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Número 211-212

Serie XXII

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La verdadera monarquía (II)

LA VERDADERA MONARQUIA ( Continuación)
POR
GABRIEL A.LPllRBZ CALLEJÓN
4.6. Hereditario.
Para completar el análisis que estamos realizando, vamos a
referirnos ahora a la tercera nota o cualidad propia de la
Mo­
narquía auténtica, o sea, a su carácter hereditario.
Como dice Maurras, «El jefe hereditario queda muy por en­
cima, en orden a la utilidad, acierto y eficacia de su acción, so­
bre cualquier otra clase de jefe». «El instinto público, cuando repite con el cantor homérico
palabras en griego, no expresa otra cosa que el conjunto de las confusas experiencias que lo han guiado en algunas ocasiones». «Pero al confrontar las experiencias del género humano con
las meditaciones del espíritu, el héroe de Homero, el sabio entre
todos los griegos, se apresura a añadir: un rey, el híio del
rey»;
es

decir, la Monarquía (88). El soberano hereditario se encuentra en las mejores condicio­
nes para gobernar bien, pero no porque haya recibido especiales
carismas o virtudes transmitidas por la sangre (89). «El punto más controvertido de la Encuesta sobre la Monar­
qula se refiere precisamente a la razón de ser del poder dinástico,
cuya belleza no deben oscurecer ligeras dificultades». Apenas
hay exageración en decir que la realeza es la herencia de
la Co­
rona, y

que la herencia es la ley de la sucesi6n en el poder real.
(88) Maurras, op. cit., pág. 90, y reedici6n Círculo, pág. 77.
(89) Idem, id.,
pág. 92, y reedici6n Circulo, pág. 78.
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No se trata, por consiguiente, de una herencia biológica. Maurras
nunca dijo que el buen gobierno «se deba a virtud alguna de la sangre (90). Como escribió Balmes, a los ojos de una filosofía superficial
la Monarquía hereditaria puede parecer una necedad incompren­
sible, pero
«a los
ojos de una filosofía profunda, es una de las
ideas más grandes
y felices de la ciencia política» (91).
Lo que Maurras estima como mayor ventaja de
la Monar­
quía hereditaria es la superación del primitivo procedimiento
para nombrar al Jefe del Estado mediante elección u otras for­
mas alternativas como
la imposición del más fuerte, que, frente
a múltiples inconvenientes, tampoco producen el resultado de
designar al mejor.
4.6.1. Eliminación de todo antagonismo.
Es lo que muy gráficamente expresa Lope de Vega, en Los
novios de Honachuelos,
cuando pone en boca de sus principales
personajes el siguiente diálogo que trascribimos actualizado:
Lope Meléndez:
En el principio del mundo,
el que tuvo más valor fue proclamado Señor.
Mendo:
Hízose herencia después
para. excusar disensiones
en las nuevas elecciones.
(90) Idem. id;, pág. 92, y reedici6n Circulo, pág. 78.
(91) Balmes,
Anlolog(a pÓÍltica, núm. 549, Obras, 24, VI, 499.
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LA VERDADERA MONARQUIA
Y fue común interés
de los pueblos, para
dar
amparo y fuerza a las leyes,
el homenaje a los reyes
que los
han de gobernar;
quienes tal prestigio encierran,
que los

tiene y los aclama
el común, y
. Dios

los llama,
Vice-dioses en la tierra.
El rey hace
confluir en él la adhesión y el amor de todo el
pueblo, puesto que se identifica con la patria a la que está vincu­
lado a través de la Dinastía. El rey puede recibir el homenaje
de todos,

porque representa a la nación y a la historia y nadie
puede sentirse ofendido por su honor
y su gloria, ya que en
cierto modo participa de ellos (92). «La Monarquía hereditaria, escribe Balmes, no deja
al hom­
bre

recelos,
ni peligros a la institución, ni a la ambición estímu­
lo
.... El problema del poder público
envudve tres
partes: orden,
estabilidad y bondad. Pues bien, estas tres condiciones se
hallan
satisfechas en la institución monárquica de una manera admirable.
Para
el mantenimiento del orden, se depositan en las manos del
rey inmensos recursos; para garantizar la estabilidad se cierran
las puertas a la ambición asegurando el mando, no sólo al so­ berano, sino a toda su descendencia; para fomentar su bondad,
se eliminan las causas de las pasiones comunes, pues, ¿qué co­
diciará quien todo posee? ¿ A quién envidiará quien es conside­
rado casi como una divinidad? ¿C6mo va a
tener deseos
de
venganza quien

no puede recibir injurias y
es objeto de

constan­
te homenaje? ...
La region en que moran, la educáción que re­
ciben y las ideas que se les imbuye podrán en algúri caso facilitar
la molicie, pero nunca conducen a
la perversidad» (93 ).
El
rey llegó al trono de forma natural, sin provocar odios
(92) Maurras, op. cit., pág; 95, y reedición Clrculo, pág. 81.
(93) B"1me<, Anto!ogla polltica, núm. 547, Obras 54, VI, 528-529.
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y luchas entre partidarios de diferentes candidatos. El rey no es
un competidor (94). No debe a nadie su suerte, sino al naci­
miento
y nadie se puede sentir ofendido o derrotado por d acceso
de aquél al trono. La Monarquía
hereditaria elimina

las ban­
derías,
los enfrentamientos

de facciones
y las querellas intestinas.
Además, la transmisión hereditaria del poder es el único
medio de escapar al cesarismo totalitario, consecuencia fatal de la democracia igualitaria, especialmente cuando adopta formas ple­
biscitarias (95). «Es un sueño pretender que, en todo momento de
la vida
de un pueblo haya a
la cabeza del Estado el espíritu mejor do­
tado o el carácter más capaz» (96). Como dice Balmes,
« ¡Desgraciado

el pueblo que para sos­
tener el orden necesita un hombre extraordinario»! (97). «Si de todos modos alguien quiere perseguir esta quimera,
no tiene más que un camio o: que una comisión de examen fun­ cione permanentemente hasta que se logre saber quién es el
mejor de todos; con la reserva todavía de que, en las profun­didades de
la pob1ación, no se halle alguien oculto que le aven­
taje. Que nadie se sonría ni me acuse de establecer una
hipó­
tesis de matemático loco». «Si se mira al fondo de la psicología de
la democracia, la
carrera desenfrenada hacia ese meior enemigo de lo bueno, cons­
tituyen el resorte moral constante del régimen, el aguijón de los
mejores, el pretexto de los peores, sin que por ello resulte más seguro el progreso bajo ningón aspecto;
y esto es lo que hace
que el Estado no tenga sosiego ni el gobierno reposo. A pesar
de los·

períodos de tranquilidad aparente,
la perturbación late
sin cesar: ¿quién no es
el mejor?; ¿quién no es el más digno?;
y, ¿quién no pretende serlo? .... El régimen electivo podría de­
finirse,

en psicología teórica, como un antagonismo permanente
(94) Maurras, op. cit., pág. 95, y reedid6n Círculo, pág. 81
(95)
Carta de

Eernest Renan,
citada ·por Maurras, de

fecha 14 de
enero de

1852.
(96)
Mauttas, op. cit., pág. 93, y reedición Círculo, pág. 79.
· (97) I!almes, Anto/og/a polltica, núm. 4n, Obras, 63, VI, 404.
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LA VERDADERA. MONARQUIA
de millones de nuestros . yo respectivos o de los delegados de
nuestros yo» (98)..
Los

antagonistas se consideran siempre como los mejores y
más preparados. Casi nadie se cambiaría
intelectualmente por
otro;
cada cual desprecia al otro y pretende aplastarle.
Natural es, pues, que en él todo sean intrigas, encuestas,
votaciones, discusiones, batallas, que tanto perturban al Estado
como minan la unidad de toda
la nación. El triunfo del uno im­
plica necesariamente la derrota del otro. Y casi nadie se confor­
ma con ser el vencido, por lo que, desde el momento de su fra­ caso, se afana en preparar
la revancha.
«Como el debate tiene invariablemente por objeto saber
cuál
es

la mejor cabeza del país o cuál su corazón mejor templado,
una de las consecuencias naturales del mismo será el convertir en número creciente cada día, alguno de los más preciados va­
lores de la inteligencia y hasta del espíritu, en unos amargados, en unos descontentos, siempre pendientes de una repetida
que­
rella

por eternas revanchas de amor propio o
de interés. Así
ocurrirá que

auténticos valores en
la ciencia, en la industria, el
arte e incluso
la caridad, salgan de su campo propio, por lo de­
más
contaminado,
para agitar dominios colindantes y perturba­
dos con el" eco de suS agrávios».
El Jefe del Estado representa a la nación, pero, ¿quién la
representará mejor?; ¿ quién es elegido por
una parte de la po­
blaci6n actual y por un breve período de tiempo,, o quién por
pertenecer
. a

una estirpe continua abarca el
pasado· y el futuro
además de a todos los presentes al no deber su puesto a unos
en contra del parecer de otros? Y, ¿cómo puede ser verdadera­
mente neutral y objetivo entre quienes le combatieron quizá
ferozmente y quienes le encumbraron y dieron la victoria? Siem­
pre hay aquí unos
vencidos que estarán, desde el momento de la
derrota, soñando con la revancha o el desquite, y unos triunfa­
dores que posiblemente se sientan tentados de abusar de su
éxito.
(98) Maunas, op. cit., p,lg. 94, y reedici6n Círculo, pág. 79
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
El breve períodó del mandaoo presidencial no estimula al
Jefe temporal para acometer grandes empresas de larga duración.
Y por la misma razón, retrasará los problemas que se pre­
senten para dejárselos al que venga detrás. Buscará el éxito fácil y
la adhesión de nuevos votantes para
su candidatura si se vuelve a presentar a la elección. El rey sabe, por el
contrario, que

