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Número 211-212

Serie XXII

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La acción universitaria

LA ACCION UNIVERSITARIA (*)
POR
GABRIEL M.ª EcHEGOYEN MOLINERO
(Corpaci6n Universitaria)
Debemos empezar diciendo que a nadie le es dado olvidar
que todos nosotros tenemos un deber inexcusable de santifica­
ción personal, deber del que se nos pedirá cuentas en su mo­
mento.
Pues bien, el estudiante universitario no se resta a esa obliga­
ción; no es una petsona aparte, sigue teniendo
'los mismos
de­
rechos y obligaciones que un católico en general, pero acotados
ellos por su
ámbito particular

de desenvolvimiento. Decimos los
mismos derechos y deberes, pero no es del todo exacto; el uni­
versitario no es sino un joven que desea aprender; en otras pa­
labras, que no sabe. Porque no sabe, cursa estudios en la Uni­ versidad que es el órgano superior de la Cultura en todas sus
manifestaciones en cuanto fundadas en la Verdad. La Verdad, esta es
la palabra clave para el universitario. La
formación es lo primero, lo que verdaderamente interesa, por­
que sólo en la verdad el hombre se libera; es éste el objetivo
de
la acción universitaria: la liberación de la Verdad. Verdad
conquistada por el esfuerzo, poseída en plenitud; no una verdad de cada uno, fabricada a paladar; no esa verdad de la que habla
Rousseau: «Yo renuncio a cuestiones ociosas ... no trato de saber
sino aquello que importa a mi conducta ... la verdad, o lo que
tomo por tal, es muy amable». La Verdad representa el faro para aquel que estudia: esa ha
sido siempre la lucha de la Universidad: lograr cada vez más esa
adecuación entre el conocimiento y
la realidad. Por eso, el que
no sabe, estudia.
¡ Pero qué hondamente ha de sentir el contraste ese joven
cuando palpe
la realidad actual de la Universidad! Se dará cuen-
(*) Ponencia c;lesarrollada en el foro dé ~ste _título en la _XX Reunión
de amigos de la Ciudad Católica, Benicasin (Hotel Orange), el 10 de oc-
tubre de 1981.
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ta de la caída por etapas (por otra parte lógicas) de esta noble
institución. Se habrá pasado de la Universidad teológica a la filo­
sófica, de ésta a la científica, para seguir en cuesta hasta la uni­
versidad que hoy padecemos.
Se ha ido disminuyendo el objeto
del conocimiento, lo que, ineludiblemente, ha entrañado la dis­
minución del saber y de la calidad personal por ese no enfren­
tamiento con las realidades profundas del Ser.
Por este estado de cosas, se están perdiendo muchas gene­
raciones y este hecho no nos puede dejar impasibles, como a
Francisco Vocos, «nos ha de quemar ese mundo de almas jóvenes
engañadas, sacadas de quicio y de sus reales posibilidades, em­
barcadas en una acción cuyo único resultado efectivo es impe­
dirles toda formación intelectual». Nosotros nos preguntamos: ¿existeuna insensibilidad en la
gente frente a esos problemas? ¿O se trata más bien de una
actitud meramente reaccionaria frente a los manejos habidos para
satisfacer una política sectaria en la universidad? Hay quien huye
del problema
por falta

de ·perspicacia,
por conformismo;
a lo
sumo, querrán estas personas eliminarlo sin ir a las causas, cre­
yendo así en· la eficacia· de una cura de sueño. Sólo desde una
visión quietista del problema puede uno formarse la idea de que
la salud se conquista sin condiciones. ¡No! Es necesaria una acción que posibilite los presupues­
tos legales y ambientales para reinstaurar la universidad en un
ord.en natural de las cosas. Es precisamente Por esa acción que
es actualización de su vocación, por esa toma de conciencia de
su responsabilidad, como· el universitario consigue su perfección,
su santificación.
La acción universitaria tiene tres frentes de lucha: el frente
personal-espiritual, el personal-académico y el del apostolado.
Los dos primeros son
esenciales a

la naturaleza de la univer­
sidad; no así el tercero que es contigente pero que, sin embargo,
·dada la situación anormal de la universidad, cobra importancia táctica. Pero fijémonos rápidamente en el primero. Decía Sertillan­
ges que «la pureza del pensamiento exige la pureza del alma». Pero incluso el mismo Santo Tomás escribía: «el ejercicio de las
virtudes morales, por las cuales son dominadas las pasiones, im­
porta sobremanera para la adquisición de la ciencia». No se
puede
uno olvidar,

