonivet,
es suponer cjue

tenemos •
dentro de nosotros una fuerza madre, algo
fuerte e indestructible, como un eje diamantino". Esto lo creen los
estoicos,
pero el estoicismo o sentimiento del propio respeto es per­
suasión aristocrática, que abrigan aquellos
hombres superiores entre
los cuales

se ha
desvanecido ,la

creencia en una superioridad
extraña
a

ellos, en una superioridad trascendental,
y· aunque en España · ,e
hayan producido y se sigan produciendo hombres de este tipo, su
sentimiento
no se

ha
popularizado, ni
la nación
ha parafo1seado a
San Agustín, para decirse, como Ganivet: "Noli foras ire: in interiori
Hispaniae ·habitat veritas". Esto no lo hemos creído nunca los espa-
327
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
ñoles -y en esta pai¡tbra he de incluir hoy. a todos los hispanoameri­
canos-, y espero que jamás · 10 cr=emos, porque nuestra tradición
noo hace incapaces de suponer que la verdad habite exclusivamente
en

el
interior de
España o en el de
ningún otro pueblo. Lo que hemos
creido y creemos · es que la ver clase de propiedad intransferib no es
ningún monopolio geográfico o racial y de que todos los hom­
bres pueden alcanzada, por ser trascendental, universal y eterna,
hemos peleado los españoles en los momentos mejores de nuestra
historia. Y Jo que
ha sentido siempre nuestro pw,blo, en las horas
de
fe y en las de escepticismo, es su igualdad esencial con todos 106
otros pueblos de la tierta.
El estoico se ve a sí mismo como la roca impávida en que se
estrellan, olas del mar, las circunstancias y las pasiones. Esta imagen
es atractiva para los españoles, porque la piedra es slmbolo de per­
severancia
y de firmeza y éstas son las virtudes quie el pueblo es­
pañol ha tenido que desplegar para las grandes obras de su historia :
la Reconquista, la
Contrarrefonna y la civilización de América; y
también porque 106 españoles deseamos para nuestras obras y para
nuestra

vida la firmeza
y perseverancia

de la roca, pero
cuando nos
preguntamos: ¿qué es
fa vida? o, si se me perdona el pleonasmo:
¿cuál es
la esencia de la vida?, lejos de hallar dentro de nosotros un
eje
diamantino, nos

decimos, con
Monrique: "Nuestras vidas .son los
ríos que

van a dar a la
mar", o

con el autor de la
E pistola Mortd:
"¿qué más que el heno, - a .Ja mañami. verde, seco a la tarde?" No
hay en la llrica española pensamiento tan repetidamente expresado,
ll.i con tanta belleza, como este de la insustancialidad de Ja vida hu,
mana y de sus. triunfos.
Campoamor Jo dirá, con su humorismo: "Humo las glorias de la
vida son".
Esproru:eda, con sµ ímpetu: "Pasad, pasad en óptica ilu­
soria... Nacaradas imágenes de gloria, ~ Coronas de oro y de lau­
rel, pasad". Y todos nues~ grandes liricos verán en la vida, como
Mira .
de

Mescua:
· "Breve
bien;
Hcil viento,
leve espuma".
328
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS HISP4NOS
n El humanismo español
Y, sin embargo, no se eng,,.iiaba. Gmivet al afirmar que en la
constitución ideal de España, tal como en fa historia se revela, hay
una fuerza madre, un eje diamantino, oigo poderooo, si no indestruc­
tible, que
imprime carácter a todo lo español. En vano nos direroos
que

la vida
es sueño. En labios españoles significa esta frase lo con­
trario de lo que significarla en los de un oriental. Al decirla, cierra
los ojos el

budista a la vida circundante,
para .sentarse en cuclillas y
consolarse de la opresión de los deseos con el sueño de Nirvana. El
español, por el contrario, desearía que la vida tuviera la eternidad
de la
materia. Y ·hasta cuando dice, con Calderón:
¿Qué es la vida? Un frenes!.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
Una sombra, una ficción,
Que el mayor bien es pequeño
Y ,oda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son ...
no está haciendo teorlas, ni definiendo la esencia de la vida, sino
condoliéndose desesperadamente de que la vida y sus glorias no sean
fuertes y perennes, lo mismo que una roca. Y en este anhelo inago­
table

de eternidad y de poder,
hemos de

encontrar una de las
cate­
gorlas

de esa
fuerza madre

de
que nos

habla
Ganivet, pero no como
un tesoro que
guardáramos avaramente dentro de nuestras arcas, sino
como
un
imán que desde fuera nos atrae.
Los españoles nos dolemos de que las cosas que más queremos:
las amistades, los amores, las honras
y los placeres, sean pasajeros e
insustanciales.
Las rosas se maroh.itan; . la roca, en cambio, que es
perenne, s6lo nos ofrece su
dureza e

insensibilidad.
La vida se nos
presenta en

un dilema
insoportable: lo

que vale no
dura; lo
que no
vale se
eterniza. Encerrados

en esta alternativa, como Segismundo
. en
su

prisión, buscamos una eternidad que nos
sea propicia,
una
roca
amorosa,

un "eje diamantino".
En los grandes momentos de nuestra
329
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
historia nos lanzamos a realizar el bien en la tierra, buscando la rea­
lidad
perenne en la verdad y en ,la virtud. Otras veces, cwwdo a los
períodos épicos siguen los de cansancio, nos recogemos en nuestra
fe y, como

