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Número 211-212

Serie XXII

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¿Qué es el hombre cristiano? La irrupción del cristianismo en la historia

¿QUE ES EL HOMBRE CfilSTIANO?
LA ffiRUPCIÓN DEL CRISTIANISMO EN LA HISTORIA (*)
POR
LINO RODRÍGUEZ-ARIAS BUSTAMANTE
Profesor titular y Director del Centro de Investigaciooes Jurídicas
de
la Universidad de Los Ancles (Mérida, Veneouela).
SUMARIO:
l. El valor de la fe.-2. El método de Salvaci6n.-3. Reli­
giones estáticas y cerradas.--4. Jesucristo· ·como. e-entro del Cosmos.-5.
El hombre hijo del Amor.-6. La agonía humana.-7. La proyección del
«hombre comunitario» en la sociedad actual.
l. El valor de la fe.
La segunda crisis que se produce en el mundo griego no se
iba a
superar filosóficamente,

como en tiempos de la sofística.
Después del
neoplatonismo y, conc.retamente, con las aportacio­
nes especulativas de Plotino, la filosofía abre cauce hacia descu­
brimientos
y soluciones que van a tener por escenario la vida re­
ligiosa. Descúbrese que es vano tratar de unir a los hombres por
un
mínimum fz1os6fico. Por pequeño, por modesto, por túnido
que

éste sea, dará siempre lugar a discusiones
y divisiones. La
crisis filosófica de
la antigüedad sólo podía ser salvada desde el
ángulo de la religi6n, haciendo. entrar en la escena de la vida.
-con fuerza y pujanza hasta ahora desconocidas-el valor de la
fe,
que venía a .. galvanizar lo que ya a la razón le era imposible
unir
y resolver. As( se inicia el ciclo de lo que la historia nos ha
(•) Ponencia presentada al Primer Congreso Mundial de Filosofía Cris­
tianá celebrado en Embalse (Córdoba, Argentina); del 21 al 28 de octubre
de 1979.
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LINO RODRIGUEZ-ARJAS BUSTAMANTE
mostrado tantos ejemplos, enseñándonos «que la duda de la fe conduce al saber,
y la duda del saber -tras un tiempo de opti­
mismo crítico- otra vez a la fe. Cuanto más se emancipa el sa­
ber teórico de la aceptación del creyente, tanto más se acerca a
su propia anulación
.. Lo único que queda es la experiencia técni­
ca» (
1 ). Pues no en vano añadió Dios a la luz de la razón la luz
de la
fe para perfeccionar y aumentar las fuerzas de la inteligen­
cia a fin de hacer a ésta hábil
ep sus mayores empresas, puesto
que así puede sujetarse el
¡uicio humano a la divina autoridad,
ya que
. de

esta manera se reviste a la inteligencia de nobleza,
agudeza y firmeza,
q:m lo cual ejercita digna y utilísimamente la
razón, por cuanto «sólo en las doctrinas reveladas puede beber­ se la verdad a boca. llena, abrazándolas con todo el ardor de su
espíritu» (2).
2. El método de salvación.
Luego la irrupción del Cristianismo en la Historia viene
a
significar que ya al hombre no le es suficiente buscar la verdad
abstracta, es decir_, un método de conocimiento, sino que nece­
sita un método de salvación. Y éste sólo puede alcanzarse por
las vías de la religión. Unicamente dentro de ésta van a encontrar
respuesta segura
· y

adecuada las incoherencias de las especulacio ·
nes filosóficas. Es cierto que se hallaban ya en
Sócrates, Platón
y

Séneca, verdades parciales de la verdad total que viene a pro­
clamar el Cristianismo; pero _aun juntando esas partes de verda­
des que están en los filósofos citados sólo obtendríamos un equi­
valente de
la verdad
eterna: y ,es. que nadie puede obrar esa
separación entre lo verdadero y lo falso
_en los sistemas

de los
filósofos, a menos que por anticipado
co~ozca la

verdad,
lo cual
(1) Oswal Spengler, La decadencia de Occidente, Madrid, Ed. Espasá­
Calpe, trad. M. García Morente, 1941, vol. IV, pág. 18.
(2)
León XIII,

«Aeterni Patris
Filiuso (4

de agosto de 1879). Sobre
la restauración de la· filoSoffa cristiana, Colecci6n de Encíclicas y Documen­
tos Pontificios, Mádrfü, Acci6n Católica ·Española, 1955, ed. 4.'; p&ginas
561,