su
tiempo es ilimitado. Las
grandes

empresas las coronará su hijo o su nieto; y preferirá no
dejarles problemas si los puede resolver
él.
A las anteriores razones hay que agregar que, la nueva pro­
fesión de los políticos, en
la república o democracia, acota para
sí el terreno en vez de dejarlo abierto para todos como exige el
dogma
(99).
Sigamos con Maurras: «Pero, supongamos que por una vez
se da en el más inseguro de los blancos.
Y a tenemos al ciuda­
dano más capaz elevado sobre el pavés. Pues bien, aun así, no
se
ha acertado. ¿Por qué? Pues porque capacidad general e in­
cluso cívica
y capacidad benéfico-política son cosas distintas.
El caso excepcional de Napoleón Bonaparte lo demuestra ... Supo
dirigir, fue

sobresaliente en
el mando, pero con todo, fue poco
sensible a
la preocupación de tratar con cuidado los intereses
del bien público que pretendía
servir. Por otra parte, el medio
empleado para alcanzar el poder le obligaba a estar siempre en
guardia ante el temor de que otros intentaran igualmente
utili­
zarlo~.
«El

bien y el anhelo públicos reclaman
por igual la

estabili­
dad, la tranquilidad,
. la confianza, en

vez de estos funestos. re­
levos. Al perpetuo cambio corresponden una inquietud y males­
tar. continuos. Esto está comprobado . . . El mal que hay que
eliminar . es
la confrontación: de los méritos, de los talentos . o
de las ambiciones. El soberano hereditario está libre de rivali­
dades y

nadie pretende emularle o competir
eón él» ( 100) .
. El
régimen colectivo,

por el contrario, lleva implícto en sí
(99) Idem. id., pág. 94, y reedici6n ürculo, pág. 80.
c100¡ . rc1em. id.; pág. 94, ;, reedid&n árcu!o; pág. so. ·
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LA VERDADERA MONARQUIA
un esencial enfrentamiento: todos cteen ser el mejor, incluso los
peores. Y todos pretenden imponerse a los demás. La concurrencia competitiva es opuesta por naturaleza a
la
armonía y la paz.
En principio, el rey no reúne mejores condiciones ni peores
cualidades que los restantes ciudadanos; biológicamente no es mejor que otros. Pero en
la práctica, ya veremos cómo conflu­
yen en él múltiples circunstancias que hacen que se encuentre en una optima
situación para

representar bien su papel y reali­
zar con eficacia su cometido.
4.6.2. Algunas abjeciones: el hijo tonto, la minoría de edad.
Es frecuente el argumento elemental contra la Monarquía,
propio especialmente de personas de escasa preparación intelec­ tual, del hijo tonto. ¿Por qué no ha de
elegir el pueblo a sus
gobernantes?
¿ Por

qué se ha de exponer a ser gobernado por
un malvado o un imbécil? Así habla
el sofisma, dice Balmes.
A lo que podríamos contestar con Maurras: Efectivamente,
puede ocurrir que de unos padres normales y hasta inteligentes
nazca un deficiente mental. Pero la naturaleza puede producir
también, en contrapartida, .el caso contrario: que de unos padres
mediocres e incluso tarados nazca un niño inteligentísimo, con
lo que, en la teoría y en la práctica, queda restableqido el equi­
librio. Pero, además,
¿es. que

los componentes de una asamblea son
genios ejemplares? La experiencia nos muestra con frecuencia
lo contrario; y por añadidura, los motivos que determinan
la
elección son . múltiples y variados y no todos ellos honestos o
admisibles: la propaganda, el soborno,. la ambición,
el temor,
la envidia y hasta el deseo de
eliminar a

los contrarios más in­
teligentes y mejor situados en
la pru_eba, votando a los menos
listos o mediocres para poder
así manejar
con más facilidad a
los peor dotados. En más de una elección a
la Presidencia de la ·Repiíblica fran-
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
cesa, algún destacado político no tuvo reparo en manifestar que
habla votado por el más tonto. (Clemanceau, con referencia a
Camot).
Maurras agrega

al nombre del mencionado, los de Grévy,
Périer, Faure y Lobet (101). El mayor elogio fúnebre para al­
gunos Presidentes
fue que

no hicieron
nada: no se metió en
política;
de;6 hacer a los partidos; no disolvió las Cámaras an­
ticipadamente; no adquirió
ningún compromiso especial con po­
tencias extranjeras, etc.
En la Monarquía, cuando el heredero no reúne las debidas
condiciones, existen mecanismos completísimos y muy consoli­
dados que solucionan el problema, como son la tutoría, la re­
genci¡¡ y

hasta la incapacitación, de modo
anák,go a
como
existen
otras

instituciones similares en la esfera privada, aunque con
otras finalidades específicas, como son la tutoría, el Consejo de
Familia, el Protutor, etc., que salvaguardan los intereses del me­
nor o incapacitado. Dispositivos que, por el contrario, no exis­
ten ni pueden existir en las decisones colectivas que, por esta
causa, a más de por otras a las que después aludiremos, resultan
peligrosas o agravadas. A las masas no se las puede incapacitar,
y la experiencia democrática enseña que, el resultado es el go­
bierno de los peores por medio del sufragio universal que re­
presenta el triunfo del número sobre la calidad; de la cantidad
sobre la competencia. El sufragio universal, además de absurdo
e irracional, está falseado.
El rey mediocre, o mejor, corriente que es el supuesto nor­
mal, tiene siempre, por añadidura, el asesoramiento de sus Con­
sejos, que, por tratarse de una persona individual son imprescin­
dibles en la gestión pública, ya que es imposible que esté ca­
pacitado para todo,
y que, en el principio o mando colectivo,
a la inversa, pueden eludirse y efectivamente se eluden, con el
pretexto de la multiplicidad de pareceres en el órgano decisor.
Aunque el triste período en que reine un monarca de pocas
luces pueda acarrear perjuicios, son siempre mucho mayores,
(101) Idem. id., pág 186 y nota.
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LA VERDADERA MONARQUIA
como demuestra la historia, los que derivan de los regímenes de
asambleas que, con frecuencia han hecho lo peor.
Se trata ciertamente de un
ma:l, pero
es un
ma:l que puede
ser corregido, que está previsto
y que cuenta con adecuados me­
canismos de correción. Los derivados de asambleas-
están deter­
minados

por la irresponsabilidad, no están previstos,
y desgracia­
damente es difícil que tengan solución. Otro inconveniente que se atribuye a la Monarquía heredi­
taria es la minoridad del sucesor en la Corona,
cuaindo antes

de
llegar a la
mijyor edad

es llamado a ocupar el trono.
Las
minorías de

los titulares de la Corona son sin duda un
inconveniente de cierta importancia, pues se presta a intrigas y
manejos de quienes le rodean y quieren ejercer el poder.
La solución es también, como en el supuesto anterior de
fa:lta
de talento, el funcionamiento de instituciones previstas para el
caso, que suplan al monarca durante el período de infancia.
Lo procedente es establecer una buena regulación de la Re­
gencia, cuanto más automática mejor, que aleje
cua:lquier aspira­
ción

de injerencia ajena. Y que la minoridad no se prolongue
más de lo indispensable. Normalmente, fijada la
mayoría de

edad para cualquier ciuda­
dano a los 18 años, podría ser también la señalada para la ple­
na capacidad real, pues antes, posiblemente, no estaría suficien­
temente preparado para asumir las graves responsabilidades del cargo. Y aunque éstas son bastantes más complejas
y trascenden­
tales que

las de los ciudadanos corrientes, el asesoramiento y la
colaboración de las instituciones complementarias de
-la

Monar­
quía harán ciertamente que venza
airosamente las

dificultades
que pueda encontrar en el desempeño de su misión.
4.6.3. Competencia y preparación del Jefe del Estado, en la
Monarquía y en la_ República.
Pasemos a:hora a la competencia o preparación.
La política es demasiado-
difícil y compleja y con muchos
intereses contrapuestos para que se deje a la
fantas!a y voluntad
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
de cada ciudadano. Todos estamos interesados en ella, pero no
por eso debemos intervenir todos, indiscriminada y decisivamen­ te en
la misma. También todos necesitamos albergue, comida,
vestidos
y zapatos. Y sin embargo, no por ello construimos nues­
tras viviendas, cultivamos la tierra para conseguir alimentos,
fa­
bricamos nuestros vestidos y nos hacemos nuestros zapatos, sino
que procuramos que sea el personal más competente el que se
ocupe de los distintos menesteres, que, naturalmente, le retri­
buimos. Cuando una persona se siente enferma acude a un médico, y
no consulta su mal y pide el remedio a una asamblea de vecinos. Toda profesión u oficio requiere una preparaci6n adecuada.
La actividad política es extraña a la habitual de cada ciuda­
dano, como ya se
ha indicado y se comprende fácilmente. Aun
personas muy inteligentes carecen de
cua!lidades para
ejercer
con acierto esta difícil profesión. Se pueden tener muchos co­
nocimientos en determinada materia y no ser competente en po­
litica. Y a los representantes populares, en la democracia, se les atribuye la decisión
en cuestiones de suma transcendencia, de las
que normalmente no entienden, como puede ser la energía atómi­
ca, las relaciones internacionales, los planes de enseñanza, la or­
ganización de la economía o la defensa nacional. Al mayor número de
los -electores