Segismundo, nos
decimos: ·
Acudamos a lo eterno
que es la fama vividora,
donde
ni duermen las dichas
ni las grandezas reposan.
Pero no siempre
logramos mantener nuestra creencia en que son
eternos
la verdad y el bien, porque no. somos ángeles. A veces, el ím­
petu de nuestras p'1Siones o la melancolía que nos inspira la transito­
riedad

de
nuestros bienes, nos hace negar qm: haya otra eternidad, si
acaso,
que

la de la
materi.a. Y
entonces,
como en un 'Último reducto,
nos refugiamos
en lo que tendrá que llamarse algún día "el humanismo
español", y

que
sentimos igualmente cuando los sucesos nos son prós­
peros que en la adversidad.
Este
humanismo es
una fe profunda
en la igualdad esencial de
los
hombres, en medio de las diferencias de valor de ,las distintas po­
siciones que ocupan y de las obras que hacen, y lo característico de
los españoles es que afirmamos esa igualdad esencial de los hombres
en las circunstancias más adecuadas !"'ta mantener su desigualdad,
y

que ello lo hacemos sin
negar el valor de sus diferencias y aun al
tiempo mismo de reconocerlo y
ponderarlo. A JOB ojos del español,
todo

hombre, sea
cualquiera su posición social, su saber, su carácter,
su nación, o su raza, es siempre un hombre; por bajo que se muestre,
el Rey de la Creación; por alto que se halle, una criatura pecadora
y débil. No hay pecador que no pueda redimirse, ni justo que no
esté al borde
del abismo. S( hay en el alma española un "eje diaman­
tino"

es por la
cap'1cidad que

tiene, y de que
nos damos plena cuenta,
de convertirse y dar la vuélta, como Raimundo Lulio o Don Juan
de Mañara. Pero el español se santigna espantado cuando otro hom­
bre
proclama su
superioridad o
la de su nación, porque sabe instin­
tivamente que
los pecados

máximos son los
que comete

el engreído,
que
se cree incapaz de pecado y de e~.
Este humanismo español es

de
origen religioso. Es la doctrina del
330
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRJ!. EN WS PUEBLOS HISPANOS
hombre que enseña la Iglesia católica. Pero ha penetrado tan pro­
fundamente
en
las conciencias españolas, que la aceptan, con ligeras
varfantes, hasta

las
menos religiosas.

No hay
nación más rehacia que
la

nuestra a admitir la snperioridad
de unos· pueblos· sobre los otros
o de unas clases sociales sobre
otras. Todo español cree qne lo que
hace
otro hombre lo puede hacer él. Ramón y Caja:! se sintió molesto,
de
estudiante, al ver que no
había nombres españoles en
los
textos
de medicina. Y, sin encomendarse a Dios, ni al diablo, se agarró a
un microscopio y no lo soltó de la mano hasta que los textos tuvieron
que
contarle entre los grand,s investigadores. Y el caso, de Cajal es
representativo,
porque en
el momento mismo de su humillación y
derrota, cuando los estadisllls extranjeros contaban a España entre las
naciones moribundas, los españoles se proclamaron unos
a otros · el
Evangelio de la regeneración. En.·= de · parafrasear a San Agustin
y decirse que la verdad habita en el interior de España, se fueron por
los
países extranjeros para averiguar en qué consiste sn superioridad,
y ya no cabe duda de que el convencimiento de que pod'emos hacer
lo que otros pueblos nos está, en realidad, regenerando.
Esto

lo están
haciendo los

españoles,
· sin que les estimule, por el
momento, gran exaltación de religiosidad, y al sólo propósito de mos'
trarse
a sí mismos que pueden hacer lo que otros hombres. Pero
al profundizar en la

historia
y preguntarse por el secreto de la gran­
deza
de

otros pueblos, tienen que
interrogarse también

acerca de
las
causas de su propia grandeza pasada, y como en· t-Odos los países los
tiempos de

auge son
•los de fe, y de · decadencia los de escepticismo,
ha de
hacérseles evidente

que
la hora de su pujanza máxima fue
también la

de su
máxima religiosidad. Y lo
curioso es que en aquella
hora de la suprema religiosidad y
el poder máximo los españoles
no se
ba:Iagaban a si mismos con la idea de estar más =ca de Dios
que los
demás hombres, sino, al contrario, se echabán sobre si el
encargo de 11= a

otros pueblos el
mensaje· de

que Dios los llama
y de que a todos los hombres se. dirigen las palabras solemnes : "Ecce
sto ad hostium
et pulso; si quis ... aperiuit mihi janwun intrabo at
illum ... "
(Estoy en lcl umbral y llamo; si alguien me abriese la puerta,
entraré), por lo que, también,
la religión nos vuelve al peculwlslmo
humanismo

de los españoles.
Fundaci\363n Speiro

RAM11(0 DE MAEZTU
m. El humanismo moderno
Este sentido nuestro del hombre $e parece muy poro a lo que
se llama
humanismo en la historia moderna, y que se origin6 en los
tiempos del Renacimiento, cuando, al descubrirse los manuscritos
griegos, encontraron
los

eruditos en las
Vid unos tipos
de hombres que les parecieron más dignos de servir de
modelo a
Ios demás que los santos del Año Cristimzo. Como con
ello se
humaniza el

ideal,
el .humanismo siguifica esencü,lmente la
resurrecci6n del criterio de Protágoras, según el cual el hombre es
la medida de todas las cosas. Bueno es lo que al hombre •le parece
bueno; verdadero, lo que cree verdadero. Bueno es lo que nos gusta;
verdadero,
lo que nos satisfare plenamente, La verdad y el bien aban­
donan su . condici6n de esencias trascendentales para trocarse en re­
latividades.
S6lo exist
relación al hombre.
Humanismo y re­
lativismo son
palabras sin6nimas.
Pero

si lo
bueno s6lo es

bueno porque nos gusta, si
la verdad s6lo
es

verdadera porque nos satisface, ¿qué
cosa son

el bien y la verdad?
Una de dos:
reflejos y eiopresiones de la verdad y el bien del hom­
bre; o sombras
sin sustancia, palabras y ruidos sin sentido, como
decían los nominalistas de