563
y 566.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
es imposible si Dios no la enseña por la revelación) esto es, sí el
hombre no la acepta por la fe. Porque «un hombre busca la ver­
dad valiéndose únicamente de la razón, y fracasa; la fe le ofrece
la verdad, la acepta,
y, luego

de aceptarla, la halla satisfactoria
para la
razón» (3

). Esto nos conduce a un permanente retorno
a las fuentes de la
filosofía escolástica., como medio de alcanzar
un aumento del saber y un gran auxiliar para todas las ciencias
humanas, inclusive de las mismas
ciencias físicas, tan apreciadas
hoy y tan admirables por tantos inventos, debido a que su fruc­
tuoso ejercicio e incremento exigen no tan sólo el examen de los
hechos y la mera observación de la naturaleza, ya que de los
hechos se
ha de subir más alto y hay que investigar profunda­
mente para conocer la
esencia de las cosas corpóreas, para descu­
brir así las leyes a que obedece, como los principios de donde
proceden su orden y unidad en la variedad, y la mutua afinidad
en la diversidad ( 4 ). Se ha sostenido que San Agustín se convirtió al neoplatonis­
mo más bien que al Cristianismo; pero los que tal hecho afirman
desconocen que el Cristianismo significa esencialmente adhesión
a un método de salvación. Por eso San Agustín nos relata en sus
«Confesiones» que, a su juicio, el vicio radical del neoplatonismo
reside en la ignorancia en que nos deja de la doble doctrina del
pecado y
de la gracia que nos libre de él. Por tanto, se puede
demostrar que
el platonismo ejerce influencia en la evolución
intelectual de San Agustín; mas toda su doctrina nos niega que
dicha adhesión pueda confundirse con su conversión. «Bien está
que Plotino nos aconseje que nos desprendamos de nuestros sen­ tidos, dominemos nuestras pasiones y nos adhiramos a Dios; pero,
¿acaso es Plotino quien nos dará fuerzas para hacerlo? ¿ Y de
qué sirve saber sin poder? ¿Qué médico es ése que aconseja la salud sin conocer ni la naturaleza de la enfermedad, ni la del re­
medio? «La conversión de San Agustín no. se perfecciona am-
(3) Etienne GilsOn, El espíritu de la filosofía medieval, Buenos Aires,
ed.
Emecé, s. A., .1952, págs. n, 28, 31 y 36.
(4) Le6n XIII, op. cit., pág. 573.
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LINO RODRIGUEZ-ARIAS BUSTAMANTE
pliada y acabadamente, sino por la lectura de San Pablo y la
revelación de la
gracia: «Pues la ley del Espíritu de vida en
Jesucristo me ha librado de
la ley del pecado y de la muerte» (5).
De donde, que en
la religión

cristiana todo se valora en función
de
la exigencia divina, disponiéndose que el hombre realice sus
actividades sociales relacionándolas con su creencia religiosa, pro­
longando el acto de
fe en el comportamiento cotidiano ( 6 ), desde
el momento que
---como ha escrito Juan Pablo II en su primera
encíclica El Redentor del hombre-el ser humano no puede
renunciar a sí mismo, ni al puesto que le es propio en el mundo
visible, ni puede hacerse esclavo de las cosas, ni de los sistemas
económicos, ni de la producción y de sus propios productos, ya
que en
lo que se refiere al hombre se trata ---como ha dicho un
filósofo contemporáneo y como
ha afirmado el Concilio--- no
tanto de «tener más», cuanto de «ser más» (7). Pues a la postre
el
quantum es una pesada carga que impide elevar el vuelo hacia
el seno de Dios.
3.-Religiones