por lo tanto, de la dimensión religiosa que,
como hombre que es. posee el universitario.
El hombre se perfecciona
y salva como cristiano o se pierde
también como hombre; ¡paradoja! únicamente saliendo de sí,
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hacia la trascendencia, el hombre conquista su propio ser inma­
nente. Esto es, en la medida en que
el hombre se sobrenaturali­
za, se humaniza. Esto explica esa frase tan certera de Chesterton,
que decía: «si quitamos lo sobrenatural, sólo queda lo antina­ tural», idea ésta que plasmaba otro autor en otra
rotunda afir­
mación:

«quien no hace Teología hace zoología». Gozamos de
la participación de Dios por la Gracia en el bautismo, nos con­
vertimos en soldados
de Cristo en la confirmación. Debetnos, por
lo tanto, admitit esa conquista interior como primer paso de
nuestra acción.
Sabemos lo fundamental que es la oración, el cteer en Dios
y vivir en su Gracia. Sabemos que hemos de hacerlo por el ca­
mino de María Santísima; nos consta que su amor en Cristo e's
abogado más ardiente allá arriba.
Sin embargo, ¡cuántas veces nos olvidamos
de ello!, ¡cuán­
tas veces nos lanzamos a conquistar el campo de los conocimien­
tos sin tener ni medianamente asentadas nuestras fuerzas!
La más reciente historia bélica nos habla de ejércitos en arro­
lladora ofensiva que, por no haber asegurado con sus
bases una
línea

de avituallamiento eficaz,
han visto detenido su avance y
cortadas sus líneas. Nadie duda de la precaria situación de un
tal ejército. Pues entonces, ¡no nos vaya ha ocurrir a nosotros
mismos otro tanto! Los medios espirituales han de ser nuestra
retaguardia; han de proveernos de alimentos y reservas espiri­
. tuales en nuestro avance y ello en tanto dure la campaña, esto
es, en tanto dure nuestra vida aquí abajo.
León XIII en la enclclica
Militantis Ecclesiae recomendaba:
«Toda instrucción

se ordene a la
Religión. Preciso

es rodear toda
instrucción del sabor de
la piedad cristiana. Ha de evitarse a todo
trance que lo que es capital, esto
ú, el culto de la Religión y
de la piedad, se relege a segundo término».
Hemos de esforzanos en tener una óptica más sobrenatural
que puramente humana; no sustituir la fe por
la ciencia, la teo­
logía por la historia, o la sociología, ni los sacramentos por el
psicoanálisis. Nuestra primera reflexión debe ser al pecado
y al
mal y al estado de nuestra naturaleza caída. Sin embargt>, tene­
mos
que acordarnos de aquella exclamación de los primeros
. pa­
dres

de la Iglesia: «Feliz aquel primer pecado que hizo que vi­
niera
el Salvador a nosotros».
Y es que, si -bien es cierto que llevamos la sOberbia · en no­
sotros, también. lo es el hecho de que disponemos de una fuente
inagotable de

gracia, de perdón
y de fuerza en el sacrificio de
la Cruz y en el amor de María, .
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Debemos, por lo tanto, ahondar aún más esa opt1ca sobre­
natural
y reflexionar sobre Dios, su Creación, su Providencia.
Debemos sabernos y sentirnos
lújos de
Dios en Cristo; todas
nuestras fuerzas
han de estar puestas en ese: «hacia Jesús por
María». En la realidad cotidiana de nuestros actos, debemos sobre­
natuarlizar la acción, viviendo en la Gracia de Dios; «La Igle­ sia tiene en sí la vida santificante de la Gracia que se trans­
funde a todo miembro suyo que no ponga inpedimento. Pero los miembros de esa Iglesia pueden no dejarse penetrar de esa vida».
Se requiere una disponibilidad para aceptar las exigencias
y compromisos que la Fe impone. Ello supone una subordina­
ción de todo a la finalidad de Dios: «si existen lastres, que el
ccrazón no