los conceptos
universales. Ya
en
la Edad
Media se discutía si lo bueno es bueno porque lo manda Dios o si
Dios lo manda porque es bueno:
La idea de Protágoras sería pro­
bablem,nte que lo bueno es propiedad de ciertos hombres, y no de
otros. En estos siglos
últimos, este género de humanismo sugiere a
algunas gentes, y hasta a pueblos enteros, o por lo menos a sus clases
directivas, fa creencia en que lo que ellas hacen tiene que ser bueno,
por harerlo ellas. El orgullo suele ser eso: lan:zarse magníficamente
a
cometer

lo que las
demás gentes creen que es malo, con la convic­
ción
sublime de

que tiene que ser bueno, porque se
desea con sin­
ceridad,

Y
co.mo con

todo ello no se
suprimen los

malos instintos,
ni las
malas pasiones, el resultado inevitable de olvidarnos de la de­
bilidad y falibilidad humanas tiene que ser imaginarse que son bue­
nos los malos

instintos
y las malas ¡,arsiones, con lo que no tan sólo
nos dejaremos llevar

por ellos, sino que
los presentaremos como

bue-
332
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS HISPANOS
nos. El que crea que lo bueno no .es bueno sino porque lo hace .el
hombre superior, lll> sólo acabuá por · ,ha,:er lo malo ereyéndolo
bueno,

sino que predicará lo malo. No sólo hará la
bestia, creyendo
hacer el ángel, sino que tratará de persuadir a los demás de que la
bestia es
ángel.
La otra alternativa es concluir con lo bueno y con lo malo, su:
poniendo

que no
son sino

palabras con que
sublimamos nuestras
preferencias
y nuestras repugnancias. No hay verdad ni mentira,
porque
cada impresi6n es v,,rdadera, y más allá de la impresi6n no
hay nada. No hay
bien. ni mal. La moral es sólo un arma en la luch,
de clases. Lo bueno para el burgués es malo para el obrero, y vice­
versa. Nada
es

absoluto,
tooc;, es

relativo.
Esto es .todavía humanismo,
porque el hombre sigue siendo la medida de todas las cosas. Pero
no
hay ya medidas S11petiores, porque desapare,;en los valores, y el
hombre mismo, al. reducir el bien y
la verdad a la categoría. de ape­
titos,
parece como

que se degrada
y cae en la bestia, con lo que ape­
nas es

ya posible hablar
de su humanismo.
Ni

este
bajo humanismo materialista, ni

el otro
de;,! orgullo y de
las supuestas superioridades a priori, han penetrado nunca profun­
damente en

el pueblo español.
Los españoles no han creído nunca
que el hombre
sea la medida de las cosas. Han creído siempre; y
siguen
creyend9, que

el
martirio por la v,,rdad es bueno, aun en el
caso de sentirse incapaces de

sufrirlo. Nunca
han pensado que

la
verdad se
reduzca a la impresión. Al contemplar la fachada de una
casa
saben que otras gentes pueden estar mirando .el patio y corrigen
su perspectiva
con un

concepto, cuya verdad no depende
de su pen­
samiento, sino de la casa .. Lo bueno es bueno, y lo V<:tdadero, verda­
dero,
con independencia del

parecer individual. El
español cree en
valores absolutos o

deja
de creer totalmente. Para · nc;,sotros se ha
. hecho

el dilema de Dostoiesvski : o el valor absoluto o la nada
ab­
soluta. Cuando dejamos

de
creer en. la verdad, tendernos la capa en
el
sucio y nos hartarnos

.de dormir. Pero aun entonces
guardamos en
el

pecho la convicción de que la verdad existe
y de que los hombres
son, en
esencia, iguaJes. Habremos dejado de creer en nosotros mis­
mos,
pero no en la verdad, ni en los otros botnbres. El re;,!ativismo
de Sancho se refiere a una aristocrapa, & pos~ .<¡ue no haya habido
3H
Fundaci\363n Speiro

MMIRO DE MAEZTU
nunca caballeros andantes, tal como se los imaginaba su señor Don
Quijote. Pero en el bien
y en la verdad no ha dejado de creer nunca
el gobernador de Barataria.
IV. El humanismo del orgullo
Estos conceptos del hombre no son puras ideas, sino descripciones
de los
grandes irummientos que actúan en el mundo y se disputan
en

el día de
hoy su señorío. De una parte, se nos aparecen grandes
pueblos

enteros,
hasta enteras razas humanas, .animadas por la con­
vicción de
que son mejores que las otras razas y que los otros pueblos,
y que se confirman en esta idea de superioridad con la de sus re­
cursos y medios de acción. Este credo de superioridad, de otra parte,
multiplica fas actividades de los pueblos. Hasta los mismos musul­
manes,
actualmente abatidos, tuvieron su momento de esplendor, de­
bido a
esa misma persuasión. El día en que los árabes se creyeron el
pueblo
de Dios, conquistaron en dos generaciones un Impetio más
grande que el de Roma. No cabe duda de que la confianza en la propia
excelencia es

uno de
los secretos del éxito, por lo menos en las pri­
meras etapas del camino.
En algunos pueblos
modernos encontramos
esa misma fe,
pero
expresada en distinto vocabulario. Recientemente definía un estadista
el credo de su país como la convicción de que siguiendo éste los dic­
tados de su corazón
y de su conciencia avanzada indefectiblemente
por
la senda del progreso.
Es postulado de cierto credo político que,
si cada
hombre obedece solamente sus
propios
mandatos, desarrollará
sus

facultades hasta el
máximo de sus posibilidades. Todos los pueblos
de

Occidente
han procurado, en estos siglos, ajustar sus instituciones
politicas
a esta máxima, que, por lo mocho que se ha difundido,
pa;rece
de carácter un.iversalista. Se funda en la confianza romántica
del hombre en