estáticas
y cerradas.
Hasta la aparición del Cristianismo, las religiones eran está­
ticas
y cerradas. No se descubría en ellas una voluntad de
per­
feccionamiento y enriquecimiento. La religión venía a reducirse
casi siempre a ritos puramente externos, a prácticas en que do~
mina el formalismo. Así, cerrada la sociedad, apenas podía fun­
cionar, porque era una comunidad que debía vivir entre las otras
y no se dejaba «penetrar». Se aplicaba con
carácter ominoso el
calificativo de «extranjero» para quienes son extraños a dicha
comunidad. Los profetas habían conseguido abrirla, mas .sólo
ha­
cia sí misma. Lo que la mayoría del pueblo esperaba era su Mesías,
no
el Mesías. Cristo, por el contrario, abre el camino de salva-
(5) Gilson, op. cit., pág. 35.
(6) M. Fraigneux, El cristianismo es revolucionario, Madrid, ed. Ate­
nas, 1955, pág. 26.
(7)
Caracas, TRIPODE,
1979,
pág. 52.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
ción para todos. Por eso, como la condenación de Sócrates, la
de Jesús estaba «nacional-históricamente» justificada, pues resul­
taba
difícil de comprender para aquellos seres acostumbrados a
aguardar al Hijo de David y a pensar que las palabras de los
profetas sólo podían ser entendidas dentro de su propio pueblo, que apareciese quien, llamándose Hijo de Dios, era a
la vez Hijo
del Hombre, proclamando a los cuatro vientos:
«Id y haced dis­
cípulos en todas las naciones, bautizándolos en nombre
del Pa­
dre,
y del Hijo, y del Espíritu Santo» ( 8 ).
Es la señal divina de la apertura espiritual a la dignidad de
todos los hombres, particularmente
-, dicho Juan Pa­
blo
II-a los más necesitados y a los más débiles (9), es decir,
a los pobres del Evangelio.
4. Jesucristo como centro del cosmos.
Hablamos de Cristo, de Jesús, del Mesías, porque a El se
debe la pujanza, la grandeza y la pervivencia del Cristianismo;
sin El este mensaje de amor
y de sabiduría que es el Cristianis­
mo no hubiera existido,
y el hombre en la actualidad se hallaría
aún en las tinieblas, por
lo menos desde el punto de viJta espi­
ritual. «Sin la persona de Jesús llamado Cristo, no se concibe el Cristianismo. Su divino ejemplo llena los Evangelios. Suprimid
la
"individualidad histórica" del Mesías y anonadaréis el Cristia­
nismo» (10). Aquí se pone doblemente de manifiesto el
papel
importante que juega el hombre creador en la sociedad, en la
cultura
y en la historia, y en el caso concreto de Cristo decimos
doble, atendiendo a su naturaleza divina
y a su genialidad hu-
(8) San Mateo, XXVIII, 19. Y, añade, «Yo estaré con vosotros siem­
pre hasta la consumación del mundo».
(9) El Redentor del hombre, Caracas, TRIPODE, 1979, pág. 48.
(10) Antonio Caso, La filoso/la de la cultura y eLmaterialismo his­
t6,ico, México, 1936, págs. 25 y sigs,; M. Fraigneux, op. cit., pág. 26, y
José Ferrater Mora, El hombre en la encruci¡ada, Buenos Aires, Ed. Sud­
americana, 1952, pág. 130.
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UNO RODRIGUEZ--AlUAS BUSTAMANTE
mana. ¿Cómo hubieran existido el mahometismo sin Mahoma y
el cartesianismo
sin Descartes? «Haced abstracción de Marx, y
el marxismo, que por alguna
razón así
se denomina,. se habrá
también anonadado. ¿Cómo podría ser un mero accidente en
la
evolución de una doctrina social, moral o religiosa, quien princi­
pal
y eminentemente la engendró?,. ( 11 ). La presencia de Cristo
en la tierra,
y con El, la aparición del Cristianismo, es el más
rotundo mentís a la afirmación marxista del
materialismo his­
t6rico.
El hombre -y con más razón el Dios Hombre-es su­
jeto creador, teniendo poder de libre determinación para marcar rumbos a la Historia. Es por eso que, como ha expresado Juan
Pablo II, el Redentor del hombre, Jesucristo, es
el centro del
cosmos
y de la historia (12). Así, el Concilio Vaticano II, en su
análisis penetrante «del mundo contemporáneo», llegaba al punto
más importante del mundo visible: el hombre bajando
-romo
Cristo--

a
fo profundo de las conciencias humanas, tocando el
misterio interior del hombre, que en el lenguaje bíblico,
y no
bíblico también, se expresa con la palabra «corazón». Cristo, Redentor del mundo es Aquel que
ha penetrado de modo
único e irrepetible, en el misterio del hombre
y ha entrado en
su
«corazón». Justamente,

pues, enseña el Concilio Vaticano II:
«En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el mis­
terio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era
figura del que había de venir (Roro
5, 14), es decir, Cristo nues­
tro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre
y de su amor, manifiesta plenamente al propio
hombre
y le descubre la sublimidad de su vocación» ( 13 ). Por­
que
la unión de Cristo con el hombre, que es en sí misma un
misterio, conlleva el nacimiento del «hombre nuevo» (14), quien
en nuestro tiempo acentúa su visión y su misión cósmica, por
cuanto tiene tres dimensiones -como escribe Alberto Caturelli-:
(11) Antonio Casso, op: cit., páginas citadas.
(12)
Ou. cit., pág. 3.
(13)
Ibld., pág. 24.
(14)
Ibld., pág. 68.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
hacia abajo, en cuanto a todos los asume;
horizontalmente hacia
el
tú, en cuanto religado con él, y hacia arriba, en cuanto reli­
gado al Infinito. Desde esta persepctiva, el cosmos se encuentra
«humanizado»
y, verdaderamente, es por el hombre (15). Pa­
reciera, pues, que nuestro tiempo se abre a un nuevo impulso y
profundización evangelizadora, en la que el «hombre cósmico»
lo llena todo y está en el umbral
de emprender una. nueva «ha­
zaña espiritual» -iuspirado en las fuentes de la divinidad y de su genialidad- para reesttucturar su vida,
la sociecfad y el mun­
do a la luz de los sempiternos principios del Evangelio y de
la
doctrina de Cristo.
Téngase presente que en el Cristianismo convergieron todas
la, fuerzas eficaces de religiosidad que había producido el mundo
antiguo.
Se despierta un deseo de nueva existencia espiritual con
la quiebra del Imperio romano.
El paganismo ya no satisface las
ansias internas de un mundo estructurado más humanamente.
Fue el destino quien aplastó a los dioses y la vida serena y ale­
gre dedicada a su servicio. Se revela un espíritu superior en el
hombre con la religión cristiana. Se va a investir a la persona
de una dimensión espiritual, capaz de desobedecer al Estado,
cuando éste no cumple con su
deber de
justicia. A la vez, se le
enseña al hombre que puede hallar en la vida ultraterrena una felicidad plena que le es imposible conquistar en la sociedad
temporal.
Así, el hombre adquiere con el Cristianismo conciencia
de la universalidad e infinitud,
alcazando con ello su personali­
dad un rango no soñado en las épocas precedentes de la historia. Por eso se ha escrito que, desde este
momento, Dios va a ser el
eie en torno al cual gire la historia universal, «La historia llega
hasta aquí y parte de aquí. En
esta· religión