les falta el conocimiento
necesario, que tampoco se esfuerzan por adquirir, para llenar
debidamente su cometido . . . La ignorancia y la molicie falsean,
pues, por su base,
el derecho electoral. La libertad política por
él expresada pesa en la balanza de la razón mucho menos de lo
que se cree ( 102).
Si se interrogase previamente o se examinase a los diputa­
dos sobre las materias en que han de resolver, seguramente, la
mayoría tendrían· que manifestar que nada entendían del asunto
o al menos que no
dominaban la-materia profudamente ( 103 ).
A su vez, los Ministros no suelen entender
y dominar los
(102) Balmes, A~tolog/a politica, núm. 619, Obras, 74, VI, 349-351.
(103) Idem. id., núm. 626, Obras, 74, VI,
355-356.
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LA VERDADERA MONARQUIA
problemas que les correspoden, por lo que tienen que encomen­darlos a subordinados técnicos. Por otro lado, úenen que com­
placer a los amigos y tranquilazar a los adversarios. Procuran sacar y destinar dinero para tener contenta
a la

clientela, en
detrimento de gastos necesarios pero
poco populares.
Es un

círculo vicioso: el elector mendiga favores al diputa­
do,
éste al

Ministro, y al llegar a la más
elevada autoridad,
en
retorno descedente los
Jefes de

los Departamentos ofrecen
fa:
vores a los ciudadanos, a costa del presupuesto de todos y a través de los diputados, para conseguir el voto de los electores en beneficio del partido que represetan. En el rey, por el contrario, su competencia en materia de
gobierno público es lógica, puesto que, desde
.su nacimiento ha
recibido una preparación adecuada para la función que más tar­
de tendrá que desempeñar. Desde niño ha estudiado para rey.
Casi nadie recibe una educación
tan concienzuda y esmerada que
garanúce el buen ejercicio de su profesión u oficio. Y hasta
podría decirse que hereda un cierto instinto pol/tico. Es bien
conocido que existen familias de artesanos en
la.s que

se conser­
van virtudes y cualidades transmitidas de generación
en generá­
ción por los progenitores a los descendientes. Incluso podríamos referirnos, apurando el símil, a
razas de
caballos

o de perros, con especiales aptitudes para la carrera o
la caza, cualidades peculiares para su
especifica función

que pue­
den darse también en las estirpes gobernantes ( 104 ). Por otra parte, no todos los ciudadanos pueden dedicarse
a la política, y los que lo hagan tendrán que abandonar sus pro­
pias actividades, o realizarán mal lo
que es

de tan capital
im­
portancia. O probablemente ejercerán deficientemente ambas
cosas.
En el rey coinciden su actividad profesional privada y pú­
blica. Su trabajo es precisamente ocuparse del buen gobierno
de

la
·nación y de los intereses generales; Por consiguiente, no
tiene que desarrollar una actividad en detrimento de la otra.
(104) Maurras, op. cit., p,!g. 104, y reedición Círculo, pág. 87.
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GABRIEL ALFEREZ CALLE]ON
El rey, por su innata superioridad, debida principalmente a
su origen, a su formación, a su experiencia y a su interés, puede,
en circunstancias difíciles, hacer uso de insospechados recursos
para enfrentarse con los problemas que surjan, por complicados
que sean.
Y si además posee inteligencia, voluntad, habilidad y pru­
dencia, vencerá sin esfuerzo
a sus posibles adversarios, aun. con­
fabulados contra él, ya que, normalmente, no pueden reunir tan
excelentes cualidades como las que, de modo natural, concurren en todo monarca como ha
señalado Bernard Shaw

en su conocida
comedia
El carro de las manzanas.
Por afiadidura, las relaciones entre las Casas reinantes y los
enlaces·
· matrimoniales
entre Príncipes constituyen facilidades
para el mejor conocimiento del mundo y la psicología de las gen­ tes, así como la resolución equitativa y acertada de las cuestio­
nes que puedan
present~rse entre

las diferentes naciones, y en
definitiva, lograr la armonía y la paz entre los Estados. Los reyes
no han querido normalmente las
guerras, que

con frecuencia
han sido provocadas por asambleas irresponsables y enloqueci­ das.
Así ocurrió en Francia con Napoleón, por no citar otros
casos más frecuentes en los que hasta se
han buscado como ins­
trumento para mantenerse en el poder. Pero quien es lo bastante prudente para no abusar de la
fuerza, debe ser también lo bastante fuerte para que nadie abuse
de su

prudencia.
4.6.4. Interés por el bien público.
El interés del rey y el de la nación son también coinciden­
tes: los resultados de su gestión le afectan ·personalmente a él
y a su familia.
Por propia conveniencia y por egoísmo, Je lnteresa gobernar
bien, pues si no
conserva el· amor de

su pueblo, se
expone a ser
abandonado por éste. Es el «patriotismo innato» de que hablaba
Bossuét.
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LA VERDADERA MONARQUIA
El rey podrá incluso equivocarse, pero, en tal caso, le in­
teresa
rectificar y no empeñarse, por amor propio o soberbia,
en mantener
el error, pues, a la larga, afectaría incluso a los
hijos que le sucedan en el trono y basta a los hijos de sus hijos, Y no hay
ningún padre normal que no desee el bien de sus des­
cendientes.
En el Congreso socialista de Amsterdan, en 1904,
J aures
alegó

que la Monarquía no hace el bien del pueblo por amor,
sino por egoísmo. Y agregaba: ¿por egoísmo inteligente?
Con,
cluyendo:

«La Monarquía es un régimen que hace el bien ajeno
sin quererlo, contentándose con buscar el suyo propio». Es
lo,
que L'Action

Franraise había dicho siempre, por lo que Paul
Boncour consideró ciertas tesis de dicho Congreso, como < eco inesperado» de las doctrinas defendidas por el citado grupo
monárquico ( 105).
El
dueño de la Corona hereditaria es al mismo tiempo su
esclavo, dice acertadamente Maurras; atado a ella como a un
terruño entrañable que es preciso trabajar para poder vivir y
perdurar (106). El rey no tiene vida privada: todos sus actos son de interés
público, y sus éxitos y sus triunfos, nacionales. Su gloria y la de la patria van unidas. Luis XIV se refería orgullosamente al «bien público para
el que exclusivamente hemos nacido» (107). Y la sabiduría
po­
pular

advierte que «el ojo del amo engorda al caballo»,
com­
prendiéndose

fácilmente que el resultado será aún más favorable
cuando al interés se junta
el amor.
Y, ¿quién cuidará mejor su casa o hacienda, el dueño que la
trabaja, vive en ella de por vida
y la trmi.smite a su hijo, o un
arrendatario o inquilino que la disfruta temporalmente y sabe
que deberá abandonarla al poco tiempo? Si el dueño no se con­
sidera suficientemente capaz
o preparado

para cultivarla bien y
(105) Maurras, op. cit., pág. 9.l final y nota correpondiente.
(106) Maurras, op. cit., pág. 99, y reedici6n Círculo, pág. 83.
(107) Idem. id.,
pág. 101, y reédici6n Círculo, pág. 84.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
cuidarla debidamente, llamará para que le asesoren a técnicos
en las
diferentes materias. Pensará en el futuro y procurará no
esquilmar la finca ni agotar la caza, la pesca u otros recursos, o
hacer las reparaciones necesarias para conservarla en óptimas con- -
diciones. Análogamente, el rey defenderá a la nación incluso
contra los posibles abusos de la generación presente que pudie­
ran perjudicar a las futuras. A un Presidente de República, similarmente al inquilino o
arrendatario, le interesará especialmente sacar los mayores bene­
ficios para sí mismo o el grupo que representa. Normalmente,
le preocupará quedar bien y no le importará eludir problemas
para dejárselos a quien le suceda en el cargo. Creemos que a
este supuesto es aplicable, con mucha mayor propiedad que a quien se le atribuye, la conocida frase: «Después de
mí el di­
luvio». Tampoco sentirá muchos estímulos para acometer grandes
empresas que él no verá terminadas.
En el rey sucede todo lo contrario. Por un lado, preferirá
afrontar los problemas que surjan y hasta anticipar su resolución,
para no dejárselos a su
hijo o

descediente como pesada herencia.
Por otro lado, no vacilará en acometer empresas de largo alcan­
ce y sin resultados inmediatos, porque sabe, que si él no los ve,
recogerá los frutos su !lijo o el hljo de su hljo.
Es

una ventaja de la permanencia
indefinida de la dinastía
fanliliar,
en

la que, junto al amor, se transmiten también las
aspiraciones e intereses, y donde no se escatima el esfuerzo de
sembrar y el sacrificio del ru'ltivo, porque se sabe que la co­
secha beneficiará a la estirpe. Los reyes no trabajan sólo para el
presente, sino fundamentalmente mirando al porvenir. Por eso, las Monarquías plantan árboles y las Repúblicas los talan.
Según
se ha dicho poéticamente, podemos contemplar muchas genera­
ciones de rosas, pero sólo una dinastía podrá asistir al desarrollo completo de una encina. Como dijo Savigny,
el hijo es el yo am­
pliado y continuado en el tiempo. Sangre de su sangre, es uno
mismo pero después. Para la Monarquía, el tiempo no cuenta,
y como en la vida de las naciones que rige, los siglos son· días.
Esta forma de gobierno
elimina los
interregnos y
vacíos de
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LA VERDADERA MONARQUIA
gestión que esterilizan esfuerzos hechos y anula obras . comenza­
das cuando los titulates del poder se sustituyen y sustentan
dis­
tintos criterios sobre los asuntos que deben resolver. El rey,
reforma sin destruir; progresa sin renunciar contando con
la
acción del tiempo, nunca con trastornos, revoluciones o violencias.
Además, la Monarquía concita mayor adhesión populat que
cualquier otro sistema, al identificarse, como hemos dicho, los éxitos de la familia y las glorias nacionales.
4.6.5. Responsabilidad y herencia.
Excepcionalmente y contra lo que naturalmente cabe esperar,
puede ocurrir que algún Príncipe se olvide de su deberes y hasta de su propio interés, despreocupándose del bien público que es
al mismo tiempo el suyo; como tatnbién ocurre en ratas ocasio­
nes en
la vida privada general cuando los titulares de un patri­
monio acumulado con el esfuerzo y el
sacrificio de
sus mayores
que se lo transmitieron por herencia, dilapidan
la fortuna recibida.
En estos casos, como dice acertadamente Balmes, resulta peor
que la misma revoltición, un rey revolucionario, porque
Ia-corrup­
ción de lo mejor es lo peor ( 108 ).
Si los príncipes olvidan el bien común y miran sólo a su
interés particular, se convierten en tiranos y labran al mismo
tiempo su ruina.
Cuando Luis XIV dijo: El Estado soy yo, suscitó el odio
contra ese Estado
omnipotente y atrajo sobre sí