sí mismo
y en la desconfianza de todos los credos,
salvo el propio. Supone que los credos van
y vienen, que las ideas
se

ponen
y se quitan como las prendas de ...,.tir, pero que el hombre,
cuando se sale con
la suya,

progresa. ¿Todos los
hombres? Aqui está
el

problema.
La Historia muestra también. que esta libertad individua-
334
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS HISPANOS
lista no sienta a todos los pueblos de la misma lllJlfieta. Hay, por lo
visto,
pueblos libres, pueMos semilibres y pueblos esclavos. Y así
ha

ocurrido con
la bandera individualista; universal en sus comien­
zos,
ha acabado por convertirse en :la divisa , de los pueblos que se
creen
superiores. Aun dentro del territorio de un mismo
puieblo, el
individwrlismo no

quiere para
todos los

hombres sino la
igualdad
de oportunidades. Ya sabe por adelantado que unos las aprovechan
y mejoran de posición: éstos son los buenos, los selectos, los predes­
tinados;
otros; m tarnbio; las desaprovechan y bajan de nivel : y
éstos son los malos, los rechazados, los condenados a la perdición.
Es claro que no ha existido nunca una sociedad estrictamente indivi­
dualista,
porque los
padres de
familia no han
podido creer en el
postulado de que los hombres sólo
progresan cuando

se les deja en
libertad. No hay un padre
de familia con sentido común que deje
hacer a sus hijos lo que
Ies de

la gana.
También los gobiernos y las
sociedades son paternalistas, en
mayor o

menor
grado. Pero en la
medida en que permiten que cada
in.dividuo siga

sus indinaciones,
aparece
en los

pueblos el fondo irredento, casi irredimible, de
loo
degenerados

e incapaces de trabajo. La
civi'.lización individualista tiene
que

alzarse sobre un légamo de ""boicoteados", de caídos
y de ex
hombres.
Pero tampoco puede tener
carácter universalista

en el sentido de
internacional.
Como cree que los pueblos se dividen en libres, semi­
libres y esc:lavos, para que los últimos no pongan en peligro las ins­
tituciones de los primeros, les cierra la puerta con
-leyes de inmigra­
ción que excluyen a sus hijos del territorio que habitan los pueblos
superiores. De esa manera se congelan pueblos enteros, que no per­
miten que
les entren las corrientes emigratorias de •las ra2as y países
que juzgan inferiores. Y con esa congelación provocan el resenti­
miento de los pueblos excluidos.
Menos
mal si este humanismo garanfüase el éxito de algunos
pueblos, aunque fuese a
expensas de

los otros. Pero tampoco.
La
creencia en la propia snperioridad, siempre peligrosa y esencialmente
falsa, es útil en aquellos primeros estadios de la vida de un
pueblo,
cuando

esta superioridad se refiere a un bien
trasoendental, de que
el orgulloso se proclama nrensajero 'U obrero. Pero en cuanto se deja
335
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
de ser el "ministro" de w, bien rrasoendental, para erigirse en ár­
bitro del bien y del mal, se cumple la sentencia pascaliana de hacer
la bestia porque se quiere haoer el ángel, y viene la Némesis inexo­
rable, fa caída de Satán, la derrota del orgulloso, en su conflicto con
el Universo, que

no puede
soportar su tirania. Y entonces el desmo­
ronamiento

es rápido, porque cuando
el pueblo derrotado profesa el
otro
humanismo, el hispánico nuestro, la derrota no

significa sino
la falta de
prepuación en algún aspecto. En cambio, el humanismo
del
orgullo, el de la creencia

en la propia superioridad, fundada en
el
éxito, con el éxito lo

pierde
todo, porque el resorte de su fuerza
consistía precisamente en fa confianza de

que con sólo seguir
la voz
de su conciencia y de su instinto se mantendría en el camino del
progreso.
V. El ihmnanismo materialista
De otra parte, hay un hwnanismo que suprime todas las esencias
que
ven.lan considerándose superiores a1 hombre, como el . bien y la
verdad,
por no ver en ellas sino palabras hueras, aunque no inofen­
sivas, porque son los
prete,ctos que han servido para justificar la
ascendencia de unas
clases sociales sobre otras. Frente a las jerar­
quías tradicionales proclama este
humanismo la divisa revolucionaria:
borrón
y cuenta nueva. Se propone estal>lecer 1a igualdad de los hom­
bres en la tierra, en
lo que se parece al humanismo español, pero con
una diferencia.
Los españoles postulamos la igualdad de los hombres
porque creemos en la
igwddad esencial de las almas. Estos humanis­
tas, al contrario, postulan la igualdad esencial de los cuerpos. Puesto
que hay una misma fisiología para todos los hombres, puesto que
todos
se nutren, crecen, se reproducen y mueren, ¿por qué no cre¡,r
una

sociedad en que
las diferencias socia1es sean suprimidas inexo­
rablemente, en que
se trate a

todos
los hombres de la misma manera,
todo
sea de

todos,
trabajen todos

para
todos y cada uno reciba su
ración
de la
comunidad?
Ahora sabemos, con el saber positivo de la experiencia histórica,
que ese sueño comunista no

ha podido
realizarse. La desigualdad es
336
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS HISPANOS
esencial en la vida del hombre: no hay más rasero nivelador que el
de
la muerte. I!l hombre no es un borrego, cuya alma pueda supri­
mitse
para que viva contento en el rebaño. El campesino no se con­
tenta con
poseer y trabajar Ja tierra en común con los .otros campe­
sinos,
sino que se aferra a su ideal antiguo de poseerla en una parcela
que le
pertenezca. Tampoco