hállanse resueltos
todos los enigmas
y revelados todos los misterios» (16).
Croce publicó, en el último fascículo de
La Crítica (1942),
un estudio
ihtitulado «¿Por

qué no podemos no llamarnos
cris-
(15) La Filoso/la, Madrid, Ed. Gredas, 1977, ed. 2.•, pág. 137.
(16) Hegel, Lecciones sobre la filoso/la de la Historia Universal, Ma­
drid, Revista de Occidente, 1953, t: II, pág. 228.
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tianos?», en el que reconoce que «el Cristianismo ha sido la ma­
yor revolución que la humanidad haya jamás llevado a cabo,
tan
grande, tan comprensiva y profunda, tan fecunda en consecuen­
cias, tan inesperada e irresistible en su aparición, que no nos
maravilla que haya parecido o pueda aún parecer un milagro, una revelación de lo alto, una intervención directa de Dios en
las cosas humanas, que de El han recibido leyes y directivas nue­
vas» ( 17). De aquí que el Cristianismo haya significado
la linea
divisoria· en

la historia de la filosofía, como lo es en la historia
general de
la cultura, por lo menos de la cultura occidental ...
Con razón se ha dicho que desde entonces todo modo de existir
tiene algo que ver con el Cristianismo, que «desde esa fecha el
europeo ha sido muchas veces anticristiano o ex-cristiano, pero
na ha sido más a-cristiano» (Luis Legaz y Lacambra).
5. El hombre hijo del Amor.
Esta novedad grandiosa del Cristianismo débese a su perspec­
tiva religiosa, presentándose en el mundo
más que
como una doc­
trina filosófica, como una predicaci6n de amor
y salvaci6n del
hombre. No es
extraño, pues,

que muchas veces haya sido consi­
derado como opuesto a la filosofía. Empero, ¿qué es lo que nos
ofrece el Cristianismo? El se coloca como una piedra de escán­
dalo entre el judaísmo
y el helenismo. Los judíos quieren la sal­
vación conquistada por la rectitud de la voluntad y una cer­
teza obtenida por la luz natural de
-la

razón.
¿Qué les

trae a
unos
y otros al Cristianismo? La salvaci6n por la fe en Cristo
crucificado; es decir, un escándalo para los judíos, que reclaman
un milagro de gloria,
y a quienes se les ofrece, en cambio, la in­
famia de un Dios humillado; una locura para los griegos, que re­
claman lo inteligible, y a quienes se les propone el absurdo de
un Dios-hombre, muerto en
la cruz y resucitado de entre los
(17) M. F. -Sciacca, Dios y la Religi6n en la filosofía actual, Barcelo­
na, Ed. Luis Miracle, 1952, p,lgs. 64-65.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
muertos para salvarnos. Lo que el Cristianismo opone a la sabi,
duría

del mundo es, pues, lo impenetrable, el
e,scándalo misterio- ,
so
de Jesús,
porque la locura de Dios es más sabia que la sabidu­
ría de los hombres y
la debilidad de Dios más fuerte que la fuer­
za delos hombres (18). O sea, según el pensamiento de San Pa­
blo,
el Evangelio es una salvación, no una sabiduria. Sin embargo,
su aserto no es totalmente cierto,
desde el