el odio y los
insultos de

sus súbditos, terminando su nieto en
la guillotina.
Así expían sus faltas, tanto las familias reales como las naciones a
las que están vinculadas.
Pero estos fallos, verdaderamente anormales y contadísimos,
ne constituyen un verdadero argumento contra la Monarquía.
¿ Acaso porque en algún caso excepcional se rompiese el timón
(108) Balmes, Antología política, num. 536. Obras, 71, VI, 130.
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GABRIEL ALFEREZ CALLBJON
o se estropease la brújula, se deberá prescindir en los buques de
estos indispensables elementos de navegación?
En cualquier caso,
la responsabilidad y consecuencias por la
conducta de un rey malvado recaen sobre su persona y su
fa­
milia y no es fácil eludir la pena. Con frecuencia, los reyes han
pagado con su vida, no ya comportamientos pérfidos, sino hasta
simples errores, y no solamente suyos sino también ajenos. Y
normalmente
han ido a la muerte con dignidad. Piénsese por
ejemplo en Luis XVI, que no era precisamente un carácter va­
leroso, sino apocado y pusilánime. La identificación entre el rey
y. la nación da lugar a que los monarcas sólo se encuentren dig­
namente en una de estas dos situaciones: en el trono o en el
patíbulo; pero siempre en la patria.
Por el contrario,
¿ dónde se personifica una responsabilidad
colectiva? Y a nos hemos ocupado de ello
y no vamos a insistir
ahora.
A veces se ponen de relieve, por sus enemigos, defectos de
monarcas y hasta de dinasúas. Pues bien, en cualquier caso la
historia muestra, en todos los períodos de régimen monárquico
de los diferentes
países, que

fueron épocas de progreso, de cons­
trucción" de edifici-os y monumentos, así como de desarrollo, su­
periores a cuando fueron gobernados por otros precedimientos.
Ningún otro sistema puede presentar resultados tan brillantes.
¿Qué habría sucedido, por tanto, si todos sus titulares hubiesen
sido genios?
Compárense, con sus virtudes
y defectos, Monarquías y Re­
públicas desde el
.antiguo Egipto

hasta los Estados modernos, y
será fácil apreciar la diferencia.
4.6.6. Referencias históricas sobre los beneficios de la Mo­
narquía hereditaria.
Napoleón afi~raba las grandes ventajas de la Monarquía he­
reditaria especialmente la continuidad dinástica, cuando lamen­ tándose exclamaba:
¡Si yo fuera mi nieto!
180
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LA .VERDADERA MONARQUIA
Los principales líderes de la independencia americana, cuan­
do se emanciparon de España sus antiguas colonias, echaban de menos
la existencia de un jefe hereditario, lo que les colocaba en
una situación de orfandad política. Algunos pueblos
de América no hubieran sufrido tanto ni
habrían padecido

una historia tan turbulenta, si hubiesen dis­
puesto de algunas familias que por su antigüedad e ilustre san­
gre se hubieran hallado preparadas para ocupar el trono (109). Pero una familia real no se improvisa, «No basta decir a un
hombre ¡Seas rey!, para que lo sea»,_ y, aun suponiéndola existen~
te, la sustitución no puede realizarse sin grave dificultad (110). Por eso no es de e:xtrafiar que, Agustín de lturbide, padre
de la independencia mejicana, luego Emperador de su
país, .en
su Plan de Iguala, carta inicial del naciente Estado, señalase,
como sillares básicos para la estabilidad del nuevo pueblo, la
Religión Cotólica y la Monarquia hereditaria; y por ello, mani­
festaba su deseo de que las Cortes Españolas dieran
· a
Méjico
un Príncipe de su Dinastía, para «hallarnos con un monarca ya
hecho y precaver los funestos atentados de la ambición». Y Simón Bolívar, quizá el más inteligente de los caudillos
americanos, en su Proyecto de Angostura,, buscaba un sustitutivo
de la Monarquía perdida en un Senado hereditario, «porque no
hay que dejarlo todo al azar y a la ventura de las elecciones, ya
que
el pueblo se equivoca con mayor frecuencia que la natura­
leza perfeccionada por la educación» ( 111 ). Pero como ya hemos indicado, una Monarquía no se
im­
provisa.
La dignidad y
el poder real son tan solemnes, que sin esa
misteriosa majestad
seria insoportable
para el orgullo del hom­
bre su aceptación espontánea; y he
aquí el

sentido político pro­
fundo contenido en la ceremonia de la consagración religiosa
de los reyes.
(109) Idem. id., núm. 545, Obras, 13, VI, 84-85.
(110) Idem. id., núm. 549, Obras, 24, VI, 499.
(111) Pemán,
op. cit., págs. 118-119.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
Hubiera sido una fortuna para las provincias de América,
que, al tiempo de su independencia, hubieran tenido en su seno alguna familia de la misma rama de las
casas reinantes

en aquella
época. Entonces, por poco que esta familia hubiera sabido ma­
nejar sus intereses, identificándose con las nuevas naciones, se
habrían implantado sin violencia y con general beneficio Monar­
quías más o menos moderadas, adaptadas a la idiosincrasia de
cada país.
De
alú se infiere la estabilidad de las Monarquías arraiga­
das,
y cuán difícil es su establecimiento en naciones de nueva
planta.
Por ello, «cortado el vínculo que las unía con la metrópoli,
las provincias

de América, más puede decirse que se encontra­
ron siendo Repúblicas, que no que se erigieran en tales» (112). La Monarquía que no reúna los caracteres indicados de
man­
do único hereditario,
a los que deben agregarse los también se­
'ñalados de
limitado y descentralizado, no es verdadera Monarquía.
Las fórmulas híbridas o ambiguas, aunque lleven el nombre
de Monarquía son más bien repúblicas o democracias con aparien­
cia monárquica; repúblicas coronadas, o, aunque resulte un con­
trasenrido, monarquías republicanas.
Cuando el poder supremo se atribuye a la
voluntad general,
como hacen Rousseau y sus discípulos, poco importa el nombre
y que a la cabeza del Estado figure un monarca decorativo des­
provisto de atribuciones relevantes, o un presidente elegido con similares facultades. Es la proclamación del principio del mando
colectivo conforme al cual, como afirma Rousseau, «todo go­
bierno legítimo tiene que ser republicano», por lo cual, aunque
conserve la forma monárquica, «la misma Monarquía es Repú­
blica» ( 113 ).
Sin embargo, aun en tan anómala situación, la Monarquía
produce indudables beneficios de una
mínima estabilidad

y or-
(112) Balmes, Antología pol/tica, núm. 1.841, Obras, 3, VIII, 424-425.
(113) Rousseau, COntrato Social II, VI, nota, tomado de Pemán,
op. cit., pág 165.
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LA VERDADERA MONARQUIA
den. Balmes pone sobre este punto el ejemplo de Luis Felipe
quien, a fuerza de habilidad, consiguió unos resultados que nun­ ca habría logrado un presidente de república (114). Pero en tal caso, no resulta difícil derribarla, para que la
República nos muestre su auténtico semblante al quitarse la
Co­
rona que era el disfraz que la ocultaba. «La Monarquía parla­
mentaria --continúa Balm.es-no es más que una invención
transitotia adoptada sin duda para facilitar a las naciones su paso
desde la Monarquía verdadera, a la República» (115). Por eso no es de extrañar que la Monarquía
de Luis