está dispuesto a soltar, la vinculación con Dios será
siempre subordinada a que no le sea reclamando aquello de lo
que el hombre no está decidido a desprenderse». Se necesita una capacidad de lucha porque la Fe no es una
posesión pacífica; «el cristiano ha nacido para luchar», decía León XIII. No es un sí que, dado una vez, no haya que vol­ver a renovar
y a recrear cada día; «la Fe es capacidad de re­
sistencia a
la duda», dijo Newman. La Fe es capacidad de lucha
en un combate que puede resultar sangriento. Al dar nuestra
respuesta afirmativa a la Fe, no sólo nos vinculamos con Dios
intelectual, volitiva y afectivamente, sino que Dios opera una
transformación real con nosotros; se trata de un cambio real in­
terior hasta hacernos algo nuevo
y distinto.
Esa Fe, hemos de mantenerla con la oración. Por encima
de todo está la necesidad de no olvidar nunca la primacía de
una vida espiritual intensa y justa, lejos del mero activismo como
de los falsos misticismos. «Sólo venceremos si somos los más fuertes, fuertes de Aquel que venció al mundo
y a la muerte».
La oración debe set. por lo tanto, para nosotros, la pri­
mera forma de
la acción. La Fe mantenida por la oración nos
dará fuerzas para proseguir una tarea pesada
y lenta; una fe
que sea ese verdadero asentimiento de
la inteligencia. El pri­
mer reflejo de este asentiminto intelectual debe de ser una ad­ hesión total a las enseñanzas de
la Iglesia. Es menester que
tengamos ese sentido de
la Iglesia para estar seguros de tener
el sentido de Dios. ¡Estemos, pues, con la Iglesia, rechacemos
cualquier otrá etiqueta!
Este es, entonces, el primer frente (_J_ue todo universitario·
debe sostener para llevar a buen término cualquier acción contra-
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rrevolucionaria, recordando con ello a San Agustín cuando de­
cía: «nos habéis hecho Señor
para Vos, y nuestro corazón no
reposa hasta descansar en Vos».
· Llegamos

así a ese segundo frente esencial para nuestra
acción:
el académico o profesional. Es el mismo Pío XII el que
nos pide un equilibrio de cultura religiosa y científica. Es deber
inexcusable del universitario el llevar a buen
témtlno sus

estu­
dios, esa «relación creativa con la verdad dentro de un sector
elegido del
conodimiento» que diría Juan

Pablo II.
Aquí, hemos

de tener en cuenta la triple clasificación de
Platón sobre la filosofía como «diálogo del alma consigo misma
respecto al ser, al conocer y al hacer». De
esta forma,

de la
misma manera que la dimensión religiosa que tratábamos antes
incide sobre el primer término,
el ser, del mismo modo, este
segundo punto que tocamos, incide sobre
el co_nocer. Así, en la
medida en que potenciemos los dos primeros términos,
el ser y
el conocer, podremos ampliar
más el

tercero, esto es,
el hacer,
la acción.
¡Qué duda cabe de que la primera medida que se necesita
para ello es un reforma profunda de la enseñanza secundaria! Es obvio que, con
el «atiborramiento» de nociones inconexas
que supone nuestro Bachillerato,
el estudiante no es capaz, las
más de

las veces, de discernir su papel en la Universidad.
También es cierto que se ha ido reduciendo el
ámbito del
saber;

del estudio de las causas primeras por la Teología, la
Teodicea y, hasta cierto punto por la Filosofía, se ha pasado al
estudio de las causas segundas por el mero conocimiento cien­ tífico,
"hasta desembocar

en el grado ínfimo del conocimiento
que es
el que hoy se da en la Universidad: el mero conocimien­
to empírico, meramente mostrativo,, parcelado e incónexO, sin
interrelación global que pueda satisfacer el más discreto apetito
por las cosas del espíritu.
·
Es

verdad que la Universidad
debería representar
hoy, y no
lo hace, una de las pocas defensas contra los peligros de la ci­
vilización de masas, frenando la falsificación de la cultura que
se ha

producido a través de los medios de difusión. Por no re­
presentar esta defensa, la Universidad provoca en el universi­
tario eSe sentimiento tan · reca1cado por Simone Weilr el desarrai­
go. Ese mismo desarraigo que Saint-Exupéry pone en boca de la
rosa del Principito cuando dice ésta:
«¿los hombres?
... no se
sabé d6nde encontrarlos; el vierito los pasea, carecen de raíces",
lo · que les molesta mucho». Sobre · este · desarraigo ha venido a
incidir, escribe Vallet de Goytisolo, ese
principio tan
mani¡,ula-
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do como es el tle la igualdad de PQSibilidades en los estudios
superiores, al
lanzar a la Universidad a legión de jóvenes que
carecían por completo de dicha vocación.
Nada queda en la Universidad donde poder agarrarse para
no quedar inmersos en el desarraigo, ni siquiera la labor propia­
mente intelectual, aquella afirmación que se hizo hace dos siglos de
confianza ilimitada