momento mismo que
al proclamar
la bancarrota de la sabiduría griega, propone súbito
sustituirla por otra, que es
la persona misma de Jesucristo. Re­
sultaría, pues, mejor decir, que
la salvación que el Cristianismo
propone es, a los ojos de San Pablo, la verdadera sabiduría,
y
eso precisamente porque es una salvación (19).
Entonces es cuando al
Amo.r se
le reviste de toda su gran­
deza, porque viene a dar sentido a todos los acros humanos, ya
que el mismo hombre es hijo del Amor en cuanto que Cristo,
en una acción espontánea y querida, hace derramar su .sangre para
la redención del génerd, humano., con lo cual el amor pasa a
ser
concebido como
el resultado de una exuberancia, «por la cual
el amante se desprende de lo que posee y da a quien no po­
see» (20).
6. La agonía humana.
Luego la tensión continua a que vive sometido espiritual­
mente el hombre es necesaria para que avive la marcha de su
perfección
y le hagan supetar, por consiguiente, los estados de
marasmo
y de seguridad aparente. El hombre necesita más que
nada luchar consigo mismo si quiere alcanzar una convivencia social más humana
y feliz. Es por eso que se ha dicho en el
Concilio Vaticano II sobre él: «Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuerza de
cría-
(18) San Pablo, Iaá Corinth., I, 19-25.
(19)
Gilson,
op. cit., p,lg. 29.
(20) José Férrater Mora, Diccionario de Filoso/la, Buenos Aires; torial Sudamericana, 1951, p,lg. 47.
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tura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin
. embargo,
ilimitado en sus deseos
y llamado a una vida superior.
Atraído por muchas solicitudes, tiene que elegit
y renunciar. Más
aún, como enfermo
y pecador, no raramente hace lo que no quie­
re hacer
y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello
siente en sí mismo la divisi6n que tantas
y tan graves discordias
provocan en
la sociedad» (21).
Pues el hombre refleja en su constituci6n los varios elemen­
tos integrantes del mundo que le rodea (físico, orgánico, síqui­
co)
y por eso vio en el Dem6crito un microcosmo, un compen­
dio del universo; pero supera también el mundo que le rodea, en
cuanto que posee un alma racional espiritual. A esta dimensión
racional, espiritual, de su ser, debe el hombre el puesto preemi­
nente que en el cosmos ocupa,
la dignidad que su libre albedrío
le confiere (22). Pues en la naturaleza humana se sintetizan todas
las perfecciones de los seres inferiores,
y, a la vez, participa de
las de los superiores, tendiendo a una semejanza más perfecta
con Dios, lo cual le
coloca en

un lugar privilegiado en el orden
de la creaci6n. Sin embargo,
el alma humana, que es perfectísima
respecto de todos los seres inferiores, a la vez ocupa el
ínfimo
lugar

en la
escala de las sustancias intelectual~s, teniendo que su­
plir con el conocimiento sensitivo las deficiencias del intelecti­ vo (23 ). De todos modos, los avatares a que se
halla sometido el
género humano, por sus conflictos internos, por sus tensiones
entre el amor y el odio, propios de su naturaleza ag6nica, no
justifican los errores de nuestro tiempo, consistentes en preten­
der desconocer lo eterno en el hombre; pues ocurre que sus fa­
cultades espirituales, aun cuando estén particularizadas e indivi­
duadas en su contextura ontológica, tienen una tensión hacia lo
universal, se abren a una panorama de trascendencia. Este lo sin-
(21) Juan Pablo II, op. cit., pág. 44.
(22) Antonio Truyol, «Derecho natural», en Nueva Enciclica Juridica,
Barcelona, Ed. Sebr, 1950, t. I, pág. 784.
(23) Guillermo Fraile,
Historia de
la Filosoffa, Madrid, BAC, 1966,
t. II, pág. 972.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
tetizó Novalis en aquellas palabras: «Ser hombre es tanto como
set universo».
Habida cuenta de lo anterior, lo natural sería que el hombre
gozase
de un camino de perfecci6n infinita. En la actualidad, no
obstante, la vida humana se
ha puesto imposible de soportarla,
por aquello de que las condiciones del hombre se hacen cada día más inhumanas. Como
ha escrito Jacques Maritain, «parece que
si las cosas continúan en ese sentido, la tierra será habitable -se­
gún la vieja expresión de Aristóteles-- únicamente para las bes­
rías o para los dioses» ( 24 ). Y ello está sucediendo así porque
se ha

matado
lo trascendente en la vida personal. La persona in­
dividual ha .abdicado en provecho del
hombre colectivo y, como
secuela, se ha endiosado a
la sociedad, en vez de buscar razona­
blemente una integración entre la
personalización y la socializa­
ción. Y por esta abdicación hemos cortado nuestra relación con
el infinito, nos hemos aislado del universo o, si se quiere hablar
más concretamente, hemos renegado de Dios (25). Entonces nos encontramos viviendo la tragedia de que las enormes conquistas
técnicas logradas
y proyectadas para el futuro no van de acuer­
do con
el progreso moral y espiritual del hombre, quien trocado
en un ser hedonista está obsesionado por el placer como último
fin de su vida. En este contexto
--<:omo señala

Juan Pablo II-,
el hombre, en cuanto hombre, ¿se desarrolla y progresa o por
el contrario retrocede y se degrada en su humanidad?
¿ Prevale­
ce entre los hombres, «en el mundo del hombre», que es en

mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal?
¿ Crecen de veras en los hombres, entre los hombres, el amor
social,
el respeto de los derechos de los demás -para todo hom­
bre, nación o pueblo--, o, por el contrario,-crecen lw egolsmos
de varias dimensiones, los nacionalismos exagerados, en lugar del
auténtico amor de patria, y también la tendencia a dominar a los
(24) Humanismo integra/,; problemas temporales y espirituales de una
nueva-cristiandad, Santiago de Chile, 1947, pág. 43.
(25) Arthur Koestler, La éf1oca del anhelo, Santiago de Chile, 1951,
págs. 156-157.
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UNO RODRIGUEZ-ARIA.S BUSTAMANTE
otros más allá de los propios derechos y méritos legítimos, y la
tendencia a explotat todo el progreso material
y técnico-produc­
tivo exclusivamente con finalidad de dominat sobre los demás o
en favor de
tal o cual imperialismo? (26). Es evidente que en
estas circunstancias