el
obrero de la ciudad se presta gustoso
a trabajar con
interés en

talleres
naciona1es donde no se
pague su
labor en proporción a lo que
valga, ni aunque se declare el trabajo
obligatorio
y se introduzcan las bayonetas en las fábricas para res­
tablecer la
disciplina. Al

cabo de las
experiencias infructuosas,
el fun­
dador del
comunismo exclama un

día :
"¡ Basta de socialistas! ¡ V eogari
especialistas!", y entonces se ptoduce el espectáculo de que un go­
bierno comunista, que abole el capibclismo como enemigo del género
humano, ofrezca
las

riquezas de su patria a
los capitalistas eO como únicos capaces
de

explotarlas,
y que estos capitalistas rechacen
la oferta, porque un gobierno que ha abolido la propiedad privada
no pw,de brindar

a
otros propietarios las garantías necesarias.
Y así
ese· gobierno tendrá

que ser una
sombra que viva de las
riquezas creadas en el pasado, bajo un régimen de propiedad indi­
vidual, y de las que continúe creando o conservando el espíritu de
propiedad
de 108 campesinos,

que la
experiencia comunista
no se
habrá atrevido a desafiar.
La razón del fracaso comunista es obvia.
La
economía no

es
wia áctividad

animal o fisiológica,
sino espiritual.
m hombre no se dedica a hacer dinero para cooier cinco comidas
diarias, porque sabe que no podría digerirías, si110 para alcanzar el
reconocimiénto y la estimación de sus conciudadanOB. La economía
es un valor
espiritual, y
en un
régimen. donde
todas
las actividades
del
espíritu están

menospreciadas decae
fatalmente la
economía y
se extingue
el bienestar del pueblo. ·
En una sociedad donde se quiera suprimir el alma humana es
imposible
que se ría mucho. Inevitablemente se
rebelará el alma contra
el régimen
que quiera suprimirla. El

alma, antes que el cuerpo, por
mucha
hambre y frío y ejecuciones capitales que la carne padezca.
Cuan.do no puedan· sublevarse, las 'almas se reunirán para rezar. El
amor de los jóvenes no se dejará tampoco reducir a pura fisiología,
sino que
pedirá versos y flores e

ilusión.
Lo qne las bocas digan
337
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
primero a los oídos, lo proclamarán a grito herido en cuanto puedan.
Y entonces se considerará este intento de suprimir el alma como lo
que
es en realidad: una segunda

calda de
Adán, una calda en la
animalidad, y no en la ciencia del bien y del mal Y la hwnan.idad
entera,
por lo menos lo mejor de la hwnan.idad, se a,rergonzará del
triste
episodio,
como
reconociendo que
todos
habremos tenido alguna
cnlpa en su mera posibilidad, porque no se trata meramente de agua
pasada que

no mueve
molino. Todavia hay muchas g,:,ntes que no
quieren
creer que

pueda fracasar una
organización social

estatuida
sobre la
base de una negación ni,reladora de las diferencias de valor.
Durante
más. de un siglo se ha soñado en el mundo con que el so­
cialismo mejore la condición de los trabajadores. No la mejora, pero
hay muchos cientol< de

miles
de almas que no querrán verlo hasta
que no hayan sustituido por algún otro su frustrado suefio.
De otra parte, aunque la condición de los desposeldos no haya
mejorado, no todo ha sido en vano,
porque los antiguos rencores
se
han saciado.
La tortilla

se ha vuelto, y los que
estaban abajo .están
encima. Todos los hombres desean mejorar de condición, ganar más
dinero y disfrutar de más comodidades. Esta ambición es síntoma de
lo que
hay en

el
hombre de
divino,
que sólo con el infinito se con­
tenta. Pero
hay también muchos que

se
preocupan, sobre·
todo, de
mejorar su posición relativa. Más que estar bien o
mal, lo qne les
importa es encont,ra,rse mejor que el vecino. Si éste se halla ciego,
no
tienen pesar en
verse tuertos. Este aspecto de la naturaleza hu­
mana
es el que incita a las revoluciones niveladoras. Pensad en el
agitador que
pasa de la cárcel o de la emigración a ser dueño de vidas
y haciendas. ¿Qué le importan. las privaciones ocasionales y la miseria
del país, si su
vo!Wll:ad es

ley
y los antiguos burgueses y aristócratas
tienen

que
hacer lo

que les mande?
VL
Nuestro humanismo en las costumbres
Entre estos dos conceptus del humanismo el espado! tiende su
vía media. No iguala a los buenos
y a los malos, a los superiores y
a los inferiores, porque le· parecen indiscutibles las diferencias de
338
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS HISPANOS
valor de sus actos, pero tampoco puede creer que Dios ha dividido
a los hombres
de toda eternidad, desde antes de la creación, en electos
y réprobos. Esto es ia herejía, la secta: la división o seccionamiento
del género humano. En la fachada de alguna capillita sectaria he
leido:
"All
foreigners are wellcome" (Todos
los
extranjeros serán
bien

recibidos). El español siente
frio al

leer estas palabras y se dice:
"Para la catedral de Burgos no
bay extranjeros".
El sentido
español del

humanismo lo formuló
Doo Qnijote cuando
dijo: "Repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro si no
hace más que otro". Es un dicho que viene del lenguaje popular.
En gallego reza: "Un home non e mais que outro, si. non fai mais
que outro".
Los catalanes expresan lo mismo con su proverbio: "Les
obres fan eis mestres". Estos dichos no son de borrón y cuenta nueva.
Dan

por
descontado que

unos hombres
hacen más que otros, que
unos se
encuentran en

posición de
hacer más que otros y que hay
obras
maestras; hay ríos

caudalosos y chicos; hay infantes de Aragón
y pecheros; aceptan la desigualdad en las posiciot1es sociales y en los
actos, que es aceptar el mundo y la civilización. Y o puedo ser duque,
y
tú, criado. Pero
en lo