en la razón
ha traído la duda sobre la
razón misma. Necesitamos nuevos hábitos morales y mentales
que poder oponer al derrame cerebral ocasionado por el anti­
intelectualismo. Y es aquí, por todas estas dificultades
y para intentar ori­
llarlas, donde aparece ese tercer frente
de acción que ha cobrado
tanta importancia táctica.
Se trata de la labor apostólica en la Universidad que va a
tener una eficaz concreción en el método de los grupos de es­
tudio. Esta tercera vía complementaria va a cumplir una doble fun­
ción: a través de los grupos de estudio, el universitario va a
poder cumplir

ese requisito
sine qua non para la Universidad
y que es abrir un apetito interior para fas cosas del espíritu.
En segundo lugar, va el universitario a conseguir una presen­
cia mínima en la Universidad, presencia por otra parte, con
vocación de crecimiento
y permanencia.
Logrará, en primer término, educarse
y no meramente ins­
truirse; va a intentar adquirir unas ciertas maneras, una mayor
formalidad, un lenguaje más exacto, un sentido ético más sutil
y hasta -¿por qué no?- un espíritu de cuerpo que, sin ser ar­
bitrario, fuese·
la consecuencia lógica de haber desarrollado en
el tiempo un género de· vida en común.
· El

universitario logrará,
et un segundo término, sanear la
Universidad a través de esos grupos universitarios de apostolado
con presencia concertada en las diferentes universidades y for­
mados en la doctrina social cristiana. Con ese movimiento uni­
Versitario se lograría,i por ende, una permanencia en la acción, ya
que la estancia en las aulas es, por definición, temporal.
En suma, es hora de suplir
la carencia de formación impar­
tida por la Universidad oficial, buscando a los buenos maestros,
aún fuera de los claustros, que estén dispuestos a transmitir sus
CGnOCimieñtos.
Esta misma acción pondrá en manos de la Contra0Revolu­
ción un número considerable de
· pequefíos

grupos distribuidos
eficazmente, con

una disciplina
ccimún, · y prestos a una unidad
en· la

acción. Uria
· serie

de
pequéfías naves, coil gran

movilidad
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LA ACCION UNIVERSITARIA
que, como lo hiciera la flotilla de Drake, lograse poner en ja­que a la «mastodoncia» de la «Armada Invencible» de la Re­
volución. Bien, hemos esbozado las
tres facetas

que toda acción uni­
versitaria ha de tener; sólo nos queda bosquejar algunos pun­ tos sin los cuales no habría eficacia en la acción, ni siquiera
acción misma. Son puntos esenciales de la acción universitaria: la unidad
de acción, la planificación
y revisión y la información.
La unidad de acción es importante en toda acción concerta­
da; pero se vuelve tema crucial cuando el número
de «activistas»
es pequeño, caso de la militancia contra-revolucionaria. La unidad de acción, a su vez, se
nutre y funda en la unidad
del fin,
y ésta, en la unidad de la verdad. La unidad de fines
arrancaría, parece de perogrullo, del conocimiento de esos mis­
mo fines -se
trataría de

recrear todas las condiciones legales
y ambientales necesarias para conseguir universidades libres y
corporativas--. Esta unidad en los fines se lograría gracias a una
común disciplina, entendida esta en su sentido mlás lato. Por
fin, la unidad de la verdad que fundamenta la anterior,
sólo requiere, casi huelga decirlo, del estudio en una misma
fuente común: la Doctrina de
la Iglesia.
Después de
la unidad de acción, el segundo presupuesto de
eficacia seria
la planificación que abarcaría, a su vez, una ade­
cuada elección de medios, una oportuna ejecución, y una .revisión. San
Agustín define

el orden como:
«la justa disposición de
los medios con respecto al fin»; en toda empresa humana es
obligado juntar todos los medios necesarios en orden a conse­ guir el fin deseado antes de actuar; sin embargo, si ello no fuera
posible sería prudente nivelar los fines con respecto a los me­
dios poseídos; empleamos aquí la palabra prudente en el sen­ tido tomista de la palabra, como virtud de prudencia.
«El juicio
justo

es aquel que se adecúa con la realidad», escribe el autor
aquinatense; cuanto más realistas seamos, cuanto más cerca es­
temos de la verdad y de su escala de valores, tantas más posi­
bilidades tendremos de cumplir
la tarea que Dios espera de
nosotros.
Tras esa labor de elección de medios y oportuna y prudente
ejecución, es necesaria, aún, una revisión de lo actuado. Esta
revisión nos permitirá reflexionar sobre los fallos cometidos, en
orden a una mayor eficacia en el futuro.
.
El