--como recoge muy certeramente
Juan Pa­
blo
II-, «el hombre, por tanto, vive cada vez más en el mie­
do»
(27). Y es que vive sumergido y esclavo del mateo de una
civilización consumística, que consiste en un cierto exceso de
bienes necesatios al hombre, a las sociedades enteras -y aquí se
trata precisamente de las sociedades ricas
y muy desatrolladas-,
mientras las demás,
al menos amplios estratos de las mismas,
sufren el hambre, y muchas petsonas mueren a diatio por inedia
y desnutrición. Asimismo, se da entre algunos un cierto abuso de
la

libertad;
que va unido precisamente a un comportamiento con­
sunústico no controlado por la moral, lo
cual limita contempo­
ráneamente la libertad de los demás,
es decir, de aquellos que
sufren deficiencias relevantes
y son empujados hacia condiciones
de ulterior miseria e indigencia
(28). En definitiva: el hombre
de nuestra época ha olvidado que siempre necesita el
freno de la
moral,
pues ésta es la única que puede hacerle triunfar de su
agónica naturaleza humana, convirtiéndole en un ser de grande­
za. Así, recordando la doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre
el pecado, León
XIII advierte que «la posibilidad de pecar no es
libertad, sino esclavitud», ya que al pecar el hombre
«es movi­
do por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza».
Y,
concluye: «... es lo que había visto con bastante claridad la fi­
losofía antigua, especialmente los que enseñaban que sólo el sa­
bio era libre, entendiendo por sabio, como es evidente, aquel
que había aprendido a vivir según la naturaleza, esto es, de acuerdo con la
llloral y

la virtud»
(Libertad, 5: Al 8,21)7 (29).
(26) Op. cit., pág. 49.
(27) Ibld., pág. 46.
l28) Ibld., pág. 54.
(29) José Luis Gutiérr~ Garcla, Conceptos fundamentales én la áoc'
trina sociaÍ de la Iglesia, Madrid, Centro dé Estudios Sociales del Valle de
los Caldos, 1971, t. II, pág. Tl3.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
Pues es incomprensible que el hombre de nuestro tiempo,
pleno de atributos intelectuales y orgulloso de sus grandes con­
quistas técnicas y materiales, haya perdido de vista que por su
propia esencia espiritual se encuentra
unido a Dios por el cor­
d6n umbilical de la creación.
No comprende que .es una estulti­
cia pretender romperlo, ya que al hacerlo se hunde más en la miseria, propia de su misma configuración humana. Por eso es
menester motivar al ser humano para que de una vez por todas
comprenda y acepte su
ser cristiano, para que pueda volver a
retomar su auténtico sentido cósmico) hoy día que abiertamente
hemos tomado conciencia del espacio y del mundo extraterrestre,
para lo cual nada puede ayudamos más que
la visión universa­
lista
y trascendente del Cristianismo. Porque, proyectado en la
universalidad, el hombre tomará más conciencia de su autonomía,
de su ser espiritual, que le ha sido otorgada para ejercer su
li­
bertad, mediante la cual únicamente puede tomar conciencia de
sí mismo, por cuan.to que la libertad no es
tan sólo un dato so­
ciológico, sino un hecho ontológico, vale decir, en cuanto
ser del
hombre.
Pues tan sólo en la libertad el hombre podrá encontrar el
medio adecuado para superar la agonía siguiendo el camino se­
ñalado por los mandatos divinos. Claro es que se entiende que
en lo más profundo de esta
conciencia libertaria debe anidar
siempre el sentido de
la responsabilidad moral de que nos habla
Juan Pablo II (30), que habd de asumir el hombre para el cum­
plimiento de su destino.
Ya que, llegada la hora del «juicio fi­
nal», podrá escuchar serenamente el veredicto del Juez Supre­
mo cuando le
diga: «Venid,

benditos de mi Padre, tomad pose­
sión del reino preparado para vosotros desde la creación del mun­
do. Porque tuve hambre
y me disteis de comer; tuve sed y me
disteis de beber;
peregriné y

me acogisteis; estaba desnudo y me
vististeis; enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a verme».
Entonces es también natural que tú, hombre justo, respondas: «Sefíor, ¿cuándo te vimos hambriento y te .alimentamos, sediento
(30) Op. cit., pág. 57.
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LINO RODRIGUEZ-ARIAS BUSTAMANTE
y te dimos de bebet? ¿Cuándo te vimos petegrino y te acogi­
mos, desnudo
y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la
cárcel
y fuimos a vette? Y recibirás la misma respuesta por El:
«En verdad os digo que cuantas veces
hicisteis eso
a uno de mis
hermanos menores, a
Mí me lo hicisteis» (31). Empero esta es­
cena optimista está lejos de set
válida para
nuestra
época, en la
que más bien tiene cabida aquella admonición dura
y tajante que
pronunciaran los labios divinos: «Apartaos de
Mí, malditos, al
fuego eterno» (32), sencillamente porque
--0>mo observa
Juan
Pablo II-, «todos
sabemos bien