que se dice "ser", en lo que
afecta a
la esen­
cia, nadie es más qu!e otro si no hace más que otro. TeniendO en
cuenta Ja diferencia de posibilidades, lo que qniere decir, en el fon­
do, que no se es
más que otro, porque son las obras las mejores o
peores, y el que hoy las
hace buenas,
mañana puede hacerlas malas,
y nadie
ba de erigirse en juez del otro, excepto Dios. Los hombres
hemos de contentamos con
juzgar de las obras. Yo seré duque, y tú,
criado; pero
yo puedo ser mal duque, y tú, buen criado. En 1o esen:
cial

somos
iguales, y

no
sabemos cuál de los dos ha de ir al cielo,
pero
~¡ que por encima de las dif.;ecicias de las clases sociales están
la caridad y
la piedad,
que todo lo
nivelan.
Eslie espíritu de igualdad no qniere decir que la virtud caracte­
rística
de
loo españoles
sea la caridad, aunque tampoco
creo que
nos
falte. Hay pueblos
más ricos que el nuestro, mejor organizados, en
que el espiritu de servicio social es
más activo, y que han hecho por
los
pobres mucho más que nosotros. Pero hay algo anterior al amor
al
prójimo, y

es que
al prójimo se le reconozca como tal, es decir,
como
prójimo. Una caridad que le considere como
uri animal do-
339
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
tnéstico mimado no será caridad, aunque le trate con generosidad.
Es preciso que el pobre no se tenga por algo· distinto e inferior a
los demás hombres. Y esto es lo que han heclio los españoles oomo
ningdn: otro pueblo. Han sabklo hacer sentir al más hwnilde que
entre
hombre y hombre no hay diferencia esencial, y que entre el
hombre y el animal media un abismo que no salvarán nunca las leyes
naturales. Todos los viajeros perspicaces
han observado en España la
dignidad de las clases menesterosas y la campechanía en la aristo"
éracia. Es cararterístioo el aire señoril del mendigo español. El hi­
dalgo podrá no serlo en sus negocios. Es seguro, en cambio, que en
un presidio
español· no
se
apela.rá en
vano a la caballerosidad de sus
inquil~.
Cuando se preguntaba a los voluntarios ingleses de la gran guerra
por qué se hablan alistado, respondlan mudios de ellos: "We follow
our
betters" (Segnimos a los .que son mejores que nosotros). Reco­
nozco toda la mágnlfica disciplina que hay en esta frase, pero labios
españ1>les no podrlan pronunciarla. Menéndez y Pelayo dice que
hemos sido una democracia frailuna. En los conventos, en efecto, se
reúnen en pie de igualdad hombres de distintas procedencias : uno
ha sido militar; otro, paisano; uno, .rico_; otro, pobre; aquél, igno­
rante; éste, letrado. Todos han de seguir la misma regla. En la vida
española las

diferencias se
expresan en los distintos trajes, pero la
regla
.de igualdad

está en las
almas .. Por eso Don Qui jote compara a
los hombres con los actores de la . comedia, en que unos hacen de
emperadores,
. otros

de pontífices y otros de sirvientes, pero al llegar
el
fin se igualan todos, mientras que Sancho nos asimila a las dis­
tintas pie2aS del
ajedrez, que
todas van al mismo saco en
acabando
la

partida.
• Este humanismo explica la gran indulgencia que campea en todos
los órdenes de la vida española:. En Inglaterra se castigaban con la
pena de

muerte,
hasta 1830, cerca de

trescientas
formas de
hurto.
En España no'se penan delitoo análogos sino con unas cuantas sema­
nas de prisión, Y es que
ho creernos que el alnia de un hombte esté
perdida
poi-haber pecado. Todos somos pecadores. Todos podemos
redimirnos;
A

ninguno
deberán cérrárserios los caminos del mundo.
340
--- ------ ---
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS HISPA.NOS
Si tenemos cárceles es por pura necesidad. Pero nuestras instituciones
favoritas,
pasada la cólera primera,
son el indulto· y el perdón.
Se dirá que todo esto no es sino catolicismo. Pero lo curioso es
que
en
España es lo mismo la persuasión de los descreídos que la
de los
creyentes. Parece que

los
descreídos debieran ser seleccionistas,
es

decir,
partidarios de

penas rigurosas
para la eliminación de las
gentes nocivas. Aún
lo son lllel105 que los creyentes. Están más lejos
que la
España católica y popular del aristooratismo protestante. Y así
como los pueblos que
~ creen de selección se ahan sobre uo bajo
fondo
social de ex hombres, incapa= de redención, en España no
hay
ese muodo de gentes caídas sin remedio. No se consentiría que
lo
hubiera,
porque los ,españoles les dirían: "¡ Arriba, hermanos, que
sois como nosotros!"
VII. Nuestro humanismo en la historia
Esto no es solamente uo supuesto. Cuando Alonso de 0jeda des.­
embarcó en

las
Antillas, en 1509, pudo haber dicho a los indios
que los
hidalgos leoneses eran de una raza superior.