Felipe,
que se creía poderosa y sólida, con la Revolución de 1848 se
convirtiese en un instante en República (116). Los períodos de
paz fueron

treguas. Luis Felipe guardó un
difícil equilibrio entre dos abismos, en un sistema de tira y aflo­ ja; y la revolución le despreció olímpicamente ( 11 7).
Las revoluciones aceptan a las personas reales como instru­
mentos revolucionarios en tanto sirven sus intereses. Desde el
momento en que se convencen plenamente de que el instru­ mento no les sirve
~ obstaculiza sus fines, lo hacen pedazos (118).
El apoyo ofrecido a los tronos por los principios revolucio­
narios es siempre muy sospechoso; la Monarquía es por esencia
un elemento de orden y estabilidad. Los principios revolucio­
natios son por naturaleza agitadores y disolventes. No pueden unirse. Su alianza supone la muerte de uno de ellos y a veces de
ambos. El trono de Luis XVI y las libertades francesas se hun­
dieron en los horrores de la Convención y la dictadura que le siguió (119). Con
Luis XVI

cayó el
único trono posible. Lo que siguió
después con apariencia monárquica, sólo constituyen esfuerzos
inútiles para resucitar un cadáver; y si la Monarquía se restaura
(114) Balmes, Antologla política, m1m. 1.772, Obras, 126, VI, 547-548.
(115) Idem. id., núm. 1.772, Obras, 126, VI, 546-548.
(116) Idem. id., núm. 1.777, Obras, 304, VI, 1.052, 1.028.
(117) Idem. id., núm. 1.779,
Obras, 304, VII, L028-l.029.
(118) Idem. id., núm.
582, Obras, 289, VII, 870.
(119) Idem. id., núm. 583,
Obras, 295, VII, ·870.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
aíguna vez sin variar su esencia adulterada y vaciada de sus pe­culiares caracteristcias, volvería a sucumbir. Los reyes, en una Monarquía parlamentari8 o democrática,
intentarán recuperar lo perdido; los revolucionarios exigen el cumplimento de lo pactado. Aquéllos se ilusionan con
la espe­
ranza de una verdadera restauración; la revoluci6n amenaza con sustiruir con
la República a una Monarquía que se niega a ser
republicana ( 120 ).
En nuestra patria, los autores de la Constitución de 1812
tuvieron la peregrina pretensión de que su obra era el restable­
cimiento de nuestras antiguas leyes, cuando en realidad hacían de la Monarquía una especie de· República (121).
5. LA LEGITIMIDAD NACIONAL.
Todos los regímenes políticos han cambiado con el tiempo
y se han sucedido unos a otros.
La legitimidad de origen no puede remontarse nunca, en
ningún sistema político, hasta
el infinito. Juegan aquí, la con­
formidad al derecho establecido y la seguridad jurídica.
La derrocación de un poder establecido, aunque sea legítimo,
va afianzando, con
el transcurso del tiempo, al poder que le sus­
tituyó, siempre que su actuación sea justa, por razones de esta­
bilidad y seguridad jurídica.
Pero, sin remontarnos a su origen, todos los regíinenes tienen
una pretensión de legitimidad que podríamos calificar de divina n dogmática, incluidos los sistemas laicos, ya que proclaman que
sus principos son
sagrados e intocables y no pueden ser modifi­
cados o sustituidos por nada ni por nadie.
«No es cierto -dice Maurras- que el derecho teocrático
(120) Idem. id., núm. 1.769, Obras, 50, VI, .247. (121)
Idem. id., núm. 1.391,
Obras, 134, VI, 628-629.
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LA. VERDADERA MONARQUIA
de la antigüedad, el derecho divino medieval y el moderno de­
recho popular, se hayan sucedido uno a
otro, reemplazándose
como
si procediesen ·de principios antagónicos. De hecho, mo­
derna o antigua, toda idea del poder y del derecho, es divina».
«Tanto si se cree en el derecho del senado romano, como en
el del rey o del pueblo, este derecho supone
"para sus

partidarios
un signo sagrado que no recibe su carácter absoluto más que de
una divinidad, cualquiera que sea». «Rousseau confirma la regla. Su derecho popular es un
de­
recho

divino, como lo son todos los derechos: el del padre de
familia, el del propietario, el del vendedor y el del obrero. O
no hablemos del derecho, o reconozcamos que tiene una garantía
teológica. Los pueblos cristianos
han legislado en nombre de Dios, y
los pueblos paganos en nombre de los dioses (122). La democracia manifiesta que es liberal y pluralista, pero
sus doctores
la proclaman laica, sin que este punto pueda ser
alterado. En un célebre acto político que tuvo lugar én el sur de
Francia a principios de este siglo y en el que tomaron parte des­ tacados lideres republicanos, los asistentes quisieron expulsar del local
a un

concurrente por haber militado en las filas monárqui­
cas y ser conocido como tal. El orador de turno apaciguó los árJmos al preguntar al interesado si aceptaba el laicismo
y las
leyes

antirreligiosas
de la

República,
y al contestar éste afirma­
tivamente, convenció al auditorio de que no había ninguna ra­
zón que le impidiese permanecer presenciando al acto, debiendo
ser considerado como un -camarada-más, sin que constituyese
obstáculo alguno su anterior militancia o posibles ideas sobre la
pura materialidad de las formas de gobierno.
Jaurés, Ranc y todos los padres de la República francesa la
sitúan ·por encima del sufragio universal, como uria cualidad mís­
tica, aunque su fundamento no sea religioso sino material o de
hecho.
(122) Maurm, op. cit., pág. 111, y reedici6n Círculo, pág. 93.
18J
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
La evolución de la incredulidad puede obscurecer la natu­
rcleza religiosa

y moral del poder, pero el criterio mayoritario
estima que el derrocamiento de la República sería ilegal.
¿Habrá algún ciudadano que crea sinceramente, como afirma
Rousseau, que al someterse a una ley contraria a su criterio no
obedece sino a sí mismo? No hay duda de que el sometimiento
es a la fuerza. La mayoría es un fenómeno de fuerza igual que
un golpe de Estado. El vencido no se suma al vencedor «como
sucedería si ambos abrigaran alguna
fe en el sentido augusto de
su contienda legal, en el valor moral de las instituciones esta­
blecidas por medio de
la mayoría». El 4 de junio de 1924, M.
Painlevé decía en la Cámara de los
Diputados: «El
sufragio
universal es el soberano de todos nosotros. Cuando habla, todos
debemos bajar
la cabeza ante su veredicto». Pero la realidad es
que nadie la baja. Todo el mundo se inclina ante la fuerza,
pero el vencido odia al vencedor en proporción a la victoria de
éste, que procurará, por todos los medios a su alcance, cambiar
y desvirtuar ( 123 ).
El ciudadano vota para
conseguir lo
que le conviene, pero
no para imponerse una obligación, o asumir una responsabilidad en la cosa pública, En todo caso, para imponérsela a los demás.
En la movilización decretada en cualquier contienda bélica,
la gente no va a la guerra porque lo haya acordado la mayoría,
sino por patriotismo, por
· odio
al enemigo, por defender su
bienestar e intereses, o, sencillamente, en último término, porque
le obligan a la fuerza y no le queda otro remedio.
Las personas se pueden dejar matar por Dios, por la patria,
por la familia, por la libertad, por sus amigos, por sus bienes,
pero nadie, como es
lógico, ofrece

su vida por el principio del
sufragio universal o por una estafeta de correos establecida por
mayoría
parlaméntaria.
Los

anarquistas rechazan el principio del sufragio universal,
igual que otros
grupos o ideologías que ponen la legitimidad en
diferente razones de mayor peso y consistencia.
(123) Idem. id.,· pág. 114, y teedición C!rculo, pág. 95:
186
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LA VERDADERA MONARQUIA
5.1.
El bien común nacional.
La verdadera y auténtica razón de la legitimidad, en sentido
general, no hay duda que es el
bien común. El buen gobierno
es legitimo y
el mal gobierno es ilegítimo ( 124 ),
Pero
el bien común de una nación no es el bien de un ins­
tante, tú puede

estar a merced del arbitrio de una generación y
menos aún en un arrebato pasional
y caprichoso hecho efectivo
por medio de votaciones· cambiantes' a cada momento. Los cam­
bios nacionales, para que sean fructíferos y naturales, deben ser
lentos y seguros, como es el desarrollo y crecimiento de todos
los seres vivos.
El bien común nacional es el bien de la patria determinado
por su historia, por la generación presente y
por las
que vendrán
después. Ni podemos dilapidar
el pasado, ni renunciar a él, como no
podemos renunciar a los padres aunque nos desagraden;
tú po­
demos hipotecar el porvenir si caprichosamente así nos apetece,
porque no es exclusivamente nuestro. Todo está íntimamente
relacionado. Ciertamente, como escribió Machado, con frecuencia
citado erróneamente, quizá por una errata
incial, luego rutina­
riamente repetida: «Ni el pasado ha muerto, ni está el mañana.
en el ayer escrito». No está escrito en el ayer, pero tampoco se
puede inventar, ni romper con el pasado, que no está muerto.
Entré ambos, como nexo de unión o eslabón que los sujeta,
está el presente como puente trasmisor.
La persona social, como el sujeto individual, es la misma a
través del tiempo aunque cambien sus ·células o elementos, con
la diferencia de que la vida de la persona social es mucho más
amplia y prolongada
Cada nación tiene su historia y debe ser
fiel a ella.
La nación no puede concebirse como una oscura suma de
voluntades opuestas y
cambian_tes, de