que las zonas de miseria o de
hambre que existen en nuestro globo, hubieran podido ser «fet­
tilizadas», en breve tiempo, si las gigantescas inversiones de ar­
mamentos que sirven a la guerra y a la destrucción, hubietan
sido cambiadas en inversiones para el alimento que sirvan a la
vida» (33 ).
7. La proyección del "hombre comunitario" en la sociedad
actual.
Ciertamente que es vetaz el pensamiento de Alberto Cartu­
relli
-recogido más
arriba-, cuando. contempla al hombre en
triple dimensión humanizando
así el

cosmos. Este hombre que
es capaz de sometet a los
setes inferiores,

de religarse con Dios
y de dialogar con los otros hombres, es nuestro hombre cristia­
no, con hambre univetsal y con sed de humanidad. Es, por eso,
que al «hombre cósmico humanizado», que vislumbra Caturelli,
hemos de imprimirle una nueva proyección para que pueda lle­
var a cabo eficazmente la
evangelización de la sociedad actual,
es decir,

hemos de hacet de
él un «hombre comunitario cósmico»
a
fin de supetar los conceptos del «hombre individualista» y del
«hombre colectivo» que het0os cono.ciclo históricamente. Porque,
tanto el uno como el otro, han ·roto el cordón umbilical de la
(31) San Mateo, 25, 31-40.
(32) !bid., 25, 41.
(33) Op. cit., pág. 58.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
Creación, convirtiendo así al ser humano en un náufrago que vive a la intemperie, cuando
el hombre nunca debe dejar de ser per­
sona aun cuando viva en el seno de la sociedad. El hombre individualista ha sido hecho para vivir en solita­
rio, dando rienda suelta a su egoísmo y sin importarle para nada
las cosas de los demás. De
allí que cuando hoy día se agolpa en
las grandes urbes nos aparece atolondrado y sin saber a qué ate­
nerse, movido por impulsos
y anárquicamente. Y por lo que se
refiere al hombre colectivo, se ve que ha sido hecho para vivir
en rebaño
y manipulado por resortes, que le han convertido en
un autómata que es manejado a control remoto> sin la más míni­
ma expresión de iniciativa individual y absolutamente aprisiona­
do en la gran telaraña tejida por
el leviatán estatal.
Entonces, ¿qué es
el hombre comunitario al cual investimos
de los atributos cristianos
y aspiramos a que se «derrame» por
el cosmos con un sentido de humanidad?
Es. aquél
que ha sabido
tomar conciencia de su existencia sensitiva, intelectual
y espi­
ritual «en comunión» con los otros hombres sin hacer dejación de su propia personalidad, a pesar de su «amplia dimensión so­
cial» (34 ). Es el hombre que contempla Juan Pablo II como «ser
comunitario
y social en el ámbito de la propia familia, en el ám­
bito de la sociedad
y de contextos tan diversos, en el ámbito de
la propia nación, o pueblo (
y posiblemente sólo aún del clan o
tribu), en el ámbito de toda humanidad» (35); pues la exigencias
de la

socialización de nuestro tiempo no están en contraposición
con las múltiples iniciativas sociales que --de acuerdo con
el
pensamiento de Juan XXIII-habrán de gozar de una autono­
mía efectiva

respecto de los poderes públicos para
alcanzar sus
intereses

específicos con relaciones de real colaboración mutua
y
con subordinación a las exigencias del bien común, presentando
dichos organismos forma
y sustancia de verdaderas comunidades,
a fin de que sus respectivos miembros sean en ellos considera-
(34) Lino Rodríguez.Arias B., ¿Dios a muerto?, Madrid, Ed. Eura­
mérica, 1957, pág. 65.
(35) Op. cit., pág. 43.
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UNO RODRIGUEZ-ARIAS BUSTAMANTE
dos y tratados como personas y sean estimulados a tomar parte
activa en su vida (36). · Pues en este mundo alocado de hoy, el hombre tan sólo ubi­
cado en el marco de las comunidades, está en capacidad
de tomar
conciencia de su proupia dignidad y de su propia seguridad en
una relación de participación en la obra divina mediante el amor
y
.la caridad.

La caridad que es el corazón
de la vida cristiana.
Gracias a ella circula por la vena de todas las virtudes la vitali­
dad misma de Dios; que nutre y perfecciona la vida nueva de sus
hijos (37).
Participación con un sentido comunitario -como
tniembros de la comunidad humana- y al servicio de la revolu­
ción de Cristo, por la redención de los pobres del cosmos. Sin
rehuir el sacrificio de la Cruz, que no sólo lleva a la muerte, sino a su posible traducción en vida; ni temer a la soledad del
Calvario, que es reveladora de la transformación de la soledad
del pecador en libertad de conversión, de amor y de obedien­
cia (38).