Lo que les
dij~
textualmente es
que:

"Dios,
núestro Señor,

que es único
y eterno,
creó el cielo y la tierra y un hombre y
una mujer,

de los cuales
voso-.
tros,

yo y
t~os los

hombres que
han sido y serán en el muodo des­
cendemos". El
ejemplo de

0jeda lo. siguen después los
españoles
diseminados por las tierras de . América: .reúnen por la tarde a los
indios, como· uoa madre a sus hijuelos, juoto Ola cruz del pueblo;
les hacen juntar las
manos y elevar el corazórt a Dios.
Y es verdad que los abusos fÍJerun muchos y grandes, pero nin­
guna legislación extranjera es comparable a nuestras Leyes de Indias.
Por ellas se
prohibió la

esclavitud, se
proclamó la libertad de los
indios, se les
,prohibió hacerse la guerra, se les brindó la amistad
de los españoles, se reglamentó
el régimen · de Encomieudas para
castigar

los abusos de los
encomenderos, se estatuyó la instrucción
y adoctrinamiento de

los
indios· como principal

fin e
intento de los
11e:yes dé
España, se prescribió que las conversiones se hiciesen vo-
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
luntariamente y se transformó la cooquista de América en difusión
del
esplritu cristiano.
Y. tan arraigado está entre oosotros este sentido de universalidad
que
hemos iostituido la fiesta del 12 de octubre, que es la fecha
del descubrimiento de América, para celebrar el momento en que
se inició la comunidad de
todos los pueblos: blancos, negros, indios,
malayos

o
mestizos, que hablan nuestra lengwi y profesan nuestra fe.
Y
la hemos llamado "Fiesta de la Raza", a pesar de la obvia impro­
piedad de la palabra, nosotros, que
nunca sentimos el orgullo del
color

de la piel,
precisamente para proclamar ante el lllWldo que
la
raza,
para nosotros, está constituida por el habla y la fe, que son
esplritu,
y no por las oscuridades protoplásmicas.
Los españoles no nos hemos creído nunca pueblo superior. Nuestro
ideal ha sido siempre
trascendente a
nosotros.
Lo que hemos creído
superior es nuestro credo en la igualdad esencial de los hombres.
Desconfiados en los hombres, seguros en el credo, por eso fuimos
también siempre institucionistas. Hemos sido una nación de funda­
dores. No sólo
son de origen español las órdenes religiosas más po­
derosas de la Iglesia, sino que el español no aspira sino a crear ins­
tituciones

que estimulen al
hombre a
realizar lo que cada uno lleva
de
bondad. potencial.

El ideal
supremo del español en América es
fundar un poblado en el desierto e inducir a las gentes a venir a
habitarlo.
La misma piooarqula española es ejemplo eminente de este
espíritu
institucional en que el fundador no se propone meramente
su bien propio, sino el
de todos los hombres. El gran Arias Mon­
tano,
conternpor:lneo de

Felipe
II, define de esta suerte la misión
que su
soberano -1i%a:
"La persona principal, entre todos los Príncipes de la tierra, que
por experiencia
y confesión de todo el mundo tiene Dios puesta para
sustentación
y defensa. de la Iglesia Católica es el rey don Philipo,
nuestro señor, porque él solo francamente, como se ve
claro, defiende
este
partido, f todos los otros prindpes que a él se allegan y lo
defienden hof, lo hacen o con sombra y arrimo de S. M. o con
respeto que le tienen;
y esto no s61o es parecer mio, sino cosa ma­
nifiesta,
por lo cual la afümo, y por haberlo asi oido platicar y afir-
342
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS PUEBLOS HISPANOS
mar en Italia, Ftancia, Irlanda, Inglaterra, Flandes y la porte de Ale­
mania que he andado ... "
Ni por un
momento se le ocw:re a-Arias Montano pedir a su
monarca que renuru:ie a su política católica o universalista, para de­
dicarse exclusivamente a

los intereses de su .reino,
aunque esto es lo
que hacen otras monarqulas católicas de su tiempo al concertar alian­
zas con soberanos protestantes o ma-hometanos. El poderío supremo
que España poseía en aquella época se dedica a una causa universal,
sin que los españoles se
crean por ello un pueblo superior y elegido,
como Israel o como el Islam. Es
característica esta

ausencia de na­
cionalismo religioso en
España. Nunca hemos tratado de separar la
Iglesia
española de
la universal. Al contrario, nuestra acción en el
mundo
religioso ha

sido siempre
la de

luchar contra los movimientos
secesionistas
y contra todas las pretensiones de gracias especiales. Ese
fue el pensamiento de nuestros teólogos en Trento y de nuestros
ejércitos en
la Contrarreforma. Y ahora, cuando se pregunta al más
eminente de los teólogos y místicos españoles modemoo, el padre
Arintero, O. P., cuál es el dogma más seguro, contestará sin vacilar:
"No
hay propooición teológica más segura que ésta: A todos sin
excepci6n se les da -proxime o remole-una gracia suficiente para
la salud".
m llamamiento de ilL República Argentina a todos los hombres
para que pueblen las soledades de la tierra de América, se inspira
también
en este espíritu ecuménico. Lo que viene a decir es que el
llamamiento lo hacen hombres que no se creen de raza superior a
la de los que
vengan. A todos se dirige la palabra de Jlamarni-:nto:
"Sto ad
ostium, et pulso" (Estoy en el umbral y llamo). Y también
a
todas las profesiones.

No sólo
ha<:en falta

sacerdotes
y soldadoo,
sino

agricultores
y letradoo, industriales y comerciantes. Lo que im­
porta es que cada uno cumpla
con su funci6n en el convencimiento
de que Dios le mira. Es
pooible que

los
padecimientos de España se deban, en buena
parte, a haberse ocupado demasiado de los demás pueblos y dema­
siado
poco de si misma. Ello revelarla que ha cometido, por omisión,
el error de
olvidarse de

que también ella forma
parte del todo, y que
lo absoluto no consiste en prescindir de la tierra
para ir al cielo, sino
343
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
en juntar los dos, para dominar en la tierra y gooax del cielo. Pero
esto
lo rha sabido siempre el español con su concepto del hombre como
,algo colocado entre el

cielo y
la tierra · e infinitamente · superior

a
todas
las otras criaturas físicas. En los tiempos de escepticismo y de­
caimiento, le

queda
al español la convicción consoladora de no ser
inferior
a ningún otro hombre. Pero hay otros tiempos en que oye
el Jfamamienfo de· Jo alto y entonces se levanta del suelo, no para
mirar de arriba abajo a los demás, sino para mostrar a todos la luz
sobrenatural
que