unos electores que viven
. (124) Idein. id., pág. Ü6, y reedici6n Cficulo, ¡mg. 96.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
hoy y mañana morirán, sino que es una entidad superior que
perdura en el tiempo mientras los siglos y las formas pasan.
La religión, la lengua, la raza, una vocación; un estilo de
vida, un destino histórico que hay que
seguir y
perfeccionar sin
estancarlo en el pasado; eso es la nación:
el sufragio de los si­
glos
y las cenizas de los muertos, para lo que no se precisan ni
urnas ni votaciones, sin que esto quiera decir, ni mucho menos,
que los ciudadanos de cada generación no participen en la gestión
pública en el tiempo
y lugar que les tocó vivir.
Sufragio universal, ¡sí!, pero auténticamente tal. No restrin­
gido a los individuos aislados, manipulados por los partidos po­
líticos, los medios de comunicación
y la influencia o presión de
mil clases; sino verdadero sufragio universal, espontáneo y no
dirigido por marrulleros políticos profesionales que precisamente
excluyen a los demás y en el que, por el contrario, deben par­ ticipar todos los componentes humanos de la nación: la persona
individual en cuanto a sus derechos e intereses peculiares; la
familia como célula social básica indispensable respecto a los
que le correspoden; los municipios como agrupación de familias
y asociaciones profesionales en cuanto a los que le· pertenecen;
las agrupaciones de municipios que integran las provincias res­pecto a los que
le son propios; las agrupaciones de provincias
con afinidades específicas o intereses comunes, en relación con
los mismos. Todos ellos forman la nación a la que representa el
Estado que es su personificación jurídica actual y actuante. Todas las personas y grupos de cada generación deben inter­
venir en la vida de la nación y en el gobierno del Estado, pero
cada uno en su puesto y según su competencia.
Las elecciones
y las urnas no son imprescindibles ni los únicos
medios de participación. Los procedimientos de intervención son
múltiples y variados: desde la herencia para la cúspide del Es­
tado, al sorteo, la designación, la elección mayoritaria directa,
de segundo o tercer grado, etc., según los casos y circunstancias.
Le bueno es combinar los distintos procedimientos para aplicar
en cada situación el más adecuado.
Sin olvidar, como ya se ha dicho varias veces, que 1a nación
188
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LA VERDADERA MONARQUIA
no es sólo la generación presente, sino también las pasadas y las
que vendrán después, o sea, los muertos y los que todavía no
han nacido, además de los vivos, que deberán ser tenidos en
cuenta en
el alulido sufragio universal de los siglos.
El destino de la nación no nos pertenece con exclusividad,
y mucho menos sólo a los individuos atomizados. Hay que de­
volver a las familias, a los municipos, a las corporaciones de todas
clases, sindicatos, profesiones, entidades, sociedades, etc., la auto­
nomía y competencia que les correspoden. Es necesario descen­
tralizar. La nación es una federación histórica de repúblicas que
administran sus intereses en torno al Jefe federador que es
el
Rey como coordinador que ostenta el mando supremo, impulsa,
orienta y dirime cualquier discrepancia que pueda surgir entre
los subordinados.
Una federación de repúblicas democráticas presididas por un
rey con auténtica autoridad y permanencia indefinada en la di­
nastía mediante la herencia.
«Despojemos al Estado de sus mínimos pero desagradables
privilegios que no son más que un instrumento de tiranía local
en manos de funcionarios omnipotentes; pero apretemos cada
vez más el haz invencible de las fuerzas que correspoden a la
misión superior del Estado y que le permiten garantizar nuestra
seguridad colectiva, nuestro orgullo nacional _y nuestra grandeza
exterior» ( 125).
5.2. El papel del Estado.
«Exceptuando el orden militar, todos los grados de todos
los órdenes de la jerarquía política, administrativa, jurídica
y ci­
vil deben descentralizarse», funcionando por sí mismos, bajo
vigilancia más que bajo
tilla dirección

(126). Pero cada cual
(125) Idem. id., pág. 212, y reedición Círculo, pág. 141.
(126)
!clero. id., pág. 258, y reedici6n Círculo, pág. 176.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
debe responder de lo que hace conforme a un triple criterio: autoridad, libertad, responsabilidad (127).
La realidad debe aceptarse como es, sin mutilarla (128).
Se debe reconocer libertad y autonomía a los municipios,
comarcas, provincias y regiones ( 129).
Los nuevos organismos no han de crearse por «la improvisa·
ción de un decreto», sino que han de ser fruto de la acción de
las fuerzas vivas del país, «de modo que la función venga por sí misma a crear el órgano» ( 130 ).
«Cuanto más libertad, y por consiguiente más poder se dé
a las asociaciones, más probabilidades tendrá la iniciativa del
ciudadano de desenvolverse y afirmarse» (131).
«La intervención del Estado debería ser los menos frecuente
posible» ( 132).
«El papel del Estado consiste en estimular, vigilar,
contro­
lar y dirimir» (133).
Hay que dar estabilidad a la familia, y no sólo con el re­
conocimiento de una amplia libertad de testar, sino vinculando
a los jefes de familia a la tierra, de modo que constituyan una
verdadera aristocracia directiva rural.
La Monarquía no deberá
ser -palatin~! sino por el contrario, aplicar, en su caso, el siste­
ma opuesto de destierro en la Corte, con objeto de tener a mano
y bajo inmediato control a cualquier elemento díscolo. La familia es la primera entre todas las asociaciones. Es,
en frase de Paul
Bourget, «el genio de la perduración, que asien­
ta lo que es sobre
lo que fue» ( 134 ).
No se puede mejorar la condición de los obreros si no se
mejora previamente la vida de los campesinos (135).
(127) Idem. id., pág. 259, y reedición Círculo, pág. 177.
(128) Idem. id.,
pág. 260, y reedición Círculo, pág. 178.
(129) Idem. id.,
pág. 261, y reedición Circulo pág. 179.
(130) Idem. id.,
pág. 262, y reedición Círculo, pág. 180.
(131) Idem. id.,
pág. 263, y reedición Círculo, pág. 180.
(132) Idem. id.,
pág. 224, y reedición Círculo, pág. 152.
(133) Idem. id.,
pág. 224, y reedición Círculo, pág. 152.
(134) Idem. id.,
pág. 265, y reedición Círculo, pág. 181.
(135) Idem. id.,
pág. 233, y reedición Cfrculo, pág. 151.
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LA VERDADERA MONARQUIA
El Estado debe intervenir en los conflictos laborales, para
mediar. en ellos y resolverlos,
y sobre todo para prevenirlos.
Las naciones se desarrollan
y evolúcionan como cualquier
ser viviente. No se puede detener la transformación de un pue­
blo, como no se pueden impedir los cambios en un cuerpo vivo.
La misión del poder político es encauzarla para que resulte fe­
mnda (

136 ). En este encauzamiento puede que haya que aban­
donar alguna perniciosa dirección emprendida. Esta reacción sa­
ludable no consiste, ciertamente, en volver al pretérito que el
paso del tiempo superó, sino en retonar al buen camino para·
seguir la dirección beneficiosa (137). «El Estado es dueño de los negocios del Estado; las asocia­
ciones locales, profesionales o de otro orden, son dueñas de sus
asuntos particulares» (138). Estado libre, municipio libre; asambleas nacionales limitadas
a su papel de representantes, es decir, de controladoras del po­
der directivo del gobierno; y a
la cabeza del Estado, un jefe
hereditario. Este es el triple elemento de la verdadera Monar­
quía (139).
A la oligarquía del dinero, de las multinacionales o de otros
grupos poderosos y materialistas hay que oponer otro poder
igualmente fuerte, pero de distinta naturaleza, es decir, de
ca­
r~cter
ético

y moral (140).
La descentralización es mucho más fácil en la Monarquía,
porque en ella existe un centro fijo, sólido y permanente,
mali­
dades

que no se
dan en la Repúbilca.
Un presidente de República no es nada: un soplo, un se­
gundo en el tiempo histórico, el mandatario de unos pocos en
un determinado momento frente a otros que lo repudian o
re­
chazan.
(136) Idem. id., pág. 253, y reedici6n Círculo, pág. 152.
(137) Idem.

id.,
pág. 257, y reedici6n Círculo, pág. 173.
(138) Idem. id.,
pág. 212, y reedici6n Círculo, pág. 141.
(139) Idem. id.,
pág. 213, reedici6n Cltculo, pág. 142.
(140) Idem. id.,
pág. 266, y reedici6n C!tculo, pág. 182.
191
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
Un dictador es demasiado por el excesivo poder que se atri­
buye, y por otro lado no es bastante, porque es solo
él mismo
y no
la personificación total e histórica de la nación.
Para representar dignamente a la patria entera con eficacia,
orden y justica, hace falta un rey. «No hay ni debe haber un partido monárquico» (141). «To
do lo nacional es nuestro» (142).
5.3. La compenetración de i,;, Monarquía con la nación.
El carácter carismático del rey y el fundamento religioso
anejo, a lo que no es ajena la consagración tradicional al co­
menzar su reinado, le confiel.'en, aparte de otras. razones a que
ya nos hemos referido de estructura orgánica y de tipo funcional,
una evidente superioridad sobre la legitimidad popular, especial­
mente en los países en que la Monarquía está establecida. Además, la Monarquía se encuentra rodeada de una aureola
de prestigio y de identificación nacional, que hace que goce de
una mayor aceptación ciudadana.
Mística por mística, es mucho más razonable, en todos los
sentidos, la legitimidad monárquica que la legitimidad demo­
crática.
Por añadidura, las ideas de nación1 asociada a nacimiento,
y familia, esencial en la Monarquía, son casi idénticas y el ritmo
de su desarrollo es concorde. La nación, como la familia, duran
más que el individuo. Quien desee fortalecer la nación tiene que empezar por fortalecer la familia, sin las cuales aquélla se arruina
y perece. Un país que pretenda nacionalizar su Estado, debe
empezar por devolver al elemento estable y continuo de
la fa­
milia lo que le había usurpado el individuo, átomo vagabundo e insolidario, saliéndose de su verdadera fuerza y atribuciones.
Existe en todo Estado un primer grado o escalón de actua­
cion cívica, referente a cuestiones personales, que. corresponde
(141) ldero. id., pág. 232, y reedición Círculo, pág. 156.
(142) Idem. id., pág. 247, y reedición Círculo, pág. 167.
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Fundaci\363n Speiro