Y de rebeldía, cuando el orden social instaurado es in­
justo a la luz de la ley natural. Todo ello sin destnitificar
y cir­
cunscribir a Cristo en lo humano a su contenido histórico, temor que apunta Juan Vallet de Goytisolo al referirse a los movimien­tos sociales de nuestro tiempo (39), pues no se trata de hacer de
Su figura un agitador revolucionario, sino una fuente
perenne
de

Amor y de Justicia inspiradora de las acciones humanas de
los hombres cristianos. Porque «en nuestra época
--es~ribe Juan
Pablo

II- ha crecido enormemente la conciencia social de los
hombres y con ella la necesidad de una correcta participación de
los ciudadanos en la vida política de la comunidad, teniendo en
cuenta las condiciones de cada pueblo y del vigor necesario de la
autoridad pública. Estos son, pues, problemas de primordial im-
(36) Mater et Magistra, Panamá, Acción Católica de Caballeros, 1961,
pág. 17.
(37} A. Huerga Teruelo, «Caridad, lb, en Enciclopedia Ger, Madrid,
Ed. Rialp, 1971, t. 5, págs. 87 y sigs.
(38) Manuel José Rodríguez M., «Jesucristo, III», en Enciclopedia
Ger, Madrid, 1973, t. 13, pág. 457.
(39)
Más sobre temas de hoy, Madrid, 1979, pág. 111.
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¿QUE ES EL HOMBRE CRISTIANO?
portancia desde el punto de vista del progreso del hombre mismo
y
del desarrollo
global de su humanidad» (40).
A este respecto, tenemos que organizar a los grupos huma­
nos en
comunidad de participaci6n, que suponen una estructura­
ci6n asociativa de las empresas, una motivaci6n de las concien­
cias para ello y la dignificaci6n de la persona humana. Y a que
participar implica el criterio de colaborar los hombres en las ta­ reas comunes. Esto no es nada fácil conseguir, ya que cada cual
-frecuentemente---- tan s6lo se interesa por aquello que le afec­ ta personalmente, mejor dicho, que le atañe a su egoísmo indi­
vidual. Es por eso que, como ha dicho Juan Pablo II, «no se
avanzará en

este camino
difícil de las indispensables transforma­
ciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza
una verdadera conversi6n de las mentalidades y de los corazo­
nes» (41). Y en esta direcci6n, de hallarse predispuesto a abrir sus «esquemas mentales» hacia los demás semejantes, el mejor
situado es el cristiano, que al encontrarse unido a los otros hom­
bres por el principio de la caridad, sobrepone a su acci6n egoís­
ta su actividad comunitaria de «amor al prójimo», que es una
consecuencia natural de la «fraternidad cristiana», como miem­
bros de filiaci6n divina, por cuanto que todos los hombres somos hijos de Dios, hijos del Espíritu y, en última instancia, como ya
dijimos más arriba, hijos del Amor. Somo iguales entre sí en el amor y en el goce de los bienes y en
el derecho a la paz social,
a la justicia y al bien común, que son los pilares sobre los que
se levanta la
ciudad de Dios ( 42).
Unicamente procediendo así conseguiremos que
la sociedad
actual
se enrumbe por los caminos de la paz social, en una or­
ganizaci6n de convivencia humana, en la que el hombre cristiano
vuelva a enarbolar la antorcha de
la justicia, para motivar fra-
(40) Op. cit., págs. 63-64.
(41)
Ib/J., pág. 56.
(42) Lino Rodríguez-Arias Bustamante B., ¿Qué es el hombre?, Filo­
sofía y Derecho. Estudios en honor del profesor José Corts Grau, Universi­
dad
de Valencia, España, Secretariado de Publicaciones, 1977,
t. 11, pág. 42.
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LINO RODRIGUEZ-ARIAS BUSIAMANTE
ternalmente a todos los hombres a que depongan sus odios, en­
vidias y rencores, a fin de que, mediante una «acción comunita-.
ria», construyan una Nueva Sociedad, en la que al prevalecer el
bien común' se salvaguarden la dignidad y la libertad de la per­
sona humana.
BREVE SINTESIS DE MORAL SOCIAL, NATURAL
Y CRISTIANA
MIGUEL IBAREZ PEREZ
l. DOCTRINA SOCIAL CRI9TIANA
II.
PRINCIPIO DE NO
CONTRADliCCION
III. LIBERTAD, DIGNIDAD, RESPONSABILIDAD
IV. PROPIEDAD PRIVADA Y

BIEN
COMUN
V. CUERPOS INI'ERMJIIDIOS Y PRECEPTO MORAL DE

SUB­
SIDIARIEDAD
VI. EL ERROR MODERNO
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