último elemento importante para
la acción, de los cita­
tados, es el de la información. Como afirmaba Ignacio García-
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Noblejas-, en Notas para una acci6n universitaria, del primer
Seminario de Formación para la Acción de Corporación Univer­
sitaria, «debemos de ser unos vigilantes escrupulosos de todo lo
que concierna a la Universidad. Esa información tiene la caracte­
rística de la exhaustividad.
· Es necesario conocer a todos y cada
uno de los componentes universitarios -profesores y
alumnos-­
de

nuestro nivel en concreto ... Hay que saber cuáles son los par­
tidos, agrupaciones juveniles
y sindicatos que actúan en el ám­
bito universitario; conocer a fondo cuáles son sus programas,
sus reivindicaciones». Esta información deberá pasar por un con­
traste y posterior archivo con lo que se logrará una acción
fu­
tura más eficaz, rrlás «justa», más ceñida a la realidad.
Hablábamos al principio de esta charla de lo que, para
nosotros, es una actitud negativa, una posición quietista ante el
problema universitario. Gustave Thibon observa al respecto lo siguiente:
· «el

pecado de acción y la virtud de acción están a
veces
unidos en lo concreto; así -prosigu-, de la generosi­
dad y de la falta de escrúpulos: es a veces el mismo impulso,
la núsma ausencia de control sobre las pasiones, d mismo ol­
vido de las fronteras entre lo tuyo y lo mío, lo que hace que
un hombre sea
la_ mismo tiempo pródigo con sus propios bienes,
domo poco respetuoso con los bienes ajenos». Aquí, la Uni­
versidad vendría a jugar el papel de una corriente fluvial con
dos brazos de agua en orquilla, la Revolución y la Contrarre­
volución; la solución, entonces, no estaría en desecar todo el
río, sino en reconducir todo el caudal hacia el buen lado. No
sería cuestión, dice Thibon, de oponer un Luis XVI a un En­
rique IV, sino de oponerle un San Luis, rey de Francia; esto
es, ni desarrollar un activismo desaforado e irreflexivo, ni man­
tener, tampoco, una posición quietista.
En todo caso, la Universidad va a seguir jugando un papel
rector
-su papel-

ya sea negativamente como es el caso hoy,
ya sea positivamente, en la perspectiva de una reconstrucción
real; es, en efecto, difícil que si la Universidad se ordena a su
propio fin, la sociedad, toda
ella, no refleje ese orden y logre
guiarse por el bien común. La tarea es, sin embargo, a medio y largo plazo; es una
la­
bor de sustitución del cuerpo docente con la aportación de nue­
vos

contigentes formados a ejemplo de Cristo.
Es tarea ardua, porque construir es sie:mpre más lento y cos­
toso que destruir; sería un error de acción el combatir a la
Revolución en su propio terreno, el de la dialéctica, aceptando
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su planteamiento político, haciendo una revolución de signo con­
trario.
¡No! Nosotros debemos pretender hacer lo contrario de la
Revolución,
y ya sabemos que el camino de la virtud al pecado
es mucho más corto que el del pecado a la virtud. ¡Tomemos
conciencia de ello y activemos, éon ello, nuestra militancia con­
trarrevolucionaria! ¡Que no haya falsos remilgos! No es hora
ya de reverencias de salón. ¿Cuántos más avatares habremos
aún de sufrir para que nos sintamos asediados?
La Caridad no
ha consistido. nunca en dejar la vía libre al error para que éste
campe en dueño
y señor. Afirmaba Veuillot: «que el miedo a
dejar de ser amables no termine por quitarnos el coraje de ser
auténticos».
Nos puede parecer todo ello una tarea de David enfrentado
a Goliat;
y lo es. Pero quienes sabemos contar y queremos ha­
cerlo, leemos que a David aún le sobraron piedras en su morrión.
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