.l.t.l VERDADERA MONAR,QUIA
al individuo. Pero lo que excede de ello, pertenece a la familia
y a otros grupos de existencia tan natural y evidente como la
individual. No es justo otorgar todo al individuo y negar a los
grupos
y entidades lo que les es propio y en que son compe­
tentes.
El carácter de la democracia consiste en prolongar el deber
y el derecho mucho más allá de las posibilidades de realizarlos;
y lo que los individuos no hacen por incapacidad, lo llevan a
cabo en su nombre los políticos, que son quienes gobiernan,
haciéndole ver a cada interesado que quien dispone es
él. «Aris­
t6fanes explic6 c6mo se
h;ce esto,

en la discusi6n
del bonach6n
Demos, con Agoracrita».
El derecho nacional tiene una visi6n natural de las cosas
que aclara e ilumina
el campo político.
Es fácil observar que «la naci6n está compuesta de familias»,
y una o varias familias la dirigen. Como ha dicho Cbesterton,
la historia comienza siempre con un padre, una madre y un hijo,
sin lo cual no existiría el mundo. «La acci6n
cívica y política pasa de la esfera de los indivi­
duos a la de los grupos o entes sociales». «Hay que tener en
cuenta a los cuerpos profesionales, militares, comerciales, indus­
triales, religiosos, agrícolas, mineros, obreros, etc.», además de
las familias
como elemento básico, así como los municipios
y
otras Corporaciones.
El conjunto de familias o grupos áe la naci6n debe ser go­
bernado por una
Familia-Jefe, configurada por la historia, que
proporciona competencia, continuidad y responsabilidad al titu­
lar del

poder, y que evita
el posible abuso de la oligarquía del
dinero o de otros grupos poderosos de
la más diversa índole,
elinúnando al mismo tiempo cualquier
vacío de poder, dada la
continuidad de la dinastía: el rey ha muerto; ¡Viva el rey!
El mando de una familia, vinculada e identificada con la na­
ción, evita el mando anárquico de varias familias que se disputan
el poder o se lo reparten. El rey no actúa nunca solo, lo que
sería materialmente
im­
posible, sino que está siempre asesorado por Consejos -políticos
193
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON.
y técnicos- e informado por los representantes de los estamen­
tos sociales que le presentan quejas y le hacen peticiones en
nombre de las familias, municipios y entidades que los han desig­
nado para que actúen. en su nombre y a los que deberán rendir
cuentas de su gestióri.
«Nuestros antepasados solían decir: Al rey con sus Consejos,
el gobierno; al pÚeblo en sus estamentos, la representación».
6. INSTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA.
Siguiendo principalmente a Maurras, hemos visto la critica
que hace de la República o democracia, cuyos males puso de manifiesto de modo brillante en su
Encuesta.
Después hemos resumido su concepto de la auténtica Mo­
narquía, con argumentos científicos y positivistas eo defensa de esta forma de gobierno.
Luego nos hemos referido a su formulación de la legitimi­
dad nacional.
Ahora indicaremos también,- de forma esquemática, los me~
dios que propone para erradicar el mal e instalar la verdadera
Monarquía.
El gusto o
el placer del pecado pueden, a veces, hacer olvi­
dar de momento
las penas
y calamidades que le siguen, pero
la
permanencia del ·desotden y la ruina, suelen también despertar el
arrepentimiento y estimular
· un
eficaz
¡iropósito de
enmienda.
6.1. Contemplación de la realidad y necesidad de actuar.
Siempre, para salir de una mala situación, hay que tener
eo
cuenta la realidád tal Comci éS, sin erigañai:nos ni -hacernos vanas
ilusiones. Con auténtica objetividad que supone por tanto ver
las reales

dificultades como
lo inconsciente de ciertas aparien­
cias, sin ·arraigO o firmeza, soStenldas p_or la propaganda · O el
apoyo oficial, ·cuyá"fuerza" o· eficacia ·tanipóco cabe desconocer ..
194
Fundaci\363n Speiro

LA VERDADERA MONARQUIA
La primera condición de un ideali,ta es ser realista. Hay que
contar con
lo que se tiene o dispone y nada más. Esto es evi­
dente (143). Cualquier otro planteamiento hará que utili.cemos
eiementos

inadecuados o ineficaces.
Pero las dificultades, por grandes que sean, no deben
para­
lizarnos. Cuando «no hay nada que hacer», es precisamente
cuando hay que hacerlo todo. No nos lamentemos en estériles
quejas; esto no conduce a nada. No nos agitemos tampoco en el
vado. Pero avisemos del peligro antes de que sea demasiado
tarde: más vale prevenir que curar, y más aún si evitamos tener
que usar la cirugía. Aunque nos llamen catastrofistas, intentemos
parar el tren antes de que descarrile. Nadie era cristiano antes de la venida de Cristo Salvador,
pero tampoco después el cristianismo se extendió rápidamente
por todo el mundo. Al fundarse la
Acci6n Francesa, sus propagadores eran tilda­
dos

de nostálgicos y contemplativos, pero al poco tiempo,
or­
ganizados

los
Camelots du Roi, especie de milicia al servicio de
la causa, se les reprochaba su activismo.
6.2. Formación doctrinal: estudiar y sembrar.
Lo primero que hay que hacer es estudiar, tener ideas claras
sobre lo que hay que saber y lo que se debe hacer. Después,
sembrar.
Como dice Maurras, no se destuye sino aquello que se sus~
tituye. No eliminaremos el mal si no tenemos idea de lo que de­
bemos construir para porierlo en su lugar. Y mucho menos en
instituciones imprescindibles como es el gobierno. El cuerpo de
doctrina debe ser
congruente y completo aunque ser breve; no
un pisto o revoltijo de ideas contrapuestas, con fines de actua­
ci6n inmediata en el terreno de la vida cotidiana, pero sin coinci­
dencias en verdades fundamentales ciertas e inmutables, para as(
satisfacer interes,es o .apetencias de los diversos concurrentes.
(143) Idem. id., pág. 582, y reedici6n Círculo, pág. 340.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
No imitar ·tampoco la volubilidad del ave cuando vuela ca­
prichosamente donde quiere; sino la constancia y permanenecia
del árbol que muere donde nace.
Y sembrar. Como escribió en preciosos y profundos versos
Cristina
de Arteaga, sin saber quién recogerá la cosecha, ¡sem­
brad! La

vida de las naciones no se mide por días. Años y años
en la vida de un individuo son un instante en la vida de una
nación.
Pero para poder difundir una doctrina hay que conocerla
previamente con la mayor pedección posible. Por lo que, como
dice Maurras, hay que observar para prever y proveer; e inducir para deducir y construir.
El desorden en las mentes y en los corazones es lo que ha
provocado o por lo menos aumentado, el desorden en el gobierno.
Por eso hay que hacer justamente lo contrario: sembrar en las inteligencias
y en los sentimientos ideas saludables para que
luego tengan realidad en la práctica.
Hay que instalar la Monarquía en las inteligencias para es­
tablecerla después en la sociedad.
Y como dijo Maistre
y posteriormente se ha repetido tantas
veces, «La Contrarrevolución no es la revolución contraria, sino
lo contrario de la Revolución». Hay que proteger a la familia y fortalecer la autotidad de su
jefe natural. Y fomentar la fraternidad en la sociedad, facilitando
la autonomía y múltiples relaciones de los grupos que la inte­ gran, que pueden
y deben intervenir en la gestión pública por
medio de

sus representantes legítimos.
Hay que convenir en que los principios del orden, la jus­
ticia y la armonía son los que predica a religión católica
y la
moral cristiana, fuera de los cuales no hay salvación, especial­
mente en esta tierra, ya que es evidente que la vida social está
regida por leyes tan rigurosas como las físicas, y quien las que­
branta tiene que atenerse a sus consecuencias. Sin autoridad,
sin normas morales, fatalmente la sociedad se destruye y reina­
rán en ella la anarquía
y el caos. No hay más que verlo. Como
196
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LA VERDADERA MONARQUIA
escribió Chesterton, ante la maldad del pecado y sus consecuen­
cias, hay personas que se empeñan en negarlo, cuando no es
preciso más que asomarse a la calle para verlo.
6.3. La actuación y sus métodos.
Después de estudiar y sembrar, hay que actuar. Como dijo
Salazar en solemne ocasión, hay muchos ciudadanos que lloran
por la felicidad o el bienestar perdidos; pero lloran sentados,
sin comprometerse ni hacer nada, y, en muchas ocasiones, criti­
cando y entorpeciendo lo que otros hacen. Que no se nos pueda
reprochar como a Boabdil, último rey moro en Granada, lo que
le dijo su madre:

«llora como mujer lo que no supiste defender
como hombre». Y es de alabar la actitud de heroicas mujeres
que, ante la
cobardía de

algunos hombres, no dudan en asumir
su papel
«Estudio y acción», expresión consagrada, podría ser un buen
lema en este punto. Con dedic~ción, con entrega, con sacrificio:
lo que vale, cuesta. No se premia la indolencia sino el esfuerzo.
La recompensa sólo puede ser retribución del trabajo realizado. Casi siempre habrá que simultanear las dos tareas que indica
el lema. Como los constructores del Templo, según cuenta el
Libro de los Macabeos, y que adoptó con acierto le meritoria sociedad y revista cultural,
Acción Española: Ú na mano sua
faciebat opus et altera tenebat glaudium.
Con una mano traba­
jaban y con la otra combatían.
Hay que saber esperar, formarse, sembrar, y organizarse, sin
desánimo por el paso del tiempo, las dificultades, los contra­
tiempos y hasta los fracasos.
Vivir con esperanza y con serenidad las situaciones difíciles
y desesperantes. Hay que saber trabajar, no para mañana o
pa­
sado mañana, sino incluso para bastantes años después.
Trabajar sin desmayo, como si el
éxito dependiera
sólo de
nosotros, y confiar plenamente en la Providencia, porque
el
197
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
triunfo depende de Dios, y a Este no debemos pedirle además
de la
gloria del combate, la victoria.
Estar siempre alerta para aprovechar con la mayor eficacia
posible todas las ocasiones que se presenten, ya que no podemos
elegir la que más convenga, y tener en cuenta, como dijo Leonar­
do, que «todo lo perfecto es difícil». Respecto a los medios que se pueden emplear, defiende Mau­
rras que son todos los legítimos, incluidos, naturalmente, y al
máximo, los que la legalidad positiva ofrezca, aunque sea ile­
. gítima.
6.4. El empleo 'de la violencia: la fuerza de la razón, ser­
vida por la razón de la fuerza.
Maurras no descarta el uso de la fuerza o la violencia. Hay
que tener en primer término la fuerza de la razón, pero cuando
ésta se posee, se puede aprovechar en su servicio la razón de la
fuerza.
Concretamente,. Mau.rras escribe en su Encuesta: « Yo deseo
un
alzamiento militar~