ilumina a
cuantos hombres han venido a este mundo.
Resumen final
Hay, en resumen, tres posibles sentidos del hombre. El de los que
dicen
que ellos· son
los buenos, por estarles vinculada la bondad en
alguna forma

de
la divina gracia; y es el de los pueblos o individuos
que se atribuyen.
misiones exclusivas y exclusivos privilegios en el
mundo. Esta es

la posición
aristocrática y ,particularista.
Hay, también,' la actitud niveladora de los que dicen que no hay
buenos
ni
malos, porque no existe moral abooluta, y lo bueno para
el burgués es malo para el obrero, por lo que han de suprimirse las
diferencias·
de

clases
y fronteras para que sean · iguales los hombres.
Es
1a posición igualitaria y univensalista, pero desvalorizadora.
Y hay, por últimó, la posición ecuménica de los pueblos hispá­
nicos,
que dice a, la hwnanidad entera qué todos los hombres pueden
ser

buenos y
que no
necesitan
para ello sino creer en el bien y réali'
zarlo
.
. Esta fue la idea española del siglo XVI. Al tiempo que la procla­
mábamos en Trento y

que
pe!eába.mo, por ella en toda Europa, las
naves españolas daban por primera vez ]a vnelta al mundo para poder
anunciar la buena
nll!eVa a

los hombres de Asia, de Africa y de
América.
La posición española es la' católica, pero templada al yunque de
ocho siglos de
lunha contra el moio .. El Islam fue para España lec­
ción inolvidable de 1U1iversaliaad, pórque

las
huestes del Profeta

se
comporuán indiferentemente

de
blancos, negros

y
mulatoo, porque
Fundaci\363n Speiro

EL SENTIDO DEL HOMBRE EN LOS ,PUEBLOS HISPANOS
todas las razas se fundían en ellas, y no eran solxlados menos recios
los
de piel
más oscura.
Al Islam le falta la intimidad de Dios. Su Al!ah omnipotente
está demasiado lejos del corazón del hombre. Pero la intinúdad del
cristiano,
su
sentimiento de

la gracia, habría
degenerado fácilmente
en

creencia en la
posesión =lusi'l'a de la Divinidad, es decir, en par­
ticularismo aristócrata, sin la necesidad en que se vio España de juntar
al
rico y al pobre, al clérigo y al laico, al devoto y al menos devoto,
para la lucha milenaria contra el moro.
Y

así, puede decirse que
la misión histórica de los pueblos hispá­
nicos
consiste en enseñar a· todos los hombres de

la
tierra que,
si
quieren, pueden salvarse, y que su elevación no depende sino de su
fe
y su voluntad.
Ello
explica también nuestros descuidos. El. hombre que se dice
que si quiere una cosa la
realizará, cae también fácilmente en la de­
bilidad
de no quererla, en la esperanza de que se le antoje cualquier
día. Esta es la perenne tentación que han de
vencer. loó pueblm nues­
tros.

No
parecemos darnos cuenta de que el tiempo perdido es irre­
parable,
por lo menos en este mundo nuestro, en que la vida del
hombre está
medida con tan estrecho compás. Solemos dejar pasar
los años como si dispusiéramos de siglos
para arrepentirnos y en­
mendarnos.

Y, a
fuerza de querer matar el

tiempo,
nos quedamos
atrás,
y el tiempo es quien nos mata.
Porque
el mundo, entonces, se nos echa encima.. Nadie nos cree
cuando
decimos que podemos, pero que no querernos. m poder se
dernnestra en
el hacer. La potencialidad que no se actualiza no con­
vence a nadie.
La rechifla de

los demás se nos entra en el
ulma y
los
más sensitivos de entre nosotros mismos, que por esencial con­
vencimiento nunca nos creímos superiores, acabamos por creernos
inferiores al compartir las críticas de los demás respecto de nosotros.
Esta es nuestra historia de los dos siglos últimos. Si estamos saliendo
de este período de depresión del
ánimo es,

en primer término, porque
nuestro
pueblo no compartió nunca el escepticismo de los intelectua­
les
y, además, porque la misma cultura nos revela que nuestra labor
en
lo pasado no es inferior a la de
ningún otro pueblo

de la
tierra.
En estos años nos está enseñando el estudio del siglo XVI un
Fundaci\363n Speiro

RAMIRO DE MAEZTU
espíritu ecuménico que no se sospechaba entre las gentes cultas. Nada
es
más revela de

cultura moderna, como el profesor Barcia Trelles, encuentre en
el
padre Vitoria y en Francisco Suáre: las verdaderas fuentes del De­
recho internacional
contemporáneo.

Estarnos
descubriendo la

quinta­
esencia de

nuestro Siglo de Oro.
Podemoa ya

definirla como nuestra
creencia en la
posibilidad de

salvación de
todos los hombres

de la
tierra. En esa creencia
vemos ahora

la
piedra fundamental

del pro­
greso humano,
porque los hombres no ah:arán los pies

del polvo si
no empiezan
por creerlo posible. ·
Esta

creencia
es el

tesoro que llevan al mundo
los pueblos his­
pánicos.

Sólo que
el mundo no creerá en el valor de nuestro resoro
si

no lo
demostramos con nuestras obras. Por eso estoy pe,:suadido de
que
el descubrimiento de la· creencia nuestra en las potencias supe­
riores de
todos los hombres ha de empujarnos a realizarlas en nos­
otros
mismos, para ejemplo probatorio de la verdad de nuestra fe,
y que la lección que
dimos ya
en nuestro
gran siglo volveremos a
darla
para gloria de Dios y satisfacci6n de nuestros históricos anhelos.
326
Fundaci\363n Speiro