pero no quiero más
que uno;

con
la con­
dición de que triunfe y sea el bueno» ( 144 ). Ahora bien, la fuerza física no se puede emplear caprichosa­
mente. Existen desde antiguo unas normas clásicas sobre la le­
gitimidad del empleo de la fuerza en apoyo de la justicia del
orden y de la propia defensa. Podríamos resumirlas así: - Una agresión ilegítima o una situación realmente injusta
e insostenible. - Adecuación del medio empleado para repelerla o elimi­
narla, sin desproporciones excesivas.
- Que el mal causado al repeler la agresión o sustituir la
situación injusta Iio sea mayor que el que se padecía, al menos
en la intención y propósitos del ofendido
(144) Idem. id., pág. 338, y reedición Círculo, pág. 223, comentario
ii la carta de Henri--de Vaugciis.
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LA VERDADERA MONARQUIA
El uso de la fuerza s6lo debe intentarse cuando se tienen
fundadas esperanzas de ttiunfar; no cuando se está condenado
al fracaso: Nadie pretende salir de un atolladero para enttar en
el caos. A

pesar de todo, nunca se puede tener la plena seguridad
del feliz

resultado, pero, en tal caso, siempre queda el recurso
de aceptar

con dignidad y serenidad el fracaso o sucumbir en el
empeño, defendiendo la justicia y la libertad: morir no es perder.
No olvidar que los actos heroicos han sido siempre obra de
minorías audaces
y enérgicas, convencidas de un ideal noble. Las
masas siguen habitualmente a los que ganan. La historia es nor­ malmente resultado de la acci6n de unos pocos decididos
y no
de multitudes apáticas. La gloria es de los osados. No es mala, para estas minorías dirigentes,
la f6rmula ya
utilizada de
mitad monies, mitad soldados.
Y recordar, de modo permanente, que el uso de la fuerza sin
doctrina conduce fatalmente a la derrota.
Ningún Ej~rcito puede ser, ni es en la práctica, agnóstico o
puramente profesional, es decir, técnico en el empleo de la fuer­
za; no es ni puede ser neutro y aséptico como un fusil o un
cañón. La fuerza está
al servicio de aigo; otra cosa sería una
locura. Y ese algo, en el Ejército, es el servicio de la patria.
Naturalmente, el Ejército no está para intervenir a cada ~o­
mento y por cualquier cosa, sino en muy contadas ocasiones y
por razones verdaderamente graves. La misión del Ejército es
defender a la nación
cóntra toda clase de enemigos exteriores o
interiores.
Y la naci6n no es la idea que cada cual nos forjemos de ella,
sino tal como la han ido configurando
el tiempo y los aconteci­
mientos.
Incluso por pura y elemental l6gica, sería absurdo que el
Ejército utilizara hoy su fuerza en sostener determinadas pos­
turas políticas y manaña las diametralmente opuestas._
Lo esencial es permanente e invariable;
y eso es lo que tie­
ne que defender. En lo accesorio no debe intervenir.
· Creo
que fue el profesor socialista
Radhruch, para argumen-
199
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
tar en favor de una postura de fuerza frente a situaciones in­
justas, como también vemos hacen los demócratas para justi­
ficar
la violencia contta regímenes considerados por ellos como
insuficientemente democráticos, quien puso en boca de un
per­
sonaje hist6rico las siguientes palabras; «He jutado cumplir la
Constitución para servir a la Patria, pero el servicio a la Pa­
tria me impide cumplir la Constitución».
6.5. Ineficacia de la dictadura.
La reacci6n es saludable cuando se produce contra el des­
orden, la injustica y
el caos.
La salvación de un enfermo está en reaccionar, en accionar
en contra hasta recobrar la salud perdida.
Méjico sali6 de la anarquía, pese a todos los inconvenientes
que deberán attibuírsele, mediante la dictaduta de Porfirio Díaz,
que puso fin al desorden reinante.
Pero la dictadura es sólo un· remiendo, una prótesis, pero
no constituye un remedio definitivo. Elimina el mal pero no su­
prime sus causas. Ni dura lo suficiente para convertirse en una
dinastía. Suele ser una situación transitoria entre la anarquía
y
el subsiguiente desorden, para desembocar frecuentemente de
nuevo en la anarquía.
El· plebiscito ulttademocrático del que, en muchas ocasiones
hace uso, conduce al cesarismo.
La dictadura, como el cesarismo o el imperio, pueden ser
una ayuda ortopédica para recobrar la salud, pero no constitu­
yen la verdadera salud política que se tiene que basar en la ver'
dad
y el bien común; en la naturaleza y en la l6gica.
Hay que tener los pies bien asentados en la tierra y los ojos
muy fijos en el cielo. No menospreciar
la realidad ni ignorarla por desagradable
que sea.
· No adulterar ni falsificar el ideal o cuerpo de docttina básico.
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LA VERDADERA MONARQUIA
Procurar siempre la unidad en la verdad y colaborar en lo
que sea útil
y posible, cuando no se perjudique la consecución
de resultados definitivos. Conseguir, durante los períodos de calma, una disciplina
férrea. No atacar nunca a los amigos
y afines, ni dar tregua en el
combate a las ideas erróneas
y nefastas, con el debido respeto y
consideración para quienes de buena fe las sostienen. Firme en
la fe y moderado en el modo.
6.6. Conclusión: la solución mon,árquica.
La lealtad de antiguos servidores a la República o demo­
cracia, o a otros principios perturbadores, tiene un límite: la lealtad a
la nación, a la patria ( 145).
Hablando en términos físicos, se podría decir que el
monar­
quismo

es
el punto crítico de un republicanismo nacional que
hace cambiar de ideario, igual que al agua cambia de estado al
hervir. Es indiscutible que, para que las naciones prosperen es ne­
cesaria la existencia de un Estado fuerte. Por eso, renunciar a toda mejora fundamental, o restaurar la Monarquía;
la verdadera Monarquía (146) que Donoso Cortés escribió as!:
En

«la -Monarquía hereditaria» que sucedió a la feudal,
«el
poder

era
uno, perpetuo y limitado: era uno en la persona del
rey; era perpetuo en su familia; era limitado porque donde
quiera encontraba una
resistencia material

en una jerarquía or­
ganizada» ... «A esta Monarquía, que no vacilo en calificar
tomo el más
perfecto

de todos los gobiernos posibles, sucedió en el orden
del tiempo la
Monarquía absoluta»,

... y ... «un poder sin lí­
mites es un poder esencialmente anticristiano y un ultraje al
(145) Idem. id., pág. 364, y reedidón Círculo, pág. 243, contestación
de Charles de Goffic.
(146) Idem. id., pág. 358, y reedición Círculo, pág. 238, contestación
de Luden Moreau.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
mismo tiempo contra la majestad de Dios y contra la dignidad
del hombre» ... El parlamentarismo, que niega la Monarquía cristiana en to­
das las condiciones de su
unidad, la niega también en su varie­
dad
por la supresión de las jerarquías sociales. La diferencia
esencial entre las asambleas medievales y los_ modernos patla­
mentos, residt en que aquéllas constituían una fuerza social que
servía de contención al poder del rey; los modernos patlamentos
suponen un poder en concurrencia y lucha perpetua con otros
poderes, que suprime todas las jerarquías comenzando por la
divina al no reconocer el orden natural establecido por Dios para
regir y conservar las sociedades humanas, en donde se pierde el
tiempo en torneos oratorios pero estériles de ingenio y vanidad,
sin efectividad práctica alguna. El patlamentarismo, que dispersa y divide está condenado
irremisiblemente al fracaso. Momentáneamente podrá sostenerse,
pero a la larga perece, bien por muerte natural o por muerte
violenta. En el primer caso, cuando se ve cómo se pierde el tiempo
en discursos más o menos brillantes mientras que los problemas
no se resuelven porque el gobierno es «inútil para la acción»,
quedando «todo en palabras». Cuando esto llega a suceder el go­
bierno patlamentario está perdido sin remedio. El parlamentarismo muere violentamente «cuando se presen­
ta un hombre que tiene todo lo que al parlamentarismo le fal­
ta; que sabe afirmar y que sabe negar, y afirma y niega perpetua­
mente las misma cosas; muere, cuando las muchedumbres, lle­
gada su hora providencial, piden con bramidos asistir y asisten
al -festín parlamentario; muere, dejando a
la sociedad

en manos
de la revolución o en manos de la dictadura, que toman su he­
rencia a un mismo tiempo por la fuerza del derecho
y por el
dereého de

la fuerza» (147).
(147) (Donoso Cortés, Carta al Director de la Revue des Deux Mon­
des fechada en París el 15 de noviembre de 1852, eón referencia a un
artículo comentado ·et «Ensayo sobre el catoHcisriJ.o, el liberalismo y el
socialismo». Obras completas, Madrid, BAC, tomo II, págs. 638 y sigs.).
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